Flee, de Jonas Poher Rasmussen

LA ODISEA DEL REFUGIADO.

“El exilio sigue siendo exilio aun en la ciudad más bella del mundo”.

“Muerte en la Fenice”, de Donna Leon

En los últimos años muchos cineastas han encontrado en la animación el vehículo perfecto para contar el pasado, a partir de relatos personales y un dispositivo de documental, la animación ha servido para construir los recuerdos y sobre todo, analizarlos desde el presente. Nos acordamos de grandes trabajos como los de Persépolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Vals con Bashir (2008), de Ari Folman, 30 años de oscuridad (2011), de Manuel H. Martín, El pan de la guerra (2017), de Nora Twomey, El estado contra Mandela y los otros (2018), de Nicolas Champeaux y Gilles Porte, La casa lobo (2018), de Joaquín Cociña y Cristóbal León, Chris el suizo (2018), de Anja Kofmel, entre muchos otros. A este género, que muchos catalogan como “documental animado”, podríamos incluir la película Flee, de Jonas Poher Rasmussen (Kalundborg, Dinamarca, 1981). El director danés-francés ha trabajado en varios medios como la televisión, la radio y el cine en el campo del documental, con títulos tan recordados como los de Searching for Bill (2012), y What He Did (2015), donde se mezcla ficción y documento, igual que hace en Flee, en la que nos cuenta la historia de Amin, un refugiado afgano que nos cuenta su pasado, toda su terrible odisea de vivir en Afganistán y salir del país, vía Rusia, hasta llegar a Dinamarca.

Rasmussen opta por una película sencilla y magistral, donde brilla con fuerza una animación realista y poética, que recuerda a su estilo y forma a la de Josep (2020), de Aurel, en la que nos traslada al país afgano de principios de los ochenta, con Amin, siendo un niño, que se vestía con la ropa de su hermana y escuchaba el “Take on me”, de los A-ha en plena calle, y luego, de forma descarna y crudísima todos los avatares para huir del país hasta llegar a Europa, separarse de su familia, y vivir de forma invisible su condición de homosexual. El cineasta danés sigue el periplo de Amin y los suyos, contándonos ese pasado que tiene indudablemente resonancias en el presente, porque Amin revela a su actual pareja todo lo vivido, todo lo sufrido y los trauman que todavía permanecen en él. Flee no solo nos habla de la dificultad de salir de tu país y llegar a otro, la tragedia de todos los refugiados del ayer, del hoy y del futuro, sino que profundiza en muchos más temas, como el terrible conflicto de construir tu propia identidad cuando todo está en tu contra, la construcción de un hogar lejos del tuyo, y sobre todo, de compartir el dolor y las heridas con la persona que amas para de esa forma cimentar un futuro mejor y lleno de esperanza.

Si tuviéramos que pensar en una película que contase una experiencia personal sobre lo que significa ser un refugiado o exiliado esa no sería otra que América, América (1963), de Elia Kazan, donde el director nacido en Turquía, de padres griegos, relataba de forma realista y humana, todo el proceso doloroso y kafkiano de emprender la tragedia de aventurarse al objetivo de llegar al otro país, y empezar de cero, si eso es posible. Los ochenta y seis minutos de la película nos hablan de alguien que se llama Amin, de alguien que oculta su nombre, de alguien que cuenta su propia historia, que podría ser la historia de tantos otros que han emigrado y emigrarán huyendo de guerras, de hambre, de ideas políticas, de quienes huyen del terror y quieren, como cualquier otro ser humano, vivir en paz independientemente de su condición, sea cual sea. Flee nos habla de libertad, de humanidad, de todo aquello que necesitamos para ser personas, de todo lo que nos construye, y sobre todo, de todo lo que somos, y cómo nos relacionamos con el otro, por muy diferente que sea de nosotros.

Rasmussen nos hace una película sensiblera ni anda que se le parezca, sino una película llena de dolor y terror, sin caer nunca en el tremendismo ni en el adorno ni la condescendencia del drama, porque lo que pretende y consigue el director danés-francés es contarnos una experiencia triste y difícil, pero acercándose a la emoción, a todo lo que se cuece dentro, pero son sensibilidad, dolor y poesía, fusionando de forma sencilla y llena de fuerza tanto la animación, el extraordinario y brillante dibujo, y sobre todo, una película estupendamente bien contada, con un extraordinario guion de Amin y el propio director, que nos convoca a un viaje sin tiempo, a una travesía sobre la memoria y la esperanza, a pesar de todos los males que se cuentan, y un exquisito y ágil montaje de Janus Billeskov Jansen, uno de los grandes editores de la cinematografía danés que tiene en su haber a nombres tan ilustres como los de Bille August y Thomas Vinterberg, con los que ha trabajado muchas veces. Flee es una película que consigue conmovernos y hacernos reflexionar, y lo hace desde la sinceridad, desde la magnífica composición visual de su maravillosa ilustración y animación, y desde el alma, porque nos cuenta la experiencia de Amin, de tantos Amin que le precedieron y tantos que le sucederán en ese itinerario de dejar tu tierra y emprender la incertidumbre de llegar a otro lugar donde se pueda ser persona. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ninja a cuadros 2 – Misión Tailandia, de Anders Matthesen y Thorbjorn Christoffersen

ÁLEX Y EL MUÑECO POSEIDO.

“Ser uno mismo en un mundo que constantemente trata de que no lo seas, es el mayor de los logros”

Ralph Waldo Emerson

Para los que no la hayan visto o no la conozcan, Ninja a cuadros (2018), de Anders Matthesen (Copenhague, Dinamarca, 1975), y Thorbjorn Christoffersen (Faaborg, Dinamarca, 1978), es una excelente película de animación para adultos, convertida en todo un fenómeno en Dinamarca, en la que se nos cuenta la vida anodina y gris de Álex, que no soporta al imbécil de su padrastro y al glotón y sucio de su hermanastro Sean, y una madre adicta al mundo vegano. Además, en el colegio, sufre acoso por parte del matón de turno, y aún hay más, Jessica, la chica de la que está enamorado, no le hace ni puto caso. Pero, toda esa serie de conflictos, desaparecen con la irrupción de Taiko Nakamura, el espíritu de un ninja de hace cuatro siglos que posee un muñeco de trapo con traje a cuadros, de ahí el título, que viene con una misión especial. La vida de Álex dará un vuelco de 180 grados y conseguirán llevar ante la justicia a Phillip Eppermint, un empresario que esclaviza a niños en Tailandia.

