Monsieur Aznavour, de Mehdi Idir y Grand Corps Malade

EL INMIGRANTE QUE SE CONVIRTIÓ EN AZNAVOUR. 

“Je vous parle d’un temps. Que les moins de vingt ans ne peuvent pas connaître. Montmarte, en ce temps-là accrochait ses lilas jusque sous nos fenètres. Et si l’humble garni, qui nous servait de nid, ne payait pas de mine. C’est là qu’on s’est connu, moi qui criais famine et toi qui posais nue. La bohème. La bohème. Ça voulait dire. On est heureux… 

Fragmento de “La bohème”, de Charles Aznavour. 

Hay muchas formas de encarar una película que hable de una figura real, abundan las que optan por una línea convencional donde priman los hechos más relevantes, atendiendo a una clara idea de regodearse en los éxitos y pasar por alto los fracasos y obviamente, las partes más oscuras e incómodas que puedan asustar al respetable. Monsieur Aznavour, que cuenta parte de la historia del gran cantante de la “chanson”, Charles Aznavour (1924-2018), retratando buena parte de su camino para convertirse en un referente de la canción francesa durante muchos años. Hay, como no, una parte dedicada a sus éxitos, sus amores y demás sucesos, aunque la película opta por contarnos sus comienzos y sus intentos de ser cantante que no fueron nada sencillos. 

La pareja de directores Mehdi Idir (Saint-Denis, Francia, 1979), y Grand Corps Malade, pseudónimo de Fabien Marsaud (Le Blanc-Mesnil, Francia, 1977), encargada de llevar el ascenso de Aznavour, ya conocida por haber codirigido un par de películas más modestas de índole social y humanista como Patients (2016), basada también en un hecho real de Corps Malade cuando tuvo un accidente y pasó por una extensa y ardua rehabilitación, y Los profesores de Saint-Denis (2019), sobre un grupo de docentes en un instituto difícil. Con Monsieur Aznavour entran en la gran industria, con una cinta que ha sido un gran éxito de público en Francia con un relato planteado a partir de cinco episodios que son el título de tantas canciones, que ahonda en la intimidad y sencillez de un hombre común hijo de refugiados armenios que soñaba con cantar y al que seguimos sus peripecias como aspirante a cantante. Pasando por dos grandes encuentros en su vida: Pierre Roche, con el que componía y cantaba en varios pequeños clubes por París y sus provincias y demás, su estancia en Canadá, y luego, con Édith Piaf, con la que durante 8 años se convirtió en su chófer, secretario, músico y cantante telonero y mucho aprendizaje. Conocemos lo que hay detrás del cantante, del hombre menudo que luchó y creyó en su talento, a pesar de todos los inconvenientes: menudo, feo, voz rota e hijo de extranjeros. 

Una película con un gran despliegue técnico en su arte, vestuario y demás elementos que hacen que la vida del magnífico músico se convierta en una gran experiencia cinematográfica y sea un retrato íntimo de una época ya desaparecida e importante para la cultura mundial. Destacamos la excelente labor del cinematógrafo Brecht Goyvaerts, que tiene en su filmografía los nombres de Lukas Dhont y Julien Leclercq, entre otros, adaptándose a una película de múltiples lugares, espacios y el consiguiente recorrido de años, donde prevalece una luz tenue y cercana, como el estupendo arranque con Aznavour sentado de espaldas a nosotros mientras habla por teléfono. El montaje de una grande como Laure Gardette con más de 30 títulos en su tercera película con los mencionados directores, amén de tener una carrera muy interesante al lado de François Ozon, con el que ha trabajo en 11 películas, Maïwenn, Nadine Labaki y Cédric Jimenez, con un trabajo nada fácil para almacenar tantas secuencias con sentido y ritmo en sus 133 minutos de metraje.  Y cómo no podía ser de otra manera, las grandes canciones de Aznavour, como la citada “La bohème”, “Les deux guitares”, “Les comédiens”, “Comme ils disent”, “Tout s’en va”, “Emmenez-moi”, “For me formidable” y muchas más, y algún que otro tema de Trenet, la Piaf, y otros grandes temas de aquella época, de aquella bohème… 

Mención aparte tiene la grandiosa composición de Tahar Rahim con una formidable carrera como actor con grandes cimas como Malik El Djebena que hizo en Un profeta (2009), de Audiard, que lo lanzó a la fama, El pasado (2013), de Farhadi, El padre (2014), de Akin que, curiosamente, interpretaba a otro armenio que huía del genocidio en 1915, como sucedió con la familia de Aznavour, y demás películas que lo han llevado a ser uno de los actores más cotizados de Francia. Su Aznavour es una interpretación alucinante, convirtiéndose en el cantante con sus gestos, su mirada, su forma de moverse y sobre todo, esa mirada que hacía lo imposible por dejar su pasado, y seguir cantando, sin detenerse, porque ahí venían los temores. Le acompañan Bastien Bouillon como Pierre Roche, su compañero de fatigas de la canción durante un tiempo, al que hemos visto en películas como 2 otoños, 3 inviernos, Sólo las bestias y La noche del 12, Marie-Julie Buap es una grandiosa Édith Piaf, con su cosas, su excentricidad y su enorme talento, que hemos visto en Algo celosa, Las buenas intenciones y Delicioso, y otros intérpretes como Camille Moutawakil, Hovnatan Avedikian, Luc Antoni y Ella Pellegrini, entre otros.

Una película como Monsieur Aznavour tiene lugares conocidos en toda biografía que se precie, pero tiene muchos añadidos que la hacen, no diferente a las demás, sino algo peculiar, ya que nos relata mucho del difícil periplo del cantante que todavía no era cantante, del joven que quería cantar y se ganaba a pulso cada oportunidad, con su timidez, su “poca cosa”, pero llevado por una gran ambición y convicción de mostrar sus canciones, su voz rota y apagada, pero con ganas, solidez y empatía que se ganó con trabajo y constancia el oído de los franceses y el resto del planeta. Una película que no engrandece a su protagonista, sino que lo humaniza y lo tiene siempre frente a nuestra altura y frente a nosotros, siendo un tipo más que con su talento, sus melodías y letras reivindicó y cantó a los olvidados, a los invisibles, a todos/as aquellos derrotados y apaleados por la vida y la sociedad que, un día quisieron romper con lo que la sociedad tenía para ellos y se pusieron a derribar puertas, muros y lo que fuese por seguir su sueño. Estaremos atentos a la pareja profesional Mehdi Idir y Grand Corps Malade porque con las ilusiones y derrotas de Aznavour nos han convencido a base de cercanía, transparencia e inteligencia. Chapeau por ellos!!! JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Münter y el amor de Kandinsky, de Marcus O. Rosenmüller

GABRIELE MÜNTER CUENTA SU HISTORIA. 

“Para los ojos de muchos, yo sólo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí misma con un talento real y original”. 

Gabriel Münter 

En todas las historias siempre hay dos posiciones bien distintas, y aún más, si se tratan historias de relaciones íntimas. Suele pasar que, por designios de quién sabe dónde, la mayoría de personas se queda con uno de los relatos, y vete tú a saber porqué motivo, obvian el otro. Esto sucede mucho cuando en las relaciones el hombre es famoso y ella, no. Por eso, una película como Münter y el amor de Kandinsky (en el original, Münter & Kandinsky), viene a contarnos la historia que no se ha contado de la relación que mantuvieron el “famoso pintor” y la pintora, y lo hace desde la mirada de ella, construyendo el contraplano que la historia le ha negado. El guion de Alice Brauner, coproductora de la cinta, bien dirigido por Marcus O. Rosenmüller (Duisburgo, Alemania, 1963), se desenvuelve en el viaje que va de Munich en 1902 hasta aquella tarde aciaga en Estocolmo, catorce años después. Un período que convirtió a los citados en dos de los artistas más importantes de entonces, una relación fundamental que cambió la historia del arte, aportando conceptos como expresionismo y abstracto, en un arte libre, sin ataduras y abierto a todo y todos, en una vida donde amaron, se pelearon, se distanciaron, pero sobre todo, crearon algunas de las mejores pinturas de la historia. 

La película cuenta con un gran trabajo de producción que nos permite trasladarnos a aquella Alemania efervescente de arte y pintura, y acercarnos a los paisajes naturales y rurales que tanto amaban la pareja de artistas. El relato sigue con verosimilitud la energía y el ímpetu de Gabriele Münter en su empeño en romper las convenciones reinantes y hacerse un sitio en el demoledor universo del arte totalmente masculinizado. No es una película que sigue los parámetros del biopic al uso, porque hay alegría y tristeza, hay vida y muerte, hay romanticismo y negrura, también, una guerra, la primera, que significó un antes y después para la pareja y para muchos que perecieron. La cinta habla del arte como motor de cambio, de pensamiento, de ideas, de no seguir lo establecido y pensar con el alma, y sobre todo, romper los círculos viciosos y convencionales, y abrirse a nuestro interior y pintar desde el amor, desde la fantasía, desde lo abstracto, desde todo aquello que sólo vemos con el corazón, con lo intangible, y luchar para que sea valorado y que no se menosprecie por seguir unas normas que nadie discute. Tanto Münter como Kandinsky y el grupo del Jinete Azul, trabajaron para derribar los muros de la prehistoria del arte y lanzar una nueva forma de hacer arte y la pintura. 

El director alemán, siempre vinculado a la televisión en forma de series, se ha rodeado de un equipo experimentado para llevarnos a la agitación y la energía de la Alemania de principios del siglo XX, con una cinematografía de Namche Okon, con una luz que recuerda a la pintura de Renoir y Monet, y por supuesto, el cine de Jean Renoir, dónde Partie de campagne (1946) y Le dejéuner sur l’herbe (1959), son referentes claros, eso sí con los colores menos intensos del país teutón. La excelente música de Martin Stock, tercera película con el director, amén de de PIa Strietman y Crescendo (2019), de Dror Zahavi, en la que abundan toques románticos, donde se mezclan la alegría de vivir, de crear, de gritar y vivir en grande con todo lo que ello tiene. El montaje de Raimund Viecken, que trabajó con Rosenmüller en varias series como la exitosa Amigos hasta la muerte, no tenía una tarea nada sencilla con una película que se va a los 125 minutos de metraje, donde no dejan de suceder cosas viendo a dos personajes en perpetuo movimiento, de aquí para allá, tanto a nivel físico como emocional, en un férreo y duro combate entre las crisis existenciales y el hermetismo de Kandinsky muy contrarios al fervor,  la fuerza arrolladora y la intensidad de Münter.

Las dos personalidades contrapuestas que son la pareja protagonista están muy bien interpretados por la estadounidense Vanessa Loibl, alma mater de la película con su grandiosa interpretación de Gabriele Münter, como queda reflejado en esa primera secuencia-prólogo con la llegada de los nazis a Murnau y ella se apresura a esconder las pinturas del odiado y bolchevique Kandinsky, Frente a ella, en otro rol igual de emocionante la quietud del gran maestro y pintor que compone el actor alemán-ruso Vladimir Burlakov. Tenemos la maravillosa presencia de Marianne Sägebrecht, que los más cinéfilos recordarán por sus trabajos de los ochenta y noventa. No estamos ante la típica película del amor del maestro y la alumna aventajada, si no de una historia que va mucho más allá, donde hay amor, arte, pintura, reflexión, discusión, distanciamiento, sexo, creatividad, ferocidad, tranquilidad, oscuridad, y sobre todo, la casa de Murnau, una casa-taller para crear, para amarse y también, para odiarse y separarse. Da igual que conozcas que ocurrió con Múnter y Kandinsky, porque esta película lo explica desde la mirada, el carácter y la pasión de Gabriele Münter y eso todavía no se había contado en una película, así que, déjense de habladurías y demás estupideces, y escuchen la historia de Münter que no conocen, porque les aseguro que cuando terminen de ver la película, su mirada se escribiría como siempre pasa cuando solamente conocemos una parte de la historia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Never Alone (Nunca más), de Klaus Härö

UN CIUDADANO ANTE LA INJUSTICIA. 

“La injusticia, allí donde se halle, es una amenaza para la justicia en su conjunto”. 

Martin Luther King

La Alemania nazi estuvo doce años en el poder imponiendo el terror y la violencia como jamás se había implantado. Un período funesto imposible de olvidar. Eso ha provocado una infinitud de material escarbando todo lo que significó en la historia de la humanidad. El cine, cómo no podía ser menos, encontramos tal cantidad de películas relacionadas que se podría categorizar el nazismo como un género en sí mismo. Hay muchas historias contadas y otras que todavía esperan su oportunidad. El relato que cuenta Never Alone (Nunca más), de Klaus Härö (Porvoo, Finlandia, 1971), es una historia real y olvidada de tantas que todavía quedan por contar. Se sitúa en el Helsinki de 1942, en un contexto muy peculiar, cuando el gobierno finés se alió con los nazis, hecho que provoca que judíos que llegaron al país huyendo del horror se topan nuevamente con los mismos conflictos. Ahí aparece la figura de Abraham Stiller, un comerciante que ante tamaña injusticia, alzará no sólo su voz sino que hará lo imposible para que no sean deportados.

El director finlandés, autor de obras sencillas y honestas, protagonizadas por personajes cotidianos en las que prevalece un retrato muy profundo sobre la condición humana, en el que queda reflejada su complejidad, sus miedos y demás aspectos que suelen quedar ocultos en el cine más popular. La historia se centra en Stiller, los más cinéfilos recordarán el apellido del gran cineasta sueco Mauritz, del que era hermano. El mencionado hombre se enfrenta ante la polícia política que, hermanada con la Gestapo, quiere sacar del país a los judíos. La película no adorna ni se muestra condescendiente con lo que cuenta, sino que aborda de forma ejemplar todas las oscuridades de nuestras decisiones, si son correctas o no lo son. Una deriva que Stiller debe lidiar constantemente, alguien que, a pesar del miedo, se muestra firme ante el horror y hace lo imposible para ayudar a los más necesitados. Un personaje que guarda alguna similitud con Albert Lory, el profesor de escuela que interpreta Charles Laughton en la excelente Esta tierra es mía (1943), de Jean Renoir que, en un gran acto de miedo y valentía, se enfrenta a los nazis. 

El director de películas tan valiosas como Mother of Mine, se ha rodeado de grandes técnicos con los que ya había trabajado a lo largo de sus nueve películas como el coguionista Jimmy Carlsson, con el que ha escrito cinco de sus títulos, el cinematógrafo Robert Nordstrom, con tres cintas juntos, que consigue una luz etérea que describe con exactitud, no sólo la época difícil que vivieron los diferentes personajes, sino que construye ese tono, ni sobrepasado ni demasiado academicista que ayuda a bucear por el complejo interior de Stiller y todo lo que ha de vivir. La música de Mattie Bye, que arrancó su carrera con un el telefilme El último suspiro (1991), dirigido por el gran Ingmar Bergman, y ha trabajado también en tres películas con Härö, impregna las imágenes con una composición que nos acerca la convulsa historia y además, lo hace desde un fono humano e íntimo. El editor Tambet Taylor, con el que hizo la magnífica La clase de esgrima, impone un ritmo reposado con los altibajos correspondientes, en una edición convencional pero no exenta de sorpresas en sus intensos 85 minutos de metraje, con memorables secuencias donde la película se transforma en un espías de suspense al mejor estilo de Hitchcock.  

En una película donde la historia es mínima y en la que el valor se le concede a los intérpretes era de recibo que Abraham Stiller fuera interpretado por un actor de corte poderoso con una mirada que atraviesa la pantalla como Ville Virtanen, cara conocida en el país escandinavo con más de 40 títulos. Su Stiller es de esos personajes que calan en el alma, por su coraje, por su humanidad y sobre todo, por su deseo de justicia cuando no la había. Le acompañan el antagonista, el recto/nazi jefe de la policía política finesa que hace Kari Hietalahti, también popular en su país. El tercero en discordia es uno de los judíos que es Rony Herman, que lo hemos visto con Winterbottom y hace poco en Septiembre 5, Nina Hukkinen es Vera Stiller, la esposa de Abraham, que tranquiliza los aires de ira del citado protagonista. Muchos pensarán que ahora mismo, con el genocidio en Gaza, no es el mejor momento de ver una película como Never Alone (Nunca más), de Klaus Härö, donde un judío se planta ante el horror, pero en este momento hay muchas voces críticas y con poder en Israel que critican lo que está sucediendo. Eso hace la película muy oportuna, porque ante la barbarie siempre hay que protestar y hacer, aunque nos equivoquemos y tengamos que arrastrar la culpa de no poder haberlo hecho mejor, porque de lo contrario, si no hacemos nada si que nos dolerá eternamente, porque eso significa haber sido cómplice ante la barbarie, y eso, no se puede tolerar ahora ni nunca. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hija del volcán, de Jenifer de la Rosa

LA NIÑA PERDIDA DE ARMERO. 

“La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

Julio Cortázar

La noche del 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz destruyó en su totalidad Armero, al norte de Colombia, dejando sepultados a casi 25000 habitantes, afectando también a los municipios de Chinchiná y Villamaría. Medio millar de niños y niñas quedaron huérfanos y muchos fueron adoptados por familias del país. Unos cuántos fueron robados y vendidos de forma clandestinamente mediante procesos irregulares que dejó un gran vacío de información. La cineasta Jenifer de la Rosa (Manizales, Colombia, 1985), nacida 7 días antes de la tragedia fue uno de los llamados “Niños perdidos de Armero”, que en su caso, con tan sólo años y medio acabó como adoptada por una familia de Valladolid. Tres décadas después se planta con una cámara y con la ayuda de la Fundación Armando Armero, que se dedica a buscar a los familiares de estos niños perdidos, emprende su particular búsqueda para encontrar a su madre y de esa forma esclarecer las circunstancias de su adopción envuelta en un halo de oscuridad y misterio. 

La directora construye un sencillo y honesto documento sobre la búsqueda de los orígenes y lo hace en un trabajo donde asistimos a sus investigaciones y pesquisas mediante visitas, llamadas de teléfono y un sinfín de conversaciones de aquí para allá, por una maraña de burocracia y diferentes organismos, ya sean oficiales y voluntarios que le ayudan a encontrar algún hilo del paradero de su madre. Sus primeras imágenes nos sitúan en la dantesca tragedia de Armero, con imágenes de archivo como la niña Omayra Sánchez que muy a su pesar, se convirtió en la imagen del desastre, cuando atrapada sin poder ser liberada y hundida en el agua, informaba del suceso y fue retransmitido a todo el mundo. Luego, seguimos los pasos de la directora que pregunta aquí y allá y se muestra con un arrojo y coraje y muy incansablemente en su búsqueda, ya no sólo de su madre desaparecida sino también de sus orígenes que son el mismo de muchos que se encuentran igual que ella. No estamos ante el documental sensiblero que trampea al espectador, todo lo contrario, aquí hay mucha verdad, mucho silencio y mucha oscuridad en tantas adopciones irregulares que se llevaron a cabo aprovechando el caos y la destrucción de la inmensa tragedia.  

La película cuida mucho el aspecto técnico, acercándonos sin trampa ni cartón, a las situaciones que va viviendo la directora, con una gran transparencia en lo que muestra y cómo lo hace en un gran trabajo de cinematografía de Andrés Campos, del que hemos visto recientemente Memorias de un cuerpo que arde, de la costarricense Antonella Sudasassi, así como la composición musical de Kenji Kishi Leopo, del que conocemos sus documentales con Samuel Kishi, Jorge Díaz Sánchez y Alan Simôes, que ayuda a la naturalidad con que se explica el vía crucis particular en el que se encuentra la directora, y el magnífico montaje del dúo Juan Barrero, cineasta del que vimos hace nada Almudena, de Azucena Rodríguez, y Carlos Cañas Carreira, fogueado en la serie La reina del sur, que en sus 109 minutos de metraje consigue atraparnos con sinceridad, aportando un aroma de thriller íntimo, político y de investigación, donde se habla de la búsqueda en un modo muy personal y nada impostado, transmitiendo mucha verdad y una cercanía que traspasa la pantalla, donde la “protagonista” se abre en canal en todos los sentidos, también hay crítica a la desidia y la torpeza política juntadas además con las continuas lagunas y trabas de tantos años pasados.

De la citada tragedia de Armero pueden ver el documental El valle sin sombras (2015), de Rubén Mendoza, un implacable retrato sobre las víctimas y los fantasmas que dejó la catástrofe. Esta película como Hija de un volcán, de la cineasta colombiana Jenifer de la Rosa podrían ser una buena muestra de cómo hablarnos de lo que queda después de tamaña tragedia, de todas las víctimas que deben seguir viviendo o al menos intentarlo, y sobre todo, honrar a todos lo que ya no están, y otros, como Jenifer seguir buscando a los suyos, sea como sea, para reencontrarse con su país de origen, con lo que fue, con los que siguen ahí, con los que encontrará y sobre todo, haciendo un viaje en el que se tropezará con ella misma, con los sueños imposibles y las quimeras soñadas que, quizás, pueden hacerse realidad. Si en Tierra (2022), un cortometraje de 15 minutos, donde la directora imaginaba como era Colombia, en su ópera prima, la cineasta no quiere imaginar ya su país, sino reencontrarse con él, y desenterrar su pasado y todo lo que hay en ese lugar, un espacio donde descubrirá su origen y por ende, las circunstancias que rodearon su adopción. No tiene una tarea sencilla pero quién dijo que las cosas que importan fueran fáciles. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Un hombre libre, de Laura Hojman

EL POETA SILENCIADO. 

“Uno no se rebela por odio, sino por amor”. 

De la novela “El cordero carnívoro”, de Agustín Gómez Arcos

Un desierto rocoso y árido nos da la bienvenida a Un hombre libre, de Laura Hojman (Sevilla, 1981), acompañada del potente sonido de los Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Un lugar y una canción para hablar de la vida y obra de Agustín Gómez Arcos (Enix, Almería, 1933 – París, Francia, 1998), un hombre libre, como reza el título, un tipo diferente que nació en una España que tuvo una cruenta guerra y una feroz y violenta dictadura y expulsó a tantos como él, tantos que creían y luchaban por una España diferente, una España plural, abierta y para todos y todas. Un poeta que lidió contra la ira del fascismo, que tuvo que exiliarse a Francia, y sobre todo, tuvo que vivir con el resentimiento hacía un país que nunca lo quiso, que nunca lo miró y encima, lo silenció y olvidó. Esta es la historia de muchos como Agustín, que la historia los abandonó, aunque también es la historia de los que lucharon contra el olvido y los devolvieron a la vida, a la literatura y a destacarlos y darles su lugar en la historia, su lugar en el mundo que tanto tiempo se le negó. 

De Hojman conocemos tres películas anteriores, todas ellas dedicadas a novelistas andaluces o con Andalucía como telón de fondo: la primera fue Tierras solares (2018), que recogía el periplo del nicaragüense Rubén Darío por la Andalucía de principios del XX, después vimos Antonio Machado. Los días azules (2020), siguiendo la travesía vital del genial escritor andaluz, más tarde hizo A las mujeres de España. María Lejárraga (2022), que, al igual que sucede con Un hombre libre, se propuso dar voz contra el silencio de grandes autores olvidados por la historia o por lo que fuese. La propuesta de la cineasta sevillana se basa en un viaje muy bien documentado en la que se acoge al archivo, ya sea documentado, audiovisual, sonoro y la aportación de expertos y figuras de la literatura que ayudan a contar y reflexionar las posiciones sociales, políticas y culturales de los protagonistas y la época que les tocó vivir y sufrir. También, hay elementos de ficción, pocos eso sí, que le dan la profundidad necesaria. Podríamos decir que sus cuatro películas abordan diferentes personajes a lo largo y ancho del siglo XX de la Historia de España, donde apareció la modernidad, la República, la Guerra, la dictadura, y la oscuridad: la violencia, el exilio, y el silencio.  

En las cuatro obras de Hojman destaca una concisa y sobria imagen y sonido que detallan con inteligencia y profundidad gran cantidad de detalles que abordan con transparencia la complejidad de cada uno de los autores. La cinematografía de Jesús Perujo, que ya estuvo en la mencionada Antonio Machado. Los días azules, amén de Una vez más (2019), de Guillermo Rojas, coproductor de la cine, con que no se embellece lo que se cuenta ni mucho menos se obvian los detalles menos agradables, aquí se habla de verdad, de frente y sin tapujos. La excelente música de la artista Novia pagana, da ese calado de luz y oscuridad que recorre la vida y obra de Gómez Arcos. El montaje de Mer Cantero, que tiene en su haber películas con Antonio Cuadri y documentales, impone un fantástico y sobrio ritmo pasando por las diferentes texturas, conceptos y marcos de una vida agitada, en continuo movimiento y siempre de escape y a la carrera y vertiginosa, como el huido qué era, en sus interesantes y brillantes 88 minutos de metraje, que no dejan indiferentes y además, ayudan a conocer su carácter y su alma de forma apasionante y descubriendo a un tipo que vivió a pesar de los de siempre. 

Ya hemos hablado de las presencias en formas de testimonios que aparecen en las películas de la directora andaluza. En Un hombre libre tenemos a Pedro Almodóvar, Paco Bezerra, Alberto Conejero, Antonio Maestre, Marisa Paredes, a la que está dedicada la película en su memoria, Bob Pop y Eric Vuillard, entre otras personalidades de la cultura y la sociedad que hablan de Agustín Gómez Arcos, de quién fue, de sus poderosos libros, de su homosexualidad, de su infancia en la Almería empobrecida, de sus años de aprendizaje en Barcelona, de su tiempo que no le dejaron hacer teatro en Madrid, de sus experiencias difíciles en Londres, de su exilio en París, la publicación y éxito de sus libros como el citado “carnívoro”, “el niño pan”, “Ana no”, “Escena de caza (furtiva)”, y “María República”, y muchos más que lo convirtieron en un escritor español que escribía en francés con grandes reconocimientos y aplausos en el vecino país, y tantas historias y demás que nos explican y sobre todo, sacan del baúl del olvido a uno de los más grandes autores que han habido en España, con un sello muy personal, que habla de homosexualidad, de exilio, de dolor, de heridas, de tantas heridas, y de la vida que, a veces, la mayoría de las veces, resulta muy cruel con aquellos y aquellas que sienten, piensan y hacen diferente, aunque tanto Cabaret Voltaire que ha publicado en castellano sus novelas como la película de Hojman ayudan a que la vida y obra de Agustín Gómez Arcos sigan latiendo y cada vez más. Así que, como decían en la secuencia más memorable de El ministerio del tiempo, con Lorca: “Hemos ganado”. Ya saben de que les hablo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mary Superchef, de Enzo D’Alò

MARY DEBE APRENDER A DECIR ADIÓS. 

“La muerte deja un corazón roto que nadie puede sanar, pero el amor deja un recuerdo que nadie puede robar”

(Proverbio irlandés)

En la inolvidable Mi vecino Totoro (1998), de Hayao Miyazaki se profundiza de forma sencilla y honesta, en el proceso emocional de dos hermanas que, entablan amistad con un espíritu del bosque para enfrentarse al dolor de tener a su madre enferma en el hospital. Un cine de animación para todos los públicos. Por los mismos contornos se mueve Mary Superchef (A Greyhound of a Girl), de Enzo D’alò (Nápoles, Italia, 1953), basada en la novela “Como un galgo”, del irlandés Roddy Doyle, del que se han llevado a la gran pantalla excelentes títulos como The Commitments (1991), de Alan Parker, y Café Irlandés (1993), y La camioneta (1996), ambas de Stephen Frears, entre otras. Una cinta muy cercana, de dibujo sencillo y nada enrevesado, aquí lo que cuenta es tratar el tema de la pérdida y el duelo a través de la mirada inquieta de Mary O’Hara, una niña de 11 años que empieza su verano con dos frentes: la enfermedad de su abuela y la despedida de su mejor amiga, amén de prepararse para conseguir una plaza en la escuela de cocina más exquisita de la zona. 

Un guion escrito por Dave Ingham, que lleva casi tres décadas imaginando series para el público infantil, y el propio D’Alò, del que conocemos sus excelentes trabajos en el campo de la animación donde se ha convertido en un abanderado gracias a títulos como  La flecha azul  (1996), Historia de una gaviota (y del gato que le enseñó a volar) (1998), Opopomoz (20023), Pinocchio (2012), y Pipu, Pupu & Rosemary: the Mystery of the Stolen Notes, entre otras, recibiendo grandes elogios de la crítica especializada así como galardones en los festivales más prestigiosos. A partir de una estructura bajo la atenta y valiente actitud de su protagonista Mary que, ante las dificultades, saca su arrojo y su carácter para hacer la suya. Un cuento que se aleja de lo complaciente y lo cómodo para adentrarse en terrenos emocionales complejos y muy oscuros, pero no desde un lado triste y sensiblero, para nada, todo está enfocado desde una mirada sincera y real, o podríamos decir de verdad, donde se explican situaciones muy íntimas y sensibles, donde se sitúa al espectador en varias tesituras donde los personajes se enfrentan a la enfermedad, a las despedidas y sobre todo, a la muerte, a aprender a decir adiós y enfrentarse al duelo. 

Una fábula ambientada en las costas irlandesas, en lugares como Cork y Wesford, donde predomina el verde como no podía ser de otra manera, en la que los tremendos paisajes costeros sirven de escenario común a una historia que recorre cuatro generaciones de mujeres de la misma familia que se vuelven a reencontrar para procesar el adiós en compañía y experimentando cada uno todas las emociones que experimentan. Otro elemento fundamental de la película es la composición musical que firma un grande como David Rhodes, guitarra histórico del gran músico británico Peter Grabiel, que con gran sensibilidad y transparencia ayuda a paliar todo el entramado emocional al que se enfrentan los diversos personajes desde perspectivas muy diferentes porque van desde la infancia a través de Mary de 11 años, su madre Scarlett, la abuela Emer y la invitada especial, la bisabuela Tansey, en un relato donde la realidad, la fantasía, la imaginación se dan la mano de forma natural en la que las cuatro generaciones se reúnen para decir adiós donde hay drama y tristeza, pero también mucho humor y una fiesta de la vida, de compartir y una gran celebración de la vida y del amor. 

El napolitano Enzo D’Alò es un fiel seguidor de las estructuras y formas de Studio Ghibli, porque desde la sencillez y la honestidad de su dibujo y sus planteamientos formales es capaz de sumergirnos en una excelente y profunda historia sobre la vida y el amor a través de despedirse de los seres que más quieres y más aún, cuando todavía tienes 11 años como le ocurre a la protagonista. Una heroína de verdad, de las que te encuentras, sin saberlo, cada día cuando caminas por la calle. Una joven que juega en los mismos contornos que otras niñas Ghibli como las citadas de Totoro, o aquella que debía enfrentarse a lo inquietante en la maravillosa El viaje de Chihiro (2001). Si deciden ir a ver una película Mary Superchef pueden acompañarse de los más pequeños, si los tienen, porque uno de los grandes logros de la película, y no es nada sencillo lo que ha hecho, es mostrar la pérdida y el duelo de forma cercanísima, nada estridente ni plañidera, sino desde lo humano, desde lo natural, desde la vida, de las cosas que más cuestan afrontar como la muerte, el adiós y sobre todo, enfrentarse a todo eso, y ser capaz de continuar y seguir adelante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

¡Gloria!, de Margherita Vicario

VIVIR LA MÚSICA. 

“No hay palabras, sólo hay música”.

Antonio Vivaldi 

Las primeras imágenes de ¡Gloria!, de Margherita Vicario (Roma, Italia, 1988), son de una sencillez y sobriedad conmovedoras. Estamos en 1800, en Venecia, tras los muros de Saint Ignazio, un orfanato para mujeres. Teresa, la joven muda desde que se contará la historia, se entretiene con unos niños y niñas, y ocultados en un saco, extrae unos utensilios de cocina para hacer música. Una voz los llama y la joven se queda a solas con el guarda que le da un pequeño objeto para hacer música. Inmediatamente después, asistimos a una secuencia donde los quehaceres diarios van componiendo una melodía, y Teresa se queda absorta escuchando, hasta que la voz de la recta institutriz la despierta de su letargo musical. La trama escrita por Anita Rivarioli y la propia directora, gira en torno a Teresa y cuatro chicas que tocan el violín junto al coro del orfanato. Una película sobre la música, sobre la composición, y sobre todo, una obra que hace de la música más que una forma de vida, una forma de refugio en un mundo atroz donde el gobierno y la iglesia ostentan un poder patriarcal y salvaje. Un relato que recupera a la compositora Maddalena Laura Lombardini Sirmen, una de esas jóvenes huérfanas que fue recuperada y se erige como la figura de tantas otras que han quedado en el olvido y sus composiciones perdidas. 

La directora empezó como actriz, tuvo papeles con Woody Allen y Lamberto Bava, entre otros, continúo como cantautora indie publicando varios álbumes. ¡Gloria! es su ópera prima, y cómo no, nos habla de música y protagonizada por tantas jóvenes olvidadas que estudiaron música de alto nivel y aprendieron a amarla en aquellos orfanatos en el apogeo del barroco veneciano. La trama se detiene en la citada Teresa, que no habla, se comunica con la música, Lucia, la compositora de un grupo de violinistas que sigue con Prudenza, Bettina y Marietta, que reciben clases del maestro Perlina, el párroco del lugar, tan déspota, conservador y cero talentoso para la composición musical. Las cinco jóvenes encuentran en un fortepiano, oculto en uno de los sótanos, su refugio, su alegría y su forma de aguantar una existencia cruda, gris y sin futuro. Estamos ante una película histórica que nos cuenta una ficción ayudada por un contexto real y algunos personajes que existieron. Una fórmula que funciona sin necesidad de aspavientos ni estridencias argumentales, con protagonistas tan cercanos y tan naturales que nos acercan tanto a la parte más física como emocional. 

Vicario se ha acompañado de un gran equipo técnico que brilla en cada apartado de la película, empezando por una cinematografía que firma Gianluca Palma, sabe captar con sobriedad y elegancia el contexto de la Venecia de la historia, en el que cada plano y encuadre obedece a una síntesis muy elaborada de todo lo que se muestra y cómo se hace, captando cada gesto, cada mirada y cada situación. El montaje de Christian Marsiglia, con sus 106 minutos de metraje, tiene ritmo, pausa y contención, elementos esenciales para contar la trama de estas cinco antiheroínas, que encuentran en la música y su “fortepiano”, un camino para escapar de las férreas y conservadoras clases de Perlina y aún más, de un destino oscuro que les espera como esposas de algún sesentón terrateniente de la zona. Mención especial tiene el magnífico diseño de producción lleno de detalle que capta la atmósfera del momento histórico. El apartado artístico brilla con fuerza con la presencia de Galatea Bellugi encarnando a la mencionada Teresa, una actriz que hemos visto en películas como Keeper (2015), de Guillaume Senez y en A fue lento (2023), de Tran Anh Hung, entre otras,  dotando al personaje de una fragilidad y una fortaleza en silencio que ayuda a creer, aunque sea a escondidas, en la música y en escapar hacia otros lugares creando una melodía rebelde y diferente. 

Le acompañan Carlotta Gamba que hace de Lucia, rival y amiga, pura pasión y una rebelde sin causa, pero determinante en sus ilusiones, Sara Mafodda es Prudenza, tan sobria como su nombre indica, más racional que emocional. Veronica Lucchesi es Bettina, pura fuerza que se iluminará con la aparición de Teresa, Maria Vittoria Dallasta es Marietta, la más corta del grupo pero con ganas de aprender, y finalmente, Paolo Fossi, un actor veterano que ha trabajado con Gabriele Saltavores y Fausto Brizzi, entre otros, es el negruzco e hipócrita Perlina, que ejercerá con mano duro el liderazgo de un lugar demasiado gobernado por las autoridades portentosas. No se pierda ¡Gloria!, de Margherita Vicario, porque habla de la música como una de las más bellas expresiones del alma, o quizás, la más bella, y también, como refugio y como lenguaje cuando las palabras no salen o dan mucho miedo para ser pronunciadas. Es una película sobre la música, sobre las compositoras olvidadas que usaron la música para ser rebeldes, diferentes, capaces y sobre todo, libres, aunque el tiempo las haya olvidado, como siempre pasa. Por eso y por mucho más, una película como esta es importante y además, está tan bien construida que es una delicia que habla de la vida y de la capacidad de emocionarnos, de sentirnos vivos, felices e ilusionados, aunque las circunstancias se empeñen lo contrario. No pierdan lo que sienten, porque lo habrán perdido todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El cine de aquí que me emocionó en el 2023

El año cinematográfico del 2023 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 30 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión de un servidor, no obedece, en absoluto, a ningún ranking que se precie).

1.- UN CIELO IMPASIBLE, de David Varela

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2.- LAS PAREDES HABLAN, de Carlos Saura

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3.- AS BESTAS, de Rodrigo Sorogoyen

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4.- ETERNA. Una película documental sobre Gata Cattana, de Juanma Sayalonga y David Sainz

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5.- H, de Carlos Pardo Ros

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6.- NÈIXER PER NÈIXER, de Pablo García Pérez de Lara

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7.- NOTAS SOBRE UN VERANO, de Diego Llorente

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8.- MATRIA, de Álvaro Gago

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9.- 20.000 ESPECIES DE ABEJAS, de Estibaliz Urresola Solaguren

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10.- LAS BUENAS COMPAÑÍAS, de Sílvia Munt

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11.- HAFREIAT, de Alex Sardà

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12.- ARA LA LLUM VERTICAL, de Efhtymia Zymvragaki

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13.- POÈMES, de Héctor Fáver

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14.- SECADEROS, de Rocío Mesa

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15.- TODA UNA VIDA, de Marta Romero

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16.- UPON ENTRY, de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez

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17.- EXTRAÑA FORMA DE VIDA, de Pedro Almódovar

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18.- TE ESTOY AMANDO LOCAMENTE, de Alejandro Marín

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19.- LAS CHICAS ESTÁN BIEN, de Itsaso Arana

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20.- CERRAR LOS OJOS, de Víctor Erice

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21.- CREATURA, de Elena Martín

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22.- MISIÓN A MARTE, de Amat Vallmajor del Pozo

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23.- O CORNO, de Jaione Camborda

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24.- DISPARARON AL PIANISTA, de Fernando Trueba y Javier Mariscal

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25.- SABEN AQUELL, de David Trueba

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26.- EL MAESTRO QUE PROMETIÓ EL MAR, de Patricia Font

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27.- QUE NADIE DUERMA, de Antonio Méndez Esparza

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28.- RUTA SALVATGE, de Marc Recha

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29.- ZINZINDURRUNKARRATZ, de Oskar Alegría

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30.- EL AMOR DE ANDREA, de Manuel Martín Cuenca

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31.- ROBOT DREAMS, de Pablo Berger

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32.- SOBRE TODO DE NOCHE, de Víctor Iriarte

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33.- SAMSARA, de Lois Patiño

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34.- LA ÚLTIMA NOCHE DE SANDRA M., de Borja de la Vega

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35.- SPLENDID HOTEL: RIMBAUD EN ÁFRICA, de Pedro Aguilera

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Antes era divertido, de Ally Pankiw

LA FRACTURA DE SAM.

“El trauma afecta a las relaciones, ya que cambia la forma en que percibimos el amor, la confianza y la seguridad”.

Judith Herman 

Hemos visto muchas películas que abordan con inteligencia y profundidad los efectos de los traumas. En Antes era divertido (“I Used to Be Funny”, en el original), también habla de trauma, el de una joven, Sam Cowell, que intenta hacerse un hueco en el difícil mundo de los comediantes stand-up y a la vez, trabaja como niñera de Brooke Renner, una niña de 12 años con problemas de conducta que tiene a su madre enferma y vive con su padre policía. Lo importante de la película es cómo aborda el trauma, alejándose completamente del género negro en el que tantas historias se posicionan. Aquí no hay nada de eso, porque el relato se centra en Sam, en su presente triste, estático y doloroso, y en el pasado, donde asistimos a la reconstrucción de los hechos que llevaron al abuso sexual que le propició el mencionado trauma, todo contado con el tono y la intimidad de una mujer atrapada en su trauma que no ve una salida a su problema. 

La directora Ally Pankiw (Toronto, Canadá, 1986), que ha dirigido la serie Feelgood (2020), y el capítulo Black Mirror: Joan es horrible (2023), hace su puesta de largo con una película que recoge la atmósfera del mejor cine indie estadounidense, el que han practicado películas como Las vírgenes suicidas (1999), de Sofia Coppola, Lady Bird (2017), de Greta Gerwig y Kajillionaire (2020), de Miranda July, entre otras. cine dirigido por mujeres para públicos que les gusten los retratos críticos, con la textura de una comedia dramática, en la que se abordan temas complejos como el amor, los traumas y la insatisfacción crónica de una población cada vez más ausente e invisible ante la velocidad de una sociedad vacía y mercantilizada. Antes era divertido aúna con acierto y sabiduría el drama con la comedia, no de un modo convencional, sino desde la complejidad de la historia que nos cuenta, mezclándolas e incluso, en muchos instantes, no sabiendo descifrar el tono que usa la directora, lo que la hace muchísimo más cercana y profunda que otras películas que vayan por otros derroteros. Uno de sus logros, tiene muchos más, es hablar de un tema durísimo sin caer en caminos trillados ni en estúpidas complacencias, aquí es todo lo contrario, y se agradece y mucho. 

Si la historia funciona bien, la estupenda cinematografía de Nina Djacic, que también debuta en el largometraje, es realmente asombrosa, creando una atmósfera donde la agitada cámara nos cuenta el pasado, para pausarla para contar el presente, generando esa dualidad del relato, así como de las distintas fases del trauma que sufre la citada protagonista, acompañado de un interesante trabajo de esa luz cercana y de interiores, casi siempre mortecina, que ayuda sin exagerar a adentrarse en los diferentes monstruos de Sam. La música de Ames Bessada ayuda a crear ese tono de pausa y tristeza que tiene toda la película, con esos toques de blues. Así como el acertado montaje de Curt Lobb, habitual del director Matt Johnson, donde no enfatiza para nada la historia, y va cimentando un relato muy complejo y nada convencional en sus 106 minutos de metraje. La ciudad de Toronto es otro de los grandes personajes de la película, con esos lugares como la casa que comparte la protagonista, la casa de los Renner y demás, porque nos recuerda a la misma inquietante calma y neutra que tenía la Sacramento de la mencionada Lady Bird, encontrando esos lugares ausentes que tienen todas las grandes cities. 

Otro de los grandes logros de la película, ya he mencionado que tiene muchos, es la magnífica interpretación de Rachel Sennott, que cada vez nos encanta más, haciendo una Sam Cowell maravillosa, mostrando toda la carga emocional y cercana que transmite un personaje divididos en dos. En el pasado es toda valentía y estupenda, y en el presente, es como un fantasma que arrastra sus penas, eso sí, con toda la dignidad y entereza que puede. Le acompañan Olga Petsa como la rebelde y escurridiza Brooke Renner, Sabrina Jalees y Caleb Hearon son sus compañeros de piso y en el stand-up, Ennis Esmer es su novio y finalmente, Jason Jones es Cameron, el papá de Brooke. Si les gustan las historias contadas desde la emoción, Antes era divertido, de Nina Djacic, les gustará mucho, además tiene el sello de la distribuidora Surtsey Films, que en sus años de trayectoria siempre les ha acompañado un amor al cine que aborda desde la complejidad temas nada sencillos. Además, es una película que les hará reflexionar intensamente sobre los temas del trauma y las infinitas formas de gestionarlo y sobre todo, es un gran toque de atención a cómo nos comportamos cuando lidiamos con estos temas, ya sean propios o de nuestro entorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sidonie en Japón, de Élise Girard

LOS PARAÍSOS PERDIDOS.  

“Los verdaderos paraísos son los perdidos”. 

Jorge Luis Borges

La grandeza del cine japonés se ha alimentado de unas características que lo han hecho muy reconocible internacionalmente. Pensamos en ese tempo sostenido y cadente, unos encuadres fijos y muy pensados, ausente de diálogos y explicaciones, y personajes silenciosos que todo lo expresan a través de la mirada y el gesto tranquilo y tímido. Un cine donde lo importante se mueve en ese especie de limbo donde relato y forma se funden para seguir emocionalmente a unos individuos que se mueven de aquí para allá sin más. La directora Élise Girard (Thouars, Francia, 1976), empezó con un par de documentales y luego pasó a la ficción con Belleville Tokyo (2010) y Drôles d’oiseaux (2017), sendos retratos femeninos en los que podríamos rastrear el argumento de Sidonie en Japón, porque en la primera tenemos a una joven embarazada y abandonada por su pareja en pleno duelo, y en la otra, a otra joven que llega a París y descubre una librería antigua y a su solitario dueño. 

A partir de un guion que firman Girard junto a Maud Amelie (que coescribió Scarlet, de Pietro Marcello), la desaparecida Sophie Fillères (cineasta y coescritora con Philippe Grandieux), que ambas escribieron la película Garçon chiffon (2020), de Nicolas Maury, en la que a modo de cuento o de haiku japonés, nos cruzamos con la citada Sidonie, una madura escritora que ha perdido a su marido en un accidente y viaja a Japón porque su primer libro se edita en el país asiático. Allí, conocerá a Kenzo Mizoguchi, su editor que la llevará a diferentes actos de promoción como encuentros con la prensa, presentaciones y demás. Una trama construida a partir de la pausa y los silencios, con muy pocos diálogos, en los que conviven la idiosincrasia propia de Japón, entre lo ancestral y lo mega moderno, entre los vivos y los muertos, dos antagonismos que se mezclan constantemente en la historia, además de la parte emocional de los dos personajes, en pleno duelo. La escritora que sigue añorando a su marido, y el editor que no acaba de seguir después que su mujer lo dejase. A través del drama íntimo iremos pasando por lo fantástico, pero no desde el arquetipo, sino como conflicto emocional, donde el fantasma del marido de ella se le aparece, como sucedía en Sin fin (1985), de Kiéslowski.

La parte técnica de la película ejemplar en su definición y detalles camino al son de lo que cuenta la película, con una gran cinematografía de Céline Bozon, que ha trabajado con cineastas tan interesantes como Tony Gatlif, Valérie Donzelli y Serge Bozon, entre otros, donde cada encuadre está cimentado desde la pulcritud y la concisión, así como la sensible música de Gérard Massini, que va sumergiéndonos en esta relación tan especial y peculiar, así como el estupendo montaje de Thomas Glaser, que ya trabajó con la directora en la mencionada Drôles d’oiseaux, en una película nada fácil con sólo dos personajes, que hablan muy poco, y ese ritmo tan pausado que tiene la película, en una cinta de 95 minutos de metraje. Si lo técnico está en sintonía con lo que se cuenta, la interpretación es punto y aparte, porque la pareja protagonista es de una elegancia y naturalidad aplastantes. Qué decir de Isabelle Huppert, con más de medio siglo de carrera y más de 150 títulos como actriz. No sólo es una grande de la historia del cine, sino que lo que toca lo hace de una sencillez y calidez absoluta. Su Sidonie es una mujer rota, en soledad, sin alicientes, sin amor, que ni lee ni escribe. Su viaje a Japón será un no quiero pero que acepta como necesidad, como pequeña luz. 

Junto a Huppert, dos hombres. Por un lado, está el actor japonés Tsuyoshi Ihara, que hemos visto en Cartas desde Iwo Jima, de Clint Eastwood y 13 asesinos, de Takashi Miike, entre muchas otras, como el editor, un hombre también desolado, roto y autómata. Dos almas que se encuentran, con la misma ruptura emocional y en el mismo lugar, con esas miradas, palabras y silencios mientras van en coche o en tren o visitan lugares. Como marido-fantasma asume el rol el actor alemán August Diehl, con una carrera espectacular al lado de Hans-Christian Schmid, Schlöndorff, Glagower, von Trotta, Tarantino, August, Vinterberg y Malick, con una imagen poderosa y nada convencional. Si con todos los argumentos que he escrito sobre Sidonie en Japón, todavía no se han decidido a acercarse al cine a descubrirla, sólo les puede decir una última cosa. No es una película triste, habla de tristeza eso sí, también de dolor y de vacío interno, y de muchas cosas más relacionadas con el alma que, aunque no sean nada agradables, alguna vez en la vida o muchas veces vamos a tener que tratar con ellas, y ver cómo otras personas lo hacen, puede ser un buen aprendizaje o quizás es mucho más, porque pasar un duelo o extrañar a alguien que ya no quiera estar a nuestro lado son carencias que, seguramente no vamos a estar del todo recuperados de ellas, pero sí que podemos vivir con ellas, acostumbrarnos a esa pérdida, algunos días más que otros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA