Canción a una dama en la sombra, de Carolina Astudillo

LAS MUJERES QUE NO OLVIDARON.

“Sólo nosotras esperamos aún, con una espera de todos los tiempos, la de las mujeres de todos los tiempos, de todos los lugares del mundo: la espera de los hombres volviendo de la guerra”.

Marguerite Duras

“Nadie sabrá de ti, Penélope, más que el diseño que te forjaron los homeros y las mitologías”

Olga Zamboni

En el imaginario de Carolina Astudillo (Santiago de Chile, 1975), cualquier imagen, sonido o texto escrito, sea cual sea su procedencia, casi siempre ajena, se descontextualiza por completo, como si la imagen se tratase de un objeto orgánico, un espacio que se abre, se profundiza y sobre todo, se resignifica, transformándose, en un minucioso trabajo de montaje, en otra imagen, y un significado completamente diferente al de su origen. Todo este proceso de Astudillo nos devuelve, no solo a reinterpretar constantemente el pasado de la historia, sino a resituarnos en relación a todas esas “nuevas” imágenes y como no, a todo el discurso que generan después de su vuelta a nacer.

Desde el primer trabajo que vi de la directora chilena afincada en Barcelona, aquel De monstruos y faldas (2008), y los posteriores siguientes, la mirada de la cineasta siempre se muestra atenta a la memoria, un cine que lucha contra el olvido, no solo de las imágenes, sino de todas aquellas personas que se vieron olvidadas por el discurso oficial. Su opera prima El gran vuelo (2014), ya buceaba en la historia de Clara Pueyo Jurnet, militante del Partido Comunista que desaparece sin dejar rastro después de su etapa en la cárcel, a través de otras imágenes que hacía suyas, y las voces que nos contaban su vida. Después de Ainhoa, yo no soy esa (2018), donde recuperaba la vida de joven y su desencanto vital, a través de sus huellas, en forma de diario, videos y voz. En Canción a una dama en la sombra, vuelve a la vida de Clara Pueyo i Jurnet, pero esta vez, en la peripecia vital de su hermano Armand, y la esposa de éste, Soledad Tartera, y nos convoca a las vidas olvidadas y fantasmales de una pareja separada por la guerra, un amor truncado por el exilio y la espera, que es como se divide la película, solamente esperanzada en las cartas que recibe la mujer desde el exilio francés, entre el septiembre del 39 a mayo del 40 cuando dejó de recibirlas.

El cine de Astudillo, siempre inquieto y curioso con la propia materia cinematográfica, en su incesante de búsqueda de imágenes, objetos y textos del pasado, va mucho más allá, adentrándose en otros espacios, en otras miradas. En primer lugar, vuelve a rodar material propio, como hiciera en la mencionada Ainhoa, yo no soy esa, eso sí, con una cámara de Súper 8, en el que acoge a dos actrices, Alicia González Laá y Padi Padilla, de reconocida trayectoria teatral, para que lean, respectivamente, las cartas de Armand a Soledad, y fragmentos de textos como el de El dolor, de Marguerite Duras, en el que escribía sobre la espera de su amor que fue encerrado en un campo nazi, y otros como los de Marcela Terra, entre otras. La realizadora chilena vuelve a sumergirnos en un profundo y magnífico caleidoscopio de imágenes, textos, sonidos, texturas y demás, en el que nos va envolviendo en una época triste, difícil y sumamente angustiosa, donde se juega a un elemento característico de la directora como la presencia-ausencia, y todo ese espacio límbico que queda, donde hay tiempo para la ilusión y la esperanza aunque sean efímeras y muy débiles.

Estamos ante la película de mayor duración de Astudillo, casi las dos horas de metraje, donde seguimos el periplo de una mujer, Soledad, que espera la vuelta de su marido, Armand, y un hombre que no puede volver a su vida, a su patria, y sobre todo, a una forma de vida que el fascismo ha roto. La directora vuelve a contar con dos de las cómplices más íntimas en su cine, Ana Pfaff en la edición, haciendo un grandioso trabajo de montaje, donde toda esa mezcla de imágenes, sonidos y textos de orígenes diversos, acaba adquiriendo una armonía increíble, llena de sensibilidad y reflexión, y Alejandra Molina en el diseño sonoro, una de las partes fundamentales en el cine de la chilena, porque el juego de diferentes y complejas capas, adquiere ese tratamiento sonoro capital que no resulta de acompañante, sino que va más allá, creando todo un espacio donde todo se desenvuelve hacia otros lugares. Destacamos las incorporaciones en el universo de Astudillo del cinematógrafo Américo Voltio, en el que consigue dotar de textura orgánica a las imágenes de Súper 8, y la excelente música de Carles Mestre que sabe dotar de intimidad y delicadeza a la dureza del tema que se trata en la película.

La cineasta chilena no habla de mujeres que solo esperan, como la Penélope de Homero, sino en ese sentido, también hay una mirada diferente al clásico, descontextualizándolo y creando una forma, más actual y feminista, donde Soledad, la mujer que espera en Canción de una dama en la sombra, espera activamente, trabajando en la fábrica y tirando hacia adelante a sus hijos, donde su historia es la historia de muchas mujeres que la guerra dejó solas pero no muertas, sino completamente resistentes, valientes, madres y mujeres, que la emparenta con Penélope (2017), de Eva Vila, donde hay también hay una mirada desde aquí al clásico, reinterpretándolo y sobre todo, situándolo en una visión más feminista y humanista. Astudillo crea imágenes muy potentes y reveladoras, porque dentro de su fusión de imágenes, sonidos, textos y texturas, construye un demoledor discurso sobre la importancia de la memoria, rescatando a tantas personas que se pierden en el olvido de la historia, desenterrando sus vidas, luchando ferozmente contra ese olvido que tantos gobiernos han pretendido inculcar.

Viendo el cine de Astudillo pensamos en la labor del cine o la idea del cine en los tiempos actuales, porque el cine, aparte de contar historias, debe generar reflexión, porque si no es cine, es otra cosa, es espectáculo y entretenimiento vacuo y superficial, y el cine de la directora chilena e mantiene firme y convencido en todo lo que quiere conseguir en el espectador, devolverle la historia de verdad, aquella que nos han ninguneado desde las élites poderosas, que no les conviene el pasado, porque rastrea sus orígenes que nunca son honestos ni humanos. El cine de la cineasta chilena lucha contra todo eso, desenterrando fantasmas, dándoles el espacio que otros les negaron, y sobre todo, devolviéndoles su dignidad, su valor, su valentía y su humanismo, para que las personas de ahora sepamos quienes fueron y además, rescatar la lucha en las sombras de tantas mujeres como Soledad, antes Clara, y tantas y tantas que desconocemos, porque también ellas hicieron su guerra, no en el frente, sino en casa, sobreviviendo y sobre todo, alimentando a sus hijos e hijas, las personas del mañana, y soportando una sociedad triste, beata, conservadora y militar, una vida que no fue nada fácil, y ellas también sufrieron su exilio y ausencia, sin amor, sin consuelo y sin vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fantasía, de Aitor Merino

RESCATARNOS DEL OLVIDO.

“Todo lo que somos lo debemos a otros”

Antonio Muñoz Molina en su libro “Volver a dónde”

De Aitor Merino (San Sebastián, 1972), conocíamos su carrera como actor, trabajando a las órdenes de grandes nombres de nuestro cine como Montxo Armendaríz, Vicente Aranda, Pilar Miró, Icíar Bollaín, Chus Gutiérrez y Manolo Matji, entre otros. En el 2007 debuta en la dirección con El pan nuestro, una película de 19 minutos sobre el drama de la inmigración. Seis años más tarde, volvía a ponerse tras las cámaras con Asier y yo (Asier eta biok), codigirgida junto a su hermana Amaia, un largometraje que indagaba en la relación del propio Aitor con su amigo del alma, Asier, que ingresó en Eta en el 2002. Una película compleja, brillante e íntima, que nos maravilló por su enrome sensibilidad y naturalidad para retratar un conflicto muy difícil. Ocho años más tarde, Aitor Merino vuelve a dirigir, ahora en solitario, una película muy íntima y cercanísima, en la que profundiza en la memoria familiar, a través de todos los que ya no están y los presentes, sus padres, Iñaki y Kontxi, un par de jubilados de Iruñea.

Todo arranca en el 2015 con la excusa de un viaje en crucero, que se llama Fantasía, en el que los cuatro miembros de la familia, padres y los dos hijos, se reúnen para celebrar las bodas de oro de los progenitores. Una parte que Merino filma como si se tratase de un vídeo doméstico, atropellado y naturalista, según van sucediendo las situaciones, abriéndonos a un universo donde la intimidad aflora a cada encuadre, donde las acciones muy divertidas en general, y alguna más seria, donde se habla del aquí y el futuro, donde los padres ya no estarán. La tremenda agitación y corredizas del viaje nos conduce por una película ágil, divertidísima y llena de vida. Esas imágenes del crucero se cruzan con otros más reposadas, las de las navidades del mismo año, donde Amaia, que vive en Ecuador no puede viajar a pasar las fechas tan señaladas, y Aitor filma a sus padres, los filma en armonía, cada uno a sus cosas, también, enfadados, que no se dirigen la palabra, y Aitor actúa como mediador del conflicto, componiendo ese maravilloso plano en el que sus propios dedos juntan a sus padres, separados por escasos metros. También, habrá otras imágenes, en la que los cuatro conviven en la casa familiar, entre bromas, diálogos, discusiones, y reflexiones.

Merino no solo habla del presente, sino también del pasado, acordándose de aquel familiar del siglo XVIII, tan lejano como presente como todos los ausentes, aquellos miembros familiares que se fueron, y que pueblan nuestros recuerdos, y físicamente están presentes en forma de fotografías, cuadros y en charlas y recuerdos, donde la memoria se vuelve omnipresente y totalmente necesaria para recordarlos y sobre todo, recordarnos a nosotros de dónde venimos y quiénes somos. Fantasía tiene ese aroma que desprendían películas como Stories We Tell (2012), de Sarah Polley, y Muchos hijos, un mono y un castillo (2017), de Gustavo Salmerón, donde se habla de pasado desde el presente, se habla de familia, de ausencias, y sobre todo, se habla en un tono de investigación y divertido. Merino hace un retrato sobre la memoria, o quizás, podríamos decir que la película es un retrato contra el olvido, porque su razón de ser es recordar a los ausentes, pero también, filmar a los presentes, a los padres, a Iñaki y Kontxi, que nos devuelven al presente a todos los que no están, y lo hace desde la sencillez, la intimidad, la honestidad, y la brillantez, sin ser condescendiente ni juzgante, solo filmar la vida, la cotidianidad, lo doméstico, desde la sinceridad y desde lo humano, con sus deseos, ilusiones, tristezas y amarguras de la existencia.

Una película hecha en familia, la real y la profesional, porque el guion lo firman Ainhoa Andraka, que también se encarga del montaje y de la producción, junto a Zuri Goikoetxea y Cristina Hergueta (los mismos productores de Asier y yo), y los dos hermanos Amaia, y Aitor, que firma la cinematografía y el sonido directo. Los cien minutos de la película pasan volando, porque hay tiempo para todo, para viajar en el “Fantasía”, echar unas risas, recordar a los otros, unos ratos de tristeza, otros, de hospital por la dolencia respiratoria del padre, otros, para echarse de menos cuando Amaia está fuera, las visitas a la abuela, y otros, para recordar y hablar de los no presentes, y todos esos espacios donde va pasando la vida, va pasando el tiempo, y los padres en sus cosas y Aitor con su cámara capturándolos para la posteridad, generando esas imágenes que tendrán un grandísimo valor cuando los filmados no estén. Fantasía no es solo un retrato sobre una familia y sus dos hijos mayores, sino que es además un profundo, sensible y magnífico documento sobre la memoria y sobre contra el olvido, porque mientras alguien nos siga recordando, los que ya no están, seguirán vivos en nuestra memoria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Almost Ghosts, de Ana Ramón Rubio

RESISTIR FRENTE AL OLVIDO.

“El cine elimina el olvido y reconstruye la memoria”.

Ricardo Muñoz Suay

En 1985 con la apertura de la red interestatal de autopistas de EE.UU. se ponía fin a la “Route 66”, la llamada entre otros nombres como The Mother Road (La carretera madre) carretera que vio la luz en el año 1926, y durante casi sesenta años atravesó 4000 kilómetros de Chicago hasta Los Ángeles. Muchos pueblos que vivían del trasiego de gentes y automóviles que la cruzaban, se vieron abocados al olvido, y muchos de sus habitantes emigraron a las grandes ciudades para conseguir una vida mejor. Otros, quizás los más temerarios o valientes, se mantuvieron firmes a su pueblo y se lanzaron a idear formas de negocio que mantuvieron vivas sus vidas y sobre todo, sus pueblos. Almost Ghosts recoge el testimonio de tres de esos hombres que rescataron del olvido la mítica “Route 66” y mantuvieron su llama latente a través de sus ingeniosas y atrevidas fórmulas de negocio para atraer curiosos, turistas y nostálgicos de la mítica carretera.

La directora valenciana Ana Ramón Rubio, después de años fogueándose en las series web o televisivas, debuta en el largometraje con una película íntima y honesta, en la que rescata del olvido la memoria de aquellos pueblos, a través de tres tipos únicos, resistentes y sobre todo, admirables como Harley Russell, 73 tacos, un músico mediocre como él se considera que mantiene una tienda de la memoria de la ruta 66 a través de miles de objetos, su show musical y las performances que dedicaba a todos aquellos que se acercaban a su tienda en Erick (Oklahoma). También conoceremos a ángel delgadillo, de 91 años, el último barbero de Seligman (Arizona) que levantó junto a otros supervivientes de la América vaciada una asociación para mantener vivo el espíritu de la famosa ruta atrayendo a curiosos y turistas. Y finalmente, Lowell Davis, un octogenario artista que convirtió su fantasma pueblo Red Oak II en Missouri, en un museo rescatando casas, objetos y demás, con el fin de restaurarlas y darles una nueva vida al pueblo, recuperando el brillo y la memoria de antaño.

La directora valencia recorre con su reducido equipo los 4000 kilómetros de la ruta desde Chicago hasta Los Ángeles, mostrándonos esos pueblos, muchos de ellos convertidos en polvo y arena, con casas y estructuras en ruina, filmando con detalle y precisión esos espacios de la memoria, del olvido en tantos casos, donde la vida pasó de largo, donde todos se fueron, donde el tiempo se detuvo sin vida. Aunque la película no se queda en la estampa nostálgica o triste, sino que va mucho más allá, porque esa realidad dura y olvidada existe y la película la muestra con la veracidad más precisa, pero también, muestra esa otra realidad, la que protagonizan los tres supervivientes citados, esos tipos que se resisten a morir con sus recuerdos y les dan la vuelta, convirtiéndolos en un medio de vida, en una manera de mantener vivo el espíritu de la ruta 66, y ofreciéndola a todos aquellos que quieran conocerla y revivirla en sus espacios de la memoria, contra el olvida, manteniendo la esencia rural, la de los pequeños lugares, la de las gentes humildes, las vidas de aquellos que nacerán y morirán en el mismo lugar, la de unos tipos llenos de humanidad y respeto por lo que fueron y lo que son, sintiéndose orgullosos de su tierra o lo que queda de ella, y mostrándosela a los demás.

Tres tipos únicos, llenos de vida, con pasado histórico y presente radiantes de vida, amor y felicidades, que pertenecen a aquellos viejos vaqueros, que después de más de mil batallas por lo largo y ancho del mundo, volvían al hogar a descansar, fumándose un cigarro mientras sentados en el viejo porche miraban el sol esconderse en el horizonte. Tres almas, tres supervivientes, tres seres que reivindican lo rural, lo tranquilo y la calma, convirtiéndose en la fuerza más resistente y activa frente a las multinacionales, y el materialismo que destroza los espacios, contribuyendo a la desaparición de la memoria y homogeneizándolo todo, creando espacios sin tiempo, monocordes y estúpidos. Rubio construye un documento necesario y magnífico sobre las sombras del pasado, y los individuos del presente, y hace un hermosísimo y sensible retrato sobre aquellas vidas sencillas y cotidianas de la América profunda, que podría ser el mundo rural de cualquier país, ese que muere cada día, ese que los gobiernos olvidan con tanta frecuencia por ese codiciado progreso que los elimina creando mega urbes de producción y consumo exacerbado, excluyendo de raíz todas esas formas de vida rural y ejemplos de negocio en consonancia con la memoria, el rescate de tantos pueblos y gentes, respeto al medio ambiente,  y contribuyendo de forma activa a la economía rural. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La primera cita, de Jesús Ponce

LAS VIDAS DE ANTES.

“Las enfermedades son como la lluvia. No avisan. Y tienen por costumbre pillarte sin paraguas”.

La película se abre con una fotografía, una fotografía que nos muestra el mar, una fotografía que pertenece a un álbum de fotografías, de recuerdos, de instantes del pasado, de momentos fugaces, instantes de una vida ahora pasada, casi olvidada en el presente, imágenes que iremos viendo mientras se suceden los títulos iniciales, que cuanto estos terminen, volveremos a esa primera imagen, la fotografía de la playa, una imagen que oculta un misterio, algo que desvelar, algo que revelar hundido en la memoria del pasado. La vida vivida, el pasado y la memoria son los ejes en los que se sustenta el quinto trabajo como director de Jesús Ponce (Sevilla, 1971) una carrera que alumbró con 15 días contigo (2005) relato crudo y complejo de las existencias de dos homeless y el cariño y el amor que se tienen, protagonizada por dos de sus actores fetiches, Isabel Ampudia y Sebastián Haro. A esa primera película, le siguieron Skizo (2006) y Déjate caer (2007) dos filmes de género, thriller y comedia, que se alejaban de la mirada intimista y profunda que tenía su debut. Después de años dedicado a las series en televisión, en el año 2015 dirigió Todo saldrá bien, retrato que le devolvía a los elementos de su primera película, en la que nos hablaba de la difícil relación entre dos hermanas mientras esperaban el fallecimiento de su madre enferma, protagonizada por Isabel Ampudia y Mercedes Hoyos.

Ahora, tres años después de aquella, vuelve a sus caminos transitados con otra película anclada en la enfermedad, en los primeros botes del alzhéimer de Isabel, a la que da vida una extraordinaria Isabel Ampudia, y la reacción de su marido, el teniente prejubilado Haro, magnífico Sebastián Haro, y cómo esos primeros síntomas de la enfermedad van erosionando una pareja de por sí ya resquebrajada por la actitud machista del esposo. Ponce vuelve a contar con sus colaboradores habituales, David Barrio en la cinematografía, con esa luz naturalista y próxima, que evidencia las complejas relaciones del matrimonio, teniendo en cuenta todo aquello que vemos y todo aquello que se ocultan, y la excelente música de Juan Cantón, que imprime al relato ese marco de drama sin ser sentimentalista, sino que mantener esa congoja y desesperación sin ser muy trágica. Ponce nos traslada a una playa de invierno, más concretamente, en Matalascañas, en Huelva, un lugar desierto, vacío, un espacio que en invierno, sin verano ni turistas, se tiene que reinventar, volver a su cotidianidad, un sitio que casa a la perfección con las lagunas de memoria que tiene el personaje de Isabel, un lugar reconocible para ella, pero a la vez extraño, ausente, difícilmente cercano, como en la secuencia que deambula por sus calles intentando buscar el cine Delicias, ahora ya cerrado, pero de su ciudad habitual.

El director sevillano construye una película intimista, de apenas tres personajes, si añadimos a Mercedes, un personaje del pasado en la vida del marido, una prostituta para aliviar el cariño de las pesadas maniobras lejos del hogar, alguien que aparecerá en las vidas de este matrimonio para saldar mentiras y verdades ocultas, para dar luz a tanta oscuridad del esposo, con ese especial momento en la orilla de la playa, donde las mujeres conversan hablando del marido y cliente, respectivamente, conociendo el verdadero carácter de un hombre que invisibilizó a su mujer, ignorándola y tratándola de forma despectiva y cruel, y ahora, con su enfermedad, deberá reinventar su matrimonio, su amor, y empezar de nuevo, mostrándole todo el cariño que antes no le dio, enfrentándose a sus miedos e inseguridades, y sobre todo, a él mismo, al hombre que fue y que ya no puede ser, a rendirse cuentas emocionales.

Un reparto de primer orden con Isabel Ampudia y Sebastián Haro, naturales, convincentes y sinceros, bien acompañados por Mercedes Hoyos como esa prostituta de vueltas de todo, que deja el personaje amargado e infeliz de Todo saldrá bien, para construir un rol muy diferente, donde da vida a una mujer entera, con los años bien llevados, y sobre todo, con esa peculiar destreza para las palabras, para decir verdades e ironías, sin caer en el dramatismo de la ocasión,  tres rostros de vida, maduros y resquebrajados, y Víctor Clavijo y Darío Paso, dos habituales de Ponce, y Bruto Pomeroy, el coronel Rivas, que tiene una secuencia con Haro llena de rabia, violencia y sentido común. Ponce ha construido una película sobre el amor,  honesta y sencilla, que no fácil, llena de memoria, pasado y olvido, o la falta de él, donde sus personajes se enfrentan al mayor reto de sus vidas, a vivir con una enfermedad cruel y despiadada, que les devolverá a todo aquello que hicieron mal, a enfrentarse a ellos mismos, a sentir que la vida se redescubre a cada instante, casi sin tiempo, adaptándose a esos cambios o no, a engancharse a ella, a esas oportunidades que el destino, en ocasiones, brinda, casi sin tiempo a reaccionar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/323667112″>Trailer LA PRIMERA CITA</a> from <a href=”https://vimeo.com/festivalfilms”>FESTIVAL FILMS</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Trinta Lumes, de Diana Toucedo

EL PAISAJE DE LO INVISIBLE.

En la profundidad del bosque, en aquello que no logramos ver, en lo que vive y transita entre lo oculto, se desplaza entre las sombras, en ese mundo oscuro para nuestras percepciones, en esa atmósfera en que las cosas ya no son como las conocemos, en ese otro lugar donde viven los que ya no están, en ese espacio invisible, en ese no lugar en que sólo algunos, los más inquietos y sensibles, logran traspasar esos muros no perceptibles, y adentrarse en ese otro mundo, en ese espacio donde habitan los difuntos, en ese mundo, igual que el nuestro, pero sometido a otras leyes, estructuras y sensibilidades. Una niña llamada Alba Arias, de 13 años de edad, será la figura curiosa y sensible que nos abra esas puertas que no vemos, pero viven entre nosotros, a nuestro alrededor, cerca de nosotros. Después de montar más de una veintena de títulos, entre los que destacan trabajos de Isaki Lacuesta, Eva Vila, Julia Ist, o Los desheredados, de Laura Ferrés, o A estación violenta, de Anxos Fazáns, entre otros, y dirigir un buen puñado de cortometrajes, la gallega Diana Toucedo (1982, Redondela, Pontevedra) enmarca en su tierra, su primer largo, y lo hace desde un marco muy especial, en las montañas de “O Courel”, y en otros tantos pueblos de la región, en la Galicia interior, y a través de una mirada íntima y muy personal, recoge las costumbres e idiosincrasia de esos pueblos y sus gentes, en que la película se bifurca en dos grandes ejes.

Por un lado, tenemos el documento, donde Toucedo, de forma sencilla y reposada, retrata su paisaje, sus montañas, sus cielos, su naturaleza, los fenómenos atmosféricos, donde vemos caer la lluvia, arreciar el viento o encogerse con el frío, en que el paso del tiempo se convierte en un elemento más del retrato, y también, sus gentes y costumbres, la ganadería, con esas vacas pardas caminar por las angostas calles de los pueblos, la camaradería entre sus habitantes, y los quehaceres diarios de sus gentes (como la dulce y curiosidad de la niña pequeña y su cotidianidad junto a su madre y en el colegio) haciendo especial hincapié a la despoblación de las zonas rurales y el olvido de tantos. Por el otro lado, Toucedo construya una emocionante y cotidiana fábula que transita entre lo fantástico y el terror,  siguiendo la aventura de una niña, la citada Alba (que recuerda a la llevada a cabo por la Alicia de Carroll) que ha emprendido una búsqueda a todo aquello que no entiende, a aquello que le es ajeno, a ese mundo de los difuntos, que según las costumbres galegas, siguen ahí, conviviendo entre nosotros, como uno más, aunque sólo algunos son capaces de verlos, de convivir con ellos y aceptarlos como algo natural.

Alba es una de esas personas, y con la compañía de su amigo Samuel, se adentra en ese mundo, mientras asiste a las clases, donde escuchamos la memoria de los ancestros, la fantasía y las leyendas del pasado, donde seres mitológicos convivían con los habitantes de los pueblos. Aunque estos dos relatos casan de forma natural y honesta en el marco de la película, fundiéndose en el relato, caminando a la par, y formando parte del todo, retroalimentándose una a la otra, y siguiendo firme en el transcurso de la película, retratando ese paisaje visible y evidente del que somos testigos, y es otro paisaje, más difícil de ver y de sentir, que la película logra hacer visible, desenmarañando sus brumas y acercándolo para nosotros, en un viaje espiritual, a lo más profundo de nuestros sentidos, y abriéndonos de manera clarividente a ese otro mundo, que también está aquí, entre nosotros, más vivo que nunca.

La maravillosa y fascinante luz de Lara Vilanova (que recuerda a los mejores trabajos de Luis Cuadrado o Teo Escamilla) con esos poderosos interiores claroscuros (como la sorprendente secuencia en el interior de la casa a oscuras con Alba y Samuel) y la captación de esa naturaleza en continuo movimiento, con sus peculiaridades y demás, bien acompañada por el envolvente sonido obra de Oriol Gallart, y la música con tonos fantásticos de Sergio Moure de Oteyza, nos sumergen en este viaje de travesía fantástica, en que todo es posible, en que las cosas más ocultas y enterradas, asumen su evidencia a través de lo más íntimo y personal. Sin olvidarnos del inmenso trabajo de montaje que Toucedo comparte con Ana Pfaff (Responsable en trabajos firmados por Carolina Astudillo, Carla Simón o Meritxel Colell, entre muchos otros) dotando a la película de ese ritmo pausado pero alejado del ensimismamiento que quitaría fuerza a lo contado.

Toucedo ha vuelto a su tierra a través del cineasta inquieto que se acerca a lo más íntimo, a contarnos la vida de sus gentes, y de sus paisajes, del que mira con curiosidad la tierra que dejó hace tiempo, del que vuelve con su cámara a retratarnos sus sensaciones, reflexiones y miedos ante un mundo cambiante, diferente y continuamente amenazado, que todavía se resiste a morir, como en algún momento explican algunos de sus personajes, esa resistencia de vivir en ese lugar, a través del tiempo, compartiendo con aquellos que no están, y los que están, sintiendo que cada camino, cada piedra y cada aliento nos retrotrae a ese mundo en el que conviven de forma natural la vida y la muerte, o lo que es lo mismo, los vivos y los difuntos, a través de ese fascinante personaje de Alba, una niña que recuerda y de qué manera a aquella Ana, que viajaba al mundo de los espíritus, en El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, una película con la que Trinta Lumes, esos puntos de luz en forma de ánimas, comparte muchas cosas, igual que con las recientes Penélope, de Eva Vila (en que Toucedo es su montadora) y Con el viento, de Meritxell Colell (en la que Pfaff es su montadora) en que el viaje de vuelta al pueblo, a lo rural, a las raíces, revela mucho más a sus personajes de lo que ellos se esperaban, convirtiendo sus travesías en una forma de lucha interna entre aquello que dejaron y aquello que se encuentran, descubriendo y descubriéndose en esos espacios, sus allegados, esas costumbres y sus tradiciones.


<p><a href=”https://vimeo.com/306661916″>&quot;TRINTA LUMES&quot; – Trailer</a> from <a href=”https://vimeo.com/elamedia”>Elamedia Estudios</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Entrevista a Joan Capdevila

Entrevista a Joan Capdevila, codirector de “Rumba 3, de ida y vuelta”. El encuentro tuvo lugar el jueves 14 de abril de 2016, en la Cafetería Café Café de Nou Barris de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Joan Capdevila, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Carme Escales de El Periódico, por su paciencia, amabilidad y simpatía, que tuvo el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.

Rumba Tres. De ida y vuelta, de Joan Capdevila y David Casademunt

Rumba_Tres_de_ida_y_vuelta-412937002-largeCUANDO SE APAGAN LAS LUCES.

Arranca la película con un plano cenital, en el que observamos sobre una mesa un plato lleno de gusanos, junto a una cuchara y un vaso vacío. Una imagen relevante que explica la infancia oscura y terrible que vivieron los hermanos de Rumba Tres. En ese momento, irrumpe la música y la película deja paso a contarnos como les cambió la vida a tres chicos de barrio que consiguieron ser una referencia en el mundo de la rumba con su música, sus grandes éxitos, las giras multitudinarias por España, Latinoamérica y Europa.

Joan Capdevila (1977, Barcelona), hijo de uno de los integrantes de Rumba Tres, y David Casademunt (1984, Barcelona), nacidos en el seno de la ESCAC, con experiencia en producción, videoclips y publicidad, se lanzan en su puesta de largo a explicarnos las luces y sombras de un grupo que en la década de los 70 y 80 lograron uno de los mayores éxitos de la historia de la música española, con sus rumbas alegres y pegadizas, en las que contaban sus sueños, ilusiones y amores. Los directores barceloneses abren varios frentes dotando a su film de un rompecabezas en el que el espectador deberá reconstruir la trayectoria humana y profesional de Pedro y Juan Capdevila, y Pepe Sardaña. Utilizan material de archivo (fotografías, imágenes de televisión y recortes de prensa), entrevistan a familiares, mujeres e hijos, artistas, gentes del espectáculo, periodistas musicales (filmados desde un ángulo dejando el plano inundado por el espacio, para que podamos intuir el entorno que rodeaba al grupo), y finalmente, ficcionan, de forma estilizada y con ese “look” de películas setenteras, con aroma a “quinqui”, para filmar aquellos momentos alejados de las luces de neón, pero que vivieron de forma apasionada y humana los tres amigos.

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Una película dividida por 8 capítulos, en los que en los dos primeros tercios, nos presentan los éxitos y la multitud que rodeaba al grupo, la parte brillante, llena de luces y bambalinas, las anécdotas y los sucesos que rodean a los grupos de éxito, a la parte de mito y espectáculo que acaban convirtiendo a estos hombres y mujeres en seres de éxito donde no faltan los aplausos y las felicitaciones, donde sólo los vemos a partir de otros, los que los conocieron, rieron con ellos, amaron, y compartieron ese mundo extraño y complejo de la fama, filmado de un modo enérgico, con un ritmo apabullante, de montaje apasionante y lleno de luz y calidez. Para el último tercio, los directores cambian el tono, plantan su cámara, y el ritmo se apaga, adquiere otra naturaleza, más serena y tranquila, y el primer plano inunda el relato. La película se recoge hacía dentro y nos presentan con entrevistas a los componentes de Rumba Tres, volvemos al plano del inicio, en la que nos hablan de su dura y terrible infancia en un colegio infernal que les marcó el resto de su vida, cómo la música actúo de terapia para superar los malos momentos, la pérdida de sus seres queridos, y la trayectoria de Rumba Tres y cómo el éxito se fue apagando y dejando paso a un olvido injusto. La película de Capdevila y Casademunt nos habla de aquella España de posguerra hambrienta y oscura, de los años setenta de aperturismo y nuevos tiempos, y los divertidos y veloces ochenta (aquellas carreteras secundarias, los casetes y los vinilos, las melenas cardadas, el fenómeno fan, los pantalones acampanados, etc…)  para adentrarse en la locura inmobiliaria de los noventa, y cómo los tiempos iban cambiando, y los gustos del público también. Una obra sincera y honesta, que penetra de forma vital a las luces y sombras de un grupo pionero en la rumba de nuestro país, de la parte humana que están construido los sueños y cómo estos se materializan, a veces de forma abrupta, y como todo sueño finaliza de la misma forma, casi sin darse cuenta, condenándolos a un olvido sucio y oscuro, como se abandonan los zapatos viejos, que diría Sabina.


<p><a href=”https://vimeo.com/140774929″>RUMBA TRES, DE IDA Y VUELTA</a> from <a href=”https://vimeo.com/user43470042″>Rumba Tres</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Entrevista a Sonia Tercero Ramiro

Entrevista a Sonia Tercero Ramiro, directora de “Robles, duelo al sol”. El encuentro tuvo lugar el martes 17 de noviembre de 2015, en la terraza del Hotel Majestic de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sonia Tercero Ramiro, por su tiempo, generosidad y cariño, a Nana de Juan de Prensa, por su paciencia, amabilidad y simpatía (que tuvo el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación) y a la Filmoteca de Catalunya, por interesarse y programar cine documental, reflexivo y necesario.

El gran vuelo, de Carolina Astudillo Muñoz

elgranvueloINVOCAR A UN FANTASMA

“Hay muertos a los que nadie recuerda porque duelen demasiado para querer recordarlos, otros, se han vuelto incómodos. ¿Cómo hacerlos regresar?”

En Anatomía de un instante, el escritor Javier Cercas partió de una imagen (la que se produjo en el congreso cuando Tejero irrumpió a punta de pistola aquella tarde fatídica del 23 de febrero del 81, el instante en que Suárez y Carrillo no se refugiaron en sus escaños y se mantuvieron firmes ante los civiles) para reconstruir la memoria de la transición a través de un magnífico ensayo político que indagaba en las zonas más oscuras de la historia reciente de este país. Carolina Astudillo Muñoz (Santiago de chile, 1975) ha realizado un proceso similar al de Cercas, su punto de partida eran algunas fotografías y cartas de Clara Pueyo Jurnet, una de aquellas mujeres nacidas en Barcelona, que se afilió al PSUC y luchó primero a favor de la República, y luego en contra del franquismo, y continúo en la resistencia contra la dictadura hasta su desaparición en 1943, cuando salió de la prisión de Les Corts de Barcelona con un permiso falso. Ahí se pierde su huella para siempre, nadie sabe de ella, que fue de ella, que ocurrió después.

Astudillo descubrió esa imagen perdida, (como hace Rithy Panh en su obra, donde reconstruye la memoria no filmada del terror de Camboya) la de Clara, durante la realización de su pieza De monstruos y faldas (2008), donde recorría el desgraciado devenir de las mujeres que pasaron por la prisión de Les Corts. Fue en ese instante cuando arrancó el proceso de investigación histórica, en este maravilloso y emocionante viaje que se materializa con el encuentro de la cineasta con su personaje a través del cine, donde la vida y la muerte forman uno sólo, como explicaba Joan van der Keuken en Las vacaciones del cineasta (1974). Astudillo se sumió en una ardua y laberíntica investigación sobre la memoria de Clara y todos los personajes que la rodearon, no encontró imágenes, debía construirlas, en su caso optó por la reconstrucción, por el material de archivo o el found footage, rebuscó en las filmotecas películas familiares de la alta burguesía catalana y valenciana de los años 30, 40 y 50 (los lugares vitales de Clara), que recogen hechos cotidianos y explosiones de alegría, un material que con la ayuda de las dos montadoras, Georgia Panagou y Ana Pfaff, convierte esas películas ajenas en propias, en las imágenes que faltan de Clara, en esa vida no filmada, en dar luz donde no la hay, en que los espectadores sintamos que pertenecen a Clara y los suyos, unas imágenes que son de otros, de aquellos que vivían bien, ajenos y alejados a la lucha política y el terror del franquismo. Y no sólo eso, Astudillo Muñoz, además de reconstruir la biografía de Clara, fabrica un imponente ensayo fílmico en el que reflexiona y estudia esas filmaciones, como se registraban los cuerpos femeninos que hay detrás de cada retrato, la puesta en escena que escenifica como educaban a los niños en la lucha de clases.

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Dos voces, una que nos explica el itinerario desgraciado de Clara, la juventud ilusionante, y la guerra, el exilio, y la clandestinidad, el terror del franquismo, y la paranoia comunista que ajustició a compañeros, la desilusión y el desencanto por una izquierda que acabó matándose y enterrándose a sí misma. La otra voz, nos lee las cartas de Clara, y los suyos, los amores frustrados, el desarraigo familiar, las amistades rotas, las dudas de la militancia, y la huida constante, todo aderezado con una música vanguardista, barroca, y popular, que funciona como testigo de esas imágenes que nos envuelven en las heridas del pasado que no cicatrizan. Astudillo no sólo desentierra la memoria silenciada y olvidada de Clara Pueyo Jurnet de una forma ejemplar y contundente, sino que se pregunta constantemente a sí misma, y expone unos hechos y lanza muchas cuestiones de dificultosa resolución, cediendo constantemente la palabra al espectador, para que seamos los que reflexionemos sobre lo contado. Una película humanista, honesta y tremendamente sencilla que, en ocasiones parece una película de terror y en otras, en un documento contra el olvido, cimentada en una estructura férrea plagada de sombras y espectros que escenifican a aquellas personas que siguen vagando por una historia, la oficial, que sigue negándolos, sin reconocerlos y no documenta sus vidas, porque como bien advierte el arranque de la película, hay muertos incómodos, molestos, tanto para unos como otros, quizás esa la metáfora terrible que lanza como dardo envenenado Astudillo Muñoz, que desenterrar la memoria, y ver qué y cómo sucedió, no sólo molesta a los de un lado, sino también a los del otro lado.

Avanti Popolo, de Michael Wahrmann

Avanti_Popolo_2012_Film_PosterLA MEMORIA INDÓMITA

El arranque de la película deja bien claras sus intenciones narrativas y formales en su sencillo y magistral prólogo. La película se abre con un plano general de una calle, es de noche. Escuchamos el sonido del motor de un coche, y comenzamos a viajar por las calles mientras escuchamos la radio. El locutor (la voz del director) va desgranando himnos y cantos revolucionarios clásicos como La muralla, de Quilapayún, Ay Carmela!, o Me matan si no trabajo, de Daniel Viglietti. El realizador Michael Wahrmann, de origen uruguayo-israelí, y brasileño de acogida, nos conduce hasta a André, un hijo que visita a su padre (el mítico cineasta brasileño Carlos Reichenbach). Un hombre en la sesentena que vive apartado con la única compañía de su perra ballena. Una casa donde se acumulan recuerdos y objetos de un pasado que pesa y ahoga, un tiempo fantasmal y detenido que el hijo quiere recuperar a través de las viejas películas de super 8 filmadas por el hermano desaparecido durante la dictadura de los 70. Wahrmann se rodea de pocos elementos expresivos para contarnos su particular e íntimo viaje a través de la exploración sobre las ideologías. Un par de espacios, el exterior/patio de la casa, que vemos a través del enrejado, y el interior, presentado en sendos planos, estáticos, no nos muestra más habitaciones, incluso al hijo recién llegado, el padre le niega que utilice la habitación del hijo ausente. Unos decorados mostrados siempre frontalmente donde  el tiempo se dilata, creando una atmósfera que inquieta y subyuga a la vez. Apenas tres personajes, el citado Reichenbach, el hijo, que encarna otro director, André Gatti, y el cineasta dogma, que interpreta Eduardo Valente, también director. Dos almas, padre e hijo, que apenas se relacionan y se mueven entre las sombras que restan de los ideales, tanto políticos como cinematográficos, de aquellas luchas revolucionarias y filmes que abogaban por una vida digna y humana. No estamos frente a una película nostálgica que pretenda darnos lecciones pedagógicas y demás, nada de eso. La película nos habla en primera persona y de manera sincera, de un tiempo que ya no existe, un tiempo que habita en la memoria, y por sus imágenes, parece que difícilmente renacerá. Tiempo de espera o tiempo vacío, emociones que ahora sólo quedan en cantos e himnos que parece que no existieron, que quedaron demasiado atrás. El cine y el imaginario revolucionario como vehículos para recuperar a los ausentes, a los que ya no están. Wahrmann filma un trabajo minimalista sobre la ausencia y contra la amnesia, casi expresionista, a ratos parece una cinta de terror, donde no falta la ironía y el humor (el taxista entusiasta de los himnos nacionales, o el director dogma que habla del cine solitario), y en otras  insufla a sus imágenes resistentes el aroma olvidado de aquellas canciones y películas revolucionaras, que quizás hoy en día nos deberían servir para conocernos más en profundidad y no olvidar un pasado que siempre está presente, porque nunca se fue.

<p><a href=”https://vimeo.com/116770948″>Trailer Avanti Popolo</a> from <a href=”https://vimeo.com/user13755413″>ANDOLIADO PRODUCCIONES</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>