Entrevista a Manolo Solo y Avelina Prat

Entrevista a Manolo solo y Avelina Prat, actor y directora de la película «Una quinta portuguesa», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el viernes 2 de mayo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Manolo Solo y Avelina Prat, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Anabel Mateo de Relabel Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una quinta portuguesa, de Avelina Prat

UN LUGAR PARA OLVIDARSE DEL MUNDO. 

“Cuanto más te disfraces, más te parecerás a ti mismo”. 

De la novela “El hombre duplicado”, de José Saramago

Temas sobre mirar al otro, observarlo, reconocerse y en pocos casos, relacionarse con él de forma que los muros desaparezcan y encontrar todo aquello que compartimos o no, todo aquello que queda fuera de lo que creemos que somos. Muchas de estas cuestiones ya se planteaban en la brillante y magnética Vasil (2022), la ópera prima de Avelina Prat (Valencia, 1972), que relataba la extraña relación entre Alfredo, un jubilado profesor de matemáticas y un recién llegado de Bulgaria. Lo humano explicado a través de la cotidianidad y sencillez de unas personas que rompían sus moldes establecidos para reencontrarse con su otro yo, para mirar hacia afuera, para tropezarse con otras realidades muy cercanas a ellos. Muchos de esos elementos los volvemos a encontrar en Una quinta portuguesa, la segunda película de Prat, en el pone el foco en la existencia de Fernando, un reservado y silencioso profesor de geografía que un día, sin mediar palabra y sin ningún conflicto aparente, Milena, su mujer serbia coge la maleta y se marcha. Fernando deja su vida y se va a Portugal, donde todo virará hacia otra idea. 

La peripecia de Vasil es parecida a la de Fernando, ya que se encuentra en un lugar extraño con gentes extrañas y a modo de Robinson Crusoe explorará su nueva realidad adentrándose en el otro convirtiéndose en otro y otros, como forma de supervivencia emocional para olvidarse de quién eres y encontrarse con lo que deseas o simplemente, huyendo de uno mismo y de quién eras. Las ideas que planean sobre la película son muy trascendentales y profundas, pero la película no lo es, porque adopta un forma y relato muy sencillo, donde las relaciones copan el entramado, contado a partir de una home movie, en esa casa que es el centro de todo y de todos, a través de poquísimas palabras llenas de silencios e interludios que nos dicen mucho más de los personas que el diálogo, con sus acciones, sus momentos en soledad y sus miradas y gestos diarios. Una quinta portuguesa es de esas películas tranquilas y reposadas, en las que el conflicto se puede contar en una frase pero que todo lo que cuenta, y su peculiar forma de hacerlo, la hace muy grande, porque vuelve al cine donde todo lo rodeaba el misterio, el cine como herramienta de profundizar en el interior de las personas, en lo que somos, en lo que creen los demás que somos, y sobre todo, en esas partes calladas en las que sabemos quiénes somos y nos encantaría ser otro u otros.  

Para su segundo trabajo, la directora valenciana se ha vuelto a rodear de los técnicos que la acompañaron en su debut como el cinematógrafo Santiago Racaj, un gran director de fotografía con más de medio centenar de películas al lado de grandes nombres como Javier Rebollo, Jonás Trueba, Fernando Franco, Celia Rico y Carla Simón. Una luz cercana que traspasa la intimidad de los personajes y del espacio generando un paisaje humano donde cada elemento resulta reconocible y misterioso. La estupenda música de Vincent Barrière, que ha trabajado mucho en el cine valenciano junto a Adán Aliaga, coproductor de la cinta, Roser Aguilar, Claudia Pinto y la reciente Un bany propi, de Lucía Casañ Rodríguez, con esos toques de quietud e inquietud que ayudan a crear esa atmósfera que va entre lo doméstico y las sombras. La mezcla de sonido de Iván Martínez-Rufat resulta esencial para crear ese pequeño universo entre lo misterioso y lo mundano. El montaje de Juliana Montañés que, en sus inquietantes 114 minutos de metraje, nos van cogiendo de la mano, sin prisas, pero con extrañeza y misterio para ir descubriendo el lugar, la casa y los habitantes que por allí se mueven. 

Como sucedía en Vasil con un plantel encabezado por unos magníficos Karra Elejalde e Ivan Barnev acompañados de un elenco que transmitía veracidad y una cercanía que traspasaba la pantalla. En Una quinta portuguesa pasa lo mismo, con personajes que se instalan en lo misterioso, en esos lados donde todos actuamos, donde somos quiénes nos gustaría ser y no lo que nos ha tocado en suerte, con un gran Manolo Solo, tan conciso, sobrio y silencioso, que se asemeja al Delon de Le samurai, de Melville, alejado de sus oscuros personajes para encarnar a Fernando en una encrucijada en la que se deja llevar y convertirse en otro o en otros, huyendo de sí mismo, en un tipo parecido al que hizo en Cerrar los ojos, de Erice, porque si allí buscaba a otro, aquí se busca a su otro yo. Le acompañan los portugueses capitaneados por una extraordinaria María de Medeiros, como la mestressa de la casa, Rita Cabaço como la que cocina y limpia, Luisa Cruz, que tiene en su haber trabajos con Lisandro Alonso, Joâo Nicolao y Miguel Gomes, y Rui Morrison con Benoît Jacquot y Raoul Ruiz, son dos jugadores de cartas, las cartas otra vez haciendo presencia en el universo de Prat, y Branka Katic, la actriz que interpreta a un personaje inolvidable que ha trabajado con Kusturica, entre muchos otros. 

Si tuviéramos que hermanar la película con otras que reúnan algunas de sus singularidades podríamos pensar en el cine de Chabrol y Losey, y no lo digo por el lado policíaco que, en cierta medida, podríamos encontrar en la película de Prat, aunque los tiros y nunca mejor dicho, no van por ese lado, sino por cómo plantea la construcción de los lugares y la interacción de los personajes, encajados en una normalidad y sencillez poderosísimas, en el que las cosas y muchos menos las situaciones, son lo que parecen, donde los distintos individuos siempre andan ocultando cosas de ellos y de sus pasados, donde el misterio hace mover la trama que, es muy mínima, porque lo interesante de estas películas no es lo que cuenta, eso sólo es una excusa, lo que importa es cómo se cuentan, y cómo reaccionan los personajes ante los diferentes hechos, en un relato que los espectadores sabemos lo que ocurre y tenemos la información, siguiendo el patrón que mencionaba Hitchcock que de esa manera se creaba mucho más inquietud e interés cuando se sabía un poco más que algún personaje. No se lo piensen y descubran Una quinta portuguesa, de Avelina Prat y quédense con su nombre porque dará mucho que hablar, ya que nos devuelve el cine que hacía del misterio su razón de ser, donde sus personajes y sus hechos se erigían como misterios que había que resolver o no.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Volveréis, de Jonás Trueba

¿ADIÓS, AMOR?.

“Es otro año más de cualquier verano, el último a tu lado. La brisa en el mar comienza a bailar. Y nos está anunciando. Septiembre está llegando. Aún no sé qué pasará, si volveré o serás tú quien volverá. Quien de los dos será quien mire al otro pasar”

El comienzo de la canción “Volveréis”, de Adiós amores, que abre la película.  

La primera imagen que vemos de Volveréis, la película número 8 de Jonás Trueba (Madrid, 1981), su personalísima y particular «Noche americana» en Madrid, es ennegrecida, a poquísima luz, en la que reconocemos a una pareja dormida, o al menos es lo que parece. Escuchamos a Álex que interpreta Vito Sanz, decir que deberíamos hacer lo que dice tu padre, eso de celebrar una fiesta de separación. Ale que hace Itaso Arana, se levanta y va a la ventana y después de mirar al cielo dice que va a llover. Es 30 de agosto, sábado por la noche, y el verano se está acabando como nos explica la canción que abre la película y encabeza este texto. Una primera secuencia que explica toda la película, y deja claro su tono, su mirada y la melancolía de un amor que fue, que se está yendo como el verano y además, verbaliza lo que nunca sabremos de esta pareja, las causas que les han llevado a separarse después de 14 años, aunque la historia irá, entre los pliegues de las acciones, dejando entrever alguno de los motivos.   

Cada película de Jonás que veo es una aventura en sí misma, una aventura de la cotidianidad, una nueva variación del eterno conflicto sentimental (como las de Rivette, Rohmer, Hong Sang-soo y otros exploradores de los sentimientos), unas variaciones incompletas, partes mínimas de unas fugaces y pequeñas vidas de unos personajes que viven en Madrid y van y vienen con sus vidas. Son relatos sencillos, nada convencionales, apuntes y esbozos de una vida, de esas intersecciones o intermedios de la vida, cuando todo parece en transición formándose hacía otra cosa, lugar o vete tú a saber. Sus películas captan instantes fugaces de la existencia, anclados en breves espacios de tiempo, llenas de imperfecciones y esa cualidad, porque es una cualidad, es la que las hace tan especiales y conmovedoras. No son comedias ni tampoco románticas, ni mucho menos dramas, pero contienen todo eso, así como también interesantes reflexiones sobre la vida, el amor, el cine y sus procesos y eso que nos ilusiona a través de amistades, libros, películas, y demás circunstancias de aquí y allá. Sus personajes no son ejemplos de nada, sino meros humanos que aciertan poco y se equivocan mucho, como hacemos todos, sin vidas extraordinarias, porque lo extraordinario en el cine de Jonás es su simpleza, su cercanía, su modestia y su enriquecedora transparencia, a partir de guiones de apariencia sencilla pero tremendamente complejos sentimentalmente hablando. 

Su octava película remite muy especialmente a Los ilusos (2013) la no película que se hace cuando los cineastas no hacen películas, y título de la productora de Jonás y sus amigos, entre ellos Javier Lafuente: Los Ilusos Films, de la que han aparecido 6 películas del propio Jonás, y Las chicas están bien (2023), de la citada Itsaso. Y porque digo esto, porque si aquella era una película sobre la imposibilidad del cine, seis películas después, Jonás ha derribado varias puertas con Volveréis. La primera y más evidente es el guion, que comparte con sus dos protagonistas, como en la trilogía Antes de… de Linklater, y más cosas como volver a hablar del cine desde dentro, donde la imposibilidad de aquella se ha convertido aquí en una realidad cotidiana donde el cine está muy presente, como vemos a Itsaso, directora que, está montando su próxima película, en la que comparte imágenes con Volveréis, o quizás, ahí reside la naturaleza del cine de Jonás, donde vida y cine, o lo que es lo mismo, documento y ficción se dan la mano, se mezclan y forman parte de un todo, como sucedió en Quién lo impide. Por su parte, Vito es el actor de la película de ficción y actor que nunca llaman, cansado de los putos selftapes de moda. Sus amigos trabajan en el cine, como la secuencia que los reúne a todos para ver el primer corte de la película, o ese otro momento en que aparece Francesco Carril, dirigido por Sorogoyen, en una serie romántica. 

Otro muro evidente es el de hablar de los suyos: de su padre, Fernando y su película más especial Mientras el cuerpo aguante (1982), que ya homenajea en Los ilusos, pero aquí está más presente donde el cine se hace con amigos y se comparte y se muestra su materia prima, y además, Fernando Trueba está como actor, y qué bien lo hace haciendo de padre de Itsaso e instigador de la famoso fiesta de preparación, que más joven eso sí, pero con el batín y rodeado de libros y hablando de películas y con ese aire de despiste y aislado, como el Luis Cuenca de la maravillosa La buena vida (1996), de David Trueba. Un padre que habla de música y de cine y de libros, como “El cine, ¿Puede hacernos mejores?, de Stanley Cavell, clave en la película de Jonás, como el de Kierkegaard del amor repetición. Apunte a su abuelo Manolo Huete, pintor y actor de películas. Amén de muchas otras referencias cinéfilas como ocurre en cada película de Jonás, la que hace a Bergman y Ullman y esa peculiar baraja de cartas, a Truffaut, y las canciones tan presentes: Nacho Vegas y alguna que otra melodía y la canción que cierra la película, que es mejor no desvelarla para ocultar la sorpresa de los futuros espectadores. El cine de Jonás no sólo ha dado un paso más, sino que se ha atrevido a exponer y exponerse de forma más clara y directa, sin perder ningún atisbo de su esencia y el alma que recorren sus películas-experimentos donde en cada una se atreve más a enseñar y mostrarse sin ningún tipo de pudor, con elegancia y sin titubeos ni complacencias. 

No podían faltar en otra aventura “ilusa”, el equipo que viene acompañándola como Santiago Racag en la cinematografía, donde la luz es tan ligera, tan cercana y tan conmovedora, Marta Velasco en el montaje, gran ritmo y concisión a una película de casi dos horas, Miguel Ángel Rebollo en el arte, que piso tan certero, con esas dos plantas, dos espacios, dos personas y dos mundos, y tantos marcos y trastos de por medio, Laura Renau en el vestuario, Álvaro Silva en el sonido directo, Pablo Rivas Leyva en diseño de sonido y mezclas, y demás cómplices para dar forma a unas películas que capturan la vida, el cine y todo lo que le rodea, desde la realidad y la ficción, o ese limbo donde el tono y su atmósfera fusiona ambas cosas, generando una forma en la que todas las películas se parecen, donde sus historias parece que están sucediendo a la vez, y en cierta manera, funcionan como independientes una de las otras, como esa pareja que se ha ido a vivir fuera como sucedía en Tenéis que venir a verla, las torpezas de Vito con los idiomas como en Los exiliados románticos, los personajes que se quedan en verano en Madrid como en La virgen de agosto, y muchas más.  No sólo hay referencias al cine y la literatura y la música como he mencionado, sino que también a los “amigos” como a Ángel Santos y su película Las altas presiones (2014), que vemos por ahí, y su pareja protagonista Andrés Gertrudix y la citada Itsaso, ahora como hermanos, y algunas más que prefiero mantener en secreto.

En el apartado actoral tenemos a dos fieras como Itsaso Arana y Vito Sanz, los Ale y Álex de la historia. La pareja que se separa y no para de decir que estamos bien. Esas maravillosas contradicciones de la vida que también retrata Jonás en su cine, con esa discusión tras película que sin excederse, define el punto en el que se encuentra la pareja y su decisión. La película es radicalmente simple en su estructura, porque va de cómo esta pareja va informando a sus allegados su separación e invitándolos a la fiesta que harán para celebrarlo. Aunque parezca banal no lo es ni mucho menos, porque sin explicar lo que ocurre se va explicando casi a susurros, sin entrar nunca de lleno, porque estamos ante una película que habla de una separación sin hablar de ella, mientras la vida, el cine, los amigos van ocurriendo y pasando por ese final del verano, a un mes vista de la fiesta. Con ese Madrid omnipresente, donde vive Jonás, con sus calles, su rastro de los domingos, los pocos bares de barrio que quedan, con el pirulí apuntando a todo o a nada, los trayectos en autobús, donde la ciudad y la cómplice mirada de Jonás va enseñando sus vidas, sus ilusiones, sus tristezas y sus sueños, y todo eso que está en nosotros y casi nunca explicamos. 

El octavo trabajo de Jonás podría ser vista como la imposibilidad de contar el amor y el desamor en el cine, ya desde su peculiar título “Volveréis”, que no nace en la pareja sino en los otros, que es lo dicen al enterarse de semejante propuesta. Porque la película de Jonás se mueve entre líneas, entre los intermedios de la vida y del amor, aunque la vida continúe pero sus personajes se encuentran en mitad de un puente, o en ese momento que sales de la sala porque has de ir al lavabo y te pierdes un trozo de la película, o cuando dejas un libro y vuelves más tarde, o empiezas a escuchar una canción y la paras porque ha surgido algo. Todos esos instantes de la vida, donde se detiene lo que estabas haciendo y con quién, están retratados con sensibilidad, naturalidad y complicidad en las películas de Jonás, y quizás, es lo que las hace tan especiales, tan diferentes y sobre todo, tan ellas. Me permitirán que acabe con algo personal, viendo a Ale y Álex me he acordado de lo difícil que es acabar el amor y que me hubiera gustado terminar con una fiesta una relación que tuve, celebrando no el amor que ya no está, sino celebrar la vida, el tiempo de amor y los amigos y todo lo demás. Quizás seamos siempre principiantes en el amor como se citaba en La reconquista, y quizás el amor es una ilusión y nada más, no lo sé, y tal vez, el cine no nos hace mejores, lo que si sé es que el cine es un lugar maravilloso para estar y olvidarse de este planeta por un rato, y olvidarse de uno, de quién es y mirar la vida de personas como Ale y Álex, porque seguro que nos ayuda a sentirnos menos solos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los pequeños amores, de Celia Rico Clavellino

LOS AFECTOS COTIDIANOS.   

“Los sentimientos son sólo experiencias que nos informan acerca de cómo se están comportando nuestros proyectos o deseos en su enfrentamiento con la realidad”.

José Antonio Marina

La última película que rodó la gran Chantal Akerman (1950-2015) fue No Home Movie (2015), un documento-retrato de la cineasta belga a través de su madre. A partir de conversaciones presenciales y on line, madre e hija repasaban su vida, su relación, sus pliegues, afectos y fragilidades. Akerman no sólo se sumerge en su progenitora sino que también lo hace en ella misma, en una radiografía emocional directa y profunda para rastrear la mirada interior que todos llevamos y ocultamos a los demás y a nosotros mismos. El cine doméstico y cotidiano de los sentimientos de Akerman impregna el par de películas de la cineasta Celia Rico Clavellino (Constantina, Sevilla, 1982), un cine sobre madres e hijas, un cine sobre los afectos y las fragilidades interiores de las que estamos hechos. En su impecable debut, Viaje al cuarto de una madre (2018), la cosa iba de Leonor, una hija que, harta de la falta de oportunidades en su pueblo, quería escapar a Londres para abrirse camino, y le costaba enfrentarlo a Estrella, su madre con la que convive. 

Estrella y Leonor, madre e hija, no están muy lejos de Teresa y Ani, la hija y madre de Los pequeños amores, su segundo largo, donde vuelve a hablarnos de forma tranquila y reposada de las grietas emocionales entre las dos mujeres. Podríamos ver esta segunda película como la continuación de la primera, o como el contraplano, unos años después, porque hay muchos elementos que se repiten en las dos películas. Volvemos a situarnos en un pueblo, ahora hay más exteriores, y si en aquella el invierno era la estación escogida, ahora, es el verano, la estación predilecta para parar, para hablar y sobre todo, no hacer nada, aunque a veces se convierte en un tiempo de reflexión en que nos resignifica y nos obliga a mirarnos al espejo y mirar el reflejo. A Teresa, profesora en Madrid y con novio lejos, volver al pueblo y a la casa de su madre (en esta, como en la anterior, la ausencia del padre vuelve a estar presente), es también abrir su personal “Caja de Pandora”, entre ellas dos. Teresa vuelve porque su madre se ha caído y necesita ayuda. Una situación que le incomoda y no le gusta, pero las cosas son así, y la película con trama tranquila y sin estridencias ni aspavientos emocionales ni argumentales, va tejiendo con intensidad pausada y transparencia, con desnudez y sensibilidad. 

La sombra de Akerman vuelve a estar en cada elemento de la película, con ese cine doméstico que parece tan cercano y en realidad, es tan lejano, porque siempre huimos de nosotros y de los demás a la hora de enfrentar nuestras emociones y aquello que no nos gusta de nosotros. Ani es una madre difícil, crítica y reprocha demasiadas cosas a su hija, quizás la soledad (sólo camuflada por la compañía de un perro), y cierta amargura la han convertido en alguien así. No obstante, Teresa intenta capear los temporales como puede, no es una mujer feliz, se siente frustrada por un trabajo que no ama, y un amor que no acaba de encontrar y además, está en esos 40 y algo en que la vida se vuelve demasiado reflexiva y se empeña o nos empeñamos a pasar cuentas con nuestra vida hasta entonces, y con todo lo que vendrá, que ya no parece tan lejano como a los veintitantos. Rico Clavellino huy de la trama convencional y a este dúo alejado, le introduce un vértice, un joven pintor llamado Jonás que sueña con ser actor, alguien que devolverá a Teresa a tiempos pasados o quizás, a aquellos años donde todo parecía posible, en los que las cosas no eran tan complicadas o tal vez, no las veíamos de esa forma. La cineasta sevillana se vuelve a rodear de mucha parte del equipo que le ayudó a que Viaje al cuarto de una madre se convirtiese en una película, porque encontramos a la terna de productores Sandra Tapia, Ibon Gormenzana e Ignasi Estapé, la cinematografía de Santiago Racaj, que acogedora, sutil y especial es su luz, que no está muy lejos de aquella que hizo para La virgen de agosto (2019), de Jonás Trueba, y el montaje de Fernando Franco, que acoge con serenidad, tacto y brillantez sus sensibles y naturales 93 minutos de metraje, donde va ocurriendo la cotidianidad rodeada de miradas y gestos y en realidad, lo que ocurre es la vida aunque desearíamos esquivarla inútilmente. 

Las dos mujeres parecen dos islas que se irán acercando, cada una a su manera, entre reproches de la madre, soledades de la hija, entre las ficciones de la literatura, que divertidos resultan los diálogos en relación a los libros, las canciones que nos remiten tiempos y personas, entre (des) encuentros del pasado de la hija, esos cines de verano en la plaza, el insoportable calor de las noches veraniegas, los baños en el estanque y demás días, tardes y noches de verano en soledad y compañía. Como sucedía en su ópera prima, Rico Clavellino vuelve a contar con un par de magníficas actrices, la Lola Dueñas y Ana Castillo dejan paso a Adriana Ozores como Ani y María Vázquez como Teresa. Una madre muy suya en la piel de una actriz que con poco dice mucho, en otro buen personaje como el que tenía en Invisibles, metiéndose en la piel de una mujer tan acostumbrada a la soledad y las indecisiones de su hija que constantemente le recuerda, pero también, una mujer que se deja cuidar a regañadientes, que tiene su corazoncito porque recuerda tiempos lejanos donde costaba poco ser feliz. Una hija con la mirada triste y perdida de María Vázquez, que vuelve a emocionarnos con otro peazo de personaje como el que hizo en la asombrosa Matria, siendo esa mujer limbo porque está en Madrid y en el pueblo, porque tiene un amor y a la vez, no lo tiene, y que cuida de una madre que no se deja cuidar, y de paso se cuida poco ella. Con esa idea de huir sin saber dónde. Y Aimar Vega, el testigo pintor, que aporta frescura, que no está muy lejos del personaje de Leonor, que habíamos visto en películas como Amor eterno, de Marçal Forés, y en Modelo 77, de Alberto Rodríguez, entre otras. 

No dejen pasar una película como Los pequeños amores (gran título como el de Viaje al cuarto de una madre), porque sin explicar demasiado, aunque esta es una película que no se puede explicar, porque todos sus espacios y elementos invisibles tienen mucha presencia y se van construyendo un diálogo muy honesto entre ficción y realidad, al igual que entre lo que estamos viendo los espectadores y lo que vamos sintiendo. Una cinta que deja una ventana entreabierta a descubrir esos “pequeños amores” que hemos olvidado o practicamos nada, porque la vida y esas cosas que nos pasan, casi siempre tienen un sentimiento de tristeza y frustración, y debemos detenernos y mirar y mirarnos y sentir que esos amores a los que no dedicamos ninguna atención son tan importantes como los otros que, en muchos casos, van y vienen y no acaban de quedarse, por eso, es tan fundamental, prestarnos más la atención y sumergirnos en nosotros y lo que sentimos, y no olvidarnos de los amores cotidianos, tan cercanos y tan íntimos como los que sentimos hacía una madre, porque esos no durarán siempre y un día, quizás, nos despertemos y no podremos tenerlos. La película de Celia Rico Clavellino nos invita a vernos en esos espejos que descuidamos, en esos amores que nos hacen estar tan bien con muy poco. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Pablo Maqueda

Entrevista a Pablo Maqueda, director de la película «La desconocida», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el viernes 21 de abril de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pablo Maqueda, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laia Manzanares

Entrevista a Laia Manzanares, actriz de la película «La desconocida», de Pablo Maqueda, en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el viernes 21 de abril de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laia Manzanares, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego y Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La desconocida, de Pablo Maqueda

UN PARQUE EN LAS AFUERAS. 

“La cosa más aterradora es aceptarse a sí mismo por completo”,

Carl Jung

Imaginen un parque en las afueras de cualquier ciudad, uno de esos parques que por las tardes se llenan de niños que juegan y padres que los vigilan, y en sus caminos de alrededor hay otros corriendo y otros en bici. En uno de esos parques, donde hay juego y vida, cerca de esa cotidianidad, también hay otras cosas, se han citado un hombre y una adolescente, están sentados, uno habla y la otra escucha, no sabemos para qué están ahí, pero podemos imaginarlo. Con este arranque, tan incómodo e inquietante, arranca la tercera película como director de Pablo Maqueda (Madrid, 1985), después de #RealMovie y Manic Pixie Dream Girl, ambas del 2013, y Dear Werner (Walking on Cinema) (2020), un documento que el propio repetía el viaje a pie de finales de los setenta del famoso cineasta. Vamos a quedarnos con las dos primeras, porque ya ponían de manifiesto los oscuros y peligrosos mecanismos internet, sus identidades y el ciberacoso, porque con La desconocida, vuelve a los espacios de las redes sociales y a todos los adultos-cazadores que las usan para captar adolescentes-presas, y lo hace basándose en la pieza teatral Grooming (2009), de Paco Bezerra, que coescribe el guion junto a Haizea G. Viana (que conocimos su faceta como productora junto a Maqueda apoyando películas de Chema García Ibarra, Marçal Forés, entre otros), también coproductora, y el propio director.

Una historia que, a modo de matrioska rusa, oculta muchas otras cosas que, no vamos a desvelar, ni siquiera a intuir, obedeciendo el texto anti-spoilers que actúa como advertencia al comienzo de la película. Lo que sí podemos decir es que tenemos a un tipo que se hace llamar Leo, que se nos presenta como esposo y padre de una niña, que tiene un trabajo sin más, como vemos en la cuidada y estupenda presentación a ritmo de Julio Iglesias, que recuerda a aquella otra de José Sacristán en Magical Girl, de Vermut, con el que Maqueda comparte muchos tonos y aromas a la hora de abordar los espacios oscuros y terroríficos de la condición humana desde la más absoluta cotidianidad. Frente a Leo, tenemos a Carolina, una de esas adolescentes solitarias que pierde el tiempo en los interminables chats y contacta con el adulto, y se cita en el citado parque. A partir de ahí la película se disfraza de thriller psicológico, como aquellos de los sesenta y setenta que hacían los Hitchcock, Fleischer y demás demiurgos de la tensión, la inquietud y el miedo, porque no sé los demás espectadores, pero un servidor lo ha pasado mal viendo la película, tanto por lo que se ve como lo que se intuye, y también, lo que se imagina, en este macabro juego sobre lo que somos, lo que nos gustaría ocultas y sobre todo, lo que no ocultamos. 

El director madrileño se ha acompañado de grandes como la cinematografía de Santiago Racaj, que consigue inquietarnos y encerrarnos en la madriguera que propone el relato, un agujero en el que nos metemos abducidos por el ímpetu de unos diálogos que explican mucho más de lo aparentemente significan, el exquisito y conciso montaje de Marta Velasco, porque no nos damos cuenta de los giros y virajes de su trama, ya que todo se cuenta de forma directa y sin piruetas enrevesadas, todo queda claro y por eso, da más acojone, como la excelente música de Elena Hidalgo, que nos va sumergiéndonos hacia ese bosque y esos bosques que son los personajes. Maqueda ya nos había demostrado su buen hacer en la elección de sus intérpretes. Todos recordamos a la composición maravillosa de Rocío León en sus películas-internet citadas, por eso no nos extraña que para encarnar a los misteriosos y cercanos personajes de La desconocida, se haya decantado por un actor de la talla de Manolo Solo, que puede hacer lo que se le antoje, con esa mirada, esos gestos y sobre todo el palomo que le imprime a sus criaturas. 

No era fácil encontrar una actriz que tuviese que batallar con un actor como Solo, pero la ha encontrado en una de las mejores actrices de su generación, en la piel de una brillante Laia Manzanares, una de esas actrices capaz de hacer personajes con una franja de edad grande, porque puedes creerla como adolescente y como adulta, y eso es mérito de una actriz con una dicción perfecta y una mirada que traspasa la pantalla, como demostró en su rol en Temps salvatge, la obra con la que deslumbró en el Teatre Nacional de Catalunya. Y después, nos encontramos con Eva Llorach, que ya había estado en #RealMovie, en el rol de Elisa, la mujer de Solo, y madre de su pequeña hija, con ese buen hacer que tiene una actriz que demuestra naturalidad por sus cuatro costados. El director madrileño no esconde sus referencias, al contrario, los expone como muestra del cine como medio de legado y transmisión para los que vendrán, ahí nos cruzamos con Hard Candy (2005), de David Slade, quizás el más evidente, porque también abordaba el tema del ciberacoso desde una perspectiva realista y noir, los ya citados, y Carlos Vermut, que mencionamos nuevamente, porque ahí se emparenta y mucho con Maqueda, porque construye una fábula brutal y lo hace desde la cotidianidad más pura y elegante, sin entrar en embellecimientos ni trampas estúpidas a los espectadores. 

Más referencias como las de los universos sucios, solitarios e inquietantes del Fincher de Zodiac y Perdida, con esos personajes de muchas piezas. No podemos olvidarnos de Caroll y su inmortal Alicia, sus maravillas, su a través del espejo, y demás. La mirada crítica y devastadora de la novelista Elfride Jelinek está muy presente, así como La pianista (2001), de Michael Haneke, que adaptó su libro homónimo, donde también se abundaba en el universo de la parafilia. Y ya lo dejamos, haciendo caso al texto introductorio de la película, dejando que los espectadores que quieran asomarse a esos mundos terroríficos que se cruzan cada día con los nuestros, puedan descubrir una película como La desconocida, de Pablo Maqueda, un cuento de terror no con casa encantada, sino con paisajes y personajes inquietantes, una de esas películas que no dejan indiferente, por su osadía, por los temas que toca y sobre todo, por como los plantea y los desarrolla, una pieza clave que hace que una película interesante sea una gran película. No lo olviden, no desvelen nada del contenido de la película, porque dejarán que otros como ustedes pierdan el sentido de cualquier película, descubran su contenido, un contenido que quizás, tiene mucho de nosotros, o quizás no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Vasil, de Avelina Prat

EL REFLEJO DEL OTRO.

“Tengo que conocer a la otra persona y a mí mismo objetivamente, para poder ver su realidad, o, más bien, para dejar de lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella”.

«El arte de amar» (1956), Erich Fromm

¿Qué extraño mecanismo consigue que conectemos con alguien, o por el contrario, no lo soportemos? ¿Qué detonantes o elementos, y no me refiero a los materiales, construyen una relación estable, o por el contrario, hacen que naufrague estrepitosamente?. Muchas de estas cuestiones son las que se exponen en Vasil, el primer largometraje de la directora valenciana Avelina Prat, que empezó como arquitecta, peor pronto acudió a la llamada del cine, donde ha trabajado como script en más de cuarenta títulos junto a nombres como los de Fernando Trueba, Javier Rebollo, Jonás Trueba, Manuel Martín Cuenca, Cesc Gay, entre otras, amén de dirigir algunos cortometrajes de ficción y documental. Para su opera prima se ha decantado por un relato sobre un (des) encuentro con el otro, en la que Alfredo, un arquitecto jubilado de vida tranquila y algo huraño, y carácter muy peculiar, por circunstancias ajenas a su voluntad, debe convivir en su casa con Vasil, un búlgaro que necesita un sitio donde quedarse.

Prat cocina a fuego lento una historia cotidiana, sencilla y nada complaciente, donde a través de la curiosa situación entre los dos hombres mencionados, seremos testigos de todos los cambios que se van produciendo en la persona de Alfredo, eso sí, muy sutiles y casi sin darnos cuenta. La película con suma delicadeza y sensibilidad, que no ñoñería ni sentimentalista, nos sitúa en medio de estas dos almas, tan diferentes y extrañas entre sí, pero que poco a poco, se irán conociendo, reconociendo en el otro y sobre todo, cambiando, sobre todo el cascarrabias Alfredo. Hay otros elementos curiosos que hacen de Vasil, una película atípica, como su escenario localizado en Valencia, que huye de lo típico mediterráneo a la que se relaciones, para situar la historia en invierno, en un lugar nublado, tristón y apagado, en que la cinematografía de un grande como Santiago Racaj ayuda a dotar a la trama de ese aspecto distante al principio, y después, mucho más cálido, así como su preciso montaje que acoge con detalle sus noventa y tres minutos de metraje, que firma Juliana Montañés, que tiene en su filmografía a directores como Carlos Márques-Marcet, Clara Roquet y Nely Reguera, entre otros.

La excelente música que acentúa ese aspecto agridulce que recorre toda la película obra de Vincent Barrière, que ha trabajado con Adán Aliaga, Claudia Pinto, Alberto Morais y Roser Aguilar, etc… Con la producción de Miriam Porté que, a través de Distinto Films ha producido a Neus Ballús, Sílvia Quer, Laura Mañà y Patricia Ferreira, entre otras. Dos juegos, muy opuestos entre sí, en apariencia, porque los dos requieren de conocimiento, concentración y habilidad, se convierten en el quid de la trama. Uno de ellos es el ajedrez, convertido aquí en un juego que sirve de puente para salvar las diferencias entre los dos protagonistas, y el bridge, el famoso juego de cartas formando parejas, donde la habilidad de Vasil en ambos juegos, lo convierte en los demás en una pieza muy codiciada. Con unos protagonistas cercanos y complejos, entre los que, sin saberlo a ciencia cierta, se necesitan más de lo que son capaces de admitir, hay también unos personajes de reparto que no solo muestran las diferentes realidades ocultas de los principales, sino que profundizan en los sinsabores de una realidad difícil para los recién llegados como Vasil, y las eternas burocracias que más que ayudar, marean y dañan.

Tenemos a Alexandra Jiménez, en un personaje muy alejado de las comedietas que nos tiene acostumbrados, dando vida a Luisa, la hija de Alfredo, una experta en idiomas que, durante las comidas semanales con su padre, estallarán más de un conflicto por lo parco en información de Alfredo. Susi Sánchez es Carmen, una experta jugadora de bridge, que verá en Vasil una oportunidad de ganar a sus odiosas contrincantes en el club, y de paso, conocer mejor al búlgaro talentoso, y Sue Flack, con más de treinta títulos en España, da vida a Maureen, otra jugadora del bridge, antigua compañera de juego de Alfredo, que ayuda a Vasil. Mención especial tiene la pareja protagonista, que tiene el aroma de aquella memorable que hacían Jack Lemmon y Walter Matthau, en la piel de un Karra Elejalde, en uno de sus mejores interpretaciones, un tipo solitario, apasionado del ajedrez y cansado y hastiado de la vida, con sus pequeños placeres y poco más, que con la llegada de Vasil todo su espacio y su microcosmos se ve amenazado y cambiado.

Frente a él, el tal Vasil, que interpreta Ivan Barnev, viejo conocido por estos lares por protagonizar películas como La lección y The Father, ambas del tándem Kristina Grozeva y Petar Valchanov, y Destinos, de Stepahn Komandarev, siendo el mejor Vasil posible, un tipo de gran inteligencia y aplomo, con una grandísima actitud ante la adversidad, digno de admiración por parte de un sorprendido Alfredo. Nos alegramos de la fantástica incorporación a la dirección de largometrajes de Avelina Prat y por su reposada y profunda mirada, para hablarnos a hurtadillas de una historia muy contemporánea que aborda los grandes problemas de las sociedades actuales; la soledad, el miedo al otro, la actitud ante la adversidad, y sobre todo, los conflictos con los demás y son uno mismo. Y todo esto lo hace con una asombrosa sencillez, humanidad, con unos personajes de carne y hueso, sumamente complejos y cercanísimos, igual que las personas que nos cruzamos diariamente en nuestras vidas, con sus cosas, que como Alfredo y Vasil, tienen sus cosas y se parecen mucho a las nuestras. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La consagración de la primavera, de Fernando Franco

LAURA CONTRA SÍ MISMA.

“Tu mirada se aclarará solo cuando puedas ver dentro de tu corazón. Aquel que mira hacia afuera, sueña; aquel que mira hacia adentro, despierta”.

Carl Jung

La tercera película de Fernando Franco (Sevilla, 1976), vuelve a transitar por las cotidianidades incómodas y oscuras que ya estructuraban sus dos anteriores trabajos. En La herida (2013), conocíamos a una mujer muy trabajadora pero con un grave déficit para relacionarse con los demás, y tendencias depresivas y de autolesión. En Morir (2017), una pareja se veía sumamente resquebrajada por la enfermedad de uno de ellos. En La consagración de la primavera, que acoge su título de la famosa composición de Ígor Stravinski, en un guion escrito por el propio director y Begoña Arostegui, con la que ha codirigido un par de cortometrajes de animación, nos lleva al rostro, a la piel y el cuerpo de Laura, un joven de Manacor, que ha llegado a Madrid para estudiar Químicas y está alojada en un Colegio Mayor de Monjas. Laura está sola, no conoce a nadie, deambula por la ciudad, por la Universidad, y una noche, de casualidad, conoce a David, un joven con parálisis cerebral, al que hará de asistente sexual.

Franco construye relatos muy cercanos y cotidianos, con muy pocos personajes, donde abunda la profundización de los aspectos psicológicos de los personajes. El director sevillano consigue sin aspavientos ni piruetas argumentales, sumergirnos en su microcosmos y enfrentarnos a situaciones difíciles y diferentes, accediendo a esos universos tremendamente incómodos, de los que huimos, a los que nos cuesta enfrentarnos, ya sea por educación, por moral, por miedo o simplemente, por desconocimiento. Laura está en un período de descubrimientos y experiencias nuevas, ya no está al amparo de una familia conservadora y cerrada, sino que ahora deberá enfrentarse a todo aquello que rechaza, a todo aquello que le atemoriza, enfrentarse a su entorno y sobre todo, así misma, una tarea que no le resultará nada fácil, una tarea donde se sorprenderá de todo lo que descubrirá de su interior. Un gran trabajo técnico empezando por esa luz mortecina y otoñal que firma el cinematógrafo Santiago Racaj, que ha estado en las tres películas de Franco, amén de trabajar con nombres tan importantes como los de Javier Rebollo, Jonás Trueba, Carlos Vermut y Carla Simón, entre otros.

El detallista y preciso trabajo de montaje de Miguel Doblado, fogueado en mil y una serie de televisión como las de Gran Reserva, Víctor Ros y Antidisturbios, entre otras, que consigue imprimir un ritmo pausado y cadencioso al relato, en el que no pasan de suceder cosas en sus ciento nueve minutos de metraje. Uno de los aspectos muy trabajados en el cine de Franco es la música, siempre diegética y tremendamente variada: música actual como techno y disco, y rock antiguo o el tema de Stravinski, un mosaico de piezas que pertenecen a ese mundo interior y complejo de los personajes, de as diferentes sensaciones, pensamientos y reflexiones de cada uno de los individuos que presenta la película. La consagración de la primavera guarda muchos paralelismos con Vivir y otras ficciones (2016), de Jo Sol, en su tratamiento de abordar aquello diferente, no normativo, en enfrentarse a los propios miedos y prejuicios y salir de tanto juicio moral y lanzarse a experimentar, a buscarse y sobre todo, a crecer sin miedo.

No estaríamos analizando con justicia la película de Franco, si solo nos quedásemos en el drama íntimo que en apariencia propone, porque la película va mucho más allá, y profundiza en muchos aspectos, usando diversas texturas y aspectos, como ese humor negro que tanto tiene, donde le da la vuelta a algunas situaciones y generando esa mirada donde todo tiene su lado cómico, o el revestimiento de comedia romántica, pero no al uso trillado de ciertos productos, sino con la maestría y la elegancia que las hacía Rohmer, en esas idas y venidas entre fiestas en pisos, cruzándose por los pasillos de la facultad y demás, y sobre todo, en el aspecto moral, donde la tolerancia y la apertura en todos los sentidos que se encuentra Laura con Isabel, la madre de David y el propio David, tan alejados al conservadurismo que trae de su familia. Laura encuentra su lugar en el mundo descubriendo que hay muchos mundos en este, que solo hace falta abrirse, atreverse y sobre todo, experimentar en libertad, abandonarse a esos universos de experimentación, de objetos sexuales y de pieles y cuerpos tocándose y sintiendo más allá de todo, de los prejuicios, miedos, inseguridades y mierdas.

Como ocurrían en sus anteriores películas, el grandísimo trabajo del equipo artístico es enorme, dotando a cada personaje de una magnífica naturalidad, a los que alguna vez no les hace falta ni tan siquiera hablar para expresar todo aquello que ocultan. Una Emma Suárez maravillosa y cercanísima, dando vida a Isabel, esa mujer que ha tenido que abrirse a los deseos de su hijo con parálisis cerebral y ser una madre tolerante y muy abierta, como deberían ser todas. Telmo Irureta un versátil intérprete, tanto en cine como en teatro, que ha dirigido varios cortometrajes, es el mejor David posible, con ese humor, esa música, y esos momentazos que nos regla a lo largo y ancho de la película, que consigue una comunicación espiritual y muy emocional con el personaje de Laura, que hace una fabulosa Valèria Sorolla, su primera vez en el cine, después de haberse curtido en el teatro y en televisión. Su Laura es uno de esos personajes de pocas palabras, todo lo expresa con esa mirada que nos atrapa, que nos hechiza, que encierra demasiadas oscuridades, y la seguiremos por su periplo emocional, por su travesía por todo aquello que debe dejar en el pasado para crecer de forma libre y sin ataduras en el futuro. No dejen de ver La consagración de la primavera, porque se alegrarán y mucho de conocer su historia y sus personajes, y sobre todo, les ayudará a cuestionarse muchas estupideces que todavía piensan y ya es tarde para abandonarlas y empezar a mirar las cosas desde otros ángulos y perspectivas, porque se están perdiendo un mundo asombroso y está muy cerca de todos nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba

UN DÍA DE VERANO DESPUÉS DE UNA BREVE NOCHE DE INVIERNO.

“En estos tiempos en los que todo el mundo ansía tener éxito y vender, yo quiero brindar por aquellos que sacrifican el éxito social por la búsqueda de lo invisible, de lo personal, cosas que no reportan dinero, ni pan, y que tampoco te hacen entrar en la historia contemporánea, en la historia del arte o en cualquier otra historia. Yo apuesto por el arte que hacemos los unos para los otros, como amigos”

Jonas Mekas, Manifiesto contra el centenario del cine, 1996

Nunca sabremos dilucidar que partes pertenecen a la vida y qué otras al cine. Quizás la cuestión no va encaminada por ahí, sino que debería darnos igual, porque en el fondo son dos elementos a la par. Es decir: la vida y el cine forman parte de un todo, de una forma de vivir y acercarse a la vida, de mirarla, con sus pequeños detalles cotidianos, invisibles y ocultos, pero que son la verdadera esencia de las cosas. Detenerse a mirar y mirarse y a partir de ahí, construir una película que es un reflejo propio y ajeno de la vida, representarla ante una cámara y registrarla para que otros, los espectadores sean participes de ese trozo de vida, de ese trozo de cine.

El cine de Jonás Trueba (Madrid, 1981), está, como no podría ser de otra manera, íntimamente relacionado con su vida, porque el director madrileño filma su entorno, a sus amigos, donde escuchamos la música que escucha, y leemos los libros que le interesan, donde todo su mundo vital adquiere una transformación cinematográfica. Una vida que mira al cine y se refleja en él. Con Los ilusos (2013), su segunda película, empezó una forma íntima de ser, hacer y compartir el cine. Relatos sobre sus amigos y él, sobre todo aquello que los rodeaba y en especial, la circunstancia obligada, porque la película nacía de una necesidad de devolver al cine su esencia, sus orígenes, en una película que hablaba sobre lo que hace la gente que hace cine cuando no hace cine, toda una declaración no solamente sobre el cine, sino sobre cómo hacer cine. A aquella, que dio nombre a la productora, le siguieron Los exiliados románticos (2015), La reconquista (2016), La virgen de agosto (2019) y Quién lo impide (2021), todas ellas películas que hablan de amistad, de amor, de tiempo, de hacerse mayor, de frustraciones, de (des) ilusiones, de vida y también, de cine.

La pandemia ha afectado a sus dos últimas películas, como no podía ser de otra manera. En Quién lo impide, se iniciaba y finalizaba con una conversación de zoom entre Jonás y sus “adolescentes”, un monumental fresco cotidiano de casi cuatro horas donde se filmaba a un grupo de adolescentes y sobre todo, se les escuchaba. Nuevamente la pandemia ha transformado su nuevo trabajo, Tenéis que ir a verla, todo un no manifiesto ya desde su esclarecedor título. Por un lado, tenemos un aparte central de la trama, porque una de las parejas lanza la frase a la otra pareja amiga en referencia a su nueva casa de fuera de Madrid, a media hora en tren desde Atocha. Y por otro lado, un título que remite al hecho del cine, de ir al cine en las salas de cine, en el que la película en cuestión y el cine de Jonás en general, siempre aboga, y no solo en el hecho de ir a un cine, sino de compartir el cine y disfrutar de ese pequeño gesto que, debido a la pandemia ha provocado que muchos espectadores no vuelvan al cine. Jonás vuelve a contar con sus “Ilusos” habituales, Lafuente en producción, Racaj en cinematografía, Velasco en la edición, M. A. Rebollo en arte, Silva Wuth y Castro en sonido, Renau en gráfica, y sus “ilusos” intérpretes: Itsaso Arana, Francesco Carril y Vito Sanz, y la gran incorporación de Irene Escolar.

¿Qué nos cuenta la última película de Jonás Trueba?.. La trama es muy sencilla, de un tono ligero y cercanísimo, como suele pasar en el cine del director. Empieza en un café de Madrid una noche invierno mientras dos parejas amigas escuchan al genial pianista Chano Domínguez. Escuchamos dos canciones. Luego, escuchamos a las dos parejas. Una, la que vive en una casa fuera de Madrid, le pide a la otra, que vive en un barrio de Madrid, que vayan a visitarles. Seis meses después, vemos a la pareja en un tren camino a visitar la casa de los de fuera de Madrid. Esta vez los personajes de Jonás no van al cine, pero el cine siempre está presente, como esa secuencia en el tren, o ese encuadre cuando llegan a la casa, pero sí que hay esos momentos musicales, como el inicio con música en directo, que remite indudablemente a las canciones del desparecido músico Rafael Berrio, y otras canciones como “Let’s move to the Country”, de Bill Callahan, remitiendo a dejar la ciudad y vivir en el campo. También, hay libros, en este caso, el de “Has de cambiar de vida”, de Peter Slotendijk, del que nos leerán algunos fragmentos, todo un ensayo profundo y analítico sobre las ideologías en este tiempo actual, y la forma de hacer una sociedad más justa, solidaria y equitativa, entre otra muchas cosas.

El día de verano, donde se concentra casi toda la acción, o en el caso del cine de Jonás, podríamos decir el día en que se concentra todo el encuentro o el reencuentro, o quizás, el desencuentro, porque ese día, aparentemente construido con una sorprendente ligereza, hay toda una estructura férrea y profundísima de cuatro amigos, o lo que queda de su amistad, que hablan, también escuchan, de los temas que les atañen como vivir en la ciudad o en el campo, sobre ideologías y lo que queda de ellas, sobre embarazos o no, sobre ellos o lo que queda de ellos, sobre todas esas ilusiones de juventud, de todo lo que la pandemia ha despertado o enterrado, porque sigue tan presente en la película con las mascarillas todavía haciendo acto de presencia. Los cuatro amigos visitan la casa, comen, juegan al ping-pong, y pasean por el bosque, como explica la canción, que quizás no sea volver al campo a vivir o quizás sí, pero también es volver a ser o al menos, parecerse a lo que éramos antes y mejor, aunque esa sea la mayor de las ilusiones.

Tenéis que venir a verla es una película de metraje breve, apenas una hora, suficiente para filmar de forma ligera, transparente e íntima a las cuatro vidas que retrata la película, y hacerlo de una forma tan auténtica, como si pudiéramos tocar la película, olerla y sentirla, despojando al cine de su artificio y dejándolo libre y sin ataduras, como hacían los Rohmer, Tanner, Eustache, las primeras obras de Colomo y Fernando Trueba, Weerasethakul, Miguel Gomes y su reciente Diarios de Ostoga, también parida en pandemia, con muchos trazos, texturas y elementos próximos a la de Jonás, porque como abríamos este texto, el cine y al vida no tienen diferencias, sino todo lo contrario, el cineasta vive y filma, o dicho de otra manera, la vida provoca que se haga cine, un cine de verdad, que hable de nosotros, como hace Jonás, no solo un cineasta genial, sino un excelente cronista vital y sentimental de la gente de su edad, de su entorno y de todas las ilusiones que esperemos que la pandemia no haya acaba por eliminar, porque Tenéis que venir a verla, aboga a volver al cine, los que todavía no lo han hecho, y no solo es una película sobre cuatro personas, sino también, un acto de resistencia, de lucha, de política, de volver al cine, y volver a hacer cine natural, sobre nosotros, sobre todo aquello que sentimos y tan maravilloso. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA