Game Over, de Alba Sotorra

poster-game-overEL SOLDADO TRISTE

La joven cineasta Alba Sotorra (Barcelona, 1980) hace su puesta de largo en el cine contándonos la historia de Djalal, un joven de 24 años que tiene que decidir su vida, tomar su camino y empezar a andar. Nació en una familia de clase media en un pueblo de Barcelona, desde niño lo agasajaron con armas, primero de juguete, que luego se volvieron más sofisticadas y de verdad, hasta que Djalal comenzó a grabarse en video en operaciones y aventuras militares y colgarlas en youtube, convirtiéndose de esta manera en Lord_Sex, un personaje mundialmente conocido en el ciberespacio. Su camino y sus ansías de acción y guerra, lo llevaron a alistarse al ejército e irse de voluntario al frente de Afganistán como francotirador. Pero las guerras de hoy en día, no son como las que presentan en el cine, así que Djalal, después de 6 meses combatiendo, volvió a su casa.

Sotorra, cineasta inquieta y de acción, comprometida con las nuevas formas de expresión audiovisual, e interesada en buscar nuevas miradas y viajar al origen del conflicto, con su cámara al hombro para no perderse ningún detalle, y reflexionar sobre los conflictos que acechan a mujeres, política, guerra, sociales… En una de sus instalaciones audiovisuales tropezó con la historia de Djalal (algo así como el reverso del sargento localizador de explosivos que describía la directora Kathryn Bigelow en su film, En tierra hostil, un tipo que sólo en la guerra encontraba su modus vivendi), y arranca su película en la actualidad, en esa casa que Djalal comparte con su padre, Hansi, iraní, con el que no habla mucho, porque critica con extrema dureza la actitud bélica de su hijo. Una vivienda que tienen que vender porque el padre no tiene trabajo y las deudas se acumulan. También, está la madre, Anna, ya separada de su padre, que a diferencia del progenitor, actúa de forma protectora y comprensible con las decisiones de su hijo. También, conoceremos a la novia del chico, mitad barbie, mitad compañera, le ayuda y comparte con él sus sueños frustrados, las ilusiones perdidas de ser un soldado de acción, su deseo de convertirse en mercenario, y soñar con una guerra que no fue, que no es real, que sólo existe en las películas de acción, y en su cabeza.

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Un guion de Isa Campo, brillantemente compuesto, (estrecha colaboradora de Isaki Lacuesta) en el que se opta por una estructura fracturada, en consonancia con la familia que se nos muestra, nos va diseccionando mediante flashbacks que nos desentrañan la maraña emocional que se respira en el seno familiar, una trama que utiliza varios formatos y texturas audiovisuales (grandísimo el trabajo de Jimmy Gimferrer, uno de los cinematógrafos más interesantes del panorama actual): los vídeos domésticos que van de la boda de la pareja, Djalal de niño en viajes con sus padres, abriendo regalos bélicos, tiempos felices y cotidianos que ahora sólo forman parte de un recuerdo vago y lejano, imágenes que se van intercalando con los vídeos que Djalal filmó en el frente, cuidando los encuadres y la belleza del plano, antes de disparar al enemigo, donde vemos los tiempos muertos y hastíos de la guerra, y sobre todo, como el joven utiliza el vídeo para confesar su estado de ánimo y el desencanto de lo que está viviendo (que nos recuerdan a las filmaciones de los soldados de Redacted, de Brian De Palama), y los vídeos realizados por Djalal cuando se convierte en su alter ego militar, (que parecen sacados de alguna película bélica propagandística que asolaron en los años 80 con los Rambo, Comando y demás héroes del tío Sam), un mosaico de filmaciones que retratan no sólo la personalidad de Djalal y su entorno, sino también, un contexto familiar complejo y difícil, donde todos ellos son responsables de una manera u otra de la situación actual que viven. Pero la cineasta no se queda ahí, profundiza aún más en las causas y efectos, quizás la responsabilidad no es sólo del propio Djalal o paterna, la película analiza de forma interesante y veraz una sociedad basada en el consumismo atroz y salvaje, y construida en base al entretenimiento con el fin de codiciar y amasar grandes cantidades de dinero. La película nos ofrece una hermosa y cuidada reflexión sobre la dificultad de la paternidad, la propaganda televisiva, y las nuevas formas de relacionarse a través de las redes sociales, en el que nos revela a Alba Sotorra como una de las voces más comprometidas, inquietantes y sinceras que, habrá que seguir su pista en futuros trabajos, ya sean en el campo cinematográfico u otro medio audiovisual.

El gran vuelo, de Carolina Astudillo Muñoz

elgranvueloINVOCAR A UN FANTASMA

“Hay muertos a los que nadie recuerda porque duelen demasiado para querer recordarlos, otros, se han vuelto incómodos. ¿Cómo hacerlos regresar?”

En Anatomía de un instante, el escritor Javier Cercas partió de una imagen (la que se produjo en el congreso cuando Tejero irrumpió a punta de pistola aquella tarde fatídica del 23 de febrero del 81, el instante en que Suárez y Carrillo no se refugiaron en sus escaños y se mantuvieron firmes ante los civiles) para reconstruir la memoria de la transición a través de un magnífico ensayo político que indagaba en las zonas más oscuras de la historia reciente de este país. Carolina Astudillo Muñoz (Santiago de chile, 1975) ha realizado un proceso similar al de Cercas, su punto de partida eran algunas fotografías y cartas de Clara Pueyo Jurnet, una de aquellas mujeres nacidas en Barcelona, que se afilió al PSUC y luchó primero a favor de la República, y luego en contra del franquismo, y continúo en la resistencia contra la dictadura hasta su desaparición en 1943, cuando salió de la prisión de Les Corts de Barcelona con un permiso falso. Ahí se pierde su huella para siempre, nadie sabe de ella, que fue de ella, que ocurrió después.

Astudillo descubrió esa imagen perdida, (como hace Rithy Panh en su obra, donde reconstruye la memoria no filmada del terror de Camboya) la de Clara, durante la realización de su pieza De monstruos y faldas (2008), donde recorría el desgraciado devenir de las mujeres que pasaron por la prisión de Les Corts. Fue en ese instante cuando arrancó el proceso de investigación histórica, en este maravilloso y emocionante viaje que se materializa con el encuentro de la cineasta con su personaje a través del cine, donde la vida y la muerte forman uno sólo, como explicaba Joan van der Keuken en Las vacaciones del cineasta (1974). Astudillo se sumió en una ardua y laberíntica investigación sobre la memoria de Clara y todos los personajes que la rodearon, no encontró imágenes, debía construirlas, en su caso optó por la reconstrucción, por el material de archivo o el found footage, rebuscó en las filmotecas películas familiares de la alta burguesía catalana y valenciana de los años 30, 40 y 50 (los lugares vitales de Clara), que recogen hechos cotidianos y explosiones de alegría, un material que con la ayuda de las dos montadoras, Georgia Panagou y Ana Pfaff, convierte esas películas ajenas en propias, en las imágenes que faltan de Clara, en esa vida no filmada, en dar luz donde no la hay, en que los espectadores sintamos que pertenecen a Clara y los suyos, unas imágenes que son de otros, de aquellos que vivían bien, ajenos y alejados a la lucha política y el terror del franquismo. Y no sólo eso, Astudillo Muñoz, además de reconstruir la biografía de Clara, fabrica un imponente ensayo fílmico en el que reflexiona y estudia esas filmaciones, como se registraban los cuerpos femeninos que hay detrás de cada retrato, la puesta en escena que escenifica como educaban a los niños en la lucha de clases.

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Dos voces, una que nos explica el itinerario desgraciado de Clara, la juventud ilusionante, y la guerra, el exilio, y la clandestinidad, el terror del franquismo, y la paranoia comunista que ajustició a compañeros, la desilusión y el desencanto por una izquierda que acabó matándose y enterrándose a sí misma. La otra voz, nos lee las cartas de Clara, y los suyos, los amores frustrados, el desarraigo familiar, las amistades rotas, las dudas de la militancia, y la huida constante, todo aderezado con una música vanguardista, barroca, y popular, que funciona como testigo de esas imágenes que nos envuelven en las heridas del pasado que no cicatrizan. Astudillo no sólo desentierra la memoria silenciada y olvidada de Clara Pueyo Jurnet de una forma ejemplar y contundente, sino que se pregunta constantemente a sí misma, y expone unos hechos y lanza muchas cuestiones de dificultosa resolución, cediendo constantemente la palabra al espectador, para que seamos los que reflexionemos sobre lo contado. Una película humanista, honesta y tremendamente sencilla que, en ocasiones parece una película de terror y en otras, en un documento contra el olvido, cimentada en una estructura férrea plagada de sombras y espectros que escenifican a aquellas personas que siguen vagando por una historia, la oficial, que sigue negándolos, sin reconocerlos y no documenta sus vidas, porque como bien advierte el arranque de la película, hay muertos incómodos, molestos, tanto para unos como otros, quizás esa la metáfora terrible que lanza como dardo envenenado Astudillo Muñoz, que desenterrar la memoria, y ver qué y cómo sucedió, no sólo molesta a los de un lado, sino también a los del otro lado.

Una pastelería en Tokio, de Naomi Kawase

una-pasteleria-en-tokio-717x1024EL SABOR Y AROMA DEL DORAYAKI.

En El sabor del té verde con arroz (1952), de Yasujiro Ozu, la suculenta receta servía para que un matrimonio en crisis Taeko y Mokichi, se acercarán, preparando el delicioso manjar y disfrutando de su sabor. En la película número 8 de Naomi Kawase (1969, Nara, Japón) otra receta culinaria, en este caso un dulce, los “dorayaki” (pastelitos rellenos de salsa de frijoles rojos y dulces llamada “an”) sirve para acercar a dos personas aisladas y encerradas en sí mismas debido a las heridas que arrastran. Kawase se vale de la novela “An”, de Durian Sukegawa (que participó como actor en Hanezu, de 2011) para volver a situarnos en los márgenes de una ciudad, como hiciera en Shara, el escenario es una calle y el epicentro de la acción se desarrolla en las cuatro paredes de una pequeña pastelería donde Sentaro, un joven de unos 40 años, fabrica de forma industrial los deliciosos dorayakis.

Un día, aparece por el establecimiento Tokue, una anciana que se ofrece para el puesto de trabajo que se oferta, Sentaro la rechaza, pero acabara aceptándola después de probar su pasta de judías, ingrediente primordial de los sabrosos pastelitos. A estos dos personajes, se les juntará Wakana, una adolescente triste que no soporta ni a su madre ni a la escuela. Kawase vuelve a los temas que cimentan su filmografía: la relación que se establece entre ancianos y jóvenes, la tradición contra la modernidad (igual que el maestro Ozu), la especial manera de filmar la naturaleza (en este caso los cerezos, metáfora de la vida de las personas, que florecen cada primavera para pronto perder sus flores) y sus accidentes, como la lluvia o el viento, y sobre todo, un elemento recurrente en toda su carrera, la transición entre la vida y la muerte, y una dedicación emotiva y delicada por las cosas sencillas y los momentos fugaces que se disfrutan en compañía.

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Puede mirarse como una metáfora del Japón actual, donde Tokue representa ese Japón antiguo, donde la tradición y el deber forman parte de su vida, ella otorga la sabiduría de lo artesanal, del amor por continuar haciendo las recetas de forma ancestral y delicada, y sobre todo, con mucho amor, la anciana arrastra la enfermedad de la lepra, (el instante del libro de fotografías de los enfermos, resulta imposible no recordar el documental La casa es negra, de Forough Farrokhzad) , dolencia que la ha encerrado en un sanatorio y la aislado de los demás. Sentaro, por su parte, es el Japón actual, el que ha perdido la ilusión por vivir, se encuentra atado en un negocio que no ama, que hace para pagar una deuda, que lo realizada de modo monótono e industrialmente, sin esperanza ni pasión, y finalmente, Wakana, el futuro, que se siente triste por esa falta de cariño y pérdida que padece, y no encuentra consuelo ni amparo. Tres formas de mirar diferentes, pero que encontrarán su afinidad y compañía abriéndose entre ellos, limarán sus heridas, y se contarán lo que les entristece para acercarse más y romper las barreras que les separan y aíslan. Una bellísima y poética cinta de Kawase, llena de pequeños e instantes momentos de puro amor y delicadeza que encadena de forma sencilla y humana, filmando de manera especial y muy personal, acariciando y susurrando, sin necesidad de sentimentalismo. Una historia durísima de almas heridas y tristes, que al encontrarse encuentran lo que les hacía falta, lo que no tenían. Kawase nos muestra un mundo invisible, un universo que se pierde por la velocidad de nuestras vidas, nos invita a mirar, a observarnos, y a observar todo lo que nos rodea: los árboles, las plantas, la brizna de viento, el sol bañando las calles, el olor de las flores en primavera, y nos recuerda que toda la felicidad o desdicha de nuestras vidas se encuentra en nuestro interior, y sólo nosotros tenemos la capacidad de revertirlas y cambiarlas para verlas de distinta manera.

El viaje de las reinas, de Patricia Roda

Plantilla by Pixartprinting

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EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO

“Nunca creí que pudiéramos transformar el mundo, pero todos los días podemos transformar las cosas”

François Giroud

La joven directora zaragozana Patricia Roda, que lleva unos cuántos años dedicados a la producción cinematográfica, trabajando junto a su hermano Germán, frente a su compañía Estación Cinema, debuta en el largo con esta historia de reivindicación, de cine militante, cine en contra de la desigualdad, un cine valiente y lleno de energía, que sacude las mentes vagas e indolentes, una película fabricada desde lo más profundo del alma que llega muy adentro, que explica historias de personas, en este caso, un grupo de mujeres, un grupo de actrices, 12 en total, más la directora, las dos dramaturgas, y un proyecto ilusionante, donde no faltará el trabajo y el sacrificio por volver a seguir en el camino, y sobre todo, afirmarse como mujeres valientes que alzan su voz para reivindicar el derecho al trabajo y a una vida digna y humana.

Roda las sigue con su cámara, se introduce en su interior, deja que las cosas fluyen, y la vida nos atrape, les cede el espacio que reclaman, para que se oigan, y para que todos nosotros, las escuchemos y sintamos su dolor y esperanza. Este viaje arranca en Zaragoza, en febrero del 2013, y finalizará en marzo del 2014, con el estreno de la obra, entre medias, meses de intenso trabajo y lucha, con el objetivo de llevar a la escena la vida de 12 reinas europeas, bajo la batuta de Blanca Resano, la directora de la obra, una mujer con más de 20 años de experiencia en el teatro aragonés, y la colaboración en la dramaturgia de Susana Martínez y Eva Hinojosa, y con la ayuda de las 12 actrices, 8 de ellas, veteranas con más de 30 años de carrera encima de las tablas, y 4 más jóvenes, reclutadas en un casting. Todas ellas, mujeres libres e independientes, con ganas de trabajar, luchadoras empeñadas en que las vean, en enfrentarse a sus propias vidas y su destino, en hacer este viaje cueste lo que cueste. Roda las mira con su objetivo desnudándolas y mirándolas de cara, pero sin participar activamente, siendo humilde, registrando todo lo que sucede, desde el primer instante, donde se conocen y se involucran en un proyecto donde no cobraran, en un trabajo al que tendrán que dedicar horas de su tiempo libre, que deberán compaginar con sus respectivos trabajos alimenticios. Todo se vive con gran emoción y ternura, desde la asignación de los personajes, y los duros ensayos, todo se desarrolla cuando la ciudad duerme, cuando su tiempo se lo permite, el amor por su oficio genera todo su labor y trabajo arduo.

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La cineasta aragonesa, a modo de confesionario, les cede la palabra, a cada una de ellas, las entrevista, aunque no escuchamos la voz de la directora, ella participa en este viaje, pero quiere que los espectadores tomemos la palabra, no quiere inmiscuirse en lo que cuenta. Cada una de ellas, a tumba abierta, sin prejuicios y mostrándose con toda la transparencia que tienen, explican, no sólo su situación personal, sino la situación laboral de las actrices maduras, de las pocas oportunidades que existen para ellas, y también, se acuerdan de las diferentes luchas que han llevado a cabo desde la Plataforma teatral aragonesa Actrices para la escena, donde continúan batallando para exigir y defender su derecho como mujeres para hacer un mundo, el suyo, el de la interpretación y el teatro, un lugar más digno, igualitario y de trabajo. Roda también nos habla de las dificultades financieras que atraviesa el proyecto, la campaña de crowfunding que no resulta, el desfile de modelos que organizan, y la ridícula ayuda del Ayuntamiento de Zaragoza que reciben, luego, el anuncio del estreno en el Teatro Principal de Zaragoza, donde su cartel es ninguneado al rincón menos visible de la fachada. Roda, además, viaja a otros lugares y habla con otras mujeres que llevan a cabo proyectos para reivindicar los derechos de las mujeres, como el Magdalena Project en Gales, o el Festival de teatro a solas, en México. Una película, (que se alzó con la Biznaga de Plata en la sección Afirmando los derechos de la mujer, en la edición del Festival de Málaga del 2014), nacida desde el corazón, desde la voluntad de hacer visible un colectivo dañado por la sociedad machista, y flagelado por los recortes que ha sufrido la cultura de este país, un cine humanista, político, que habla de personas en dificultades, que emociona, que palpita, que nos hace vibrar, pero también, indignarnos, que ante todo, reivindica la pasión por el oficio amado, la actitud personal ante las adversidades, y sobre todo, el grupo, la asociación, la cooperativa ante el capitalismo atroz que actúa contra la dignidad y el derecho de las personas.

<p><a href=”https://vimeo.com/92034551″>El viaje de las reinas – 2015</a> from <a href=”https://vimeo.com/user20355266″>Patricia Roda</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

 

 

The propaganda game, de Alvaro Longoria

the_propaganda_gameLA GUERRA PSICOLÓGICA

“La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.”

Joseph Goebbles

El líder político y espiritual hindú Ghandi argumentaba, “Que siempre existen tres enfoques en cada historia: mi verdad, tu verdad y la verdad”. La segunda película de Álvaro Longoria (Santander, 1968), después de Hijos de las Nubes. La última colonia (2012), donde abordaba las dificultades políticas de la zona del Sáhara que, fue premiado con el Goya al mejor documental, se embarca ahora en su segunda película en un difícil proyecto, adentrarse en Corea del Norte, el país más cerrado y aislado del mundo, de la mano del catalán Alejandro Cao de Benós, el único extranjero occidental que trabaja para el gobierno norcoreano, consiguió un permiso para filmar en primavera del 2014 durante 10 días, donde sería guiado por unos funcionarios, y debía de seguir instrucciones precisas de dónde podía filmar y dónde no. Con la compañía de dos cámaras, Rita Noriega y diego Dussuel, Longoria se adentró en tierra norcoreana para mostrarnos lo que no hemos visto, la realidad o no de lo que sucede, nos muestra cómo viven, cómo piensan y que sienten los ciudadanos. Quizás lo que escuchamos no es lo que verdaderamente piensan, y estén teledirigidos por el poder del estado, aunque esa cuestión como las otras que se explican en el documental, Longoria, muy acertadamente, nos las cede a los espectadores para que saquemos nuestras propias conclusiones. También, nos conduce por calles, monumentos en honor al comunismo, a su líder, que es tratado como un Dios, y sus antecesores, encumbrados a los altares de la divinidad, y escenificados por grandes estatuas repartidas por el país.

Longoria nos lleva a la zona más peligrosa del país, la frontera con la vecina Corea del Sur, aliada de los EE.UU., enemigo acérrimo del país, donde estos exhiben su fuerza militar a modo de provocación, según cuentan los soldados destinados a la zona, se centra en lo más cotidiano, en las escuelas, los puestos callejeros de comida, las casas, y cómo se divierten los norcoreanos, y no se olvida, de la otra cara, los contrarios, los disidentes que hablan de las terribles situaciones que han vivido, los diferentes periodistas extranjeros que trabajan en la zona, y las noticias e informaciones de las televisiones y periodistas estadounidenses, así como sus líderes políticos. Noticias e informaciones de todo tipo, inverosímiles, grotescas, y terroríficas que unos y otros cuentan como reales para aminalar al contrario y ganar este combate sucio y espeluznante de información que data desde la primera guerra mundial, se hizo crucial en la segunda y explotó durante la guerra fría.

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Longoria sacude toda la información que se va encontrando, habla con unos y otros, los que aman el país, y los que lo odian, de la situación que se respira en el último bastión del comunismo. Bucea en los entresijos del poder, intenta destapar lo que no se ve, lo que parece no existir. Hace una reflexión muy interesante sobre los medios de comunicación, el poder de la información, sus mecanismos, la veracidad de todo lo que nos llega, la verosimilitud de datos, imágenes y diferentes materias de comunicación, y cómo todo ese material es utilizado por los países y sus ciudadanos. Nos habla de las políticas exteriores del país, de sus relaciones o no con Rusia y China, de un hervidero político y económico que parece que en cualquier momento puede estallar. Nos presenta una guerra de poder no declarada oficialmente, pero que respira sangre y muerte, un intercambio de disparos y bombas a modo de información inventada o no, para desprestigiarse los unos a los otros. Longoria que, a través de Morena Films (creada en 1999 por él y un grupo de socios, que ya había financiado la trilogía sobre Fidel Castro: Looking for Fidel, Comandante y Persona non grata, todas dirigidas por Oliver Stone, y Últimos testigos, donde se documentaba a Fraga y Carrillo), vuelve al ruedo político y de denuncia, como ya hiciese en su opera prima, con un artefacto político de indudable calidad que se reafirma en la persistente y difícil cuestión de resolver y, que nos vuelve a remitir a Ghandi, la grandísima dificultad de averiguar que es verdad y que no, la veracidad de lo que nos cuentan tantos unos y otros, que partes son ciertas y cuáles son producto de la guerra propagandística a la que estamos sometidos diariamente por los medios.

 

Truman, de Cesc Gay

truman_40911DESPEDIRSE DEL QUE SE VA

En Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, un grupo de amigos se reunían para despedirse de uno de ellos que tenía cáncer terminal. El séptimo título de Cesc Gay (Barcelona, 1967) anda por esos parámetros, no se trata de un grupo de gente, sino de uno, Tomás, que recorre medio mundo para despedirse de su amigo Julián, enfermo de cáncer, que ha decidido dejar el tratamiento y esperar el final, junto a su perro Truman. Gay sigue explorando sus temas preferidos, las relacionales de unos personajes incapaces de mostrar sus emociones, y relacionarse con los que más quieren, en definitiva, de mostrase a sí mismos. Seres torpes e ineficaces a la hora de abrirse a los demás, de explicar lo que sienten, y comunicar lo que les sucede, Bergman los denominaba paralíticos emocionales.

El cineasta barcelonés tiene la habilidad de conducirnos por una historia que a priori podría verse como un drama de muy y señor mío, pero Gay renuncia a cualquier tipo de sentimentalismo que arrastre al espectador a su drama, por el contrario, fabrica un admirable y contundente ejercicio de contención que traspasa nuestras miradas, que nos introduce en un encuentro entre dos amigos que hace la tira que no se ven, pero que siempre han estado juntos. Dos tipos que se quieren y admiran, como muestra una de las secuencias, donde Julián le dice a Tomás que admira su generosidad, y éste le devuelve el cumplido anunciándole que le encanta su valentía. Dos hombres que pasarán los próximos cuatro días hablando, discutiendo, y sobre todo, viviendo el instante, nada más que eso. El pasado no importa, importa el aquí y ahora. Dos amigos con vidas opuestas y muy diferentes, Tomás vive en Canadá junto a su mujer e hijos, y Julián, en Madrid, actor de profesión que vive sólo junto a su perro. Un animal que le ayuda a no estar sólo, que quizás es el único que lo entiende, o es el único que lo soporta.

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Como sucedía en anteriores trabajos de Gay, vuelve a contar con su habitual cómplice, Tomàs Aragay, en labores de escritura, para desarrollar una historia que sigue el camino que arrancó con En la ciudad, siguió con Ficció, luego con V.O.S., y finalmente Una pistola en cada mano, historias corales, situadas en Barcelona o alrededores, donde las relaciones sentimentales componían la sinfonía de su trama, personajes de clase media, pero sin mucha suerte con las dichosas emociones. Aquí, Gay vuelve a hacer gala de sus dotes de narrador, para relatar un encuentro entre dos amigos, pero a la vez, hay espacio para otros desencuentros, los amigos que fingen que no te vieron, y no tienen excusa, los que si te ven, pero tenían razones para no hacerlo, al hijo que cuesta contarle la verdad de uno, la ex mujer que pasaba por allí, elegir los ornamentos y cómo será tu funeral, o sobre todo, la preocupación de Julián, por el futuro de su perro, con quién se quedará y cómo vivirá sin él. También conoceremos a Paula, la prima de Julián, que representa esa parte que muestra su desacuerdo por la decisión tomada por su primo. Tomás llega con esa idea, pero poco a poco, irá desistiendo y aprovechará ese tiempo, el último que va a vivir junto a su amigo, para disfrutar de su compañía y de esos momentos que ya no volverán. Gay se muestra habilidoso en parir secuencias que muestran el interior de los personajes que va más allá de lo que a simple vista vemos, sumergiéndonos en una desnudez brutal que nos enfrenta a nuestros propios miedos e inseguridades. El tándem actoral, Darín y Cámara, (premiados en el Festival de San Sebastián) que vuelven a repetir con Gay, nos regalan unas composiciones humanas y sensibles, donde las razones ya no importan, lo que prevalece son los sentimientos, la amistad, el encuentro con el viejo amigo, compartir una comida, unas copas, un viaje y sobre todo, saber que tenemos a alguien cerca y en quién confiar, sin pedir nada a cambio, sólo con amor, ofreciendo el corazón, como cantaba Sosa.

Amama, de Asier Altuna

Cartel-AmamaENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD

Cuenta la tradición que en los caseríos vascos cuando nacía un hijo se plantaba un árbol y la abuela los pintaba con el color que les asignaba. A Xabi, el mayor, el blanco, por su condición de vago e inútil, a Gaizka, heredero del caserío, el rojo, y finalmente, el tercer hijo, Amaia, el color negro, por su rebeldía y cuestionamiento de lo inamovible. Asier Altuna (Bergara – Gipuzkoa, 1969) realizó Aupa Etxebeste (2005), co-dirigido con su colaborador Telmo Esnal, y el documental Bertsolari (2011), que explicaba la tradición oral a través de un improvisador de versos cantados en euskera. Ahora nos llega su segundo largo de ficción, situado en un caserío en medio de un frondoso bosque, la cierta armonía del lugar se ve trastocada por el hijo mayor, Asier que decide marcharse, y de esta manera no sigue con la tradición ancestral de continuar con el trabajo heredado en el caserío. El segundo hijo, denostado y desplazado por el padre ya ha hecho su vida fuera, donde tiene mujer e hijos. La tercera en discordia, Amaia, se revela ante la imposición paternal y rompe con la tradición, el padre terco y huraño, se niega a aceptar el devenir de la modernidad, y se agarra como animal herido a su caserío, su tierra y la memoria de sus antepasados.

Altuna nos sumerge en una película de poderosa y fuerza visual, en uno escenarios filmados de manera asombrosa que sobrecogen y atrapan desde el primer instante, donde el simbolismo compone una función elemental para entender el devenir familiar y las películas de super 8 que alimentan el imaginario de cada uno de ellos y lo que fueron. El eterno conflicto entre padres e hijos, entre la tradición y la modernidad, entre la mirada de lo antiguo frente a unos tiempo nuevos, ni mejores ni peores, sino diferentes, y todo la situación emocional que genera entre padres y progenitores. Aquí, el conflicto se desata con el padre y la hija menor, Amaia, la rebelde, la contestataria, la que rompe y aniquila y desaprueba un modo de vida ya extinguido y moribundo. Una vida que ya murió, que se pasea como un fantasma en pena por un bosque que ya no es el que es, y un quehacer que pasó al olvido. Altuna maneja su historia de forma ejemplar y excelente, la cuenta de forma cadenciosa y pausada, como aquellos cuentos que se contaban alrededor de una hoguera en las noches de invierno, nos muestra un paisaje bellísimo, con una luz oscura de fuertes contrastes y sombras, en el interior del caserío y el bosque, y para la ciudad, nos reserva una fría luz y etérea, su cámara filma de forma asombrosa, posándose en las miradas y silencios que hielan, explicando sin necesidad de subrayados y diálogos todo lo que hierve entre los personajes que habitan en esa casa milenaria.

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Una música que mezcla los sonidos tradicionales vascos con la música electrónica, creando una atmósfera asfixiante y respirable según el instante. Un reparto bien escogido hace el resto, sobresalen las composiciones del veterano Kandido Uranga, curtido en mil batallas, que interpreta a ese padre anclado en el pasado, Amparo Badiola, encarnando a Amama, la abuela omnipresente y silente, que explica sin hablar todo lo que se siente en el caserío y en el conflicto que se ha desatado, y finalmente, la auténtica revelación de la película, la maravillosa y contenida interpretación de la debutante Iraia Elias, una joven actriz que viene del teatro independiente, nos regala una composición hacia dentro, que encoge el alma con una mirada y unos gestos que sobrecogen y hacen entendible todo lo que se está cociendo en el alma de los personajes. Además, su personaje artista de profesión, captura la esencia de la memoria familiar a través de fundir la tradición y la modernidad. Una cinematografía obra de Javier Aguirre Erauso, que ya había trabajado con Altuna, haciendo un trabajo soberbio del manejo de la luz natural de grandísima altura, que le coloca a la altura de otros maestros de la luz como Cuadrado, Escamilla o Alcaine… Una película que entronca directamente con Primavera tardía, de Ozu, donde en la posguerra en Tokio, una hija, Noriko, se negaba a casarse y se rebelaba ante la imposición paterna, el genio japonés seguía planteando los eternos conflictos entre padres e hijos que edifican su filmografía, entre el Japón milenario contra ese Japón modernizado. Amama continúa la tradición del cine español en dialogar entre lo rural y lo urbano como ya lo había hecho en Furtivos, Tasio, o Vacas, donde algunos miembros de la película ya repetían hace dos decenios, o con la esencia de elementos dramáticos de La mitad del cielo, de Manuel Gutiérrez Aragón, donde una joven Ángela Molina se abría camino en la fauna urbana siguiendo los sabios consejos de su difunta abuela Rosa. Altuna ha parido una obra de grandes dimensiones cinematográficas que se erige con sabiduría y encanto, y manifiesta la buenísima salud del cine vasco, hablado en euskera, después de la imponente Loreak, de la temporada pasada, donde algunos técnicos e intérpretes repiten, siguiendo aquella estela de la generación de los Urbizu, Medem, Bajo Ulloa… que surgieron a principios de los 90.

<p><a href=”https://vimeo.com/134258577″>AMAMA_TRAILER</a&gt; from <a href=”https://vimeo.com/user3148570″>txintxua</a&gt; on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

El rey de la Habana, de Agustí Villaronga

El-rey-de-la-HabanaLOS DESHEREDADOS

En Los olvidados, de Luis Buñuel ya se explicaba con extrema contundencia y realismo como las personas que sobrevivían en condicionas extremas de pobreza, se convertían en miserables sin escrúpulos. André Bazin acuño el término “el cine de la crueldad”. La última aventura cinematográfica de Agustí Villaronga (Mallorca, 1953), acoge en su armazón narrativo la línea de ese cine de agobiante crudeza que argumentaba Bazin. Un cine que continúa el sendero emprendido por el cineasta balear en sus más celebrados trabajos, su gran debut en Tras el cristal (1987), El mar (2000) o Pa negre (2010), tres películas que nos ayudan a examinar y sumergirnos en las constantes temáticas que jalonan la cinematografía de Villaronga: ambientes opresivos y enfermizos, donde los niños o jóvenes se ven inmersos en situaciones dolorosas que los hacen resistir y sufrir en escenarios muy hostiles, acompañadas de un poderío visual y actores que rezuman vida, una narración compleja plagada de contrastes, y una mezcla de géneros que van desde el drama, la comedia o incluso una mezcla de las dos. Un cine que atrapa a través de esa desazón deprimida en la que viven unos personajes que sobreviven y luchan diariamente por salir adelante, aunque raras veces lo consigan.

Después de cinco años del gran éxito de crítica y público que supuso Pa negre, incluso fue seleccionada por la Academia para representar a España en los Oscar, vuelve a adaptar a una novela, (como ya había hecho anteriormente con Blai Bonet en El mar, o con Emili Teixidor en Pa negre), esta vez el elegido fue el texto del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, ambientada en el barrio Centro Habana, en aquella Cuba de finales de los 90. Un país sumido en la pobreza y en el desarraigo, como bien explica uno de los protagonistas al inicio de la película: “Éramos pobres en un país pobre. Lo único que nos quedaba era chingar y comer de vez en cuando”. La trama se centra en tres personajes, el joven Reinaldo, provisto de una verga de considerables dimensiones, que acaba de fugarse de un correccional donde cumplía arresto injustamente por un homicidio no cometido, Magda, una joven que malvive vendiendo su cuerpo a vejestorios y a turistas junto a un primo medio delincuente, y Yunisleidy, un transexual que se gana la vida puteando con ricos extranjeros y trapicheando con droga. Estas tres almas perdidas, que vagan entre la miseria y la pobreza como almas en pena, supervivientes en un país derrotado, deshecho y abocado a la carencia más extrema. El sexo desinhibido y grotesco, como vía de escape que ayuda a engañar al hambre, la delincuencia y el engaño están a la orden del día, además de verse sometidos a la férrea vigilancia de un sistema abandonado y decadente.

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Villaronga no se amilana en mostrar la violencia más desatada y cruda, no hay buenos ni malos, sino gentes, individuos que están al acecho, que mueren matando y resisten ante los avatares y las desdichas de un entorno atroz, un caótico mundo en ruinas, sin salida, donde la única posibilidad es emigrar, salir de allí, empezar en otro lugar, en otro aire, pero para eso, se necesita dinero, que resulta escaso y extremadamente difícil de conseguir. El director mallorquín filma con dureza y desamparo, hay poco espacio para las emociones y el cariño, nos introduce en casas ruinosas, en sonrisas congeladas, polvos echados en colchones cochambrosos, paredes agrietadas, lágrimas secas, y corazones llenos de amargura. Vidas a la deriva, sin pasado y sin futuro, con un presente oscuro en frente, lleno de sombras, personajes que parecen alimañas a punto de ser succionadas por una catástrofe que las borrará de un plumazo para siempre. Villaronga conduce su película, a ratos con excesivo tremendismo, todo hay que decirlo, pero en suma un voraz y brutal viaje hacía los infiernos humanos, a las almas negras y oscuras, a esos lugares donde la única escapatoria es dañar sin que te hagan daño con el único propósito de echarse algo a la boca, aunque sea pan seco y frijoles recalentados.

 

El apóstata, de Federico Veiroj

Poster El apóstata A4EL ESPÍRITU Y LA RAZÓN

El director uruguayo Federico Veiroj (Montevideo, 1976) debutó en la gran pantalla con Acné (2008), una fábula sobre el despertar romántico de Bregman, un chaval de 13 años, que lucha contra los cambios de su cuerpo, además de soportar la descomposición familiar, y con el único deseo de besar a la chica que adora. Una teen movie muy alejada de las comedias juveniles convencionales que, planteaba ciertos temas interesantes que exploraban cambios en la mirada de acercarse a un problema clásico. Su siguiente filme, La vida útil (2010), nos hablaba de Jorge, un tipo de 45 años, que después de trabajar en la Cinemateca uruguaya durante 20 años era despedido por los problemas de la institución en la actualidad. Veiroj huía de la melancolía del amor incondicional al celuloide e indagaba de forma austera y honesta del cine como elemento activador en la nueva vida que arrancaba.

Su tercera película, El apóstata, (proyecto nacido de la experiencia real de Álvaro Ogalla, que debuta como actor, además de tener experiencia en el  cine empleado en la filmoteca y festivales), sigue el camino iniciado por las anteriores, nos vuelve a contar una fábula, un problema muy relacionado con la actualidad, donde volvemos a encontrarnos a un antihéroe que no encuentra su sitio, que huye de sí mismo, que escapa de su pasado e intenta encontrarse sin mucha suerte, un individuo infantil, o incapaz de madurar, alguien que todavía se siente perdido sin el nido familiar, alguien sin pareja estable, y sobre todo, un tipo que desea algo, una cosa que parece inalcanzable, pero no es más que un grito de esperanza y un camino que le sirva de guía para escapar de una existencia vacía que le incómoda, pero que a la vez le cuesta abandonar. Ahora, Veiroj se centra en las inquietudes huidizas de Gonzalo Tamayo, que emprende el camino de apostatar, más como un deseo de dejar su pasado familiar, lleno de imposiciones y traumas, que de convicciones claras de espiritualidad. El joven se gana la vida dando clases a Antonio, un niño que vive dos pisos más abajo que el suyo, al que le une una relación a medio camino entre amistad y fraternal. Sus relaciones con las mujeres distan de ser placenteras y tranquilas, con Maite, la madre de Antonio, existe atracción, pero nada más, y con Pilar, su prima, a la que desea sexualmente desde que eran niños, tampoco acaba de cuajar. Tamayo sigue sin aprobar la dichosa filosofía, que le impide acabar la carrera, quizás no es más que otro síntoma que le ayuda en continuar en ese estado vegetativo emocional, un lugar útil, un espacio en el que no tiene que tomar las decisiones sobre su vida y existencia. Las conversaciones con el obispo que lleva el proceso de su apostasía resultan muy interesantes en las que Gonzalo se esfuerza en rebatir al clérigo todas sus argumentaciones, aunque parece que el representante de Dios se muestra inamovible, y achaca todo al espíritu y la intratable fe. Toda esta existencia frustrada le lleva a soñar despierto con delirios fantásticos relacionados con un deseo sexual reprimido y poco explorado, que le enfrentan con su pasado y a sus miedos sobre lo que está haciendo y lo que vendrá. Una comedia a ratos absurda, existencialista, otros surrealista, y con dosis de fantasía, de realismo profundo que juega con elementos como el cinismo, la culpa, la fe o el deseo.

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Co-producida por Fernando Franco (el director de La herida) también en labores de edición, tiene en la música uno de sus puntos fuertes, con una variedad que va desde Lorca, Prokofiev, y piezas tomadas de documentales en color del NoDo en el período entre 1943-1981, e incluso se desata con el tema de la Estrella del fallecido Enrique Morente. Una luz que recorre la película, que ilumina un Madrid diferente, filmado en calles grises y apagadas, imbuidos en esa falsa poética que laboriosamente ha logrado el excelente trabajo de Arahuco Hernández Holz (en su segunda colaboración con Veiroj después La vida útil, donde realizaba un sutil trabajo en blanco y negro). Una fábula minimalista que se sumerge en las inquietudes espirituales de un joven que deambula por su vida como un funambulista sin cuerda y esperando que suceda algo que quizás no le seducirá ni le atraerá, y aún más, no le sacará de ese letargo emocional en el que se encuentra. Una cinta que respira del universo de la obra de Galdós, con sus antihéroes audaces y perdidos que pueblan su imaginario, y el cine de Buñuel y su Don Lope de Tristana, y  demás tipos que no renunciaban a sí mismos a pensar de todo lo adverso que los rodeaba, sin olvidarnos de los filmes del Saura de finales de los 60 y la década de los 70, el Luis de La prima Angélica, y los personajes ambivalentes y sin lugar que retrató el genio del cineasta aragonés, la indefensión del hombre contra el poder que veíamos en la obra de Kafka en El proceso y la imponente adaptación que realizó Welles. Referencias que demuestran la madurez de Veiroj dotándole de un sentido ético y moral que impregnan sus tres filmes, y nos ilusiona enormemente para futuros trabajos.

Taxi Teherán, de Jafar Panahi

taxi_teheran-posterHERMOSO CANTO A LA VIDA Y AL CINE

La primera imagen de la película es un plano subjetivo de una calle céntrica de Teherán a plena luz del día, una imagen parecida, pero en otro lugar, cerrará la película. En ese instante, alguien gira la cámara y nos encontramos en el interior de un taxi conducido por el cineasta Jafar Panahi. El automóvil emprende su marcha y se detiene para que suba un joven, vuelve a detenerse y entra en el vehículo una joven, los dos se enzarzan en un diálogo sobre la dureza de las penas. Desde que en marzo de 2010, Panahi fuese condenado (por asistir a una ceremonia en memoria de una joven asesinada en una manifestación que protestaba contra el régimen iraní), primero a 86 días de prisión, y finalmente, a no hacer películas, guiones, no conceder entrevistas y no salir del país, que en un inicio consistía en un arresto domiciliario, el director iraní se ha revelado ante la injusta condena haciendo lo que mejor sabe, cine,  anteponiendo su lucha y reivindicación a las dificultades añadidas por filmar en lugares cerrados y demás problemas.

Su “primera película”, en esta etapa clandestina, fue Esto no es una película (2011), que en su filmografía hacía la película 6, con la colaboración de su ayudante de dirección Mojtaba Mirtahmasb. La cinta se centraba en describir su situación de arresto en su casa y en explicar la película que le impedían hacer, su siguiente trabajo Cortina cerrada (2013), codirigido con Kambuzia Partovi, se valía de dos personajes que escapaban de la justicia y se refugiaban en una casa ante el exterior amenazante, y ahora nos llega Taxi Teherán. Panahi se vale de tres cámaras colocadas concienzudamente en lugares del taxi para así filmar la parte delantera y trasera, y el exterior. Un rodaje que apenas duró 15 días y escasos 30000 euros de presupuesto, y con la colaboración y ayuda de amigos y conocidos que algunos se interpretan así mismos, y apoyándose en un híbrido que navega entre la ficción y el documento, para adentrarse en las calles en las que el cineasta mide y toma el pulso de la sociedad iraní mediante una serie de personajes que viajan en su taxi. Se inicia con la conversación entre un ladrón y una maestra sobre las leyes durísimas que se ponen en práctica que no sirven para acabar con los delitos. Después, un vendedor de dvd que lleva películas extranjeras prohibidas en el país, más tarde, Panahi recoge a su sobrina Hana, una niña de fuerte personalidad que conversa con Panahi sobre su ejercicio de hacer un cortometraje de la realidad imperante (filma todo el trayecto con su pequeña cámara de fotos), y el director lo utiliza para recordar las duras normas para hacer cine en Irán, luego un herido que tiene que ser trasladado inmediatamente al hospital, dos mujeres de mediana edad que tienen que cumplir una promesa y desean ir a hacer una ofrenda en un monumento. Más tarde, entra en su vehículo un señor que sufrió la injusta ley, para finalizar, los acompaña la abogada Nasrin Stoudeh, que llevó el caso del propio director, que entra en el taxi con un ramo de flores rosas rojas que lleva a una joven que está en prisión, que trabaja en pro de los derechos humanos, y entabla una conversación con Panahi sobre las injusticias y la necesidad de seguir combatiéndolas, y no cesar de luchar para convertir su país en un lugar más humano y democrático.

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Panahi demuestra que sigue en plenísima forma, mirando con análisis crítico y recogiendo y analizando la situación social de Irán, las situaciones en las que viven su población, capturando la sensación de amenaza constante, de miedo y represión que se respira. Un cine combativo, indómito y alentador, que destila humanidad y visceralidad, que continúa describiendo y reflexionando sobre la situación política, social y cultural de un país acosado y mutilado por un régimen dictatorial que sigue en el poder dictando leyes implacables contra la población. Desde que debutase con El globo blanco (1995), con guión de su maestro y mentor Kiarostami, su cine, premiadísimo en los más prestigiosos festivales internacionales, se ha edificado en obras de grandísima profundidad y lirismo como El espejo, El círculo, Sangre y oro, y Offside (Fuera de juego), cine centrado en los problemas sociales, y especialmente centrado en el maltrato y la injusticia en la que viven las mujeres iraníes que se ven sometidas por los hombres y la voluntad de Dios. En el horizonte suenan el aroma de películas donde el taxi/automóvil reivindica su condición metafórica como sucedía en El sabor de las cerezas o Ten, ambas de Kiarostami, o en Taxi driver, de Scorsese, o Noche en la tierra, de Jarmusch… o el Neorrealismo de Rossellini, De Sica, Zavattini… donde se cedía la imagen y la palabra a los problemas cotidianos de las personas. Cintas donde el automóvil/calle escenificaban el pulso anímico de una sociedad en decadencia e injusta que aniquilaba la libertad e individualidad de los seres humanos. Panahi, en esta nueva etapa de su carrera, se reinventa a sí mismo y sigue en sus trece, haciendo cine porque es su oficio, y además es su forma de luchar y combatir su injusta condena, y no sólo sigue generando cine de primerísima calidad, sino que sus películas, acompañadas de los galardones que reciben (en esta ocasión el Oso de Oro en la última Berlinale) se erigen como manifiestos contra la libertad de expresión y en pro de los derechos humanos.