LA IMAGEN REVELADORA.
“Yo soy aquél cuya vida y alma son torura”
Sayat Nova.
Durante sus sobrios títulos de crédito, se nos anuncia que la película que vamos a ver no intenta contar la vida de un poeta, nos explican que el cineasta ha intentado recrear su mundo interior, sus estados de ánimo, sus pasiones y tormentos, en el que se ha utilizado ampliamente los simbolismos y las alegorías, propias de la tradición de los poetas-trovadores de la Armenia Medieval (Asough). El cineasta armenio Serguei Paradjanov (1924-1990), que se diplomó teniendo al cineasta ucraniano Alexandre Dovjenko, entre uno de sus maestros, alcanzó su gran éxito, obteniendo premios internacionales, con el noveno título de una carrera que sobrepasó la decena de trabajos, Los corceles de fuego (1964), una película poética en la que se narraba la historia de amor de dos jóvenes que pertenecían a familias enfrentadas, una cinta con la que abandonaba el realismo soviético oficial. Su siguiente trabajo fue Sayat Nova, filmada durante 1967-1968, y con un presupuesto ajustadísimo, una película basada en la vida del poeta armenio del siglo XVIII (1712-1795), figura mayor del arte del ashik (trovador) que escribía sus poemas y los cantaba acompañado de un laúd o de un kamanche, y empleó las tres lenguas del Cáucaso (georgiano, armenio y azerí), además de ser un símbolo de libertad y hermandad entre los pueblos.
La película tuvo infinidad de problemas con la censura soviética, – el propio Paradjanov acabó internado en campos de trabajo en más de una ocasión – una vez finalizada la película, el Goskino (comité cinematográfico del estado) la juzgó de ser una obra oscura y formalista, demasiado alegórica, que no reflejaba la vida del poeta, y optaron por cambiarle el título, El color de la granada (cómo se conoció internacionalmente) y remontarla sin contar con Paradjanov. La actual restauración hace justicia a una película que debió tener el reconocimiento internacional que merecía. Paradjanov hizo una película diferente, que no se parece a ninguna otra, una obra sumamente poética, de una audacia formal exquisita, carente de realismo, y alejada de herramientas narrativas que nos sirvan de guía para identificar lo que se nos cuenta. El cine de Paradjanov no viaja por caminos conocidos, su campo cinematográfico es otro, una obra extremadamente poética, artística y visionaria. Una obra muy personal, arriesgada y profundamente bella. Nos cuenta la biografía del poeta Sayat Nova, donde podemos identificar sus diferentes etapas vitales, la infancia, la etapa adulta en la corte del Rey de Georgia, y finalmente, su vejez, recluida en un monasterio del Cáucaso, y posterior muerte, durante el saqueo de Tbilisi. La película crea una historia sin tiempo y espacio, sin orden cronológico, sólo de sensaciones y experiencias más propias del espíritu y el alma. Paradjanov no recurre a ningún síntoma narrativo convencional, huye de esa forma, su universo lo constituyen el surrealismo y la experimentación con la imagen y el sonido. Cimenta su película a través de Tableaux vivants (cuadros vivientes) donde nos va explicando escenas de la vida del poeta, un itinerario en el que utiliza un lenguaje sumamente críptico y oscuro, acompañado de los versos del poeta, mediante una voz en off o intertítulos, y algunos movimientos perpetrados con la técnica de stop motion.
El cineasta armenio como hiciera en otros filmes, nos cuenta una historia de amor, a la que el poeta se ve obligado a renunciar y acabar sus días recluido sin poder olvidar a su amada. La música es otro de los elementos fundamentales, como lo era en la obra de Sayat Nova, en muchos instantes observamos como los “cuadros”, con marcada iconografía eclesiástica, se convierten en números musicales, donde la libertad de movimiento y coreografías inundan la pantalla. Paradjanov edifica una obra de grandísima belleza pictórica, donde su virtuosismo contamina la imagen levándola hacía lo divino y transcendental. Una película que mantiene la eterna lucha entre lo divino y lo terrenal, la luz y la oscuridad, entre la carne (simbolizado en el color rojo, amor, sexo, danza) y lo espiritual (colores grises y oscuros, reclusión monasterial, las lecturas bíblicas y el culto religioso), con la introducción de elementos dionisiacos (las uvas y las granadas) que dejan paso al misticismo religioso. Una obra de fuerte carga lírica que, en ciertos momentos se acerca a otra cumbre del cine-poesía como La casa es negra (1963), de Forug Farrokhzad, en la que la poeta-cineasta iraní realizaba una obra de gran profundidad a través de sus versos y la cotidianidad de una leprosería. Paradjanov inunda su película de imágenes imperecederas, bellas, pero también oscuras y siniestras, imágenes que forman un elaborado y formalista mosaico de las escenas de la vida de un poeta perseguido, rechazado y desterrado. Una obra cumbre que no solo rescata a un cineasta poco reconocido, sino que nos sumerge en una película que ensalza las virtudes de la poesía y sobre todo, en una emocionante lección de cine para nuestros sentidos, en la que se deja lo narrativo de lado, para abrazar una experiencia visual y sensorial que nos conduce hacía lugares no identificados que nacen y mueren en el espíritu.