Un bocado exquisito, de Christoffer Boe

LA PUTA ESTRELLA.

“El que quiere arañar la luna, se arañará el corazón”.

Federico García Lorca

Erase una vez la historia de Maggie y Carsten, amantes de la alta cocina, se enamoran y tienen dos hijos, y regentan el Maus, uno de esos lugares referentes de la escena gourmet de Copenhague. Aunque a su dicha le falta algo, el sueño de tener una estrella Michelin, que posicionará a su restaurante y a su comida el lugar que ellos consideran que debe estar. El nuevo trabajo de Christoffer Boe (Rungsted, Dinamarca, 1974), vuelve a hablarnos del amor, como hicieron sus celebrados trabajos anteriores como Reconstruction (2003), Allegro (2005), Offscreen (2006), y Beast (2011), entre otros, a la que añade otro elemento, el de la ambición, una ambición desmedida que no solo afectará a la pareja protagonista en su trabajo, sino en su relación. Una ambición que les sumergirá en las partes más oscuras de la condición humana. El guion lo firman el propio director y Tobías Lindholm, célebre director de obras tan contundentes como Secuestro (2012), y Una guerra (2015), amén de intensos guiones para Thomas Vinterberg en las exitosas La caza, La comuna y la más reciente Otra ronda.

Una producción inteligente y audaz donde encontramos a otra figura del cine danés como Louise Vesth, que ha producido algunas de las mejores películas de Lars Von Trier como Melancolía, Nymphomaniac, entre otras. Manuel Alberto Claro, cinematógrafo en buena parte de la filmografía de Boe, vuelve a construir una luz muy oscura, y muy cercana, que profundiza de manera sobresaliente en todas los laberintos emocionales y oscurísimos a los que van cayendo la pareja protagonista. Aunque el marco que utiliza el director danés sea la alta cocina, muy de moda en los tiempos actuales, su retrato de este tipo de cocina es meramente un marco para hablarnos de temas más interesantes como el constante enfrentamiento entre el trabajo y la vida, y el trabajo entendido como un medio para conseguir toda esa felicidad que creemos importante para nuestras existencias, lo material frente a la vida, y sobre todo, frente al amor y los tuyos. La estructura de la película es otro de los elementos interesantes de la historia, ya que aunque buena parte de la cinta se desarrolla en el tiempo actual, en el relato se van añadiendo capítulos a modo de flashbacks, donde nos van contando ciertos aspectos claves en la relación de la pareja, sumamente importantes para el devenir de los hechos del presente. Boe los construye con una elegancia enorme, de forma intensa, con esa cámara al hombro, en relación estrechísima con las derivas emocionales que van sufriendo sus personajes, con esa agitación tan propia del movimiento Dogma.

La película impone un ritmo entre la cadencia y la agitación que, acoge con naturalidad los diferentes aspectos en la relación de Maggie y Carsten, su historia de amor, la relación familiar con sus hijos, algún que otro instante de puro thriller, y el melodrama de toda la vida, con su problemas internos de la pareja. La extraordinaria y profunda interpretación de una pareja en estado de gracia, que no solo muestra una increíble naturalidad y verdad en todo lo que hacen sus personajes, sino que transmiten el amor y la tristeza por la que van pasando. Katrine Greis-Rosenthal es Maggie, una actriz que habíamos vista en el cine de Billie August, y en su segunda colaboración con Boe, después de la serie Cara a cara. Frente a ella, Nikolaj Coster-Waldau, uno de los actores más importantes e internacionales daneses, con un currículo que va desde los estadounidenses Ridley Scott y Brian de Palma, a directores daneses de la talla de Susanne Bier o noruegos como Erik Poppe. Y la presencia de Nicolas Bro, como el hermano cascarrabias de Carsten, un actor fetiche en la obra de Christoffer Boe.

Un bocado exquisito  no solo gustará, y nunca mejor dicho, a los amantes de la alta cocina, porque somos testigos de la preparación y degustación de ciertos platos, sino que también gustará a todos aquellos que alguna vez en su vida han traspasado el límite tan invisible y frágil del trabajo bien hecho a la ambición desmedida, a estar dispuestos a perderlo todo con tal de conseguir aquel objeto o prestigio importante que les ha parecido crucial en sus vidas. La cinta nos habla con exquisitez, intensidad y sensibilidad, llevándonos por todas las fases del proceso, un proceso que sin darnos cuenta puede borrarnos literalmente de todo aquello que es importante para nosotros, una cosa que tendemos a olvidar rápidamente, ensimismados en otros menesteres que solo nos pueden traer muchos problemas, si no sabemos detener a tiempo, como les ocurre a Maggie y Carsten, dos personas movidas por su sueño que, sin ser conscientes de sus limitaciones emocionales, les puede llevar a un abismo del que no se puede salir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La violinista, de Paavo Westerberg

LA MAESTRA Y EL ALUMNO.

“La ambición no hermana bien con la bondad, sino con el orgullo, la astucia y la crueldad”

Leon Tolstoi

Si nos preguntasen nombres de directores finlandeses actuales nos vendría el primero y más importante de todos, el de Aki Kaurismäki, si nos estrujáramos más la cabeza aparecerían los de Mika, hermano del mencionado, y también, Klaus Härö, que ha estrenado sus últimas películas por aquí. A partir de ahí, tendríamos serias dificultades para nombrar alguno más. Por este motivo, el cine producido en Finlandia, exceptuando los citados, es una gran y triste anomalía por estos lares. Por eso cuando se estrena una película del mencionado país, solo podemos dedicarle nuestra mirada y disfrutar de esa anomalía. En este caso, la película en cuestión es La violinista, de Paavo Westerberg (Helsinki, Finlandia, 1973), dedicado a la interpretación, y a los guiones como los de Frozen Land y Frozen City, por los que fue galardonado, se ha embarcado en la dirección con la serie Jälkilämpö (2010), y ahora, repite con un relato intimista, complejo y oscuro sobre la ambición y sus consecuencias.

La historia arranca con Karin Nordström, una auténtica virtuosa y reconocida violinista que, después de la última actuación de su gira, tiene un desafortunado accidente que le hace perder sensibilidad en algunos dedos y le imposibilita seguir tocando. Después de un tiempo intentando aceptar su vida y sobre todo, su cambio de profesión, no tiene otro remedio que dedicarse a la enseñanza. Conocerá a Antti, uno de sus alumnos de violín más ambiciosos, y empezarán una relación íntima y muy secreta, ya que tanto Karin como Antii, tiene parejas, la del joven, Sofía, también alumna de Karin. Todo cambiará cuando Björn Darren, famoso director busca violín solista para su nuevo espectáculo. Westerberg confía su película en la actuación de sus intérpretes y en los cálidos y oscuros interiores donde se desarrollan las diferentes acciones del metraje. El rostro y las miradas se convierten en el centro de todo, bien acompañados por las excelentes piezas clásicas que escuchamos a lo largo del relato.

La película nos habla de música, y las diferentes formas de acercarse e interpretarla, donde los personajes de Karin y Antii tiene una forma directa, individualista y demasiado ambiciosa, donde la música se convierte en una lucha constante contra sí mismos, y contra los otros, donde nada ni nadie tiene cabida. En cambio, el personaje de Sofía entiende la música desde el amor y la colaboración, donde todo es nosotros. El personaje de Björn Darren confía en su querida Karin, aunque se muestra receloso con Antii, ya que le parece que  es demasiado impetuoso y no sabrá estar a la altura de la música y la responsabilidad que conlleva ser solista en una orquesta. A pesar de sus dos horas, la película se ve con gusto, sus composiciones son de gran altura y bien construidas, donde la luz mortecina que sacude toda la película, le va como anillo al dedo a un relato sobre la música, y sus intérpretes, que siempre les pierde su pasión, una excesiva pasión que juega contra ellos. Una trama bien mezclada con lo personal, donde el amor arrebatado se acaba imponiendo en las vidas convencionales de los personajes, acciones que los llevarán a consecuencias con las deberán lidiar.

Matleena Kuusniemi interpreta a Karin, una mujer de carácter, muy ambiciosa, que  después de su fatal accidente, deberá recomponerse y amar la música desde otra posición, pero sin dejar ella misma, y sobre todo, sin dejar que nadie sea más que ella. A su lado, Olavi Uusivirta como Antii, ese alumno que le puede ser el mejor, muy perfeccionista y altivo, con un carácter que jugará en su contra. Kim Bodnia es Björn Darren, el experimentado hombre de música, pero una fiera con la música, que tendrá sus conflictos con las decisiones y métodos de Karin. Misa Lommi es Sofía, la antítesis de Antii, otra forma muy diferente de acercarse a la música, valorando todo su potencial desde el lado más romántico y humano, y finalmente, Samuli Edelmann como Jaako, el marido de Karin, comprensivo y compañero, pero que se sentirá desplazado por la pasión desmedida de una mujer que antepone su vida y todo a la música. El director finlandés ha construido una película bella y sensible, pero también, muy oscura y llena de tinieblas, y reveladora sobre las desmesuras que lleva una pasión demasiado alejada de todo y todos, y las consecuencias en los demás, y lo hace desde la sutileza y la sobriedad, sin sobresaltos ni argucias argumentales, y mucho menos narrativas, solo con un grupo de intérpretes en estado de gracia, que cuentan mucho más desde el silencio y la potencia de sus miradas, y contando una historia que indaga en la emocionalidad de sus personajes, aquello que se oculta, pero que va desvelándose a medida que las diferentes y ambiguas decisiones van en aumento sin remedio. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La profesora de piano, de Jan-Ole Gerster

LAS HERIDAS PROFUNDAS.

“La ambición no hermana bien con la bondad, sino con el orgullo, la astucia y la crueldad”

León Tolstói

El arranque de la película resulta inquietante y muy perturbador. Lara, una mujer de sesenta años, se pone de pie en una silla que tiene pegada a su gran ventanal. La ciudad, que está despertándose, parece reflejarse en su rostro, que muestra un gesto ausente y gélido. De repente, tocan a la puerta, y Lara se sobresalta y acude a abrir la puerta. Su momento ha quedado suspendido, y todo lo que pretendía hacer se ha cortado. Viendo esta primera secuencia de la película, podríamos intuir las intenciones de Lara, aunque realmente todo son hipótesis, porque de ese primer momento terrorífico, pasamos al piso del vecino que está siendo registrado por la policía y Lara actúa como testigo. Un instante casi surrealista en comparación con el que acabamos de presenciar. A partir de ese instante, Lara, en su sesenta cumpleaños, irá descubriéndose a medida que va avanzando el metraje de la película, la seguiremos por la ciudad, un lugar frío y nublado, que refleja el estado de ánimo de esta mujer. Acudirá a comprar unas veinte entradas para el concierto que da su hijo Víctor como pianista reconocido. Luego, irá a su antiguo empleo, como funcionaria para el ayuntamiento, se tomará varios cafés, uno, con la novia de su hijo, y otro, con su antiguo profesor de piano, tendrá dos encuentros tensos, uno con ex marido, y otro, con su hijo, y finalmente, acudirá al concierto.

Después de haber sido asistente personal de Wolfgang Becker durante el rodaje de Goodbye, Lenin!  (2003),  Jan-Ole Gerster (Hagen, Alemania, 1978) debuto con Oh Boy (2012) en la que seguía a Niko, un joven perdido y atribulado que vagaba por una ciudad en blanco y negro buscándose a sí mismo y su lugar en el mundo, con claras reminiscencias a la Nouvelle Vague, Truffaut y el Free Cinema. Oh Boy, cosechó aplausos, tanto de crítica como de público, siendo una de las sorpresas de la temporada. Ahora, unos años después, vuelve con La profesora de piano, siendo su título original Lara, el nombre de esa mujer de negro con abrigo rojo que se pasea por una ciudad de manera automática, una madre en el día de su aniversario, una madre que instruyó, alentó y aupó a su hijo Víctor convirtiéndolo en un gran pianista, aunque su desmesurada ambición ha pasado factura en la relación con su hijo, con su ex y con ella misma, convirtiéndola en una persona antisocial, hermética y soberbia, una mujer que no es querida por los suyos, como irá contándonos la película de manera directa y transparente, de frente, sin andarse con atajos ni nada que se le parezca.

Durante los 98 minutos intensos, emocionalmente hablando, y sobrios en su forma, capturando toda la negritud de esa ciudad desangelada que no es otro que ese reflejo que emana del interior de la protagonista, a cada paso, a cada mirada, a cada reflejo en los espejos y cristales, en que la seguimos en ese día eterno en el que Lara intenta prepararse para enfrentarse a los suyos, a su pasado, a lo que tenían y ya no tienen, a todos esos reproches que se merece, a mirar a cuando era esa niña que su excesiva autocrítica y ambición la llevó a dejar de tocar el piano y sufrir por no desarrollar su talento. Un relato lineal y hacia dentro, donde no hay ningún momento excesivo ni de incontinencia emocional, todo se cuenta desde dentro, desde lo más profundo, a través de sencillos gestos y palabras, a partir de la observación de una mujer rota y herida, que traslada toda su frustración a su hijo, cargándolo de todo aquello a lo que ella no se sintió capaz de ser, se sentir, provocando en su hijo una profunda herida, que ella no sabe gestionarla.

Gerster cuenta con un guión férreo de Blaz Kutin, que sabe indagar en la parte emocional, contando ese pasado turbio y oscuro que relaciona a Lara con su hijo, a través del presente, acotándolo en una sola jornada, con esa luz etérea, de tonos oscuros y sombríos, donde resalta y de qué manera, ese abrigo rojo, en una forma que aboga por los planos cortos y primeros planos de Lara y su caminar de aquí para allá, algo así como una extraña de sí misma, vagando sin rumbo, alejándose inútilmente de sus problemas y su terrible pasado. Un deambular que recuerda al de Niko, el joven que retrató el director alemán en su primera película. La soberbia y magnífica composición de Corinna Harfouch (que ha trabajado con directores teutones de la talla como Margarethe von Trotta, Hans-Christian Schmid, Andreas Dresen, Oliver Hirschbiegel, Rolando Gräf, entre otros) dando vida a Lara, esa mujer perdida, rota y descompuesta, que no anda muy lejos de la madre de Sonata de otoño, de Bergman, o aquella otra de Tacones lejanos, de Almodóvar, madres que en su afán y desmesurado amor maternal acaban provocando heridas muy profundas en sus vástagos.

A su lado, Tom Schilling, que ya dio vida a Niko en Oh Boy, (y hace poco nos deleitó en el rol de Kurt Bartner en la estupenda La sombra del pasado, de Florian Henckel von Donnersmarck) vuelve a las órdenes de Gerster con un personaje diferente, un hijo que sufrió la ambición y la inquietante forma de aprendizaje de su madre, y ahora, tiene una relación distante y oscura con su progenitora, en la que ese pasado turbio y desolador siempre está presente, alejándolos y enfrentándolos por todo lo ocurrido. Gerster vuelve a deleitarnos con un relato sobre la soledad y las inseguridades, vestidas de ambición artística, a través de una mujer ensombrecida por su peso, por su forma de ser y por sus relaciones con los suyos, capturándonos todo la miseria y atrocidad que encierra Lara, un personaje de alma oscura, alguien atroz, un ser que antepone los éxitos profesionales a todo lo demás, que traslado su inseguridad y miedos a su hijo, con una educación al piano severa, instándolo en una ambición desmesurada y sobre todo, en que su trabajo como pianista estuviera por encima de todo. Lara sabe como es y no se juzga, es así y ya está, y actúa en consecuencia, aunque le provoque problemas graves con los demás y también, con ella misma. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El nido, de Nicole Taylor

LLEVAR DENTRO EL HIJO DE OTRA PERSONA.

“Quien se eleva demasiado cerca del sol con alas de oro las funde”

William Shakespeare

La dosificación de información en cualquier película es muy importante, pero es en el thriller cuando resulta capital para el resultado de la obra. Porque además de despertar el interés del espectador, alianza que necesita la obra, esa información necesita conducir al público y sobre todo, tensionarlo cuando sea necesario, convirtiéndole en un ente muy activo para el buen desarrollo de la trama en cuestión, porque esa información, la que mostramos y la que ocultamos, y cuando la presentamos, se convertirá en esencial para la fuerza dramática de la película. El nido (“The Nest”, en su idioma original) resulta un ejemplo esencial en el apartado de dosificación de información, enmarcando a los personajes en un thriller psicológico bien construido, en el que conocemos a unos personajes complejos, unas almas en conflicto interno y externo, que se guardan información relevante, y también, iremos conociéndolos a lo largo de la trama, redescubriéndolos constantemente, conociendo su pasado y todo aquello que, por necesidades personales, ocultan a los demás.

La creadora y guionista Nicole Taylor, de amplia experiencia en el medio televisivo, ha construido una miniserie de 6 episodios de 60 minutos cada uno, con un tema candente como la gestación subrogada, que gira en torno a una pareja exitosa Dan y Emily, un matrimonio que lo tienen todo, o todo lo que se puede comprar con dinero, aunque, pro muchos intentos que hagan, no se quedan embarazados. El último intento ha sido frustrado, cuando Hillary, hermana de Dan, pierde al bebé que esperaba. Casualidades del destino, la vida parece ofrecerles otra oportunidad, quizás la última, en la figura de Kaya, que Emily atropella accidentalmente, aunque todos los condicionantes hacen de la aventura, que Kaya sea el vientre de alquiler, una empresa muy complicada, ya que la joven apenas tiene 18 años, está acogida socialmente, por un pasado turbio que iremos conociendo a medida que avanza el metraje.

Andy De Emmony y Simen Alsvik, asiduos a las series televisivas británicas, dirigen con pulso firme y convicción, este laberinto humano lleno de pasadizos oscuros, habitaciones cerradas y pasados violentos, en una trama de idas y venidas, situada en la ciudad escocesa de Glasgow, con esos planos generales del río Clyde que divide la ciudad, la misma división con la que juega constantemente la película, en la que unos personajes se muestran contarios, la mayoría, de la locura de Dan y Emily, y el citado matrimonio y Kaya, pese a todas las reservas del mundo, se lanzan al abismo para llevar a cabo la aventura de ser padres. Una atmósfera inquietante, repleta de claroscuros y miradas temerosas y desconfiadas, son los elementos por los que se mueve un relato intimista y profundamente oscuro, donde encontramos personajes humanos, muy cercanos, que quizás el exceso de ambición y sus objetivos personales los llevan a caminar por la cuerda floja constantemente, obviando los peligros y las situaciones de riesgo venideras que trastocarán sus vidas y de qué manera.

Quizás, estamos ante unos personajes inconscientes o simplemente, llevados por la desesperación a no ser padres, a sentirse incompletos en sus vidas, lo que les lleva a introducirse en un caos imprevisible y lleno de incertidumbre. Un reparto estupendo llena la pantalla de credibilidad y complejidad, encabezado por Martin Compston como Dan, ese tipo de los arrabales hecho a sí mismo que oculta siniestras actividades, Sophie Rundle como Emily, la esposa y fiel compañera, pero que el sueño de ser madre la lleva por caminos demasiado terroríficos en los que no ha valorado las terribles consecuencias de su idea con Kaya. Fiona Bell como Hillary, la hermana mayor de Dan, y una especie de guía o faro en el que Dan encuentra mucho. Y Mirren Mack como Kaya, la auténtica revelación de El nido, en su primer rol protagonista, como una chica sola, no querida, que busca algo a que sujetarse, sentirse que tiene algo en la vida, y sobre todo, que tiene a alguien a quién amar, peor que guarda muy celosamente un pasado demasiado terrorífico que quizás, los Dan y Emily no puedan soportar.

El nido se alza como una historia tremendamente reflexiva e interesante, que no se queda en la superficie a la hora de manejar un tema con tanta controversia, en su forma de plantear un complejo dilema moral de mucha actualidad, la gestación subrogada y todo aquello que gira en torno a un conflicto de dimensiones importantes, en el que entran en liza muchos elementos que tienen que ver con la sociedad clasista, en el que unos con dinero deciden las vidas de los necesitados en el que todo se puede comprar, incluso una vida, o la idea que si hay acuerdo por las dos partes, se vaya adelante, en todo caso, una cuestión con muchas ideas y posiciones, como bien explica y detalla la película, en la que los espectadores nos sentiremos a favor o en contra según vayan presentándose los acontecimientos, reflexionando sobre todos los pros y contras que subyacen en tamaña cuestión, y más, ante otros elementos que plantea la miniserie como el miedo, la ambición, los deseos personales, el amor, la confianza o el sentimiento de sentirse que perteneces a algo o alguien, que tu vida tiene un sentido para alguien y sobre todo, para uno mismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hogar, de Àlex y David Pastor

LA VIDA QUE TE MERECES.

“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”

Voltaire

La película arranca de forma imaginativa y arrolladora, con ese anuncio que evidencia los valores materialistas del protagonista. Empezando por su lujoso automóvil, la casa enorme con piscina, la esposa encantadora y el hijo obediente. Una vida perfecta, una vida basada en lo material. Una vida de pura apariencia. Una vida ficticia que la publicidad se encarga de imponer como norma, a través de ese ansiado tesoro que nos hará a todos bellos y felices. Una vida soñada para muchos y al alcance de muy pocos. Ante este prólogo donde conocemos el interior de la personalidad de Javier, un tipo que ha perdido su empleo y no logra colocarse de nuevo en la publicidad. Javier tendrá que dejar su lujoso piso en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, y trasladarse junto a su mujer, Marga, que se dedicará al servicio de limpieza, y su hijo, un niño acosado en el colegio. Ante este panorama, la vida de Javier se desmorona y tiene que empezar de cero. Pero, por azar, consigue la llave de su antiguo hogar y entra en él a escondidas y sueña con esa vida que ya no tiene.

La tercera película de los hermanos Àlex (Barcelona, 1981) y David Pastor (Barcelona, 1978) después de años dedicados al entretenimiento estadounidense, es un salto adelante en su filmografía, dejando de lado las aventuras de ciencia-ficción que poblaron sus dos primeras películas, Infectados (2009) filmada en EE.UU., nos hablaba de una pandemia que dejaba a los habitantes del planeta sumidos en el caos y en la supervivencia, y Los últimos días (2013) rodada en España, imaginaban una extraña enfermedad que confinaba bajo tierra a la población, mezclada con la misión de un joven que quiere reencontrarse con su novia desparecida. Dos muestras interesantes y desiguales en los que los hermanos Pastor ya trataban muchos de sus temas preferidos: el deseo, la ambición y la locura, a través de las relaciones humanas y la compleja convivencia en situaciones extremas. Javier, el protagonista de Hogar, no anda muy desencaminado de aquellos otros personajes de los Pastor, ya que debe enfrentarse a una situación hostil, ya que ha perdido todo lo que tenía y hará lo imposible por recuperarlo, utilizando todas las energías que tenga a su alcance.

Los directores barceloneses enmarcan su relato en un profundo e intenso thriller psicológico, que tiene mucho que ver con los que hace Oriol Paulo, en el que Javier vuelve al lugar que él considera que pertenece y empezará a urdir un plan diabólico para arrebatar esa vida que desea. Conocerá y entablará una relación con los nuevos inquilinos de su ex casa, el matrimonio formado por Tomás y Lara, y su pequeña hija. Javier indagará en sus puntos débiles, como la rehabilitación de Tomás para superar sus problemas con el alcohol. Javier es ese “Intruso destructor”, término que empleaban Jordi Balló y Xavier Pérez, en la La semilla inmortal, su magnífico libro sobre los temas universales del cine. Ese intruso que parece amigo y buen tipo, pero en el fondo desea lo tuyo, expulsarte de tu vida para colocarse él. Hogar tiene esa textura de thriller para también hablarnos de forma intensa y honesta sobre los inexistentes valores que emanan en la sociedad actual, donde lo material ha expulsado a lo humano, que la felicidad se ha vestido de lujo y dinero.

El guión de los Pastor avanza linealmente, como los buenos thrillers siempre desde la mirada de Javier, ese malvado protagonista, que como solía decir Hitchcock, los Pastor dejan bien claro su maldad desde el primer momento, y la película anda en la tesitura de lo conseguirá o no. Pero no solo se queda ahí, Javier encontrará piedras en el camino, bien urgidas y filmadas, como la aparición de ese jardinero que le traerá alguna que otra sorpresa al protagonista. Los Pastor enmarcan su película con una imagen sofisticada y oscura, muy inquietante, obra de Pau Castejón, filmando en esa Barcelona alejada de los lugares comunes, revistiendo de cuento de terror urbano, social y doméstico. Bien acompaña por la partitura sutil y sobria de Lucas Vidal (que al igual que hizo en otro cuento de terror íntimo como Mientras duermes, de Balagueró, atrapa desde el detalle y el horror más cercano) y el montaje suave e incisivo de Martí Roca, que vuelve a ponerse a las órdenes de los Pastor después de Los últimos días.

Una película de espejos deformantes y vidas dobles, basada en continuos reflejos de apariencias y bienestar neoliberal no debe de faltar un buen plantel de intérpretes que consigan dar vida a toda esa complejidad emocional que irradia durante la película. Hogar descansa en la extraordinaria composición de Javier Gutiérrez, un actor con una inmensa capacidad para enfundarse en los tipos más intensos y humanos, como ya demostró, entre otras, en El autor, donde su Álvaro, el escritor a la caza de un tema para su novela, podría ser un sosías muy cercano de este Javier maquiavélico, ya que, al igual que el otro, también utiliza a los demás para sus propósitos personales. A su lado, en roles más secundarios, encontramos a un correcto e interesante Mario Casas, como el tipo intentando redimirse de su adicción que encuentra un amigo en Javier que resulta que no lo es tal, y las dos magníficas mujeres de la función, Bruna Cusí, que vuelve a demostrar que necesita muy poco para enfundarse en la piel de Lara, esa mujer que tiene muchas batallas delante y quizás, no atenderá a la más importante, y Ruth Díaz, que a base de detalles y suspicacia, logra transmitir verdad en su personaje de Marga, la esposa de Javier en la sombra. Los Pastor han vuelto al largometraje con una película bien planteada y profunda, un excelente ejercicio de thriller psicológico que ahonda en el vacío de los valores de una sociedad sumida en la decadencia, totalmente desorientada y obsesionada con lo fútil y lo material. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El mundo sigue, de Fernando Fernán Gómez

el-mundo-sigue-POSTERLA MISERIA DE AYER… Y SIEMPRE

“Verás maltratados los inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos, honrados y sublimados los malos; verás los pobres y humildes abatidos. Y poder más en todos los negocios el favor que la virtud”

 Fray Luis de Granada

(Guía de pecadores, 1556)

Fernando Fernán Gómez (Lima, 28 de agosto de 1921 – Madrid, 21 de noviembre de 2007) es una de las figuras más brillantes y geniales que ha dado la cultura de este país. En sus diversas facetas como escritor, dramaturgo, actor, y director de cine y teatro ha destacado en su buen oficio y en acometer una carrera profesional muy acorde con sus principios personales y humanos. En 2011, cuando la Academia de las Artes y las ciencias Cinematográficas de España, le entregó la X Medalla de Oro, Marisa Paredes, la presidente de la institución, lo describió de la siguiente forma: “Por anarquista, por poeta, por cómico, por articulista, por académico, por novelista, por dramaturgo, por único y por consecuente». Debutó como actor a primeros de los 40 en el teatro de la mano de Enrique Jardiel Poncela, en el cine lo haría casi al unísono, en 1943, esta vez con Juan de Orduña, en un papel secundario. Desde entonces en el medio cinematográfico ha protagonizado cientos de películas donde ha trabajado con los cineastas más grandes del cine español, Berlanga, Bardem, Neville, Nieves Conde, Erice, Saura, Gutiérrez Aragón, Trueba, Almodóvar, entre muchos otros… Su puesta de largo como director se produjo en 1954 con Manicomio (co-dirigida con Luis María Delgado). En 1958, realiza La vida por delante, a la que siguió La vida alrededor (1959), películas disfrazadas de comedia o melodrama, y costumbrismo, que retratasen las penurias y dificultades que vivían los españoles para tirar pa’lante bajo el régimen franquista.

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El mundo sigue (que junto a El extraño viaje, de 1964, son dos de los títulos más celebrados de la carrera como director de Fernán Gómez) basada en la novela de Juan A. de Zunzunegui (escritor de una publicación de Falange), rodada en 1963, (del mismo año son El verdugo, de Berlanga y Del rosa al amarillo, de Summers), cerraba esta peculiar y excepcional trilogía. Filmada en el barrio de Maravillas de Madrid (casi dos décadas después, Manuel Gutiérrez Aragón rodaba en el mismo lugar Maravillas, con el propio Fernán Gómez en el reparto). Esta fábula moral de su tiempo, y de cualquier tiempo, se centra en una familia cualquiera, los padres, Eloísa, la esposa y madre abnegada y servicial, el padre, un funcionario de orden que impone benevolencia fuera y autoridad en casa, luego está Agapito, religioso hasta la médula que fue despedido del seminario, y en el centro de la familia, las dos hijas, Eloísa y Luisita, dos caras de la misma moneda, dos fieras que se odian, se pegan y se acuchillan cada vez que se encuentran. Eloísa, que fue la guapa del barrio hace 10 años, ha caído en desgracia, casada con Faustino, un ludópata enfermizo que trabaja de camarero, pero sólo tiene una obsesión, las quinielas y ser millonario. Además del marido, Eloísa acarrea con dos criaturas, y no tiene otra salida que acudir a casa de sus padres a pedir limosna, algo de dinero para seguir respirando. La otra cara es Luisita, la hermana que trabaja en una boutique, y no duda en prostituirse para buscar al mejor postor que la mantenga y de esta manera, salir de esa miseria que recorre sus vidas o digamos mejor, las existencias de todos los personajes que describe con tanta crudeza y realismo la película. También, está Don Andrés, el vecino enamorado de Eloísa, que trabaja como crítico de teatro en un diario de derechas que le impone lo que tiene que escribir. Fernán Gómez describe en un primoroso blanco y negro, la injusticia, la hipocresía y la miseria moral esparcida por todos los agujeros y pozos de la sociedad. La negrura que recorre toda la cinta es abrumadora, no hay futuro, no hay piedad entre los seres humanos, se machacan y se matan entre ellos, todos quieren mejorar, vivir mejor, aunque sea acosta del prójimo, eso no les importa, les da igual con tal de estar bien ellos y sobre todo, mejor que el otro. No hay salvación, se condena al desdichado y se gratifica al ruin.

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El genio del cineasta brilla en toda la película, hace gala de recursos narrativos que aunque en la época eran todo un signo de modernidad cinematográfica, siguen manteniéndose como la obra de un grandísimo narrador, como el flashback (recordarán la famosa secuencia de las escaleras cuando Eloísa sube atropelladamente y se intercala con planos del pasado, de aquella flor que relucía esplendorosamente y que ahora ha quedado se ha marchitado, quedando reducida a la amargura y la tristeza), y la multiperspectiva, donde desarrolla varias secuencias a la vez. Una elección de actores magnífica, donde cada uno de ellos compone un personaje visceral y lleno de fuerza, como Lina Canalejas (la querida Prima Angélica), encarnando a Eloísa, que luchará sin remedio para salir de su triste y oscura existencia, Gemma Cuervo como Luisita, que ambicionará dinero y lujo, y para conseguir eso no le importará vender su cuerpo y su vida, o el propio Fernán Gómez, que interpreta a Faustino, a ese ser infecto y malsano, enfermo por el juego, que llegará a hacer cosas ilegales y tener querida para salir de su miseria. Seres de aquella España sumida en la autarquía, en aquella dictadura católica, represora y asesina, en una sociedad sin esperanza ni ilusión, donde reinaba la pobreza no sólo física, sino también moral de una sociedad miserable, triste y sin humanidad. Una película enclavada en aquel nuevo cine español, donde se empezaba a describir la realidad miserable y oscura de un país que se alejaba de la propaganda oficial del régimen que vendía desarrollismo y milagro económico al mundo. Una cinta que habla de adulterio, de ambición, hambre, violencia y maltrato a la mujer… Todo este contenido tan durísimo se reflejó en los múltiples problemas con la censura franquista durante todo el proceso de la película, que obligó a retrasar su estreno dos años, que se produjo en muy malas condiciones, con una doble sesión en Bilbao en julio del 65. Medio siglo después, el estreno de la película es todo un gran acontecimiento para todos aquellos que amamos el cine en general, y el español en particular. Triste pero cierto, una miseria que continúa en el mundo, en la sociedad, sigue instalada en todos nosotros, en cada cosa que hacemos, en la vida que llevamos, en todo y cada una cosa que nos rodea… porque tristemente hay cosas que nunca se borran. Recuerden el final de Plácido (1961), de Berlanga, y su famoso villancico, (…) en un mundo sin caridad, que nunca la hubo y nunca la habrá