Charlatán, de Agnieszka Holland

ASCENSO Y CAÍDA DE JAN MIKOLÁSEK.

“Nadie es inútil en este mundo mientras pueda aliviar un poco la carga a sus semejantes”.

Charles Dickens

La directora Agnieszka Holland (Varsovia, Polonia, 1948), aunque se graduó en la Academia de Cine de Praga en 1971, empezó su carrera en Polonia como asistente de dirección de cineastas de la talla de Wajda y Zanussi. Después de participar en dos películas colectivas, debuta en solitario con Actores provinciales (1979), a la que le siguió Fiebre (1981), convirtiéndose en una de las miradas más interesantes y profundas de la cinematografía polaca. Será con Amarga cosecha (1985), un durísimo drama sobre la desesperación durante la ocupación nazi, la que le colocará en el panorama internacional, con películas extraordinarias como Europa, Europa (1990), un exitazo sin precedentes sobre como un chaval judío acaba luchando con los nazis y alzado como un héroe. A partir de ahí, se le abren las puertas a las producciones internacionales como El jardín secreto, sobre la infancia de una niña huérfana en la Inglaterra conservadora, Vidas al límite, sobre la vida de Rimbaud, Washington Square, nueva adaptación del universo Henry James, El tercer milagro, sobre la crisis de fe de un sacerdote especializado en milagros. Con el nuevo siglo, la carrera de Holland se concentra en la televisión estadounidense donde dirige episodios de series de culto como The Wire, Treme, House of Cards y The Affair, entre otras.

Con una filmografía que abarca más de treinta títulos, la directora polaca se ha centrado en explicar los avatares históricos de su país, y de esa Europa Central azotada por los continuos cambios políticos, siempre desde la parte de los más indefensos y necesitados, donde la infancia y la mujer han tenido el protagonismo que muchas películas les ha negado injustamente. Una mirada profunda e íntima de las personas humildes que sin quererlo, se han visto envueltas en las tragedias más duras. Con Charlatán recoge la vida y milagros del personaje real, nacido en Checoslovaquia, Jan Mikolásek, un curandero que utilizaba las propiedades de las plantas medicinales para sanar a decenas de miles de personas. Un hombre poco corriente, muy diferente, con unos métodos muy alejados de la medicina convencional. Con ese estilo tan característico de Holland, basado en el estatismo, en la pausa, en la sobriedad, en lo conciso, donde lo realmente importante es conocer el gesto y los detalles de los personajes para conocerlos en profundidad, alejándose de la palabra para describirlos, sino yéndose al otro lado, al de la mirada y la interioridad, de unas almas que deben sobrevivir a pesar de lo que la historia se empeñe en cambiarles la existencia.

La película recorre buena parte del convulso y trágico siglo XX, centrándose en la madurez de Jan Mikolásek, y llevándonos a su pasado desde su juventud, siendo uno de los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial, su amor por las plantas, su encuentro con la curandera que le enseñará todo lo que sabe, como es peculiar forma de diagnosticar a partir de la observación de la orina, la compra y puesta en funcionamiento de su sanatorio, el encuentro con Frantisêk Palko, con el que mantendrá una relación homosexual clandestina, penada por la ley en la época, y sobre todo, las relaciones difíciles con el poder de turno, los de antes de la guerra, con los nazis, y luego, con el estalinismo, y con la muerte del último de sus jerarcas, las dificultades con el nuevo régimen comunista, muy contrario a su vida y su trabajo. Escrita por el joven Marek Epstein, la película destaca, como suele ocurrir en la filmografía de Holland, un grandísimo trabajo de ambientación y detallismo tanto de la reconstrucción de la época histórica del momento, obra del diseñador de producción Milan Bycek, la extraordinaria música de Antoni Komasa Lazarkiewicz, la edición de Pavel Hrdlicka, y la contundente atmósfera y luz que firma Martin Strba, técnicos que ya habían trabajado con la directora polaca en su miniserie Burning Bush (2013), sobre el estudiante Jan Palach, que se prendió fuego en protesta de la ocupación soviética en la Checoslovaquia de los sesenta.

Holland se toma su tiempo para contarnos todos los detalles, sin dejarse nada en el tintero, todo lo que ocurre cuando se cierran las puertas, asistiendo al irregular proceso de arresto y condena de Mikolásek, ejecutado por un poder corrupto y lleno de argucias falsas y sospechas falsas contra alguien que curaba tanto a pobres como poderosos, con métodos muy diferentes, vendiendo sus preparados con plantas que conocía al dedillo, un tipo perseguido por sus habilidades y su condición de homosexual, alguien que Holland retrata desde la complejidad, con sus bondades y oscuridades, sin nunca juzgarlo, no se construye a un santo santorum, no, no hay nada de eso en la película, sino a un ser humano, con sus aciertos y errores. Una cinta donde todo rezuma realidad, controversia, tristeza, dolor, amor, y sobre todo, humanidad, la posición moral se la deja a los espectadores, los únicos, si es que pueden, de tomar partido en las actividades y existencia del personaje en cuestión.

Si la parte técnica es de primer nivel, la parte artística de la película no se queda atrás, con un plantel que borda sus difíciles y controvertidos personajes, encabezados por la sobriedad y la elegancia de la grandísima interpretación de Ivan Trojan en la piel de Jan Mikolásek, un actor venerado en la República Checa, consiguiendo un trabajo concienzudo de un hombre de pueblo, enamorado de las plantas, que construyó todo un aparato para ayudar y aliviar el dolor de las personas que no encontraban esperanza en la medicina tradicional. Bien acompañado por Josef Trojan, el segundo de sus cuatro hijos, que hace de Mikolásek en su juventud, Juraj  Loj, otro actor muy competente checo, da vida a Frantisêk Palko, el ayudante, amante y compañero de fatigas del protagonista. Agnieszka Holland sigue en Charlatán, el  rastro iniciado en otras producciones como Spoor y Mr. Jones, filmadas con producción polaca, en la que tanto en la actualidad como en el pasado, la inquieta y curiosa mirada de la genial directora polaca, sigue rastreando y psicoanalizando la condición humana enfrentada a los conflictos internos y externos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Spoor (El rastro), de Agnieskza Holland

ANIMALES SALVAJES.

Nos encontramos en un pueblo de montaña en la frontera checo-polaca, en pleno invierno, en una casa alejada del pueblo vive Duszejko, una ex ingeniera, astróloga y vegetariana que roza la setentena. La mujer vive en consonancia con la naturaleza y su pasional amor hacia los animales que protege ante las temporadas de caza. Un día, sus dos perros desaparecen y nadie los ha visto. A partir de ese instante, Duszejko, ya cansada de denunciar las atrocidades en las cacerías, iniciará una cruzada contra aquellos que atentan contra lo que ella más quiere. Una aventura en la que tratará con su vecino de su misma edad Matoga, un tipo solitario y callado, Buena nueva, una jovencita desarraigada que acaba de putita en las manos de un sinvergüenza sin escrúpulos, Dyzio, un informático que trabaja para la policía que oculta sus ataques epilépticos, y finalmente, Boros, un señor que estudia el comportamiento de los insectos. Un grupo aparentemente alejado pero que la trama los irá acercando y los llevará a trabajar por ese bien común en el que todos acaban creyendo.

La nueva película de Agnieszka Holland (Varsovia, 1948) basada en la novela elogiada por crítica y publico “Sobre los huesos de los muertos”, de Olga Todarczuk, que actúa como coguionista junto a la directora, se detiene en las injusticias contra los animales, representada en la figura de esta señora que, aunque resulte excéntrica y bastante loca, hará lo imposible para luchar y protestar contra esos atentados a los más indefensos. En el otro lado, sus enemigos no son otros que las élites del pueblo, el gobernador, el jefe de policía, el sacerdote y el empresario de turno, todos ellos corruptos, gentuza que aprovecha su posición para vivir a costa de los demás, sin ningún miramiento ni compasión. Holland que aquí tiene la colaboración de su hija Kasia Adamik en labores de dirección, ha construido una filmografía honesta y sin fisuras, desde sus comienzos allá por 1978 con Provincial actors, muy aplaudida internacionalmente, y su consagración con Europa, Europa (1991), que trataba la odisea de dos judíos con el telón de fondo de la Segunda Guerra mundial, y también su labor como guionista con Krzystof Kieslowski en su trilogía Tres colores (1993) acercándose a géneros más clásicos como Washington square (1997) adaptación de “La heredera”, o Copying Beethoven (2006) o volviendo al tema judío con In Darkness (2011), y trabajar en el medio televisión dirigiendo episodios en algunas de las series más reputados de los últimos años como The Wire, Treme o House of Cards, entre otras.

Una carrera sincera, a contracorriente, que ha sabido manejar los distintos géneros y apuestas artísticas, dentro de unas temáticas donde se exploraba la vida de los más débiles, aquellos que huyen, o los que se esconden. En Spoor nos sumerge en un relato que podríamos decir que mezcla géneros, porque podemos advertir el thriller psicológico de ambiente rural, el drama social, las historias de amor sencillas y el documento antropológico, en el que además de mostrarnos la vida cotidiana de estos lugareños, saca a la luz esa lucha eterna y ancestral entre la naturaleza contra la codicia humana, entre aquello inmutable frente a esa apisonadora del capitalismo que, a través de la fuerza y la imposición aniquila todo aquello que tiene a su merced, sin importarle la destrucción de la fauna salvaje y la mutilación del entorno natural. La película se apoya en Duszejko, esa señora que se pone de pie como voz de los animales asesinados, que pueda parecer extravagante y ruidosa, incluso que ha perdido la razón y un montón de cosas más, pero, en su vida se ha propuesto acabar con esas cacerías terribles, que aunque no lo consiga, al menos, luchará hasta la extenuación para que ese salvajismo afecte lo menos posible a sus queridos animales.

Holland acota su película en un año, donde asistimos a las diferentes temporadas de caza (en las que se dispara contra ciervos, corzos, jabalíes…) donde se van acumulando los cadáveres de esos “hombres de bien” que van apareciendo asesinados en mitad del bosque, siempre con las sospechas del ataque de animales que, parecen vengarse de tantas atrocidades cometidas contra ellos. Una película de ritmo cadente, en el que las diferentes relaciones entre los personajes nos va sumiendo en esa atmósfera oscura y densa, donde parece que unos mandan y otros obedecen, romper esa injusticia social será el propósito de la misión de Duszejko (fantástica composición de la actriz Agnieszka Mandat, que tiene en su filmografía nombres tan importantes del cine polaco como Andrzej Vajda) en una película que ha significado una esfuerzo de producción de varios países europeos como Polonia, Alemania, R. Checa, Suecia y la R. Eslovaca, en la que aborda de un modo realista, nada complaciente y certero esas inquinas rurales que persisten entre unos y otros, entre quiénes se creen con el derecho de poseer todo lo que está a su alcance, y entre los otros, aquellos que respetan el medio en el que viven y se han posicionada junto a los más deprimidos, marginados e invisibles, aquellos que no encajan en esta sociedad clasista y deshumanizada, donde los aparentemente más civilizados, acaban siendo los más hipócritas y salvajes, y se mueven sobre dos piernas y empuñan armas. 


<p><a href=”https://vimeo.com/237575857″>Trailer SPOOR (EL RASTRO) – vose</a> from <a href=”https://vimeo.com/festivalfilms”>FESTIVAL FILMS</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>