Tengo sueños eléctricos, de Valentina Maurel

EL LABERINTO DE EVA. 

“Tengo sueños eléctricos. Una horda de animales salvajes se aman a gritos, a veces a golpes”.

Ese ese período de la adolescencia en ese tránsito de la niñez a la edad adulto, un espacio tan delicado, y a la vez, tan cambiante y lleno de incertidumbre ha sido retratado por un cine sudamericano personal y profundo, analizando los cambios físicos y fisiológicos, la construcción de la identidad propia, el despertar al amor y la sexualidad, el divorcio de los padres y demás. Películas como La niña santa (2004), de Lucrecia Martel, Después de Lucía (2012), de Michel Franco, Las plantas (2015), de Roberto Doveris, Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, Tarde para morir joven (2018), de Dominga Sotomayor y Las mil y una (2020), de Clarisa Navas. Todas ellas podrían ser espejos donde se miraria Tengo sueños eléctricos, la ópera prima de Valentina Maurel (San José, Costa Rica, 1988), en la que focaliza todo su conflicto en la mirada de Eva, una adolescente de dieciséis años, que no lleva bien la separación de sus padres, y está empezando a descubrir las necesidades y cambios sexuales de su cuerpo, y se debate en vivir con un padre violento o una madre demasiado susceptible.

Las primeras imágenes de una película siempre resultan importantes, pero en el caso de Tengo sueños eléctricos lo son aún más, porque su increíble e impactante arranque resulta muy revelador a lo que luego veremos, con la cámara se sitúa en la parte trasera del automóvil, donde se encuentra el punto de vista de Eva, y vemos la violencia que se va desatando in crescendo hasta explotar en un ataque de ira del padre golpeándolo todo objeto que se encuentra, y luego, en la casa, cuando la madre reforma la casa y quiera lanzar todo lo antiguo. Veremos la relación de Eva con su madre y su padre, llena de contrastes, entre una madre que quiere paz imperiosamente y huir del pasado, y un padre, que busca lo contrario, volver a su escritura, salir de fiesta y conocer mujeres. con una imagen tremendamente cotidiana y muy cercana, que firma Nicolás Wong Díaz, que trabajó en La llorona (2019), de Jayro Bustamante, con una textura gruesa que traspasa la pantalla, en la que podemos ser testigos al instante de esa relación padre e hija llena de altibajos donde la línea que separa del amor al odio es demasiado fina, tan frágil que amenaza tormenta constantemente. El preciso montaje obra de Bertrand Conard, que nos lleva sin descanso ni tregua por los diferentes ambientes de la capital, lugar de nacimiento de la directora, donde se desarrolla la película que son un espejo revelador de la relación cambiante entre los dos principales protagonistas. 

La fuerza de las imágenes y la sencillez y calidez de la propuesta, consiguen un relato profundo y sensible no solo de la adolescencia o mejor dicho, de ese tránsito complejo y lleno de incertidumbre por el que hemos pasado todos los adultos, y en el que nunca se sabe a ciencia cierta si todo aquello que te está ocurriendo tiene mucho que ver contigo o la imperiosa necesidad de abandonar la infancia y ser uno más del mundo de los adultos, aunque no comprendas la mayoría de cosas que viven y mucho menos, sienten. La grandísima labor de Maurel en su dirección de intérpretes consigue que cada uno de ellos brille con luz propia, sin nada de estridencias ni aspavientos que no vienen al caso, aquí todo se construye desde dentro, desde el alma, con sencillez y honestidad más cercanas e íntimas, mostrando todo aquello invisible a partir de la mirada, el gesto y el detalle más ínfimo. La pareja protagonista es magnífica con Reinaldo Amien Gutiérrez en el papel de Martín, ese padre que, después de la separación, quiere volver a ser adolescente, recuperar sus sueños de artista e irse de fiesta, y andar con muchas mujeres, una vida que seduce a Eva, su hija, pero a la vez, esos ataques violentos de su padre la devuelven a cuando la vida era muy oscura. 

Pero si algo resulta grandiosa la película Tengo sueños eléctricos es la elección para el personaje de Eva de una actriz debutante como Daniela Marín Navarro, porque cada mirada, detalle y gesto que tiene en la película es sumamente portentoso, con una fuerza y una sensualidad fuera de lo común, de las que se recuerdan, en una de las llegadas al cine más deslumbrantes que se recuerdan, porque la actriz debutante posee una inteligencia natural y alejada de la pose que es toda una lección de interpretación de composición de personaje sin necesidad de caer el sentimentalismo ni la condescendencia. Celebramos la llegada al cine de una cineasta como Valentina Maurel, porque no seduce con brillo y sobre todo, sin caer en errores de mucho cine de esta índole, en el que hay que empatizar por decreto con los personajes, aquí no hay nada de eso, porque la cineasta franco-costarricense muestra y retrata una relación en la que los espectadores la vemos, la vivimos y nos dejan que saquemos nuestras propias conclusiones de forma libre y honesta, y eso es ya mucho en un cine cada vez más cómplice de lo establecido y lo políticamente correcto, en fin, la película de Maurel huye de lo complaciente y cómodo, para mostrarnos muchas situaciones que nos generan tensión, muchísima incomodidad y sobre todo, nos lanzan gran cantidades de preguntas, que esa y no otra debería ser la función de cualquier expresión artística, y también, del cine que es el que ahora nos ocupa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Grégory Montel

