Más que nunca, de Emily Atef

QUÉ HACER CUANDO TE ESTÁS MURIENDO.

“Los vivos no pueden entender a los moribundos”.

No es la primera vez que la muerte está presente en el cine de Emily Atef (Berlín, Alemania Occidental, 1973), ya que la ha tratado en un par de sus películas. En Mátame (2012), en la que una adolescente, hastiada y desilusionada por la vida, le pide a un preso fugado que acabe con su vida, porque ella no se atreve a suicidarse. En 3 días en Quiberón (2018), se centraba en la actriz Romy Schneider que vive en una clínica de rehabilitación donde se recupera de sus adicciones y depresiones. Aunque es con esta última, que Más que nunca tiene sus conexiones, ya que ambas nos hablan de dos mujeres que deciden alejarse para encontrarse consigo mismas y aclarar sus existencias. Si en la citada, la cosa iba sobre una actriz a la deriva, ahora la situación la protagoniza Hélène, una mujer, también a la deriva, que no puede trabajar porque está enferma, una de esas dolencias raras que se llama “Fibrosis pulmonar idiopática”, que afecta a la respiración de forma severa. La enferma vive con su marido, Mathieu, en Burdeos, un lugar que para Hélène se ha convertido en una prisión, porque nadie la entiende, y la ciudad es una losa que le impide respirar y vivir. El descubrimiento de un blog escrito por otro moribundo, despertará en la mujer los deseos de salir de su espacio y viajar a Noruega, con el fin de descubrirse y perderse en la inmensidad de la naturaleza nórdica. 

La directora franco-iraní, que escribe el guion junto al alemán Lars Hubrich, del que conocemos sus trabajos para Fatih Akin en Goodbye, Berlín (2016), y Marcus Lenz en Rival (2020), nos sumerge en un relato extremadamente sobrio, con apenas tres personajes, donde abundan las miradas y los silencios, en una historia dividida en dos partes muy bien diferenciadas. En una, estamos en la mencionada Burdeos, una ciudad que apenas vemos, un lugar extraño y ajeno para la protagonista, un espacio filmado en planos cerrados y cortos, donde prevalece el diálogo y la sensación de miedo y dolor. En la segunda mitad, nos trasladamos a Noruega con Hélène, lo urbano deja paso a la inmensidad de la naturaleza, con esos planos largos y muy abiertos, donde vemos la diminutez humana comparada con el paisaje desbordante, rodeados de un lugar inhóspito por su luz, porque en verano no anochece, una hostilidad el inicio que dejará paso a un nuevo nacimiento para la enferma, que volverá a sentir las cosas, su cuerpo, su ser y sobre todo, su humildad y pequeñez ante la grandeza e inmensidad del paisaje de los fiordos. Allí, volverá a nacer, volverá a convertirse en alguien, esa persona que la enfermedad había anulado, allí, junto a Mister, o Bent, que la dejará en paz, con esas conversaciones donde Hélène encontrará a alguien que no la juzga, que no la trata como una inútil, y sobre todo, a alguien que la entiende sin imponer ni expresar nada, muy diferente que Mathieu. 

Atef construye una película minimalista, muy cercana, con un pequeño conflicto o muy grande, como cada espectador quiera ver o sentir, sin estridencias ni artificios innecesarios, contada de forma tranquila y reposada, como las historias grandes, donde las emociones se pueden sentir de verdad, cada gesto y cada tos, donde podemos escuchar el más leve sonido, incluso los silencios, donde hay vida, y también, muerte, donde lo humano se manifiesta y se hace cercano. Una cuidada, bellísima e hipnótica, que no redundante, cinematografía de uno de los grandes del cine francés como Yves Cape, que tiene en su haber películas con Alain Berliner, Bruno Dumont, Patrice Chéreau, Claire Denis, Gianni Amelio, Leos Carax, Michel Franco y Bertrand Bonello, entre muchos otros. El gran trabajo de montaje por el tándem Sandie Bompar, que ha estado en la reciente Fuego, de Claire Denis, y Hansjörg WeiBbrich, que montó 3 días en Quiberón, y películas de Aleksandr Sokurov, Bille August y Hans-Christian Schmid, entre otros. La excelente música del debutante Jon Balke, añade esa sutileza e intimidad que tanto pide una película de tema devastador, pero nunca regodearse en la tragedia ni sobre todo, que nunca cae en la estupidez ni en la sensiblería. 

