Entrevista a Grégory Montel, actor de la película “Las cartas de amor no existen”, de Jérôme Bonnell, en el Instituto Francés en Barcelona, el miércoles 6 de abril de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Grégory Montel, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Philipp Engel, por su gran trabajo como intérprete, y a Alexandra Hernández de Hayeda Cultura, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Entre las flores te fuiste. Entre las flores me quedo”
Miguel Hernández
En Corazón silencioso (2014), de Bille August, una de sus mejores películas, con permiso de Las mejores intenciones (1992), con guion de Ingmar Bergman, una mujer, enferma terminal, reúne a todos los suyos para poner fin a su vida, decisión que provocaría una retahíla de reproches y posiciones contrarias. La segunda película de Harry Macqueen (Leicester, Reino Unido, 1984), después de la interesante Hinterland (2014), nos sumerge en un relato que tiene mucho que ver con la película de August. En esta ocasión, la historia gira en torno a Sam y Tusker, dos hombres que llevan veinte años de relación, y deciden, después que Tusker sea diagnosticado con demencia precoz, realizar un viaje en furgoneta recorriendo aquellos lugares que tienen una importancia en sus vidas, y también, volver a reencontrarse con familiares y amigos. Supernova, el título viene por la grandísima afición a la astronomía de Tusker, y el origen de la vida, es una película física, hay mucho movimiento, de aquí para allá, pero el director inglés nos sumerge en un cuento muy íntimo y conmovedor, y sobre todo, su gran sensibilidad y delicadeza al tratar un tema como el fin de la vida.
Todo en la película funciona por su extremo cuidado en los detalles y las miradas de sus protagonistas, y esos silencios, que describen el sentir de los dos personajes en cuestión, y esas soledades, donde sin decir nada, se dice tanto, en un guion que funciona como un reloj suizo, que escribe el propio Macqueen. A nivel técnico, la película está a la altura de la historia que cuenta, convertida en toda una pieza de orfebrería, porque no deja al azar nada, todo está muy pensado y desarrollado, como la maravillosa y descriptiva luz otoñal del gran cinematógrafo Dick Pope (todo un veterano en estas artes cinematográficas ya que ha trabajado en diez títulos del gran Mike Leigh), el estupendo montaje que firma Chris Wyatt (responsable de películas tan interesantes como This in England y Tierra de Dios, entre muchas otras), y la excelente composición musical, que aparte de tener algunos temas populares de los sesenta y actuales, tiene en Keaton Henson, debutante en el cine, esos temas que tanto ayudan a entender los conflictos de los personajes.
Aunque toda la técnica quedaría en poco, si el reparto de la película no estuviese en consonancia con todo lo que va sucediendo, y en ese aspecto, Macqueen, que ha tenido una interesante carrera como intérprete, tiene en sus manos a dos de los mejores actores de su generación, Colin Firth y Stanley Tucci. Sam y Tusker, respectivamente. Firth es un músico que hace tiempo que lo dejó, y Tuccy, un escritor que, debido a su temprana dolencia, ya no escribe. Una pareja que funciona a las mil maravillas, haciéndolo todo muy fácil, cuando frente a ellos tienen dos personajes complicados, llenos de matices, llenos de recuerdos, los de una pareja con veinte años a sus espaldas, cuando Tusker, estadounidense, cruzó el charco y se instaló en Inglaterra con Sam. Toda una vida juntos, han crecido y han madurado, y la vida los enfrenta al reto más difícil de sus existencias, a ese instante que no queremos ni siquiera recordar, y mucho menos vivir, a enfrentarse a la despedida, a la muerte, a decir adiós, un adiós motivado por las circunstancias, un adiós que los dos deben aprender a aceptar, a mirar al otro, y quererlo más que nunca, como nunca lo haya hecho, porque tanto la vida como el amor son eso, aceptar y comprender al otro, al que tienes delante, aunque lo que decida no nos agrade en absoluto.
Supernova es una historia de amor, de esas sencillas que nos atrapan, y también es, una película sobre el amor, sobre aprender a amar, sobre un proceso que necesita mucho tiempo, porque cuando lleguen los conflictos de verdad, y nos tengamos que enfrentar a la muerte, al adiós definitivo, debemos estar preparados y sobre todo, ayudarnos y ayudar, porque no hay amor más grande que el que se basa en el respeto, la confianza y la libertad del otro, si queremos cambiarlo, no es amor, es otra cosa, y eso conlleva, todo aquello que sea mejor para la otra persona, aunque nos lleve a aceptar decisiones que son muy difíciles. Macqueen ha construido una película desde el corazón, desde lo más profundo del alma, como una melodía de blues, como esos acordes de trompeta de algún tema de Miles Davis, con ese ritmo cadencioso, en mitad de la nada, casi sin nadie, exceptuando de tanto en tanto algunos amigos de la vida, con tiempo para estar, para ser y sobre todo, para sentir, sin nada más, solos, en ruta, en cierta manera, el último viaje juntos, para despedir su amor, para despedirse ellos, para volver a esos lugares en los que fueron felices, para verlos juntos por última vez. Aunque es una película con momentos tristes, la mirada de Macqueen es vitalista y humanista, nunca cae en el regocijo de la tristeza, sino en la aceptación de las cosas, de la vida, y su propia naturaleza, que tarde o temprano, si nos concede tiempo, nos obligará a despedirnos de la vida, del mundo, de los nuestros, de nosotros mismos, y de nuestro amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA