O corno, de Jaione Camborda

MUJERES BAJO EL YUGO. 

“El niño mirará al mundo, la niña mirará al hogar”.

Del artículo La doble represión de Franco sobre la mujer, de Marta Borraz

Durante los primeros minutos de O corno ya advertimos el tono en el que se moverá la película. Un tono sobrio, íntimo y en silencio se desarrolla el transcurrir de la vida en la Illa de Arousa allá por 1971, en plena dictadura franquista. Conocemos la cotidianidad de María, mariscadora y partera, en ese brutal instante con el que se abre el relato. Un parto lleno de dolor, rabia y gritos. Toda una declaración de la propia película, porque desde su apertura deja claro la cárcel y el sometimiento en el que viven las mujeres que conoceremos a lo largo de la película. Podríamos decir que O corno es una fábula sobre la represión de la mujer durante el franquismo, o también, un cuento sobre tres mujeres que deben paliar con astucia, inteligencia y resistencia la tiranía de los hombres con sus limitados recursos, en un tiempo donde huir, esconderse y ocultarse estaba a la orden del día, en un tiempo que se caminaba entre las sombras, un tiempo en el que la verdad y la libertad estaban sometidas a los designios de un poder arbitrario, machista e injusto. 

Después de apreciar su talento como cineasta de Jaione Camborda (Donosti, 1983), en cortometrajes documentales como Proba de axiliade (2015), y A rapa das bestas (2019), entre otros, nos conmovimos con su ópera prima Arima (2019), protagonizada por una extraordinaria Melania Cruz, en la que se contaba la existencia de cuatro mujeres en un pueblo gallego que se veían alteradas por la aparición de dos hombres, uno que huía y el que otro que perseguía. Su intimismo, sensibilidad, silencios y miradas se asentaban en una historia sencilla y honesta que alumbraba la narradora que ya se veía en sus anteriores trabajos. Con O corno, la vasca adoptada gallega, vuelve a tejer a fuego lento una trama de verdad, es decir, que emana transparencia y cercanía, a partir de un guion que se posa en la mirada y el cuerpo de María, que debido a un suceso, ha de marchar de la Illa y emprender un viaje por los bosques hasta el río que separa España y Portugal. Una mujer solitaria, independiente, y sobre todo, una mujer diferente, de pocas palabras e integra, y una ayuda para muchas otras en dificultades. Como sucedía en Arima, Camborda cuenta a través del alma de sus personajes, a través de los actos que las definen, a partir de miradas y silencios, deteniéndose en sus trabajos y quehaceres diarios, como mencionaba el gran Fritz Lang, y lo hace posando su encuadre que los filma y su entorno, tan importante en su cine, porque el espacio define lo que somos y lo que pensamos, explica en las situaciones sociales y políticas en las que vivimos o lo intentamos. 

La parte técnica de la película es sublime, porque capta el tono, el espacio y las composiciones de forma natural, cercana y nada complaciente, sin estridencias ni trucos, retratando la dureza de aquellos tiempos sin evidenciar casi nada, construyendo una atmósfera nada maniquea, que emana verdad, rodeado de un silencio atronador. Tiene especial elección el trabajo de Rui Poças, el cinematógrafo portugués, del que conocemos sus grandes trabajos para Miguel Gomes y Joâo Pedro Rodrigues, amén de su para Lucrecia Martel en Zama, entre otros. Su capacidad y sencillez para lograr esa luz que recorre la película, desde esa inicial en la que la realidad se palpa y esa otra realidad, la política y social, hasta esa otra, esa luz nocturna, más poética y onírica, con ese río que está maravillosamente iluminado, con sus espectros y sus sombras, que recuerda a ese otro río de La noche del cazador, de Laughton. Es también sumamente importante la música de la película, tensa y áspera, que va marcando el tono y la emoción por la que atraviesa el personaje de María, en un formidable trabajo del colombiano Camilo Sanabria, del que hemos visto trabajos para sus compatriotas Luis Ospina, Simón Hernández, Clare Weiskopf y César Heredia Cruz, y en Eles transportan a morte, de Helena Girón y Samuel M. Delgado, etc…). 

Una película en la  que predomina el miedo atenazante en la existencia de estas mujeres de pueblo, tranquilas de vidas sencillas y anónimas. Donde lo fronterizo persigue a su protagonista como un fantasma. Compuesta por la idea idea de traspase al otro lado, tanto físico como emocional, en qué el río divide muchas cosas, en una de las secuencias más brutales que recuerdo, acercándose aquella maravilla de La vida de Oharu, de Mizoguchi (cuando vean la película sabrán de qué les hablo). Una trama partida por la mitad. Un relato  Dos partes o podríamos decir, dos vidas, la oculta y la más oculta. La primera en la Illa de Arousa, con sus costumbres, sus formas de hacer y el peligro constante de no ser vista.  La segunda en ese mundo oscuro, de clandestinidad, de los invisibles, tiene especial cuidado el montaje de un grande como Cristóbal Fernández, que ha trabajado con autores como José María de Orbe, Oliver Laxe, Hélèna Klotz, Christophe Farnarier, León Siminiani y Santiago Fillol, por citar algunos de sus más de 30 títulos, porque aparte de dotar de un ritmo cadencioso y sin prisas a una historia que se va a los 103 minutos de metraje, tiene ese tono y esa textura que da tiempo a las secuencias, a esos encuadres que se dejan mirar, rodeados de noche y sombras, de miradas y silencios, de gestos y actos que hablan de todo sin decir nada. 

Si la parte técnica de O corno es de primer nivel, la parte interpretativa no podía quedarse atrás, y el grupo de actrices y actores que ha convocado la cineasta vasca-galega brilla con gran intensidad empezando por Janet Novas, bailarina de danza, que aquí da vida a María, el hilo conductor de la trama. Una mujer que mira que traspasa, y como se mueve en el cuadro, con pausa y en silencio, con esa presencia tan hipnotizadora y enigmática, esas mujeres que vivían libremente en tiempos atroces, con su sabiduría y ciencia más allá de la razón. Mujeres libres y espirituales que debe huir y esconderse, convertirse en una alimaña clandestina y empezar de nuevo, en ese bucle infinito donde ocultarse de los otros, de los malos, de los que se niegan al progreso de verdad, aquel que tiene que ver con las necesidades de la vida. Le acompañan Siobban Fernandes, Carla Rivas, Daniela Hernández Marchán, María Lado, Julia Gómez, Nuria Lestegas, todas ellas actrices desconocidas para el que suscribe, que se cruzarán por el camino de María, convertidas en cómplices y amigas que se ayudarán y se acercarán unas a otras para pasar al otro lado, aquel que la vida se convierte en una continua huida y desesperación. Nos detenemos en la breve pero intensa presencia de un magnífico actor como Diego Anido, del que nos deslumbró tanto en Trote, de Xacio Baño y As bestas, de Rodrigo Sorogoyen. 

No me gusta hablar de premios, pero ahora tengo que hacerlo porque O corno, de Jaione Camborda se ha alzado con el primer premio del reciente Festival San Sebastián finalizado hace unos días. La primera vez que la Concha de Oro recae en una directora de aquí, y deseamos que continúe, y nos alegramos por la película y por su equipo, en el que encontramos a las productoras Andrea Vázquez, que ha producido O que arde, del mencionado Laxe y la reciente sica, de Carla Subirana, y María Zamora, que vaya carrerón está construyendo, esencial en producir a directoras como Carla Simón, Nely Reguera, Clara Roquet, Liliana Torres y Elena Martín, amén de directorescomo León Siminiani, Carlos Marques-Marcet y Álvaro Gago. Celebramos el premio y deseamos que sea el primero de otros reconocimientos al cine de aquí, un cine que habla sobre lo oculto, sobre tiempos atroces que las mujeres tuvieron que sufrir y sobrevivir, que encontraron la mirada cómplice para resistir, donde la película aboga por la fraternidad, ese valor humano que parece muy en desuso en estos tiempos, que nos retrotrae al cine de Rossellini, Kiarostami y Kaurismäki, entre otros, un cine que habla de nosotros, y todos los demás, los que nos miran y tienden una mano para levantarnos y seguir caminando. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La memoria escondida, de José Luis Pecharromán

LA MEMORIA LGBTIQ+. 

“Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”. 

Simone de Beauvoir

Una de las funciones de los estados democráticos es mirar a su pasado más funesto y terrorífico, no con el afán de revanchismo y envidias, sino para restituir a todas sus víctimas que, en su mayoría, han sido silenciadas y olvidadas. Los gobiernos españoles democráticos no han destacado por ayudar a esclarecer los crímenes franquistas y construir una verdadera memoria de aquellos años. Todo se ha hecho con mucho esfuerzo y un trabajo incansable de agrupaciones y asociaciones civiles compuestas por familiares y amigos de los desaparecidos, que han luchado para recuperar esas memorias y sus cadáveres y darles un descanso digno y merecido. La memoria política se hace muy lentamente y con mucho esfuerzo, pero la memoria LGBTIQ+ todavía está por hacerse y sigue silenciada en la mayoría de casos. Así que, la película La memoria escondida, de José Luis Pecharromán (Madrid, 1970), resulta no sólo necesaria, sino fundamental para recuperar toda esta memoria silenciada y olvidada. 

El director madrileño, que debuta en el largometraje, después de una larga trayectoria como cinematógrafo de más de dos lustros en series como Herederos, Valientes, Cita a ciegas, Seis Hermanas, Mar de plástico, Los pacientes del Doctor García, entre muchas otras. Una película que se olvida de datos y estadísticas y del manido reportaje con textura videoclipera, para construir un documento que recoge toda la verdad y nada más que la verdad, pero no la histórica, sino la personal, la que se cuece en los hogares y en la cotidianidad de muchas víctimas que tuvieron que soportar leyes deshumanizadas como la de Vagos y Maleantes, que estuvo en vigor desde el 1954 hasta el 1970, que reprimía la homosexualidad, y la que la sustituyó, la de peligrosidad y rehabilitación social que se mantuvo hasta el 1983 y las consiguientes modificaciones que dotaban de más libertad hasta su derogación total en 1995. La película pone rostros y memoria y da voz y palabra a personas de la tercera edad, con nombres y apellidos e historia como Antonio Ruiz Fernández, Montserrat González Montenegro, Antonio Sánchez Franco y Rosa Araúzo Quintero. Todos y todas hablan mediante conversaciones, al estilo de El papel no puede envolver la brasa (2007), de Rithy Panh, y los espectadores miramos y escuchamos sus diálogos, donde explican su infancia, juventud y adultez en los que deben esconder su condición ante la persecución del estado mediante la policía, y el rechazo de su entorno familiar y social. 

Nos cuentan relatos de terror y violencia, relatos de un país sometido al odio y la ignorancia, a un país dominado por militares y curas, a un país que no respetaba a las personas diferentes y sobre todo, un país que perseguía la libertad en todos los sentidos. Pecharromán responsable de su guion, coproductor, cinematógrafo construye una película de hora y media y en primoroso y cálido blanco y negro, un no color sintomático de las no vidas de sus protagonistas-testimonios, con un exquisito y conciso montaje de Nino Martínez Sosa, del que hemos visto su trabajo en películas tan importantes de Jaime Rosales, con el que ha colaborado en cuatro de sus films, así como La buena nueva, de Helena Taberna, entre otras. Una edición que bucea en los diferentes testimonios, contraponiendo las diferentes experiencias, posiciones y sentimientos, donde las vidas de las cuatro personas tienen espacios comunes de represión, de automutilación y demás caminos para ser respetados, hacer valer su identidad y sobre todo, ser libres sin imposiciones de ningún tipo a nivel emocional y sexual. 

Aplaudimos y celebramos el trabajo de Pecharromán con su ópera prima La memoria escondida, porque hacen mucha falta películas como la suya, películas que hablen, que nos hablen y también, pongan voz a tanto silencio, y ponga rostros, nombres y apellidos, y experiencias vitales y personales de unos cuántos que son la voz de tantos y tantas reprimidos, violentadas, asesinados y silenciadas de los que muy pocos se acuerdan, porque la construcción de un país democrático y libre debe mirar a su pasado más terrorífico, y aquí siempre hay cosas, intereses y gentuza que no quiere mirar ese pasado y seguir alimentando la ignorancia, la estupidez y los intereses económicos. La película focaliza su documento en cuatro vidas, cuatro testimonios que nos hablan de la memoria de un país, de su memoria, de donde venimos y todo aquello que fuimos como país, con sus violentas leyes y persecución a todo aquel que era diferente, y sobre todo, un peligro para ellos, que ya dice que clase de estado dictatorial era, una lástima que tantas personas tuvieran que soportarlo. Una memoria que hay que contar, que escuchar y sobre todo, reflexionar por lo que tenemos hoy en día, y sin bajar la guardia, porque la ultraderecha sigue ahí, esperando su momento, y nos movemos y la derrotamos, o como dice uno de los testimonios, volveremos a tener problemas como ocurre en Hungría y Polonia, estados de pleno derecho de la Unión Europea que hacen leyes que persiguen al colectivo LGBTIQ+. En esas estamos, así que sigamos en la lucha. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Joana Conill

Entrevista a Joana Conill, directora de la película “La cigüeña de  Burgos”, junto a la font Màgica de MontJuïc en Barcelona, el martes 14 de diciembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Joana Conill, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mi mejor amigo, de Ferit Karahan

MI AMIGO ESTÁ ENFERMO.

“Desde la infancia nos enseñan; primero a creer lo que nos dicen las autoridades, los curas, los padres… Y luego a razonar sobre lo que hemos creído. La libertad de pensamiento es al revés, lo primero es razonar y luego creeremos lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos”

José Luis Sampedro

El cineasta Ferit Karahan (Estambul, Turquía, 1983), se dio a conocer internacionalmente con La caída del cielo (2013), su opera prima que abordaba los conflictos personales entre turcos y kurdos. En su segunda película, con un título muy significativo, ya que en el original se llama Okul Tiraçi, traducido como “Corte pelo escolar”, no sitúa entre las paredes de un internado para niños kurdos, en una zona aislada en las montañas del este de Anatolia, y un relato intenso, asfixiante y muy corporal, acotado en apenas unas cuantas horas desde la noche al mediodía, en la piel de Yusuf, un chaval de 12 años que, al despertar ve a su compañero de litera inmóvil y con tez muy pálida, y lo lleva inmediatamente a la enfermería, ante la gravedad del asunto, el director y tres profesores implicados en el asunto, mantendrán el conflicto a medida que avanza la mañana y los problemas se les van amontonando.

La secuencia que abre la película, con esos pasillos atestados de niños dispuestos a disfrutar de su baño semanal, la cámara sigue sin descanso a Yusuf que es el encargado de introducirnos en el relato y a mirarlo a través de él, ya que está en casi todas las secuencias. Una disputa en el baño con tres chavales provoca que un profesor los castigue con bañarse con agua fría, situación que desencadenará el conflicto. Un guion que firman Acet de Gülistan y el propio director, aborda sin tapujos y de frente, temas tan universales como educar a través del miedo, la represión como norma para corregir conductas, la mentira como base de cualquier grupo social, y sobre todo, el sentimiento de culpa que va apareciendo en la trama a medida que la película va instalándose en una suerte detectivesca donde adultos y Yusuf intentan aclarar el asunto de Memo, el niño enfermo, en el que la cámara filma de forma enérgica y sin tregua los pasillos, las clases, el comedor, y ese exterior blanco por una nieve que no cesa de caer, y diferentes espacios que forman parte de las zonas laborales de la escuela.

 La mirada incisiva y expectante que filma sigue a Yusuf y sus desplazamientos, siempre en silencio, siempre ocultando algo, siempre con el alma en vilo por su amigo, siempre expectante. Un extraordinario trabajo del cinematógrafo Türksoy Golebeyi, que no adorna nada, todo es seco, abrupto y extremadamente cotidiano, en que el conflicto va avanzando y estrechando más a los personajes, que se encuentran en un callejón sin salida, porque los problemas se amontonan y no encuentran ayuda, el encargado ha salido, el médico se encuentra lejos y por culpa del temporal no puede desplazarse, al igual que el coche que no puede salir de la escuela por la acumulación de nieve. Un preciso y grandioso montaje que firman el propio director, Sercan Sezgin, el proprio director y Hayedeh Safiyari, toda una institución del cine iraní porque trabaja con los más grandes como Bahman Ghobadi y Asghar Farhadi, entre otros. Un magnífico trabajo de edición con sus ochenta y cinco minutos de metraje, breves y directos, que van generando esa tensión in crescendo con esos planos cortos y cortantes que se van produciendo sobre todo, en la enfermería, un espacio que acaba siendo la habitación de la verdad, o al menos, de su búsqueda, donde todos los presentes irán desvelando su participación en el estado el niño enfermo.

Mención aparte tiene el grupo de intérpretes que ha reclutado Karahan para su película, en la que mezcla los niños sin experiencia en el cine junto a actores adultos experimentados. Están el par de debutantes, los dos chavales que dan vida a los protagonistas. Por un lado, tenemos a Nurallah Álaca como Memo, y sobre todo, Samet Yildiz en la piel de Yusuf, todo un descubrimiento, porque es un personaje complejo, ya que habla poco y mira mucho, pero una mirada que dice todo sin decir nada, convertido en la pieza clave de la película, todo un acierto del equipo y en especial, a su director Ferit Karahan. Los intérpretes adultos son Ekin Koç como el profesor Selim, uno de esos educadores que cambiará muchas formas y maneras del centro, los profes Hamza y Kenan, encarnados por Cansú Firinci y Melih Selçuk, respectivamente, siendo esos profesionales disciplinados y obedientes que siguen a rajatabla las directrices opresoras de la institución, individuos que tanto escalan en la sociedad, y en este caso, en el internado. Y luego, está el director Müdür, el funcionario serio, duro y siniestro, que hace cumplir las órdenes y luego, no es capaz de solucionar los problemas.

Karahan como ya hiciera en su primer trabajo, vuelve a demostrar sus dotes para crear un relato con un conflicto cotidiano que logra encerrar al espectador y provocarle la angustia y la reflexión, combinan el cine de autor con el de género, como hace mucho del cine iraní. El director turco construye una película que es una crítica social al sistema educativo, y no solo de Turquía, sino de cualquier país occidental, donde se prima la obediencia y lo normativo, y se expulsa lo diferente, lo único y lo inteligente, si no sigues las normas injustas, no perteneces a la sociedad. También, es un relato sobre el miedo, porque todos los personajes, tanto niños como adultos, hacen y deshacen a través del miedo, generando mentiras e imponiendo una posición que se equivoca y provoca más miedo, y todo con el aroma de aquella maravilla que es ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), de Abbas Kiarostami, donde había crítica social, fraternidad y trama detectivesca. Una delicia que es todo un espejo para Mi mejor amigo. Un cine humanista, cercano y sobre todo, un cine que profundiza en los temas tan importantes como la educación, la organización de la sociedad y las relaciones humanas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Marc Parramon

Entrevista a Marc Parramon, codirector de la película “Altsasu (Gran Hura)”, en el marco del DocsBarcelona, en el Hotel Catalonia en Barcelona, el miércoles 19 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Parramon, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación de DocsBarcelona, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sin miedo, de Claudio Zulian

VERDAD Y JUSTICIA.

En el año 2012 la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenaba por primera vez al estado de Guatemala por las desapariciones forzadas durante la guerra civil (1960-1996) cifradas en más de 45000 personas desaparecidas. El GAM (Grupo de Apoyo Mutuo) creado en 1984, en el que un grupo de familiares desaparecidos pidió y consiguió esta sentencia que, entre otras reparaciones que, a día de hoy, el gobierno guatemalteco se ha negado a cumplir, se encontraban la producción de un documental. Fue entonces cuando el GAM contactó con el cineasta Claudio Zulian (Campodarsego, Padua, Italia, 1960) para llevar a cabo el proyecto. Zulian es una artista multidisciplinar (sus trabajos en el videoarte son elogiados en todo el mundo) en el largometraje ha desarrollado una filmografía anclada en el ámbito de lo social y político, como lo demuestran películas como Beatriz/Barcelona (2004) donde seguía la cotidianidad de una mujer sin nada, en A través del Carmel (2006) hacía un recorrido en un solo plano sobre el legendario barrio en el que realizaba un caleidoscopio humano sobre la historia del espacio, y finalmente, en Born (2014) se trasladaba a la Barcelona del siglo XVIII para contarnos un relato de tres personajes lleno de injurias, mentiras y violencia, que contaba con una asombrosa luz de Jimmy Gimferrer, y un gran trabajo de fuera de campo.

Ahora, Zulian se enfrenta a una película donde vuelven a entrar en liza la historia, la memoria colectiva de un pueblo, lo social y lo político, filmando a un grupo de personas, encabezadas por Miguel Ángel Arévalo, Paulo Estrada, Ofeliz Salanic y Salomón Mejía, que dialogan sobre sus familiares desaparecidos, sobre los que ya no están, sobre aquellos que les fueron arrebatados forzosamente. La película utiliza desde el dibujo, el archivo (en un gran trabajo de síntesis para contextualizarnos la terrible historia de Guatemala (uno de los países de América latina donde su pasado horrible es menos conocido internacionalmente) que nos lleva a mediados del siglo XX, cuando el imperialismo yanqui derrocó al gobierno democrático para imponer una dictadura y de esa manera, preservas sus intereses económicos en el país, hecho que provocó una firme oposición democrática que estalló en una lucha fratricida que se alargó hasta el año 1996, en que los años 1983 hasta 1985, la represión fue más atroz y cruenta con más de 200000 muertos y los mencionados 45000 desparecidos) la performance (cuando los propios familiares escenifican las argucias de la policía para asesinar a los opositores democráticos.

Zulian nos propone un viaje memorístico, donde el pasado y presente convergen en un solo, en el que visitamos los hogares de los desaparecidos y sus familiares recuperan su memoria, sus rostros y sus huellas, también, visitamos los lugares del horror, esas cárceles donde se llevaban a cabo las siniestras torturas y asesinatos, o esos espacios perdidos en el tiempo, donde algunos encontraron la muerte en manos de los genocidas. El cineasta italiano, afincado en Barcelona, convoca a los cineastas de la memoria como Claude Lanzman o Rithy Panh para conducirnos por la memoria de Guatemala, a través de la lucha de un grupo de personas que trabajan para desenterrar su pasado, para contarnos la verdad de lo que ocurrió y reparar judicialmente aquellos actos horribles, y lo hace desde el respeto a la memoria de las víctimas, de los que no están, dándoles ese espacio que el estado les negó, devolviéndoles la dignidad perdida, sacándolos del olvido estatal, recogiendo las pruebas recuperadas como el “Diario Militar” o el archivo policial, o los dibujos de sus retratos (en uno de los momentos más emotivos y especiales de la película, cuando un dibujante compone los retratos de los que ya no están).

Zulian captura a sus personajes desde la sinceridad y la naturalidad, filmándolos desde la observación, de aquel que mira sin juzgar, dejando esa parte al espectador curioso e inquieto, a través de lo colectivo, de un país que reclama justicia, que no olvida a sus muertos, que sigue trabajando desde la oscuridad, para que un día sus muertos descansen en paz, en una película que se bifurca en dos caminos, por un lado, es un documento magnífico sobre la memoria de la represión en Guatemala, y también, es un película sobre los procesos de crear una película, donde observamos las diferentes herramientas que el audiovisual permite explicar los diferentes situaciones que tuvieron que vivirse durante el horror, en el que el propio director participa, como la entrevista a un empresario conservador que niega el horror de la represión, argumentándolo de manera simplista y provocadora, secuencia que remite a la situación política actual que atraviesa Guatemala, donde estas personas que buscan dignidad para los suyos, ponen su vida en peligro, porque el estado sigue en sus trece y no tiene ningún gesto de reparación y justicia con las víctimas, sino todo lo contrario.

Entrevista a Ignacio Vilar

Entrevista a Ignacio Vilar, director de “A esmorga”. El encuentro tuvo lugar el Martes 5 de mayo en Barcelona, en el vestíbulo de los Cines Girona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ignacio Vilar, por su tiempo y generosidad, a Sonia Uría, de Suria Comunicación, por su generosidad y paciencia, a Laura Fernández, de Vía Láctea Filmes (Productora de la película), por su simpatía y amabilidad, y a la Editorial Galaxia,  por apostar por el libro y reeditarlo en castellano.