Ya hemos comentado los tres únicos personajes que habitan la película. Tenemos al actor noruego Bjorn Floberg, que ha trabajado indistintamente en las cinematografías de su país y danesa, con nombres reconocibles como los de Erik Gustavson, Nils Gaup y Ole Bornedal, y más. Un personaje de la segunda parte de la historia, ese Mister/Bent, una especie de ángel de la guarda, o mejor dicho, alguien igual que ella, alguien moribundo que no sólo ha alejado ese positivismo estúpido que viene de los vivos, sino que se ha aislado y sobre todo, ha conectado mucho consigo mismo, una experiencia que tambiéne está viviendo Hélène, por eso se entienden casi sin palabras, porque no buscan respuestas ni tampoco falsas esperanzas, están conectándose con la vida sin falsos moralismos, y aceptando su muerte. Luego, tenemos al matrimonio de Gaspard y Hélène, él, que está sano, sigue a lo suyo, esperanzado, positivo y más cosas, muy de los vivos, que hace espléndidamente Gaspard Ulliel, al que va dedicada la película, porque cuando la películas estaba en proceso de posproducción, murió trágicamente mientras esquiaba. Su personaje Mathieu también hará su particular viaje, un proceso que es muy duro, pero inevitable y la más sincera y profunda prueba de amor. 

Frente a él, tenemos a Vicky Krieps, la actriz luxemburguesa, que descubrimos en Hilo invisible (2017), de Paul Thomas Anderson, y alucinamos cada vez que la vemos en la pantalla, porque es una actriz a la altura de la Davis, la Hepburn, la Streep, la Blanchett, y no exageró en absoluto, porque su mirada, su forma de moverse, su silencio, esa forma de bañarse en las aguas frías, y su paseos, y su tranquilidad, y sus ataques, sólo consiguen que nos creamos todo lo que hace en esta delicada y sincera película, porque Krieps hace y deshace a su antojo, y construye una Hélène en su trance más difícil porque debe conectarse consigo misma y con su enfermedad, y con el paisaje noruego, sólo para estar con ella, para sentir con ella, para liberarse de todos y todo, y sobre todo, para sentirse libre y flotando, como en algún que otro momento experimenta en los fiordos, y decidir su vida o lo que le quede de ella, y aún más, decidir como será el final de su vida, como será su despedida, sin tristezas ni agobios, sino en paz con ella misma y nada más, porque la vida es eso, ese período finito en el que todos y todas nos veremos en algún momento de nuestras vidas, y en ese proceso encontrarnos y encontrar nuestro lugar, sea aquí, allá o dónde sea, pero en libertad, con respeto, dignidad y amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Glorimar Marrero

Entrevista a Glorimar Marrero, directora de la película “La pecera”, en la Casa Amèrica de Catalunya en Barcelona, el viernes 26 de mayo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Glorimar Marrero, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a María Oliva de Sideral Cinema, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sick of Myself, de Kristoffer Borgli

GANAR O MORIR. 

“Solemos amarnos a nosotros mismos en el otro, pero no al otro por sí mismo”.

Valérie Tasso

Cuenta la historia que había una joven llamada Signe que trabajaba en una cafetería en uno de esos veranos en Oslo (Noruega). Signe vivía con su chico Thomas, un artista contemporáneo que empieza a llamar la atención en el universo del arte. Hecho que destroza a Signe, que ve como su posición en la relación está pasando a un segundo plano. Pero la joven no se quedará quieta y emprende un diabólico plan para volver a ser el centro de atención. Se tomará unas pastillas prohibidas que le desfiguran el rostro y ahí empezará su protagonismo, pero también su más terrible pesadilla. El director Kirstoffer Borgli (Noruega, 1985), ha destacado con sus cortometrajes que ha presentado en festivales tan prestigiosos como el de Sundance, SXSW, IDFA y CPH:DOX, entre otros. Con Sick of Myself entra en el mundo del largometraje por la puerta grande, planteándonos una fábula muy de nuestro tiempo, porque habla directamente de relaciones superficiales, basadas en la estúpida competitividad, la sobreexposición en las redes sociales, y sobre todo, de salud mental. 

La película coge a un personaje como Signe, un alma perdida y a la deriva cuando su pareja empieza a ser el protagonista gracias por su trabajo, y la joven, en una especie de proceso a lo Doctor Jekyll se convierte en un Mister Hyde, alguien que se convierte en el protagonista, en ese “Yo” supremo al que todos adoran, pero para conseguir eso se mete pastillas adulteradas que destrozan su rostro, llenándolo de cicatrices y heridas. Aunque el tema podría dar a una película muy oscura y enfermiza, que lo es, en su aspecto no cae en estereotipos y se aleja completamente de la película convencional de terror o vete tú a saber qué, porque la película está cortada como si fuese una comedia negrísima con una luz brillante y ese calor nórdico de la ciudad de Oslo, una comedia que pasa sin complejos y sin ningún tipo de titubeos por el realismo social, la sátira, la parábola, lo cómico, lo absurdo y la tragedia, haciendo hincapié en ese otro lado del espejo de la comedia romántica, tan vapuleada y chapucera en estos tiempos, construyendo una comedia no romántica, o mejor dicho, un romanticismo real, pegado a la vida, y no esas fantasías de Barbie y Ken en lo que ha degenerado un género que dió grandes títulos. 

Borgli ha contado con la producción de Oslo Pictures, los responsables de películas tan importantes como Hope (2021), de Maria Sodahl, y la premiada La peor persona del mundo (2022), de Joachim Trier, un magnífico trabajo de cinematografía que firma Benjamin Loeb, del que hemos visto películas como Mandy (2018), de Panos Cosmatos, y Fragmentos de una mujer (2020), de Kornél Mundruczó, donde brilla el 35 mm que le da un toque muy especial a todo lo que se cuenta, con esa luz tan cercana y a la vez, tan alejada, siguiendo los estados de ánimo tan complejos y convulsos de la protagonista. Una música que combina los temas technos del momento con composiciones clásicas, siguiendo la personalidad oscura y aparentemente dolida de Signe. Un gran montaje que firma el propio director Kristoffer Borgli, que condensa y dota de un feroz y pausado ritmo en sus tensos y concisos noventa y cinco minutos de metraje. También cabe destacar el estupendo trabajo de todos los intérpretes de la película, cabe mencionar la breve aparición de Anders Danielsen Lie, el querido protagonista de grandes títulos como Oslo, 31 de agosto y la mencionada La peor persona del mundo, ambas de Trier, y la reciente La isla de Bergman, de Mia Hansen-Love, entre otras, el artista visual Erik Saether en el papel de Thomas, ese artista enamorado de Signe, con la que mantiene una relación de destrucción, desdén, y ego terribles, lo que ahora se llama una relación tóxica, y que siempre ha sido una relación de mierda. 

Y finalmente, tenemos a Kristine Kujath Thorp, que la recordemos en la brillante y reciente Ninjababy, de Yngvild Sve Flikke, donde daba vida a Rakel, que se metía en un lío de narices por un embarazo accidental. Ahora,   se mete en la piel, y nunca mejor dicho, de la trastornada Signe, una mujer que hará lo que sea para conseguir ser el centro de todos y todo, una mujer que compite con ella misma y con los demás de forma enfermiza, haciéndose y haciendo daño, provocándose dolor y llevando hasta las últimas consecuencias su maldito ego. Viendo Sick of Myself nos acordamos de novelas como El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, y películas como Los ojos sin rostro (1960), de Georges Franju, por esas prótesis alucinantes y oscurisimas que ocultan el deformado rostro de la protagonista, en este peculiar e interesantísimo cruce de comedia no romántica, cuento de terror clásico, en el que no hay sustos, pero sí inquietud y sobre todo, locura, esa que te hiela la sangre, la que sacude la conciencia, la que transporta a otro estado, la que roba la identidad y te convierte en un monstruo despiadado en todos los sentidos, en aquellos que dañan a los demás, pero sobre todo, a uno mismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Arica, de Lars Edman y William Johansson

MALDITOS DESECHOS.

“La economía es un sistema digestivo que devora minerales, ríos, especies y personas y defeca residuos peligrosos que envenenan la tierra, el aire o el agua”.

Yayo Herrero

La función más importante y humana del cine no es entretener al personal, eso tiene su mérito, pero no trasciende. Lo principal del cine, y lo que ha conseguido que siga un medio capaz de mantenerse en el tiempo, no es otro que visibilizar lo oculto y dar voz a los silenciados. En definitiva, mirar todo aquello humano, todo lo que el armatoste económico no convierte en un mero producto que rentabilizar económicamente. Y no solo mostrarlo, sino sacándolo del olvido y profundizar en los hechos, en su pasado, y sobre todo, convertirlo en un película que muestre otras realidades, otras perspectivas, y sobre todo, que nos haga reflexionar. Los cineastas Lars Edman, nacido en Chile y adoptado en Suecia, en la ciudad de Boliden, y William Johansson, sueco de nacimiento, ya trabajaron juntos en Toxic Playground (2010), donde daban a conocer  con los afectados de las consecuencias de los vertidos tóxicos en Arica, una ciudad desértica y empobrecida del norte de Chile, por parte de la citada empresa minera sueca.

Una década más tarde, vuelven a Arica y siguen la investigación de los afectados y sus representantes legales y el transcurso de la demanda contra la empresa sueca. El propio Edman se convierte en el medio en el que nos informa de los hechos del pasado con excelente y cuidadoso material de archivo, que se remonta allá por el año 1984 en plena dictadura chilena, cuando Boliden dejó los residuos tóxicos con el beneplácito de las autoridades. El impacto que sufrieron los miles de niños que jugaban en esas montañas de tierra negra junto a sus casas. Muchos de ellos afectados de malformaciones, canceres y demás problemas graves de salud. La película viaja por el pasado, y se asienta en el presente y sigue minuciosamente el juicio celebrado en Suecia, en el que litigan los afectados ariqueños contra la empresa Boliden. Escuchamos muchos testimonios: los chilenos padres que lloran y cuidan de sus hijos, algunos fallecidos y otros, gravemente enfermos, los abogados y activistas que los ayudan, y la otra parte, la figura de uno de los expertos de Boliden, que participó en la película de Toxic Playground, y su cambiante actitud con el juicio en primera línea, y los abogados de la compañía sueca que intentan con todo su arsenal que la compañía quede libre de cargos.

La película tiene un gran ritmo, es honesta y transparente, con el aroma de los mejores títulos de investigación, sólido y veraz, se esfuerza en hablar con todas las partes y dejar las diferentes posiciones claras, en aportar mucha información, pero no a lo bestia y sin sentido, sino que desde puntos de vista diferentes y argumentadas, tomándose su tiempo y dejando que los espectadores la observemos con detenimiento y de forma reposada. La película se centra en este hecho, pero siempre va a más, porque Boliden no es una empresa más, sino que es una compañía que funciona dentro del engranaje capitalista de usar el mundo y aquellos empobrecidos que lo habitan, para uso y disfrute de los enriquecidos. Porque la película no habla solo de una terrible injusticia que se ha cometido durante quince años con los habitantes olvidados y empobrecidos de Arica, sino que también se centra en un mundo que no ha aprendido nada de su pasado colonizador, miserable y violento, sino que sigue ejerciéndolo bajo otras prácticas igual de devastadoras, pero en este caso, silenciadas por el periodismo de masas, que no solo no informa de lo importante, sino que cuando lo hace, lo ejecuta sabiendo quién paga y manda, y todo acaba convirtiéndose en un mero espectáculo de desinformación y servidor pusilánime del estado.

Arica es una película honesta y sensible, que mira de frente a los habitantes de Arica, que les da un espacio para poder hablar, llorar y sentirse acompañados, y les hace importantes explicando su pasado y su presente. La película provoca dolor, indignación y miedo y desencanto ante el poder de los que mandan y ordenan, aunque como explica el activista que trabaja para el pueblo de Arica, ellos seguirán luchando por la dignidad y memoria de los que ya no están y de los que siguen en la lucha, aunque haya mínimas posibilidades de conseguir nada, porque aunque la lucha no signifique ganar o tener ni siquiera alguna posibilidad de salir victorioso, la lucha es necesaria para seguir levantándose cada día, y seguir manteniéndose en pie a pesar de tanta injusticia, tanta mentira y tanto dolor, porque solo se pierde si se abandona la lucha, y los ariqueños nunca abandonarán porque aparte de las carencias económicas y demás que tienen en sus vidas, su dignidad ni se compra ni se vende, se consigue luchando cada día y haciéndole frente a los problemas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Mariona Pagès

Entrevista a Mariona Pagès, actriz de la película “Pan de limón con semillas de amapola”, de Benito Zambrano, en el Hotel Catalonia Gran Via en Barcelona, el miércoles 10 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mariona Pagès, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Filmax, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Supernova, de Harry Macqueen

EL AMOR ERA ESTO.

“Entre las flores te fuiste. Entre las flores me quedo”

Miguel Hernández

En Corazón silencioso (2014), de Bille August, una de sus mejores películas, con permiso de Las mejores intenciones (1992), con guion de Ingmar Bergman, una mujer, enferma terminal, reúne a todos los suyos para poner fin a su vida, decisión que provocaría una retahíla de reproches y posiciones contrarias. La segunda película de Harry Macqueen (Leicester, Reino Unido, 1984), después de la interesante Hinterland (2014), nos sumerge en un relato que tiene mucho que ver con la película de August. En esta ocasión, la historia gira en torno a Sam y Tusker, dos hombres que llevan veinte años de relación, y deciden, después que Tusker sea diagnosticado con demencia precoz, realizar un viaje en furgoneta recorriendo aquellos lugares que tienen una importancia en sus vidas, y también, volver a reencontrarse con familiares y amigos. Supernova, el título viene por la grandísima afición a la astronomía de Tusker, y el origen de la vida, es una película física, hay mucho movimiento, de aquí para allá, pero el director inglés nos sumerge en un cuento muy íntimo y conmovedor, y sobre todo, su gran sensibilidad y delicadeza al tratar un tema como el fin de la vida.

Todo en la película funciona por su extremo cuidado en los detalles y las miradas de sus protagonistas, y esos silencios, que describen el sentir de los dos personajes en cuestión, y esas soledades, donde sin decir nada, se dice tanto, en un guion que funciona como un reloj suizo, que escribe el propio Macqueen. A nivel técnico, la película está a la altura de la historia que cuenta, convertida en toda una pieza de orfebrería, porque no deja al azar nada, todo está muy pensado y desarrollado, como la maravillosa y descriptiva luz otoñal del gran cinematógrafo Dick Pope (todo un veterano en estas artes cinematográficas ya que ha trabajado en diez títulos del gran Mike Leigh), el estupendo montaje que firma Chris Wyatt (responsable de películas tan interesantes como This in England y Tierra de Dios, entre muchas otras), y la excelente composición musical, que aparte de tener algunos temas populares de los sesenta y actuales, tiene en Keaton Henson, debutante en el cine, esos temas que tanto ayudan a entender los conflictos de los personajes.

Aunque toda la técnica quedaría en poco, si el reparto de la película no estuviese en consonancia con todo lo que va sucediendo, y en ese aspecto, Macqueen, que ha tenido una interesante carrera como intérprete, tiene en sus manos a dos de los mejores actores de su generación, Colin Firth y Stanley Tucci. Sam y Tusker, respectivamente. Firth es un músico que hace tiempo que lo dejó, y Tuccy, un escritor que, debido a su temprana dolencia, ya no escribe. Una pareja que funciona a las mil maravillas, haciéndolo todo muy fácil, cuando frente a ellos tienen dos personajes complicados, llenos de matices, llenos de recuerdos, los de una pareja con veinte años a sus espaldas, cuando Tusker, estadounidense, cruzó el charco y se instaló en Inglaterra con Sam. Toda una vida juntos, han crecido y han madurado, y la vida los enfrenta al reto más difícil de sus existencias, a ese instante que no queremos ni siquiera recordar, y mucho menos vivir, a enfrentarse a la despedida, a la muerte, a decir adiós, un adiós motivado por las circunstancias, un adiós que los dos deben aprender a aceptar, a mirar al otro, y quererlo más que nunca, como nunca lo haya hecho, porque tanto la vida como el amor son eso, aceptar y comprender al otro, al que tienes delante, aunque lo que decida no nos agrade en absoluto.

Supernova es una historia de amor, de esas sencillas que nos atrapan, y también es, una película sobre el amor, sobre aprender a amar, sobre un proceso que necesita mucho tiempo, porque cuando lleguen los conflictos de verdad, y nos tengamos que enfrentar a la muerte, al adiós definitivo, debemos estar preparados y sobre todo, ayudarnos y ayudar, porque no hay amor más grande que el que se basa en el respeto, la confianza y la libertad del otro, si queremos cambiarlo, no es amor, es otra cosa, y eso conlleva, todo aquello que sea mejor para la otra persona, aunque nos lleve a aceptar decisiones que son muy difíciles. Macqueen ha construido una película desde el corazón, desde lo más profundo del alma, como una melodía de blues, como esos acordes de trompeta de algún tema de Miles Davis, con ese ritmo cadencioso, en mitad de la nada, casi sin nadie, exceptuando de tanto en tanto algunos amigos de la vida, con tiempo para estar, para ser y sobre todo, para sentir, sin nada más, solos, en ruta, en cierta manera, el último viaje juntos, para despedir su amor, para despedirse ellos, para volver a esos lugares en los que fueron felices, para verlos juntos por última vez. Aunque es una película con momentos tristes, la mirada de Macqueen es vitalista y humanista, nunca cae en el regocijo de la tristeza, sino en la aceptación de las cosas, de la vida, y su propia naturaleza, que tarde o temprano, si nos concede tiempo, nos obligará a despedirnos de la vida, del mundo, de los nuestros, de nosotros mismos, y de nuestro amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El glorioso caos de la vida, de Shannon Murphy

MILLA ESTÁ LOCAMENTE ENAMORADA.

¿Por qué contentarnos con vivir a rastras cuando sentimos el anhelo de volar?

Hellen Keller

Milla tiene 15 años y está enferma de cáncer. Pero, un día, mientras Milla espera el tren con dirección al colegio femenino, se tropieza con Moses, un pandillero que vende drogas, y se enamora perdidamente de él. Los padres de Milla, Henry, psiquiatra adicto a las pastillas, igual que su esposa, Anna, diagnosticada como enferma mental, no ven con buenos ojos la relación, aunque poco a poco, Moses acaba introduciéndose en el seno familiar. A simple vista, El glorioso caos de la vida, Babyteeth (“Dientes de leche”, en su título original) tiene el tono y el marco de ese cine independiente estadounidense capaz de hablar de cualquier tema que se proponga, por muy duro que éste sea, como hacia Van Sant en Restless (2011) donde también se retrataba la historia de amor de una enferma terminal y un chico que le encanta asistir a funerales. La directora australiana Shannon Murphy, debutante en el largometraje, después de despuntar con cortometrajes, se basa en una obra de Rita Kalnejais, autora del guión, y dota a su relato de un tono diferente a la película de Van Sant, sumergiéndonos en una comedia gamberra e irreverente, pero que conmueve y explica cosas, en la que nos introducimos en una familia completamente disfuncional, de la que conocemos sus pequeñas y grandes miserias cotidianas.

La llegada de Moses, que aparentemente parece el más inadaptado, se convertirá en una especie de testigo, como lo era el joven de Teorema, de Pasolini, de esa familia extraña, compleja y nada común. La película tiene la sabiduría y la sensibilidad para hablarnos de enfermedad y amor en la misma frase, de sacudirnos con un tema serio como el cáncer y su cotidianidad, y a la vez, transformarse en una comedia ácida y crítica, sacarnos una risa cuando todo indicaba que debíamos encogernos el corazón. Kalnejais ya alcanzó un notable éxito cuando la obra se representó en las tablas, con ese aire mordaz y negrísimo en la forma de tratar el drama de la enfermedad, bien adaptado en el cine, con esos rótulos que nos van avanzando el contenido de los diferentes y breves capítulos, así como sus gratificantes momentos musicales llenos de vida, amor y subidón, o las rupturas de la cuarta pared, ingeniosas y estupendas, que nos interpelan constantemente, así como la excelente y dinámica luz de la película, obra de un experimentado cinematógrafo como Andrew Commis, con esa cámara en mano que sabe capturar la alocada e inquieta cotidianidad de los Finley en su entorno y sus relaciones.

Una obra rompedora, acogedora y llena de luz, unas veces cómica y otras, amarga, protagonizada por Milla, una niña que despierta a la vida y de paso, ha de enfrentarse a la muerte, en esa especial y complicada dicotomía se mueve la historia, mezclando esos dos conceptos de forma admirable y conmovedora, como esa maravillosa cena cuando Moses acude por primera vez a la casa de los Finley, o ese arranque cuando nos presentan a los padres en terapia y se disponen a follar, y son interrumpidos por una llamada, o ese otro cuando Milla y Moses se conocen en la estación, y así casi toda la película, conjugando de forma extraordinaria esos momentos tan cotidianos con las diferentes realidades en la que están inmersos cada personaje, sin olvidarnos de los dos personajes más secundarios como Gidon, ese músico filósofo que enseña violín a Milla, o Toby, la vecina embarazada tan rara y tan parecida a los Finley, que podría ser una hermana o cuñada muy cercana.

Y qué decir del fantástico espacio donde está rodada la película, esa calle llena de casas con garaje, jardín y piscina en uno de los barrios residenciales de Sidney, un personaje más, como el interior de la casa de los Finley, con sus grandes cristaleras, su espacioso y frío comedor, o esa piscina que solo usa el invitado. Un reparto brillante y lleno de naturalidad en que fusionan la juventud de Eliza Scanlen como Milla (que hace poco vimos como una de las Mujercitas, de Greta Gerwig), maravillosa, tierna y sensible, un amor especial, en su rol como la desdichada y vitalista Milla. A su lado, otro joven como Toby Wallace interpretando a Moses, el golfillo que acaba siendo un Finley más, tanto para bien como para mal, y esos padres, con intérpretes experimentados como Essie Davis como la madre perdida, amorosa y como un cencerro, y ese padre, que hace Ben Mendelsohn, un psiquiatra que también necesitaría terapia y cuanto antes mejor. Emily Barclay como la vecina Toby, con su enorme panza de buena esperanza y sus excentricidades, y Gidon, que interpreta Eugene Gilfedder, el eterno enamorado de Anna Finley y amigo familiar metido en este caos.

El glorioso caos de la vida es una película que rompe con todo los tópicos sobre la enfermedad y las situaciones dolorosas que la rodean, teniendo la capacidad para colocarnos en una posición completamente distinta a esos dramas lacrimógenos de otras obras, capturándonos a través de la vida, el amor y la locura, y todas esas sensaciones que da la vida cuando empiezas a saborearla, a vivirla de verdad, aunque dure poco. Un fábula de aquí y ahora, sobre la vida o sobre todas esas cosas que sientes cuando vives, de la vida, de ese despertar en la adolescencia al amor, al sexo, a los cambios corporales y emocionales, a sentirse diferente y contrario a las normas e ideas paternas, introduciendo la enfermedad y el dolor a esos cambios que experimentamos, sumergiéndonos en la vida, tanto interior como exterior de Milla, una enamorada del chico menos indicado, pero que es el amor sino, un cúmulo de sensaciones indescriptibles, una forma de sentirse otro, de querer a alguien y no saber por qué, de saber que la vida quizás son ese tipo de sensaciones que no podemos explicar, porque en realidad no tenemos ni pajolera idea. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Silvia Alonso

Entrevista a Silvia Alonso, actriz de la película “La lista de los deseos”, de Álvaro Díaz Lorenzo, en el marco del BCN Film Fest, en los Cines Verdi Park en Barcelona, el viernes 26 de junio de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Silvia Alonso, por su tiempo, generosidad y cariño, y a José Luis Bas de DYP Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

La lista de los deseos, de Álvaro Díaz Lorenzo

TODAS LAS COSAS QUE SIEMPRE QUISISTE HACER Y NUNCA TE HAS ATREVIDO.

“ (…) disfruta y saborea cada momento con tus amigas, porque la vida es  eso;  Disfrutar  de  las  cosas  buenas  con  la  gente  que  quieres.  Lo  demás,  es mierda.”

En Francia tienen una comedia dramática y comercial muy interesante, que toca temas profundos desde un prisma cómico, divertido y vital, con títulos de gran éxito comercial como pueden ser Salir del armario (donde se tocaba la homosexualidad), Intocable (que tocaba el tema de la discapacidad y la inmigración), Amor sobre ruedas (sobre los prejuicios de lo diferente a través de la discapacidad), entre muchas otras. Un tipo de película que en España cuesta mucho ver, donde la comedia de ese estilo suele llevarse por otros derroteros más superficiales y verbeneros. La lista de los deseos es ese tipo de película deudora de esa comedia dramática francesa, capaz de tratar un tema tan serio como la enfermedad, en este caso, el cáncer de mama, desde una posición más cómica y divertida, en una cinta sobre la vida, las ganas de vivir el momento, de hacer lo que tenga en gana, olvidando los prejuicios y las responsabilidades, esas ilusiones que dejamos en un cajón olvidadas, porque creemos que la vida es muy larga.

El director Álvaro Díaz Lorenzo (Madrid, 1977) arrancó con Café solo o con ellas (2007) comedia generacional sobre asuntos sentimentales, le siguió La despedida (2014) que tendría algún que otro paralelismo con La lista de los deseos, ya que seguía a tres amigos viajando por Europa con la urna de las cenizas de un amigo. Con Señor dame paciencia (2016) y Los Japón (2018), se introducía en esa comedia comercial, deudora de las series televisivas de éxito, donde prima una comedia de puro cachondeo y diversión, sin más. En La lista de los deseos deja de lado esa comedia-producto para adentrarse en otro terreno, más agradecido para el espectador, en el que se atreve a tocar un tema tan serio y espinoso como la enfermedad desde una mirada alegre y vitalista, donde la comedia loca y gamberra tienen mucho que ver, tocando la tragicomedia con astucia e inteligencia, donde la comedia americana “screwball”, tendría ese espejo donde constantemente se mira el relato que cuenta, con esas dosis equilibradas de drama y comedia, mezclándolos con acierto y sensibilidad, sin caer en el sentimentalismo recurrente.

La película, planteada como una road movie,  cuenta la aventura o no de Carmen, cincuentona de buen ver, que lleva un cuarto de siglo enferma de cáncer de mama, que conoce a Eva, en las sesiones de quimio, treintañera y veterinaria, que deciden tomar las riendas de su vida y llevar a la práctica esos deseos no realizados, antes de saber los resultados de sus tratamientos. Les acompaña Mar, amiga de Eva, recién separada, un torbellino y alocada alma capaz de todo, desde lo más inverosímil a lo más complejo, una especie de Susan Vance, el personaje que interpretaba Katherine Hepburn en la maravillosa La fiera de mi niña (1938), de Hawks. Las tres mujeres, como si estuviesen en su último viaje juntas, con esa idea de no cortarse de nada ni con nadie, a bordo de un auto caravana, , deciden viajar saliendo desde Sevilla hasta Marruecos, en un viaje lleno de aventuras y desventuras, pasando por diferentes mundos y universos, viviendo situaciones muy cómicas y locas, y haciendo todo lo posible para llevar a cabo esos deseos soñados, algunos fáciles y otros, inverosímiles, siendo obedientes en llevar a  cabo la lista de tres deseos de cada una.

Díaz Lorenzo pone toda la carne en el asador confiando en el trío protagonista, las increíbles y estupendas Victoria Abril, la hermana mayor de todas, la voz de la experiencia, de vueltas de todo, y serena a pesar de la enfermedad, María León (que repite con Díaz Lorenzo) la otra enferma, llena de pasión por sus animales e independiente, que desea volver a su padre que la abandonó de niña, y finalmente, Silvia Alonso (que también repite con el director) ese huracán capaz de todo y nada tranquilo, que será ese puente agitador que lleva a las otras dos por lugares nunca transitados y haciendo locuras a doquier. Y como comedia con hechuras, el resto del reparto tiene que lidiar con contundencia y energía con las tres protagonistas, tenemos a Boré Buika (que ya estuvo en Los Japón), como ese profe de surf que conocerá a Eva, Salva Reina, ese gaditano aspirante a chef que se tropezará, y nunca mejor dicho, con el tsunami de Mar. Y por último, un actor del calado de Paco Tous dando vida al padre de Eva, y conociendo la verdad de su separación.

Eva, Carmen y Mar se convertirán en confidentes, en una piña, como unas amigas inseparables o una familia bien avenida, tan distintas pero compartiendo ese viaje único, un viaje que les ayudará a mirar la vida de otro forma, quizás desde una posición diferente, como si la mirasen por primera vez, sacándole todo el juego y convirtiéndose en unas almas libres, felices y sobre todo, capaces de todo, experimentando de forma física y muy emocional el viaje de sus vidas, o al menos, ese viaje que siempre han soñado y nunca se han atrevido a hacer, viviendo y compartiendo experiencias inimaginables y llenas de vida, tristeza, con alegrías y amarguras, con momentos divertidos y otros, no tanto, sintiendo que todo aquello que querían hacer estaba demasiado cerca y solo les impedía llevarlo a cabo, aquello que nunca se han atrevido, esos miedos e inseguridades, o quizás, esa idea de que la vida siempre hay tiempo para todo y un día lo tendremos, pero en ocasiones, ese tiempo se vuelve finito y las cosas son ahora o nunca, porque mañana puede que sea tarde o no llegue. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Plan de salida, de Jonas Alexander Arnby

SER O NO SER.

“Me llamo Max Isaksen. Hoy es diez de enero de 2019. Cuando veas esto, ya estaré muerto”.

Debido principalmente al éxito editorial, muchas de las películas que nos vienen de los países nórdicos llegan con la etiqueta de “thriller nórdico”. Plan de salida (el título original Suicide Tourist, alude a ese tipo de turistas, muchos enfermos terminales, que han viajado a países donde el suicidio asistido es legal para terminar con sus vidas), se aleja de la etiqueta conduciendo la película a otros lares, aquí no hay un asesino que descubrir, sino otros menesteres. Desde su agobiante atmósfera, compuesta por esa luz tenue y velada,  un tempo pausado, sin sobresaltos ni aspavientos, unos personajes callados, de pocas palabras, ausentes, y un conflicto interior duro y rasgado, que no provoca la empatía del espectador, ni tampoco la busca, sino que busca otros caminos, el de la pausa y la reflexión sobre el tema del suicido, quizás el tema tabú por excelencia del mundo occidental.

El director Jonas Alexander Arnby (Copenhague, Dinamarca, 1974), ya había despertado el interés con Cuando despierta la bestia  (2014), su opera prima, un desgarrador y terrorífico cuento sobre la transformación de una chica en mujer lobo. Una cinta donde ya había ese ambiente aislado, de comunidad pequeña, pocos personajes, y donde trabajaba mucho la tensión psicológica de los personajes, con un guión de Rasmus Birch, la rasgada música de Mikkel Hess y la inquietante y oscura cinematografía de Niels Thastum, una terna que vuelve a ponerse a las órdenes del director danés, a los que se añade el armonioso y ejemplar trabajo del montaje de Yorgos Mavropsaridis (el estrecho editor de Yorgos Lanthimos), para contarnos la vida de Max, un agente de seguros al que le diagnostican un tumor cerebral que no tiene cura. Temeroso y perdido, Max oculta a Laerke, su mujer, la terrible noticia, y después, intenta quitarse la vida sin demasiado éxito, instantes de pura comedia negra, que recuerdan a Contraté a un asesino a sueldo, de Kaurismäki, con un Jean-Pierre Léaud, que trata de suicidarse con un asesino profesional porque él es incapaz.

Max, por medio de un caso profesional, conoce a Aurora, una empresa que se dedica a ayudar a aquellos suicidas a llevar a cabo su propósito, para ello los trasladan a un hotel aislado, entre montañas rocosas y nevadas. Arnby enmarca su obra en esos días previos al suicidio asistido de Max, aunque los días allí, en ese lugar inhóspito, donde se encuentra a otros como él, que están esperando para quitarse la vida, y los empleados de la empresa, que ayudan a crear esas fantasías de los clientes, se va dando cuenta que sus problemas existenciales van en aumento y comienza a cuestionarse su propia realidad y sobre todo, la decisión que ha tomado. Quizás la solitud del protagonista, un excelente Nikolaj Coster-Waldau, creando todos la sutileza y matices de un personaje silencioso y poco expresivo, y la falta de giros argumentales que cambien radicalmente la propuesta de la película, puedan asustar a algunos espectadores, pero más lejos de la realidad, la película es un interesantísimo ejercicio de thriller existencialista, donde se habla de forma profunda y brillante sobre la vida, la muerte y todo aquello que vemos y sentimos, todo aquello que nos rodea y forma parte de lo que llamamos nuestra realidad, esa realidad en la que algunas veces nos sentimos alejada de ella, y en otras ocasiones, sentimos que formamos parte de ella, pero de una manera compleja y extraña.

Max conocerá el backstage de Aurora, de sus entrañas, de la verdad que hay detrás de una empresa que aparentemente propone facilidades y generosidad, pero detrás de la cortina oculta algo siniestro, y muy terrorífico. El cineasta nórdico huye de los golpes de efecto y sentimentalismos, todo lo cuece a fuego lento, a través de ideas y huellas que va dejando por el camino, invocando a un espectador atento y que vea más allá de las imágenes, que bucee en su inconsciente y se replanteé cosas parecidas a las del protagonista, porque estamos a un personaje Max, que parece estar sumido en un caos mental muy parecido al que sufría Jack Torrance en la inolvidable El Resplandor, donde nada era como parecía y estos hombres están sometidos a las hipérboles de su mente, y de todo aquello que creen ver, experimentar o sentir. Otra de las claves de la cinta es la brutal y excelente interpretación de Nikolaj Coster-Waldau, convirtiéndose en el vehículo esencial de la película, seguramente sin la capacidad de un actor de su calado, el relato adolecería de una parte fundamental, bien acompañado por Tuva Novotny como Laerke, Robert Aramayo como Ari, un joven desquiciado que, al igual que Max, espera su turno, y finalmente, Jan Bijvoet (que ya conocimos como el siniestro intruso de Borgman), como jefe de operaciones en Aurora, esa compañía que facilita el suicido, pero quizás se cobra un precio demasiado alto, porque como suele ocurrir detrás de esa imagen pulcra, agradable y generosa, en ocasiones, existen otras cosas demasiado horribles como para soportarlas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA