Matadero, de Santiago Fillol

ARGENTINA, 1974.

“La escena que se representaba en el matadero era para ser vista, no para ser representada”

Esteban Echevarría, El matadero 1830

Todo el arranque de la primera película de ficción de Santiago Fillol (Córdoba, Argentina, 1977), es de una sobriedad y concisión sobrecogedoras. Un sonido industrial y abstracto nos sitúa en el interior de un automóvil con un destino que desconocemos, en el que vemos unas manos entrelazadas del que no sabemos su identidad. El vehículo se detiene y frente a su capo, se reflejan unas personas que protestan o celebran. Inmediatamente después estamos en el interior de un cine en la actualidad, donde se proyectará la película “Matadero”, del director estadunidense Jared Reed, que comparte apellido con aquel otro John que vivió la Revolución Rusa de octubre de 1917. Nos informan que es una película maldita, que nunca se ha proyectado y además, tiene la losa de las muertes que se produjeron durante su rodaje. La película viaja hacia la Pampa Argentina de 1974, donde Reed está en pleno proceso de rodaje del cuento “El Matadero”, de Esteban Echevarría, un relato que habla de unos matarifes que degüellan a sus patronos.

A Fillol, afincado en Barcelona, lo conocíamos por su trabajo como docente, escritor sobre cine, asistente de directores como Isaki Lacuesta y Ben Rivers, guionista de Oliver Laxe, y director de dos trabajos sumamente interesantes como Ich Bin Enric Marco (2009), que codirigió junto al filósofo Lucas Vermal, en el que seguía el testimonio del mencionado, que decía ser un superviviente del nazismo, y la película corta Dormez-Vous (2010), nacida a partir de su colaboración en la película Low Life, de Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval, en la que una actriz viaja al imaginario de su personaje. Con Matadero, escrita por el poeta Edgardo Dobry, el mencionado Vermal y el propio director, vuelve a sumergirse en el imaginario cinematográfico y sus procesos creativos, pero haciéndolo desde una perspectiva inusual y muy enriquecedora, porque toca varios temas: la lucha de clases, que está presente en la novela que se está adaptando en la película ficticia que se está filmando, ante aquello que se representa y cómo se representa, el conflicto capital que se genera entre las diferentes visiones opuestas entre Reed, sus jóvenes intérpretes pertenecientes al teatro político, y los peones que son manejados al antojo del director, y después, el complejo contexto social, político y cultural de aquella Argentina de mediados de los setenta, en que el estado ya apuntaba a la dictadura que estallaría dos años después, que la emparenta con la reciente Azor, de Andreas Fontana, en muchos aspectos.

Su relato, desde el punto de vista de la joven admiradora de Reed, que lo sigue a todas partes, la entusiasta del cine que quiere ser como su admirado, un testigo de toda esta barbarie que se está cociendo, mientras unos quieren hacer cine reflexivo, radical y violento, y otros una revolución. La excelente cinematografía de un grande como Mauro Herce, con ese aspecto de 1.85:1, que ayuda a fortalecer los primeros planos en una película de interiores e intimidad, donde todo se cuece en las sombras y las habitaciones cerradas. Así como el exquisito montaje de otro grande como Cristóbal Fernández, que combina ritmo con reflexión sus ciento seis minutos de metraje, en una película que es más una balada del desencanto y la tristeza de un país que se aboca al abismo sin remedio. La potentísima música de Gerard Gil, que comparte con el mencionado Cristóbal Fernández, con esas composiciones western y afiladas que nos recuerdan a su magnífico trabajo en La próxima piel (2016), de Isa Campo y Lacuesta, el gran trabajo de sonido de Carlos García, que en su filmografía tiene títulos tan importantes como los de los colombianos Cristina Gallego y Ciro Guerra, Irene Gutiérrez y la reciente Eles transportan a morte, y el sumamente cuidadoso trabajo de arte de la argentina Ana Cambre, que también estuvo en la mencionada Azor, y la potente coproducción de El Viaje Films, que ha producido a gente tan interesante como Théo Court, Mnauel Muñoz Rivas y los citados Gutiérrez y Herce, entre otros.

Fillol compone un medido y cercano elenco capitaneado por Julio Perillán en la piel del apasionado y obsesivo Jared Reed, el cineasta difícil, en plena decadencia, con esos momentazos, entre la nostalgia y la pérdida, en los que vuelve a ver sus antiguos westerns convencionales entre sombras nocturnas, y un gran ramillete de excelentes intérpretes del país sudamericano que componen con cercanía y naturalidad unos personajes atrapados en una película y en un país enajenado y sin rumbo, como Malena Villa, la joven inocente y testigo mudo de todo lo que está ocurriendo a su alrededor, Lina Gorbaneva, compañera de Reed, una mujer que fue y yo no es, que vive anclada en una aventura que tiene mucho de despedida y poco de cine, la maravillosa presencia de la maravillosa Eva Bianco, actriz fetiche de Dantiago Loza, que recuerda a la Saturna que hizo la gran Lola Gaos en Tristana, y el grupo de teatro en el que están unos sorprendentes Ailín Salas, una mujer de fuerte carácter y la heroína de la trama de la película que se rueda, Ernestina Gatti, Rafael Federman y David Szchetman.

Celebramos la vuelta a la dirección de largometrajes de Fillol, porque no solo ha construido una película muy sólida, con múltiples capas, tanto de forma como de fondo, con unos personajes complejos y un trama que va desmadejándose sin prisas, creando esa amenaza constante en todos los sentidos, donde todo parece en un estado de violencia latente, en un tiempo transitorio, un tiempo de monstruos que diría Gramsci, con personajes de carne y hueso, sometidos a una gran tensión y una fuerte carga psicológica, que se echa de menos en el cine de hoy en día, en el que se mezclan géneros con elegancia como el western seco, crepuscular a lo Peckinpah, cine negro, con el mejor tono de títulos como Rojo (2018), de Benjamín Naishat, que comparte con Matadero el contexto histórico, sino que ha hecho muy buen cine político en tiempos donde más falta hace, con el mejor aroma de títulos como Z (1969), de Costa-Gavras, y Tiempo de revancha (1981), de Adolfo Aristarain, en que el horror y la violencia, tanto en la ficción como en la realidad se muestran fuera de campo, no las vemos pero están por todas partes, en las sombras, ocultas, acechándonos, esperando su momento, ese momento en que todo cambiará. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a OLiver Laxe

Entrevista a Oliver Laxe, director de “Mimosas”. El encuentro tuvo lugar el viernes 6 de enero de 2016 en el domicilio de Santiago Fillol, coguionista de la película, en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Oliver Laxe, por su tiempo, generosidad, y cariño, a Ramiro Ledo y Xan Gómez de Numax Distribución, por su amabilidad, paciencia y cariño, y a Santiago Fillol, por su hospitalidad, generosidad y cariño, y tener el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.

Mimosas, de Oliver Laxe

mimosas-cartelLA ETERNIDAD NOS ESPERA.

“Si tú lo haces bien, yo lo haré mejor”

Una caravana de hombres a lomos de caballos y mulas atraviesan las escarpadas y áridas montañas del Atlas marroquí para llevar a cabo la última voluntad de un patriarca cheikh que quiere morir junto a los suyos en Sijilmasa. Entre ellos, viajan Ahmed y Saïd, dos buscavidas esperando su oportunidad, pero, el anciano muere antes, y deciden a hacerse cargo del transporte, tras previo pago, aunque desconocen el camino, aunque contarán con la aparición de Shakib. La segunda película de Oliver Laxe (París, 1982) mantiene el espíritu de libertad creativa de su anterior obra, Todos vós sodes capitáns (2010), en la que a través de un híbrido entre ficción y documental, el propio cineasta filmaba su experiencia como responsable de un taller de cine con niños desheredados en Tánger.  En Mimosas, Laxe (nacido en París de padres inmigrantes gallegos, que estudió cine en Barcelona, vivió en Londres un período y establecido en Marruecos durante la última década) nos traslada a un mundo mágico, de leyenda, de mito, que sólo existe en el cine, en un viaje maravilloso y brutal sobre la fe, sobre alguien, Ahmed, que la ha perdido, que representa al hombre moderno, escéptico y envuelto en sus deseos y objetivos, sin importarle su alrededor.

