LA MEMORIA EXILIADA.
“Cuando pasa el tiempo todo lo real adopta un aspecto de ficción”.
Javier Marías
Hace unos años en la Filmoteca de Cataluña la cineasta Carla Simón (Barcelona, 1986) presentó una sesión donde pudimos ver Llacunes (2015), un cortometraje de 14 minutos donde construía la memoria de su madre Neus Pipó a través de sus cartas en las que recorría los lugares donde fueron escritas, entre ellos, Vigo. La ciudad portuaria gallega es el escenario de su tercer largometraje Romería, donde recupera el personaje de Frida, la niña de Estiu 1993 (2017), ahora reconvertida en Marina con 18 años que, como sucedía en el citado corto, emprende el viaje a la citada Vigo para reconstruir la memoria de sus padres junto a la familia paterna. La familia y sus avatares emocionales vuelven a estar presentes en el cine de Simón como en Alcarràs (2022), aunque en aquella su alter ego no estaba presente, pero sí la institución familiar como reflejo de nuestras felicidades, tristezas y demás. Este tercer capítulo no sólo se detiene en la memoria silenciada de aquellos años ochenta donde muchos jóvenes cayeron en la heroína y el sida, sino que, a través de la mirada de Marina recorre todo el silencio y las sombras de una generación totalmente silenciada y exiliada.

La directora barcelonesa impone un tono y una atmósfera naturalista e íntima, en que la llegada de Marina revuelve un tiempo escondido, un tiempo en que los diferentes personajes de la familia paterna recuerdan a medias, inventando o simplemente ignorándolo, donde estamos frente a una familia que es la antítesis de Estiu 1993, donde todo era acogida, comprensión y cercanía, aquí es tensión, silencios y gestos malintencionados, donde el misterio y el miedo se ha impuesto en la “oveja negra” de la familia. La trama se instala en la imposibilidad de Marina de reconstruir aquellos días de verano de los ochenta de sus padres, mediante los testimonios confusos de todos y todas, las cartas reales de su madre, convertidas en un diario de ficción, y sobre todo, la imaginación o la invención, como ustedes prefieran, porque todo lo que desconocemos, por los motivos que sean, también podemos inventarlo, y así aproximarnos a lo que creemos que sucedió, o tal vez, no es más que otra ficción como aquello que llamamos realidad. Quizás, con este ejercicio de pura invención podemos acercarnos a la verdad de los hechos, que también tienen algo de ficción.

La cineasta catalana se ha acompañado en este viaje a la memoria instalada en la ausencia de los otros, de las que ya no están, de sus huellas y sombras. Tenemos a la gran Hélène Louvart como cinematógrafa en un trabajo extraordinario donde los pasados, tanto el de 2004 como los ochenta están construidos a través de un luz muy natural, que ayuda a la idea que todo es un presente continuo, donde la realidad, los sueños y la ficción se mezclan y fusionan creando no un tiempo definido, sino un caleidoscopio donde las fronteras convencional se desvanecen creando una verdad muy íntima que, además, se va fabricando mediante las imágenes que va capturando la inquieta Marina, donde realidad y ficción se van haciendo uno, a través de las diferentes texturas y grosores. La maravillosa música de Ernest Pipó también acoge la historia desde lo más profundo e invisible generando todas esas amalgamas de sensaciones, inquietudes, sabores y atmósferas por las que transita la travesía emocional de la protagonista. El gran trabajo de sonido que firman el dúo Eva Valiño y Alejandro Castillo, que va muy bien para adentrarse en el universo real y onírico por el que atraviesa Marina con ese mar y ese olor como metáfora-testigo de todos y todo. El montaje de Sergio Jiménez y Ana Pfaff opta por el cuidado y el detalle en un viaje tranquilo y reposado donde Maria se adentra en un laberinto muy oscuro y enterrado donde nadie habla y si hablan aún transmiten más inquietud y misterio, en unos poderosos y bellos 114 minutos de metraje.

La excelencia en la parte interpretativa es una de las marcas de la casa del universo de Simón, en Romería, vuelve a contar con un elenco que brilla sin necesidad de aspavientos ni estridencias, adoptando una naturalidad que traspasa la pantalla, transmitiendo desde la mirada y el gesto todo el batiburrillo de emociones. La magnífica y debutante Llucía Garcia se hace con Marina, una joven que quiere saber o simplemente hacer las preguntas que nadie ha hecho de una familia obligada a vivir en la mentira o en el silencio que es lo mismo. Mitch es Nuno, primo de Marina, otro debutante, siendo esa especie de llave, esa intimidad y complicidad que necesita la joven, al igual que el tío Iago, que hace estupendamente el cineasta Alberto García. Encontramos a otros intérpretes de la talla de Tristán Ulloa, Myriam Gallego, Sara Casasnovas, Janet Novas, José Angel Egido, todos gallegos que ayudan a reflejar esa autenticidad que tanto busca en su cine la cineasta. Este viaje-romería que emprende Marina no sólo es al pasado de sus padres que no vivió, sino también a una verdad, como sucedía en Paisaje en la niebla (1988), de Theo Angelopoulos, en el que dos hermanos buscaban a su padre en una travesía en la que se enfrentarán a la vida, y a todas las esperanzas y tristezas que la rodean.

Estamos ante una película que en su entramado formal y narrativo busca acercar al espectador sin agobiarlo, a partir de una historia llena de ausencias, silencios y muchos misterios, pero que en ningún momento resulta pesada y demasiado alejada, encuentra el equilibrio para contar el deseo de Marina de saber, de conocer, de desenterrar muertos y heridas que, por otro lado, nadie quiere desenterrar porque la desconocen o la callan por temor o vergüenza, y menos su abuelo que la trata como una extraña, una desconocida e incluso como una molesta forastera. Con sólo tres películas Carla Simón ha construido un meticuloso universo donde sus jóvenes protagonistas se relacionan con su familia, sea nueva o pasada o simplemente, ausente, de formas diversas y en eterna lucha, eso sí, desde lo que no se dice o lo que se oculta. Romería no responde todas las preguntas ni mucho menos, algunas sí, y otras, generan más interrogantes o silencios, porque la memoria es lo que tiene, y más cuando es la de otros, la de los ausentes, de los que ya no están, que no podemo preguntarles, y los que quedan, apenas saben y él que sabe, prefiere callar, silenciar y exiliar esa memoria, aunque ahí está Marina para reconstruirla ya sea con testimonios, con un diario, con una cámara o con su imaginación. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


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