Entrevista a Grégory Montel, actor de la película “Las cartas de amor no existen”, de Jérôme Bonnell, en el Instituto Francés en Barcelona, el miércoles 6 de abril de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Grégory Montel, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Philipp Engel, por su gran trabajo como intérprete, y a Alexandra Hernández de Hayeda Cultura, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las cartas de amor no existen, de Jérôme Bonnell

¿QUE FUE DE NUESTRO AMOR?

“¿Acaso podemos cerrar el corazón contra un afecto sentido profundamente? ¿Debemos cerrarlo? ¿Debe hacerlo ella?

James Joyce

Jonas es un tipo de cuarenta y tantos tacos, con encanto pero torpe, como cantaba Sabina, alguien que se encuentra en Stand by, no por decisión propia, sino porque su vidas y los hechos que la rodean parecen ir contra él, o simplemente, las cosas van sucediendo y Jonas va llegando tarde a todo, porque no quiere darse cuenta que las cosas se terminan, o hay gente con la que hay que terminar por nuestro propio bienestar. A Jonas le costó despedirse de la madre de su hijo, una mujer que ya no quería, también de su socio, un aprovechado que le ha metido en un gran lío, y además, le cuesta horrores decir adiós a Léa, su última novia. Jonas ahí anda, a la deriva por su miedo a cerrar, a decir adiós, y sobre todo, el miedo a la incertidumbre que se apodera de uno cuando cierra algo o a alguien y empieza de cero. Donde muchos ven una forma de empezar de nuevo, Jonas lo ve como una decisión que no quiere o no puede tomar, aunque la situación actual lo lleve a la mierda. Y en esas anda.

La historia arranca después de una noche de borrachera, Jonas se levanta más perdido que nunca y no decide otra cosa que visitar a Léa de buena mañana, y hacer lo imposible para recuperarla, una vez más. La cosa no va como espera y se refugia en el café de enfrente de su casa, como si se tratase de un naufrago en una isla desierta, esperando a Léa decide escribirle una carta, una carta para contarlo todo lo que siente por ella, y esta se decida a rescatarlo, porque él no se atreve o simplemente no se lo ha planteado, quizás ha llegado de coger la riendas de su vida y enfrentarse a ese tipo que tanto miedo le da y no es otro que él mismo. Las cartas de amor no existen (del original “Chère Léa”), es el séptimo largometraje de Jérôme Bonnell (París, Francia, 1977), y vuelve a colocarse en el tono que más le gusta al director francés, entre la comedia dramática y el romance, porque estamos ante una comedia romántica, con ese aroma que tenían las del Hollywood clásico, sin olvidarnos de Becker y Truffaut, donde el amor y su perdición es el trasunto real de la trama, una estructura que se desmarca acomodándose en el suspense hitchcockiano, con el inquietante macguffin, que no es otro que la citada carta, ya que su contenido nunca nos será revelado.

La acción, más propia del thriller psicológico que de la comedia al uso, juego mucho con los inequívocos y las subtramas que solo hacen más difícil la no aventura y no decisión del protagonista, jugando mucho con la información, porque se nos da poca información del pasado del protagonista y las personas que lo pululan, en una especie de radiografía emocional que sin querer se practica el propio Jonas que, al igual que le ocurría al dickensiano Ebenezer Scrooge, sus fantasmas del pasado comenzarán a revolotearle el alma, donde el café será el centro neurálgico de su catarsis personal, y saldrá a unas visitas como la de su ex en la cafetería de una estación, que recuerda a una de sus películas El tiempo de los amantes, de dos desconocidos que se conocían en un tren, y la peculiar relación con el dueño del café, el amante de Léa, su socio con el que se comunica vía móvil, al igual que su hijo, y algún que otro cliente y los habituales del barrio. Las cartas de amor no existen habla de amor, o quizás podríamos decir, de todo ese amor que creemos sentir, de las historias que hay que dejar, decir adiós, y del tiempo.

El tiempo real de la película acotada a un solo día, a una única jornada, veinticuatro horas donde casualmente Jonas hará balance de los hechos vitales hasta ahora, y en un lugar ajeno al suyo, en cierta manera, Jonas está en una especie de laberinto emocional en el que él mismo ha puesto sus obstáculos para no salir. La estupenda cinematografía de Pascal Lagriffoul, responsable de toda la filmografía de Bonnell, le da ese toque cercano y naturalista sin caer en ningún instante en el embellecimiento ni la condescendencia, la excelente música de David Sztanke va detallando todos los estados emocionales de Jonas en una especie de montaña rusa de nunca acabar, y el ágil y formidable montaje de Julie Dupré, que ya trabajó con el director parisino en À trois on y va y en la citada El tiempo de los amantes – amén de aquella maravilla que era Dos otoños, tres inviernos (2013), de Sébastien Betbeder – que rompe con habilidad ese único escenario donde se desarrolla casi toda la trama.

El maravilloso reparto de la película encabezado por Grégory Montel, un magnífico y desconocido para el público de por aquí, pero muy popular en Francia por su éxito televisivo por Call My Agent!, una serie que ha dado la vuelta al mundo. El actor se mete en la piel de Jonas, y nunca mejor dicho, porque la cámara se posa en él y dentro de él, dando vida a un tipo que tiene muchos frentes abiertos por miedo o por no atreverse: un trabajo que odio, porque en realidad le encantaría escribir, y mira tú, ha empezado por una carta, una carta que no puede parar de escribir, con relaciones pasadas que cree todavía estar ahí, con relaciones actuales, más de lo mismo, y enganchado a todo y nada, a un pasado que lo machaca y a un presente, de bólido, que repite patrones anteriores, un caso, en fin, quizás ese día, ese día tan loco, surrealista y extraño, le abra los ojos, depende de él. Le acompañan la siempre fascinante y natural Anaïs Demoustier como Léa, el eficaz Grégory Gadebois como dueño del café, Léa Drucker como al ex esposa, y finalmente, una sorprendente Nadège Beausson-Diagne, una cliente particular del café. Bonnell ha construido una película de verdad, auténtica, que no solo retrata a un tipo-náufrago de sí mismo, sino de su propia vida, y ya no digamos del amor, y lo hace desde dentro a fuera y al revés, contándonos ese París, ese otro París, el muy alejado de su estereotipo de ciudad del amor y mandangas por el estilo, aquí vemos su día a día, su cotidianidad, sus gentes y el amor, ¡Ayyy…! El amor,,,, Que seríamos sin él y con él. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a David Martín de los Santos

Entrevista a David Martín de los Santos, director de la película “La vida era eso”, en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en en Barcelona, el martes 4 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Martín de los Santos, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La vida era eso, de David Martín de los Santos

MARÍA HA EMPEZADO A VIVIR.  

“Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar”.

Antonio Machado

De todas las grandes frases del imperdible Quino, a través de su memorable personaje de Mafalda, hay una capital como la que la niña le pregunta a su madre: “¿Mamá que te gustaría ser si vivieras”. La pregunta que mejor define a toda una generación de mujeres que solo existieron para complacer a los demás, olvidándose de ellas mismas, y lo que es peor, olvidando sus vidas. El personaje de María es una de esas mujeres, aunque quizás ya haya llegado el momento de abrir la puerta y salir al mundo a vivir. El plano que abre la película define la sobriedad y la concisión con la que está contada todo el film. Un plano quieto, en el interior de un piso, escuchamos a María, la protagonista, como explica por teléfono que está sufriendo un infarto y que le envíen una ambulancia. Corte a habitación del hospital, donde María está acostada en una cama. Inmediatamente después, la cama de al lado se ocupará con Verónica. El director David Martín de los Santos, nacido en Madrid pero criado en Almería, del que habíamos visto sus interesantes películas cortas como Llévame a otro sitio (2004), En el hoyo (2006) y Mañana no es otro día (2015), entre otros. Relatos críticos sobre la sociedad actual, sus miserias económicas y la relación con el otro.

Para su opera prima, Martín de los Santos detiene su mirada en la generación de su madre, esas mujeres siempre al servicio de los demás, con vidas grises y anodinas, siempre calladas y siempre invisibles. María, de más de setenta años, emigró a Bélgica con su marido y allí ha tenido a sus hijos, ya mayores, y vive hace más de tres décadas. Frente a ella, Verónica, su compañera de habitación, veinteañera, también inmigrante, acuciada por los mismos problemas de antaño del país, que parece que nunca se resuelven y la historia vuelve a repetirse. Un encuentro que lo cambiará todo para María. Martín de los Santos construye una película partida en dos. En una primera mitad, somos testigos de la relación de las dos mujeres en la habitación del hospital, de la intimidad que se va generando, de la ayuda y la mirada hacia el otro, de dos mujeres que se llevan más de medio siglo, pero que son dos almas tan distintas, con vidas tan diferentes, pero que encontrarán esa mirada común, de aprendizaje y reconocimiento. En la segunda mitad, con una estructura western, la película se centra más en María, en su viaje buscando las raíces de Verónica en la provincia de Almería, en el Cabo de Gata, en Las Salinas, el pueblo que vivía de la Salinera.

En ese lugar aislado y deshabitado, María se descubrirá y redescubrirá toda esa vida que no ha vivido, todo ese mundo de respeto, de admiración y amistad que no conocía, incluso el sexo desde otro modo, a través de algunos personas que se irá encontrando. Se cruzará con Luca, un rumano de unos cincuenta tacos, excéntrico y motero, y que ahora regenta el único bar del pueblo, que la tratara de tú a tú, y sobre todo, la valorará como mujer. También, se tropezará con Juan, antiguo novio de Verónica, un tipo de la zona, con sus cosillas, como él dice, y con quién entablará una relación sana y cómplice. La parte técnica de la película es brillantísima, se asemeja a las producciones de Querejeta, cuando a los jóvenes directores los acompañaba de técnicos más experimentados, como el caso del gran cinematógrafo Santiago Racaj (que ha trabajado con Javier Rebollo, Jonás Trueba, Carla Simón o Carlos Vermut, entre otros), consiguiendo esa luz contrastada respecto a la grisácea del hospital, con aquella más esperanzadora de Almería, siempre de forma sutil, y el sonido de otra máster como Eva Valiño (con trabajos tan importantes para Icíar Bollaín, Jaime Rosales y Manuel Martín Cuenca y Carla Simón, entre otros), y el estupendo montaje que condensa con serenidad y pausa los ciento nueve minutos de metraje, que firman Lucía Palicio, bregada en muchas series de televisión, y Miguel Doblado, en su haber títulos tan interesantes como Morir, de Fernando Franco y No sé decir adiós, de Lino Escalera.

El director madrileño-almeriense ha creado una película magnífica, un grandísimo debut en el largometraje, que esperemos que tenga continuidad, porque su mirada como la cercanía con la que cuenta su relato es todo una lección de vida y humanismo, en la que se lanza al vacío, ya que situa en el centro de todo a una mujer en su vejez, rara vez vemos que el protagonismo recaiga en las personas de la tercera edad, y no lo ha hecho de un modo triste y final del camino, sino todo lo contrario, envolviéndonos en un relato de oportunidades, de cambios, donde la edad no es un impedimento, donde cualquier edad es buena para despertar a la vida, para ser uno mismo, y sobre todo, para mirar y reconocer, y ser reconocida, como hace una deslumbrante Petra Martínez, curtida en mil batallas, que ahora le llega la increíble oportunidad de un protagonista absoluto, en un reflejo sensacional de lo que le ocurre a su personaje de ficción, creando la intimidad y el aplomo de una María que despertará a todo, peor de forma sencilla, sin aspavientos y comedida, eso sí, llena de vitalidad, alegría y desnudez absoluta.

El resto del reparto brilla por su naturalidad y humanidad, como la siempre natural y cercana Anna Castillo, con un personaje libre, sin complejos, pero igual de perdido que María, aunque en otro aspecto. Las interpretaciones de Florin Piersic Jr, como ese rumano loco y extrovertido, pero de buen corazón y un amigo entrañable, Daniel Morillo es Juan, el pasado de Verónica, un tipo sano y amigo que representa a los pocos que todavía resisten en los pueblos vaciados de la zona. Pilar Gómez es Conchi, una peluquera que ayudará a María en su búsqueda, y finalmente, Ramón Barea como José, el marido de María, un hombre anodino y gris, que sabe estar, y poco más, en las antípodas de lo que está sintiendo el personaje de Petra Martínez. Si tuviéramos que emparentar a La vida era eso con una película que aborda conflictos en la misma línea, nos viene a la cabeza Nebraska (2013), de Alexander Payne, que entre el drama cotidiano, la comedia inteligente y la relación con el otro, se construye también un viaje, tanto físico como emocional, que emprende el anciano protagonista, con un destino final que nos es otra cosa que una excusa para ser uno mismo y adentrarse en todo aquello desconocido de uno mismo. Woody Grant no estaría muy lejos de María, porque siempre hay vida, independiente de la edad que tengamos, porque la vida puede ser muchas cosas, y nunca es tarde para empezar y mirarla con otros ojos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El cine de aquí que me emocionó en el 2020

El año cinematográfico del 2019 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión de un servidor, no obedece, en absoluto, a ningún ranking que se precie).

1.- ARIMA, de Jaione Camborda

https://242peliculasdespues.com/2020/02/06/arima-de-jaione-camborda/

https://242peliculasdespues.com/2020/02/10/entrevista-a-jaione-camborda/

2,. <3, de María Antón Cabot

https://242peliculasdespues.com/2020/02/21/3-de-maria-anton-cabot/

https://242peliculasdespues.com/2019/05/30/entrevista-a-maria-anton-cabot/

3.- LAS LETRAS DE JORDI, de Maider Fernández Iriarte. 

https://242peliculasdespues.com/2020/03/13/las-letras-de-jordi-de-maider-fernandez-iriarte/

https://242peliculasdespues.com/2020/07/10/entrevista-a-maider-fernandez-iriarte/

4.- ASAMBLEA, de Álex Montoya

https://242peliculasdespues.com/2020/04/17/asamblea-de-alex-montoya/

5.- EL ÚLTIMO ARQUERO, de Dácil Manrique de Lara

https://242peliculasdespues.com/2020/07/24/el-ultimo-arquero-de-dacil-manrique-de-lara/

6.- LA ISLA DE LAS MENTIRAS, de Paula Cons

https://242peliculasdespues.com/2020/07/23/la-isla-de-las-mentiras-de-paula-cons/

https://242peliculasdespues.com/2021/02/14/entrevista-a-milo-taboada/

7.- BLANCO EN BLANCO, de Théo Court

https://242peliculasdespues.com/2020/07/31/blanco-en-blanco-de-theo-court/

8.. LA BODA DE ROSA, de Icíar Bollaín

https://242peliculasdespues.com/2020/08/21/la-boda-de-rosa-de-iciar-bollain/

9.- LOS EUROPEOS, de Víctor García León

https://242peliculasdespues.com/2020/09/01/los-europeos-de-victor-garcia-leon/

10.- LAS NIÑAS, de Pilar Palomero

https://242peliculasdespues.com/2020/09/04/las-ninas-de-pilar-palomero/

https://242peliculasdespues.com/2020/09/07/entrevista-a-pilar-palomero/

https://242peliculasdespues.com/2021/02/24/entrevista-a-sofi-escude/

https://242peliculasdespues.com/2020/09/06/entrevista-a-zoe-arnao/

11.- L’OFRENA, de Ventura Durall

https://242peliculasdespues.com/2020/09/18/lofrena-de-ventura-durall/

https://242peliculasdespues.com/2020/09/20/entrevista-a-ventura-durall/

https://242peliculasdespues.com/2020/09/23/entrevista-a-anna-alarcon/

12.- UNO PARA TODOS, de David Ilundaín

https://242peliculasdespues.com/2020/09/18/uno-para-todos-de-david-ilundain/

https://242peliculasdespues.com/2020/09/21/entrevista-a-david-ilundain/

13.- CARTAS MOJADAS, de Paula Palacios

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https://242peliculasdespues.com/2020/10/10/entrevista-a-paula-palacios/

14.- AKELARRE, de Pablo Agüero

https://242peliculasdespues.com/2020/10/06/akelarre-de-pablo-aguero/

15.- NO NACIMOS REFUGIADOS, de Claudio Zulian

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https://242peliculasdespues.com/2020/10/17/entrevista-a-claudio-zulian-3/

16.- MESETA, de Juan Palacios

https://242peliculasdespues.com/2020/10/24/meseta-de-juan-palacios/

17.- LÚA VERMELLA, de Lois Patiño

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18.- NIEVA EN BENIDORM, de Isabel Coixet

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19.- HIL KANPAIAK (CAMPANADAS A MUERTO), de Imanol Rayo 

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20.- DEAR WERNER (WALKING ON CINEMA), de Pablo Maqueda

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https://242peliculasdespues.com/2020/11/25/entrevista-a-pablo-maqueda/

21.- LA VAMPIRA DE BARCELONA, de Lluís Danés

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22.- PA’TRÁS NI PA’TOMAR IMPULSO, de Lupe Pérez García

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https://242peliculasdespues.com/2020/12/06/entrevista-a-lupe-perez-garcia-2/

23.- MY MEXICAN BRETZEL, de Núria Giménez Lorang

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https://242peliculasdespues.com/2020/12/15/entrevista-a-nuria-gimenez-lorang/

24.- EL AÑO DEL DESCUBRIMIENTO, de Luis López Carrasco

https://242peliculasdespues.com/2020/12/07/el-ano-del-descubrimiento-de-luis-lopez-carrasco/

https://242peliculasdespues.com/2021/08/23/entrevista-a-luis-lopez-carrasco-2/

25.- BABY, de Juanma Bajo Ulloa

https://242peliculasdespues.com/2020/12/20/baby-de-juanma-bajo-ulloa/

26.- A STORMY NIGHT, de David Moragas

https://242peliculasdespues.com/2020/12/19/a-stormy-night-de-david-moragas/

https://242peliculasdespues.com/2021/03/09/entrevista-a-david-moragas/

Entrevista a Laurent Micheli y Mya Bollaers

Entrevista a Laurent Micheli y Mya Bollaers, director y actriz de la película “Lola”, en el marco del Fire!! Mostra Internacional de Cinema Gai i Lesbià de Barcelona, en el Instituto Francés, el jueves 10 de junio de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laurent Micheli y Mya Bollaers, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría y Julio Vallejo de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

Lola, de Laurent Micheli

COMPRENDER LA DIFERENCIA.

“La identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo. La identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, y el ser no puede ser negado”.

José Saramago

Desde que el ser humano habita este planeta, aceptarse a uno mismo siempre ha resultado una tarea ardua y complicado. Cuando este trabajo se consigue, o al menos, se acepta, luego viene otro, el que la sociedad le acepta a uno, cosa que en muchas ocasiones no resulta una tarea ya difícil, sino imposible, y más, cuando se trata de los tuyos. Laurent Micheli (Bruselas, Bélgica, 1982), ha sido actor, luego, director, siempre interesado en cuestiones de identidad y género, como demostró en su opera prima Even Lovers Get The Blues (2017). En Lola, su segundo trabajo tras las cámaras, plantea una película de aquí y ahora, posando su mirada en la vida de Lola, una chica transexual que, tras su confirmación de que ya puede someterse a la operación de  reasignación de género, su madre, principal apoyo emocional y financiero, fallece. Esto provocará que tanto Lola, como su padre, Philippe, que no acepta a su hija, deben emprender un viaje como última voluntad de la madre. Dos personas que no se tratan, muy distanciadas, con un pasado turbio en común, y antagónicas en sus formas de sentir y hablar, deben compartir unos cuántos días y mirarse, y sobre todo, entenderse.

Micheli plantea una película sencilla y directa, dos personajes y una carretera con un destino final que no solo los llevará a un lugar común sino a un pasado común, un pasado que emergerá y pondrá las cosas esenciales de la vida sobre la mesa. El director belga habla de la transexualidad de forma natural y transparente, no haciendo una apología ni nada por el estilo, sino tratando los temas que surgen en el seno de muchas familias cuando existe este conflicto entre padres e hijos, en este caso, padre e hija, sin posicionarse por ninguno de los dos personajes, en absoluto, sino reflexionando y sobre todo, encontrando todo aquello que los separa y los une, todo esa vida, todas aquellas cosas de las que no hablaron, todo lo que tenían en común con su madre y esposa, y toda aquella verdad que ha estado tanto tiempo oculta, esperando que fuera desvelada en algún momento. Lola (que tiene el título original bellísimo “Lola vers la mer”), ese mar como espacio de libertad, de sinceridad y de ser, de ser uno mismo, siendo aceptado por el padre, o al menos, que lo mire con ojos de verdad, de comprensión, no de rencor y tristeza.

Lola nos recuerda a Elvira, la transexual que protagonizaba Un año con trece lunas, (1978), de Fassbinder, en el que la película le realiza un sincero homenaje con ese instante en la casa de putas. Una mujer que solo buscaba un poco de cariño y aceptación para que su soledad no fuera tan agobiante y culpable. Un personaje muy al estilo de los del genial cineasta alemán, seres que, como Lola, solo buscan ser aceptados y un poco de cariño, emociones que resultan tan imposibles en una sociedad demasiado obcecada en sus prejuicios y convenciones. La luz cálida y libre obra del cinematógrafo Olivier Boonjing, que ya estuvo en la primera película de Micheli, consigue darle ese tono tan agridulce que tanto necesita la historia, un relato de vaivenes emocionales, así como el excelente trabajo de montaje que firma Julie Nass (que ha trabajado mucho en el documental, o en la reciente Adam, de Maryam Touzani), dándole ese ritmo y agilidad que en muchos momentos juega con esa forma más próxima al documento, muy bien envuelto en la ficción.

Un gran reparto bien conformado por Benoît Magimel (que hemos visto en excelentes películas de grandes nombres como los de Techiné, Haneke, Chabrol, entre otros), hace de Philippe, ese padre de antes, que debe entender a su hija, sus problemas y su vida, que no le resultará fácil, por mucho que en ocasiones se empeñe en ello, y en otras, vaya en otra dirección. Y Mya Mollaers que debuta en el cine con el personaje de Lola, dando un recital de frescura, sinceridad y humanidad, con ese momentazo en el coche sacando la cabeza por fuera y cantando a pleno pulmón “What’s Up”, de los 4 Non Blondes, una canción popera de principios de los noventa que también reivindicaba una forma de ser y de amar. Lola  no solo es una excelente y profunda mirada hacia la transexualidad, sino que es un magnífico ejercicio de quiénes somos, cómo nos relacionamos, y sobre todo, como nos miran los demás, y aceptan nuestra identidad y lo que hacemos, y la grandiosidad de la película es que lo hace desde el humanismo, a través de una ejemplar tono transparente y sencillo que nos llega de frente, sin cortapisas ni estridencias de ningún tipo, solo filmando dos personas en lados opuestos que deben mirarse, hablar y comprenderse aunque sean muy diferentes en forma y pensamiento. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sweat, de Magnus von Horn

LA SONRISA AMARGA.

“La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos”.

Henry Van Dyke

El nuevo milenio es un espacio online, un espacio donde las redes sociales se han convertido en “espacio”, donde millones de usuarios abarrotan de publicaciones sus perfiles, mostrando su vida y mostrándose continuamente, desinhibiéndose a todo trapo, y convirtiendo sus dominios en auténticos escaparates de sus existencias, a nivel físico, emocional y demás. Muchos de ellos han generado auténticos negocios con su contenido, convirtiéndose en los llamados “influencers” para muchos, y empresas han visto una forma de anunciar sus productos promocionando a estas nuevas “stars” de la imagen. Sylwia Zajac es una mujer de treinta años que ha construido toda una legión de cientos de miles de seguidores a través de sus redes, motivándolos a través del fitness, con sus clases, entrenamientos y esa actitud perfecta y llena de felicidad. Pero… ¿Qué ocurre cuando Silwia apaga su móvil?.

El segundo trabajo de Magnus von Horn (Göteborg, Suecia, 1983), después de la interesante e incisiva Después de esto (The Here After), que dirigió en el 2015, en la que retrataba la difícil vuelta a la vida de un joven que ha cumplido condena en un reformatorio. Con Sweat (traducido como “sudor”), el director sueco, afincado en Polonia, que se formó en la prestigiosa Escuela de Lodz, nos sitúa en la vida de Sylwia durante solo tres días, en la ciudad de Varsovia. Tres días en las que la joven experimentará lo feliz y amargo de su existencia. La película tiene un ritmo y una aceleración como la vida de esta joven, una vida “online”, donde todo es carne de publicación, en que el móvil es una parte más de su cuerpo y mente, donde la veremos de aquí para allá, casi sin descanso ni tregua, como ese arranque tan vertiginoso como la clase de entrenamiento que hace en directo con sus seguidoras. Un cámara pegada a ella, metida en su interior, en un gran trabajo del cinematógrafo Michal Dymek, bien acompañado por el inmenso ejercicio de edición de Agnieszka Glinska, que ayudan a convertir Sweat en una película de ahora, con los métodos y elementos que tanto se utilizan, aunque eso sí, también, hay tiempo para plantar la cámara y mirar la vida de Sylwia de forma más pausada.

La joven vivirá una experiencia que solamente no le cambiará su forma de trabajo, sino su interior, un espacio donde no es exitosa, sino todo lo contrario, pero la película no lo transmite de forma simple, sino con estilo y elegancia, con la figura de un acosador, alguien que como ella siente su soledad cuando los focos se apagan, alguien que despertará en la joven cosas que debería empezar a plantearse porque tarde o temprano deberá enfrentarlas para crecer como persona y mejorar en su vida y por ende, en su trabajo. Las miserias de las redes sociales, y todos aquellos que se benefician y las sufren, la dictadura de la felicidad y los cuerpos aceptados por la industria, y todos aquellos que encuentran sentido a sus vidas en los que siguen en redes, son varios de los aspectos en los que incide el director sueco, construyendo una película de aquí y ahora, pero sumamente sobria, sensible y sólida. Secuencias bien planteadas que explican lo necesario pero haciendo hincapié en su estado emocional, son algunas como las de la comida con su madre y familia, y la experiencia con el acosador y otro entrenador colaborador, momentos que la resignificarán hacia otras posiciones que le ayudarán a verse como es, todo aquello que oculta y todo lo que le duele y le impide estar bien consigo misma.

Una estelar y maravillosa Magdalena Kolesnik, en su primer papel protagonista, después de haber trabajado con nombres de la industria polaca tan potentes como Jan Komasa y Krystian Lupa, entre otros, dando vida con convicción y naturalidad a la compleja Sylwia, una mujer exitosa en las redes y los medios de comunicación, una mujer fuerte, segura de sí misma, y alguien capaz de todo, una mujer perfecta, digna de admirar y un ser admirable. En cambio, la real, la del día a día, es alguien frágil, que no muestra sus sentimientos, muy resentida, y con una mala relación con su madre, llena de reproches y errores del pasado. Entre el personaje y la persona, una confrontación en la que deberá lidiar la futura Sylwia que salga mejor de ese trance. Debemos a hacer mención a otra presencia interesante de la película, la del actor Zbigniew Zamachowski, que muchos recordamos como el inolvidable Karol de Blanco, de Kieslowski. La joven deberá buscarse y encontrarse para salir más fuerte, enfrentándose a quién es, qué quiere, y sobre todo, empezar a pretender ser tan perfecta en su vida como en su trabajo, aprender a ser lo más humana posible, sin miedo, dejándose las inseguridades, olvidándose de los “haters”, y sabiendo que siendo ella misma, y aceptándose, podrá mostrarse como lo que es y ser de verdad un referente para todos los que la siguen, y la quieren, en cierta manera, aunque sea a su personaje y no a ella. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El horizonte, de Delphine Lehericey

EL VERANO DEL 76.

“Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía”.

Anatole France

“Era el mes de junio de 1976. Tenía trece años. Era el comienzo de las vacaciones de verano. Era el año de la sequía.” Así comienza la novela “El centro del horizonte”, de Roland Buti. Un relato que nos cuenta Gus, un chaval de trece años que vive en el campo suizo. Su familia se dedica a trabajar la tierra, una tierra seca debido a la intensa sequía que lo está cambiando todo. Una falta de agua que está llevando a las familias dedicadas a trabajar el campo, unido al desmoronamiento de su familia, cuando Nicole, su madre se enamora de Céline, además, Gus se encuentra en pleno proceso de cambio, dejando la infancia y convirtiéndose en un adulto, con el consabido despertar sexual. Varios elementos se conjugan en esta historia libre, naturalista y muy íntima, que explora un verano que será el último de muchos, porque el siguiente, el que vendrá el año siguiente, ya será otro, completamente distinto, porque el verano del 76 acabará con muchas cosas, trayendo otras formas de hacer, una actitud diferente ante la vida.

La cineasta Delphine Lehericey (Lausana, Suiza, 1975), ha trabajado en el teatro como actriz y directora, en televisión haciendo series y documentales y había dirigido debutado con la película Puppylove (2013), en la que exploraba el mundo del despertar sexual de un adolescente de forma clara y directa. Para su segundo largometraje, se adentra en el universo de la novela de Buti, en un guión que firma Joanne Giger, en la que Lehericey colabora, para contarnos una película ambientada a mediados de los setenta completamente actual, ya que nos habla de las consecuencias del cambio climático, el cambio de paradigma en el rol femenino, que provoca un gran sisma en el modelo tradicional de familia, la agricultura como industria, y el despertar sexual de un adolescente, que mira ese mundo de los adultos desde su desilusión y amargura, sin entender nada de lo que sucede, y completamente perdido ante las circunstancias, hechos que le provocarán sentirse aislado y con ganas de huir.

A partir de un tratamiento naturalista y cercano, con la película en 35 mm, que firma el cinematógrafo Christopher Beaucarne (que ha trabajado con nombres tan ilustres de la cinematografía francesa como Lelouch, Amalric, Gondry o Doillon, entre muchos otros), dotando a la película de esa textura táctil que hace que tanto los personajes como aquello que se cuenta, tengan un aroma más natural, libre y poderoso, como el acertado y equilibrado trabajo de montaje de Emilie Morier (que estuvo en la Escapada, de Sarah Hirtt, otra película con una atmósfera rural parecida), para llevarnos de un lugar a otro, y en los diferentes espacios en los que se desarrolla la trama, con los momentos de trabajo y los lugares abiertos. La directora suiza mira a sus personajes de forma honesta y tranquila, no hace nunca juicios sobre ellos, sino que muestra los diferentes puntos de vista en relación a los hechos que se van produciendo, creando esa tensión y la atmósfera claustrofóbica que se incrusta en toda la película, con unos seres humanos perdidos y aislados en ellos mismos, intentando encontrar una salida a sus problemas y su dura realidad, buscando una paz y tranquilidad que parece haber pasado de largo para ellos.

El personaje de Gus, epicentro de la acción emocional y psicológica, interpretado con maravillosa naturalidad y sinceridad por el debutante Luc Bruchez, redefine todo lo que ocurre, bajo su atenta mirada que actúa como testigo de este enjambre de cambios que está sufriendo su vida, y sobre todo, la de su familia, en un verano que todos recordarán como el último de muchos, y el comienzo de otros que nada tendrán que ver con los pasados. Nicole, a la que da vida una formidable Laetitia Casta, aupada por la brisa y la fuerza  que impone Cécile bajo la piel de una magnífica Clémence Poésy, es el contrapunto de la película, a parte del caprichoso y vilipendiado clima que está hundiendo el trabajo familiar y el de los otros granjeros, porque escenifica a todas aquellas mujeres aburridas y amas de casa y madres, que encuentran en una desconocida otra vida, una inesperada, una que jamás ni siquiera soñaron, una vida que les llena, les atrapa, y deben abrazarla sin contemplaciones. La película no juzga en ningún momento, solo filma la vida, el amor y el sexo, con sus momentos agridulces y trágicos, como la brutal metáfora de ese caballo que quiere terminar sus días bajo la sombra del árbol que lo vio crecer, terrible y a la vez, real como la vida, contribuyendo a la despedida de de ese último verano escenificado en la partida del caballo. El resto del reparto brilla a la altura de los mencionados, creando ese grupo que inevitablemente se está resquebrajando sin remedio, porque la vida al igual que la muerte, y todas las cosas que hay en el medio, tienen su forma de funcionar propia e irreversible, y nada ni nadie podrá detenerlas, lo único que podrá hacer es contemplarlas, aceptar sus cambios y seguir el camino. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA