Entrevista a Theo Montoya, director de la película “Anhell69”, en el marco del D’A Film Festival en Barcelona, en el Hotel Regina, el miércoles 29 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Theo Montoya, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Iván Barredo de Surtsey Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Mariaa Elorza, directora de la película “A los libros y a las mujeres canto”, en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el miércoles 23 de noviembre de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Maria Elorza, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Mariona Borrull de Comunicación de L’Alternativa, por su trabajo, amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Izaskun Arandia, directora de la película “My Way Out”, en el marco del D’A Film Festival, en el Teatre CCCB en Barcelona, el martes 28 de marzo de 2023.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Izaskun Arandia, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y al equipo de comunicación del D’A Film Festival. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Carla Linares, directora de la película “Daucus Carota”, en la Cafetería La Principal en Barcelona, el viernes 21 de enero de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carla Linares, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Aitor Merino, director de la película “Fantasía”, en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el Teatre CCCB en Barcelona, el martes 16 de noviembre de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Aitor Merino, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Los muertos no saben que están muertos. La muerte es asunto de los vivos”.
Reconstruir la memoria siempre ha sido un proceso arduo y muy complejo. En ocasiones, la memoria es un ejercicio imposible lleno de oscuridades, silencios y documentación. El gran cineasta Chris Marker (1921-2012), uno de los grandes ensayistas cinematográficos que más trabajó la memoria, su construcción y el archivo, nunca trató de persuadirnos a través de la verdad, si no a través de la vida, de ese compendio de lugares, recuerdos, escritos, imágenes y sobre todo, de invención, una ficción que ayudase a recordar, a componer la memoria perdida y olvidada, a ocupar tantos espacios vacíos cuando hay tanto desierto. La memoria es el vehículo de los trabajos de Catarina Vasconcelos (Lisboa, Portugal, 1986), como dejó claro en su trabajo final de carrera. En el cortometraje Metáfora ou a Tristeza Virada de Avesso (2014), donde indagaba en el duelo por la muerte de su madre y la revolución portuguesa con imágenes en Super8.
La directora lusa en su opera prima vuelve a la memoria y a la memoria de su madre, de su abuela, y de todas las madres. Arranca con sus abuelos, Beatriz y Henrique, y sus seis hijos, entre ellos, el mayor, Jacinto, el padre de la directora. Con una mirada íntima y muy personal, Vasconcelos arma entre el ensayo, el documental, la ficción, el género fantástico, y la poesía, una fábula que no solo nos sumerge en la vida de su familia, sino en la sociedad portuguesa, con sus alegrías y tristezas. Todo rezuma verdad, una verdad extraída de la correspondencia de sus abuelos, los recuerdos de sus tíos y de su padre, y sus propios recuerdos. Un conmovedor y sensible calidoscopio de imágenes sobrecogedoras, de una belleza plástica abrumadora, ayudada por el formato cuadrado en un grandioso trabajo de cinematografía que firma Paulo Menezes, y no menos impactante resulta el minucioso y detallista trabajo de edición de Francisco Moreira, que sabe darle cadencia o ritmo a tantas imágenes, que nos van guiando por esta travesía sobre el tiempo, la memoria de los que ya no están, y todas aquellas sombras y espectros que quedan en el interior de nosotros.
La voz en off compuesta por diferentes voces que nos ayudan a explorar el pasado y el presente, a mirar y mirarnos, a esculpir en el tiempo, que mencionaba Tarkovsky, a ejercitar nuestra memoria y a perdernos y encontrarnos en ese tiempo indefinido, un tiempo que condensa muchos tiempos, muchos recuerdos, muchas imágenes, reconstruyendo una memoria, mediante herramientas de archivo, con las fotografías que nos transportan a otra época y lugar, a otra forma de mirar y sentir, con la maravillosa metáfora de Jacinto, el niño que creía ser un pájaro, que imaginaba su vuelo y andaba en las ramas. Vasconcelos tiene una asombrosa habilidad para ir de un tiempo a otro, de aglutinar el tiempo de su familia en un casa o en un bosque, un tiempo que se diluye en el presente que se filma la película, un presente de aquí y ahora que es todos los tiempos, que es todos los lugares de su familia, que son todas las madres de su familia, que son todos los que ya no están. La directora portuguesa se toma su tiempo en crear su tiempo y su memoria, en reconstruir una memoria en la que apenas tiene imágenes y archivo al que recurrir, ella ha de inventarse la realidad, lo real como ficción, una ficción que ayude a acercarnos esa realidad y la memoria de los suyos.
Un trabajo parecido al que hizo en El gran vuelo (2014), de Carolina Astudillo, en la que construía la memoria de Clara Pueyo Jurnet, dirigente comunista desparecida a principios de los cuarenta, a través de imágenes de otros, imágenes de su época que la ayudaban a reconstruir la vida de alguien en el que apenas quedaban huellas. La abuela Beatriz, “Triz” como la llama la directora, criando sola a sus seis hijos. Su marido Henrique, el marinero ausente, Jacinto, el hijo mayor, el que quería ser pájaro, padre de la directora, y la propia cineasta, recuerdan, vuelven al lugar de los hechos, y nos hablan sobre todos esos fantasmas que ya no están, todos aquellos que partieron, todos los recuerdos que les dejaron, toda la vida que vivieron, todo lo que hicieron, todo lo que fueron y lo que son para los vivos, para los que se quedan. La metamorfosis de los pájaros no es solo una película, es mucho más, porque tiene el poder de traspasar la pantalla y traspasarnos a nosotros mismos, sumergiéndonos en la memoria de una familia como cualquier otra en aquellos años en Portugal, pero tan cerca que podría ser nuestra familia, con sus secretos y sus misterios.
Un relato profundo, fascinante y extraordinario, lleno de silencios y de habitaciones secretas que está contado como un cuento, junto al fuego, en las noches donde el silencio se apodera de todo, donde todos quieren escuchar y sobre todo, quieren saber y adentrarse en el pasado y en el tiempo de los fantasmas y recuerdos familiares. Una fábula sobre la memoria, sobre como recordamos, con ese ritmo cadencioso, como si se tratase de una vela encendida mecida por el viento, con ese misterio donde los muertos cobran vida a través de los vivos, a través de sus recuerdos, de sus escasísimas huellas, y la memoria como motor esencial que nos ayuda a saber de dónde venimos, a recomponernos y sobre todo, a mirarnos a través de los otros, de los que nos precedieron, de los que nos ayudaron a estar donde estamos, a recordarlos con una mirada serena, a caminar hacia adelante sin olvidar el pasado y nuestro pasado, en este continuo pasado-presente en el que estamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Me llevó años romper estas sensaciones. El peor efecto secundario fue el odio”
Ada Leiris
La película se abre de una manera feroz, inquietante y veraz, con un primer plano de una mujer alrededor de los treinta años, que mira detenidamente la cámara. El encuadre es cerrado y quieto, no hay sonido ni nada que nos distraiga, solo un rostro que nos mira o esconde la mirada, haciendo un esfuerzo titánico para encontrar las palabras que tanto cuesta pronunciar. La mujer empieza a hablar, pero se detiene, le cuesta un mundo explicar su relato, explicar que con 19 años fue violada por un amigo tres veces en una semana. La directora belga Alexe Poukine, que debutó con Dormir, dormir dans les pierres (2013), en la que contaba la tragedia de su tío que vivió y murió en la calle, firma su segundo trabajo que recibe el título original de Sans Frapper (traducido como “Sin llamar”), adentrándose en las violaciones que se producen en el entorno cercano, la mayoría de los casos, a través del relato real de Ada Leiris, pero contado y analizado por una docena de mujeres que también han sido víctimas de violaciones, y también, la aportación de dos hombres.
Poukine despoja su película de cualquier elemento distorsionador, no hay música ni efectos de sonido, solo el testimonio de cada una de las mujeres, el de Ada y el suyo propio, y analizando exhaustivamente todo el proceso que vivieron, desde todos los ámbitos y ángulos posibles, acentuando la desvictimación de las mujeres violados, y encarando de frente y en primera persona todas las emociones que han sufrido, desde la vergüenza, el sentimiento de culpa, el dolor y cada sentimiento vivido después de ser víctimas de una violación. La directora belga sigue un itinerario lineal, desde la violación de Ada, y luego, todo su proceso vital, capturando las emociones que se van generando en las personas que nos explican el relato de Ada, el suyo propio, y el análisis de las terribles consecuencias que sufrieron. Un relato ejemplar, impactante, terrorífico, y muy transparente, en que la directora aparece muy poco solo formulando alguna cuestión, casi siempre escuchamos el relato y su relato, en una película-confesión que consigue hablarnos de forma audaz y sincera de un tema desgraciadamente demasiado común, como explicaba la magnífica película corta Suc de síndria (2019), de Irene Moray, que se adentraba en las consecuencias emocionales y sexuales de una mujer víctima de una violación.
Poukine escucha y captura todos los relatos de las mujeres violadas, confeccionando un potente y doloroso retrato sobre las violaciones a mujeres, en entornos domésticos perpetrados por hombres conocidos y amigos, y lo hace desde la sencillez y honestidad de su dispositivo cinematográfico, que no puede ser más auténtico e íntimo, sin sentimentalismos ni vericuetos narrativos. Un solo plano, fijo y cercano, que consigue visibilizar con sencillez un problema demasiado habitual, mirando cara a cara a las víctimas y a los agresores, colocando a cada uno en su lugar, sin condescendencias ni nada que se le parezca, escuchando a todos, y proponiendo un brutal ejercicio de sinceridad, que saque todo aquello que se ha guardado y ocultado, mirándonos de frente, contándonos su terrible experiencia y abriéndonos su alma de la manera más descarnada y veraz. Escuchamos todas las confesiones de las mujeres violadas, sus procesos y sus emociones, su dolor y su estado actual, para generar ese tipo de reflexiones tan necesarias en el mundo veloz y estúpido que vivimos, dejándonos tiempo y espacio para mirar con honestidad a estas mujeres que se abren en canal, y escuchando sus testimonios.
La directora belga se apodera del testimonio de Ada Leiris, y nos lo cuenta a través de estas docena de mujeres, y dos hombres, ampliando el relato y filmando con increíble y potentísima credibilidad todos los demás testimonios y procesos vividos, en una película que no solo habla de la violación, sino de todos las consecuencias que han experimentado y experimentan estas mujeres, porque aquel suceso vivido ha marcado sus vidas, tanto sus futuras relaciones y todo lo que han tenido que trabajar emocionalmente para abandonar todo lo que arrastraban interiormente. Si una de las funciones del cine es explicar relatos de personas, Lo que no te mata…, es un ejemplo extraordinario, porque no solo nos explica relatos estremecedores, sino que lo hace desde el rostro y la palabra del que lo ha sufrido, abriéndonos una ventana potente sobre las violaciones silenciadas, sobre todos esos sucesos terribles que ocurrieron cuando todo hacía pensar en lo contrario. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Pablo Maqueda, director de la película “Dear Werner (Walking on Cinema)”, en el Room Mate Anna en Barcelona, el lunes 23 de noviembre de 2020.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pablo Maqueda, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute y Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
“Camina por los bosques. Camina por la niebla. Camina por tus sueños. Camina hasta alcanzar la cima de cada una de las grandiosas montañas en tu camino”
Werner Herzog
En el invierno de 1974, Werner Herzog (Múnich, República Federal Alemania, 1944), con motivo de la grave enfermedad que padecía Lotte Eisner (1896-1983), crítica, historia y escritora cinematográfica, y mentora del cineasta alemán. Herzog emprendió una marcha a pie, recorriendo en 23 días los 775 kilómetros que separan Múnich de París. Una travesía que el director teutón recogió en el diario De caminar sobre hielo, en el que leemos reflexiones y pensamientos sobre la creación, la soledad del cineasta, el tiempo y la historia de los lugares que visitó y muchas ideas acerca de la vida, del caminar, y sobre todo, de la frustración y el miedo ante el rechazo y la decepción. Cuarenta y cinco años más tarde, y dominado por el deseo de librar una carta de amor a su guía cinematográfico, el cineasta Pablo Maqueda (Madrid, 1985), sigue los pasos y huellas de Werzog, como hizo el director alemán, con la película Nomad: In the Footsteps of Bruce Chatwin (2019), donde volvía a los lugares e ideas del amigo fallecido.
El director madrileño invoca la vida y obra de Herzog, y recorre su mismo viaje-aventura, acercándose a la figura del cineasta y removido por una necesidad de rendir homenaje al maestro, aquel que provocó sus pasos en el cine. Dear Werner (Walking on Cinema), es un documento-carta-diario que tiene mucho del espíritu del clásico programa de la televisión francesa “Cinéastes de notre temps”, ideado en 1964 por Janine Bazin y André S. Labarthe, en el que jóvenes aspirantes al cine homenajearon a los grandes cineastas, o aquellas cartas filmadas bajo el título de “Correspondencias”, en la que también los más jóvenes rendían sinceros homenajes a sus maestros o mentores. Maqueda, que lleva muchos años produciendo a gentes como Chema García Ibarra o Marçal Forés, entre muchos otros, y dirigiendo películas para multiplataformas, empujado por el espíritu de Herzog, como una espacie de invocación al maestro, plasma en este viaje-ensayo todas sus reflexiones sobre el cine, la dificultad de encontrar financiación, la soledad del cineasta, y demás asuntos derivados de la existencia, los paisajes, las historias que encierran, y demás cuestiones, impregnándose del legado y la sabiduría de Herzog, al que escuchamos en algunos instantes de la película, y leemos en sus extractos del citado libro.
Una narración dividida por capítulos, filmada con cámara en mano, casi en plano subjetivo, en que el tiempo y la historia se van mezclando, donde recorremos los pasos y huellas de Herzog, de la mano y a través de los pasos de Maqueda, mirando y caminando por esos lugares, paisajes y pueblos, recorriendo su historia, como el pueblo natal de Juana de Arco, los fallecidos de la Primera Guerra Mundial, algunos personajes que recuerdan a la vida de Herzog, y filmando con ese espíritu aventurero, viajero, místico, poético y existencialista, tan del cineasta alemán, con sus instantes naturalistas o abstractos, homenajeando sus películas más bellas, aterradoras y psicóticas como Aguirre, la cólera de Dios, Fitzcarraldo, La cueva de los sueños olvidados, el gran éxtasis del escultor de madera Steiner, Encuentros en el fin del mundo, y otras de sus obras, impregnándose de la idea de creación del cine del alemán como una idea muy profunda, reveladora y muy personal de la representación artística, como una forma de autoconocimiento constante ante las frustraciones y decepciones de un oficio cruel y bonito, de un trabajo que requiere paciencia, seguridad, superación y sobre todo, no bajarse nunca del barco, seguir fuertes ante la adversidad, ante el no, ante los innumerables obstáculos, con esa idea interior del camino, con esa idea que recorre el universo de Herzog “El mundo se revela a quienes viajan a pie”.
Maqueda no solo ha hecho su particular y personal homenaje al cineasta que le empujó al cine, sino que además, ha conseguido una película honesta, sencilla y poética, y espectral, con esas brumas, neblinas y oscuridades, y la excelente partitura de José Venditii, que consigue evocarnos a esas atmósferas tan personales del genio alemán, muy fiel al espíritu de Herzog, que se revela como una aproximación muy profunda y realista a la soledad del cineasta, a todos esos momentos donde la búsqueda de financiación se convierte en una odisea cruel y maldita, aunque también, como todo en la vida, hay espacio para el goce y disfrute de la creación, donde todo está por hacer, donde la imaginación nos revela imágenes que todavía no han sido filmadas, cuando la vida y el cine se funden y convierten un espacio en algo fascinante, espiritual y místico, más allá del paisaje realista que estamos viendo, donde los sentidos viajan de forma que cine y vida conforman uno solo, una misma cosa, difícil de explicar y entender, que únicamente obedece a los sentidos, a todo aquello que está formado del material de los sueños, de ver más allá, de sentir más allá, de volar más allá, de que, a pesar de las dificultades y sinsabores, cuando nos atrapa ese misterio, ya no hay vuelta atrás, y no tenemos otro camino que seguir caminando. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Las fronteras no son el este o el oeste, el norte o el sur, sino allí donde el hombre se enfrenta a un hecho”.
Henry David Thoreau
La película nos da la bienvenida con un mapa cartográfico mirado desde el cielo, donde observamos, mediante un plano lento y conciso, los accidentes geográficos de lo que podemos divisar como una planicie, sinuoso y agreste, una sucesión de líneas curvas e imperfectas, que podría pertenecer a cualquier lugar de la España rural, ese espacio que el tiempo y las necesidades personales va despoblando y alejándolo de todo. Luego, la película bajará a la tierra, para mirar el cielo desde ahí, observando uno de esos pueblos de la meseta castellana, y filmando a sus gentes, a sus pocas gentes, que todavía habitan esos espacios. El cineasta Juan Palacios (Eibar, 1986), había debutado en el largometraje, con Pedaló (2016), un documento sobre tres amigos aventureros que se proponen navegar por el Cantábrico, a bordo de un pedaló de segunda mano.
Cuatro años más tarde, nos propone Meseta, donde firma el guión, el montaje y al dirección, una nueva aventura, esta vez, más hacia adentro, volviendo al terreno del ensayo, del documental observacional, de la experimentación, retratando la España despoblada, en un viaje inmersivo y sensorial, en el que nos va trazando un mapa físico y emocional de los espacios que fueron y quedan, y de las pocas gentes que fueron y quedan, siguiendo el trabajo de un pastor de ovejas, que recorre las llanuras, junto a las autovías, el de un fotógrafo que registra imágenes atávicas que pertenecen a otro mundo, otra historia, a la de un par de niñas que caminan por el pueblo vacío y los alrededores, intentando inútilmente cazar pokémons que no encuentran, un pescador en el río que habla de la dificultad de encontrar pareja, un dúo musical, popular en el pasado, recuerdan quiénes fueron y sobre todo, la historia del pueblo, la carretera nacional que lo atravesaba y regaba de turistas y curiosos el lugar. Ahora, con la autovía, la carretera está desierta y ya no pasa nadie, y esa decisión, para bien o para mal, como explica uno de ellos, ha cambiado radicalmente la fisionomía del pueblo. O el anciano que para combatir el insomnio cuenta las casas deshabitadas del pueblo, peor como hay tantas, nunca llega al final, porque se duerme antes.
Palacios retrata el espacio rural y humano, a través de la mirada crítica, donde hay espacio y tiempo para todo, para la idea romántica del pueblo, y para la tragedia del pueblo, donde se funden belleza y fealdad, en la idiosincrasia cerrada de los habitantes de los pueblos, la belleza intrínseca de un paisaje vasto y natural, la paz y tranquilidad que se respira y se halla, la falta de trabajo que ha empujado a los jóvenes a abandonarlo, la falta de una economía sustituyente al trabajo manual que mantuvo el pueblo tantos siglos, y sobre todo, el envejecimiento de los que quedan, de las pocas personas que siguen en sus casas, siendo testigos de un tiempo que desaparece con ellos, un tiempo que se extingue, un tiempo de la memoria, que la película retrata trazando un mapa humano y emocional, donde lo físico, casi fantasmal, como una película de terror, y lo personal, se mezclan, creando un espacio donde el silencio y el vacío acaban devorándolo. El impecable y sobrio trabajo de sonido que firman el propio director, junto a Fatema Abdoolcarim, Rubén Cuñarro, Alberto Peláez, Julio Arenas, convierten a Meseta, no solo en una muy física, sino también, muy profunda, en esta aventura introspectiva, en que cada plano y encuadre de la película, traspasa la pantalla, alojándose en lo más profundo de todos nosotros.
La película huye completamente de esa mirada romántica del pueblo, para adentrarse en las múltiples miradas y experiencias vividas en el pueblo, desde lo bello y lo trágico, desde tantos puntos de vista, que consiguen crear una idea mucho más amplia y real de lo que han sido, son y desgraciadamente, no serán mucho de los pueblos de la España rural. Palacios consigue lo que se propone, porque sus imágenes no juzgan ni se posicionan, sino que observan y capturan el presente de un pueblo, donde el retrato y su propia cartografía, nos transportan a su pasado, y también, su no futuro, a través de sus gentes, de lo que piensan, lo que hacen, lo que recuerdan, y sobre todo, lo que sienten, porque la película se adentra en lo personal y lo humano, sin dejar de mirar ese paisaje natural y salvaje, un territorio que cuenta muchas cosas si se le mira con tiempo y detenimiento, alejándose de tantas prisas y carreras inútiles de las ciudades, convirtiéndose la película en una oda de la mirada y el tiempo necesario para que ese mirar nos transporte a ver más allá, aquello que sucede tanto en el cielo como en la tierra que pisamos, con sus silencios, sonidos y demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA