EL AMOR DE MI VIDA.
“(…) Toda una vida. Te estaría mimando. Te estaría cuidando. Como cuido mi vida. Que la vivo por ti. No me cansaría. De decirte siempre. Pero siempre, siempre. Que eres en mi vida. Ansiedad, angustia. Desesperación.”
Toda una vida, de Osvaldo Farrés.
Entre la cantidad de películas que se estrenan cada año en cines y plataformas, cuesta encontrarse con historias sobre la vejez, y cuando lo hacen, suelen ser el complemento que interpretan al abuelo o padre de, poquisimas veces aparecen como protagonistas. Así que, una cineasta como Marta Romero (Benicarló, Castellón, 1986), haya dedicado sus dos primeros trabajos a la vejez y más concretamente, a sus abuelos y abuelas, no sólo es una gran noticia sino que es sumamente revelador, porque dice mucho de su mirada y su humanidad, porque tanto Facunda (2020), un cortometraje de 17 minutos, protagonizado por su tía abuela residente en el pequeño municipio de La Solana, en Ciudad Real, a medio camino entre el documento, la ficción y el ensayo, como para su primer largometraje, Toda una vida, centrada en sus abuelos maternos Paco Coll y Trini Muñoz, que viven en Benicarló, en un relato que empezó en el año 2010 y se alargó hasta el 2022, doce años en que la directora filmaba a sus abuelos en grabaciones domésticas de todo tipo: reuniones, salidas, celebraciones y demás interacciones familiares, en sus viajes de ida y vuelta desde Barcelona donde reside la cineasta.
La película se centra en sus abuelos, en toda una vida juntos, en sus quehaceres cotidianos, y en toda esa memoria que les acompaña, como deja claro en su gran apertura con ese caleidoscopio de imágenes del ayer. Pero ya decía el poeta que la vida es más impredecible e inquietante que cualquier cosa que podamos imaginar y menos prever, porque la ópera prima de Romero que nació con la intención de almacenar esa memoria de toda una vida juntos, acaba siendo una película sobre el amor, sobre el acompañamiento, sobre el cuidado, y sobre todo, una película que nos mira de frente, y que mira a dos almas que ahora deben afrontar la enfermedad de Alzheimer que padece Trini. Una vida que se va y la otra que la acompaña, con una cámara omnipresente que documenta toda esa experiencia vital muy difícil y compleja, ese diario de la vida y la enfermedad, un diario que refleja una enfermedad devastadora, pero no lo hace desde la compasión y la sensiblería, sino todo lo contrario, desde el amor más profundo, desde la cotidianidad más cercana, más íntima, más transparente, sin cortapisas ni estridencias.
Una película construida con profundidad y detalle, un collage donde hay fotografías, tiempo, memoria y presente, alegría y dolor, donde la cámara se posa y es paciente, que mira y nos mira, con Romero que filma y que interactúa con sus abuelos y madre y demás familia, donde todo se relaciona y todo se agita, con detalles que encogen el alma, a través del cuidado, de la mirada atenta y observadora, desde esos dos mundos, él que cuida y la que es cuidada, la de uno y el otro, con esa pandemia que atraviesa la película, con todos los problemas que ocasionó a las residencias donde se encuentra Trini, y ese tiempo de aislamiento y lejanía para Paco que no puede estar con su mujer. Recuperando el aroma de las home movies de Chantal Akerman, donde los detalles y el gesto y la palabra resignifican cada plano y encuadre, y es tan importante lo que vemos como lo que no. Toda una vida mira con aprecio a unos abuelos que siguen a pesar de la enfermedad, de un abuelo que mantiene la dignidad y la resistencia por y para el amor, que es todo un ejemplo para tantas banalidades que a día de hoy en nombre del supuesto amor, porque Paco Coll ama a pesar de los pesares, porque se mantiene firme ante los obstáculos, y sigue dando y abrazando amor por Trini, la mujer no sólo de su vida, sino todas las vidas que viviera.
La directora se acompaña de algunos de sus cómplices más cercanos que ya estuvieron en la citada Facunda, como la cineasta Luz Ruciello, de la que vimos Un cine en concreto (2017), que ahora es ayudante de dirección, la también cineasta Florencia Alberti en el montaje, qué gran trabajo condensando todas las vidas habidas y vividas en unos breves pero intensisimos setenta y dos minutos de metraje, y Enrique G. Bermejo, el mezclador de sonido, todo un especialista que ha trabajado con nombres tan importantes como Isabel Coixet, Belén Funes, Carolina Astudillo y Paloma Zapata, entre otros. Toda una vida recoge el tono y la textura y el aroma que impregnaba películas como Dejad paso al mañana (1937), de Leo McCarey, Umberto D (1952), de Vittorio De Sica, Cuentos de Tokio (1953), de Yasujiro Ozu, el segundo segmento de Del rosa al amarillo (1963), de Manuel Summers, y No todo es vigilia (2014), de Hermes Paralluelo, entre otras. Todas ellas grandes películas sobre las dificultades de la vejez donde la vida va mucho más despacio y la memoria se acumula y vivimos recordando con ese presente tan difícil cada día.
Marta Romero ha construido una hermosísima y reveladora carta sobre sus abuelos, y por ende, sobre la vejez, aquella que vive con dignidad, con resistencia y sobre todo, con amor, porque Toda una vida es una de las mejores historias de amor que se han visto en el cine en muchos años, y hecha con un humanismo que ya quisieran muchos, desde la verdad, y no digo esa verdad que construye una realidad, sino de la verdad de las emociones, de aquello que sentimos, de lo que en realidad somos, y todo eso como lo trasladamos a nuestra cotidianidad, a lo que hacemos cada día, y lo que hacemos a los demás, entre nosotros, y es ahí donde emerge la figura de Trini y Paco, dos personas que a pesar de las tremendas dificultades siguen siendo ellos, siguen amándose, y lo demuestran de verdad, de la que se siente en lo más profundo del alma. Si la directora pretendía que la película fuera un homenaje a la memoria de sus abuelos, Toda una vida se ha convertido en algo mucho más verdadero y brutal, porque nos habla de ternura, de cuidados, de afecto y de sentir al otro, y se erige como una obra sencilla y profunda sobre la honestidad, el amor, y el humanismo, en tiempos donde parece que estos valores ya no existen, pues no es cierto, porque Paco y Trini nos demuestran lo contrario, y viendo a esta pareja de enamorados octogenarios, uno piensa que son los demás que no creen en el amor y lo peor de todo, es que nos quieren convencer que el amor es eso, y se equivocan, porque si buscamos una definición del amor dentro que es un sentimiento muy complejo de definir, lo que han tenido Trini y Paco se parece a lo que es el amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA