El inconveniente, de Bernabé Rico

LA EXTRAÑA PAREJA.

“La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”.

Gustavo Adolfo Bécquer

Erase una vez… Una mujer llamada Sara, treintañera, profesional de éxito, seria y rigurosa, muy atractiva, y felizmente casada con Daniel. Un día, empujada por su ambición y su precio, adquiere una vivienda en una buena zona de Sevilla, un piso que solo tiene un inconveniente, será suyo cuando fallezca la propietaria, Lola, una septuagenaria muy suya, de vueltas de todo, que bebe, fuma y vive encerrada en su casa. Sara y Lola son dos mujeres sin nada en común, o quizás, si. La opera prima de Bernabé Rico (Sevilla, 1973), llega después de más de una década dedicado a la producción, tanto teatral como cinematográfica, y a la dirección de cortometrajes, con un relato íntimo y muy doméstico, lleno de honestidad, con la sensibilidad adecuada, sin caer en el sentimentalismo, ni nada que se le acerque, mostrándonos la relación de dos mujeres que de lo lejos que están una de la otra, se encuentren más cerca de que imaginan, parecen dos polos opuestos, pero su relación las acercará y las ayudará más de lo que creen, convirtiéndose en una especie de madre-hija o hermana mayor y pequeña.

El inconveniente  nace de la obra teatral 100m2, de Juan Carlos Rubio, un autor que lleva más de veinte años escribiendo para cine y teatro, además de dirigir para ambos medios. Una pieza teatral representado con éxito que vio la luz en el 2008, que Rico, con la ayuda del productor Olmo Figueredo, responsable de películas como Adiós o La trinchera infinita, entre otras, construyen una película de aquí y ahora, que tiene mucho que ver con la realidad social de muchas personas mayores, personas que viven solas en sus viviendas y encuentran en la venta del inmueble en vida, una forma de subsistencia. La película habla de aspectos sociales, pero desde una perspectiva Azcona-Berlanga, con ese característico humor negro, como evidencia el arranque, con ese tipo peculiar que interpreta magistralmente un grande como Carlos Areces, que podría ser un heredero de López Vázquez, una especie de mezcla entre el Quintanilla de Plácido, y el lameculos de Atraco a las tres, un personaje que irá entrando y saliendo de la película, poniendo esas notas de humor negro, esperpento y amargura que tanto casa con la historia.

El relato va mezclando con soltura y agilidad, la comedia negra que retrata una sociedad demasiado individualista, solitaria y amargada, con ese melodrama cercano en el que se va fundiendo una amistad entre dos mujeres que sin pretenderlo, van a ir encontrando un reflejo necesario que les ayudará muchísimo en sus vidas, llevándolas a enfrentarse con ellas mismas, y sobre todo, a mirarse en ese espejo de decisiones equivocadas o no, y saber recordarse, porque lo han olvidado, las cosas importantes de la vida, las que verdaderamente nos ayudan a crecer y vivir mejor. Una interesante y envolvente luz de Rita Noriega, que sabe transmitir toda esa penumbra del inicio para luego, ir entrando más luz, que explica con suavidad el proceso que están viviendo las dos protagonistas. El rítmico y exacto montaje que firma un experto como Nacho Ruiz Capillas (que ha trabajado con nombres tan ilustres de nuestro cine como Icíar Bollaín, Amenábar, Fernando León de Aranoa, entre muchos otros). Y si la historia funciona, llevándonos por muchos aspectos de la vida, con secuencias memorables como la que protagonizan el personaje de Mánver y José Sacristán, que explica tanto de la vida, de las decisiones que tomamos, y del pasado, que a veces, viene a reclamarnos aquello que no podemos olvidar.

Hay algo que no puede fallar en películas de esta naturaleza, basada en la relación de amistad y amor de dos mujeres demasiado solas, pero que se niegan a reconocerlo y sobre todo, reconocérselo, que es la elección y el trabajo interpretativo de su pareja protagonista. Una pareja que recuerda tanto a los Lemmon y Matthau de La extraña pareja, que también fue primero una obra teatral, con unas brillantes, conmovedoras, divertidas y sinceras protagonistas. Por un lado, Kiti Mánver, que después de medio siglo de carrera, no debería sorprender a nadie su inmensa capacidad para enfundarse en la piel de un personaje casi diez años mayor que ella, que lo envuelve de magia, ridiculez y extravagancia. Frente a ella, Juana Acosta, que se mantiene firme y defiende con elegancia y sobriedad una mujer que empieza a arriba, o al menos, eso se cree ella, y poco a poco, irá comprendiendo las cosas por las que vale la pena levantarse cada día, y sobre todo, a mirar a los demás sin altivez ni competitividad. Dos almas perdidas, lúcidas y patéticas, y quien no lo es, con demasiadas mochilas pesadas a sus espaldas, que sin comerlo ni beberlo, encontrarán al otro, a alguien con quien hablar, escuchar, reír, comprender, mirarse, celebrar, llorar, abrazarse, sentir y sobre todo, vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Olea… ¡Más alto!, de Pablo Malo

PEDRO OLEA, DE OFICIO CINEASTA.

“Con la edad uno tiene una visión cariñosa del pasado”.

Pedro Olea

El maravilloso plano que cierra Tormento, con ese rostro rígido y lleno de odio de Concha Velasco, con una de esas miradas que cortan el viento, viendo marcharse el tren, donde viajan todas sus ilusiones y deseos marchitados, y de repente, de su boca salen las palabras: “Puta, puta, puta…”. Una mirada que ya forma parte de la historia de nuestro cine, a la que le sucederán otras, de tantas películas de la carrera de Pedro Olea (Bilbao, 1938), y de esa manera, tan elocuente y especial, se abre la película Olea… ¡Más alto!, sincero y rendido homenaje a uno de los cineastas más comprometidos y audaces del cine español, cuando ser comprometido y audaz podía costar muy caro. Si echamos la vista atrás, nos encontramos con el magnífico documental A propósito de Buñuel (1999), de José Luis López-Linares y Javier Rioyo, autores de Asaltar los cielos (1996) o Extranjeros de sí mismos (2001), entre otros, sobre la extraordinaria figura de Luis Buñuel, para encontrarnos con películas-homenaje sobre los que hacen el cine. Será con el nuevo siglo, que jóvenes talentos miran a sus maestros, a las figuras que tanto admiran y que tanto han aprendido, como el caso de Virginia García del Pino que hizo Basilio Martín Patino. La décima carta  (2014), y Félix Viscarret hizo lo propio en Saura(s) en el 2017. Aproximaciones personales e interesantes que recorren no solo la vida profesional, sino aquella más desconocida, la personal, en un viaje que habla de quizás, la parte más importante de la cinematografía española.

El director Pablo Malo (San Sebastián, 1965), al que conocemos por películas tan estimables como Frío sol de invierno (2004), La sombra de nadie (2006) o Lasa y Zabala (2014), entre otras, se pone detrás de las cámaras, y de la mano del propio Olea, nos conduce por su vida y milagros, arrancando con sus años de infante estudiando en los Maristas de Bilbao, donde un sacerdote le insto a alzar la voz, instante que le despertó la vocación de cineasta, ya que quería ser como el cura y mandar, pero en el cine, de ahí el título de la película, su traslado a Madrid para estudiar en la Escuela Oficial de Cine, los cortos de género que hizo en la escuela, su admiración con profesores ilustres como Luis García berlanga o Carlos Saura, su debut con Días de viejo color (1967), sus películas con José Luis López Vázquez de protagonista, El bosque del lobo (1970) y No es bueno que el hombre esté solo (1973), las que hizo con Concha Velasco, la citada Tormento (1974), Pim, pam, pum… ¡Fuego! (1975) y Más allá del jardín (1996), el pelotazo de Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), las que produjo él y no fueron lo deseosamente bien, como Akelarre (1984), Bandera negra (1986), o Morirás en Chafarinas (1995), y las que sí, como El maestro de esgrima (1992), sus recordados y admirados trabajos para televisión, su incursión en el universo de Isabel Pantoja con El día que nací yo (1991), el melodrama Tiempo de tormenta (2003), y su película La conspiración (2012), vetada por el PP.

Recorreremos algunos de los lugares de rodaje de la mano de Olea, como esas maravillosas localizaciones de El bosque del lobo, viendo su estado actual, algún diálogo con sus habitantes, y su contraplano, como aparecían en la película, en uno de esos momentos maravillosos entre la vida y el cine, entre la realidad y la ficción, y el paso del tiempo, en que Olea no solo vuelve al lugar de los hechos, sino que lo hace desde la honestidad y el amor por un tiempo y su trabajo. Como no podía ser de otra manera, tendremos la oportunidad de ver el otro lado del espejo, compañeros y colegas de profesión hablando de Olea, así que escucharemos a algunos cómplices de su travesía como José Sacristán, el inolvidable protagonista de Un hombre llamado Flor de Otoño, Víctor Manuel, José Frade, productor de sus primeras películas, Jorge Sanz, José Luis Garci, Maribel Martín, Imanol Uribe, los desaparecidos Diego Galán y Arturo Fernández, y muchos otros, y ese especialísimo encuentro con Concha Velasco, donde recuerdan sus trabajos juntos, tanto en cine como en teatro. La película, no solo se queda en los momentos de amistad, fraternidad y cine, sino que también, nos habla de esos momentos complicados entre el director, con los intérpretes, productores y autores, que no siempre caminaban de la mano, y los entresijos y pozos oscuros del oficio del cine.

El director donostiarra imprime ritmo y pausa cuando la película lo requiere, en que la locuacidad y carácter de Olea lo convierten en el anfitrión perfecto, no solo para hablar de su cine, y sus cosas, sino para mirar atrás con amabilidad y crítica, según la ocasión lo estime, de la dificultad de hacer cine por su elevado coste, las relaciones amables y sinceras con algunos intérpretes, los roces con otros, la maldita censura franquista, el recuerdo de los que ya no están, el estado actual de las películas, las deseadas, las que no lo fueron tanto, en fin, todo el amor y el desamor de toda una vida dedicada al cine, un tramo importante que abarca más de medio siglo en la vida de Pedro Olea, uno de esos directores, que aquí tiene su momento, para explicarnos, para escucharlo, para remirar sus planos y encuadres, y sobre todo, para disfrutar de su cine, de su mirada, de su inquebrantable amor hacia el oficio de dirigir y producir películas, con sus sabores y sin sabores, su  compromiso profesional, personal y político, de su lucha, contra viento y marea, para levantar sus películas, de un tiempo que describe tanto de qué pie cojeaba la sociedad española de entonces, y la de ahora, porque entre unos y otros, y más cambios, la verdadera idiosincrasia sigue siendo la misma, o quizás, haya cambiado, pero no tanto como algunos piensan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ramsés Gallego “El Coleta”

Entrevista a Ramsés Gallego “El Coleta”, actor en la película “Quinqui Stars”, de Juan Vicente Córdoba, en la oficina de Madavenue en Barcelona, el martes 27 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ramsés Gallego “El Coleta”, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Juan Vicente Córdoba

Entrevista a Juan Vicente Córdoba, director de la película “Quinqui Stars”, en la oficina de Madavenue en Barcelona, el martes 27 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Juan Vicente Córdoba, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Quinqui Stars, de Juan Vicente Córdoba

DE AQUELLOS BARROS, ESTOS LODOS.

“He dicho varias veces como protesta, como total contestación, que habría querido renunciar a la nacionalidad italiana. Haciendo cine, en cierto sentido he renunciado a la lengua italiana, es decir, a mi nacionalidad. Pero hay otra verdad, tal vez más complicada y profunda: la lengua expresa la realidad a través de un sistema de signos. En cambio, un director de cine expresa la realidad a través de la realidad. Ésta es quizás la razón por la cual me gusta el cine y lo prefiero a la literatura, porque expresando la realidad como realidad, opero y vivo continuamente al nivel de la realidad.”

Pier Paolo Pasolini

Cae la nieve, mientras avanzamos por las calles del barrio de Vallecas, en Madrid. Una voz nos va explicando las características y singularidades del barrio y sus habitantes, su memoria, sus construcciones, su idiosincrasia, todo aquello que de un modo u otro, a estado y ha sido el barrio. También, nos habla de tiempo, de aquellos barrios de finales de los setenta y principios de los 80, con la crisis económica y el terrible desempleo que asoló los barrios periféricos como este, y cómo, la crisis actual parece devolvernos al sentir marginal y pobre de estos lugares, donde la falta de trabajo y los problemas económicos que se derivan, provocan un gran fracaso escolar, el más alto de la Unión Europea, y los problemas pasados parecen que nunca se fueron, solo tapados por un tiempo.

El cineasta vallecano Juan Vicente Córdoba (Madrid, 1957) especialmente sensible con los problemas sociales y económicos de la periferia, cómo así lo certifican títulos como Entre Vías (1995) cortometraje que relataba la vida de tres jóvenes sin recursos, en Aunque tú no lo sepas (1999) basado en un cuento de Almudena Grandes, tenía un segmento amplio en el que recordaba el tiempo setentero y “quinqui”, en A golpes (2005) unas mujeres que practicaban boxeo, realizaban hurtos para sobrevivir. En Flores de luna (2008) miraba la vida comunitaria de las chabolas de la periferia de finales de los 50 en adelante. Ahora, el director madrileño, junto a Maria Reyes, su inseparable guionista,  construye un ejercicio que se mueve entre el documental y la ficción, transgrediéndolo y llevándolo a su terreno, yendo de un elemento narrativo a otro con naturalidad, mezclándolos y acercándose a temas sociales candentes de la actualidad, creando un vehículo del tiempo donde todos aquellos conflictos de los setenta y primeros de los años 80, tienen su espejo deformador en los tiempos de ahora, haciendo especialmente hincapié en los jóvenes.

Córdoba mira aquellos años y estos a través de Ramsés Gallego ·El Coleta” (alter ego de sí mismo) un cantante trap (una especie de rap reivindicativo con los más desfavorecidos y los problemas de barrio) que hace música social muy comprometida, haciendo múltiples referencias al cine quinqui y aquellos años de crisis que parecen no terminar, y lo convierte en una simbiosis entre persona/personaje porque El Coleta a parte de su música, y sus problemas laborales, está realizando un documental sobre el cine quinqui, en las que va entrevistando a aquellas personas vinculadas con el fenómeno como los actores José Sacristán, Enrique San Francisco o Paco Catalá, que trabajaron en varias películas de Eloy de la Iglesia, y rememorando los títulos de José Antonio de la Loma, con expertas en el tema como Mery Cuesta (comisaria de la legendaria exposición de “Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle”) y todo aquel fenómeno de los Torete, Vaquilla, Jaro y demás héroes de barrio gracias a la prensa amarilla y el cine.

La aparición de periodistas y activistas como Montse Santolino, veterana en los movimientos obreros y vecinales que hace toda una memoria de aquellos años enfrentados con los de ahora. La película también hace un recorrido interesante y profundo sobre los jóvenes de ahora, la herencia quinqui, con el propio El Coleta, junto a Bea Pelea, Blondie, Ira Rap y demás artistas de la corriente Trap, en los que veremos su situación vital, social y económica, en los que veremos sus barrios como Vallecas, Entre Vías, de Madrid, y Bellvitge, La Mina o La Florida, de Barcelona, y escucharemos su música social, feminista y comprometida, y su manera de promocionarla, totalmente ajena a la industria. Córdoba enmarca su película de cinéma verité, al estilo de Jean Rouch en Chronique d’un été (1961) o el Comizi d’amore (1965) de Pasolini, donde tanto uno como otro, realizan una radiografía sobre las ideas, reflexiones y pensamientos de las gentes de a pie.

El cineasta madrileño, recuerda y utiliza el fenómeno del cine quinqui para  traza infinidad de líneas narrativas, a modo de caleidoscopio transversal, donde el tiempo no tiene comienzo ni final, retratando los problemas actuales escarbando en sus orígenes y matrices, donde la película va de un tiempo a otro de un modo natural y sin estridencias, vehiculándolo a través de la película ficticia que realiza El Coleta, esa especie de documental que rescata el cine quinqui hablando con sus protagonistas y las huellas visibles que todavía se mantienen, como ese momento único y especial donde las imágenes reales de la prisión de La Modelo en la actualidad, vacía y a punto de ser derribaba, mezcladas con imágenes de la época, por otro lado, y finalmente, momentos de las películas quinqui ambientadas en la famosa cárcel, en un momento mágico donde realidad, documento y ficción se fusionan creando una especie de nuevo estado en que el cine con sus innumerables narrativas se acerca a infinidad de momentos desde perspectivas diferentes, con el fin de profundizar en aquellos problemas y en los de ahora.

Córdoba nos lanza un metraje de 126 minutos, lleno de nervio y energía, que viaja de un tiempo a otro, y de un barrio a otro, a través de todo y todos, hablándonos de frente y sin tapujos, no hay medias tintas, ni nada que se le parezca, la película va al quid de la cuestión y de frente, siendo honesta y sincera, mostrando la realidad con su cámara y su juego cinematográfico, sin dejarse nada en el tintero, donde el tiempo parece detenido, sin avanzar, estancado e inamovible, como si los problemas de siempre siguieran ahí, sin nada ni nadie que los pudiese eliminar, donde hay referencias sociales, económicos, culturales y políticas, con la situación catalana también, desde la mirada de aquel que se acerca sin prejuicios ni complejos al tiempo que le ha tocado vivir, sabiendo del que venimos, porque él lo ha vivido de primera mano, extrayendo las múltiples posibilidades de su eficaz, fresca e interesante propuesta cinematográfica, sabiendo que el cine es una herramienta maravillosa por la que mirar la vida y la realidad de los otros, y la propia, eso sí, de manera crítica, comprometida y libre.

El vuelo de la paloma, de José Luis García Sánchez

TODOS AMAN A PALOMA.

“La especie humana produce ejemplares horribles y también maravillosos, lo que pasa es que estos otros casi nunca son noticia”.

Rafael Azcona

La película se abre con unas imágenes aéreas de Madrid al amanecer, recorriendo las arterias principales de la ciudad, visitando los monumentos más significativos, mientras escuchamos diferentes emisoras de radio que van desgranando las noticias más significativas del día que acaba de arrancar. Cuando finalizan los títulos, nos situamos en una calle cualquiera del centro, y seguimos a uno de los personajes, un pescadero rechoncho y con bigotillo que porta un paquete, nos conduce hasta una plaza (que se convertirá en el núcleo central de la película) y un bloque de pisos, donde conoceremos a la protagonista de la función, Paloma, una maruja en toda regla, de esas mujeres que viven dos vidas, la realidad amarga cargada con cuatro hijas y un marido palillo y botarate, que no da ni golpe y vive de chanchullos junto a su hermano abogado imbécil, y la otra vida, aquella en la que sueña que alguien la rescate de esa vida y la lleve a otros lugares. También, conoceremos a otros vecinos, el fascista de turno, que es muy amigo de un idiota, metomentodo y además, enamorao de una de las hijas adolescentes de Paloma. Para redondear el marco pintoresco de la función, el suegro de Paloma, un chamarilero de los de toda la vida, comunista y amante de los pequeños placeres.

Todo este cuadro se verá interrumpido y agitado por el rodaje de una serie sobre la Guerra Civil, donde aparecerá el galán trasnochado de turno, aquel que iba para gran actor y se quedó en eso. Estamos en 1988, José Luis García Sánchez (Salamanca, 1941) acaba de hacer Pasodoble, en la que una familia quijotesca ocupan un museo propiedad del monarca, que en su juventud, según dice la abuela, tuvo un sonado idilio con ella. Una cinta que contenía todos los elementos que tanto le gustan a García Sánchez, como lo coral,  retratando a un grupo de personajes excéntricos, deudor del cine Berlanguiano, muchas de sus películas estaban escritas junto a Rafael Azcona (1926-2008) quizás el guionista más grande del cine español, en unas tramas rocambolescas y alocadas, donde cada uno hace la guerra por su cuenta, dentro de un tema central, en el que como cabrá esperar, estos personajes no saldrán bien parados,  y sus sueños e ilusiones no tardarán en dar al traste y vuelta a empezar.

García Sánchez y Azcona no sitúan en un único lugar, la plaza donde se desarrolla el rodaje, junto al piso de Paloma, que parece la casa de los líos, y la roulotte de Luis Doncel, el actor, espacios todos ellos donde las desventuras de este grupo de caraduras y mamarrachos, siempre con humor, deambularán de un sitio para otro, todos andan detrás de un objetivo que, en principio desconocen que sea común, todos aman a Paloma, todos y cada uno de ellos, a su manera, que nunca parece que sea la más adecuada para Paloma, una mujer resignada a una vida insignificante, vacía y rutinaria (como define su atuendo de arranque de la película, ese chándal rosa y el abrigo de leopardo de pega, y qué decir de su peinado, el último grito de la pelu de la esquina). La llegada del cine, en este caso una serie, donde el actor-galán de tres al cuarto (con sus postizos de todo tipo, el pelo en pecho, la dentadura, incluso sus sentimientos) es el que lleva la voz cantante, el que tampoco se resistirá a los encantos de la maruja de barrio que es Paloma.

Azcona en su peculiar forma de observar al perdedor, al tipo corriente que todo le sale mal, entre otras cosas, porque no da más de sí, y también, por culpa de esa sociedad injusta, superficial y malévola, construye una sátira para reírse de todos y de todo, atiza con fuerza y con mucha mala uva, pero con su finísimo humor, en ocasiones, negrísimo, a todo lo que se mueve, con una libertad que ha desparecido hoy en día, una libertad para hablar de todo, y con ese humor, desde el contexto político y laboral, metiendo esa huelga (haciendo referencia a la que tuvo el Psoe de González en el 88) y las constantes disputas con los horarios, la comida y demás que se producen durante esa única jornada de rodaje, la reconciliación de las dos Españas (desde el contenido de la serie que se rueda, con la entrada de los regulares en Madrid, y la disputa de los vecinos, el facha de toda la vida, y el viejo comunista) el machismo que practican casi todos los hombres, el racismo (con el caso de los trabajadores negros de la película) o la pederastia (en el personaje enchochado con la niña de Paloma) sin olvidarnos de las hostias que se dan al mundo del cine, y su farándula, y todas las criaturas que pululan por ese medio, temas que hoy en día, de estúpida corrección política para no dañar las sensibilidades falsas y aparente, que han sido vetados en el cine y en cualquier manifestación artística, donde el yugo de la censura y autocensura se ha convertido en el pan de cada día.

Y qué decir de su elenco, lleno de caras conocidas, algunas de ellas ya desaparecidas, como la alma amorosa de la película, una Ana Belén riquísima y espectacular, que anda escabulléndose de todos e intentando respirar en este enjambre de salidos y tontos de capirote, le acompañan, José Sacristán, como el marido aprovechao, pusilánime y tontín, y su escudero-hermano Miguel Rellán, como el rufián abogado defraudador y corrupto (la eterna picaresca y sanguijuela del español de toda la vida) Juan Echanove como el enamorado romanticón y advenedizo controlado por su madre (como el Gabino Diego de Belle Epoque con su madre carlista) Antonio Resines como el pederasta de turno, ese que las mata callando, con su chándal y su bigotón, baboso e impertinente, que siempre armando bronca, una especie de Sancho Panza al servicio del fascista maricón, y Juan Luis Galiardo como el actor lleno de carcoma de la función, galancito con arrugas y maquillaje sudoroso que anda tras Paloma como alma en pena (con ese grito de socorro aludiendo a Fernando Fernán Gómez) queriendo creerse que todavía alguien se acuerda de él, arrastrándose por las esquinas como un lobo en los huesos.

Finalmente, como suelen pasar en estas películas de la factoría Azcona hay una retahíla de actores de reparto que en unas pocas secuencias deslumbraban hasta el más distraído de los espectadores como Manuel Huete, que era asiduo de García Sánchez desde aquel inolvidable momento de Las truchas, con esos mágicos momentos con Luis Ciges, aquí de historiador enfadado, hablando de la cartilla militar de Hitler (que según e cuenta fue totalmente improvisado) Juan José Otegui como ese productor gentleman con pañuelo al cuello (una especie de López Vázquez en La escopeta nacional y sus secuelas) José María Cañete como el fascista de brazo en alto y de moralidad “dudosa”, y un instante podemos ver a Luis Cuenca, entre otros. Entre los productores encontramos a Víctor Manuel (que ya había producido Divinas palabras, de García Sánchez, y posteriormente hará lo mimso con Tirano Banderas) a Andrés Vicente Gómez con Lola Films (respnsable de títulos como Jamón, JamónBelle Epoque) a los grandes Fernando Arribas en la cinematografía (habitual de García Sánchez) y Pablo G. del Amo (el gran editor de la factoría Querejeta) a Manuel Gómez Pereira como ayudante de dirección, a Cesar Benítez y Andrés Santana como ayudantes de producción. Volver a ver o ver por primera vez en cine El vuelo de la paloma, no sólo nos hará pasar un grandísimo rato de comedia divertidísima, sino que nos devolverá una manera diferente de hacer cine, donde la amistad era una parte fundamental, donde el cine brotaba, donde se podía abordar cualquier tema desde el humor y la ironía, la transgresión y la libertad que proporcionaba un contexto diferente y cotidiano, donde reírse de uno mismo era esencial para soportar los sinsabores de la vida y la amargura humana.

Entrevista a José Sacristán

Entrevista a José Sacristán, actor de la película “Formentera Lady”, de Pau Durà. El encuentro tuvo lugar el miércoles 20 de junio de 2018 en el Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a José Sacristán, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez y Tariq Porter de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Entrevista a Pau Durà

Entrevista a Pau Durà, director de la película “Formentera Lady”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 20 de junio de 2018 en el Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pau Durà, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez y Tariq Porter de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Entrevista a Nora Navas

Entrevista a Nora Navas, actriz de “Formentera Lady”, de Pau Durà. El encuentro tuvo lugar el miércoles 20 de junio de 2018 en el Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nora Navas, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez y Tariq Porter de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Formentera Lady, de Pau Durà

EL VIEJO HIPPIE Y EL NIÑO.

“La nostalgia es el dolor por la imposibilidad de regresar”

Milan Kundera

La última parte de la canción “Formentera Lady”, de los King Crimson dice así: El tiempo gris no me atrapará mientras el sol se oculte, desátame y libérame mientras las luces brillen. Formentera baila tu danza para mí, oscura amante Formentera. La canción lanzada en 1971 en pleno apogeo del estadillo hippie, no sólo nos habla de ese estado de libertad colectiva que se desató, sino también de un sueño, de una vuelta al interior, de volver a ser nosotros, de que hasta en los paraísos puedes envolverte en sombras, ese sueño imposible de vivir otra forma de vida. Aunque, la película no se centra en aquellos años, sino en que ocurrió con uno de esos aventureros del alma que siguió creyendo en ese sueño frustrado, en construirse su paraíso dentro de otro, atraparse en esa isla como un paraíso cerrado y solitario. Samuel es un viejo hippie, manteniendo el sueño a duras penas, sigue viviendo en una casa sin luz y apenas muebles, y ganándose la vida tocando el banjo en un garito de un colega. Su mujer e hija, hastiadas por el desengaño hippie, lo abandonaron a su suerte, ya que él nunca quiso dejar su sueño, convertido en una existencia llena de recuerdos, nostalgia y solitaria, en un tiempo, el de ahora, lejos de aquello que fue, que se soñó, donde los amigos se han marchado o están a punto de hacerlo, donde aquella vida de libertad y conciencia colectiva se quedó en las letras de una canción que escuchada ahora se remonta a un paraíso perdido, que cuesta creerse que alguna vez existió.

Pau Durà (Alcoi, Alicante, 1972) después de más de dos décadas dedicado a la interpretación, como también a la dirección de cuatro cortometrajes y alguna que otra obra de teatro, se lanza a dirigir con una ópera prima sencilla y honesta, que nos habla de un tipo cansado de cabalgar (que recuerda al Harry Dean Stanton de Lucky) que sigue viviendo en su paraíso particular, en su zona de confort, y un buen día, Samuel recibe la visita de su hija Anna (a la que apenas ve y ha tenido relación fraternal) que tiene que marchar, y le tiene que dejar su hijo Marc de 10 años. A partir de ese instante, la película se adentra en la relación de un señor de 80 años que siempre ha vivido a su libre albedrío, con su nieto que no apenas conoce. Pero, no estamos en la típica cinta con niño, cargada de buenos sentimientos, no, para nada, la película va por otro camino, dejando entrever las aristas que aparecen en la conciencia del abuelo, que ve en el niño a aquella hija que decidió no cuidar (en esos instantes de súper 8 tan elegantes y maravillosos que desprende la película, pero con esa amarga del paso del tiempo y las decisiones tomadas).

Podríamos decir que estamos ante un relato lleno de humor, pero también de amargura, de tiempos pasados y reencontrados, de final del camino, de que en los lugares que creíamos fantásticos, también encontramos grietas emocionales, porque cuando uno hace examen de conciencia, siempre encuentra todo aquello que creía ser y jamás será. Durà pivota su película en un excelente José Sacristán que, habla sin decir nada, con esas miradas que te penetran y dejan huella, sigue al pie del cañón a sus 80 tacos, componiendo personajes llenos de complejidad y crítica como el periodista cansado de Madrid, 1987, el asesino enfermo de El muerto y ser feliz o el profesor jubilado de Magical Girl. Aquí, Samuel sigue la estela de esos tipos cargados de conciencia, en los que la vida les da nuevas oportunidades para encontrarse a sí mismos, y no dejarse llevar por sus historietas e ideologías, con ese aroma que desprendía el Gregory Peck de Yo vigilo el camino. Bien acompañado por el chaval Sandro Ballesteros, y los siempre seguros Nora Navas, Jordi Sánchez (como fiel amigo de Sami, como todos lo llaman, pescador y bonachón, que estará con él hasta la muerte) o Ferran Rañé (el dueño del garito dónde toca Sami) uno de aquellos que se quedó alimentando el sueño, pero que hay un momento en que las cosas dejan de ser, y emprender nuevos caminos.

Aunque si tuviéramos que elegir esa película-espejo de ésta, sería El viejo y el niño, la primera película dirigida por Claude Berri, donde en plena segunda guerra mundial, un anciano antisemita (maravilloso Michel Simon) debe hacerse cargo de un niño judío sin conocer su identidad, y a través de una historia iniciática y experiencia emocional, vamos conociendo la relación íntima que se va generando entre dos personas que se encuentran alejadas en principio. Porque tanto Sami como Marc, abuelo y nieto, y su particular relación, de dos personas tan alejadas entre sí, descubrirán que, a veces, la vida se empeña en mostrarnos ese camino que nos ayuda a seguir hacia adelante, por muchos errores y decisiones que hayamos tomado, tomando otros caminos y emprendiendo tantas aventuras, algunas pasionales, y otras, en cambio, llenas de odio y rencor, como dejándose llevar por algo que sabían de antemano que estaba destinado al fracaso, pero ellos se empeñaban en seguir creyendo y aprtiéndose la cara por ello. Estamos ante un tipo, Sami, un perdedor digno, pero no en lo material, sino en lo emocional,  que está viviendo sus últimos atardeceres crepusculares, como aquellos personajes que poblaban las películas de Ray, Fuller o Peckinpah, empeñados en ser ellos mismos cuando todos se han ido, y sus aventuras eran imposibles.

El cineasta alcoyano ha ganado la partida en esto de dirigir, dejando que las miradas de sus actores hablen de lo que les ocurre, sin caer en la reiteración y sin ser demasiado explícito, logrando que la sutilidad y la contención de las interpretaciones nos cuente todo aquello que con las palabras no sería suficiente, creando ese aroma de nostalgia, pero sin caer en el maniqueísmo tan recurrente en este tipo de tramas. Durà ha construido una película sensible y amarga, donde hay tiempo para reír y también, para sentirse tristes, en el que vemos esa Formentera que se aleja de la imagen arquetipo para adentrarse en el alma del paisaje, de ese espacio interior lleno de vida y de pasado, de decisiones que vuelven para quedarse en forma de personas que creíamos que habíamos olvidado o ellas nos habían olvidado, Sami sabe mucho de eso, de que el tiempo soñado y su paraíso particular, quizás no estaban en ningún lugar, sino en su interior.