Sick of Myself, de Kristoffer Borgli

GANAR O MORIR. 

“Solemos amarnos a nosotros mismos en el otro, pero no al otro por sí mismo”.

Valérie Tasso

Cuenta la historia que había una joven llamada Signe que trabajaba en una cafetería en uno de esos veranos en Oslo (Noruega). Signe vivía con su chico Thomas, un artista contemporáneo que empieza a llamar la atención en el universo del arte. Hecho que destroza a Signe, que ve como su posición en la relación está pasando a un segundo plano. Pero la joven no se quedará quieta y emprende un diabólico plan para volver a ser el centro de atención. Se tomará unas pastillas prohibidas que le desfiguran el rostro y ahí empezará su protagonismo, pero también su más terrible pesadilla. El director Kirstoffer Borgli (Noruega, 1985), ha destacado con sus cortometrajes que ha presentado en festivales tan prestigiosos como el de Sundance, SXSW, IDFA y CPH:DOX, entre otros. Con Sick of Myself entra en el mundo del largometraje por la puerta grande, planteándonos una fábula muy de nuestro tiempo, porque habla directamente de relaciones superficiales, basadas en la estúpida competitividad, la sobreexposición en las redes sociales, y sobre todo, de salud mental. 

La película coge a un personaje como Signe, un alma perdida y a la deriva cuando su pareja empieza a ser el protagonista gracias por su trabajo, y la joven, en una especie de proceso a lo Doctor Jekyll se convierte en un Mister Hyde, alguien que se convierte en el protagonista, en ese “Yo” supremo al que todos adoran, pero para conseguir eso se mete pastillas adulteradas que destrozan su rostro, llenándolo de cicatrices y heridas. Aunque el tema podría dar a una película muy oscura y enfermiza, que lo es, en su aspecto no cae en estereotipos y se aleja completamente de la película convencional de terror o vete tú a saber qué, porque la película está cortada como si fuese una comedia negrísima con una luz brillante y ese calor nórdico de la ciudad de Oslo, una comedia que pasa sin complejos y sin ningún tipo de titubeos por el realismo social, la sátira, la parábola, lo cómico, lo absurdo y la tragedia, haciendo hincapié en ese otro lado del espejo de la comedia romántica, tan vapuleada y chapucera en estos tiempos, construyendo una comedia no romántica, o mejor dicho, un romanticismo real, pegado a la vida, y no esas fantasías de Barbie y Ken en lo que ha degenerado un género que dió grandes títulos. 

Borgli ha contado con la producción de Oslo Pictures, los responsables de películas tan importantes como Hope (2021), de Maria Sodahl, y la premiada La peor persona del mundo (2022), de Joachim Trier, un magnífico trabajo de cinematografía que firma Benjamin Loeb, del que hemos visto películas como Mandy (2018), de Panos Cosmatos, y Fragmentos de una mujer (2020), de Kornél Mundruczó, donde brilla el 35 mm que le da un toque muy especial a todo lo que se cuenta, con esa luz tan cercana y a la vez, tan alejada, siguiendo los estados de ánimo tan complejos y convulsos de la protagonista. Una música que combina los temas technos del momento con composiciones clásicas, siguiendo la personalidad oscura y aparentemente dolida de Signe. Un gran montaje que firma el propio director Kristoffer Borgli, que condensa y dota de un feroz y pausado ritmo en sus tensos y concisos noventa y cinco minutos de metraje. También cabe destacar el estupendo trabajo de todos los intérpretes de la película, cabe mencionar la breve aparición de Anders Danielsen Lie, el querido protagonista de grandes títulos como Oslo, 31 de agosto y la mencionada La peor persona del mundo, ambas de Trier, y la reciente La isla de Bergman, de Mia Hansen-Love, entre otras, el artista visual Erik Saether en el papel de Thomas, ese artista enamorado de Signe, con la que mantiene una relación de destrucción, desdén, y ego terribles, lo que ahora se llama una relación tóxica, y que siempre ha sido una relación de mierda. 

Y finalmente, tenemos a Kristine Kujath Thorp, que la recordemos en la brillante y reciente Ninjababy, de Yngvild Sve Flikke, donde daba vida a Rakel, que se metía en un lío de narices por un embarazo accidental. Ahora,   se mete en la piel, y nunca mejor dicho, de la trastornada Signe, una mujer que hará lo que sea para conseguir ser el centro de todos y todo, una mujer que compite con ella misma y con los demás de forma enfermiza, haciéndose y haciendo daño, provocándose dolor y llevando hasta las últimas consecuencias su maldito ego. Viendo Sick of Myself nos acordamos de novelas como El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, y películas como Los ojos sin rostro (1960), de Georges Franju, por esas prótesis alucinantes y oscurisimas que ocultan el deformado rostro de la protagonista, en este peculiar e interesantísimo cruce de comedia no romántica, cuento de terror clásico, en el que no hay sustos, pero sí inquietud y sobre todo, locura, esa que te hiela la sangre, la que sacude la conciencia, la que transporta a otro estado, la que roba la identidad y te convierte en un monstruo despiadado en todos los sentidos, en aquellos que dañan a los demás, pero sobre todo, a uno mismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La vida sin ti, de Laurent Larivière

JOAN FRENTE A SUS RECUERDOS.

“Cada momento induce a la imaginación en cada momento. Lo sabemos bien: la realidad es totalmente subjetiva”.

Paul Valéry

En su extraordinario libro de memorias “Vivir para contarla”, Gabriel García Márquez deja bien claro que la vida no se cuenta como sucedió, sino como se recuerda. La misma actitud toma, qué remedio, Joan Verra, la protagonista de La vida sin ti (del original, À propos de Joan), segundo trabajo de Laurent Larivière (Montpellier, Francia, 1972), después del interesante Je suis un soldat (2015), que también nos hacía un retrato sobre una mujer, más joven y en un mundo dominado por hombres. Desde su arranque, la película deja clara su camino, con esa mirada de la protagonista hacia nosotros, en un gesto de aquí estoy y aquí está mi vida, donde comienza a contarnos su existencia, desde el volante de su automóvil y en mitad de una noche con lluvia. Asistimos a su vida, o mejor dicho, a sus recuerdos, a lo que ella recuerda y también, inventa, porque lo que recordamos siempre está envuelto en muchas cosas, todo aquello que hemos experimentado, lo bueno y lo no tan bueno, y lo que nos queda de todo lo vivido y lo que no hemos vivido.

El director francés vuelve a contar con su guionista François Decodts, como ya hiciese en la mencionada Je suis un soldat, para armar una historia que acoge cuarenta años de la vida de Joan, es decir, una historia que va y viene, a través de los recuerdos de Joan Verra, tanto de joven como adulta, viviendo los momentos que han marcado su existencia, esos instantes que vuelven a nuestra memoria una y otra vez, como si el tiempo se hubiera detenido. Volvemos a experimentar cuando conoció a su primer amor, el tal Doug, en la Irlanda setentera, el nacimiento de su hijo Nathan, la huida de su madre, su trabajo como editora, la entrada en su vida de Tim Ardenne, todo contado a través de elegantes y sutiles flashbacks, desordenados y sin seguir ninguna línea racional, sino emocional, porque estamos en el interior de la protagonista, sintiendo sus emociones, experimentando con ella esos momentos que nos van definiendo el carácter y nuestra actitud ante la vida, viviendo o haciendo lo que podemos con las cosas que nos van pasando, en las alegrías y tristezas.

La excelente cinematografía de Céline Bozon, que ha trabajado con cineastas tan interesantes como Valérie Donzelli y Claire Simon, entre otras, consigue crear esa idea de sueño romántico que tiene toda la película, donde se huye del realismo para adentrarse en un viaje sentimental y duro de la protagonista, que sin aspavientos y con suma delicadeza, cambia de un tiempo a otro, matizando con sutileza todos los cambios, cambios que se decantan por la emocionalidad, más que por el realismo, la suave y acogedora música de Jérôme Rebotier con más de cuarenta bandas sonoras en su filmografía, también resulta hipnotizadora para una película que sienta todo su entramado en lo de dentro, y el gran montaje de Marie-Pierre Frappier, que repite con Larivière, que sabe centrar el volumen de hechos y lugares en una dinámica brillante y profunda, como en esos momentos donde la película se recoge en sí misma y mira hacia lo invisible.

En una película que necesita varios intérpretes para un mismo personaje, es imprescindible acertar no en la apariencia física, sino en los gestos y en las emociones que se quieren transmitir, y Larivière lo consigue con creces con un reparto lleno de miradas, gestos y no verbalidad con una apabullante y esplendorosa Isabelle Huppert convertida en maestra de ceremonias, qué poco hay que decir de ella, en un personaje complejo, que todo es hacia dentro, y ella lo hace de manera bella, con esa frialdad que la caracteriza, y sobre todo transmitiéndolo todo. La Huppert tiene a Freya Mayor, una actriz que transmite intimidad, haciendo de la Joan joven, y cumple con creces dando vida a una mujer enamorada, pero también desilusionada y sola. Al igual que Éanna Hardwicke en el rol de Doug de joven, con ese entusiasmo, esa vitalidad y ese ser. Florence Loiret Caille hace de Madeleine, la madre de Joan, una mujer llena de vida, que resulta una mujer inquietante y misteriosa para todas. El actor alemán Lars Eidinger hace de escritor maldito, un tipo ensombrecido y talentoso, atormentado por el amor a Joan, y finalmente, Swan Arlaud es Nathan, el hijo de la protagonista, dividido en tres etapas, de niño, de adolescente y joven, y con una relación muy peculiar con su madre, con muchas idas y venidas.

El cineasta francés ha construido una película hermosísima, que se ve sin dificultad y nos hace pensar mucho en nosotros mismos y la vida y las vidas que hemos y no hemos vivido, que no solo habla de los recuerdos durante cuarenta años de una vida, sino que va mucho más allá, porque se adentra en todo aquello que nos ha marcado: aquel amor, aquel hijo, aquella madre, y sobre todo, nos devuelve a nuestras reacciones, nuestros pensamientos y nuestras emociones, las que tuvimos y las que recordamos, y también, las que nos inventamos, porque si la vida, que no tiene sentido, como menciona la protagonista en alguno de los soliloquios que nos dirige, tiene mucho de ficción, de mentira, porque la realidad siempre es subjetiva, y además, nunca parece real, porque depende de lo que sintamos en ese momento, y no de la situación que estamos viviendo, en fin, toda una vida cabe en muy poco espacio, o quizás, la vida solo existe dentro de nosotros y fuera es otra cosa tan irreal que debemos inventarla para soportarla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los pasajeros de la noche, de Mikhaël Hers

UNAS VIDAS DURANTE LOS OCHENTA.

“Quedará lo que fuimos para otros. Trocitos, fragmentos de nosotros que quizá creyeron entrever. Habrá sueños de nosotros que ellos nutrieron. Y nosotros no éramos nunca los mismos. Cada vez éramos esos magníficos desconocidos, esos pasajeros de la noche que ellos se inventaron, como sombras frágiles, en viejos espejos olvidados en el fondo de las habitaciones”.

El universo del cineasta Mikhaël Hers (París, Francia, 1975), pivota sobre la idea de la ausencia, la que sufrían Lawrence y Zoé, novio y hermana de la fallecida Sasha en Ce sentiment de l’eté (2015), y David, que perdía a su hermana mayor y debía hacerse cargo de la hija de esta, Amanda en Mi vida con Amanda (2018). El mismo vacío que padece Élisabeth, una mujer a la que su marido acaba de dejar para irse a vivir con su novia en el lejano 1984. Un guion de libro, bien detallado que firman Maud Ameline, que vuelve a trabajar con el director después de Mi vida con Amanda, Mariette Désert y el propio director, que recoge el ambiente de aquellos años con sutileza, con momentos felices, tristes y agridulces.

La película arranca con unas imágenes reales, las de aquel 10 de mayo de 1981, el día que Mitterrand ganaba las elecciones francesas y se abría una etapa de euforia y felicidad. Inmediatamente después, nos sitúan en 1984, en el interior de las vidas de la citada Élisabeth y sus dos hijos, Judith, una revolucionaria de izquierdas en la universidad, y Matthias, un adolescente de 14 años, pasota y perdido. La llegada de Talulah, una chica de 18 años, que vive sin lugar fijo y frecuenta mucho la noche, cambiará muchas cosas en el seno de la familia, y sobre todo, los hará posicionarse en lugares que jamás habían imaginado. La mirada del director, que en la época que se sitúa su película era un niño, es una crónica de los hechos de verdad, muy humana y cercanísima, alejándose de esa idea de mirar el pasado de forma edulcorada y sentimentalista, aquí no hay nada de eso, sino todo lo contrario, en los que nos cuentan la idea de empezar de cero por parte de Élisabeth, una mujer que debe trabajar y tirar hacia adelante su familia, con la inestimable ayuda de un padre comprensivo y cercano.

La historia recoge de forma extraordinaria la atmósfera de libertad y de cambio que se vivía en el país vecino, con momentos llenos de calidez y sensibilidad, como esos momento en el cine con los tres jóvenes que van a ver Las noches de luna llena, de Éric Rohmer, protagonizada por la mítica actriz Pascal Ogier, desaparecida en 1984, una referencia para Talulah, con la que tiene muchos elementos en común, el momento del baile que da la bienvenida a 1988, y qué decir de todos los instantes en la radio con el programa que da título a la película, “Los pasajeros de la noche”, para todos aquellos que trabajan de noche, y todos aquellos otros que no pueden dormir, y necesitan hablar y sentirse más acompañados. A través de dos tiempos, en 1984 y 1988, y de dos miradas, las de madre e hijo, la película nos habla de muchas cosas de la vida, cotidianas como el despertar del amor en diferentes edades, la soledad, la tristeza, la felicidad, la compañía, aceptar los cambios de la vida, aunque estos no nos gusten, y demás aspectos de la vida, y todo lo hace con una sencillez maravillosa, sin subrayar nada, sin dramatizar en exceso los acontecimientos que viven los protagonistas.

Como ya descubrimos en Mi vida con Amanda, que se desarrollaba en la actualidad, Hers trabaja con detalle y precisión todos los aspectos técnicos, donde mezcla fuerza con naturalidad como la formidable luz que recuerda a aquella ochentera, densa y luminosa, que firma un grande como Sébastien Buchman, con más de 70 títulos a sus espaldas, un exquisito y detallista montaje de otra grande como Marion Monnier, habitual en el cine de Mia Hansen-Love y Olivier Assayas, que dota de ritmo y ligereza a una película que abarca siete años en la vida de estas cuatro personas que se va casi a las dos horas. Un reparto bien conjuntado que emana una naturalidad desbordante y una intimidad que entra de forma asombrosa con un excelente Didier Sandre como el padre y el abuelo, ayuda y timón, que en sus más de 70 títulos tiene Cuento de otoño, de Rohmer, Megan Northam es Judith, la hija rebelde que quiere hacer su vida, la breve pero intensa presencia de Emmanuelle Béart haciendo de locutora de radio, solitaria y algo amargada.

 Mención aparte tiene el gran trío que sostiene de forma admirable la película como Quito Rayon-Richter haciendo de Matthias, que encuentra en la escritura y en Talulah su forma de centrarse con el mundo y con el mismo, con esos viajes en motocicleta, que recuerdan a aquellos otros de Verano del 85, de Ozon, llenos de vida, de juventud y todo por hacer, una fascinante Noée Abita, que nos encanta y hemos visto en películas como GénesisSlalom y la reciente Los cinco diablos, entre otras, interpretando a Talulah, que encarna a esa juventud que no sabe qué hacer, y deambula sin rumbo, sola y sin nada, que conocerá el infierno y encontrará en esta familia un nido donde salir adelante, y finalmente, una deslumbrante Charlotte Gainsbourg, si hace falta decir que esta actriz es toda dulzura y sencillez, como llora, como disfruta, ese nerviosismo, esa isla que se siente a veces, como mira por el ventanal, con ese cigarrillo y esa música, que la transporta a otros tiempos, ni mejores ni peores, y ese corazón tan grande, que nos enamora irremediablemente. Nos hemos a emocionar con el mundo que nos propone Mikhaël Hers, que esperemos que siga por este camino, el camino de mirar a las personas, y describiendo con tanta sutileza y sensibilidad la vida, y sus cosas, esas que nos hacen reír, llorar y no saber lo que a uno o una les pasa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Corazones valientes, de Mona Achache

LOS NIÑOS ESCONDIDOS EN EL BOSQUE.

¡Para un corazón valiente, nada es imposible!

La directora francesa de origen marroquí Mona Achache (París, Francia, 1981), recupera la experiencia de su abuela Suzanne, que fue una niña judía que se escondió de los nazis, a la que ya le dedicó el cortometraje Suzanne de 2006, en una película que se enmarca dentro de la fábula entre el drama realista, el rigor histórico, la aventura de supervivencia en la naturaleza, el terror cotidiano y la amistad, el compañerismo y el tránsito a la edad adulta de un grupo de niños que comprenden tres tiempos diferentes. Tenemos a Hannah y Jacques que están en plena efervescencia de la adolescencia, dejando la infancia y convirtiéndose en esos primeros años de adultez donde todavía todo es diferente y demasiado sorpresivo. Luego, están Josef y Clara, que tienen unos años menos, todavía en esa infancia final, en la que entienden muchas cosas de los adultos y todavía quieren jugar a su manera. Y finalmente, tenemos a la pareja de hermanos Léon y Henriette, los benjamines de este peculiar grupo de niños huidos, que apenas andan por los siete u ocho años, unos pequeños que deberán ser protegidos por los mayores. Los acompañará Paul, un chaval de la zona que también anda solo.

Unos niños que huyen bajo el amparo de Rose, una de esas mujeres que trabajan en la conservación de las obras de arte del museo Louvre que, aprovechará su posición para salvar a estos niños en peligro, cosa que le enfrentará al conservador, y aún más, tendrán la ayuda del cura del lugar, un pueblo cercano al Castillo de Chambord, lugar donde se custodiaban las obras por el avance de los nazis. Achache que presenta su tercer largometraje después de El erizo (2009), basado en la exitosa novela de Muribel Barbery, en la que reunía en un piso a varios personajes peculiares, y Las gacelas (2014), que seguía los pasos de una treintañera y su grupo de amigas, amén de varios trabajos para la televisión y en el campo documental, cambia de registro con Corazones valientes, y nos lleva hasta el verano de 1942, en plena naturaleza, donde el enemigo se ve poco pero está todo el rato muy presente, contándonos un relato bajo la mirada de los niños, desde donde veremos la película y su experiencia a modo de diario, en una historia donde hay pocos momentos de desasosiego y paz, porque la amenaza de los nazis es constante, un peligro que sentimos en cada plano de la película.

Una película escrita a cinco manos en las que han intervenido Christophe Offenstein, Jean Cottin, Anne Berest, Valérie Senatti y la propia directora, en la que se huye completamente de los lugares trillados que en muchas ocasiones llenan las películas con niños, y también, alejan ese sentimentalismo facilón de lágrima fácil, para construir una película con alma y corazón, llena de verdad, de amistad y cooperativismo, situando en el foco a los anónimos que pusieron su vida en peligro para ayudar a los que más vulnerables y necesitados estaban, a todos aquellos que ante los nazis no hincaron su rodilla y se mantuvieron firmes en su propósito de libertad y esperanza cuando el nazismo tiñó el mundo de una oscuridad y terror indescriptibles. Cabe destacar el grandioso trabajo técnico tanto de luz que firma Isarr Eiriksson, el montaje de Béatrice Herminie, el sonido de Quentin Colette, Joey Van Impie y Thomas Gauder, y la música de Benoit Rault para Hitnrun, que opta por la composición más de ahora que de la época que describe, dotando a la historia ese componente de atemporalidad, de cuento y de libertad a pesar de la guerra y la crueldad.

Aunque si Corazones valientes destaca enormemente es en el implacable trabajo de casting de Julie David, que ha reclutado a estos siete niños y niñas, muchos de ellos debutantes o con poca experiencia, amén del personaje de Clara, que interpreta Lilas-Rose Gilberti, que tiene experiencia en varios trabajos televisivos, los demás muy poco o es su primera vez, como Maé Roudet-Rubens que hace de Hannah, Léo Riehll es Jacques, Josef es Ferdinand Redoulox, Henriette es Asia Suissa-Fuller, Léon es Luka Haggège y finalmente, Paul es Félix Nicolas, muy bien acompañados por los adultos con una esplendorosa Camille Cottin como Rose, esa hada madrina para todos los niños, que ya había trabajado con Achache en Las gacelas, que la hemos visto en muchas comedias, y en películas tan interesantes como Habitación 212, de Christophe Honoré, y La casa Gucci, de Ridley Scott, entre otras. Swan Arlaud como el conservador, siempre elegante y perfecto, en un personaje egoísta y con mucho miedo, un actor que nos encanta que hemos visto en películas de Stéphane Brizé, François Ozon, Claire Simon, entre otros, y Patrick D’Assumçao, un actor de clase que recordamos de El desconocido del lago, de Alain Giraudie, La muerte de Luis XIV, de Albert Serra, por citar un par. Achache ha hecho una película muy interesante y humanista, que tiene el aroma de otros grandes títulos enmarcados en el mismo contexto como la grandiosa La infancia de Iván (1962), de Andréi Tarkovski, donde también un niño solo intentaba salvar la vida. Un cine humanista, lleno de sabiduría, y sobre todo, un cine para ver, aprender y reflexionar, alguien da más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sundown, de Michel Franco

EN LA CIUDAD QUEMADA.

“Estoy cansada de tratar de llenar mis espacios vacíos con cosas que no necesito y personas que no me gustan”

Virginia Woolf

Las familias desordenadas y la violencia que azota la sociedad mexicana son dos de los elementos imprescindibles en el cine de Michel Franco (Ciudad de México, 1979). El director mexicano ha abordado los conflictos personales y familiares en sus siete largometrajes hasta la fecha. A partir de relatos íntimos y sencillos, los problemas se desatan en una inexistente unidad familiar, siempre enturbiada por la falta de comunicación, viéndose inmersa en la mentira, la distancia y la violencia. Después de Nuevo orden (2020), una película que abordaba la lucha de clases, otro elemento indispensable en su filmografía, y profundizaba en la violencia como una enfermedad difícil de erradicar en México. Con Sundown, vuelve al cine intimista y de pocos personajes, profundizando en la desunión familiar que tanto le interesa al director mexicano, a través de la figura de Neil, un tipo ambiguo del que poco sabemos de su vida, solo que finge el olvido del pasaporte para no volver a Inglaterra con su hermana y los hijos de esta, cuando la madre muere súbitamente. En cambio, deja el hotel lujoso en Acapulco, en la costa sur del país, y se va a un hotel de medio pelo en un barrio popular junto al mar, en un gesto premonitorio en su particular descenso a los infiernos.

La historia sigue a Neil Bennett, del que iremos descubriendo muy poco a poco lo que hace y lo que va sintiendo, aunque siempre de forma sutil, como es habitual en Franco, porque todo se va ennegreciendo dentro de una cotidianidad que hace daño de lo cercanísima que resulta. Neil conoce a Berenice, no es causal el nombre, una mujer que trabaja vendiendo souvenirs, con la que entabla una relación sentimental y sexual. La nueva vida de Neil y su estado emocional, recuerda mucho a Paul, el personaje que interpretaba Bruno Ganz en la maravillosa En la ciudad blanca (1983), de Alain Tanner, un marino que sin nada que hacer, deambulaba por el Lisboa del 82 y conoce a Rosa, una mujer con la que pasará el tiempo. Tanto Franco como Tanner se alejan del relato al uso, adentrándose en el estado emocional del individuo que retratan, en una idea de letargo o ensoñación que experimentan ambos personajes. Son hombres que parece que fueron, porque ahora mismo no son, se dejan llevar por la ciudad, por el sol, por la mujer que conocen, en una experiencia de olvidarse de todo, de todos, y sobre todo, de ellos mismos.

Franco nos sitúa en la ciudad costera de Acapulco, una ciudad que, al igual que el personaje, también fue antaño una ciudad diferente. Ahora, una urbe de vacaciones en el que todo parece enturbiado, porque en cualquier momento puede estallar una violencia soterrada que contamina la ciudad y el país. Una tranquilidad extraña y muy tensa como suele ocurrir en la filmografía del director mexicano, donde la violencia siempre irrumpe de forma salvaje y sin concisiones, una violencia que descoloca a los personajes y los lleva a la oscuridad más brutal, una violencia que se torna cotidiana, demasiado cotidiana. La cinematografía de Yves Cape, todo un referente en el cine más vanguardista francés con nombres tan ilustres como los de Bruno Dumont, Claire Denis, Leos Carax y Bertrand Bonello, entre otros, que ha trabajado en las cuatro últimas películas del cineasta mexicano, otorga esa luz donde el sol abrasador es parte intrínseca de todo lo que está sucediendo al personaje principal, donde lo cotidiano se apodera del relato, una intimidad que está filmada como si un documental fuese, en que la inquietud está presente en cada encuadre de la película.

El estupendo trabajo de montaje que firman el propio director junto a Óscar Figueroa, otro de los nombres imprescindibles del cine mexicano con más de medio centenar de películas en su haber, condensando una trama que abarca los ochenta y tres minutos de metraje, en el que se cuenta todo lo imprescindible, y sobre todo,  con un buen ritmo y agilidad, sin caer en lo superfluo y mucho menos en lo evidente, siempre de forma sutil, profundizando en la existencia de Neil, que no estaría muy lejos de aquellos pistoleros cansados y envejecidos que solo buscan un poco de paz, algo de sol, un trago y quizás, algo de compañía. La maravillosa presencia de Tim Roth, que repite con Franco después de la interesante Chronic (2015), amén de coproducir la película, en otro personaje silencioso y solitario, del que poco sabemos. Un personaje hermético y espectral, que parece que la vida ya no le dice nada o tal vez, él ya se ha cansado de su familia enriquecida con el negocio de la carne, y de esa forma de vivir lujosa y vacía. Le acompañan una fantástica Charlotte Gainsbourg, hermana del protagonista, en las antípodas del personaje de Roth. Iazua Larios como la Berenice que se cruza con Neil, y Henry Goodman como Richard, el amigo y abogado de los millonarios Bennett. Franco nos invita a tomar el sol en Acapulco, a pasear y contemplar la vida con Neil, o con lo que queda de él, porque todos somos un poco como el protagonista, en un momento de nuestras existencias, solo querremos tomar el sol, olvidarnos de nosotros y vagar sin rumbo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los amores de Anaïs, de Charline Bourgeois-Tacquet

ANAÏS SE ATREVE A VIVIR.

“Lo realmente bueno es luchar con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión, perder con clase y atreverse a ganar, porque el mundo pertenece a quienes se atreven a vivir, la vida vale demasiado como para ser insignificante”

Charles Chaplin

Anaïs tiene treinta años, va de un lado a otro, no se detiene, es inconstante y extremadamente despreocupada, se deja llevar por lo que siente, por lo que desea, no tiene punto medio, conoce la incertidumbre y la fragilidad de la vida y la fugacidad de los sentimientos. Su vida es pura agitación, inquietud, se deja llevar por la vida, por la pasión de vivir, en el aquí y ahora, se entrega al sexo, y quizás, al amor, sin pensar en lo pasado y mucho menos en lo que vendrá. Anaïs habla sin parar, es arrolladora, no escucha, solo habla, y siempre está en movimiento, porque si se detiene se pondrá a pensar, y Anaïs quiere vivir la vida. La directora francesa Charline Bourgeois-Tacquet debuta en el largometraje con una película escrita por ella misma que se mueve entre la comedia ligera y el drama más intenso, pero que, al igual que su protagonista, no se detiene en lamer sus heridas, porque la vida continúa.

El relato se posa completamente en su criatura, la citada Anaïs, que tiene a una arrolladora y fascinante Anaïs Demoustier como la piel, el cuerpo y la mirada de un actriz en estado de gracia, el timón de mando de una película que habla mucho de los tiempos actuales, de los jóvenes actuales, de las mujeres que cumplidos los treinta, empiezan a darse cuenta que la vida era esto, o quizás, nunca habían pensado que sería de sus vidas y se la encuentran de bruces al otro lado de la esquina. Anaïs cree que está enamorada de su novio, pero no lo sabe con certeza. ¿Hay alguien que lo sepa?. Conoce de casualidad a Daniel y se enrolla con él. Daniel es un hombre maduro, ¿felizmente casado?, con una vida aburguesada sin más. Aunque todo cambiará para Anaïs cuando se tropieza con Émilie, la mujer de Daniel, y además una escritora a la que admira, porque, entre otras cosas, Anaïs quiere o no, nunca se sabe con ella, dedicarse a escribir o quizás eso era antes. La joven se queda fascinada por la escritora madura y se pega a ella, olvidándose de su trabajo y de todo lo que no tenga que ver con este nuevo y maravilloso encuentro y amistad.

La vida agitada e inquieta y apasionada y apasionante de Anaïs tendría un precedente en la película corta Pauline asservie (2008), que Bourgeois-Tacquet, en un personaje con muchos parecidos a Anaïs, que también interpretaba la propia Anaïs Demoustier, y tenía al cinematógrafo Noé Bach en la luz, esta luz soleada y libre, que baña con claridad y cercanía esos lugares, sobre todo, rurales y costeros. Una vida agitada e inquieta y apasionada con la compañía de la maravillosa música de Nicola Piovani, un compositor con más de 200 bandas sonoras realizadas, entre los que destacan Fellini, los Taviani, Moretti, Benigni, entre muchos otros, y el montaje de Chantal Hymans (la editora habitual de Christophé Honoré), un trabajo que respira y se mueve a la misma velocidad de crucero que la protagonista, eso sí, con algunos momentos, pocos, de detenerse y mirarse, como la magnífica secuencia de la playa. Anaïs Demoustier, con su apariencia juvenil, sensual y arrolladora, compone una fascinante e increíble Anaïs, en un personaje que le va como anillo al dedo, con toda esa fragilidad del mundo, con todo su encanto, con toda su locura, con todo su no parar, toda su despreocupación, toda su complejidad, que cae bien pero con matices, que se enfrenta al drama, con movimiento, sin pensar, sino haciendo, aunque tenga sus indecisiones y deseos frustrados y demás.

Le acompañan una magnífica Valeria Bruni Tedeschi, una actriz enorme que nos sigue asombrando con sus personajes tan diferentes y humanos. Su rol es el espejo contrario de Anaïs, la madura escritora, con aparentemente vida burguesa y tranquila, con esa mirada en paz y una vida apasionante con la literatura como deseo inquebrantable y profundo. En una película tan femenina, la presencia de un personaje como Daniel, interpretado fabulosamente bien por Denis Podalydès, que ejerce como ese hombre maduro y machito que no quiere perder su estatus aunque no lo valore en su profundidad. Los amores de Anaïs es una comedia romántica bien ejecutada, y perfectamente contada y llena de vida, amor, pasión y deseo, con ese aroma que tenían las películas morales de Rohmer, con sus paisajes veraniegos, rurales y llenos de encanto y tristeza, donde ocurrían las cosas y las circunstancias más inesperadas, y también algunas películas de woody Allen y Desplechin, con esos personajes inseguros, vitales y llenos de dolor y humor, porque la vida, al fin y al cabo, tiene todo de eso, depende de uno de cómo le afecten las cosas que nos suceden y cómo las enfrentamos a los demás, y las consecuencias que tienen todas esas acciones, cosa que Anaïs lo sabe o no, pero sí que es cierto, que la joven lo vivirá y luego, ya veremos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El pacto, de Bille August

LA ESCRITORA Y EL JOVEN POETA.

“Te conoceré no por tu rostro, sino por la máscara que llevas”

Karen Blixen

La película se abre de forma elegante, seductora y oscura, con esa inquietante imagen de Karen Blixen mirándose en un espejo. ¿Quién es realmente la genial escritora? La imagen de alguien que observa en el espejo el paso del tiempo y su vejez, o quizás, es esa otra imagen reflejada en el espejo, una imagen que guarda una alma rota, desesperada y muy oscura. Un maravilloso juego con los espejos que nos iremos encontrando a lo largo de toda la trama. El pacto, que se basa en las memorias del poeta danés Torkild Bjornvig, en las que detalla minuciosamente su tumultuosa y manipuladora relación con la escritora danesa Karen Blixen, nombre real del pseudónimo más conocido de Isak Dinesen, con el que firmó la famosa Memorias de África, entre otras. La película aborda ese período que va del año 1948 a 1955, cuando el joven poeta fue apadrinado por la madura escritora, conduciéndolo por el lado oscurísimo de la condición humana, a partir de acciones y consejos muy discutibles, todos para convertirlo en un gran escritor y poeta.

El cineasta Bille August (Brede, Dinamarca, 1948), lanzado al panorama internacional con Pelle el conquistador (1987), durísimo drama sobre la inmigración sueca de finales del XIX, le siguieron Las mejores intenciones (1992), con guión del grandísimo Bergman, un extraordinario drama familiar, que le valió los grandes reconocimientos del año, de ahí a las producciones internacionales como La casa de los espíritus, Los miserables, entre otras, que compagina con las producciones más íntimas en su Dinamarca natal, con producciones tan notables como Marie Kroyer (2012), y Corazón silencioso (2014), estupendo alegato a favor de la forma de decidir el final de la vida. Con el mismo guionista de esta última, Christian Torpe, se ha puesto manos a la obra para dirigir una obra íntima y muy inquietante, entre dos seres antagónicos, donde se juega a la seducción, tanto a seducir como ser seducido, y a las malas artes que entran en escena como la manipulación, la mentira y la lucha imperiosa por querer ser necesitado.

Una película excelente en su ejecución, tanto en su forma como en su fondo, con una extraordinaria cinematografía del chileno Manuel Alberto Claro, que ha trabajado en muchas de las últimas películas de Lars von Trier, el gran trabajo de edición que firman un viejo conocido del director, Janus Billeskov Jansen, que lleva con él desde Pelle el conquistador, junto a Anne Osterud, que han trabajado juntos en las películas de Thomas Vinterberg, el gran trabajo de diseño de producción de Jette Lehmann, que repite con August, y ha colaborado con von Trier, el exquisito diseño de todo el vestuario de Anne-Dorthe Eskildsen, y la formidable música de Frédéric Vercheval, que sabe conjugar toda esa trama inquietante que cubre toda la película, con todo el entramado de miradas y silencios que llenan toda la acción, con el  Piano Sonata No. 20 in A Major, D. 959 de Franz Schubert, convertido en leit motiv de toda la trama. Todos los detalles de la película brillan por su elegancia y sensibilidad, todos compuestos para materializar una obra que nunca se pierde, y acoge muy bien y con tacto cada uno de los ciento quince minutos del metraje, llevándonos de la mano por una relación que gusta y repele a partes iguales, que parece brillar y en otras ocasiones, se llena de infiernos, esos espacios de los que uno sabe como entra, pero nunca cuando va a salir, y sobre todo, en qué estado.

La casa familiar en Rungstedlund se convierte en el centro de todo, donde todo se cuece, y donde todo sucede, donde la veterana escritora puede manipular a su antojo al joven poeta, que sin medir concienzudamente las consecuencias se lanza al abismo que le brindan en bandeja. Uno de los elementos que más cuida de sus obras el cineasta danés es la interpretación, porque en El pacto, nunca vemos ninguna composición desajustada o falta de credibilidad, al contrario, todos los intérpretes brillan con sensibilidad, creando todo ese universo de silencios, miradas y relaciones, unas más oscuras que otras, y todas que les dejarán una huella imborrable, quizás demasiada. Empecemos por los de reparto, con esas dos mujeres de la vida del joven poeta. Por un lado, su mujer Grete, que hace Nanna Skaarup Voss, madre de su pequeño hijo, una humilde y tranquila bibliotecaria, que se verá absorbida por los acontecimientos, y deberá luchar por su vida y su hogar. En el otro lado, tenemos a Benedicte Jensen, que interpreta Asta Kamma August, la mujer del adinerado, amiga de la escritora, que establece una relación demasiado íntima con Torkild, que los llevará a cuestionarse demasiadas cosas que creían inquebrantables, como la naturaleza de amar y el significado del amor.

Simon Bennebjerg, al que vimos en el reparto de The Guilty (2018), es el joven poeta Bjornvig, un tipo que cambiará y mucho a lo largo de la película, alguien que no sabe en qué jardín se está metiendo, un espacio que parece maravilloso, pero en él que descubrirá sus infiernos, y eso le hará tambalear y de qué manera, su hasta entonces apacible y aburrida vida. Y finalmente, la soberbia composición de Birthe Neumann (una gran actriz danesa que ha brillado en teatro y en cine con von Trier y Vinterberg), entre otros, que se enfunda en la piel arrugada y carácter maligno de Karen Blixen, mostrándonos un rostro o una máscara que desconocíamos en absoluto, muy alejada de esa otra imagen de la mujer que vivió en África, que tuvo que vender su propiedad y soportar el dolor de perder por accidente a su gran amor Denys Finch Hatton, y regresar a su tierra Dinamarca y convertirse en una celebridad y una mentora para jóvenes intelectuales como Torkild. Un buen ejercicio es ver Karen, la película minimalista, evocadora y magnífica, que hizo el año pasado María Pérez Sanz de los años africanos de la escritora, y El pacto, de August, para ver dos rostros muy distintos de una mujer que fue muchas cosas: una extraordinaria escritora, una aventurera, una valiente, y también, una pérfida manipuladora, cuando el dolor, tanto físico como emocional, llenó sus últimos días. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El espía honesto, de Franziska Stünkel

EL HOMBRE QUE NO QUERÍA SER DE LA STASI.

“La conciencia es el mejor libro moral que tenemos”.

Blaise Pascal

La segunda película de Franziska Stünkel (Göttingen, Alemania, 1973), es un potentísimo drama político con el tono sobrio y frío que tienen los thrillers psicológicos construidos con mano firme y de una solidez sobrecogedora. La trama nos sitúa en el Berlín oeste de 1981, en la piel de Franz Walter, un prominente científico que sus capacidades lo llevan a trabar para el Ministerio de Seguridad del Estado de la RDA, más conocida como la Stasi, en el departamento de Deportes. La cuestión es espiar y devolver lo antes posible a un par de futbolistas que han desertado a la Alemania Federal. Todo cambia cuando las actividades empiezan a tornarse de un color muy negro y se pasa al chantaje, la extorsión, las mentiras y la persecución sistemática, situaciones que afectarán psicológicamente a Franz, que le harán cuestionarse su moral. Stünkel fue alumna de Mogens Rukov (1943-2015), guionista danés e ideólogo del Movimiento “Dogma”, y compagina su trabajo de fotógrafa con el de cineasta, en el que había debutado con la película Vineta (2008), que indagaba en las consecuencias nefastas de los empleos ejecutivos actuales.

Con El espía honesto (del original “Hanschuss”, traducido como “A quemarropa”), se adentrada en la piel, el cuerpo y la mente de Franz Walter, inspirado en la vida real de Werner Teske. Un tipo que cree que tiene un gran trabajo, en el que se le valora y puede escalar posiciones y ser muy reconocido a nivel oficial. Pero, todo se tuerce cuando lo trasladan en misión oficial a Alemania Occidental. Allí, las acciones que realiza atentan contra su conciencia y empieza una espiral de lucha interna agobiante en que Walter está encerrado en un bucle donde sus compañeros se convierten en sus enemigos y su único deseo es abandonar y desertar. La película no está muy lejos de la forma y el fondo de películas de espías recientes como La vida de los otros (2006, Florian Henckel von Donnersmarck), El topo (211, Tomas Alfredson), El oficial y el espía (2019, Roman Polanski), La mujer del espía (2020, Kiyoshi Kurosawa), y El espía inglés (2021, Dominc Cooke), donde se huye de las acciones espectaculares, de los escenarios comunes y los tics habituales de estas películas, para construir una película de verdad, con una autenticidad que encoge el alma.

La película se desarrolla exclusivamente en interiores, y sin música añadida, cosa que le da un aspecto muy cercano y real, donde abundan las situaciones de gran calado emocional, en la que destaca una grandísima ambientación, cuidada al más mínimo detalles, utilizando decoradores reales como los del Ministerio de Seguridad del estado (Stasi), y la prisión de Hohenschönhausen, entre otros, acompañados de unos personajes de carne y hueso, y sobre todo, una profundidad en las cuestiones psicológicas que ayudan a entender en las derivas emocionales que se hallaban sus protagonistas. La excelente, fría y apagada luz que firma el cinematógrafo Nikolai von Graevenitz, que ha trabajado mucho en el documental, ayuda a introducirnos en esa atmósfera pérfida y asfixiante en el que se encuentra Walter. El ágil y reposado montaje de Andrea Mertens condensa con eficacia sus ciento quince minutos de metraje que, en ningún momento, pierden un ápice de interés, y la trama coge un in crescendo absolutamente impresionante, donde sufrimos enormemente junto al personaje principal.

Un policíaco sobre la conciencia moral, como los de antes, como los que hacían los Lang, Hawks, Hitchcock o Walsh, entre otros, necesitaba irremediablemente un reparto a la altura de sus imágenes y complejidad, y se ha conseguido con un trío de estupendos intérpretes como Dirk hartmann, un actor con amplia experiencia en el cine alemán, en la piel de Devid Striesow, el supervisor de Walter, con Luise Heyer, que ha trabajado con gente como Christian Petzold, interpreta a Corina, la mujer del protagonista, una mujer en la sombra que a medida que avance el metraje irá revelándose cada vez más. Y finalmente, la extraordinaria interpretación de Lars Eidinger, un actor de primer nivel que tiene en su filmografía a grandes nombres del cine europeo como Maren Ade, Olivier Assayas, Claire Denis y el citado Henckel von Donnersmarck, se mete en la piel del desdichado Franz Walter, un tipo que se mete en una encrucijada entre ser fiel a sí mismo o a su país, en seguir siendo un miserable a favor de su patria o un desertor, entre un asesino o un hombre honesto. Stünkel ha construido una película magnífica, llena de lugares oscuros, que indaga de forma magistral y profunda sobre las consecuencias psicológicas de un hombre bueno, de alguien que quiso detenerse y virar hacia otro lugar, de alguien que se reveló contra lo establecido, de alguien que se levantó contra su país, y sobre todo, a favor de lo que creía humano, en una película tristemente actual con la proliferación de sistemas autoritarios en muchos países, enarbolados de la bandera de la libertad y demás patrañas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Una librería en París, de Sergio Castellitto

LA LIBRERÍA A LA VUELTA DE LA ESQUINA.  

“Somos simplemente dos almas perdidas nadando en una misma pecera”

Pink Floyd

El intérprete Sergio Castellitto (Roma, Italia, 1953), se ha labrado una fructífera carrera que abarca más de cuatro décadas como actor a las órdenes de grandes nombres del cine europeo como Von Trotta, Ferreri, Tornatore, Rivette, Bellocchio, Amelio, y Ettore Scola, con el que trabajó en La familia y Competencia desleal. Del gran cineasta italiano rescata uno de sus guiones, que escribió con el excelente guionista Furio Scarpelli, en una versión que coescribe con Margaret Mazzantini, musa, guionista y escritora en los siete títulos como director de Castellitto. Una obra intermitente que ha ido cociendo a fuego lento entre sus trabajos como actor. Una filmografía heterodoxa e interesante, mostrando mucha sensibilidad por las personas que transitan por los márgenes, todas esas almas invisibles y desarraigadas que luchan a diario para mantenerse a flote. Una trayectoria que se ha movido entre la comedia con Libero Burro (1999), su opera prima, y La belleza del somaro (2010), aunque sus trabajos más interesantes se han construido a través de intensos y profundos dramas como los que hizo con Penélope Cruz en No te muevas (2004) y Volver a nacer (2012), y otras propuestas como Nessuno si salva da solo (2015) y Fortunata (2017).

En Una librería en París (Il materiale emotivo, en el original), su relato se encamina hacia otros lares de la comedia como lo romántico, la que roza el melodrama, como suele ocurrir en todas las comedias con empaque, centrándose en un tipo que se llama Vincenzo, interpretando por él mismo Castellitto, que reside en París, en un barrio que podría ser Montmartre, u otro con ese aroma a añejo y bello, y regenta una librería llena de libros antiguos, con solera, de publicaciones extraordinarias y únicas, una especie de oasis en este mundo y en cualquier otro. En la parte de arriba del establecimiento, vive Albertine, su hija veinteañera que se quedó parapléjica en un desafortunado accidente. Todo parece ir como otro día más, con los quehaceres cotidianos: el doctor que atiende a la hija, la mujer que le ayuda, el profesor que roba libros, el camarero que trae el expreso recién hecho, y algún que otro cliente despistado que busca el libro o el regalo tan deseado. Todo va a cambiar, de repente, como suceden las cosas en la vida, de forma inesperada, con la entrada en la librería, como una exhalación, de Yolande, una alocada, excéntrica e insegura actriz que está ensayando en el teatro de enfrente.

La trama arranca cuando los dos protagonistas tienen conciencia de la soledad del otro, como atraídos por sus respectivas circunstancias y vacíos. Porque como suele ocurrir, sin nada extraordinario que suceda, como si nada, sin apenas darse cuenta, Vincenzo y Yolande entablan una bella amistad, porque son dos extraños, porque son tan diferentes, porque están en el mismo estado emocional, porque son dos islas incomprendidas en un mundo que va demasiado rápido para ellos, una sociedad demasiado tecnológica, una sociedad enferma y vacía. Castellitto compone una película rodada a la vieja usanza, en estudio, como las de antes, con ese aroma del viejo Hollywood clásico, con todo ese artificio que la película acoge y no reniega de él, todo lo contrario, le saca un partido extraordinario, con esas pequeñas historias y retratos que se van sucediendo. La hermosa y sensible luz del cinematógrafo Italo Petriccione (que ha trabajado en películas de Salvatores y Virzì, entre otros, con más de tres décadas de carrera), ayuda a crear ese pequeño microcosmos de fantasía, de irrealidad, pero tan lleno de vida, de miradas y soledades.

El estupendo y ágil montaje de Chiara Vullo, que ya había trabajado con Castellitto en Nessuno si salva da solo y Fortunata, es un gran trabajo de concisión totalmente entregado para la historia sobre el amor que se cuenta, una mirada sobre la belleza del amor, sobre el encuentro de dos almas perdidas, de dos almas cansadas de todo, en esos momentos donde la vida parece detenida, y todo parece encajar, pero siempre nos sorprende, y nos hace cambiarlo todo, o no. Sergio Castellitto interpreta con maestría y sobriedad a Vincenzo, un hombre como cualquier otro, que no estaría muy lejos de Alfred Kralik, el tímido vendedor que hacía James Stewart en la maravillosa El bazar de las sorpresas (1940), del maravilloso Lubitsch, un tipo tranquilo, con sus libros llenos de polvo, pero tan valiosos, llenos de vidas y sabiduría, que constantemente hace una reivindicación al libro, sus autores y sus historias tan imperecederas, resistentes y mágicas. La joven Matilda De Angelis, la joven actriz que hemos visto en títulos como Veloz como el viento y El premio, interpreta a la callada y amargada Albertine.

El alma mater del relato, la magnífica presencia de una actriz dotada para todos los registros, con una naturalidad desbordante y una actitud encantadora como Bérénice Bejo, que tiene en su haber grandes nombres como Farhadi, Bellocchio o Trapero, es la perfecta y atolondrada heroína, con un corazón enorme, una actriz tan perdida y sola como Vincenzo, pero que quizás, encuentre su lugar, su espacio, su descanso, y sobre todo, el amor con Vincenzo. Castellitto cimenta una película muy acogedora, llena de magia y con ese aroma tan característico de la fábula, que no estaría muy lejos de la Amelie, de Jeunet, de esos cuentos con personajes como nosotros, anónimos, a los que hay que acercarse mucho para verlos de verdad, porque están ocultos en el enjambre de las grandes ciudades, perdidos en esos barrios periféricos, e incrustados en esos barrios que no son gran cosa, y donde pasan las mejores cosas, donde te puedes tropezar con una librería como las de antes y siempre, con esos personajes que parecen que dejaron de existir, con esa humanidad y esencia que todavía se mantiene en algunos lugares de no se sabe dónde, peor que si te detienes y miras a tu alrededor, aparecerán cuando menos los esperes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un bocado exquisito, de Christoffer Boe

LA PUTA ESTRELLA.

“El que quiere arañar la luna, se arañará el corazón”.

Federico García Lorca

Erase una vez la historia de Maggie y Carsten, amantes de la alta cocina, se enamoran y tienen dos hijos, y regentan el Maus, uno de esos lugares referentes de la escena gourmet de Copenhague. Aunque a su dicha le falta algo, el sueño de tener una estrella Michelin, que posicionará a su restaurante y a su comida el lugar que ellos consideran que debe estar. El nuevo trabajo de Christoffer Boe (Rungsted, Dinamarca, 1974), vuelve a hablarnos del amor, como hicieron sus celebrados trabajos anteriores como Reconstruction (2003), Allegro (2005), Offscreen (2006), y Beast (2011), entre otros, a la que añade otro elemento, el de la ambición, una ambición desmedida que no solo afectará a la pareja protagonista en su trabajo, sino en su relación. Una ambición que les sumergirá en las partes más oscuras de la condición humana. El guion lo firman el propio director y Tobías Lindholm, célebre director de obras tan contundentes como Secuestro (2012), y Una guerra (2015), amén de intensos guiones para Thomas Vinterberg en las exitosas La caza, La comuna y la más reciente Otra ronda.

Una producción inteligente y audaz donde encontramos a otra figura del cine danés como Louise Vesth, que ha producido algunas de las mejores películas de Lars Von Trier como Melancolía, Nymphomaniac, entre otras. Manuel Alberto Claro, cinematógrafo en buena parte de la filmografía de Boe, vuelve a construir una luz muy oscura, y muy cercana, que profundiza de manera sobresaliente en todas los laberintos emocionales y oscurísimos a los que van cayendo la pareja protagonista. Aunque el marco que utiliza el director danés sea la alta cocina, muy de moda en los tiempos actuales, su retrato de este tipo de cocina es meramente un marco para hablarnos de temas más interesantes como el constante enfrentamiento entre el trabajo y la vida, y el trabajo entendido como un medio para conseguir toda esa felicidad que creemos importante para nuestras existencias, lo material frente a la vida, y sobre todo, frente al amor y los tuyos. La estructura de la película es otro de los elementos interesantes de la historia, ya que aunque buena parte de la cinta se desarrolla en el tiempo actual, en el relato se van añadiendo capítulos a modo de flashbacks, donde nos van contando ciertos aspectos claves en la relación de la pareja, sumamente importantes para el devenir de los hechos del presente. Boe los construye con una elegancia enorme, de forma intensa, con esa cámara al hombro, en relación estrechísima con las derivas emocionales que van sufriendo sus personajes, con esa agitación tan propia del movimiento Dogma.

La película impone un ritmo entre la cadencia y la agitación que, acoge con naturalidad los diferentes aspectos en la relación de Maggie y Carsten, su historia de amor, la relación familiar con sus hijos, algún que otro instante de puro thriller, y el melodrama de toda la vida, con su problemas internos de la pareja. La extraordinaria y profunda interpretación de una pareja en estado de gracia, que no solo muestra una increíble naturalidad y verdad en todo lo que hacen sus personajes, sino que transmiten el amor y la tristeza por la que van pasando. Katrine Greis-Rosenthal es Maggie, una actriz que habíamos vista en el cine de Billie August, y en su segunda colaboración con Boe, después de la serie Cara a cara. Frente a ella, Nikolaj Coster-Waldau, uno de los actores más importantes e internacionales daneses, con un currículo que va desde los estadounidenses Ridley Scott y Brian de Palma, a directores daneses de la talla de Susanne Bier o noruegos como Erik Poppe. Y la presencia de Nicolas Bro, como el hermano cascarrabias de Carsten, un actor fetiche en la obra de Christoffer Boe.

Un bocado exquisito  no solo gustará, y nunca mejor dicho, a los amantes de la alta cocina, porque somos testigos de la preparación y degustación de ciertos platos, sino que también gustará a todos aquellos que alguna vez en su vida han traspasado el límite tan invisible y frágil del trabajo bien hecho a la ambición desmedida, a estar dispuestos a perderlo todo con tal de conseguir aquel objeto o prestigio importante que les ha parecido crucial en sus vidas. La cinta nos habla con exquisitez, intensidad y sensibilidad, llevándonos por todas las fases del proceso, un proceso que sin darnos cuenta puede borrarnos literalmente de todo aquello que es importante para nosotros, una cosa que tendemos a olvidar rápidamente, ensimismados en otros menesteres que solo nos pueden traer muchos problemas, si no sabemos detener a tiempo, como les ocurre a Maggie y Carsten, dos personas movidas por su sueño que, sin ser conscientes de sus limitaciones emocionales, les puede llevar a un abismo del que no se puede salir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA