Entrevista a Éric Besnard

Entrevista a Éric Besnard, director de la película “Delicioso”, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el martes 14 de diciembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Éric Besnard, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Joana Artigas, por su gran labora como intérprete, y a Miguel de Ribot de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Casanova, su último amor, de Benoît Jacquot

EL OTOÑO DEL ETERNO ENAMORADO.

“El amor es una especie de locura, que me gusta, pero una locura más de la filosofía que es totalmente impotente, es una enfermedad a la que está expuesta la humanidad en todo momento, no importa a qué edad, y que no se puede curar, si se trata de atacado por ella en su vejez.“

Giacomo Casanova

No es la primera vez que el cine de Benoît Jacquot (París, Francia, 1947) en su casi medio siglo de carrera, se instala en el siglo XVIII, ya lo hizo en Sade (2000) en la que el famoso marques volvía a la cárcel en plena agitación violenta de la revolución, y también, en Adiós a la reina (2012) donde relataba los encuentros de Maria Antonieta y una de sus lectoras en los días finales de la revolución. Ahora, y basándose en Histoire de ma vie, de Giacomo Casanova (1725-1798) nos vuelve a trasladar a ese período durante el exilio londinense del famoso libertino, amante del amor, del juego y la aventura. Pero no lo hace retratando los éxitos de algunas de sus conquistas, sino todo lo contrario, convirtiéndolo en un títere en manos de Marianne de Charpillon, una joven prostituta que lo rechaza constantemente, dejándole claro que quiere sentirse amada por el famoso conquistador.

El relato se mueve en el flashback, cuando Casanova, setentón y retirado en Bohemia, cuenta ese capítulo oscuro de su pasado amoroso a una joven que ha ido a visitarle. Los hechos y las circunstancias de las que somos testigos nos vienen en forma de fábula de misterio en palabras del propio Casanova, que nos va relatando con detalles todos aquellos escarceos de su desdichado amor. Jacquot hace gala de una exquisita mise en scène, en la que prima la libertad de movimientos de los personajes, y una cámara abierta y vital que se mueve libremente por los paisajes y escenarios de la burguesía londinense del siglo XVIII, alejándose de cierto clasicismo muy propio de películas de corte histórico, contándonos un relato del siglo XVIII pero anclado en la actualidad, con un ritmo encantador y voluble, donde no dejan de suceder cosas, en la que la trama está sujeta a esa intriga intensa y envolvente que nos captura en esta deliciosa y profunda historia romántica en la que todo puede suceder o no.

Un cuento fascinante, evocador y perverso el que protagonizan el libertino y la prostituta con sus constantes idas y venidas, donde el hecho del amor se convierte en una incertidumbre constante, en un misterio difícil de prever, donde todo se ve envuelto en la oscuridad de las emociones, en unos sentimientos que van y vienen sin descanso, donde el sufrimiento y la desdicha se convierten en elementos incansables, donde el amor y el erotismo se disfrazan de temor, resentimiento, voyerismo, placer frustrado, e incapacidad para descifrar los deseos del otro. Jacquot nos muestra a un Casanova enamorado, perplejo ante la posición de la prostituta, perdido ante su rechazo, ante el rechazo de alguien que vive vendiendo su cuerpo por unas libras, de alguien que lo desea y rechaza, de una mujer atrapada en su mundo, esquiva con los sentimientos, y sobre todo, de alguien que se siente amada y juega con eso. Casanova ha perdido el apetito vital, se siente incapaz de amar a otras mujeres, completamente ensimismado por ese amor no correspondido, que lo está llevando a la turbación y la locura.

En el cine de Jacquot hay muchas películas que abordan de un modo u otro las pasiones amorosas, los juegos laberínticos del deseo, las argucias de los enamorados para conseguir su objetivo y de paso hacer sufrir a sus pretendientes, tanto unos y otros juegan sus cartas y siguen jugando al amor con éxitos y fracasos. Vincent Lindon, un actor habitual en el cine de Jacquot, vuelve a ponerse a las órdenes del director francés para interpretar a un Casanova perdido y desorientado con el amor a la prostituta, de alguien eternamente enamorado, un ser que a través de la amistad enamora a sus mujeres, enamorado del amor y de las mujeres, un tipo elegante, sobrio, amante del amor, del juego, de la aventura, del azar como camino vital, que Lindon interpreta de modo sincero y transparente, llevándonos por esta experiencia desde la libertad de amar, con su disfrute y alegría, hasta encontrarse con ese amor oscuro y frustrado que lo lleva al ostracismo y a la perdición.

Stacy Martin compone una Mariane de Charpillon delicada y bella, convirtiéndose en el mejor contrapunto de Casanova, en ese juego de reflejos constantes y asfixiantes. Una mujer atrapada en una vida de prostituta obligada por su madre, y en ese juego oscuro y malévolo que tiene con Casanova, al que quiere pero también, conociendo su fama, utiliza y engaña con el amor. Y la agradable y maravillosa presencia de la siempre interesante Valeria Golino, que después de su rígida madre en Retrato de una mujer en llamas, vuelve a deleitarnos con su madame La Cornelys, una de esas bellas y elegantes señoras que pululaban por las ciudades importantes europeas del XVIII como Londres, con su aire de misterio y fascinación, que escondían mucho y mostraban muy poco. El último amor de Casanova que nos retrata la película es un relato romántico y muy moderno, con ese aire de misterio como si fuese una cinta de asesinatos, done la capacidad de magnetismo y belleza que emana toda la propuesta nos lleva a constantes callejones sin salida que debemos descifrar según las pistas y diálogos que vamos conociendo en ese intenso y particular paseo por el amor, quizás el último amor que vivió un otoñal Casanova. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Liberté, de Albert Serra

ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO.

“Llegamos a amar nuestro deseo, y no al objeto de ese deseo.”

Friedrich Nietzsche

Sentarse en una sala de cine para ver una película de Albert Serra (Banyoles, 1975) es un acto de desnudez emocional, sentirse participe de aquello que estamos viendo, dejándose los prejuicios morales o éticos fuera de la sala, alejados de nuestra mirada, y adentrarnos en su universo, siendo capaces de dejarnos llevar por sus imágenes, liberarnos en cierta forma de toda idea preconcebida de las formas cinematográficas, fusionándonos con sus bellas imágenes y experimentando de forma muy personal aquello que vemos. Las dos primeras películas de Serra Honor de caballería (2006) y El cant dels ocells (2008) bebían de cierto cine contemplativo en el que desmitificaba y pervertía la historia mostrándonos dos viajes, el que emprendían El Quijote y Sancho, y el de los tres reyes magos, para filmar su cotidianidad, aquello que el rumbo de la historia dejaba fuera, capturando la humanidad y las contradicciones.

En el 2013 con Historia de mi muerte, Serra adentraba su cine en el siglo XVIII, en una senda diferente, más oscura y más perversa, en el que la decadencia de la burguesía, el ocaso de los dioses, que diría Visconti, es el centro de la acción, o podríamos decir de la inacción, narrando el imposible encuentro entre Casanova y Drácula, entre lo romántico y la luz en pos a la oscuridad y el terror, en una película bellísima plásticamente, con unos intérpretes, amigos del director en su mayoría, como ocurre en su cine, en estado de gracia, sobre todo Vicenç Altaió, creando un Casanova inolvidable, humano y decadente. Con La muerte de Luis XIV, con un sublime Jean-Pierre Léaud como rey enfermo, decrépito y postrado a una cama, narrando como una pieza de cámara a lo Brecht, la crónica diaria de la enfermedad del monarca en su lenta y dolorosa desaparición.

Con Liberté sigue explorando minuciosamente los terrenos de esa lenta decrepitud de un tiempo que jamás volverá, situándonos en el año 1774, a menos de veinte años de la Revolución, entre Potsdam y Berlín, en un bosque indeterminado durante una noche muy oscura, en el que un grupo de libertinos expulsados de la corte puritana y aburrida de Luís XVI, dan rienda suelta a sus deseos más íntimos y oscuros. El director gerundense reúne a una serie de nobles y criados en los alrededores de las sillas, a los que un grupo de novicias se les unirá, donde a modo de sombras y deseos en danza nocturna, con ese aroma romántico de las fantasías de Goethe, moviéndose de un lugar a otro, como si estuviéramos observando un laberinto infinito, donde desconocemos su inicio y su cierre, mirando y siendo mirados por unos y otros, asistiendo a un lugar donde impera la ley del deseo, un deseo insatisfecho, doloroso e imposible, alejado de toda condición moral o personal, donde nunca sabremos ubicarnos en la noche ni en las acciones sexuales que presenciamos, abarcando múltiples formas de deseo, tanto a nivel sexual como emocional, en la que a medida que avanza la noche veremos el aumento de tono de las acciones sexuales, filmadas por Serra de manera explícita, en la que podremos acercarnos, casi entrando en el espacio, sentirlas, olerlas y casi tocarlas, done lo que prima no es el acto en sí, sino como lo miramos y como nos hace sentir.

Los personajes con sus ropajes abiertos y liberados rompen la barrera social que los separa y tanto amos como siervos se mezclan y se funden donde el deseo los convierte en uno solo, en una masa vulnerable y sudorosa de miradas, gestos, caricias, dolor, sugestión, gemidos, amagos, miembros erectos, eyaculaciones, y sobre todo, seres ávidos de deseo, de sexo, como si fuese su último aliento, expulsados de ese paraíso que querían imponer en la corte de Luis XVI, espectros en la noche, que deambulan intentando materializar ese deseo que les arde en su interior, una fisicidad que no encuentra consuelo, que se revuelve insatisfecha, dolorosa y vacía. El Duque de Walchen interpretado por una leyenda como Helmut Berger es el objeto de deseo y destino de estos libertinos que andan viajando en busca de su lugar en el mundo, perdidos, casi a la deriva en plena huida de la corte falsa e hipócrita de Luís XVI.

La maravillosa y fantástica luz de Artur Tort, cómplice habitual de Serra desde Historia de mi muerte, creando ese magnetismo cercano y alejado a la vez, que crea ese especie de limbo aterrador y bello por el que se mueven estos seres, el preciso y delicado montaje de Ariadna Ribas, que también firman Tort y Serra, convierten la película y su ritmo pausado, fantasmal y velado, en un relato muy profundo, intenso y personal. Una cinta que nos interpela constantemente, en la que reconocemos las diabluras emocionales y la desnudez formal de Fassbinder, los descensos a los infiernos de Visconti, con sus cortes venidas a menos, su decrepitud y decadencia de aquellos reyes o esos señores en su ocaso que deambulaban por ciudades eternas esperando su último amor en forma de deseo no carnal, o los retratos oscuros y dolorosos sobre los que tanto le gustaba indagar a Buñuel, en que El ángel exterminador, aquellos burgueses incapaces de salir de una habitación después de una fiesta, podría ser el espejo deformador por el que se desplazan los libertinos que filma Serra, quizás abandonados a su último paraíso terrenal, experimentando con sus cuerpos, sus deseos, su carne, sus demonios, sus sinrazones, lo que son y lo que no podrán ser. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Cambio de reinas, de Marc Dugain

LA INTIMIDAD DE LOS REINOS.  

En mitad de la película, más o menos, hay un momento que la define considerablemente, cuando Luisa Isabel (la hija del regente que es obligada a contraer matrimonio con Don Luis, el heredero del trono de España) baja del carruaje con la excusa de hacer sus necesidades en un claro del bosque. Se pone de cuclillas, mira al cielo y baja su mirada topándose con una campesina a la que sonríe intrigada. De repente, un subordinado de la corte  se le acerca y rompe ese instante, devolviéndola a su cárcel particular, a su mundo, a ese universo tan ajeno a las necesidades de una población empobrecida e invisible. Marc Dugain (Dakar, Senegal, 1957) es un reputado escritor con una decena de novelas publicadas, entre ellas El pabellón de los oficiales, que llevó al cine François Dupeyron, aunque también ha dirigido cuatro títulos, dos para televisión, y uno para el cine, An Ordinary Execution (2010) sobre los últimos días de Stalin desde la perspectiva de una curandera y su marido. Su cuarto trabajo Cambio de reinas, basada en la novela de una especialista en la materia como Chantal Thomas, que coescribe el guión con el propio Dugain,  vuelve a centrarse en una intriga política en la que nos traslada al convulso universo del Palacio de Versalles del primer tercio del siglo XVIII, antes del estadillo de la revolución que acabará con todo, donde Luís XV, un niño huérfano de 11 años es coronado rey. A través de una estratagema de su regente Felipe de Orleans que consistía en casar a su hija la señorita Luisa Isabel de 12 años de edad, con Don Luis, el heredero al trono de España, además de que Luís XV, a su vez, contrajera matrimonio con Mariana Victoria de 4 años de edad, Infanta de España e hija del rey Felipe V. Una estrategia política que acabaría con años de guerras entre los dos países, guerras entre Borbones contra los Orleans, que los debilitó enormemente.

Dugain opta por una forma sobria e íntima, dejando las fastuosidades de palacio de lado, y centrándose en sus personajes, sobre todo, en las féminas, dos niñas introducidas, muy a su pesar, en un complejo laberinto de alianzas, traiciones y juegos interesados de poder. La película no esconde su buen gusto y sensibilidad para mostrarnos la vida cotidiana de los diferentes palacios, con una grandísima ambientación, amén de su espectacular vestuario y diseño de producción, eso sí, unos universos en decadencia, vapuleados por las graves epidemias como la peste o la viruela, que acabaron con muchos de sus integrantes, las intrigas y corruptelas de palacio pro el control del poder, y sobre todo, la malditas guerras entre España y Francia que debilitó su dinastía y los dejó muy heridos, contribuyendo a sus correspondientes desapariciones. El cineasta francés deja de lado el sentimentalismo y los efectos de guión, para mirar desde el que  observa sin juzgar, del que trata de entender a todos los personajes, describiendo con delicadeza sus intereses, ya sean lícitos o no, y sus estrategias para alcanzar esas posiciones cercanas al rey.

El realizador francés describe con acierto las barbaridades que se cometían en pos de la monarquía y los intereses individuales, como otorgar responsabilidades de estado a niños que se pasan su cotidianidad como reyes entre juegos infantiles y decisiones de grandes trascendencias para el devenir del estado. Incluso, la película indaga de forma evidente en todo aquello que se cocía entre sabanas entre unos y otros, donde la homosexualidad era una opción real entre aquellos que eran obligados a encamarse por la buena salud de la monarquía. Dugain nos muestra una interesante variedad de personajes, desde el niño Luis XV, y todo aquello que lo rodea, como ese instante en que vuelve a Versalles, sólo y perdido, que describe sin palabras todo sus sentimientos contradictorios, o su forma de dirigir el país, entre la falta de decisión, propio de su temprana edad, y de aquellos lacayos que le siguen el juego, o su relación con Mariana Victoria, la Infanta de 4 años elegida para ser su reina, una relación más propia del hermano o primo mayor que parece no querer jugar con esa primita que le han traído a su casa. En cambio, la Infanta se muestra muy en su rol, porque nunca le vemos quejarse o mostrar antipatía hacia el rey que le ha tocado, sintiendo que su vida palaciega es su destino, a pesar que tenga más interés en jugar a caballito que otra cosa.

Por el contrario, la vida en la corte española de Luisa Isabel es cuánto menos incómoda y muy problemática, ya que la niña de 12 años es descarada, insumisa y moderna, y se niega a su destino, comportándose de forma despectiva y lenguaraz a la vida en la corte, como la obsesión por la religión o las formas empleadas que crítica y se muestra muy reacia a compartir. Dugain también retrata con aplomo todas las intrigas que se suceden entre los adultos, espabilados y arribistas con ínfulas que les ríen las gracias a los reyes para conseguir sus propósitos, sin importarles nada más. Dugain se ha reunido de un reparto convincente y magnífico en el que destacan Igor Van Dessel como Luís XV, bien acompañado por Anamaria Vartolomei como Luisa Isabel, a la imprime carácter y sabiduría, y la niña Juliane Lepoureau como la Infanta Mariana Victoria, y los adultos como Lambert Wilson como Felipe V, Olivier Gourmet como Felipe de Orleans o Catherine Mouchet como la dama de compañía de la Infanta.

El director francés sigue la tradición de la cinematografía francesa por su historia, en el que es raro que cada temporada produzca algunas cintas sobre el devenir histórico de la realeza en sus tiempos más convulsos, complejos y finales, en el que Cambio de reinas se erige como una muestra sólida y convincente de esas intrigas palaciegas con niños de por medio, donde Dugain  teje con pausa y concisión una película sencilla y directa, honesta en su planteamiento y ejemplar en su despedida, contándonos todo aquello que se cocía en los diferentes palacios cuando se cerraban las puertas y quedaban ocultas a los ojos de los más críticos e interesados, sumergiéndonos en las diferentes alcobas cuando se encamaban los diferentes futuros esposos, que, según la costumbre, no era muy normal. La película observa, describe y retrata un universo venido a menos, decadente y estúpido, donde unos quieren mantener aquello que ya tiene fecha de caducidad, aquello que fue y ya nunca será, aquello que ni con matrimonios de conveniencia es salvable, y todo por la codicia de tantos, tan preocupados de lo suyo, sin percatarse que el resto, lo más importante, se iba cayendo a trozos irremediablemente.

La favorita, de Yorgos Lanthimos

CON LAS ARMAS AFILADAS.

“Cuando ruedas una película ambientada en otra época, siempre es interesante ver cómo se relaciona con la nuestra. Te das cuenta de cuán pocas cosas han cambiado aparte del vestuario y el hecho de que ahora tenemos electricidad o internet. Hay muchas similitudes aún vigentes en el comportamiento humano, la sociedad y el poder”.

Yorgos Lanthimos

El universo cinematográfico de Yorgos Lanthimos (Atenas, Grecia, 1973) es sumamente peculiar y extraño, sus películas nos sumergen en mundos diferentes y ajenos, a la vez que cercanos, siguiendo a un grupo reducido de seres, preferiblemente una familia, donde sus personajes se muestran misteriosos, ocultos y perversos, donde hacen uso de la maldad para conseguir sus propósitos, unos deseos muy oscuros, frustrados e inquietantes, que sacarán a la luz, guerreando contra todos aquellos que pretendan impedir llevarlos a buen término, donde Lanthimos somete a los espectadores a cuentos morales que radiografían lo más bello y aterrador de la sociedad contemporánea, todos esos instantes donde cada uno se mueve entre las sombras, dejando al descubierto sus más bajos instintos, sean de la naturaleza que sean, transformándose en un salvaje desatado y muy peligroso.

La favorita  es su tercera película rodada en inglés, después de tres primeras cintas filmadas en griego, y su primera película histórica, donde se aleja de lo contemporáneo para llevarnos hasta principios del siglo XVIII durante el reinado de Ana de Inglaterra, en las cuatro paredes de su gran palacio, alejado de todos y todo. Allí, nos presenta a la reina, una mujer oronda, feucha y con terribles ataques de gota, que la mantenía postrada a la cama o moviéndose en silla de ruedas. A su lado, Lady Sarah, amiga de la infancia, convertida en su dama de compañía, asesora política y amante. La armonía de palacio sigue su curso, entre la guerra contra Francia, las distensiones políticas entre lores para conquistar el poder, y las fiestas y demás entresijos de palacio. Todo esa cotidianidad, se verá duramente interrumpida con la llegada de Abigail Masham, prima de Lady Sarah, venida a menos por las malas prácticas de su padre, y ahora, convertida en criada, que es donde empieza en palacio. Con el tiempo, y su sabiduría en el arte de las hierbas, que beneficiarán la gota de la reina, irá escalando posiciones y convertida en alguien cercano a la soberana, desplazando la posición de Lady Sarah, aún más, cuando ésta se ausenta debido a un accidente con su caballo.

Lanthimos es un consumado trabajador en crear atmósferas perversas, frías y terroríficas, provocándonos constantemente, sometiéndonos a ese mundo de intrigas, mentiras y violencia, tanto física como emocional, que se instala alrededor de la reina, ajena a todas las acciones de la trepa Abigail, que con esa carita de buena, hará lo imposible para recuperar su posición social, cueste lo que cueste, y se lleva por delante a quién sea, un personaje que recuerda a Eve Harrington en Eva al desnudo, la mosquita muerta que pretende el puesto de la otra, o el Barry Lyndon, el arribista sin escrúpulos que hará todo lo que esté en su mano para conseguir poder, posición social y dinero, en el siglo XVIII. La película de Kubrick es una clara referencia al universo que construye el director griego, aprovechando al máximo la luz natural como hacía John Alcott en la película del británico, creando esos contrastes y desenfoques en una película que transcurre casi en su totalidad en los interiores del palacio, con la luz de las velas como rasgo significativo durante todo el metraje, utilizando una lente angular para filmar los diferentes espacios, obra del cinematógrafo Robbie Ryan (colaborador de Ken Loach, Stefen Frears, Andrea Arnold, Sally Potter, entre otros) tomando como referente los trabajos de Tilman Büttner en El arca rusa o el de Bruno Delbonnel en Fausto, ambas de Aleksandr Sokurov, donde se evidencia esa imagen ovalada en la que la cámara prioriza los elementos más cercanos, creando una ilusión casi fantasmagórica en todo el espacio, y dotando a los rostros y movimientos de los personajes una extrañeza fantástica y aterradora, sin olvidarnos de los movimientos bruscos de la cámara, de un lado a otro, mediante barridos que imponen un sentido enérgico a todo lo que se nos cuenta.

Lanthimos ha tejido con mimo y sensibilidad una película femenina, donde el trío protagonista, sin quererlo, se sumerge en un ménage à trois intermitente y discontinuo, que va cambiando la amante según el caso, donde Lady Sarah verá que su poder y su mundo se verán seriamente amenazados por la irrupción de Abigail, aquí disfrazada de ese intruso destructor que arriba a poner patas arriba todo, un mundo de mujeres, donde los hombres, soldados, políticos y bellos amantes, parecen sacados del histrionismo más exacerbado, con esos grotescos maquillajes, pelucones ridículos, ropas extravagantes y artes infantiloides. Muy diferentes a la imagen de ellas, más comedidas y sencillas, en todos los sentidos, dejando a Lady Sarah, el rol masculino, con esa ropa de pantalones, levitas y sombreros de soldado, a Abigail, convertida en la hermanastra perversa, con maquillaje y ropa elegante pero sin llamar la atención, y la reina, igual, con la altiveza de su posición, pero una señora amargada y triste, que llegó a sufrir la pérdida de 17 hijos, y eternamente enferma y horonda, que tiene el consuelo de “su dama”.

Un vestuario imponente y lleno de detalles y muy oscuro, obra de la reputada Sandy Powell, de larguísima trayectoria en la que ha trabajado con Haynes, Scorsese o Jordan. Y el detallista y poderoso montaje de Yorgos Pavpropsaridis, responsable en esta tarea en todas las películas de Lanthimos. Qué decir del fantástico trío protagonista encabezado por Rachel Weisz, dando vida a Lady Sarah, llena de pasión, energía e inteligente, Emma Stone, la perversa Abigail, llena de vileza y maldad y con sus armas afiladas, y Olivia Colman, una reina rota, alicaída, con poca ilusión y comilona, con pocos afectos, como una intrusa con ínfimas alegrías. Lanthimos ha vuelto a salirse airoso en otra muestra de su exploración sobre lo más oscuro del alma humana, sin concesiones y saltando al vacío, tejiendo con astucia y “su maldad” correspondiente, como es habitual en su cine, una película de trepas, de intrigas, misterios y violencia, donde se mata a cuchillo, sin miramientos, sin delicadeza, con trampas y maldad infinita, donde todo vale, y todo se ha dispuesto, con los medios más oscuros al alcance, con el fin de conseguir tesoro tan preciado, que no es poco. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sayat Nova, de Serguei Paradjanov

sayat_nova_49860LA IMAGEN REVELADORA.

“Yo soy aquél cuya vida y alma son torura”

Sayat Nova.

Durante sus sobrios títulos de crédito, se nos anuncia que la película que vamos a ver no intenta contar la vida de un poeta, nos explican que el cineasta ha intentado recrear su mundo interior, sus estados de ánimo, sus pasiones y tormentos, en el que se ha utilizado ampliamente los simbolismos y las alegorías, propias de la tradición de los poetas-trovadores de la Armenia Medieval (Asough). El cineasta armenio Serguei Paradjanov (1924-1990), que se diplomó teniendo al cineasta ucraniano Alexandre Dovjenko, entre uno de sus maestros, alcanzó su gran éxito, obteniendo premios internacionales, con el noveno título de una carrera que sobrepasó la decena de trabajos, Los corceles de fuego (1964), una película poética en la que se narraba la historia de amor de dos jóvenes que pertenecían a familias enfrentadas, una cinta con la que abandonaba el realismo soviético oficial. Su siguiente trabajo fue Sayat Nova, filmada durante 1967-1968, y con un presupuesto ajustadísimo, una película basada en la vida del poeta armenio del siglo XVIII (1712-1795), figura mayor del arte del ashik (trovador) que escribía sus poemas y los cantaba acompañado de un laúd o de un kamanche, y empleó las tres lenguas del Cáucaso (georgiano, armenio y azerí), además de ser un símbolo de libertad y hermandad entre los pueblos.

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La película tuvo infinidad de problemas con la censura soviética, – el propio Paradjanov acabó internado en campos de trabajo en más de una ocasión – una vez finalizada la película, el Goskino (comité cinematográfico del estado) la juzgó de ser una obra oscura y formalista, demasiado alegórica, que no reflejaba la vida del poeta, y optaron por cambiarle el título, El color de la granada (cómo se conoció internacionalmente) y remontarla sin contar con Paradjanov. La actual restauración hace justicia a una película que debió tener el reconocimiento internacional que merecía. Paradjanov hizo una película diferente, que no se parece a ninguna otra, una obra sumamente poética, de una audacia formal exquisita, carente de realismo, y alejada de herramientas narrativas que nos sirvan de guía para identificar lo que se nos cuenta. El cine de Paradjanov no viaja por caminos conocidos, su campo cinematográfico es otro, una obra extremadamente poética, artística y visionaria. Una obra muy personal, arriesgada y profundamente bella. Nos cuenta la biografía del poeta Sayat Nova, donde podemos identificar sus diferentes etapas vitales, la infancia, la etapa adulta en la corte del Rey de Georgia, y finalmente, su vejez, recluida en un monasterio del Cáucaso, y posterior muerte, durante el saqueo de Tbilisi. La película crea una historia sin tiempo y espacio, sin orden cronológico, sólo de sensaciones y experiencias más propias del espíritu y el alma. Paradjanov no recurre a ningún síntoma narrativo convencional, huye de esa forma, su universo lo constituyen el surrealismo y la experimentación con la imagen y el sonido. Cimenta su película a través de Tableaux vivants (cuadros vivientes) donde nos va explicando escenas de la vida del poeta, un itinerario en el que utiliza un lenguaje sumamente críptico y oscuro, acompañado de los versos del poeta, mediante una voz en off o intertítulos, y algunos movimientos perpetrados con la técnica de stop motion.

sayat-nova3El cineasta armenio como hiciera en otros filmes, nos cuenta una historia de amor, a la que el poeta se ve obligado a renunciar y acabar sus días recluido sin poder olvidar a su amada. La música es otro de los elementos fundamentales, como lo era en la obra de Sayat Nova, en muchos instantes observamos como los “cuadros”, con marcada iconografía eclesiástica, se convierten en números musicales, donde la libertad de movimiento y coreografías inundan la pantalla. Paradjanov edifica una obra de grandísima belleza pictórica, donde su virtuosismo contamina la imagen levándola hacía lo divino y transcendental. Una película que mantiene la eterna lucha entre lo divino y lo terrenal, la luz y la oscuridad, entre la carne (simbolizado en el color rojo, amor, sexo, danza) y lo espiritual (colores grises y oscuros, reclusión monasterial, las lecturas bíblicas y el culto religioso), con la introducción de elementos dionisiacos (las uvas y las granadas) que dejan paso al misticismo religioso. Una obra de fuerte carga lírica que, en ciertos momentos se acerca a otra cumbre del cine-poesía como La casa es negra (1963), de Forug Farrokhzad, en la que la poeta-cineasta iraní realizaba una obra de gran profundidad a través de sus versos y la cotidianidad de una leprosería. Paradjanov inunda su película de imágenes imperecederas, bellas, pero también oscuras y siniestras, imágenes que forman un elaborado y formalista mosaico de las escenas de la vida de un poeta perseguido, rechazado y desterrado. Una obra cumbre que no solo rescata a un cineasta poco reconocido, sino que nos sumerge en una película que ensalza las virtudes de la poesía y sobre todo, en una emocionante lección de cine para nuestros sentidos, en la que se deja lo narrativo de lado, para abrazar una experiencia visual y sensorial que nos conduce hacía lugares no identificados que nacen y mueren en el espíritu.

Entrevista a Claudio Zulian

Entrevista a Claudio Zulian, director de “Born”. El encuentro tuvo lugar el Jueves 11 de diciembre  de 2014 en Barcelona, en la oficina de su productora Acteon.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Claudio Zulian, por su tiempo y sabiduría, y a Sonia Uría de Suría Comunicación, por su generosidad y paciencia.