Falcon Lake, de Charlotte Le Bon

EL VERANO DE BASTIEN Y CHLOÉ.

 “No sabemos lo que ocurre en el fondo, pero tenemos la sensación de haberlo vivido ya”.

Charlotte Le Bon 

La película nos da la bienvenida con un encuadre de una grandiosa fuerza y muy inquietante. Vemos un lago a media tarde, parece o imaginamos que algo está sucediendo en su profundidad, pero quizás sólo ocurre en lo que sentimos. Un plano que abre el elemento del terror que planea sobre toda la historia, aunque la trama se sitúa en un verano, en los lagos de Quebec, en Canadá, en los bellos y fascinantes paisajes y regiones de los Laurentides, al noroeste de Montreal, una zona que conoce la actriz y ahora debutante Charlotte Le Bon (Montreal, Canadá, 1986), porque fue el escenario de muchos de sus momentos de su infancia. La infancia, y más concretamente, la preadolescencia es donde se sitúa su película, a partir de la mirada y la complejidad de un personaje como Bastien, de 13 años casi 14, y la relación que entabla con Chloé, de 16 años, que está en plena edad del pavo, con sus primeros amores, flirteos, rebeldía, independencia y demás actitudes tan propias de ese tiempo de búsqueda y descubrimiento. 

Le Bon adapta la novela gráfica Una hermana, de Bastien Vivès, en un guion en colaboración con François Choquet, con una elaborada e inquietante imagen filmada en 16mm que firma el cinematógrafo Kristof Brandl, en un preciso y magnífico trabajo donde la luz escenifica ese cruce entre drama cotidiano adolescente y terror, sin decantarse por ninguno, sólo mezclándolo todo con un resultado brillante y conmovedor, como sucedía ya en su cortometraje Judith Hotel (2018), que abordaba el problema del insomnio a través de la mezcla de drama y fantástico. Los 100 minutos de metraje también ayudan a dotar de ritmo y sensibilidad a la historia que nos cuentan con un gran montaje de Julie Léna, así como el cuidado empleo del sonido fundamental para una película de estas características que firman el trío Stéphen de Oliveira, Séverin Favriau y Stéphane Thiébaut, y la especial música de Shida Shahabi, que ayudan a crear esa atmósfera inquietante salpicada de verano, de paseos, de baños en el lago, de fiestas junto a la hoguera y bailes del momento. 

No es una película que se enrede en su difícil pero bien construida propuesta, ante todo nos cuenta la experiencia a través de la mirada de Bastien, de ese mundo oculto que desea conocer, experimentar el amor y el sexo, sentirse que ya no es un niño y es casi un adulto, aunque transite por esos dos mundos tan cercanos y a la vez tan ajenos, puente que le acerca a Chloé que acaba de dejar esa edad y todavía no se siente cómoda con chicos más mayores, porque todavía tiene esos deseos e ideas más juveniles que le siguen atrayendo. Estamos ante una trama de adolescentes, con sus cosas, sus idas y venidas, los padres están ahí, pero están a lo suyo, y mientras van pasando las vacaciones, donde los franceses veraneantes siguen perdiendo y disfrutando del tiempo de veraneantes. La directora canadiense mira las experiencias y reacciones de sus dos protagonistas con detalle y mimo, no tiene prisa, pero tampoco demasiada pausa, las situaciones se van generando y también, las diferentes reacciones y gestiones, donde la cámara los sigue pero nunca los juzga, sólo se muestra como un testigo de esas experiencias y vivencias que seguramente, les cambiarán muchas cosas en ese maravilloso y desolador proceso de hacerse adulto. 

La película enamora en su trabajo de cercanía y sensibilidad a la compleja adolescencia, en el que estamos con ellos, viviendo su verano, su encuentro y desencuentro, su torpeza y su deseo, esa ilusión de ser quién todavía no eres, esa impaciencia por hacer cosas, por experimentar el amor, y tener las primeras experiencias sexuales y demás. Resulta importante haber escogido a la pareja protagonista, porque además de tener la edad de los personajes que interpretan, que esto no siempre funciona así, porque acaban componiendo unos personajes cercanísimos, transparentes y naturales, que ayuda a acompañarlos y a entender muchas de sus actitudes, miradas, gestos y silencios. Tenemos a Joseph Engel, que hemos visto en Un hombre fiel (2018), y Un pequeño plan… como salvar el planeta (2021), ambas dirigidas por Louis Garrel, que hace un estupendo Bastien, un chico que tendrá el primer verano de verdad de su todavía pequeña vida, donde descubrirá el amor, el sexo, a Chloé, y la otra parte del espejo, el que duele, también. Junto a él, tenemos a Sara Montpetit, que era la antiheroína de Maria Chapdelaine (2021), de Sébastien Pilote, componiendo una Chloé que nos atrapa desde el primer instante, porque nos fascina al igual que ocurre con Bastien, porque la vemos independiente, diferente, misteriosa y juguetona, con una mirada que es una parte fundamental de la película. Y la presencia de la actriz y directora Monia Chokai, que ha trabajado con directores tan importantes como Denys Arcand, Xavier Dolan y Claire Simon, entre otros. 

Falcon Lake tiene el misterio, la inquietud y la intimidad que proponen muchas películas anti Hollywood, que proponen otras historias, más personales, más de verdad, como A Ghost Story 2017), de David Lowery, y Lo que esconde Silver Lake (2018), de David Robert Mitchell, con otras como las historias de iniciación francesas como Mes petites amoureuses (1974), de Jean Eustache, y À nos amours (1983), de Maurice Pialat, que explican con intensidad, profundidad e inteligencia esa edad de la adolescencia tan convulsa, tan extraña, tan terrorífica, pero tan diferente y atrayente. Nos alegramos que la actriz que nos agradó en películas de Michel Gondry, Lasse Hallström, Zemeckis y en Proyecto Lázaro (2016), de Mateo Gil, entre otras, ha tomado los mandos de la dirección con gran acierto adentrándose en un relato que fascina y aterra a partes iguales, que presenta una cotidianidad que nos recuerda a nuestras adolescencias, a todas esas experiencias que nos han llevado a ser quiénes somos y esas otras que imaginamos, que quisimos vivir y no vivimos, porque están las cosas que podemos ver y las otras cosas que se ocultan bajo las aguas profundas de un lago. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Maria Chapdelaine, de Sébastien Pilote

LA TIERRA Y EL AMOR.

“No heredamos la Tierra de nuestros antepasados. La legamos a nuestros hijos”

Antoine de Saint-Exupery

El trabajo es el tema principal en las tres películas que ha filmado como director Sébastien Pilote (Chicoutimi, Saguenay, Canadá, 1973). En Le vendeur (2011), el cierre de una planta afecta a los trabajadores de un humilde pueblo. En Le démantèlement (2013), un granjero de sesenta años debe vender sus propiedades para ayudar a una hija, y finalmente, en La disparition des lucioles (2018), el entorno industrial asfixia a una adolescente que no encuentra la forma de encontrar su lugar. Podríamos decir que Maria Chapdelaine es su película más ambiciosa por varios factores. Se basa en una novela de éxito publicada en 1914 por Louis Hémon, que nos traslada a la década del diez del siglo pasado, al seno de la familia Chapdelaine, que viven a orillas del río Péribonka, al norte del lago Saint-Jean en Canadá. Una familia alejada de todos y todo, que trabaja la difícil tierra, en la que hay que talar los árboles en verano y cosechar para tener alimento para el durísimo invierno.

Los Chapdelaine tienen una vida muy dura, donde siempre hay algo que hacer, una vida que obliga a los hombres a pasar el invierno en las madererías para labrarse un futuro. El director canadiense construye su cuarta película a través de dos pilares fundamentales. En uno, la cinta funciona como una suerte de film antropológico, en el que asistimos a una forma de vida ya desaparecida, con el trabajo físico de la tierra, la madera y el ganado, el hogar familiar y las relaciones entre sus individuos, y por último, las visitas de amigos  al hogar de los Chapdelaine. En el otro, que alberga la última hora de la película, la trama se instala más profundamente en la mirada de la joven protagonista, la Maria del título, con sus diecisiete años, que está dejando de ser una niña para convertirse en una mujer, una etapa en la vida que conlleva elegir esposa para formar su propia familia. Así aparecen los pretendientes, muy diferentes entre sí, con François Paradis, el amor desde la infancia, pero con una vida de trampero, aventurero y guía, luego está Lorenzo Suprenant, el de la ciudad, que le ofrece una vida urbana muy alejada de su familia y su tierra, y por último, Eutrope Cagnon, el vecino, que le da una vida en el bosque, como ahora, trabajando duro la tierra y un porvenir futuro.

Uno de los grandes aciertos de una película inmovilista, en la que siempre estamos en el mismo espacio, es esa idea de dentro y fuera, lo emocional con lo físico, con la interesante reflexión que hace no solo de su entorno, sino también, de los ciclos de la naturaleza y por ende de la vida, y la maravillosa construcción de las miradas y los silencios de la acción, donde se sustenta todo su entramado emocional, en el que sobresalen esos momentos impagables de los encuentros con las visitas, donde se cuentan relatos de tiempos pasados, donde asistimos a la evolución de la vida y las formas de hacer, y esos otros de puro romanticismo, como el paseo de Maria y François buscando arándanos en el día de Santa Ana como manda la tradición, y qué decir de esos otros, donde madre e hija miran desde el porche a lo lejos a los hombres trabajar la madera, un silencio solo roto por los sonidos de desbroce. La película está filmada con detalle, belleza y sensibilidad, como esa apertura en el interior de la iglesia con esa mirada, y luego, el camino de vuelta a casa con la nieve cubriéndolo todo.

La exquisita y poderosa cinematografía de Michel la Veaux, en su cuarta colaboración con Pilote, teje con acierto y visualidad un espacio que podría caer en la postal, pero la película se aleja de esa idea, para conmovernos con sus poderosísimas imágenes tanto exteriores con la fuerza y la quietud de la naturaleza, y unos maravillosos interiores con los colores cálidos y terrosos, donde los quicios de las puertas y las ventanas actúan como lugares para mirar hacia afuera, creando esa idea de interior-exterior que nos remite, completamente, al western y a los relatos fordianos, y más concretamente aquella maravilla de ¡Qué verde era mi valle! (1941). La grandiosa labor de montaje de Richard Comeau, del que hemos visto Polytechnique (2009), de Denis Villeneuve y sus trabajos para Louise Archambault, entre otros, en un estupendo trabajo de concisión y ritmo para una película larga que supera las dos horas y media. La música de Philippe Brault, tercera película con el director canadiense, consiguiendo una elaboradísima composición que nos introduce con naturalidad a los avatares alegres y sobre todo, tristes de la película, sin caer en el preciosismo ni nada que se le parezca.

Un reparto bien conjuntado que emana vida, trabajo e intimidad, con la debutante Sara Montpetit en la piel de la anti heroína de este conmovedor y durísimo retrato. Le acompañan sus “padres” Sébastien Ricard y Hélène Florent, que muchos recordarán como una de las protagonistas de Café fe Flore (2011), de Jean.Marc Vallée, los “pretendientes” Émile Scheneider como François, Robert Naylor como Lorenzo y Antoine Olivier Pilon como Eutrope, que vimos como protagonista en Mommy (2014), de Xavier Dolan, algunos de los “visitantes” como Martin Dubreuil, un trabajador incansable y muy divertido, Danny Gilmore como el cura, Gabriel Arcand como el doctor y Gilbert Sicotte como Éphrem, amén de los otros hermanos de Maria. Pilote ha construido una película excelente, que se cuece a fuego lento, sin prisas y con mucha pausa, elaborando con mimo y sabiduría cada encuadre y cada plano, cada encuentro y cada desencuentro, generando esa agradable sensación en la que el espectador va conociendo los sucesos agridulces de la vida al mismo tiempo que los espectadores, en un retrato sobre la tierra con el mejor aroma de los que hacía Renoir, como por ejemplo El hombre del sur (1945), y otros como El árbol de los zuecos (1978), de Ermanno Olmi, donde familia, tierra y una forma de vivir adquirían toda la fuerza y también, toda la dureza de esas vidas ya desaparecidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Matthias & Maxime, de Xavier Dolan

DESATAR LAS EMOCIONES.

“La única verdad es el amor irracional”

Alfred de Musset

Los amores imaginarios, segunda película de Xavier Dolan (Montreal, Canadá, 1989) arrancaba con la cita que encabeza este texto. Una cita que asevera que el amor no tiene nada de racional, sino todo lo contrario, una especie de maná de sentimientos contradictorios que llevamos e interpretamos como podemos. La sentencia de Musset podría ser la definición perfecta del cine de Dolan, una obra abundante, 9 títulos en 9 años, en una especie de biografía ficcionada, en la que participan sus amigos y él mismo, sustentada a través de las emociones más fervientes, conflictos sentimentales que llenan un imaginario que ya deslumbró en el 2009, con sólo 19 años, con su impresionante debut Yo maté a mi madre, en que a medio camino entre la realidad y la ficción, el jovencísimo talento canadiense hablaba de la relación dificultosa con su madre. En la citada Los amores imaginarios, del año siguiente, dos amigos, él, homosexual, y ella, hetero, se encaprichaban de una especie de adonis.

En Laurence Anyways (2010), componía un certero retrato sobre la identidad, otra de sus elementos esenciales en su cine, cuando un hombre que parece que ha conseguido su éxito personal y profesional, se destapa ante los suyos explicándoles su intención de cambiar de sexo. En Tom à la ferme (2013), se centraba en el descubrimiento de amores ocultos de un fallecido por parte de su novio.  En Mommy (2014) volvía a las relaciones oscuras de madre e hijo imaginando una distopía. En Sólo el fin del mundo (2016), adaptaba la obra de Jean-Luc Lagarce, para hablarnos de un joven que vuelve a la casa familiar para comunicarles una terrible noticia. En Matthias & Maxime, vuelve a mirar a los suyos y así mismo, para elaborar un retrato de aquí y ahora, en el marco donde se desarrolla su obra, donde un par de amigos de toda la vida, a raíz de un tímido beso en el corto de la hermana de uno de sus colegas, se sentirán diferentes, sentirán que algo ha cambiado, o simplemente, han despertado algo que ocultaban por miedo a convertirse en la persona que han ido construyendo.

Dolan sabe construir imágenes sugerentes y transmisoras, mezclando con habilidad una estética pop, llena de colores y formas, rodeada de una estética sofisticada y nada manierista, que cambia según el estado de ánimo de sus personajes, desde el apartamento lúgubre y oscuro, hasta el colorido de otros pisos, donde la luz y la diversidad nos atrapan, bien combinando con esa música que combina varios estilos desde la música sesentera hasta la electrónica más actual, y el sonido, con el que juega sin prejuicios ni coacciones, sino de una forma libre y armoniosa, que capta la esencia intrínseca de los conflictos interiores que se desatan en sus películas. Tenemos a Matthias, Matt, para los colegas, con un trabajo de abogada en promoción, una mujer a la que ama, una familia que lo quiere, y unos amigos con los pegarse una farra de tanto en tanto, y por el otro lado, tenemos a Maxime, homosexual, ganándose la vida como camarero, con una madre ida, y sus dudas existenciales, aunque ha decidido que pasará los dos próximos años viviendo en Australia.

El relato se centra en ese tiempo de antes del viaje, un tiempo en que, los vemos paralelamente en sus respectivas vidas, imaginándose o soñando al otro en silencio, consigo mismos. Un tiempo en que tanto Matt como Maxime harán lo imposible por encontrarse y hablar sobre lo ocurrido, evitándose constantemente, como si fuesen amantes despechados o algo parecido, aunque el encuentro o mejor dicho, el reencuentro será inevitable y tanto uno como otro, deberán mirarse al espejo de las verdades y expresar todo aquello que sienten y ocultan a los demás y sobre todo, a sí mismos. Dolan rodea el conflicto a través del grupo de amigos, unos descerebrados con muchas ganas de pasarlo bien y disfrutar de las fiestas que asisten, quizás esa despreocupación de alrededor, aún hace más invisible y contundente la tensión sentimental y sexual que existe entre los dos protagonistas.

Dolan que escribe, monta, dirige, y protagoniza muchas de sus películas, toma el rol de Maxime, enfrascado en su propia contradicción de abalanzarse sobre Matt, pero con ganas de huir de una existencia mísera llena de conflictos, bien marcada por esa ausencia interna que refleja constantemente. Por su parte Matt, bien interpretado por Gabriel D’Almeida Freitas, con ese aspecto varonil y fuerte, intentando parecer seguro aunque pro dentro este rompiéndose, es la antítesis de la fragilidad, tanto emocional como física que desprende Maxime, aunque quizás solo sea fachada y los dos están embarcados en  esa fragilidad emocional que tanto enferma a muchos en este mundo contemporáneo donde se habla mucho de banalidades, y se callan las cosas importantes, como las emociones que sentimos por los demás y ocultamos porque aquello no va con nosotros, la sarta de mentiras en las que vivimos, porque lo que se espera de nosotros, no tiene nada que ver con lo que sentimos realmente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Presentación de LA AMERICANA FILM FEST con Steve James y Denis Côté

Presentación de LA AMERICANA  FILM FEST con la presencia de los cineastas Steve James y Denis Côté, Xavi Lezcano y Josep Maria Machado (directores del festival) y Mireia Sanahuja de la Filmoteca, en la Filmoteca de Catalunya, el lunes 2 de marzo de 2020

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Steve James y Denis Côté, por su tiempo, generosidad y cariño, a la fantástica labor como intérprete de Carlos Ulecia, a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació y a Jordi Martínez de Comunicació Filmoteca, por su tiempo, paciencia y cariño.

Lo que Walaa quiere, de Christy Garland

QUIERO SER UNA SOLDADO.

“Soñar debería estar prohibido, porque soñar significa casi siempre protestar”.

Emmanuele Arsan

Desde que estalló la guerra árabe-israeliana en 1948, conocida como Al-Nakba (“La Catástrofe”) que supuso la aparición del estado de Israel y condenó al éxodo de buena parte del pueblo palestino, unas gentes que el ACNUR cifra en más de 5 millones los refugiados. En la actualidad, en Cisjordania aún viven más de 800000, repartidos en los campos de refugiados como Balata, en la ciudad de Nablus (Palestina). Una de esas palestinas refugiadas es Walaa Khaled y su familia. Del conflicto árabe-israelí hemos visto muchas películas desde miradas muy diferentes, aunque no muchas desde el punto de vista de la infancia, los más vulnerables a este tipo de conflictos bélicos. De los más recordados serían Promises, de Carlos Bolado, B. Z. Goldberg y Justine Shapiro, del año 2001, un excepcional documento que ponía el foco en testimonios de niños y niñas de entre 9 y 13 años, que explicaban a la cámara sus cotidianidades y sus reflexiones sobre el conflicto desde una sinceridad y honestidad digna de elogio.

La directora Christy Garland (Cánada, 1968) especialista en tratar temas universales desde miradas sinceras y conmovedoras nos habla del eterno conflicto entre árabes y palestinos desde la mirada de Walaa, una niña encerrada en su propio país, de fuerte carácter y obstinada, aunque también rebelde, tiene el sueño de convertirse en policía y trabajar para la Autoridad Palestina, con una madre que acaba de salir de la cárcel después de pasarse 8 años por ayudar a un terrorista suicida, y con un hermano que sueña con convertirse en un luchador callejero. Garland acota su película desde los 15 a los 21 años de Walaa, mostrando una realidad muy íntima y cercana del hogar donde la niña y su familia viven, los sueños de Walaa, su período en la academia policial para realizar su sueño, con sus conflictos internos y externos, soportar los durísimos entrenamientos, su dificultad para aceptar disciplina y aplacar sus ansias de individualismo y rebeldías constantes, su energía y carácter ante las actividades y el orden militar, y luego, cuando una vez convertida en policía, el día a día en esas calles convertidas en un polvorín eterno, y las discusiones con su madre debido a sus choques en la forma de ver el trabajo de Walaa y el incierto futuro que les espera a una gente secuestrada en su propio país y olvidados por la política internacional.

Garland no juzga a su protagonista, la filma en sus quehaceres diarios, ya sean en su hogar como en la academia militar, siguiéndola desde la más absoluta intimidad y mostrando los diferentes estados anímicos por los pasa la niña-joven en su período de aprendizajes y conocimientos, tanto como su crecimiento personal como las adversidades físicas y emocionales con las que se va encontrando en su camino. La novedosa y brutal mirada de Garland al conflicto desde el punto de vista de Walaa resulta un documento excepcional e inaudito, como pocas veces se había visto, con un personaje como el de Walaa lleno de ira y rabia por la situación familiar y de su patria, y seremos testigos privilegiados de ver su evolución de niña a mujer, soportando sus aciertos y debilidades, su vulnerabilidad frente al estamento militar, las propias contradicciones de cómo afrontar un conflicto tan largo en el tiempo y las diferentes formas de verlo y actuar frente a él.

Garland ha construido un diario intenso y profundo sobre todos esos niños y niñas que no conocen otra realidad que la del abuso, persecución e invasión del estado de Israel en su tierra, y nos explica las herramientas que tienen para paliar y sobrevivir entre una crudísima realidad que no tiene vistos de cambio, en que las acciones de Walaa desde el estado chocan frontalmente con las acciones de Mohammed, su hermano que sin trabajo ni futuro a la vista, se echa a las calles a protestar y es detenido. Una película magnífica y honesta, que interpela a los espectadores las diferentes miradas de una lucha constante y triste, que acaba minando las vidas de tantos niños y jóvenes que se sienten atrapados en una tierra ocupada, en una tierra en llamas, en una tierra que sólo les pertenece en sueños o por las historias que contaban esos abuelos que casi ya no recuerdan, una lucha de tantos años como ese retrato de Yasser Arafat que sigue siendo la llama del pueblo palestino, un pueblo que sigue en pie, en lucha y convencido de su destino como el personaje de Walaa, alguien que define muy bien el carácter del pueblo palestino. JOSÉ A. PEREZ GUEVARA

La caída del imperio americano, de Denys Arcand

EL FILÓSOFO, LA PROSTITUTA Y EL CEREBRO.

“Los signos del declive del imperio abundan, la población que desprecia sus propias instituciones, el descenso de la tasa de natalidad, el rechazo de los hombres a servir en el ejército, la deuda nacional incontrolable, la disminución constante de las horas laborales, la proliferación de funcionarios, la decadencia de las élites. Una vez esfumado el sueño marxista leninista, no queda ningún modelo de sociedad del que se puede decir, así nos gusta vivir. Y a nivel individual de no ser, un místico o un santo, es prácticamente imposible encontrar un ejemplo que nos sirva de modelo. Lo que estamos viviendo es un proceso de erosión general de toda la existencia” (Dominique en El declive del imperio americano)

La filmografía de Denys Arcand (Deschambault, Quebec, 1941) se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera arrancaría en 1962 con Seul ou avec d’autres y abarcaría hasta el año 1980, con títulos de carácter social en el que profundizaba en los problemas de los trabajadores, sus derechos, obligaciones  y contradicciones. A partir de la fecha citada y con la decepción originada por el resultado del referéndum sobre el Quebec, el cineasta canadiense abre una nueva vía en su cine en la que emprenderá la “etapa americana”, según sus palabras, ya que explorará los diferentes problemas emocionales, sociales, económicos y culturales de la clase burguesa.

En 1986 con El declive del imperio americano, cosecharía un enorme éxito de crítica y público, centrándose en las peripecias de un grupo de profesores universitarios y sus amigos envueltos en una jornada, que a través de exquisitos diálogos se evidencian las enormes diferencias entre hombres y mujeres en todos los ámbitos, y sobre todo, en el amor y en el sexo, convirtiéndose la película en todo un fenómeno social por su contundencia en criticar a tumba abierta la reinante hipocresía, superficialidad, banalidad y cinismo de una sociedad enferma, falsa, deshumanizada y carente de cualquier valor humano, y sobre todo, en caída libre, sin nada que hacer ante tanta mercantilización de todo. En el año 2003 con Las invasiones bárbaras, retomaría los mismos personajes y la casa en cuestión para acercarnos a los restos del naufragio de una generación a la deriva, perdida, vacía y torpe en todos los sentidos, a nivel laboral, social y humano, en una sociedad que escarbaba sin tapujos en su propia descomposición y compasión, como aquel que ya ni ríe de su propio egoísmo y banalidad, solo esperando su desaparición sin más, rodeado de un entorno lleno de espectros y casas podridas.

Siguió con La edad de la ignorancia (2007) y El reino de la belleza (2014) dos exploraciones más aún de esa sociedad capitalista vacía y muerta, en estado vegetativo donde todo vale y nada tiene el más mínimo sentido, en el que todo está en venta con el único fin de amasar dinero y comprarlo todo, un tiempo sin referentes ni modelos donde la supremacía del dinero se ha convertido en el sentido vital. En La caída del imperio americano, Arcand vuelve a ser el cineasta espejo de su tiempo y continúa disparando a diestro y siniestro atacando a todo el sistema capitalista, en el que los EE.UU. sería ese imperio americano invasor y malvado que destruye todo atisbo de humanidad del mundo, como hizo aquel otro imperio romano en su tiempo. El veterano cineasta sacude con vehemencia, pero también con humor, quizás nos invita a reírnos no para solucionar el acabose general, sino para llevar mejor esta tragedia en la que vivimos, o algo parecido. Viendo el arranque de la película, más propio del thriller setentero o alguna de Tarantino, donde en mitad de un atraco perpetrado por dos jóvenes delincuentes que están robando a quién se lo pide, ya que a su vez, quiere robar el dinero de las élites para los que trabaja, aparece un tercer atracador con la intención de robar a los primeros atracadores, y se origina un intenso tiroteo que acaba con la vida de dos atracadores y escapando un tercero. Y en esas, y aquí entraría la comedia de Tati o Lewis, aparece un repartidor y al ver dos mochilas repletas de millones de dinero, las introduce en su furgón y hace ver que no sabe nada.

A partir de ahí, todo se retuerce aún más si cabe, porque el repartidor se trata de Pierre-Paul Daoust, un tipo joven amante de literatura y doctor en filosofía que reparte para ganarse la vida dignamente, y ante tal cantidad de pasta, decide contratar la compañía de Aspasia, una prostituta de lujo que en realidad se llama Camille, de la que se encariñará y mucho, y también, contactará con Sylvain Bigras, un reputado estafador que acaba de salir de la cárcel para sacar el dinero del país sin que la policía que le pisa los talones los detenga, mientras los gánsteres agudizan el ingenio para ajustarse las cuentas. Contado así parece una comedia rocambolesca como aquellas que hacían en Italia en los cincuenta y sesenta, pero Arcand con su ingenio demostrable, nos atrapa con su aparente sencillez y ligereza, aunque toda su apariencia oculta una crítica feroz y amarga a la estructura económica que mueve el mundo capitalista, una fábula socio política en que todos se mueven por dinero, por el poder y la belleza del dinero, por el “vil metal” que le llamaba Don Lope, el protagonista de Tristana, primero con la pluma de Pérez Galdós y luego con la cámara de Buñuel, ese material tan preciado convertido en nuestros tiempos en principio y fin de todo, donde el ser deshumanizado da su vida y todo lo que tiene por conseguir algunos fajos de ese bien actual, para unos pocos, la vida, y para la gran mayoría, la fuente incesante de tragedias y desgracias infinitas.

Arcand nos presenta tres individuos entre el vacío, la frustración y el no sentir personal, enfrascados en este berenjenal, tres almas que en apariencia no se meterían en un embolao de tamañas características, pero las circunstancias les han puesto delante una indecente cantidad de dinero que los podría retirar de por vida, pero eso sí, con cabeza, con mucha cabeza. El realizador canadiense enmarca su cuento moral en la actualidad, en la estrategia que siguen estos tres “robin hoods” de nuestro tiempo para salirse con la suya, moviéndose con pies de plomo, y centrando su plan en minuciosos movimientos para no alertar ni a los polis ni a los dueños del parné. Los seguiremos por todo tipo de ambientes, desde almacenes donde dejar mercancía comprometida, parques turísticos que pasan desapercibidos, comedores sociales donde echar una mano, apartamentos de lujo que antaño fueron ideas de hogar no consumadas, almacenes sin uso desde la calle peor en funcionamiento desde dentro, y oficinas lujosas donde los magnates del “Money” mueven la pasta con un par de ordenadores y un teléfono, y nos cruzaremos con tipos de toda clase social como los tres susodichos protagonistas, socios por necesidad, polis frustrados con aires de grandeza y con sentido moral y legal, matones duros, caras visibles de los poderes que mueven los hilos, muy podridos y salvajes, sin techo que no tienen nada y sueñan con una sonrisa amable, y banqueros y movedores de dinero, jefes e intermediarios que conocen la ley y toda su incongruencia, estupidez e inutilidad, leyes que hacen ilegal lo banal, aquello que se mueve en lo más cotidiano, y por el contrario partida, protegen las grandes cifras y los dueños de estas.

La película se maneja entre extremos, desde sus espacios como sus personajes, todos parecen interpretar su rol, representar un mundo ajeno al real, o quizás, ya no hay mundos reales o al menos no como los había hace miles de años, y ahora, todos, exclusivamente todos, interpretamos un personaje, alguien muy ajeno a nosotros, porque nuestra identidad se ha esfumado o ya no la recordamos, porque el dinero y la su consecución se ha convertido en la realidad de nuestras vidas, en lo único real de nuestras existencias vacías y sin sentido. Arcand nos habla de drama real, de comedia al estilo Estudios Ealing, donde unos cualquiera, un frustrado filósofo más perdido y agobiado que todo, ahogado en su propia existencia acaba fornicando y luego relacionándose con una joven prostituta igual de perdida que rechaza constantes propuestas de matrimonio de viejos decrépitos que engañan a sus esposas siliconadas, y ex convictos cerebritos del dinero (magnífico en su personaje el intérprete Rémy Girard, actor fetiche de Arcand que ya era el salido sin escrúpulos de El declive del imperio americano, y el enfermo de cáncer amargado de Las invasiones bárbaras) que saben manejarse entre aquellos poderosos en la sombra sedientos de pasta, y aquellos otros mindundis que se dejan llevar por inesperados golpes de suerte. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un hombre mejor (A Better Man), de Attiya Khan y Lawrence Jackman

ENFRENTARSE A LAS HERIDAS.

“Recuerdo que llorabas y me decías que lo sentías. Y recuerdo que yo pensaba: si de verdad lo sientes, para”

En Amores que matan, de Icíar Bollaín, un cortometraje de 20 minutos, filmado en el año 2000, se abordaba el tema de la violencia contra las mujeres desde el punto de vista de los maltratadores, imaginando un centro donde a través de terapias, se hacían sesiones terapéuticas para rehabilitar a estos hombres y averiguar las causas de sus actitudes violentas. Attiya Khan, cineasta feminista y abogada de mujeres y niños maltratados, con la ayuda del cineasta Lawrence Jackman (con amplia experiencia en el campo documental independiente) abordan su película desde la experiencia personal de Attiya, trasladándose veinte años atrás, cuando con 17 años sufrió terribles maltratos, tanto físicos como emocionales, de su entonces pareja, Steve, un año y medio mayor que ella. Pero, su manera de enfocar el tema es completamente novedoso, porque Attiya contacta con Steve y después de una primera cita donde dialogan sobre el primer momento en que se encontraron y se enamoraron, la película pasa a otro muchísimo menos placentero, cuando Steve y Attiya hablan y recuerdan aquellos momentos, el tiempo que convivieron juntos y Steve maltrató a Attiya, con la ayuda de un terapeuta.

Durante los 79 minutos de metraje, viajamos hacía las entrañas de la violencia, a la descripción verbal y exhaustiva de aquella violencia, de aquel sufrimiento y las secuelas emocionales que desde entonces arrastra Attiya. Somos testigos de las conversaciones sobre lo sucedido, las causas ocultas de aquella violencia que imponía Steve, todo el calvario que pasó y pasa Attiya, y todo se cuenta a través de la más absoluta sinceridad, sin trampa ni cartón, capturando esas miradas, esos testimonios, los rostros compungidos, y el relato del horror, con todo tipo de detalles, sin nunca entrar en lo escabroso ni el amarillismo, siendo tratado desde el más absoluto de los respetos, y capturando esa intimidad que traspasa almas y cuerpos, en un camino muy doloroso, en el encuentro con esa oscuridad que nos persigue y no nos deja vivir, enfrentándose con valentía y fuerza a todo aquello que queremos olvidar y no es posible, enfrentándose al dolor en encuentros entre víctima y maltratador, una terapia llamada justicia restaurativa, donde unos y otros explican sus recuerdos, sus emociones y todo aquello que pasó, abriéndose emocionalmente, sin tapujos ni complejos, enfrentando aquello que tanto les ha hecho daño, para así recuperarse emocionalmente y mirar hacia adelante, y que todo esta terapia y documento sirva a otros para sacarse todo su dolor y enfrentarse a sus heridas más profundas y doloras, aquellas que nadie conoce.

Quizás, los momentos más duros y a la vez, más rompedores, son cuando Attiya y Steve visitan los lugares de su relación, los espacios del horror, donde se produjeron los maltratos, los pisos que compartieron, los bares de sus primeras citas, las calles que caminaron, aquel tiempo que para que deje de doler, hay que enfrentarse a él, con valentía y coraje, transitar por el instituto, testigo del silencio de Atiiya y donde Steve encontró las primeras palabras amables para vencer su violencia. Un documento necesario, valiente y sincero, que nos transporta a las entrañas del mal cotidiano, la violencia doméstica que tanto dolor ocasiona a tantas mujeres, y ofrece una nueva terapia regresiva de aceptar el dolor mirando al rostro de aquel que lo infligía, aquel hombre del pasado que tanto daño hizo, y dialogar para sanar, para estar mejor, para dejar el miedo y la oscuridad lejos de uno, no esconderlo ni sentirse avergonzado por haber sido víctima de malos tratos por aquel que decía quererte y protegerte. Encontramos en la producción el nombre de Sarah Polley, actriz y director, en una producción procedente de Canadá, que aborda desde la intimidad más brutal, a través de la desnudez de las emociones y el dolor oculto, uno de los grandes males del mundo, la violencia cotidiana que sufren tantas mujeres en manos de sus parejas, ex parejas y demás.

Angry Inuk (Inuit enfadado), de Alethea Arnaquq-Baril

LOS INUIT: VIDA, LUCHA Y ESPERANZA.

“Debemos frenar el prejuicio cultural que se nos impone y no nos permite beneficiarnos de nuestro entorno natural sin tener que perforar el suelo… Eso es lo que queremos como pueblo”

En 1922 Robert J. Flaherty dirigió Nanuk, el esquimal, un documento antropológico, considerado el primer documental de la hsitoria, que reivindicaba y daba a conocer las durísimas condiciones de vida de los inuit en el Ártico (en las tundras del norte de Canadá, Alaska y Groenlandia) y su forma de vida naturalista y ancestral indígena que vivía de la caza de las focas, por su carne y comercialización de pieles. Ahora, casi un siglo después, ese tipo de vida se ve seriamente amenazada por la tremenda oposición de las grandes organizaciones animalistas internacionales que promueven campañas millonarias en contra de la caza de las focas, aunque hay excepciones para la comunidad inuit, pero paradójicamente, esos movimientos promueven la prohibición de comercializar con las pieles, elemento comercial básico para la subsistencia de los inuit. La directora Alethea Arnaquq-Baril, inuit de nacimiento, coge la cámara y siguiendo con su filmografía, vuelve a mostrarnos su cultura, su vida y sus gentes, como ya hiciera en su anterior largo Tunniit: Retracing  the  Lines  of  Inuit  Tattoos, donde daba buena cuenta del espíritu inuit, reivindicando su forma de vida, y sus necesidades vitales para su subsistencia ante leyes que les obligan a su casi desaparición.

Arnaquq-Baril nos sitúa en Kimmirut, en el territorio de Nunavit, en el Ártico canadiense, en la zona más extensa de Canadá, en un paisaje helado, de temperaturas extremas y durísimas condiciones de vida, arrancando su película de forma antropológica, mostrándonos la forma de caza de los inuit, acompañando a un pariente y su nieto en su cotidianidad, donde después de cazar una foca, todo el proceso de despiece del animal, y la utilización de las diferentes partes, la comida entre familiares, la venta de otras partes, y la preparación de la piel para finalmente venderla. Un proceso que contribuye a la preservación del ecosistema y la forma de vida de la comunidad inuit. Después, nos habla de un poco de la historia de los inuit, cómo ha evolucionado el ajetreado siglo XX en la comunidad, donde han tenido que hacer frente al impecable contaminación del capitalismo que les ha llevado a cambiar de tierras, verse hostigados por las multinacionales porque su tierra es rica en minerales, tales como el petróleo y el gas, y hacer frente a los elementos naturales, en un ambiente sumamente hostil, helado, y temperaturas que alcanzan más de -30º. Ante este panorama, la comunidad se ha movilizado y ha viajado hasta Europa para reivindicar su forma de vida, y protestar contra leyes que atentan ante su futura existencia. La película arranca en el año 2008 y finaliza en el 2016, después de seguir un itinerario viajero que lleva a algunos representantes de los inuit, entre ellos la propia directora, que llevan una campaña a favor de la caza de focas, explicando las campañas internacionales ecologistas que utilizan las focas para enriquecerse y favorecer a grandes multinacionales que comercializan con otro tipo de animales.

Una comunidad pequeña, aislada, que se caracterizan por su vida solitaria, tranquila y sosegada, intentan hacer ruido para que la comunidad internacional (Unión Europa) les haga caso y les ayuden a mantener su estilo de vida, donde la caza de focas es primordial. La directora inuit coloca su cámara en su campaña de protesta, en sus viajes, en las entrevistas con parlamentarios europeos, concentraciones, y demás actos políticos, pero no olvida, mostrar la forma de vida de sus paisanos, en su día a día, y lo hace desde la sencillez y la honestidad, capturando cada detalle, cada mirada, situándonos en el centro de la acción, desde la modista que hace sus diseños con piel de foca, los cazadores que hacen lo imposible por mantener a su familia, y los estudiantes universitarios que colaboran para que su comunidad siga latiendo y tenga un futuro digno, en una película sobre un modo de vida invisible, pero muy humanista, donde hay cabida para la política, lo social, lo cultural y lo económico, parte fundamental para la subsistencia de cualquier modo de vida del mundo, aunque algunos políticos y empresarios opinen de diferente manera, sin profundizar en la cuestión, aplicando leyes que sólo benefician a las grades empresas, sin tener en cuenta a las comunidades indígenas que plantean una forma de vida diferente y saludable con su entorno.

Shadow Girl (Niña sombra), de María Teresa Larraín

poster_castLA ÚLTIMA PELÍCULA.

“Recuerdo que cuando era niña mi mamá me llevó al oculista por primera vez y el doctor nos dijo que, yo había heredado la condición de mi madre, miopía progresiva, y que un día como ella, yo me quedaría ciega. Yo no sabía lo que era miopía progresiva, no sabía lo que era miopía, ni lo que era progresiva, pero cuando salimos de la oficina del doctor, le pregunté a mi mamá: ¿Mamá, cuando nos vamos a quedar ciegas? Y mi mamá me dijo: Nunca. Sí, me dijo que nunca”

En el magnífico documental El cielo gira, de Mercedes Álvarez, en la que su directora nos cuenta el pasado y el presente de su pueblo Aldeaseñor, filmando a los 14 habitantes del pueblo, entre ellos, al pintor Pello Azquera, que está perdiendo la vista, y sigue retratando los lugares que un día sólo existirán en sus lienzos y memoria. Un proceso parecido experimenta María Teresa Larraín (Santiago de Chile, 1951) en esta película, su Niña sombra es un retrato sobre su intimidad, sobre el proceso de su ceguera progresiva. El relato se inicia en Toronto (Cánada) donde la cineasta se exilió en el año 1976 huyendo de la represión de la dictadura de Pinochet. Allí, hizo su vida, estudió y se formó como directora de cine independiente en los que ha abordado en sus películas temáticas de índole social (diversidad, inclusión, minorías) dotando a sus historias de un gran carácter humano. Larraín nos cuenta en primera persona su pasado y su presente, desde el momento que su vida empezó a cambiar, cuando empezó a perder la vista, heredando así la enfermedad que también padeció su madre.

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La realizadora chilena se embarca en un viaje que, como ella explica, será su última película, la película que registrará el proceso que está viviendo, en el que Larraín, con la ayuda de un pequeño equipo, registrará todos los acontecimientos que se sucederán en su vida. Arrancaremos en Toronto, en el exilio, en el que Larraín comenzará a vivir su enfermedad en soledad, por decisión propia, explicando a sus allegados lo que le está sucediendo, mostrándose sin ningún tipo de pudor, abriéndonos su alma, mencionando sus miedos, tanto presentes como del futuro, y sobre todo, todos los cambios que se producirán en su vida. Larraín envuelve a su película de un tono naturalista, sin caer en sentimentalismos, ni nada por el estilo, sino todo lo contrario, retrata a una mujer que se desnuda emocionalmente ante nosotros, filmando todos los cambios que se van produciendo en su cotidianidad. Su vuelta a Chile, después de la muerte de su madre, la visita a su único hijo a Costa Rica, y pasar un tiempo con sus nietas, y finalmente, su nueva vida en Chile, y descubrir a otros como ella, los vendedores ambulantes de La Alameda, la avenida principal de Santiago de Chile.

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Larraín construye un diario personal sobre su enfermedad, y muy inteligentemente y con extrema sutileza, nos introduce la temática social que han estructurado toda su filmografía, capturando los diferentes vendedores que se va encontrando en su deambular por las calles de su ciudad, y dialogando con ellos, conociendo todas sus dificultades y problemáticas que viven en su precaria existencia. Larraín recoge el testigo de otros documentalistas que también han hecho de su experiencia vital el material fílmico de sus trabajos como Johan Van der Keuken que filmó su maravillosa Las vacaciones del cineasta, en la que se centraba en su pasado y presente familiar, las películas/retratos de Naomi Kawase sobre su orígenes, su abuela, su embarazo y posterior alumbramiento, o más recientemente, Luis Ospina en Todo comenzó por el fin, en la que el cineasta colombiano se filma enfermo de cáncer en el hospital, y registra todo el proceso y sus reflexiones. Una película que nos habla sobre la dignidad de las personas ciegas, de todo aquello que pueden seguir aportando a la sociedad a pesar de su discapacidad. Larraín edifica un maravilloso alegato sobre la dignidad, desde una mirada poética y humanista, filmando a sus “nuevos amigos” desde la proximidad, acariciando sus vidas, escuchando sus (des)ilusiones y tendiéndoles la mano.

Reina Cristina, la mujer que fue Rey, de Mika Kaurismäki

reina_cristina-cartel-6712UN CORAZóN INDOMABLE.

El arranque de la película nos introduce de manera sutil y tenebrosa en el espíritu que transitaba en la Suecia del primer tercio del siglo XVII, un mundo lleno de caos, guerras y destrucción. Vemos a la futura reina Cristina, cuando apenas es una niña de 6 años, obligada por una madre de carácter fiero y trastornada, a besar el cadáver de su padre difunto, el rey Gustavo Adolfo II, que su madre sigue tratando como si estuviera vivo. Después de aquello, Cristina es nombrada heredera y trasladada al castillo para seguir su educación, bajo el amparo de la iglesia luterana. A los 18 años, es nombrada reina. El director Mika Kaurismäki (1955, Ormattila, Finlandia) – empezó su carrera junto a su hermano, el también director Aki, pero a comienzos de los 90 los dos hermanos separaron sus caminos, Mika se instaló en Brasil, donde ha seguido dirigiendo películas documentales, y dirigiendo en otros lugares, donde se ha labrado una interesante filmografía -.

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Kaurismäki, que ha necesitado de una década para levantar el proyecto, encontró en la figura de Michel Marc Bouchard (escritor quebequés de gran éxito, que también ha escrito para Xavier Dolan, y su obra Cristina, la reina hombre, de gran éxito en Canadá en 2012, y posteriormente, traducida al inglés en 2014) el vehículo perfecto para acercarse a la figura de la Reina Cristina. Un enorme esfuerzo de producción que ha agrupado a compañías de cuatro países como Finlandia, Canadá, Alemania y Suecia, y un rodaje de 40 días realizado en el sudoeste de Finlandia, y en la región de Bavaria en Alemania, para contar una película de época, cuidada hasta el más mínimo de los detalles, que huye de obras ambientadas en ese marco, aquí no hay heroísmos ni grandes discursos, ni la épica de grandes batallas y conquistas, la cinta viaja por otros derroteros, se centra en los personajes, empezando por la Reina Cristina, una mujer educada como un varón, ejecutiva, contradictoria, excéntrica y solitaria, que tiene que lidiar con su país, enfrascado en una guerra, llamada de los 30 años, entre católicos y protestantes, que la Reina quiere zanjar, y las continuas conspiraciones que le acechan. Una mujer adelantada a su tiempo, que tuvo que elegir entre la pasión y la razón, moderna, de espíritu libre, que lucha a espada con todos sus enemigos para modernizar su país del oscurantismo de la religión, dotando a su país de ideas nuevas, basadas en las ciencias y artes.

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Kaurismäki centra su relato en la Reina Cristina, en su mirada y sus gestos, su manera de moverse y ocupar la secuencia, una mujer que se mueve en un mundo dominado por hombres, que se enfrentará a todos y a ella misma, para ser la persona que quiere ser, y amar a quién desea, como su amor por la Condesa Ebba Sparre, a la que hace dama de compañía, y compañera de lecho, una relación oculta, y llena de deseo y pasión, que la llevará a múltiples problemas y conflictos, elegir entre su pueblo y ella, entre lo que uno siente, y lo que los demás desean. La amistad con el filósofo René Descartes le guiará a abrir su mente, a decidir por ella misma, abandonando la voluntad de Dios, y aceptar que más allá de las murallas de su reino y su vida, hay un mundo de saber y conocimiento que la espera a ser conquistado. Una película arrolladora, de excelente concepción formal, de narración enérgica, con personajes complejos y pasionales (como el canciller, aliado de la Reina), o los hombres que quieren conquistar el corazón solitario e independiente de la monarca, o la figura de la madre, que odia a su hija). Excepcional el trabajo de todo el elenco (en la que destaca la figura de Malin Buska, que interpreta con sabiduría y temple a la inquieta y confusa Reina). Una cinta de bellísima y fría luz obra de Gy Dufaux (cinematógrafo de Dennys Arcand, entre otros), que desde un tiempo pasado, aquel 1632, edifica las relaciones y lazos con la historia actual, con sus intrigas, conspiraciones y enfrentamientos políticos, en la que un mundo antiguo se niega a desaparecer y luchará para no hacerlo, enfrentado a otro, uno moderno que avanza sin cesar, a pesar de los obstáculos, para iniciar otro camino, provocando un cambio en la manera de pensar, dotado de una naturaleza más abierta, humana y honesta.