Rabiye Kurnaz contra George W. Bush, de Andreas Dresen

LA MADRE CORAJE. 

“La libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor; debe ser exigida por el que está siendo oprimido”

Martin Luther King

En el universo cinematográfico de Andreas Dresen (Gera, Alemania del Este, 1963), hay dos temas constantes en una filmografía que abarca casi tres décadas, y son, por un lado, el choque entre los nacidos en la RDA y la reunificación del país a finales de los ochenta, y su mirada a la gentes corriente y los desheredados de la sociedad. Películas como Stilles Land (1992), Encuentros nocturnos (1999), Verano en Berlín (2005), En el séptimo cielo (2008), Mientras soñábamos (2015), entre otras, inciden en esos temas y espacios, colocando a Dresen en un gran cronista y observador del final de la Alemania del Este y sus conflictos en el nuevo país unificado desde la mirada de las personas de a pie. Con Rabiye Kurnaz contra George W. Bush se centra en la historia real de la madre de Bremen de origen turco que se enfrentó a los Estados Unidos porque detuvieron y encerraron en Guantánamo a su hijo Murat de 19 años en diciembre de 2001, acusado de talibán después del atentado de las torres gemelas en septiembre del mismo año.

La película es una crónica del seguimiento del caso a partir del trabajo de Bernhard Docke, abogado de derechos humanos, que ayudó a Rabiye a liberar a su hijo. El conflicto parte de un excelente guion de Lila Stieler, que ha trabajado con nombres ilustres como el de la cineasta Doris Dörrie, en su séptimo trabajo junto al director Andreas Dresen, centrándose en varios aspectos, el humano que protagonizan la madre del detenido y el abogado que la ayuda, el político con esas conversaciones entre el fiscal del estado y el propio abogado, y el social con la repercusión mundial del caso de los detenidos sin juicio y asesoramiento legal por parte del gobierno estadounidense. Todos estos elementos se mezclan con sabiduría y fuerza, llevándonos por una historia que abarca varios años en la vida de Rabiye y Bernhard, donde hay de todo, alegrías, altibajos, tristezas, esperanza y fe en un mundo que cada vez se golpea en el pecho de su justicia y democracia pero que, en el fondo, todo se reduce a quién tiene la fuerza y la administra a su antojo. Rabiye no se detendrá ante nada ni nadie, nos recuerda a la Mildred Hayes, la madre que interpretaba Frances McDormand en la magnífica Tres anuncios en las afueras (2017), de Martin McDonagh, que buscaba justicia por el asesinato de su hija ante la ley local de su pueblo, ambas son mujeres y madres que no cesarán en su empeño con astucia y paciencia. 

Una película que nos lleva entre idas y venidas de Alemania y EE.UU., desde la casa adosada y la cotidianidad de Rabiye y su familia a los despachos y salas del Tribunal Supremo de Justicia de los Estados Unidos, contrastes que la película muestra con todo detalle y eficacia, en la que sobresalen los estupendos trabajos de cinematografía de Andreas Höfer, que a parte de trabajar con Schlöndorff, es un habitual en la carrera de Dresen, en un trabajo de intimidad y de luz natural que contribuye a ser uno más de esta historia construida desde el alma de sus desdichados protagonistas enfrentados al país más poderoso del planeta. El estupendo montaje de Jörg Hauschild, del que hemos visto su impecable trabajo en Faust (2011), de Aleksandr Sokurov, es otro habitual del cineasta alemán, en una edición que tiene sus momentos de reposo con otros más movidos, en un metraje largo que se va casi a las dos horas. La magnífica pareja protagonista contribuyen a crear ese espacio tan personal y profundo que radia la película, porque tenemos a Alexander Scheer, un actor que vuelve a trabajar con Dresen después de la experiencia de Gundermann (2018), que se metió en la piel de un escritor, cantante de rock y minero y sus relaciones con la Stasi, ahora es el abogado Bernhard Docke, un hombre íntegro que ayuda a Rabiye en todo su cansado y asfixiante periplo por liberar a su hijo. Junto a él, encontramos a Meltem Kaptan, que debuta en el cine alemán, después de trabajar en la cinematografía turca, en la piel de Rabiye Kurnaz, una madre coraje que tiene una fuerza, una valentía y una arrolladora personalidad y un peculiar sentido del humor. 

Dresen tenía una historia “bigger than life”, de las que te encogen el alma, de personas como nosotros que les ocurren cosas que nos podrían ocurrir, y por eso mira a sus criaturas y sus problemas desde la verdad y el alma, sin caer en el sentimentalismo ni nada que se le parezca, cociendo a fuego lento una historia que nos hablan de la vida y las emociones, que nos habla de justicia, la poca que hay, y también del costo de pedir y reclamar justicia, de todos los problemas que te pueden ocasionar los estados llamados libres y democráticos, pero totalitarios en el momento de imponer sus deseos y necesidades políticas internacionales, como el miserable papel del gobierno de Estados Unidos y su violencia estatal implantada por Bush, con el beneplácito del gobierno alemán, también muy implicado en el caso de Murat Kurnaz, en otro caso más de corrupción política y violencia estructural por el bien de no se sabe qué interés. La película huye del panfleto o el discurso positivista de buenos y malos, porque las cosas se muestran de otra forma, con humanidad y sencillez, recuperando esa voluntad del cine de hablar de las injusticias del estado contra los más vulnerables. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un escándalo de estado, de Thierry de Peretti

LA GUERRA SUCIA DEL ESTADO.

“El ejecutivo del Estado no es otra cosa que un comité de administración de los negocios de la burguesía”

Karl Marx

Si hay una película por antonomasia sobre el thriller de investigación sobre las miserias del estado esa no es otra que Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula, en el que profundizan sobre las pesquisas de los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein en el llamado “Caso Watergate”, que provocó la dimisión al presidente Nixon en el verano de 1974. La acción de Un escándalo de estado arranca sin más, con la noticia de la incautación de siete toneladas de cannabis en París. Ese día, Hubert Antoine, antiguo topo de la policía se pone en contacto con Stéphane Vilner, periodista del diario de “Libération”, y le explica que conoce todos los detalles de una trama de tráfico de drogas del estado, liderada por el alto cargo policial Jacques Billar. La película ya deja clara su camino, cuando en su inicio anuncia en dos frases que la película se basa en hechos reales pero inventados, dejando al espectador en la función de desenmascarar los propios hechos, en un interesante y enigmático juego basado en dilucidar si esos hechos relatados  sean reales o no, según su criterio e información.

El director Thierry de Peretti (Ajaccio, Córcega, Francia, 1970), del que conocíamos su faceta como actor en grandes películas como Saint-Laurent, de Bonello y Los que me quieran cogerán el tren, de Chéreau, entre otras, dirige su tercer largometraje como director, después de las interesantes Les apaches (2013) y A Violent Life (2017), donde indaga en las formas de violencia hacia los inmigrantes argelinos en Francia. En Un escándalo de estado, también se sitúa en las formas de violencia, pero en este caso va mucho más allá, porque se mete con las formas criminales del estado, una historia extraída del libro “L’infiltré”, de Hubert Anoine y Emmanuel Fasten, del que ha construido un guion junto a Jeanne Aptekman, en el que deja de lado los estereotipos del género, tan trillados últimamente, para profundizar en la relación entre el infiltrado y el periodista y en las investigaciones llevadas por ambos, o lo que es lo mismo, entre el que tiene información y el que debe corroborar toda esa información.

La trama se instala en París, y en algunos lugares epicentro de la droga como Marbella y Marsella, en el vamos viendo a todos los actores implicados en la guerra sucia del estado contra la droga o a favor de la droga, según se mire. Estamos ante un caso como los GAL en España contra la guerra contra ETA, o cualquier otro caso en que el estado ha dejado de ser un estado de derecho, democrático y transparente para sumirse en una organización fuera de la ley en el que hacer y deshacer a su antojo. De Peretti deja claras las miserias de la política y los gobernantes para someter e inducir a la policía a hacer y deshacer en temas de droga, para así conseguir sus beneficios y réditos de cara a sus influencias económicas y políticas bajo mano. La excelente cinematografía de una súper clase como Claire Mathon, que repite con De Peretti después de A Violet Life, de la ya habíamos disfrutado con sus grandes trabajos con Céline Sciamma y en El desconocido del lago, de Alain Guiraude y en Spencer, de Pablo Larraín, en el que consigue es luz tenue e intimista en que refuerza esa cotidianidad y la fuerza de los rostros y los cuerpos en una película muy física y verbal.

El extraordinario trabajo de montaje que firman conjuntamente Marion Monnier, la editora de Mia Hansen-Love, que ya estuvo en A Violen Life, y Lila Desiles, para construir una película compleja, con multitud de saltos hacia adelante y hacia atrás, muy bien estructurada y concisa en su información para un metraje de un par de horas, en el que no falta ni sobra nada y mantiene la tensión en todo momento. Una película de estas características necesita un par de intérpretes muy buenos, capaces de llevar una trama de investigación que no es nada fácil, y el director corso los encuentra en Roschdy Zem, que tiene en su filmografía directores/as tan grandes como Techiné, Garrell, Beauvois y Zlotowski, entre otros, metiéndose en la piel de Hubert Antoine, el topo de la policía, un ser muy ambiguo y extremadamente complejo, como esa aparición en el arranque saliendo de la oscuridad, un tipo del que dudaremos mucho, pero también, confiaremos en su testimonio tan esclarecedor e impactante. Una especie de Dr. Jekill y Mr. Hide, que parece muy cercano y en otras, muy alejado, uno de esos personajes increíbles que quedan almacenados en la memoria.

Frente a Zem, un actor enorme como Pio Marmaï, al que hemos visto hace poco en El acontecimiento, de Audrey Diwan, y en películas de Kaplisch, metido  en la piel de Stéphane Vilner, el periodista capaz de todo, el intrépido y sagaz reportero que recuerda a aquellos de las películas clásicas americanas, como por ejemplo, el Walter Burns de Luna nueva, capaz de todo para conseguir la información que sabe que será la hostia, en una muy difícil papeleta en su relación con un confidente del que duda, pero no tiene otra cosa, y cree que lo puede ayudar para desenmascarar la terrible corruptela que existe en el seno de la lucha contra la droga del estado francés. Les acompañan en breves presencias, el siempre ejemplar Vincent Lindon como el jefe de policía investigado, Valeria Bruni.Tedeschi, como una fiscal responsable, y Tristán Ulloa, entre otros. Un escándalo de estado habla de Francia y sus terribles tejemanejes, pero se puede extrapolar a cualquier estado occidental, que se vanaglorian de derecho, justicia, democracia y libertad, y optan por lo contrario cuando se les antoja, en fin, un sindiós de gobernantes y de todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un cielo tan turbio, de Álvaro F. Pulpeiro

LOS NO LUGARES.  

“Éste no es el Méjico real. Lo sabes. Todas las ciudades fronterizas sacan lo peor del país”.

Sed de mal, de Orson Welles

Un planeta tan injusto, desigual y funesto como este, no es de extrañar que existan las fronteras. Las fronteras como división antinatural del territorio, como separación horrible entre unos y otros, y sobre todo, como barrera para dividir el país enriquecido del empobrecido. Podríamos hacer una relación larguísima de todo ese cine llamado fronterizo, un cine que no solo se ha dedicado a hablarnos de la frontera como objeto y límite, sino de todo lo que vive o mejor dicho, sobrevive a su alrededor. Esos lugares sin tiempo, lleno de fantasmas, un caleidoscopio de seres, costumbres y formas de encontrar un sustento que llevarse al estómago. El director Álvaro F. Pulpeiro (Galicia, 1990), creció entre Canadá, Brasil y Australia, y se graduó en la prestigiosa Architectural Association School of Architecture de Londres, donde colabora con diferentes artistas, para dar el salto al cine con la películas corta, Sol MIhi Semper Lucet (2015), donde se adentraba en los campos secos y las calles vacías de algún lugar de Texas, para luego debutar en el largometraje con Nocturno: Fantasmas de mar en puerto (2015), en la que seguía la tripulación de un pesquero anclado de Montevideo a la espera de volver al mar,  y luego, volver al cortometraje con La jovencita no envejece, se descompone (2019), anclada en la península de la Guajira, entre Colombia y Venezuela, para seguir el deambular de una joven.

El profundamente personal e inabarcable universo que edifica el cineasta gallego es un lugar sin tiempo ni lugar, un espacio lleno de sombras y cuerpos de aquí para allá, espectros perdidos en un constante movimiento y deambular, expuestos a sus cotidianos destinos y un futuro incierto. Un cine donde no existen el tiempo ni los rostros, solo un vasto espacio donde todo se confunde, que nunca podemos medir ni conocer en su todo, solo una parte, y una parte mostrada de forma difusa, en la que nos perdemos como en un laberinto,  en el que nada ni nadie tiene un objetivo más allá de un presente infinito. Con Un cielo tan turbio, su segundo trabajo, Pulpeiro se adentra en Venezuela, y más concretamente, en esos no lugares que tanto le interesan, las tierras que envuelven o ensombrecen la frontera y sus alrededores, a partir de tres espacios, o no lugares, como un grupo de soldados a bordo de un barco en los mares del Caribe, los migrantes trasladándose por los puestos entre Venezuela y Brasil, y los contrabandistas adentrándose por el difícil desierto de la Guajira con los últimos barriles de petróleo rescatados del embargo.

La película compone su peculiar retrato de un país petroestado, acuciado por el embargo estadounidense, los conflictos internos entre estado y derecha y las múltiples oleadas de migrantes, y lo hace de forma muy interesante y profunda, alejándose del documento tradicional y periodístico, y formando una magnífica composición lleno de sombras y cuerpos que se mueven entre la oscuridad, bajo un cielo nublado lleno de nubes negras, solo iluminado por los neones y esas llamaradas de las refinerías (que recuerdan poderosamente a las de Blade Runner), desplazándose por lugares-limbo, mientras escuchamos la radio que va vomitando noticias entrecortadas de la situación política, social, económica y cultural de Venezuela. La magnífica pare técnica de la película, elemento de suma importancia en una película en la que apenas hay diálogos, donde el director gallego, afincado en Colombia, vuelve a colaborar con antiguos cómplices de sus anteriores trabajos como en la sombría cinematografía de Mauricio Reyes Serrano, creando ese no lugar donde todo vive y muere a la vez, un espacio lleno de vida, eso sí, una vida en tránsito constante, el gran trabajo de edición de Martín Amézaga, que condensa con maestría una película de 83 minutos, en la que sus imágenes van apoderándose de nosotros de forma sutil y pausada.

El excelente trabajo de diseño de sonido que firma Tomas Blazukas, en un arrollador retrato sensorial de Venezuela o de esos no lugares del país sudamericano, así como el formidable trabajo de música de Sergio Gutiérrez Zuluaga, completamente fusionada con la parte sonora, creando esos ruidos y composiciones muy fantasmales, más propias del cine fantástico, pero extraordinariamente fusionadas con esas realidad ficticia que filma con pulso y sabiduría el director gallego. Un cielo tan turbio no está muy lejos de algunos trabajos de Bonello como el de zombi Child (2019), donde se mezclaba con audacia el fantástico y la realidad más política del país, y sobre todo, del imaginario visual y sonoro del cine de Pedro Costa, con sus individuos-espectros que pululan en sus universos cerrados y periféricos, en la que sin discursos ni nada que se le parezca, construye todo un entamado político de la situación de sus respectivos países, a través de la más pura, cercana e intimidad de esas personas no personas como los inmigrantes, los pobres y los contrabandistas, todos los que viven en las sombras como modo de supervivencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marc Parramon

Entrevista a Marc Parramon, codirector de la película “Altsasu (Gran Hura)”, en el marco del DocsBarcelona, en el Hotel Catalonia en Barcelona, el miércoles 19 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Parramon, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación de DocsBarcelona, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Pájaros enjaulados, Oliver Rihs

HASTA QUE ESTEMOS MUERTOS O LIBRES.

“Decir la verdad es siempre revolucionario”

Antonio Gramsci

Resulta muy curioso que, las tres últimas películas provenientes de Suiza que se han estrenado entre nosotros están basadas en hechos reales, y todas tiene al estado represor como protagonista. La primera, El orden divino (2017, Petra Biondina Volpe), sobre un grupo de mujeres que se alzan contra la prohibición de votar en el país en 1971. La segunda, Mis funciones secretas (2020, Micha Lewinsky), centrada en el escándalo que supuso que en 1989, el estado espiará a un grupo de teatro de izquierdas). Y ahora, nos llega el caso de Barbara Hug, una afamada abogada de izquierdas, y su relación con Walter Strüm, el apodado “rey de las fugas”, durante la década de los ochenta. Las dos son personas que arrastran el peso traumático de familias que no los quisieron, y luchan contra esos demonios rebelándose contra un estado que oprime y violenta a todos aquellos que se levantan ante las injusticias, como deja clara la secuencia de apertura de la película, con esa manifestación de protesta y la policía atentando y deteniendo violentamente a muchos de los manifestantes, y mientras, Strüm aprovecha el desorden para escapar.

El director Oliver Rihs (Männedorf, Suiza, 1971), lleva más de dos décadas produciendo y dirigiendo películas. Con Pájaros enjaulados (que tiene el subtítulo: “Hasta que estemos muertos o libres”), séptimo título de su filmografía, construye una película edificada en aquella Suiza que pretendía ser moderna, y seguía manteniendo cárceles siniestras donde se torturaba indiscriminadamente a los presos, amén de una represión contra todo aquel que protestaba ante los abusos de poder. La película, muy bien ambientada y llena de detalles históricos, nos sitúa en un despacho de abogados idealistas que defienden a todos los activistas de izquierdas, en el que sobresale la figura de Barbara Hug, “Babs”, como la llaman sus camaradas, una mujer de salud delicada por sus problemas renales, que necesita de diálisis y una muleta para caminar, se erige como una sólida y luchadora nata contra el estado y la misión de acabar con el sistema penitenciario de la edad media, y encuentra, por azares del destino, la figura de Walter Strüm, encantador y atractivo, además de un célebre preso, con el récord de fugas y atracos a bancos de la historia de Suiza. Un tipo que le servirá para luchar mejor contra ese sistema represor.

La cinta consigue una atmósfera acogedora y muy íntima, describiendo con naturalidad y detalle todo el activismo político de izquierdas en aquella Suiza ochentera, con las continuas idas y venidas a la vecina Alemania, con la presencia de la RAF, la facción del Ejército Rojo, las casas comunas del partido y demás componentes, un gran grupo de idealistas que a su manera creyeron que las cosas podían ser de otra manera. Pájaros enjaulados es una película muy física, siempre está en continuo movimiento, los personajes envueltos en una energía desbordante, van de aquí para allá, movidos por sus inquietudes y su fuerza de lucha incansable. La película nos habla del concepto de libertad, de esa idea compleja de ser o sentirse libres, y lo hace bajo dos formas muy diferentes pero que en cierta manera, se atraen, personalizadas en las figuras de Hug y Strüm, dos personas que ven la libertad desde conceptos muy alejados, que se pasaron su vida luchando para conseguirla, aunque como suele ocurrir, una se siente más libre cuando trabaja para algo que cuando finalmente se consigue.

Otro de los elementos que más brilla en la película, y más en una película de estas características es la interpretación de todos los personajes, unos individuos de carne y hueso, alejándose al máximo de esa idea romántica de los ideales políticos y demás, con sus relaciones, discusiones y conflictos. Destacan las composiciones de Jella Haase, como una joven idealista, Philippe Graber, al que ya vimos protagonizando la citada Mis funciones secretas, como un compañero abogado de Hug, Anatole Taubman como uno de esos fiscales fascistas del estado, Bibiana Beglau, como una líder del activismo de izquierdas alemán, Pascal Ulli, otro de los compañeros abogados de Hug. Una gran pareja protagonista. Por un lado, se encuentra Joel Basman, que le hemos visto en películas de Andreas Dresen, y en Vida oculta, de Malick, se mete en la piel del escurridizo y encantador delincuente Strüm, un tipo complejo, machacado emocionalmente por su pasado y su difícil relación con su padre, es un hombre independiente, un culo inquieto, y alguien que entendía la libertad como una forma de ser, individual y egoísta.

Frente a Basman, tenemos a Marie Leuenberger, la actriz berlinesa que ya nos encantó como protagonista en la mencionada El orden divino,  metida en la piel y el rostro de la fascinante Barbara Hug, con ese cuerpo herido, y esa mente inquieta e inteligente, atrevida y compleja, que no decae en ningún instante, con su fortaleza y su vulnerabilidad, atraída por completo con la figura de Strüm, independiente y cercana, una de esas mujeres anónimas que cambiaron muchas cosas y la historia no las reivindica como se merecen. Rihs ha construido una estupenda película, porque no embellece y heroiza a sus protagonistas, sino que los presenta con sus virtudes y defectos, con todo lo que son y sobre todo, su humanidad, no los acerca y los mira de frente, a su altura,  que nos acerca a dos figuras que no conocíamos, y además, nos hace reflexionar sobre todas aquellas personas que antes que nosotros se preguntaron que es la libertad, y no solo eso, se activaron con luchas, reivindicaciones y su férreo activismo para si no alcanzarla, acercarse a ella lo máximo posible. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Mothers, de Myriam Bakir

EL ESTIGMA DE SER MADRE SOLTERA EN MARRUECOS.

“Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla”.

Almudena Grandes

En la España franquista, ser madre soltera era una terrible condena. Las mujeres, en muchos casos, menores de edad, eran vilipendiadas por la sociedad y sus familias, y presionadas por todos, optaban por soluciones drásticas: abortos clandestinos, donaciones forzadas sin ningún tipo de protección legal, o abandonadas a su suerte. Las mismas situaciones las viven en la actualidad las madres solteras marroquíes. Mujeres olvidadas e invisibilizadas por una sociedad que vende modernidad, y bajo la alfombra sigue anclada en ideas muy conservadoras y medievales. Aunque para muchas de estas mujeres, existe un resquicio de luz, la Asociación Om El Banine, creada por Mahjouba Edbouche, una señora que con su equipo de trabajadoras sociales, se dedica a escuchar a estas mujeres solas, ofrecerles ayuda, acompañarlas durante el embarazo, a darles un empujón una vez son madres, y también, a trazar puentes entre estas mujeres y sus familias.

La directora Myriam Bakir, nacida y criada en París (Francia), pero de padres marroquíes, ya tocó un tema candente como la prostitución en su primer largo de ficción Agadir-Bombay (2011). Para su primer documental, la directora se centra en otro gravísimo problema para las mujeres que tienen hijos fuera del matrimonio, que como marca la ley, pueden ser causadas de prostitución, un delito muy grave en Marruecos, que las puede llevar a la cárcel. Bakir compone una película breve, de sesenta y dos minutos de metraje, y filma el proceso de seis mujeres: Karima, Bahija, Ilham, Imane, Sarah y Fátima, seis mujeres a las que nunca veremos el rostro, siempre de espaldas o de lado a la cámara, que empiezan explicando su caso a la trabajadora social, en planos cerrados, encajonándolas en esos trances por los que están pasando, casi siempre en interiores, donde las escuchamos y conocemos los pormenores de su embarazo y la nula relación con su familia, que desconoce los hechos. Las veremos en el piso tutelado de la asociación, en sus quehaceres diarios, en sus encuentros con abogados y doctores, con sus preocupaciones, sus ilusiones y sus tristezas, todo contado desde una intimidad que encoge el alma, desde esa posición de frente y directa, en que el relato cuenta, sin juzgar y siempre desde la distancia justa y no intrusiva, sino optando una voz amiga, tendiendo un puente en que retrata y da voz a estar mujeres que la sociedad oculta, estigmatiza y las obliga a tomar decisiones drásticas.

La directora franco-marroquí no embellece ni maquilla su dispositivo, todo desprende una realidad tangible, cercanísima y llena de humanidad, acercándonos una realidad más acogedora y una línea de luz, en la que la asociación consigue algo muy emocionante, una lucha diaria para financiarse, y sobre todo, una herramienta necesaria y vital para todas estas mujeres, una ayuda indispensable para llevar el mal trago de ser madre soltera en Marruecos. Hace tres temporadas, vimos la película Sofia, de Meryem Bemm’Barek, en que tomaba el caso de una menor embarazada y el vía crucis doloroso y traumático en el que se veía sometida por su familia y el estado para regularizar su situación. Una película que encaja perfectamente en la idea que plantea la película de Bakir, mostrar unos hechos deleznables para una sociedad, y también, explicar las acciones de ayuda y humanitarias que se dan desde la asociación para no abandonar a estar mujeres, acompañarlas, asesorarlas y sobre todo, seguirlas decidan lo que decidan, pero siempre desde el respeto y el amor.

Mothers es un brutal puñetazo de realidad, que hiela el alma, y también, resulta reconfortante, porque da un poco de luz. La cinta no se anda con atajos ni condescendencias, sino que lo muestra todo de forma áspera, cruda y honesta, mostrando una realidad terrible, sin concesiones, pero no olvida ese punto de esperanza que da la asociación, ofreciendo ayuda y apoyo, en un camino que no será en absoluto nada fácil, pero sí, muy diferente, un camino que ya no tendrán que hacer solas. La Asociación Oum El Banine y su creadora, la grandísima Mahjouba Edbouche, se convierten en esas personas que demuestran que con mucha voluntad, trabajo y esfuerzo, las pequeñas ideas pueden salvar muchísimas vidas y derribar muros de intolerancia, machismo y dolor y dar mucho de vida, humanidad y sobre todo, esperanza, que siempre es difícil, a veces casi imposible, pero con amor, solidaridad y libertad pueden llegar a cuantas mujeres mejor y ofrecer otra forma de hacer las cosas, y sobre todo, de ayudar, esa palabra que tanto se dice y tan poco se práctica, ayudar y ayudar a los demás, que es la única actitud que nos hace humanos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dios es mujer y se llama Petrunya, Teona Strugar Mitevska

UNA MUJER VALIENTE.

“El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”

Simone de Beauvoir

La sátira, el humor negro y el sarcasmo fueron las herramientas que utilizó el guionista Rafael Azcona (1926-2008) para hablarnos de las injusticias y miserias que campaban durante el franquismo, poniendo el foco en las dificultades de una población que malvivía para adquirir una vivienda, conseguir un trabajo digno o pagar la letra de un motocarro que era el sustento de su existencia. Comedias que además de hacernos reír, vistas hoy en día resultan el mejor retrato de lo que fue España y sus ciudadanos. La misma estela sobre la forma de contar historias sociales es la que sigue Teona Strugar Mitevska (Skopie, Macedonia, 1974) cineasta que ha tocado temas tan diversos como la guerra de los Balcanes, las consecuencias nefastas del régimen comunista, las contradicciones de las generaciones jóvenes frente a lo tradicional, y el combate de unas mujeres por ser ellas mismas, temas que vuelven a sonar en su quinto trabajo como directora.

La cineasta macedonia nos sitúa en el pequeño pueblo de Stip, en el que nos presenta a Petrunya, una mujer poco agraciada y de ideas diferentes a la realidad en la vive que, a pesar de su licenciatura de historia no encuentra trabajo, y además tiene que aguantar las impertinencias y la dureza de una madre anclada en el pasado. Pero todo va a cambiar para ella, cuando en el día de la festividad religiosa ortodoxa, el sacerdote arroja una cruz de madera al río para que cientos de hombres se lancen para conseguirla, aunque este año será Petrunya quién la coja, generando un cisma en el pueblo, convirtiéndose en la ira de los hombres, el sacerdote y la ley. Strugar Mitevska construye una película con el armazón de una comedia satírica e irreverente, que bajo esa capa de ligereza oculta un relato sobre la injusticia en una sociedad sometida a las tradiciones de una mirada completamente machista y patriarcal, donde las mujeres existen bajo la superficie de las hombres y sus ideas, y cualquier cambio provocado se convertirá en una ofensa para los valores tradicionalistas.

El conflicto entre tradición que representan la iglesia, el estado y la madre de Petrunya, y modernidad, que sería lo que combate Petrunya, queda muy bien reflejado en la película, en la que el personaje de Slavica, la periodista vendría a ser esa mujer a la que aspira Petrunya, alguien que tiene un trabajo, lo defiende y se ha convertido en la voz de la injusticia. Petrunya es una especie de patito feo encerrada en un ambiente opresivo y tradicional, alguien que por su forma de ser y carácter se ha erigido como una persona diferente al resto de su pueblo, alguien con ideas y actitudes propias, desde su forma de vestir o su forma de encarar su propia vida, muy alejada del resto, una vida que se verá superada por los acontecimientos en un inicio, para luego demostrar y demostrarse quién es y él porque de su acto, defendiendo con fuerza y decisión, y sobre todo, enfrentándose a todos, no solo la cruz que ha ganado limpiamente, sino también, el hecho de defender que una mujer haya roto las normas injustas de una tradición antidemocrática y en contra de los derechos de libertad individual.

La directora macedonia sigue la tradición de cierta comedia negra balcánica que escondían dramas oscuros y brutales para hablar de los conflictos sociales, económicos y culturales del entorno como hacían Kusturica, Makavejev o Paskaljevic, o los nuevos valores como Tanovic o Cvitkovic, relatos sobre la realidad de los ciudadanos y sus problemas cotidianos, que ahora se miran como reflejos históricos de la época que describen mejor aquellas circunstancias que muchos diarios y ensayos del momento. Un reparto excelente y bien conjuntado que interpreta con brillante naturalidad todos los roles en cuestión del conflicto, sobresaliendo enormemente la protagonista Zorica Nusheva, de trayectoria cómica en el teatro, con esa mirada que traspasa, y esa fuerza intrínseca que despliega durante todo el metraje, luciéndose de forma magnífica creando un personaje sencillo y humilde, que dará un golpe en la mesa para ser quién quiere ser, a pesar de la tradición, y defendiendo con uñas y dientes aquello que considera justo y humano, independientemente de lo que piensan esa mayoría borrega que representan el sacerdote, la policía como el estado a favor de la tradición, o esa jauría de hombres que se dicen religiosos y no respetan ideas diferentes a las suyas.

Dios es mujer y se llama Petrunya es una película fantástica, apasionante y completamente actual, con esa mirada intensa y humanista sobre aquellos cánones estúpidos y fascistas con los que se sustentan muchas sociedades que gritan democracia y la atentan en cada ocasión que pueden, convirtiéndose en meras pantomimas de una libertad en teoría no en la práctica, a través de su sencillez y manifiesta humildad, contándonos un conflicto local que es a la vez un conflicto universal, a partir de alguien que se ha cansado de ser invisible, de alguien que despertará y hará despertar a los demás de esa pesadilla de tradiciones que no respetan a las mujeres y su diversidad. Un relato que viene a tambalear esas estructuras decimonónicas injustas que deben cambiarse ya que atentan contra la modernidad, contra todo lo diferente, contra personas como Petrunya, una mujer valiente, diferente, con coraje y carácter que es una rara avis, un obstáculo para la intolerancia y el borreguismo anclado en la sociedad de hoy en día, siendo esa figura que pone en entredicho todas esas formas tradicionales que atentan contra la libertad de decisión de los seres humanos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Xavier Artigas

Entrevista a Xavier Artigas, codirector de la película “Idrissa. Crónica de una muerte cualquiera”. El encuentro tuvo lugar el jueves 7 de noviembre de 2019 en el domicilio del director en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xavier Artigas, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Encuentro con Krzysztof Piesiewicz

Encuentro con Krzysztof Piesiewicz, guionista del cineasta Krzysztof Kieslowski, con motivo del ciclo “Krzysztof Kieslowski: No oblidaràs!” que le dedica la Filmoteca de Catalunya, con la participación de Esteve Riambau, director Filmoteca, en Barcelona, el jueves 4 de julio de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Krzysztof Piesiewicz, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Joana Bardzinska, por su gran labor como intérprete,  y a Jordi Martínez de Comunicación Filmoteca,  por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Nahid, de Idah Panahandeh

Poster Nahid 70x100.aiSER MUJER EN IRÁN.

La mayor parte de la potente e interesante cinematografía iraní que llega a nuestras pantallas, se ha especializado en retratar las dificultades sociales, económicas, políticas y culturales que padecen sus habitantes en un estado regido por leyes extremadamente tradicionales y patriarcales. Muchos de esos cineastas han focalizado sus películas en retratar a las mujeres, las más perjudicadas por las imposiciones estatales. Desde Kiarostami en Ten (2002) o Shirin (2008), Panahi en El espejo (1997) o Offside (2005), Samira Makhmalbaf en La manzana (1998) o A las cinco de la tarde (2003), o Asghar Fahardi en A propósito de Elly (2009) o Nader y Simin, una separación (2011), han sabido extraer la parte sociológica y emocional de estas mujeres que se ven inmersas en situaciones dolorosas y terribles por reivindicar su feminidad e independencia.

La debutante Ida Panahandeh (1979, Teherán, Irán) – que lleva desde el 2005 realizando cortometrajes, documentales y tv movies, retratando a las mujeres y sus dificultades vitales y cotidianas – coge el testigo de sus otros colegas iranís para sumergirse en Nahid, una mujer que vive al norte de Irán, y se enamora por primera vez de Masoud, un apuesto maduro que regenta un hotel a las orillas del Mar Caspio. La intención de la pareja es contraer matrimonio, pero Nahid, cuando se divorció de Ahmad, una bala perdida que le hace la vida imposible, acordó mantener la custodia de su hijo si no volvía a casarse. Ante este difícil conflicto, la pareja opta por un matrimonio temporal, que aunque no está prohibido por la ley, lleva a Nahid a un laberinto sin salida donde deberá enfrentarse a su entorno familiar que rechaza su decisión. Panahandeh, con la ayuda de su coguionista, Arsalan Amiri, construye una película fría y gris, filmada durante el otoño, en una ciudad pequeña y austera, sumergiendo a sus personajes en existencias tristes y solitarias, donde emerge la mirada de Nahid, plagada de detalles y gestos, dotada de una profundidad que inquieta y conmueve. El conflicto kafkiano en el que se verá sometida diariamente hará mella en su interior, los problemas injustos e inhumanos que, no sólo la somete el estado, sino también su familia, la dejará en un callejón oscuro de difícil salida. Panahandeh huye del drama panfletario y paternalista, se interesa por el drama humano en el que se ven esclavizadas muchas mujeres iraníes que no les dejan llevar una vida en libertad e independiente.

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Un relato social, pero también profundo y humanista, que nos descubre a una mujer valiente y fuerte que deberá luchar para ser ella misma, en una sociedad represiva y dictatorial, y en continua amenaza, como ese mar violento que mira cuando se ve con su amante a escondidas. Nahid es una mujer joven, que además de tener que lidiar con un hijo rebelde y difícil, tiene que soportar a su ex, un adicto al juego de vida oscura, y además, enfrentarse al rechazo de una familia que la juzga y la encierra. Su única ilusión es mantener la custodia de su hijo y comenzar una nueva vida con Masoud, el hombre que la escucha y trata como una mujer y, sobre todo, como una persona libre, independiente y feliz. Queda patente el esfuerzo de Panahandeh en encauzar todos sus elementos narrativos, y construir una trama que va in crescendo, con planos cortos y cerrados en su mayoría, donde imprime esa angustia y vacío que siente su protagonista, que Sareh Bayat interpreta llena de matices creando una composición maravillosa y entregada (que muchos recordarán por su personaje de Razié en Nader y Simin, papel que desencadenaba el conflicto y le valió el reconocimiento en el Festival de Berlín) componiendo un personaje cimentado a través de sus miradas y silencios, convirtiéndose en uno de los grandes aciertos de este drama emocional, de vocación realista, donde un mujer de hoy tiene que enfrentarse a todos y todo, por su maternidad, y el amor que siente por el hombre que la ama.