Ahora, nos llega su secuela Ninja a cuadros 2 – Misión Tailandia, que sigue a Álex, que las cosas le van más o menos, porque Jessica, más mayor que ella, vuelve a pasar de él, más interesada en un chico mayor y malote, aunque en casa las cosas han mejorado algo, y la familia hace un viaje a Tailandia, instigado por Álex, que ha recibido nuevamente la visita del muñeco de trapo, ya que el susodicho Eppermint sale de la cárcel en Tailandia debido a unos chanchullos de su malévolo abogado. El objetivo esta vez es salvar a una niña, testigo clave para implicar a Eppermint. Matthesen y Christoffersen vuelven a dirigir la secuela, con ese ritmo frenético y a contrarreloj de los dos protagonistas, y siguen hablándonos de valores humanos como la identidad, de ser uno mismo, de las difíciles relaciones familiares y personales, de la confianza, de ayudar y dejarse ayudar, y sobre todo, la película es una profunda y sensible alegato sobre la amistad, con sus dimes y diretes, sabiendo gestionar las formas diferentes de pensar, sentir y hacer, y mirar al otro y hacer el esfuerzo de comprendernos, tanto a los demás como a uno mismo.

Matthessen que es toda una celebridad de la comedia stand-up en su país, tanto en vivo como en varios largometrajes, ya había trabajado como guionista en la película de animación Terkel en apuros  (2004), donde codirigía Christoffersen, además de dirigir Sorte Kugler (2009). Por su parte el citado codirector, responsable de la cinematografía de la película que nos ocupa, se ha dedicado al cine de animación para adultos cosechando grandes títulos como el citado film, otras como Viaje a Saturno (2008), y Ronal Barbaren (2011). Títulos que no estarían muy lejos del espíritu de los Studio Ghibli, Pixar y Aardman, y la trilogía de Cómo entrenar a tu dragón, o series como Los Simpson, Beavis and Butt-head, South Park y Padre de familia, entre otras, donde la extraordinaria construcción de los personajes, los cercanos relatos, y la comedia irreverente es la tónica en todas ellas, con el humor negro, inteligente y disparatado para hablarnos de los problemas sociales, personales, económicos y culturales, donde hay sitio para criticarlo absolutamente todo: la política, la familia, el amor, y todos los temas y elementos de las sociedades modernas y capitalistas en las que vivimos.

Anders Matthesen escribe un guion con un ritmo excelente, donde hay cabida para tocar todos los temas, con esa madre obsesionada en la vida sana, ese padrastro estúpido y egoísta, ese hermanastro que solo come y molesta, ese malo que no quiere acabar con el mundo, porque es un malvado real y cercano, que explota a niños del país empobrecido bajo el amparo de las autoridades corruptas, quizás el personaje del tío marinero de oficio, vulgar, borrachín y campechano, se sale completamente de todo, y trata a su sobrino con una afabilidad y comprensión como si fuera un adulto. Kristian Haskjold firma el montaje, un grandísimo trabajo de composición y agitación que constantemente tiene la película, que maneja con brillantez las secuencias de acción, de persecuciones, peleas y demás, con otras donde todo se posa y conocemos en profundidad las relaciones de los diferentes personajes y sus posiciones morales y éticas, así como todo el interior que ocultan y tanto le cuesta al protagonista sacar.

Taiko convertido en muñeco de trapo es un guerrero que en ocasiones actúa con muchísima disciplina, olvidándose del otro, al igual que Álex, más pendiente en otros menesteres basados en agradar a los demás, dejando de ser quién es. Para el chaval, Taiko es como un hermano mayor, su relación es muy íntima, a veces discuten, a veces se quieren, pero lo más importante es que también saben mirarse, escuchar y escucharse y ante todo, se comprenden y van a una.  Ninja a cuadros 2Misión Tailandia es una película magnífica, que no solo gustará a las personas amantes de la animación para adultos, sino que también, a todas a aquellas personas que les gusta ver cine de verdad, que hable de cosas cotidianas, y lo haga desde el respeto, la comprensión y la sensibilidad, porque la película muestra la vida, las relaciones, incluso a veces de forma cruda y triste, pero también, la vida lo es, y eso no la hace mejor ni peor, sino de verdad, de carne y hueso aunque se construya con animación, porque la existencia hay que experimentarla, lucharla, y sobre todo, vivirla, tanto sus cosas amables como las que duelen más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un bocado exquisito, de Christoffer Boe

LA PUTA ESTRELLA.

“El que quiere arañar la luna, se arañará el corazón”.

Federico García Lorca

Erase una vez la historia de Maggie y Carsten, amantes de la alta cocina, se enamoran y tienen dos hijos, y regentan el Maus, uno de esos lugares referentes de la escena gourmet de Copenhague. Aunque a su dicha le falta algo, el sueño de tener una estrella Michelin, que posicionará a su restaurante y a su comida el lugar que ellos consideran que debe estar. El nuevo trabajo de Christoffer Boe (Rungsted, Dinamarca, 1974), vuelve a hablarnos del amor, como hicieron sus celebrados trabajos anteriores como Reconstruction (2003), Allegro (2005), Offscreen (2006), y Beast (2011), entre otros, a la que añade otro elemento, el de la ambición, una ambición desmedida que no solo afectará a la pareja protagonista en su trabajo, sino en su relación. Una ambición que les sumergirá en las partes más oscuras de la condición humana. El guion lo firman el propio director y Tobías Lindholm, célebre director de obras tan contundentes como Secuestro (2012), y Una guerra (2015), amén de intensos guiones para Thomas Vinterberg en las exitosas La caza, La comuna y la más reciente Otra ronda.

Una producción inteligente y audaz donde encontramos a otra figura del cine danés como Louise Vesth, que ha producido algunas de las mejores películas de Lars Von Trier como Melancolía, Nymphomaniac, entre otras. Manuel Alberto Claro, cinematógrafo en buena parte de la filmografía de Boe, vuelve a construir una luz muy oscura, y muy cercana, que profundiza de manera sobresaliente en todas los laberintos emocionales y oscurísimos a los que van cayendo la pareja protagonista. Aunque el marco que utiliza el director danés sea la alta cocina, muy de moda en los tiempos actuales, su retrato de este tipo de cocina es meramente un marco para hablarnos de temas más interesantes como el constante enfrentamiento entre el trabajo y la vida, y el trabajo entendido como un medio para conseguir toda esa felicidad que creemos importante para nuestras existencias, lo material frente a la vida, y sobre todo, frente al amor y los tuyos. La estructura de la película es otro de los elementos interesantes de la historia, ya que aunque buena parte de la cinta se desarrolla en el tiempo actual, en el relato se van añadiendo capítulos a modo de flashbacks, donde nos van contando ciertos aspectos claves en la relación de la pareja, sumamente importantes para el devenir de los hechos del presente. Boe los construye con una elegancia enorme, de forma intensa, con esa cámara al hombro, en relación estrechísima con las derivas emocionales que van sufriendo sus personajes, con esa agitación tan propia del movimiento Dogma.

La película impone un ritmo entre la cadencia y la agitación que, acoge con naturalidad los diferentes aspectos en la relación de Maggie y Carsten, su historia de amor, la relación familiar con sus hijos, algún que otro instante de puro thriller, y el melodrama de toda la vida, con su problemas internos de la pareja. La extraordinaria y profunda interpretación de una pareja en estado de gracia, que no solo muestra una increíble naturalidad y verdad en todo lo que hacen sus personajes, sino que transmiten el amor y la tristeza por la que van pasando. Katrine Greis-Rosenthal es Maggie, una actriz que habíamos vista en el cine de Billie August, y en su segunda colaboración con Boe, después de la serie Cara a cara. Frente a ella, Nikolaj Coster-Waldau, uno de los actores más importantes e internacionales daneses, con un currículo que va desde los estadounidenses Ridley Scott y Brian de Palma, a directores daneses de la talla de Susanne Bier o noruegos como Erik Poppe. Y la presencia de Nicolas Bro, como el hermano cascarrabias de Carsten, un actor fetiche en la obra de Christoffer Boe.

Un bocado exquisito  no solo gustará, y nunca mejor dicho, a los amantes de la alta cocina, porque somos testigos de la preparación y degustación de ciertos platos, sino que también gustará a todos aquellos que alguna vez en su vida han traspasado el límite tan invisible y frágil del trabajo bien hecho a la ambición desmedida, a estar dispuestos a perderlo todo con tal de conseguir aquel objeto o prestigio importante que les ha parecido crucial en sus vidas. La cinta nos habla con exquisitez, intensidad y sensibilidad, llevándonos por todas las fases del proceso, un proceso que sin darnos cuenta puede borrarnos literalmente de todo aquello que es importante para nosotros, una cosa que tendemos a olvidar rápidamente, ensimismados en otros menesteres que solo nos pueden traer muchos problemas, si no sabemos detener a tiempo, como les ocurre a Maggie y Carsten, dos personas movidas por su sueño que, sin ser conscientes de sus limitaciones emocionales, les puede llevar a un abismo del que no se puede salir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Jinetes de la justicia, de Anders Thomas Jensen

SOBRE EL DOLOR Y LA VENGANZA.

“Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas”.

Francis Bacon

Todo empieza con un accidente. Un accidente de tren, en el que Mathilde ve como su madre fallece. Markus, el padre, un militar destinado en el extranjero, vuelve a casa y sigue como si nada hubiera pasado, llevándole a muchos conflictos con su hija adolescente. Un día, Otto, un experto en matemáticas, que es uno de los supervivientes del accidente, explica a Markus que tiene pruebas que el accidente fue intencionado. A Otto, traumatizado porque un accidente que él provocó acabó con al vida de su mujer e hija.  le acompañan otros dos cerebritos expertos en informática y conseguir datos, Lennart, que arrastra un trauma infantil, y Emmenthaler, un obeso acomplejado. Markus en primer momento escéptico, acaba por participar en la venganza contra los responsables, una banda de gánsteres muy conocida de la zona. Anders Thomas Jensen (Frederiksvaerk, Dinamarca, 1972), ha escrito muchos de los guiones de las películas de Susanne Bier, y de nombres tan importantes como los de Lone Scherfig, aparte ha cosechado una interesante filmografía como director donde Mads Mikkelsen (uno de los intérpretes daneses más internacionales que ha trabajado con gente tan reconocida como Thomas Vinterberg y Nicolas Winding Refn, entre otros), ha sido protagonista en las cinco películas que ha dirigido hasta la fecha.

En Jinetes de la justicia, Mikkelsen se pone en la piel de un tipo rudo, reservado y solitario, que lleva demasiados años fuera de casa y ahora, debe volver ante un panorama muy adverso, lleno de heridas y mucho dolor. Un tipo que encontrará la venganza como vehículo para cerrar tanta oscuridad. El cine de Anders Thomas Jensen se edifica a través de un conflicto emocional muy fuerte, donde encontramos a unos personajes a la deriva, muy perdidos, individuos heridos que deben volver a la senda de la vida. Un marco de comedia negra para hablarnos de temas serios y profundos, donde las emociones son la clave de la trama. Ahora, a la comedia negra, muy representada por los tres expertos en datos informáticos y estadísticas, que podrían protagonizar cualquier película de Monicelli, Berlanga o de los Estudios Ealling, se juntan con Markus, un tipo violento, amargado y lleno de rabia, toda contenida y oculta, que explotará sin concesiones y con extrema crudeza cuando se enfrenten a los gánsteres.

La interesante mezcla ente la comedia negra y la película de venganza, excelentemente bien equilibrada y contada, con esa cámara cercana y reflexiva en todo momento, con esos diálogos que pasan de la seriedad a lo ligero en cuestión de segundos, siempre con la trama en el horizonte, en un contexto social muy oscuro, de aislamiento, como viven el trío de amigos informáticos, y ahora, Markus y su hija, es la atmósfera idónea para lanzarse a esta fábula moderna que nos habla de cómo nos relacionamos con las emociones que no logramos expresar, ya sea el dolor, la rabia, la pérdida y cómo vivimos con toda esa carga pesada y dolorosa. Una parte técnica asombrosa que firma Kasper Tuxen en la cinematografía, en una película de un poco antes de la Navidad, muy asfixiante y muy noir, y el audaz trabajo de montaje con Nicolaj Monberg y Anders Alberg Kristiansen, consiguiendo esa fusión entre las relaciones de personajes, capitales en una película donde los personajes son tan diferentes, tanto a nivel físico, contexto y emocionalidad, la comedia negrísima en muchos aspectos, y ese thriller crudísimo y muy violento.

Un gran reparto encabezado por el citado Mads Mikkelsen, extraordinario en su rol de padre roto de dolor y militar violento lleno de venganza, demostrando una vez más su tremenda versatilidad e inteligencia en elegir personajes tan diversos y bien construidos. Bien acompañado por Nikolaj Lie Kaas como Otto, otro actor que también ha estado en todas las películas de Anders Thomas Jensen, al igual que Nicolas Bro, que hace de Emmenthaler, Lars Brygman como Lennart, un actor de reparto muy considerado en Dinamarca, y la joven Adrea Heick Gadeberg como Mathilde, que después de algunas series empieza a aparecer en la gran pantalla. El cineasta danés construye un relato de nuestro tiempo, muy sólido y contundente, que profundiza en muchos temas que tienen que ver con la condición humana, y sobre todo, cuando las cosas se vuelven del revés, cuando sufrimos pérdidas irreparables, no sabemos como enfrentarnos al dolor, y encontramos en la rabia y la violencia nuestra forma de sacudirnos las heridas y los demonios que nos acechan, y en eso la película es magnífica, porque afronta los conflictos de esta índole con reflexión y de frente, construyendo complejos personajes, y sobre todo, guiando poco al espectador, dejando ese espacio de libertad tan necesario para que cada uno de nosotros saque, si puede, sus propias conclusiones o enseñanzas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Shorta, el peso de la ley, de Anders Olholm y Frederik Louis Hviid

EL BARRIO NUNCA OLVIDA.

“La primera igualdad es la equidad”

Víctor Hugo

Hace un par de años se estrenó Los miserables, de Ladj Ly, también distribuida por Caramel Films, en la que se reflejaba y cuestionaba la acción policial en los barrios periféricos de París, unos lugares llenos de desigualdad, con cientos de chavales desfavorecidos y sin futuro. En Shorta, el peso de la ley, nos trasladamos a una de esas urbes de Dinamarca, pero las consecuencias siguen siendo muy similares, ya que los agentes de la ley se enfrentan a chicos con las mismas circunstancias que aquellos franceses. Anders Olholm (Copenhague, Dinamarca, 1983), saltó a la fama con el díptico Antboy, película de niño superhéroe, se asocia en la escritura y en la dirección con Frederik Louis Hviid (Copenhague, Dinamarca, 1988), que había dirigido algunos episodios de la tercera temporada de la exitosa serie La ruta del dinero, para construir una película que ya desde su título “Shorta” (que significa policía en árabe), se adentra en las complejas cuestiones de la autoridad frente a los más desfavorecidos, en las tensiones con las que tienen que convivir policías cargados de horas de trabajo y mal retribuidos, enfrentados a chavales árabes en su mayoría, enclaustrados en lugares difíciles, vacíos y sin un futuro al cual agarrarse.

Los directores daneses huyen del discurso fácil de buenos y malos, para sumergirnos en mucho más, en un relato lleno de tensión y adrenalina, donde hay muy poco descanso, acotado a una sola jornada, y sobre todo, a la parte nocturna, en la que dos polis se adentran en un barrio periférico ya en ebullición, porque a su precaria vida, se añade el fallecimiento de un joven en manos de la policía. Ante ese panorama convulso, la pareja de agentes detiene a Amos, un joven conocido, y la rabia ya existente, se desata con consecuencias irreparables. La excelente cinematografía de Jacob Moller, que se pega a los personajes, siguiéndoles de manera vertiginosa por sus calles, sus edificios ratoneras y esos lugares vacíos en los que todos miran agazapados, expectantes a saltar a sus presas. Y el fabuloso montaje que firma Anders Albjerg Kristiansen, donde a los planos secuencia de seguimiento, se añade una narrativa fragmentada, vertiginosa y abrumadora, que nos mantiene en constante tensión, yendo de la mano a lo que están viviendo los atribulados protagonistas.

La película tiene esa fuerza de cuestionar métodos policiales, pero también, refleja ese sentimiento de vacío de los chavales y la violencia como respuesta a una situación que va mucho más allá de polis y chavales, en la que los gobernantes tienen mucho que decir y sobre todo, mucho que hacer, no convirtiendo esos barrios de inmigrantes en guetos insufribles, un caldo de cultivo violento y trágico. El relato habla de personas, de cómo reaccionamos ante situaciones límite, de la fragilidad de nuestros posicionamientos morales, y del miedo que nos atenaza cuando nuestras vidas corren un peligro muy serio, huyendo completamente de la condescendencia y el sentimentalismo, construyendo secuencias de una fuerza extraordinaria, donde todos los personajes tienen su momento y sus ideas y prejuicios férreos se van desmontando a medida que las circunstancias los sobrepasan. Un buen trío protagonista encabezados por los actores Jacob Hauberg Lohmann como el duro Mike Andersen, el poli temido por los suyos y los adolescentes árabes, sin escrúpulos y pasándose la ley por el forro, aunque probará la horma de su zapato, junto a él, Simon Sears como Jens Hoyer, el poli más correcto y serio, que también verá como su código se viene abajo, y finalmente, el joven debutante Tarek Zayat que da vida a Amos, ese joven detenido que se convertirá en la única llave posible para salir del endiablado laberinto en que se ha convertido el suburbio de Svalegarden.

Shorta, el peso de la ley bebe de los grandes títulos estadounidenses de los setenta, los de Lumet, Boorman, Petrie, Pakula, etc…, películas que no solo nos hacían pasar un rato entretenidos, sino que se han convertido en títulos de culto para explorar métodos policiales y el sinsentido de las leyes y los procedimientos legales que convertían a agentes y chavales en ratas de experimento, en una sociedad que imponía las leyes, olvidándose de las verdaderas necesidades de sus ciudadanos. Olholm y Haviid componen una película dura, sin concesiones y llena de cuestionamientos morales, donde todos son víctimas y derrotados de una sistema de mierda que consigue su macabro propósito, que se maten los unos a los otros, mientras los gobernantes siguen haciendo del país un business para hacer dinero y que los siempre sigan ganando, y los de abajo, polis incluidos, vayan desviando las noticias más importantes y sigan peleándose y en ocasiones matándose. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Good Traitor, de Christina Rosendahl

NUESTRO HOMBRE EN AMÉRICA.

“La diplomacia es el arte de conseguir que los demás hagan con gusto lo que uno desea que hagan”

Richard Wathely

En Diplomacia (2014), de Wolker Schlöndorff, nos encerraban en las cuatro paredes del gobierno de París, en el que el cónsul sueco trataba de impedir que el gobernador nazi hiciera explotar por orden de Hitler edificios emblemáticos de la ciudad. En muchas ocasiones, la diplomacia ayuda a que tantos unos como otros, lleguen a acuerdos en los conflictos políticos que permiten que muchas vidas se salven. The Good Traitor (El embajador Kauffmann), con el título original de Vores Mand I Amerika (Nuestro hombre en América), que hace referencia a la película Nuestro hombre en la Habana (1959), de Carol Reed, comedia de espías basada en la novela de Graham Greene. La película dirigida por Christina Rosendahl (Nykobing Falster, Dinamarca, 1971), con una extensa carrera, tanto en cine como en televisión, donde hemos apreciado su mano con películas como The Idealist (2015), que se centraba en las tensiones que se producen en plena guerra fría cuando un bombardero con carga nuclear tiene un accidente en Groenlandia.

Con The Good Traitor, basada en hechos reales, es una película sobre lo que ocurre en la retaguardia de la guerra, en los despachos de los diplomáticos, aquellos que parecen pasar desapercibidos, pero tienen mucho que decidir y situarse.  La cineasta danesa deja los años sesenta y ochenta, para irse hacia la Segunda Guerra Mundial, en una historia que arranca en 1939, en Washington, en la mirada de henrik Hauffmann, el embajador danés, y su reacción cuando en 1940 los nazis invaden el país y su gobierno se convierte en colaborador. El embajador se declara independiente y emprende una causa para que los EE.UU, y su presidente, Roosevelt, con la ayuda de Charlotte, su mujer, que le une una estrecha amistad con el presidente estadounidense. El plan consiste en ceder Groenlandia a los EE. UU., para cuando entren en la guerra tener una base más cercana para sus operaciones en Europa. Mientras, el otro conflicto interesante que plantea la película es sumamente delicado y lleno de pasión, porque el embajador está secretamente enamorado de Zilla, su cuñada casada después de un antiguo affaire allá por China en los años treinta.

La directora danesa consigue una gran ambientación, situándonos entre despachos, fiestas nocturnas donde corre mucho champan, días de asueto entre juegos, bailes y demás distracciones, una elegante puesta en escena, como ese espejo que multiplica la imagen del principio, donde los protagonista se miran, y nos anuncia las capas que muestran y ocultan cada uno de ellos, y sobre todo, mucha palabra, porque la película juega su mejor baza en el diálogo, herramienta fundamente en la diplomacia, en una continua conversación, muchas reuniones, y algunos que otros acuerdos, las acostumbradas tensiones entre unos países y otros, entre empleados en la embajada danesa, y entre el gobierno colaboracionista danés y el embajador, y su fiel escudero. Aunque lo que más cuidado y esplendoroso de la película es su equipo artístico, en la cabeza el magnífico actor Ulrich Thomsen, toda una institución en Dinamarca, al que hemos visto en películas de Vinterberg y Susanne Bier, y en producciones internacionales, da vida con acierto y sobriedad las vicisitudes de un hombre humanista y leal a la libertad y la democracia que traiciona a su país por su acuerdo con los nazis, y mientras tiene el corazón dividido entre una mujer imprescindible en su causa y además le adora, pero él ama a su cuñada, que le corresponde a medias, ya que la cuestión resulta muy compleja.

Denise Goug interpreta al otro gran personaje de esta historia, la insigne y extraordinaria Charlotte, la esposa del embajador, una madre y esposa devota, que ve en su hermana una gran rival, pero ella conoce sus armas, y sobre todo, su gran inteligencia que le ayudarán tanto en la guerra mundial como la que dirime en su hogar. Zoë Tapper como Zilla, la mujer deseo del embajador, ese amor imposible, ese amor difícil, la guapa de la familia, que quiere a su hermana y también, anda con una tesitura complicada de tratar. Y finalmente, Mikkel Boe Folsgaard como el leal ayudante del embajador que irá con él hasta las últimas consecuencias. Rosendahl se ha mirado en el espejo de las películas-espía por antonomasia como Encadenados, El ministerio del miedo y Operación Cicerón, entre otras, donde la acción era emocional, donde apenas había tiros, o eran fuera de campo, donde todo giraba en torno a las emociones, los conflictos internos, los gestos y sobre todo, las miradas, esas miradas que nos delataban, que explicaban aspectos íntimos y secretos a los demás, todo aquello que nos e decía, pero estaba ahí, al acecho, esperando su oportunidad para ganar la partida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Otra ronda, de Thomas Vinterberg

BEBERSE LA VIDA.

 “La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada”.

Soren Kierkegaard

El universo cinematográfico de Thomas Vinterberg (Frederiksberg, Dinamarca, 1969), podríamos definirlo mediante dos vertientes bien diferenciadas. Una, el grupo de cuatro de sus películas, filmadas en inglés, a partir de encargos, comprenden cintas como It’s All About Love (2003), Querida Wendy (2005), con historias, más o menos personales, muy alejadas de la estrategia comercial, y con el espíritu de su cine danés. En cambio, las otras dos, Lejos del mundanal ruido (2015), y Kursk (2018), la primera, un remake de la película de Schlesinger, y la segunda, con reparto muy internacional, un producto entretenido sin más. Aunque han sido sus películas danesas las que le han otorgado a Vinterberg su aureola de cineasta personal, como su Celebración (1998), magnifico film que, junto a Los idiotas, de Lars Von Trier, abanderaba la iniciativa “Dogma”, película fundacional en la carrera del director danés, con un poderosísimo drama familiar duro y siniestro, con esa cámara en continuo movimiento que se deslizaba de forma armónica y suave entre los personajes, retratando sin estridencias y con extrema naturalidad las graves tensiones que se producían en los desencuentros familiares.

