Entrevista a María Cañas, directora de la película “Expo Lio’92”, en el marco de l’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona. El encuentro tuvo lugar el viernes 17 de noviembre de 2017 en el hall del Teatre CCCB, en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a María Cañas, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, al equipo de l’Alternativa, y al equipo de La Costa Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
Entrevista a Ainara Vera, directora de la película “Hasta mañana, si Dios quiere”, en el marco del DocsBarcelona. El encuentro tuvo lugar el lunes 28 de mayo de 2018 en el Parque de la España Industrial en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ainara Vera, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Tariq Porter y Ana Sánchez de Trafalgar Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
En su primera película Oírse (2013) David Arratibel (Pamplona, 1974) investigaba la cotidianidad de personas con problemas de audición, mostrándonos los incesantes zumbidos que padecen esos enfermos. Ahora, y también dentro del formato documental-ensayo, vuelve a sumergirse, pero esta vez, hacia dentro, hacia su interior, mirando a su familia, convertida al catolicismo, en la que el cine utilizado como terapia, en una herramienta de aproximación y localizar aquellos sentimientos comunes y compartidos, emprender un diálogo con aquello desconocido (como ocurría en su primer trabajo) aquello que nos violenta, y aquello que nos convierte en el otro, cuando todos los demás integrantes familiares han encontrado otro camino, el de Dios, que nosotros no logramos entender, y menos sentir.
Arratibel construye una película modesta y sincera, en el que nos muestra el dispositivo cinematográfico de forma natural, en el que él, tanto como persona integrante de esa familia a la que retrata, y cómo cineasta, se adentran en ese mundo completamente extraño con el que tienen que convivir, y se adentra en ese espacio extranjero a través de la palabra, a través de encuentros-diálogos, donde parte desde ese primer instante primigenio donde cada uno de sus familiares va explicando su primera vez, ese instante de revelación espiritual donde descubrieron la existencia de Dios, donde lo físico y emocional se conjugaron en lo sobrenatural, experimentando una serie de sentimientos que les han transformado la vida. Arratibel dialoga con toda su familia, desde la cercanía y la proximidad, tendiendo ese puente afectivo, creando espacios de intimidad, arrancado esta aventura-investigación con su cuñado Raúl, organista y el primero que anduvo el camino de la fe católica, el primero que se convirtió, para luego dar paso a su hermana María, quizás con la persona que más enfrentamientos y contradicciones tuvo, luego, entra en escena su madre, para finalizar con Paula, la hermana pequeña, su ojito derecho, todos ellos hablan de ese instante revelador de Dios, experiencia imposible de explicar con palabras, pero motor para abrir un diálogo honesto y de frente junto a David, que los escucha desde la extrañeza, evocando aquel pasado de silencios y distancia, encontrando aquellos lugares comunes de diálogo, respetando las diferentes posiciones, entre la fe y el más absoluto agnosticismo.
Un retrato familiar contundente e inspirador, también terapéutico y demoledor sobre todo aquello que somos, nuestras creencias, y como nos enfrentamos a nosotros mismos y a los demás, cómo rompe nuestro entorno, y las eternas dificultades para hablarlo entre nosotros, poniendo sobre la mesa todo aquello que nos inquieta de los demás, aquello que nos separa, y sólo a través del diálogo y las mirada podamos vencer ese miedo que nos detiene para preguntar lo que queremos mirándonos de cara y ofreciendo lo que somos. El cineasta navarro toma como referencia El desencanto, de Jaime Chávarri, quizás el documental más terrorífico y oscuro sobre una familia burguesa que representaba todo aquello de la apariencia franquista, y tras la muerte paterna, se encendía la mecha donde se exteriorizaban todos los infiernos particulares. Arratibel también viaja sobre esos márgenes y demonios familiares, todo aquello que nos inquieta y preferimos callarnos, no darles la voz que se merecen, y esta película materializa todos esos momentos, todos los instantes que nos mantuvimos en silencio para no confrontar nuestras opiniones por miedo a encender el conflicto que nos mataba en nuestro interior.
Una película que además de terapia psicológica para su director y todos los omponenetes de la familia, nos muestra la materialización de muchas conversaciones pendientes, como la imposibilidad de hablar con el padre ausente o la distancia con la tía, o incluso, la incapacidad de filmar el Espíritu Santo. Diálogos y encuentros que por fin se manifiestan con la excusa de contar la conversión al catolicismo de la familia, en la que nos cuenta algo que parece del pasado, donde la religión estaba tan presente en la sociedad, pero que también sucede en este mundo moderno tan vacío, donde la fe sufre una crisis existencial. El realizador navarro nos acerca un mundo desconocido para él, desde la emoción y la palabra, sin necesidad de explicaciones y disyuntivas filosóficas, desde el diálogo amable, cordial y sincero, desde la desnudez de nuestros sentimientos más profundos, sin pudor a mostrar lo que nos distancia d elos demás, y de todos aquellos temas que nos unen y compartimos, aunque tengamos creencias y opiniones totalmente diferentes.
Entrevista a Andrés Duque, director de “Oleg y las raras artes”. El encuentro tuvo lugar el martes 22 de noviembre de 2016 en los Jardines del recinto de la Escuela Industrial en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Andrés Duque, por su tiempo, generosidad, amistad y cariño, a Eva Calleja de Prismaideas y Pablo Caballero de Márgenes, por sus complicidades, amabilidades, paciencias y cariño, y al estudiante transeúnte, que tuvo el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.
“(…) ¿Por qué no huele la fruta? En el mercado nada huele, nada tiene aroma. Las personas han perdido su espíritu. ¿Por qué la gente se dedica a sus asuntos? Cuando lo que hay que hacer es dejar todo de lado. Sentarse en una silla y contemplar el horizonte de la historia”
Oleg Karavaichuk
El universo cinematográfico de Andrés Duque (1972, Caracas) personal e inclasificable, transita alejado de las narrativas convencionales, moviéndose en los márgenes de una industria demasiado complaciente. Su obra nace de un continuo diálogo y búsqueda perpetua de imágenes de diferentes orígenes, formatos y texturas, de naturaleza fragmentada, aparentemente inconexas, en el que laten algo parecido a relatos autobiográficos (huyendo de la biografía al uso) una especie de diarios filmados en los que no sólo retrata a alguien, sino también a sí mismo, tanto lo emocional como lo físico, como ocurría en sus dos primeros largos, Color perro huye (2011) y Ensayo final para utopía (2012).
En el caso que nos ocupa, el espíritu que recorre Oleg y las raras artes, tendríamos que remontarnos a su película Iván Z (20034), dedicada al carismático e inclasificable cineasta Iván Zulueta (1943 – 2009) en la que con una filmación de sólo tres días en la casa del realizador y dibujante en San Sebastián, hace un retrato transparente y naturalista de todo aquello oculto, alejado de lo convencional, en una obra que se mueve entre las sombras y los recuerdos de alguien que da habida cuenta de una vida dedicada al cine, en los que nos habla en primera persona, sin tapujos y con una franqueza que asombra, siguiendo los pasos desestructurados de una biografía en la que ha habido de todo: cine, dibujos, familia, amigos, heroína, y tiempo transcurrido y perdido entre lo propio y lo ajeno. Duque habla con el personaje que filma, actúa tanto como narrador/espectador/cineasta que nos descubre el entorno doméstico de un artista que parece haber envejecido con él, en un intento vano e inútil, de detener un tiempo que nos devora.
Oleg y las raras artes camina por los mismos postulados que Iván Z, aunque aquí Duque no interviene de manera física en la película, en esta observa y filma con su cámara a su personaje misterioso Oleg Karavaichuk (Kiev, 1927 -2016) pianista y compositor prodigio que, debido a su enfrentamiento con Stalin, su vida y su arte quedó en segundo lugar, casi en el ostracismo, porque el veto estatal sólo le permitió dedicarse a la composición de bandas sonoras para el cine, que llegó a componer más de 100. Duque dispone a su personaje en dos espacios, uno, el Museo Hermitage de San Petersburgo (el mismo lugar elegido por Sokurov para filmar El arca rusa, su imponente fresco histórico sobre los zares de Rusia), y la casa de Oleg, y alrededores. En el museo, ya desde la primera secuencia, en el que la cámara filma un largo pasillo, en el que al fondo se abre una puerta y entra Oleg que avanza hacia nosotros, el músico se detiene frente a la cámara y comienza a hablarnos en primera persona del museo, de su amor divino hacía ese espacio de arte, de la perdida de curiosidad sobre el arte de las gentes modernas, y de la exquisita belleza artística de Catalina la grande, y el mal hacer de Putin en el 250 aniversario del museo.
Las palabras de Oleg, con esa voz agua y aflautada, su cuerpo menudo y frágil, y una indumentaria curiosa (chándal negro, jersey negro, una peluca a lo sastrecillo valiente y su inseparable boina marrón) nos devuelven un tiempo ya extinguido, el del zar Nicolás II, y sus salones elegantes y lujosos, la revolución bolchevique, la época soviética y Stalin(para el que tocó con 7 años de edad, hecho que provocó que su padre, violinista de prestigio, fuese liberado) y sobre todo, nos habla de sus ideas, pensamientos y reflexiones sobre arte, música, analizando todos los cambios y procesos que ha vivido la música y los diferentes estilos que la han abordado mediante su ritmo, armonía y acordes. Duque captura la esencia de su personaje, inundando su película a través de planos generales y detalle (las manos) filmando sus movimientos suaves y reposados cuando nos habla de pie frente a nosotros, y llenos de energía y furia cuando toca el piano (el único pianista autorizado a tocar el piano de oro del Hermitage).
Duque ha elaborado una fascinante y maravillosa película/experiencia que trasciendo lo humano para penetrarnos en lo sublime y divino, en una elegía íntima e inquietante, que se transforma en una hermosísima obra sobre la belleza, sobre la pasión del arte y la música, protagonizada por un personaje apartado y en el ostracismo, que gracias a la película podemos conocer, escuchar y deleitarnos, no sólo con su arte, sino también, con su mirada crítica y agradecida del tiempo que ha vivido, un testigo de un tiempo ya perdido, ya muerto, espectral, como en la maravillosa secuencia en la que mientras camina por los alrededores de su casa habla de la casita verde de su amiga que ya no está, y de otros tantos que existían. Un personaje humanista y delicado, extraño y excéntrico, pero maravilloso y con una extraordinaria capacidad de emocionarnos con lo mínimo, que se levantó contra lo establecido y lo cómodo, y pagó sus terribles consecuencias, que grito contra aquellos que amenazan la música y el arte, como explica en un instante: “No se puede mover nada en la música. ¡Todo tiene que suceder por sí solo! Por encima de la voluntad”. Un genio raro, pero no lo son todos los genios, alguien que narra su vida, su música, que a veces cuando duerme, toca el piano en sueños, una música que proviene de lo divino, formada por la materia de aquello que nos conmueve, que sentimos, pero que somos incapaces de ver, porque hay cosas, las más bellas y apasionantes que le dan todo el sentido a nuestras vidas, que no entienden de razones, no, sólo se pueden ver y tocar con el alma y lo más profundo de nuestro ser.