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El cineasta gallego enmarca su película en un aura de misticismo y aventura que evoca a otros elementos, aunque sin llegar a pertenecer a ninguno de ellos,  como la obra de aventuras con espíritu clásico, al estilo de los Ford o Hawks, con ese aire mítico de las grandes travesías infinitas por el desierto, o las obras crepusculares de Peckinpack, Hellman, o Los tres entierros de Melquíades Estrada, de Tommy Lee Jones, donde sus protagonistas, desterrados de la sociedad civilizada, deambulan por un mundo salvaje ajeno, en el que de alguna forma acaban materializándose con su paisaje, o los retratos de personajes en continua incertidumbre espiritual como Nazarín, de Buñuel, los franciscanos de Francisco, juglar de Dios, de Rossellini, el pintor de Andrei Rublev de Tarkovski, el párroco de Diario de un cura rural, de Bresson, entre otras. Laxe desestructura su relato en tres posiciones del islam: ruku (inclinación), quiyam (erguida) y sajdah (prosternación), que definen también los tres tiempos que transitan por su historia: la actualidad, ubicado en la ciudad, con automóviles y hombres en busca de empleo, en el que conoceremos al personaje de Shakib (pura bondad, el que mantiene la fe, aunque con sus dudas), un segundo tiempo, situado en las montañas del Atlas (en el que parece un tiempo lejano, perdido en los ancestros, donde nos encontraremos con Ahmed (el hombre sin fe, el escéptico, el errante que ha perdido su alma y sólo vela por sus intereses) y un tercer tiempo, sin tiempo, un universo espiritual, en el que sólo el alma se manifiesta, lo más profundo de nosotros, un mundo en el que Shakib parece pertenecer, que traspasa de un lugar a otro, este hombre convertido en ángel, en un ser de otro mundo.

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Laxe impone un ritmo reposado y místico a su aventura, sus personajes se mueven entre caminos difíciles, descansan entre arroyos o el calor de una fogata nocturna, se miran entre ellos, discuten sus diferencias, en un tiempo indefinido, un tiempo detenido, sin anclaje, en un paisaje, de complejo tránsito y naturaleza tenebrosa, que acaba convirtiéndose en uno más, que adopta launa imagen protectora ante sus circunstanciales moradores, siguiendo sus caminares pesados, y envueltos en polvo y frío (como nos diría Aldecoa) con la única compañía de su sombra que los acoge sin dejarles ir, siempre a su vera, acariciándolos o torturándolos según se precie. Unos personajes perdidos en su interior, en continúa batalla con su espíritu, que deberán confiar en los otros para poder seguir caminando hacia su destino, aunque todavía desconozcan cual será. Una película que ahonda en un cine de colores, de formas e imagen, con la bellísima y pausada luz, entre velada y de sombras, de Mauro Herce (que ya se doctoró en la naturaleza ancestral de Arraianos o el blanco y negro rasgado de O quinto evanxeo de Gaspar Hauser), un montaje ágil y sereno de Cristóbal Fernández (una filmografía con títulos tan interesantes como el perdido, La jungla interior o Aita) y el sonido envolvente y físico de Amanda Villavieja (habitual de Guerín o Isaki Lacuesta e Isa Campo) y la magnífica aportación en el guión de Santiago Fillol (coautor del interesantísimo trabajo sobre la impostura Ich Bin Enric Marco).

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Laxe es un cineasta muy personal y particular en el actual panorama cinematográfico, que construye un cine fascinante e hipnotizador, que se mueve entre las sombras del alma y los designios del espíritu, a partir de infinidad de referencias culturales, políticas y religiosas de orígenes múltiples, de diversas identidades y raíces, para abordar un universo en continua transformación espiritual, en el que conviven los hombres con fe y sin fe, en el que se mueven la tradición y la modernidad, en el que todo es posible, en el que se evoca el misterio, lo inefable, el espíritu de cada uno de nosotros, de los demás y todo aquello que nos rodea, que tiene la inspiración sufí como guía para relatarnos este retrato sobre los hombres y sus circunstancias, sobre cómo vencer la pérdida a través de lo que somos y entendernos, y vivir con eso, con nuestras batallas interiores y descubrirnos y saber quiénes somos y hacia donde nos dirigimos, aunque desconozcamos el camino que debemos seguir.

L’ALTERNATIVA 23: IDENTIDADES Y DIÁLOGOS CON LAS IMÁGENES

El pasado domingo 20 de noviembre hecho el cierre la edición número 23 de l’Alternativa, certamen plenamente consolidado en el panorama cinematográfico de la ciudad, sigue manteniéndose fiel a un estilo marcado por un cine diferente, nacido en los márgenes de una industria demasiado obsesionada en embellecerse y dar la espalda a la reflexión y el conocimiento del mundo en el que vivimos, alejándose de las realidades del hombre y su tiempo. L’alternativa propone cine resistente, cine furioso y lleno de energía, un cine venido de diferentes lugares del mundo, heterogéneo en su esencia, pero cercano en su materia. Unos trabajos muy necesarios que nos muestran realidades complejas, oscuras y tremendamente vivas, orgánicas y sinceras. Cine con espíritu dialoguista que huye de convencionalismos, y construido en base a una identidad muy personal que lo hace muy reivindicativo, profundo y bello.

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Mi viaje por la 23 edición arrancó en la sección oficial con BEIN GDEROT (BETWEEN FENCES), de Avi Mograbi. El director israelí continúa con su compromiso social, político y cultural en el que propone diferentes formas de entender su entorno y los conflictos que se generan. Ahora, nos encierra en Holot, un centro en pleno desierto de inmigrantes africanos a la espera de asilo. Su propuesta se asienta en un taller de teatro en el que los propios internos escenifican su propia vida y de esta manera extraen sus propias reflexiones y sobre todo, una herramienta para mirar al futuro con optimismo. Mograbi arranca el experimento con los africanos pero a medida que avanza el metraje, incluye a los propios israelís que participan en el taller, creando un paisaje homogéneo en el que todo se mezcla y el otro, o la idea que se tiene del extranjero, se reformula convirtiéndose en alguien que no está tan lejos y se encuentra muy próximo a uno mismo. Seguí con PAULA, de Eugenio Canevari. El cineasta argentino debuta en el largometraje con un relato intimista y muy cercano, en el que ahonda en las relaciones sociales mediante la diferencia de clases, en el que sigue la cotidianidad de una joven que cuida a los hijos de una familia burguesa impertinente y estúpida, que al quedarse embarazada de un paria se ve abocada a solicitar ayuda a sus patronos que se la niegan, y así arranca un periplo vital en el que la joven se siente cada vez más sola y aislada. Con reminiscencias al cine de Albertina Carri, Lucrecia Martel y Lisandro Alonso, la película indaga de forma sencilla y con una utilización ejemplar del encuadre y el fuera de campo, de una realidad incómoda y sucia que estructura la degradante condición del marginado en el capitalismo.

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MIMOSAS, de Oliver Laxe. Una de las películas más esperadas del certamen que levantó ánimos contradictorios y semejantes. La segunda película del director gallego afincado en Tánger, después de su sonado debut Tóts vós sodes capitáns (2010). En esta ocasión, se ha marchado a las planicies y llanuras del desierto rocoso de la cordillera del Atlas, para contarnos una aventura épica sobre la fe y el destino de uno mismo. A través de un estilo minimalista y muy cercano, Laxe consigue sumergirnos en la ensoñación de unos hombres en eterna búsqueda de algo que de sentido a sus existencias, aunque seguramente, no lo encontrarán, y deberán mirar hacia dentro de ellos mismos para obtener esas respuestas que tanto ansían. El cine de Herzog y el western crepuscular se manifiestan en una película con ritmo cadencioso que nos descubre a un director que sigue en su búsqueda de formas y representaciones de un cine nacido desde las entrañas. HAVARIE, de Philip Scheffner. La película ganadora del certamen, propone un análisis profundo y reflexivo sobre el mediterráneo y su historia. A través de un vídeo de youtube que dura tres minutos, en el que observamos una frágil embarcación con inmigrantes, que ralentizado que serán las imágenes que componen la película del realizador alemán que añade diferentes conversaciones de toda el micorocosmos relacionado con el mediterráneo, en las que traza la historia convulsa del mar, desde sus primeros viajeros a la caza de conquistas y tesoros, hasta los inmigrantes que arriesgan sus vidas para llegar a la Europa del bienestar y la tranquilidad. Escuchamos policías, inmigrantes, turistas y demás personajes que pueblan ese universo que lleva a tantos a desaparecer y a otros, a disfrutar de sus aguas. Fuertes contrastes de un mundo cada vez más alejado de sí mismo, y podrido, en el que la humanidad se ha transformado en un espejo deformante en el que el reflejo ya no se vislumbra.

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BEHEMOTH, de Zhao Liang.  El realizador chino nos traslada a un mundo desértico, lleno de llanuras y rampas de vértigo, plagado de hombres y mujeres ennegrecidos por el carbón y otros minerales, que trabajan en condiciones extremas extrayendo los materiales para empresas mastodónticas que se hacen de oro. Los trabajadores hablan a la cámara y explican sus vacías existencias. Cercano a la mirada de los trabajadores del cineasta Michael Glawogger, Liang nos interpela directamente hacía ese capitalismo atroz y devorador que construye sin parar con la necesidad imperiosa de seguir produciendo para aumentar sus beneficios económicos a costa de quién sea y triturando los recursos naturales y provocando efectos desastrosos para el planeta. Dentro de un estilo minimalista y consiguiendo imágenes de una belleza que duele, finaliza este viaje a la sinrazón, en las infinitas avenidas de un barrio plagado de rascacielos donde no vive nadie, en un estado vegetativo y de ruina posmoderna vacía de humanidad. Para finalizar me dejé llevar por COMO ME DA LA GANA II, de Ignacio Agüero. El cineasta chileno como hiciera hace treinta años en la que hablaba con los directores chilenos sobre la dificultad de filmar en Chile en plena dictadura, de la que rescata diversas imágenes de aquel trabajo, nos sumerge ahora, valiéndose de la misma estructura, en un ejercicio en el que vuelve a hablar con los directores chilenos que se encuentran en pleno proceso de rodaje, y les formula la cuestión de lo cinematográfico, excusa que le sirve a Agüero para profundizar en la representación cinematográfica y hacer un retrato profundo sobre la creación artística y sus dificultades, llevándonos por diferentes lugares de la geografía de su país y dialogando, no sólo con cineastas, sino también con transeúntes que pueblan los diferentes paisajes que visita.

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En la sección Panorama que recoge los trabajos más interesantes producidos en el terreno nacional me acerqué a  GURE HORMEK (NUESTRAS PAREDES), de Maider Fernández Iriarte y Maria Elorza. Pieza de 16 minutos en la que las jóvenes directoras vascas nos invitan a penetrar en las vidas de las mujeres de sus vidas y entorno, a través de la información que nos transmiten las paredes. Una película llena de humor, en la que su sencillez y la magia de sus historias nos transportan a otros lugares y escenarios que han marcado la vida de estas mujeres, como la guerra, el miedo, la ilusión y la extrañeza de unas vidas que no tienen tiempo ni lugar. También, destaco LAS VÍSCERAS de Elena López Riera. La realizadora de Orihuela vuelve a su pueblo natal para enfrentarnos a las tradiciones que siguen manteniéndose y que forman parte de la idiosincrasia de sus habitantes. En su anterior y celebrado cortometraje Pueblo, nos mostraba a una joven que volvía a su Orihuela y no encontraba su lugar en un ambiente que le era ajeno y lejano. Ahora, nos sumergimos en una tarde de verano calurosa en el que unos niños asisten a la muerte de un conejo, dentro de un estilo cercano al documental, en el que la observación deviene una reflexión sobre las costumbres ancestrales y los diferentes ritos que siguen perviviendo en nuestra sociedad. Y finalmente, CC1682, de David Reznak. Autor del celebrado documental La osa mayor menos dos, en el que se sumergía en la cotidianidad de un psiquiátrico, ahora, se adentra en la terrible situación social de Malí, para profundizar y analizar las devastadoras consecuencias del capitalismo en la realidad africana. Con un tono cercano y naturalista, Reznak habla con los habitantes malienses que nos explican los conflictos generados por la situación de desempleo y falta de oportunidades en los ámbitos relaciones con la subsistencia de recursos naturales, derivados por la sangrante utilización por parte de empresas extranjeras (francesas en su mayoría), en la que se hace un recorrido desde la época colonialista hasta la actualidad, donde el colonialismo solamente ha cambiado de denominación, pero sigue manteniendo unas prácticas desarrollistas en contra de la población de Malí. Un trabajo que recuerda al cine de Rouch o Saubert, en su acercamiento a mostrar la realidad africana desde su idiosincrasia, sin adornos ni sentimentalismos, retratando su complejidad y sus eternos problemas provocados por el invasor sin escrúpulos.

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Del estupendo y estimulante ciclo de Maurice Pialat que se sigue llevando a cabo en la Filmoteca de Catalunya doy buena cuenta de PASSE TON BAC D’ABORD, en la que el genio francés hace un retrato de aquella juventud francesa de 1978, más concretamente en la oscura, aburrida y fría Lens, una ciudad industrial sin más allá. Pialat sigue fiel a su estilo, su tono documental y su fealdad en describir la cotidianidad de unos chicos abocados a una vida rutinaria y cotidiana, como la de sus padres, pierden su tiempo entre el sexo, las drogas y la diversión porque si. Una película cercana que profundiza en los conflictos entre las relaciones de adolescentes con profesores y padres, en esa difícil convivencia y sobre todo, en la falta de expectativas de una vida diferente y alejada de la triste realidad de una ciudad fea y proletaria. También, pude ver NOUS NE VIEILLIRONS PAS, en la que Pialat retrata las idas y venidas de una pareja que no saben vivir el uno sin el otro, pero tampoco con ellos. El retrato de la energía que acompaña a estos (des)enamorados que parecen quererse a rabiar, y al momento, parecen odiarse hasta la muerte. El cineasta francés continúa fiel a su estilo, la fealdad que acompaña a sus personajes es patente, los mantiene en continuo movimiento, no les deja respirar, a cada instante están haciendo cosas, la cámara los sigue sin descanso, provocando esa sensación de agobio que parece presidir las vidas de estos seres que ni saben ni intentan mantener un amor que les ayude a seguir con la persona que se supone que quieren.

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El Hall sirvió de escenario a la proyección de piezas en el que el tema de debate era el turismo de masas. En esta ocasión, seguí con expectación la presentación de IDRISSA, la nueva película de los responsables de la imponente y desgarradora Ciutat Morta, que destapaba uno de los casos más flagrantes de corrupción policial en Barcelona. Ahora, los integrantes del colectivo Metromuster emprenden su investigación de la muerte de un joven guineano inmigrante en el Centro de Inmigrantes de Zona Franca, y siguen su viaje a la inversa para conocer sus orígenes y componer su propia identidad desaparecida en la Europa del “bienestar y la solidaridad”. La presentación estuvo acompaña de las canciones de una joven guineana que servía de contrapunto a las explicaciones que tanto ella, como los integrantes de Metromuster nos iban acercando al espíritu que recorrerá su nuevo trabajo. Finalmente, me acerque a la conversación que mantuvieron el crítico Manu Yañez con el guionista Santiago Fillol, que bajo el título “Cinema i Èpica: Rodatges que no caben en les butxaques de la nostra experiencia., nos hablaron del rodaje de Mimosas, de Oliver Laxe, mediante explicaciones y la lectura por parte de Fillol del diario de rodaje que fue escribiendo. Una sesión francamente interesante y reflexiva repleta de grandes instantes, de la sutil ironía y espíritu libre en los textos de Fillol, que nos transporta a la materia orgánica de la cotidianidad de un rodaje que lo más vivido y pensado es aquello que se vive en ese instante, que la película acaba adquiriendo de una forma espiritual. Y hasta aquí mi periplo por l’Alternativa 23, que sigue más enérgica, más audaz, y provocadora que nunca, ofreciendo un cine que gustará más o menos, pero que sigue fiel a su espíritu contestatario, complejo y sumamente radical tanto en su forma como en su contenido. GRACIAS POR TODO A AQUELLOS QUE HACEN POSIBLE L’ALTERNATIVA 23 y nos vemos el año que viene…