Celebración es la película que lo lanzó internacionalmente, amén de edificar una forma y una mirada que siguen estando muy presentes en sus siguientes trabajos filmados en su país natal. En Submarino (2010), otra vez drama familiar pero esta vez no entre padres e hijos, sino entre hermanos, y La comuna (2016), donde Vinterberg descargaba sus recuerdos de haber vivido de niño en una comuna hippie. Con La caza (2012), durísimo drama social a través de la acusación injusta de abuso sexual a un maestro de parvulario a una de sus alumnas, retratando de manera concienzuda y profunda toda la respuesta violenta de la comunidad, y las terribles consecuencias que sufre el atribulado maestro. La interpretación inconmensurable de Mads Mikkelsen en la piel del falso culpable hacía el resto de una película extraordinaria, que profundizaba en la parte oscura de la condición humana. Vinterberg, que vuelve a contar con su guionista más estrecho, el también director Tobias Lindholm, que ha estado en cuatro de sus películas danesas, construye en Otra ronda, una película sobre la vida, o podríamos decir sobre el hecho de vivir y sus consecuencias.

Otra ronda se centra en el retrato de cuatro profesores de secundaria con vidas vacías, monótonas y lo que es más grave, sin futuro. Después de una celebración, deciden poner en práctica un experimento, a partir de los estudios del psicólogo noruego Finn Skärderud que explica que el ser humano nace con un déficit del 0’5 de alcohol en la sangre. Los cuatro amigos beberán alcohol en horas de trabajo para mantener esa cantidad de alcohol en su cuerpo. Pronto, experimentarán la desinhibición, la seguridad y la alegría que se apodera de sus existencias, en una explosión incontrolada de actitud, risas, relaciones más personales, y compartir un torrente de emociones y vitalidad. Pero, claro, la película no solo se queda en las virtudes que proporciona el alcohol, porque los amigos envalentonados por los resultados, deciden ir un poco más allá, y aumentan su tasa de alcohol diaria, y todos, empiezan a ver unos efectos negativos, algunos más que otros, y lo que era diversión y seguridad, se convierte en lo contrario.

Vinterberg vuelve a contar con Sturla Brandth Grovlen, su cinematógrafo fetiche, que dota a la película de un torrente de naturalidad, intimidad y luz, donde la cámara se mueve como un personaje más, en escenarios reales y manteniendo esa realidad a flor de piel, donde la cámara actúa como un testigo inquieto y de mirada serena, y el ágil y estupendo montaje, de corte limpio, obra de otros cómplices como Janus Billeskov Jansen (gran veterano que ha trabajado con Bille August, entre muchos otros), y Anne Osterud. El reparto funciona a las mil maravillas, con esos rostros, cuerpos y miradas que dan vida, amor, tristeza y vacuidad a raudales, encabezados por un MIkkelsen, un actor de raza, transparente y un maná de sinceridad, animalidad y profundidad, de la misma estirpe que los Dafoe, Cassel o Bardem. Bien acompañado por otros intérpretes de la factoría Vinterberg como Thomas Bo Larsen, Lars Ranthe y Magnus Millang. Cuatro amigos, compañeros de trabajo, amigos de la infancia, vecinos de esas ciudades pequeñas donde todos se conocen, que habitan el cine del director danés, construyendo relatos sobre el alma humana, sus inquietudes, sus derrotas, sus emociones, y todo lo demás.

Otra ronda es una película que tiene el aroma de la amistad, el amor, la derrota y la tristeza, que se acerca a otras grandes borracheras de amigos como La gran comilona, de Ferreri o Maridos, de Cassavetes, donde la vida se abre paso a pesar de sus maldades y vacíos, porque a veces, la vida es eso, juntarse con los de siempre y beber como nunca. Otra ronda nos invita a beber, eso sí con moderación, y sobre todo, beberse la vida, atreverse, levantarse después de las hostias, resistir ante las dificultades, no venirse abajo cuando todo está en contra, a ser quiénes somos, a ser valientes ante todo y ante cualquiera, a no mentirse, a no vivir por vivir, a volar cuando sea preciso, a compartir con los que más queremos, a soñar, a perder el miedo, a no dejar de saltar y a cruzar puertas que no deberíamos cruzar, a no cumplir con las expectativas, a no tener expectativas, a equivocarse y no hacer un drama, a no vivir por vivir, a trabajar desde la verdad, a mirarse al espejo y saber que esa persona que ves eres tú, y nadie más, que un día fuiste y debes recuperar todo aquello bueno que eras y lo dejaste perder por el camino, a sentir, pero sentir de verdad, a vivir, a llorar, a soportar el dolor, a reírse cuando toca, y a no ser quién no eres, a aceptarse y sobre todo, a vivir sabiendo que cada día puede ser el último. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Plan de salida, de Jonas Alexander Arnby

SER O NO SER.

“Me llamo Max Isaksen. Hoy es diez de enero de 2019. Cuando veas esto, ya estaré muerto”.

Debido principalmente al éxito editorial, muchas de las películas que nos vienen de los países nórdicos llegan con la etiqueta de “thriller nórdico”. Plan de salida (el título original Suicide Tourist, alude a ese tipo de turistas, muchos enfermos terminales, que han viajado a países donde el suicidio asistido es legal para terminar con sus vidas), se aleja de la etiqueta conduciendo la película a otros lares, aquí no hay un asesino que descubrir, sino otros menesteres. Desde su agobiante atmósfera, compuesta por esa luz tenue y velada,  un tempo pausado, sin sobresaltos ni aspavientos, unos personajes callados, de pocas palabras, ausentes, y un conflicto interior duro y rasgado, que no provoca la empatía del espectador, ni tampoco la busca, sino que busca otros caminos, el de la pausa y la reflexión sobre el tema del suicido, quizás el tema tabú por excelencia del mundo occidental.

El director Jonas Alexander Arnby (Copenhague, Dinamarca, 1974), ya había despertado el interés con Cuando despierta la bestia  (2014), su opera prima, un desgarrador y terrorífico cuento sobre la transformación de una chica en mujer lobo. Una cinta donde ya había ese ambiente aislado, de comunidad pequeña, pocos personajes, y donde trabajaba mucho la tensión psicológica de los personajes, con un guión de Rasmus Birch, la rasgada música de Mikkel Hess y la inquietante y oscura cinematografía de Niels Thastum, una terna que vuelve a ponerse a las órdenes del director danés, a los que se añade el armonioso y ejemplar trabajo del montaje de Yorgos Mavropsaridis (el estrecho editor de Yorgos Lanthimos), para contarnos la vida de Max, un agente de seguros al que le diagnostican un tumor cerebral que no tiene cura. Temeroso y perdido, Max oculta a Laerke, su mujer, la terrible noticia, y después, intenta quitarse la vida sin demasiado éxito, instantes de pura comedia negra, que recuerdan a Contraté a un asesino a sueldo, de Kaurismäki, con un Jean-Pierre Léaud, que trata de suicidarse con un asesino profesional porque él es incapaz.

Max, por medio de un caso profesional, conoce a Aurora, una empresa que se dedica a ayudar a aquellos suicidas a llevar a cabo su propósito, para ello los trasladan a un hotel aislado, entre montañas rocosas y nevadas. Arnby enmarca su obra en esos días previos al suicidio asistido de Max, aunque los días allí, en ese lugar inhóspito, donde se encuentra a otros como él, que están esperando para quitarse la vida, y los empleados de la empresa, que ayudan a crear esas fantasías de los clientes, se va dando cuenta que sus problemas existenciales van en aumento y comienza a cuestionarse su propia realidad y sobre todo, la decisión que ha tomado. Quizás la solitud del protagonista, un excelente Nikolaj Coster-Waldau, creando todos la sutileza y matices de un personaje silencioso y poco expresivo, y la falta de giros argumentales que cambien radicalmente la propuesta de la película, puedan asustar a algunos espectadores, pero más lejos de la realidad, la película es un interesantísimo ejercicio de thriller existencialista, donde se habla de forma profunda y brillante sobre la vida, la muerte y todo aquello que vemos y sentimos, todo aquello que nos rodea y forma parte de lo que llamamos nuestra realidad, esa realidad en la que algunas veces nos sentimos alejada de ella, y en otras ocasiones, sentimos que formamos parte de ella, pero de una manera compleja y extraña.

Max conocerá el backstage de Aurora, de sus entrañas, de la verdad que hay detrás de una empresa que aparentemente propone facilidades y generosidad, pero detrás de la cortina oculta algo siniestro, y muy terrorífico. El cineasta nórdico huye de los golpes de efecto y sentimentalismos, todo lo cuece a fuego lento, a través de ideas y huellas que va dejando por el camino, invocando a un espectador atento y que vea más allá de las imágenes, que bucee en su inconsciente y se replanteé cosas parecidas a las del protagonista, porque estamos a un personaje Max, que parece estar sumido en un caos mental muy parecido al que sufría Jack Torrance en la inolvidable El Resplandor, donde nada era como parecía y estos hombres están sometidos a las hipérboles de su mente, y de todo aquello que creen ver, experimentar o sentir. Otra de las claves de la cinta es la brutal y excelente interpretación de Nikolaj Coster-Waldau, convirtiéndose en el vehículo esencial de la película, seguramente sin la capacidad de un actor de su calado, el relato adolecería de una parte fundamental, bien acompañado por Tuva Novotny como Laerke, Robert Aramayo como Ari, un joven desquiciado que, al igual que Max, espera su turno, y finalmente, Jan Bijvoet (que ya conocimos como el siniestro intruso de Borgman), como jefe de operaciones en Aurora, esa compañía que facilita el suicido, pero quizás se cobra un precio demasiado alto, porque como suele ocurrir detrás de esa imagen pulcra, agradable y generosa, en ocasiones, existen otras cosas demasiado horribles como para soportarlas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Guilty, de Gustav Möller

SERVICIO DE EMERGENCIAS, DÍGAME.

Los amantes del cine recordarán a Will Kane, el sheriff del pequeño pueblo de Hadleyville, en Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann. Un western magnífico que narraba con firmeza la espera de Gary Cooper ante la inminente llegada en tren del criminal fugado de la cárcel que el mismo envió a prisión. Asistíamos con temor a 80 minutos agobiantes donde Kane esperaba sin remedio el fatal desencuentro, sin que nadie del lugar le ayudase. Algo parecido le sucede a otro representante de la ley, el agente Asger Holm en The Guilty, en el que recibe una llamada al servicio de emergencias y deberá lidiar un caso de secuestro, donde hay implicados una mujer que se hace llamar Iben, y su secuestrador, su ex, Michael. El director Gustav Möller (Gotemburgo, Suecia, 1988) que debuta con esta película, enmarca su película en las cuatro paredes del servicio de emergencias, donde a través del teléfono y las conversaciones veremos todo lo que sucede en off, escuchando atentamente todo lo que acontece al otro lado del aparato. La premisa es sencilla y muy efectiva, por un lado, tenemos a Asger Holm, el agente sancionado por un caso de homicidio imprudente, y degradado por sus superiores, y metido a atender llamadas en una sala fría durante la noche.

Avanzada la noche, recibimos la llamada aterrorizada de Iben, una mujer joven que explica su caso, su secuestro y su terror. Entonces, a partir de ese instante, las llamadas irán a velocidad de crucero de un lado a otro, a comisarias, a patrullas, al hogar familiar de los implicados, que han dejado solos a sus dos hijos menores, y a Rashid, un confidente y colaborador de Asger. La película no tiene un minuto de descanso, va de un lugar a otro sin salir de esa habitación a media luz, donde las voces y los sonidos ambientales se van cruzando entre unos y otros, siguiendo una estudiada tensión psicológica que va in crescendo, guiándonos por caminos trillados y nada claros, donde Asger deberá descifrar las claves que se hallan en el suceso, sin más ayuda que su instinto, su inteligencia y su capacidad para dirimir situaciones de peligro. Möller se ha rodeado de un equipo muy joven y profesional, para contarnos en tiempo real (como ocurría en el western de Zinnemann) la peripecia de Asger, contándonos la película a través de planos detalle del rostro y el cuerpo del policía, mezclándolo con planos más abiertos, siempre sin salir al exterior y casi sin diálogos con los otros compañeros de Asger, centrándose solo en las diferentes conversaciones del teléfono, en que el peligro inminente siempre está al acecho.

Möller construye una cinta de fuerte carga psicológica, con ese estilo depurado e inquietante de Hitchcock, en el que todos los personajes tienen algo que esconder, donde nada es lo que parece, y sobre todo, hay que estar muy atentos a todo lo que escuchamos a través del teléfono, siguiendo la montaña rusa de emociones que sienten los personajes, donde Asger pasa por casi todos los estados emocionales existentes durante los 80 minutos que dura la película, sometido a una presión brutal, y ejecutando sus propias órdenes, dejándose llevar por su instinto policial, e intentando sacar adelante semejante entuerto. La película tiene ese aroma que ya impregnaban otros títulos donde el teléfono se convertía en el foco de atención como Buried, de Rodrigo Cortés, donde un enterrado vivo tenía un móvil como único medio para salir de semejante situación, en Locke, de Steven Knight, un tipo con vida aparentemente feliz era manipulado en su coche a través del móvil. Cintas de gran tensión dramática, que manejan las emociones de los espectadores, llevándolos por ese laberinto emocional en el que todo ocurre fuera de ese espacio, pero tiene su raíz en ese ataúd, en ese coche, o en esa habitación de emergencias.

Quizás, otro de los elementos indispensables para los cimientos de la película sea la  soberbia interpretación de Jakob Cedergren (que ya cosechó muchas menciones con su trabajo en Submarino, de Thomas Vinterberg) creando un agente de policía solitario, de mal carácter y aislado, que construye una grandísima composición de sobriedad y detalles con su voz y sobre todo, en su rostro, que en la película se convierte en ese espejo de emociones en el que se reflejan todas las situaciones con las que tiene que lidiar a lo largo y ancho de esta trama peliaguda, oscura y terrorífica. Möller ha cimentado una película de grandes hechuras, sencilla y contenida en su forma, y muy creativa en su fondo, donde ese off acaba contaminando toda la habitación, y donde acabamos viendo aterrorizados todas esas acciones y personajes que solo escuchamos, que ocurren en off, manteniendo con gran habilidad y soltura esa tensión áspera y brutal que tiene toda la película, condensando con eficacia la transmisión de información de todo lo que va ocurriendo y sobre todo, cómo se nos irá desvelando toda esa información que permanece oculta.

A war (Una guerra), de Tobias Lindholm

LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA.

La tercera incursión en la dirección del afamado guionista Tobias Lindholm (Naestved, Dinamarca, 1977) colaborador, entre otras, de las últimas tres películas de Thomas Vinterberg (Submarine, La caza y La comuna) y de la serie política Borgen, vuelve a transitar los mismos parámetros de sus anteriores trabajos, tanto como su debut R y A hijacking, se centraban en situaciones complejas en el que su protagonista se veía inmerso en situaciones límite, en espacios cerrados y asfixiantes, en la primera, un nuevo recluso se adaptaba a una prisión, y en la segunda, un cocinero de un barco se veía atrapado en el asalto de unas piratas somalíes. Tramas de pocos escenarios, menos palabras, donde la tensión dramática exploraba los principios morales de sus personajes y todos aquellos que los rodeaban. Ahora, nos sitúa en una provincia de Afganistán, donde el comandante Claus M. Pedersen (grandísima interpretación del actor Pilou Asbaek, que vuelve a trabar con Lindholm, después de R, donde era su protagonista) patrulla junto a sus hombres una zona de conflicto.

Lindholm nos muestra la cotidianidad de estos soldados que cumplen con devolver la “democracia” a estos países, o al menos eso creen ellos, enfrentándose diariamente a peligros desconocidos. El realizador danés coloca su cámara desde los diversos puntos de vista que se mezclan en las situaciones que les ha tocado vivir, pero no queda ahí, va más allá, también, nos muestra la otra cara de la guerra, la de Maria, la mujer de Pedersen, que se ha quedado en Dinamarca cuidando de sus tres hijos pequeños mientras echa de menos a su marido. Y aún habrá otro escenario en la película, la sala de juzgados, espacio que juzgará al comandante por una decisión que tomará durante un fuego cruzado en una aldea en Afganistán, cuando antepone la vida de sus hombres a la de unos civiles afganos. El cineasta danés muestra de forma naturalista y todo lo realista que puede, todos los detalles en liza, situándonos en una posición de observadores, sin caer en ningún moralismo ni tendenciosidad, dejándonos a los espectadores mirar cada detalle y después sacar nuestras propias conclusiones.

La cámara se mezcla de forma inquietante y asombrosa entre los personajes, en una película construida a base de miradas y gestos, de los que quedan grabados en la mente, desatándonos la tensión que se corta entre todos ellos siendo cómplices de lo sucedido y sabiendo que lo que ocurre en la guerra es otra cuestión, un conflicto que no debe juzgarse desde la confortabilidad de un sillón en un despacho. Lindholm pone en cuestión diversos temas: la necesidad o no de llevar soldados a una zona de conflicto por el bien de una “democracia” capitaliza y muy politizada, los principios morales de unos soldados en medio de una zona bélica siendo testigos de la muerte diaria de compañeros, las consecuencia en familiares la ausencia de estos soldados, dejando su vida atrás y su familia, y finalmente, la responsabilidad del estado, tanto de esos soldados, como de las consecuencias que se deriven en esos lugares tan lejanos y tan peligrosos, y cómo este estado juzga las situaciones que tengan lugar.

Cuestiones, de diferente naturaleza y extremadamente muy complejas, que Lindholm trata de manera realista, de frente, donde la cámara sigue los conflictos de manera cotidiana, que a veces da terror, dotando de una seriedad en la planificación y los espacios que filma, mostrando sin juzgar, dejando que el conflicto fluya sin prisas, y contando con todos los puntos de vista diversos, tanto de los soldados que apoyan a su jefe, como de un estado demasiado preocupado en la política y sus consecuencias, en vez de salvaguardar y entender las dificilísimas situaciones de guerra en las que se ven inmersos sus soldados, sin olvidarnos de los traumas psicológicos en los que se ven sometidos unas personas con la muerte tan cercana. Una película que rezuma realidad, que no sólo nos habla de la guerra diaria, y todo aquello que se vive en primera persona, que raras veces vemos en los informativos, sino que también coloca el foco de atención en lo que viene después, en esas heridas tanto físicas como emocionales que ocasiona la guerra como nos mostraban en el clásico Los mejores años de nuestra vida, donde los que volvían eran tratados como héroes al principio, para más tarde convertirse en seres incómodos, en los que la adaptación resultaba muy dolorosa y los convertía en poco menos que apestados.