Converso, de David Arratibel

MI FAMILIA CATÓLICA Y YO.

“Madre, qué lejos estoy de todo”

Kaspar Hauser

En su primera película Oírse (2013) David Arratibel (Pamplona, 1974) investigaba la cotidianidad de personas con problemas de audición, mostrándonos los incesantes zumbidos que padecen esos enfermos. Ahora, y también dentro del formato documental-ensayo, vuelve a sumergirse, pero esta vez, hacia dentro, hacia su interior, mirando a su familia, convertida al catolicismo, en la que el cine utilizado como terapia, en una herramienta de aproximación y localizar aquellos sentimientos comunes y compartidos, emprender un diálogo con aquello desconocido (como ocurría en su primer trabajo) aquello que nos violenta, y aquello que nos convierte en el otro, cuando todos los demás integrantes familiares han encontrado otro camino, el de Dios, que nosotros no logramos entender, y menos sentir.

Arratibel construye una película modesta y sincera, en el que nos muestra el dispositivo cinematográfico de forma natural, en el que él, tanto como persona integrante de esa familia a la que retrata, y cómo cineasta, se adentran en ese mundo completamente extraño con el que tienen que convivir, y se adentra en ese espacio extranjero a través de la palabra, a través de encuentros-diálogos, donde parte desde ese primer instante primigenio donde cada uno de sus familiares va explicando su primera vez, ese instante de revelación espiritual donde descubrieron la existencia de Dios, donde lo físico y emocional se conjugaron en lo sobrenatural, experimentando una serie de sentimientos que les han transformado la vida. Arratibel dialoga con toda su familia, desde la cercanía y la proximidad, tendiendo ese puente afectivo, creando espacios de intimidad, arrancado esta aventura-investigación con su cuñado Raúl, organista y el primero que anduvo el camino de la fe católica, el primero que se convirtió, para luego dar paso a su hermana María, quizás con la persona que más enfrentamientos y contradicciones tuvo, luego, entra en escena su madre, para finalizar con Paula, la hermana pequeña, su ojito derecho, todos ellos hablan de ese instante revelador de Dios, experiencia imposible de explicar con palabras, pero motor para abrir un diálogo honesto y de frente junto a David, que los escucha desde la extrañeza, evocando aquel pasado de silencios y distancia, encontrando aquellos lugares comunes de diálogo, respetando las diferentes posiciones, entre la fe y el más absoluto agnosticismo.

Un retrato familiar contundente e inspirador, también terapéutico y demoledor sobre todo aquello que somos, nuestras creencias, y como nos enfrentamos a nosotros mismos y a los demás, cómo rompe nuestro entorno, y las eternas dificultades para hablarlo entre nosotros, poniendo sobre la mesa todo aquello que nos inquieta de los demás, aquello que nos separa, y sólo a través del diálogo y las mirada podamos vencer ese miedo que nos detiene para preguntar lo que queremos mirándonos de cara y ofreciendo lo que somos. El cineasta navarro toma como referencia El desencanto, de Jaime Chávarri, quizás el documental más terrorífico y oscuro sobre una familia burguesa que representaba todo aquello de la apariencia franquista, y tras la muerte paterna, se encendía la mecha donde se exteriorizaban todos los infiernos particulares. Arratibel también viaja sobre esos márgenes y demonios familiares, todo aquello que nos inquieta y preferimos callarnos, no darles la voz que se merecen, y esta película materializa todos esos momentos, todos los instantes que nos mantuvimos en silencio para no confrontar nuestras opiniones por miedo a encender el conflicto que nos mataba en nuestro interior.

Una película que además de terapia psicológica para su director y todos los omponenetes de la familia, nos muestra la materialización de muchas conversaciones pendientes, como la imposibilidad de hablar con el padre ausente o la distancia con la tía, o incluso, la incapacidad de filmar el Espíritu Santo. Diálogos y encuentros que por fin se manifiestan con la excusa de contar la conversión al catolicismo de la familia, en la que nos cuenta algo que parece del pasado, donde la religión estaba tan presente en la sociedad, pero que también sucede en este mundo moderno tan vacío, donde la fe sufre una crisis existencial. El realizador navarro nos acerca un mundo desconocido para él, desde la emoción y la palabra, sin necesidad de explicaciones y disyuntivas filosóficas, desde el diálogo amable, cordial y sincero, desde la desnudez de nuestros sentimientos más profundos, sin pudor a mostrar lo que nos distancia d elos demás, y de todos aquellos temas que nos unen y compartimos, aunque tengamos creencias y opiniones totalmente diferentes.


<p><a href=»https://vimeo.com/205906753″>CONVERSO [Trailer]</a> from <a href=»https://vimeo.com/filmotive»>filmotive</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

La llamada, de Javier Ambrossi y Javier Calvo

Y DIOS VINO A CANTARME.

El musical La llamada arrancó de forma sencilla y humilde ocupando el hall del Teatro Lara allá por mayo del 2013. Presentaban un espectáculo pequeño, de espíritu underground, que combinaba éxitos de Whitney Houston, Presuntos Implicados y temas religiosos, ya que esta historia donde una joven María se le aparece Dios se desarrolla en un campamento religioso. El éxito fue brutal y se convirtió en uno de los grandes “sleeper” de los últimos años, un espectáculo que sigue en las tablas, que se ha visto en más de 30 ciudades españolas, mexicanas y Moscú y ha cosechado la friolera de más de 300.000 espectadores. Así que su paso al cine era cuestión de tiempo. La película, recogiendo las buenas sensaciones del teatro y contando con el mismo equipo, desde sus jóvenes directores Javier Ambrossi (Madrid, 1984) y Javier Calvo (Madrid, 1991) curtidos como intérpretes en series como Física o Química o Sin tetas no hay Paraíso, y autores de la serie cómica Paquita Salas, y el mismo elenco, nos envuelve en el campamento religioso de “La Brújula”, en mitad de un bosque en Segovia.

Allí, conocemos a María y Susana, dos jovencitas entusiasmadas por la música que tienen un grupo que se llama “Suma Latina”, cruce de reggaetón y electro latino. Después de sus reiteradas salidas nocturnas, son fuertemente castigadas por Sor Bernarda, la nueva monja jefe del campamento que quiere devolver la alegría con su tema “Viviremos firmes en la fe”, que lleva más de 30 años animando a las jóvenes. Entre la férrea actitud de la monja jefe y las niñas está Sor Milagros, una joven monja que ayuda y quiere a sus niñas, que está sufriendo una crisis de fe y además, dejó una prometedora aventura como cantante. Cuatro personajes en un solo espacio (las demás se han ido de convivencias unos días) pero ahí no queda la cosa. Un día sin más, como otro cualquiera, a eso del alba, a María se le presenta Dios cantándole canciones de Whitney Houston  (en unas escaleras que conducen al cielo, como le ocurría a Frenchie, la peluquera insegura de Grease, pero en su caso era Franke Avalon cantándole “Beauty school Drop-Out”, para encauzar la vida de la desdichada joven). Una aparición que trastoca las emociones de la joven que se esconde en sí misma, intentando descubrir que hay en todo esto. Su amiga del alma, Susana, no entenderá la actitud de María y hará lo imposible para que su amiga vuelva a su lado.

Ambrossi y Calvo toman como referencia musicales como The horror picture show o El fantasma del paraíso, para construir una comedia musical honesta y con carácter, de endiablado ritmo, lleno de energía, amor y ternura, donde se contagian unas inmensas ganas de vivir a pesar de todo lo que nos rodea. Unos números musicales heterogéneos que casan a las mil maravillas desde el rock con el tema “Estoy alegre”, donde las dos monjas se marcan un rockabilly alucinante en el comedor, a los temas religiosos como “Viviremos firmes en la fe”, o un éxito pop de Presuntos Implicados como “Todas las flores” que se marca una Belén Cuesta completamente desatada, pero en su intimidad, recordando aquello que podía haber sido y sigue sin poder olvidar, y cómo no, los tres temazos de la Houston que se marca Dios.

Ambrossi y Calvo ejecutan con entusiasmo la combinación de comedia con leves toques de drama, sin necesidad de grandes alardes téncios ni argumentales, creyendo en su relato, escavando en las diferentes emociones contradictorias que viven sus personajes, en los que no sólo deberán encontrarse a sí mismas, sino que también, deberán relacionarse con las demás para no sentirse tan diferentes y compartir lo que sienten. Una película con la cuidada producción de Enrique López Lavigne, que cambia de registro, después de la terrorífica Verónica, de gran factura técnica que presenta una cálida luz que mezcla con cierto y sensibilidad la luminosidad con los colores apagados, obra de Migue Amodeo (habitual de Paula Ortíz) el preciso y rítmico montaje de Marta Velasco (colaboradora de las últimas de Jonás Trueba) o el acogedor y detallista departamento artístico obra de Roger Bellés (que ya disfrutamos en las obras de Isaki Lacuesta e Isa Cambpo), sin olvidar la excelsa producción musical desde su score obra de Leiva, y la producción de uno de los grandes, Nigel Walker (detrás de músicos como Dylan, Pink Floyd o The Beatles…, casi nada).

Y qué decir de su reparto, desde Macarena García, la maravillosa princesa de este cuento de ser uno mismo, bien acompañada por la arrolladora personalidad de Anna Castillo, las dos protagonistas alocadas que viven con intensidad y son capaces de montar lo que sea, y las dos monjas, la madura Gracia Olayo (de “Las Veneno”, que aquí es una jefa con corazón e intenta lidiar con los sentimientos de una perdida y alucinada María, Richard Collins-Moore, el intérprete inglés afincado en España, dando vida al Dios cantante, y Belén Cuesta, que vuelve a demostrar como hizo en Kiki, el amor se hace, que es una de las grandes actrices de comedia actuales, aunque también tiene su momento emotivo con ese baúl que no sólo guarda recuerdos, sino que además, guarda todo aquello que nos negamos a ser, digamos por miedo o inseguridad, porque al fin y al cabo, de esos temas nos habla la película, de no tener miedo a ser quienes somos, de descubrirnos a nosotros mismos, y dar rienda suelta a lo que sentimos, materializar esos sueños que nos laten en el alma, aunque eso sea trasgredir contra todo aquello que te rodea y romper con lo conocido para aventurarse a aquello que no conocemos, pero inevitablemente, es todo lo que realmente sentimos que tenemos que hacer, y si es cantando y bailando mejor que mejor.


<p><a href=»https://vimeo.com/226428110″>LA LLAMADA TRAILER</a> from <a href=»https://vimeo.com/dypcomunicacion»>DYP COMUNICACION</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Mimosas, de Oliver Laxe

mimosas-cartelLA ETERNIDAD NOS ESPERA.

“Si tú lo haces bien, yo lo haré mejor”

Una caravana de hombres a lomos de caballos y mulas atraviesan las escarpadas y áridas montañas del Atlas marroquí para llevar a cabo la última voluntad de un patriarca cheikh que quiere morir junto a los suyos en Sijilmasa. Entre ellos, viajan Ahmed y Saïd, dos buscavidas esperando su oportunidad, pero, el anciano muere antes, y deciden a hacerse cargo del transporte, tras previo pago, aunque desconocen el camino, aunque contarán con la aparición de Shakib. La segunda película de Oliver Laxe (París, 1982) mantiene el espíritu de libertad creativa de su anterior obra, Todos vós sodes capitáns (2010), en la que a través de un híbrido entre ficción y documental, el propio cineasta filmaba su experiencia como responsable de un taller de cine con niños desheredados en Tánger.  En Mimosas, Laxe (nacido en París de padres inmigrantes gallegos, que estudió cine en Barcelona, vivió en Londres un período y establecido en Marruecos durante la última década) nos traslada a un mundo mágico, de leyenda, de mito, que sólo existe en el cine, en un viaje maravilloso y brutal sobre la fe, sobre alguien, Ahmed, que la ha perdido, que representa al hombre moderno, escéptico y envuelto en sus deseos y objetivos, sin importarle su alrededor.

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El cineasta gallego enmarca su película en un aura de misticismo y aventura que evoca a otros elementos, aunque sin llegar a pertenecer a ninguno de ellos,  como la obra de aventuras con espíritu clásico, al estilo de los Ford o Hawks, con ese aire mítico de las grandes travesías infinitas por el desierto, o las obras crepusculares de Peckinpack, Hellman, o Los tres entierros de Melquíades Estrada, de Tommy Lee Jones, donde sus protagonistas, desterrados de la sociedad civilizada, deambulan por un mundo salvaje ajeno, en el que de alguna forma acaban materializándose con su paisaje, o los retratos de personajes en continua incertidumbre espiritual como Nazarín, de Buñuel, los franciscanos de Francisco, juglar de Dios, de Rossellini, el pintor de Andrei Rublev de Tarkovski, el párroco de Diario de un cura rural, de Bresson, entre otras. Laxe desestructura su relato en tres posiciones del islam: ruku (inclinación), quiyam (erguida) y sajdah (prosternación), que definen también los tres tiempos que transitan por su historia: la actualidad, ubicado en la ciudad, con automóviles y hombres en busca de empleo, en el que conoceremos al personaje de Shakib (pura bondad, el que mantiene la fe, aunque con sus dudas), un segundo tiempo, situado en las montañas del Atlas (en el que parece un tiempo lejano, perdido en los ancestros, donde nos encontraremos con Ahmed (el hombre sin fe, el escéptico, el errante que ha perdido su alma y sólo vela por sus intereses) y un tercer tiempo, sin tiempo, un universo espiritual, en el que sólo el alma se manifiesta, lo más profundo de nosotros, un mundo en el que Shakib parece pertenecer, que traspasa de un lugar a otro, este hombre convertido en ángel, en un ser de otro mundo.

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Laxe impone un ritmo reposado y místico a su aventura, sus personajes se mueven entre caminos difíciles, descansan entre arroyos o el calor de una fogata nocturna, se miran entre ellos, discuten sus diferencias, en un tiempo indefinido, un tiempo detenido, sin anclaje, en un paisaje, de complejo tránsito y naturaleza tenebrosa, que acaba convirtiéndose en uno más, que adopta launa imagen protectora ante sus circunstanciales moradores, siguiendo sus caminares pesados, y envueltos en polvo y frío (como nos diría Aldecoa) con la única compañía de su sombra que los acoge sin dejarles ir, siempre a su vera, acariciándolos o torturándolos según se precie. Unos personajes perdidos en su interior, en continúa batalla con su espíritu, que deberán confiar en los otros para poder seguir caminando hacia su destino, aunque todavía desconozcan cual será. Una película que ahonda en un cine de colores, de formas e imagen, con la bellísima y pausada luz, entre velada y de sombras, de Mauro Herce (que ya se doctoró en la naturaleza ancestral de Arraianos o el blanco y negro rasgado de O quinto evanxeo de Gaspar Hauser), un montaje ágil y sereno de Cristóbal Fernández (una filmografía con títulos tan interesantes como el perdido, La jungla interior o Aita) y el sonido envolvente y físico de Amanda Villavieja (habitual de Guerín o Isaki Lacuesta e Isa Campo) y la magnífica aportación en el guión de Santiago Fillol (coautor del interesantísimo trabajo sobre la impostura Ich Bin Enric Marco).

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Laxe es un cineasta muy personal y particular en el actual panorama cinematográfico, que construye un cine fascinante e hipnotizador, que se mueve entre las sombras del alma y los designios del espíritu, a partir de infinidad de referencias culturales, políticas y religiosas de orígenes múltiples, de diversas identidades y raíces, para abordar un universo en continua transformación espiritual, en el que conviven los hombres con fe y sin fe, en el que se mueven la tradición y la modernidad, en el que todo es posible, en el que se evoca el misterio, lo inefable, el espíritu de cada uno de nosotros, de los demás y todo aquello que nos rodea, que tiene la inspiración sufí como guía para relatarnos este retrato sobre los hombres y sus circunstancias, sobre cómo vencer la pérdida a través de lo que somos y entendernos, y vivir con eso, con nuestras batallas interiores y descubrirnos y saber quiénes somos y hacia donde nos dirigimos, aunque desconozcamos el camino que debemos seguir.

Tea Time (La Once), de Maite Alberdi

A0-cast(base)LOS AÑOS VIVIDOS.

La película arranca introduciéndonos en la preparación de una celebración, a través de planos detalle, asistimos a los últimos retoques de diferentes exquisiteces de repostería, con sus cremas y chocolates, y también, el relleno de panecillos, con el acompañamiento del té que está caliente y listo para ser servido, alimentos que degustarán las cinco mujeres que conoceremos a continuación. El reloj toca las cinco de la tarde, hora exacta en el que aparecen las invitadas a la mesa, una mesa ornamentada y lista para la ocasión. Cinco mujeres: Teresa, Alicia, Angélica, Ximena y Gema, que se conocieron en el Colegio católico de Santiago de Chile donde estudiaron, siguen fieles a su cita mensual de encuentrarse. Ritual, que parece de tiempos pasados, pero que siguen escrupulosamente, desde que salieron del colegio, un ritual que sigue produciéndose desde hace más de 60 años.

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La directora Maite Alberdi (1983, Santiago de Chile) que ya apuntó buenas maneras en su anterior trabajo El salvavidas (2011), vuelve al espíritu que regía su puesta de largo, y se adentra en la intimidad y cotidianidad de unas vidas anónimas en las que construye unos relatos de profunda humanidad y sensibilidad acompañados de grandes dosis de humor. Alberdi rescata un dicho popular chileno “tomar once”, que se dice cuando se queda para merendar, y filma esos encuentros, la intimidad del hogar, y más concretamente en los salones de estas mujeres que rozan o traspasan la ochentena. La directora, nieta de una de sus protagonistas, ha registrado durante cinco años los encuentros de su abuela y sus amigas, construyendo un relato breve (70 minutos) pero en el que a través de las miradas de estas mujeres conocemos un parte de la historia de Chile, filmado en primeros planos y planos detalle, todo lo que se comparte en esas citas. Mujeres de educación católica y conservadora, distinguidas y coquetas, que han llevado unas vidas de imponente moral religiosa y acomodadas de Santiago de Chile. Un retrato femenino, en el que unas mujeres se encuentran y hablan de política, de los cambios sociales, culturales y económicos que ha sufrido Chile a lo largo de más de medio siglo. También, discuten, dialogan, intercambian impresiones, a veces tienen criterios completamente diferentes, pero sobre todo, ríen, ríen mucho, no han perdido el sentido del humor, y las ansias de seguir viviendo y encontrándose con sus amigas del alma.

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Aprovechan las citas mensuales, para hablar de ellas, de sus hijos y nietos, sus enfermedades, recordar a las ausentes, ya sea por fallecimiento o enfermedad, tener un pensamiento para sus esposos, los vivos o los muertos, su vida matrimonial, y sobre todo, hablan de sus inquietudes, de sus miedos e inseguridades, del tiempo que pasaron juntas, del tiempo que murió, el tiempo compartido, y la profunda amistad que las ha unido durante tanto tiempo. También planean excursiones, que Alberdi, en un acierto de guión, sólo nos las muestra mediante fotografías, su campo fílmico se centra en las cuatro paredes de los salones, algún plano de la cocina, pero breve y conciso, se limita a la mesa, mimada al mínimo detalle, y a sus personajes, mujeres acomodadas, distinguidas y de otro tiempo, con ideas y rituales que morirán con ellas, ya nadie, sus predecesores no continuarán con estas citas mensuales. Un tiempo que comparten, desde que eran niñas, un tiempo de amistad, de vida, de muerte, de alegrías e infortunios, de compañía y soledad, de certezas y dudas, viendo a un país que en los últimos cuarenta años ha pasado de la democracia de Allende a la dictadura de Pinochet, para volver a la libertad, otra vez. Una película sencilla y honesta sobre el paso del tiempo, la vejez y sobre todo, la extraordinaria capacidad para seguir viviendo a pesar de la vida, de todo lo que vivimos y lo que nos queda por vivir.

Toro, de Kike Maíllo

CARTEL-TOROTHRILLER A LA ANTIGUA USANZA.

Desde tiempos inmemoriales, el buen cine se ha revelado como un fiel reflejo de la situación social, política y económica del país en cuestión, erigiéndose como metáfora en la que se reflejaban todos los males de una sociedad enferma, perdida y corrupta. Después de la interesante e hipnótica Eva (2011) con la que debutó en el largo Kike Maíllo (1975, Barcelona), su nuevo trabajo supone una vuelta de tuerca en relación a la citada película. Si en Eva, componía un relato a medio camino entre la literatura de ciencia-ficción clásica, la búsqueda interior y una “love story” interrumpida, bajo una imagen estética de gran belleza, en la que se imponía una historia a la que le faltaba algo más de emoción. En Toro, se ha decantado por dos guionistas de gran calado y experiencia como Fernando Navarro (Anacleto, agente secreto) y Rafael Cobos (habitual de Alberto Rodríguez), en la que no falta de nada: ese sur, el de Marbella, Torremolinos…, de fuertes costumbres y tradiciones, la arquitectura vacacional de edificios con aliento espectral que desafían los límites arquitectónicos y estéticos, el mundo oscuro de los bajos fondos, persecuciones rodadas con gran nervio y sentido del espectáculo, y un buen puñado de personajes con enjundia emocional, apoyados por una fuerte estilización de la imagen que impregna la historia de ese aroma de pérdida, desilusiones y mugre que contamina todo el ambiente y a los personajes.

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El film se sumerge en una trama frenética y sangrienta, nos mete de lleno en 48 horas, en las que un pardillo e inmaduro tipejo que se hace llamar López, ha robado al capo, a Don Rafael Romano, éste envía a sus matones para cobrar, y López acojonado, pide ayuda a su hermano pequeño, Toro, que dejó ese mundo de mafiosos y gentuza, y está a punto de pasar al tercer grado de una condena de cinco años. Toro ha cambiado de vida, conduce un aerotaxi y vive con su novia. Pero todo cambia, y para peor, Toro, López, y la hija de este se sumergen en un huida a toda hostia, en la que deberán esconderse como alimañas perseguidas por Don Rafael y sus secuaces. La quemada y abstracta luz que impone Arnau Valls (responsable de la imagen de Eva, Anacleto o Naufragio, de Pedro Aguilera) actúa de forma impecable para llenar de contrastes y desazón todo lo que sienten unos personajes al límite y llenos de malasangre. Un montaje punzante y eléctrico obra de Elena Ruiz (las últimas de Coixet, entre otras) que mezcla con sabiduría los momentos que van a toda velocidad con los de apaciguamiento, llenan una película valiente, honesta y rabiosa, que se ve con mucho interés y atrapa desde el primer instante (con ese sublime arranque de luz tenebrosa en la que Don Rafael se encuentra con la echadora de cartas, en la que el destino toma la palabra y las emociones se disparan).

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Una cinta de buenos personajes, desde los matones a sueldo que limpian la mierda del jefe, destacando a Ginés, su hombre fiel, un tipo que obedece a un diablo con apariencia paternal, López (contenido y fantástico Tosar) en un personaje miserable, cobarde y vilipendiado, que no hace más que meter en líos a sus hermano, y vagar como un pobre diablo, Don Rafael Romano (como aquel Pepe, figura del macho en La Casa de Bernarda Alba, de Lorca, que además de citar a los clásicos, suelta perlas del tipo: “España es un país de malos hermanos” ó “La mala memoria, otros males de este puñetero país”), interpretando magistralmente por José Sacristán (convertido en icono y figura esencial en el cine español actual) que realiza toda una inacabable gama de recursos interpretativos, desde su forma de mirar, hablar y moverse. Sacristán es el capo del dinero sucio, la figura paternal para ellos, de los que saca toda la sangre y la vida, lo mejor de cada uno de ellos para su beneficio, un señor elegante, señorito andaluz, de la vieja escuela, vestido de los pies a la cabeza, sin escrúpulos, cofrade mayor, y que se maneja como Dios en ese inframundo de gentuza sin escrúpulos que mata sólo con oler el dinero.

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Y para finalizar, Toro (con un Mario Casas en plena forma física y emocional, que defiende un personaje fuerte pero sensible) representa a ese joven que ha dejado el mundo de Don Rafael, pero inevitablemente tiene que volver a él, y peor aún, enfrentarse a su figura. Toro es esos chicos de infancia perdida, de sinsabores y huidas constantes, que han sido amamantados por seres infectos e inmorales, que los han utilizado y exprimido para su beneficio económico y emocional, que no han conocido otra vida. Toro no puede dejar su pasado atrás, lucha contra fuerzas superiores que no puede vencer, su camino es ingrato y lleno de miseria y podredumbre, está condenado a un destino que lo persigue y lo ahoga sin remedio, sin posibilidad de escape, como los Cagney, Bogart, etc…, que también describía el cine clásico de los 30 y 40. La película no esconce sus referencias, los clásicos setenteros de Peckinpah, Lumet, Siegel, Pakula, Boorman o Pollack, por citar algunos, o el Spaghetti western de los Leone, Corbucci, etc… están muy presente, o los más cercanos en el tiempo y estructura, los thrillers asiáticos, o los trabajos de Díaz Yanes (Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto ó Sólo quiero caminar), Urbizu (La caja 507 ó No habrá paz para los malvados) ó Rodríguez (Grupo 7 ó La isla mínima), películas que demuestran el buen pulso del género patrio, y que convierten a Toro, en una buena muestra de ese cine, en el que se mezclan las raíces más intrínsecas de lo nuestro, patria, religión, sangre y familia, con la mentira, extorsión y el retrato de un país amoral, lleno de sinvergüenzas que mienten, roban, y llegados al caso, asesinan y te borran del mapa.

Sayat Nova, de Serguei Paradjanov

sayat_nova_49860LA IMAGEN REVELADORA.

“Yo soy aquél cuya vida y alma son torura”

Sayat Nova.

Durante sus sobrios títulos de crédito, se nos anuncia que la película que vamos a ver no intenta contar la vida de un poeta, nos explican que el cineasta ha intentado recrear su mundo interior, sus estados de ánimo, sus pasiones y tormentos, en el que se ha utilizado ampliamente los simbolismos y las alegorías, propias de la tradición de los poetas-trovadores de la Armenia Medieval (Asough). El cineasta armenio Serguei Paradjanov (1924-1990), que se diplomó teniendo al cineasta ucraniano Alexandre Dovjenko, entre uno de sus maestros, alcanzó su gran éxito, obteniendo premios internacionales, con el noveno título de una carrera que sobrepasó la decena de trabajos, Los corceles de fuego (1964), una película poética en la que se narraba la historia de amor de dos jóvenes que pertenecían a familias enfrentadas, una cinta con la que abandonaba el realismo soviético oficial. Su siguiente trabajo fue Sayat Nova, filmada durante 1967-1968, y con un presupuesto ajustadísimo, una película basada en la vida del poeta armenio del siglo XVIII (1712-1795), figura mayor del arte del ashik (trovador) que escribía sus poemas y los cantaba acompañado de un laúd o de un kamanche, y empleó las tres lenguas del Cáucaso (georgiano, armenio y azerí), además de ser un símbolo de libertad y hermandad entre los pueblos.

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La película tuvo infinidad de problemas con la censura soviética, – el propio Paradjanov acabó internado en campos de trabajo en más de una ocasión – una vez finalizada la película, el Goskino (comité cinematográfico del estado) la juzgó de ser una obra oscura y formalista, demasiado alegórica, que no reflejaba la vida del poeta, y optaron por cambiarle el título, El color de la granada (cómo se conoció internacionalmente) y remontarla sin contar con Paradjanov. La actual restauración hace justicia a una película que debió tener el reconocimiento internacional que merecía. Paradjanov hizo una película diferente, que no se parece a ninguna otra, una obra sumamente poética, de una audacia formal exquisita, carente de realismo, y alejada de herramientas narrativas que nos sirvan de guía para identificar lo que se nos cuenta. El cine de Paradjanov no viaja por caminos conocidos, su campo cinematográfico es otro, una obra extremadamente poética, artística y visionaria. Una obra muy personal, arriesgada y profundamente bella. Nos cuenta la biografía del poeta Sayat Nova, donde podemos identificar sus diferentes etapas vitales, la infancia, la etapa adulta en la corte del Rey de Georgia, y finalmente, su vejez, recluida en un monasterio del Cáucaso, y posterior muerte, durante el saqueo de Tbilisi. La película crea una historia sin tiempo y espacio, sin orden cronológico, sólo de sensaciones y experiencias más propias del espíritu y el alma. Paradjanov no recurre a ningún síntoma narrativo convencional, huye de esa forma, su universo lo constituyen el surrealismo y la experimentación con la imagen y el sonido. Cimenta su película a través de Tableaux vivants (cuadros vivientes) donde nos va explicando escenas de la vida del poeta, un itinerario en el que utiliza un lenguaje sumamente críptico y oscuro, acompañado de los versos del poeta, mediante una voz en off o intertítulos, y algunos movimientos perpetrados con la técnica de stop motion.

sayat-nova3El cineasta armenio como hiciera en otros filmes, nos cuenta una historia de amor, a la que el poeta se ve obligado a renunciar y acabar sus días recluido sin poder olvidar a su amada. La música es otro de los elementos fundamentales, como lo era en la obra de Sayat Nova, en muchos instantes observamos como los “cuadros”, con marcada iconografía eclesiástica, se convierten en números musicales, donde la libertad de movimiento y coreografías inundan la pantalla. Paradjanov edifica una obra de grandísima belleza pictórica, donde su virtuosismo contamina la imagen levándola hacía lo divino y transcendental. Una película que mantiene la eterna lucha entre lo divino y lo terrenal, la luz y la oscuridad, entre la carne (simbolizado en el color rojo, amor, sexo, danza) y lo espiritual (colores grises y oscuros, reclusión monasterial, las lecturas bíblicas y el culto religioso), con la introducción de elementos dionisiacos (las uvas y las granadas) que dejan paso al misticismo religioso. Una obra de fuerte carga lírica que, en ciertos momentos se acerca a otra cumbre del cine-poesía como La casa es negra (1963), de Forug Farrokhzad, en la que la poeta-cineasta iraní realizaba una obra de gran profundidad a través de sus versos y la cotidianidad de una leprosería. Paradjanov inunda su película de imágenes imperecederas, bellas, pero también oscuras y siniestras, imágenes que forman un elaborado y formalista mosaico de las escenas de la vida de un poeta perseguido, rechazado y desterrado. Una obra cumbre que no solo rescata a un cineasta poco reconocido, sino que nos sumerge en una película que ensalza las virtudes de la poesía y sobre todo, en una emocionante lección de cine para nuestros sentidos, en la que se deja lo narrativo de lado, para abrazar una experiencia visual y sensorial que nos conduce hacía lugares no identificados que nacen y mueren en el espíritu.

¡Buen Camino!, de Lydia B. Smith

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Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”

Antonio Machado

La realizadora estadounidense Lydia B. Smith debuta en el largometraje (después de una amplia experiencia en los departamentos de producción y cámara en películas tan importantes como Ed Wood, Matilda o Mentes peligrosas), abordando el viaje emocional y espiritual de seis personas que están haciendo el Camino de Santiago (el Camino Francés, de 800 km de recorrido desde St. Jean Pied de Port, en Francia, hasta Santiago de Compostela). Seis personas de diferentes nacionalidades, edades y creencias, todas ellas con sus propias razones y motivaciones personales que les han llevado a realizar este viaje personal e interior hacía sí mismos.

La cineasta toma una actitud honesta y humana, se aleja de subterfugios conmovedores y efectistas, y se centra en las personas, en este grupo de seres humanos y sus vivencias diarias acompañándolos en estos 40 días más o menos que dura el trayecto. Unas personas que han dejado atrás la vertiginosa vorágine del mundo, se han parado, y se han puesto a caminar, en soledad o en compañía, disfrutando de otro tiempo, un tiempo detenido, un tiempo para respirar, para escucharse, para mirar y disfrutar de cada gesto, de cada detalle, del propio paisaje y sentir sus emociones en contacto con la madre naturaleza. La directora se detiene en cada uno de ellos, se toma el tiempo necesario, nos los muestra de manera sencilla, y desde un lado espiritual, a unos, y otros como aventura y reto personal, no pretende enseñar nada sobre el camino, tampoco que su película sirva como un escaparate para empujar a otras personas a hacerlo, sino todo lo contrario, es un viaje muy personal de cada uno de ellos, mostrándonos los momentos alegres y los problemas que se van encontrando: la camaradería que reina entre los peregrinos o caminantes, la solidaridad entre ellos, la convivencia que se genera y la paz y tranquilidad que se respira a cada paso, y por otro lado, las dificultades que se van encontrando, el cansancio físico, lesiones y heridas, lluvia, sol abrasador, y demás incontinencias de la propia naturaleza del camino.

Smith aporta los testimonios de sus protagonistas, que van explican sus sensaciones y sentimientos que van experimentando a lo largo y ancho de la ruta jacobea, acompañado de las reflexiones de los expertos en el camino, sacerdotes, hospitalarios y demás personas que explican la historia, las motivaciones y el espíritu que recorre todo el trayecto religioso que recorren gentes de todo el mundo desde el siglo IX. La cineasta americana se detiene en los gestos y los detalles, pariendo un magnífico trabajo de luz que invade todos los escenarios naturales de la película, y retrata la belleza y tradiciones de los lugares y pueblos que se van encontrando durante el trayecto, su cámara camina entre los peregrinos, vive y respira la experiencia, habla cuando es necesario, y calla cuando la situación lo requiere, toma su distancia cuando las personas que filma necesitan su espacio, se introduce en sus vidas, en sus personales trayectos de búsquedas de sí mismos, de manera sutil y enriquecedora, sin caer en discursos y juicios sobre ninguno de ellos, deja que ellos se expliquen, que el propio camino los defina o simplemente, que el camino y la experiencia que están viviendo, les sumerja en un proceso vital y personal que han elegido vivir para seguir creciendo como seres humanos y descubrirse a sí mismos.

Entrevista a Jean-Charles Hue

Entrevista a Jean-Charles Hue, director de “Clan salvaje». El encuentro tuvo lugar el Jueves 16 de abril en Barcelona, en el hall del Cine Zumzeig.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jean-Charles Hue, por su tiempo y sabiduría, a Diana Santamaría, de Capricci Cine, por su generosidad y paciencia, y que amablemente tomó la fotografía que encabeza la publicación, y al equipo del Cine Zumzeig, por su trabajo, complicidad y lo estupendamente bien que me tratan cada vez que los visito.

Gett: El divorcio de Viviane Amsalem, de Ronit y Shlomi Elkabetz

254221.jpg-r_640_600-b_1_D6D6D6-f_jpg-q_x-xxyxxUNA MUJER SOLA

Gett, es una palabra hebrea que significa “papeles de divorcio”. Los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz vuelven a ponerse tras las cámaras para cerrar su trilogía sobre la emancipación de la mujer en Israel, a través de su protagonista, Viviane Amsalem, (personaje que encarna la propia directora Ronit Elkabetz, portentosa y fascinante su composición). Trilogía que arrancaron en el 2004 con To Take a Wife, donde Viviane, quería separarse de su marido, pero sus hermanos la persuadían para que no lo hiciera. A continuación, en el 2008, presentaron  Los siete días, donde situaban a una familia velando el cadáver de uno de los suyos, y finalmente la que nos atañe.

 La trama es sencilla, Viviane lleva años separada de su marido Elisha, pero ahora quiere un divorcio legal para ser completamente libre y empezar una nueva vida. La cuestión radica en una incomprensible y abusiva ley hebrea que dicta que el divorcio sólo es posible si el marido da su consentimiento. El dispositivo de los realizadores hebreos es simple y contundente, unos pocos personajes que utilizan tres idiomas (hebreo, árabe y francés), el matrimonio en litigio, los respectivos abogados, y los testigos –familiares y amigos- que bajo sus testimonios contradictorios y complejos se desatan en una radiografía particular y honesta de la situación social en Israel. Una estructura formal que encierra a los personajes en las cuatro paredes de la sala de juzgados, apenas hay algunos planos de los pasillos de afuera, dotando a la trama de una atmósfera opresiva y muy asfixiante. Bajo este yugo de mise en scène, donde el tratamiento del punto de vista entre los personajes alcanza cotas de virtuosismo y grandeza, colocando a cada uno de ellos frente al otro y así mismo, apoyándose en sus gestos y miradas sostenidas. Una elaborada trama sobre la obstinación de una mujer frente a la inflexibilidad de su marido y de unos rabinos/jueces que justificarán la ley religiosa frente a ella, poniéndose de parte del marido que tiene las de ganar. Un marido que se empeña en continuar con su mujer y que ésta vuelva al hogar familiar.

 Durante los cinco años que transcurren desde el comienzo del proceso hasta que se da por zanjado. Uno de los aciertos de la película, es la montaña rusa de tono y perspectivas de su andamiaje, pasamos del relato noir, en algunos momentos nos encontramos frente a una de terror, en otros se impone la comedia, donde el absurdo de la situación adquiere situaciones de auténtico ridículo y farsa. Un cuento cotidiano donde la intolerancia religiosa se ve incapaz de respetar los deseos y libertades individuales de la mujer, que se encuentra inmersa en una locura kafkiana que convierte su demanda en una condena, y su existencia en una cárcel donde es tratada y vejada como si fuera una presa. Una historia cruel y terrorífica que nos habla de la terrible situación en la que se encuentran muchas mujeres en el mundo, donde la religión las ha anulado completamente, convirtiéndolas en seres invisibles e indefensos, donde las pocas salidas que tienen son las de luchar hasta la saciedad sin desfallecer en su vía crucis particular, porque el objetivo del estado no es otro que alargar los procesos para que el agotamiento se apodere de las demandantes, y así éstas se retiren y vuelvan a su hogar, y sigan siendo un ejemplo de esposas (in)felices y sometidas a la voluntad marital.