Aftersun, de Charlotte Wells

AQUELLAS VACACIONES CON MI PADRE…

“Ella escribió, que la memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa, que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro, pero puede ser también que todo ocurre simultáneamente.”

Isabel Allende

Unas torpes y domésticas imágenes grabadas en MiniDv nos dan la bienvenida a Aftersun, la opera prima de Charlotte Wells (Edimburgo, Escocia, 1987). Las imágenes que vemos las de Calum, un padre joven que está siendo inmortalizado por Sophie, su hija de 11 años, en algún hotel de segunda de alguna ciudad costera de Turquía a finales de los noventa. No vemos bien a Calum, nunca de frente, casi siempre de espaldas o de lado y a contraluz, reflejando esa idea de la memoria difusa y compleja, una idea en la que profundiza e investiga la película.

Después de tres películas cortas, Wells construye una película a través de la memoria, o quizás podríamos decir, de la dificultad de recordar, de esa materia tan densa y a veces, tan ligera como la memoria, en esa lucha constante entre lo que recordamos y lo que realmente ocurrió, esa madeja infinita de situaciones, objetos, miradas, sonidos y sensaciones que forman nuestra memoria y sobre todo, como la recordamos en el presente, y como nos adentramos en ella, y miramos y sentimos a aquellas personas que estaban con nosotros, que nos ha quedado de ellas, y nuestro análisis de lo que vivimos con ellas, y que nos queda ahora. La cineasta escocesa construye su trama de forma tremendamente sutil y conmovedora, huyendo de estridencias sentimentales y piruetas narrativas, nos encontramos siempre en un estado de ligereza y apariencia cotidiana mezclado con un estado de lirismo y abstracción, en que esa realidad inmediata y aparentemente cercana y muy personal entre padre e hija, en realidad, encierra muchos aspectos oscuros, incluso inquietantes, que encierran una relación confusa y muy alejada entre lo que siente el adulto y cómo lo ve la niña.

El misterio de la película reside en los dos absolutos protagonistas, en todo lo que experimentan, tanto sus momentos más íntimos, donde parece que son uno, y en los otros, más incómodos, en los que el adulto huye de sí mismo y se aísla, y la niña que todavía no comprende, intenta encontrar su espacio en los otros. Por un lado, tenemos a Calum, un padre demasiado joven para tanta responsabilidad, que da mucho cariño a su hija de 11 años, pero que a la vez oculta muchas heridas, que lo alejan de la realidad y lo sumen en una soledad asfixiante y destructiva. Por el otro, encontramos a Sophie, una preadolescente que está en proceso de cambio, de empezar a dejar esa infancia y enfrentarse a la adolescencia, a ese espacio de descubrimiento de su entorno y de sí misma, del amor, del sexo, y de tantas cosas que empezaran a bullirle en su interior, y además, tiene a su padre que la quiere, con el que se lleva bien, a pesar de toda esa distancia entre ellos, entre una niña que todavía es demasiado pequeña para entender ciertas actitudes y sentimientos contrariados del padre.

Wells ha contado con dos compañeros de facultad de la Universidad de Cine de New York como Gregory Oke en la cinematografía, optando por el 35mm para crear esa luz con color saturado y muy contrastada, que nos lleva a aquella época de finales de los noventa, sin caer en la excesiva melancolía y embellecimiento, sino manteniendo la idea que estructura de la película, donde la realidad se fusiona con lo abstracto, el lirismo y la inmediata realidad, como describen muy bien esas fotografías polaroid y esos extraños momentos que jalonan la película como las fotografías bajo el agua, como si el tiempo se detuviese, y la idea agridulce que se cuela durante todo el metraje, y Blair McClendon en el montaje, un magnífico trabajo que condensa con esa mezcla de orden/desorden programado para detallar con sencillez la relación íntima/distante entre padre e hijo, en unos sorprendentes y mágicos noventa y seis minutos de metraje.Otro elemento sumamente importante en la película de Wells es la excelente música de Oliver Coates ayuda a describir con sutileza y detalle, amén de los temas del momento que describen con acierto e inteligencia el estado emocional de los personajes como la versión de la “Macarena”, de Los del Río, y otros temas de Aqua, Steps y Blur, y esos dos momentazos a ritmo del “Under Pressure”, de Queen y Bowie, y ese otro instante del karaoke con el “Losing My Religion”, de los R.E.M. En la producción tenemos a Adele Romanski y el director Barry Jenkins, que recordaréis por El blues de Beale Street, que también han producido películas tan interesantes como Lo que esconde Silver Lake y la serie The Girlfriend Experience, entre otras.

La pareja protagonista brilla de forma extraordinaria, creando esas personalidades cercanas y alejadas, en que Paul Pescal es Calum, al que habíamos visto en La hija oscura y la miniserie Normal People, y la jovencísima debutante Frankie Corio que hace de Sophie, una niña que todavía no es lo suficientemente mayor para conocer en profundidad las heridas que arrastra su padre y si que ya es lo suficientemente mayor para descubrir esas cosas latentes que empiezan a despertarse en su cuerpo y su pensamiento. Y Celia Rowlson-Hall es Sophie adulta, bailarina y coreógrafa para artistas como Alicia Keys y Coldplay, y en cine ha trabajado con Gaspar Noé y Lena Dunham, tiene el rol de esos instantes de pura abstracción y sobrecogedores en los que baila y expresa toda ese torbellino de imágenes, sonidos y estados emocionales de su memoria y lo que recuerda y como lo recuerda que nunca es nítido y todo empieza a alejarse y difuminarse en aquel tiempo. Déjense llevar por Aftersun, de Charlotte Wells, que les recordará a aquel aroma que desprendían Alicia en las ciudades (1974), de Wim Wenders y Somewhere (2010), de Sofia Coppola, padres junto a hijas pequeñas, durante las vacaciones o al menos durante el descanso estival, que nunca es sinónimo de aventura y placer, porque no se cuenta todo lo que se cuece en nuestro interior que, a veces, es muy oscuro e inquietante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Semih Kaplanoglu

Entrevista a Semih Kaplanoglu, director de la película “La promesa de Hasan”, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el viernes 7 de octubre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Semih Kaplanoglu, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Ersin Adiguzel del Instituto Yunus Emre, Centro Cultural de Turquía en Madrid, por su labor como intérprete, y a Pere Vall de Paco Poch Cinema, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La promesa de Hasan, de Semih Kaplanoglu

UN CUENTO MORAL.

“Hay que ser buenos no para los demás, sino para estar con paz con nosotros mismos”

Achile Tournier

El cine de Semih Kaplanoglu (Esmirna, Turquía, 1963), apareció por estos lares con la bellísima trilogía Yusuf, compuesta por las películas Huevo (2007), Leche (2008) y Miel (2010), donde nos explicaba la vida del citado Yusuf, desde su infancia, su juventud y su madurez, pero a la inversa. Muchos nos quedamos asombrados por su tremenda delicadeza para atrapar el universo rural, sus quehaceres y cotidianidades, a través de un magnífico rigor narrativo, donde la belleza formal se fusionaba con excelencia con el componente moral de sus historias, con unos personajes que siempre se debatían entre aquello que debían a hacer y aquello que deseaban hacer. El cine de Kaplanoglu no es condescendiente con sus personajes y con aquello que cuenta, sino todo lo contrario, se muestra como un observador atento y tenaz, que explica las situaciones y sus conflictos, pero siempre dejando que la condición humana aflore y reparta suerte o desgracia, según se mire.

Con La promesa de Hasan, segunda parte de la trilogía “Promesas”, que arrancó con La promesa de Asli (2019), y se completará con La promesa de Fikret. En la que nos ocupa, tenemos en liza a Hasan, un agricultor obsesionado con la propiedad y lo suyo, que siempre ha de salirse con la suya en el conflicto que tenga entre manos, alguien que no quiere perder ni ceder. Digamos que el macguffin de la película, como mencionaba el gran Hitchcock, no es otro que la instalación de una torre de alta tensión que se ha programado para que se instale en las tierras fértiles de Hasan. Este conflicto que, aparentemente, resultará un obstáculo más, nos sumergirá en la cotidianidad de Hasan, y nos ocupará buena parte de la primera mitad de la película, porque en la segunda mitad, el relato se detendrá en el interior de Hasan, porque planea un viaje a la Meca junto a su esposa Emine, para cumplir el quinto de los pilares del islam, el Hajj, situación que le lleva a rendir cuentas con su pasado y de reencontrarse con los errores que cometió por su egoísmo y avaricia, y visitará a aquellas personas que hizo daño. Entre medias, la película, muy inteligentemente se introduce en el subconsciente de Hasan, y mediante extrañas y acusadoras pesadillas, apalean emocionalmente la mente culpable de Hasan.

El director turco vuelve a contar con el cinematógrafo Özgür Eken, que ya estuvo en Huevo  y Leche, en una magnífica luz en la primera película digital de Kaplanoglu, realizada en 6K y con una Sony Venice que, no solo cuenta de forma estética cada plano, cada encuadre, sino que su paleta de colores que va de la luminosidad hacia la oscuridad, contando el periplo emocional del protagonista, se elabora de manera bellísima y llena de espectacularidad, donde cada detalle y objeto está lleno del particular y tenso descenso de los infiernos que está viviendo Hasan. El gran trabajo de arte de Meral Aktan, que hizo el mismo trabajo en El peral salvaje (2018), de Nuri Bilge Ceylan, y la sensible y certera composición de sonido que hace Seckin Akyildiz, que ha estado en varias películas de Kaplanoglu como Grain (2017), y la mencionada La promesa de Asli (2019), y en la conocida Un cuento de tres hermanas (2019), de Emin Alper, y el extraordinario trabajo de montaje, que realiza el propio director, que amén de dirigir, también escribe y produce, en un estupendo trabajo de contención y pausa, donde lo que importa es testigo sin alardes ni piruetas del viaje emocional y metafísico que experimenta un atribulado protagonistas, condensando con enorme pericia sus más de ciento cuarenta y siete minutos de metraje.

Un gran reparto repleto de caras poco conocidas, tanto en sus personajes de reparto con Gökhan Azlağ como Serdar, Ayşe Günyüz en la piel de Demirci  Nisa y Mahir Günşiray dando vida a Muzaffer, y la maravillosa pareja protagonista que hacen Umut Karadag, con mucha experiencia en televisión, se mete en el rostro de Hasan, y su compañera, Filiz Bozok que da vida a Emine, debutante en el cine, que sirve como reflejo del alma de un atormentado protagonista. Estamos ante una película deudora del lenguaje cinematográfico poético y alejado de modas, narrativas deudoras de la televisión y demás piruetas sin sentido. En La promesa de Hasan vemos y vivimos el cine que hacían Renoir, Rossellini, Tarkovsky, Kiarostami, Erice y el citado Bilge Ceylan, por mencionar a algunos de los más grandes cineastas de la mirada, el tiempo y la poética, sumergiéndonos ya no solo en bellos e inquietantes paisajes, sino en el interior de los personajes, en esos mundos oníricos, filosóficos y llenos de miedos e inseguridades, donde lo más importante no es lo que se cuenta, que sí, sino también, todo aquello que no vemos pero está ahí, aquello que decía Bergman en relación al cine de Tarkovski: “Es el cineasta que mejor me ha transmitido la relación entre realidad y sueño”.

Apaguen todos los aparatos electrónicos que lleven encima, y decídanse a entrar en una sala de cine, y déjense llevar, aunque solo sea por un rato breve, por las imágenes, sonidos y silencios que propone una película como La promesa de Hasan, que les transportará a otros universos camuflados en este, porque entre otras cosas, el relato de Kaplanoglu está construido para saborear el tiempo, para mirar el tiempo, para dejarse llevar por el tiempo, para construir el tiempo que diría Tarkovski, porque es cuando nos detenemos que vivimos intensamente la vida, la vivimos de verdad, mirando todo lo que nos rodea, todas esas pequeñas cosas que están a nuestro lado y nos las miramos por nuestras estúpidas prisas, por nuestros malditos egos, por nuestro estúpido orgullo. Así que, háganme caso y entren a ver una película como La promesa de Hasan porque les va a reconciliar con sus existencias y les hará reflexionar sobre como actuamos con los demás, y el daño que nos hacemos a nosotros mismos. Así que ya lo saben, no lo demoren mucho, porque ya saben cómo va esto del cine en la actualidad, todo va tan de prisa que nos acabamos perdiendo lo que no habría que perderse. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entre dos amaneceres, de Selman Nacar

KADIR Y SU FAMILIA.

“La humanidad tiene una moral doble: una que predica y no practica, y otra que practica y no predica”.

Bertrand Russell

El ruido ensordecedor de unas máquinas fabricando tejidos abre la película, inundando toda la pantalla. El movimiento y la agitación es frenético, tanto de máquinas como de empleados, todo es un continuo torbellino de idas y venidas. Entre todo ese caos, emergen las figuras de los patronos. Dos hermanos: Serpil, el heredero y el mano dura de la empresa, y Kadir, siempre en la sombra, más apartado. Y es en esa última figura, en que la película se posara para contarnos el conflicto. Porque todo se tuerce y de qué manera, cuando uno de los trabajadores se introduce en una máquina para limpiar y un chorro de vapor descontrolado lo quema y es trasladado al hospital. A partir de ahí, la película seguirá a Kadir que, instado por su padre, hermano mayor y abogado de la empresa, tendrá la dura misión de convencer a la familia del accidentado de firmar y así eximir a la empresa de cualquier responsabilidad. Además, ese jornada que sirve de marco y emplazamiento para la película, también, es un día muy importante para el devenir del protagonista, ya que irá a cenar con su novia Esma y los padres de ésta.

La primera película de Selman Nacar (Uçak, Turquía, 1990), cuenta un conflicto moral, pero lo hace como si de un thriller se tratara, muy al estilo de Asghar Farhadi, en el que las veinticuatro horas que dura toda la trama, sirven para ahogar al protagonista literalmente, en una especie de día a contrarreloj en que todo se vuelve del revés y la solución parece imposible. El director turco se acompaña de una cinematografía espectacular, donde priman los planos cortos y medios en sitios cerrados, que aún remarca el aislamiento en el que se ve sometido Kadir. Un gran trabajo del cinematógrafo Tudor Valdimir Panduru, que tiene en su haber películas tan importantes como Los exámenes, de Christian Mungiu y Malmkrog, de Cristi Puiu, entre otras. El detallado y rítmico montaje que firman Bugra Dedeoglu, Melik Kuru y el propio director, acentúa esa carrera de velocidad en el que está envuelto el protagonista, en una especie de laberinto kafkiano donde todo se vuelve en su contra, donde cada vez está más solo y desesperado.

Entre dos amaneceres nos habla muy profundamente de las escalas de poder en la sociedad y en la propia familia, donde los poderosos hacen lo que sea por mantener su estatus y su posición, aún transgrediendo la ley y sobre todo, la moral, que la usan según su conveniencia e intereses personales y económicos. Kadir, un tipo noble e integro que se verá entre la espada y la pared de las artimañas de su familia y de la clase social a la que pertenece, un antihéroe a su pesar, que se verá arrastrado por las miserias de los suyos. Nacar se aleja completamente de los subrayados narrativos y formales, creando un entramado cinematográfico donde prima la sutileza y el detalle, en que las interpretaciones de su poderoso reparto ayuda a manejar el conflicto y desarrollarlo con inteligencia y audacia. Un reparto entre los que destaca Mucahit Kocack que se mete en la piel del desdichado Kadir, un individuo preso de su familia y las circunstancias, alguien que creía que pertenecía a otro mundo y estaba rodeado de otras personas. A su lado, le acompañan Nezaket Erden como Serpil, el hermano, o dicho de otro modo, el otro lado del espejo, el heredero sin escrúpulos capaz de todo para seguir manteniendo su estatus de poder, y finalmente, Burcu Göldegar como Esma, la novia de Kadir, que lo ama y que está a su lado.

Nacar ha construido una ópera prima que brilla en cada plano y encuadre, y sobre todo, en su peculiar descripción de las múltiples oscuridades de la condición humana, alejándose en todos los sentidos de la peliculita moralista de buenos y malos, aquí no hay nada de eso, aquí hay intereses, poder y circunstancias y víctimas, ninguna se lo merece, ninguna ha hecho nada, solo existir y sobre todo, entorpecer, muy a su pesar, los caminos del poder, y sus ansias de riqueza y miseria. Porque lo que cuenta Entre dos amaneceres no es desgraciadamente, algo aislado, sino piedra común en estas sociedades occidentales en las que vivimos o simplemente, sobrevivimos, en las que los poderosos cada vez tienen más poder, y los trabajadores cada vez tienen menos visibilidad, tanta que poco a poco están desapareciendo sus derechos y sus libertades, si es que alguna vez las hubo completamente plenas y de verdad, aunque eso sería otro cantar, y el personaje de Kadir tendría mucho que hablar de su identidad, de cuál es su camino y sobre todo, porque se merece todo eso que le está pasando, sin él ser responsable directo, pero como decía aquel, hay cosas que nunca cambiarán y si lo hacen, siempre será para peor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mi mejor amigo, de Ferit Karahan

MI AMIGO ESTÁ ENFERMO.

“Desde la infancia nos enseñan; primero a creer lo que nos dicen las autoridades, los curas, los padres… Y luego a razonar sobre lo que hemos creído. La libertad de pensamiento es al revés, lo primero es razonar y luego creeremos lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos”

José Luis Sampedro

El cineasta Ferit Karahan (Estambul, Turquía, 1983), se dio a conocer internacionalmente con La caída del cielo (2013), su opera prima que abordaba los conflictos personales entre turcos y kurdos. En su segunda película, con un título muy significativo, ya que en el original se llama Okul Tiraçi, traducido como “Corte pelo escolar”, no sitúa entre las paredes de un internado para niños kurdos, en una zona aislada en las montañas del este de Anatolia, y un relato intenso, asfixiante y muy corporal, acotado en apenas unas cuantas horas desde la noche al mediodía, en la piel de Yusuf, un chaval de 12 años que, al despertar ve a su compañero de litera inmóvil y con tez muy pálida, y lo lleva inmediatamente a la enfermería, ante la gravedad del asunto, el director y tres profesores implicados en el asunto, mantendrán el conflicto a medida que avanza la mañana y los problemas se les van amontonando.

La secuencia que abre la película, con esos pasillos atestados de niños dispuestos a disfrutar de su baño semanal, la cámara sigue sin descanso a Yusuf que es el encargado de introducirnos en el relato y a mirarlo a través de él, ya que está en casi todas las secuencias. Una disputa en el baño con tres chavales provoca que un profesor los castigue con bañarse con agua fría, situación que desencadenará el conflicto. Un guion que firman Acet de Gülistan y el propio director, aborda sin tapujos y de frente, temas tan universales como educar a través del miedo, la represión como norma para corregir conductas, la mentira como base de cualquier grupo social, y sobre todo, el sentimiento de culpa que va apareciendo en la trama a medida que la película va instalándose en una suerte detectivesca donde adultos y Yusuf intentan aclarar el asunto de Memo, el niño enfermo, en el que la cámara filma de forma enérgica y sin tregua los pasillos, las clases, el comedor, y ese exterior blanco por una nieve que no cesa de caer, y diferentes espacios que forman parte de las zonas laborales de la escuela.

 La mirada incisiva y expectante que filma sigue a Yusuf y sus desplazamientos, siempre en silencio, siempre ocultando algo, siempre con el alma en vilo por su amigo, siempre expectante. Un extraordinario trabajo del cinematógrafo Türksoy Golebeyi, que no adorna nada, todo es seco, abrupto y extremadamente cotidiano, en que el conflicto va avanzando y estrechando más a los personajes, que se encuentran en un callejón sin salida, porque los problemas se amontonan y no encuentran ayuda, el encargado ha salido, el médico se encuentra lejos y por culpa del temporal no puede desplazarse, al igual que el coche que no puede salir de la escuela por la acumulación de nieve. Un preciso y grandioso montaje que firman el propio director, Sercan Sezgin, el proprio director y Hayedeh Safiyari, toda una institución del cine iraní porque trabaja con los más grandes como Bahman Ghobadi y Asghar Farhadi, entre otros. Un magnífico trabajo de edición con sus ochenta y cinco minutos de metraje, breves y directos, que van generando esa tensión in crescendo con esos planos cortos y cortantes que se van produciendo sobre todo, en la enfermería, un espacio que acaba siendo la habitación de la verdad, o al menos, de su búsqueda, donde todos los presentes irán desvelando su participación en el estado el niño enfermo.

Mención aparte tiene el grupo de intérpretes que ha reclutado Karahan para su película, en la que mezcla los niños sin experiencia en el cine junto a actores adultos experimentados. Están el par de debutantes, los dos chavales que dan vida a los protagonistas. Por un lado, tenemos a Nurallah Álaca como Memo, y sobre todo, Samet Yildiz en la piel de Yusuf, todo un descubrimiento, porque es un personaje complejo, ya que habla poco y mira mucho, pero una mirada que dice todo sin decir nada, convertido en la pieza clave de la película, todo un acierto del equipo y en especial, a su director Ferit Karahan. Los intérpretes adultos son Ekin Koç como el profesor Selim, uno de esos educadores que cambiará muchas formas y maneras del centro, los profes Hamza y Kenan, encarnados por Cansú Firinci y Melih Selçuk, respectivamente, siendo esos profesionales disciplinados y obedientes que siguen a rajatabla las directrices opresoras de la institución, individuos que tanto escalan en la sociedad, y en este caso, en el internado. Y luego, está el director Müdür, el funcionario serio, duro y siniestro, que hace cumplir las órdenes y luego, no es capaz de solucionar los problemas.

Karahan como ya hiciera en su primer trabajo, vuelve a demostrar sus dotes para crear un relato con un conflicto cotidiano que logra encerrar al espectador y provocarle la angustia y la reflexión, combinan el cine de autor con el de género, como hace mucho del cine iraní. El director turco construye una película que es una crítica social al sistema educativo, y no solo de Turquía, sino de cualquier país occidental, donde se prima la obediencia y lo normativo, y se expulsa lo diferente, lo único y lo inteligente, si no sigues las normas injustas, no perteneces a la sociedad. También, es un relato sobre el miedo, porque todos los personajes, tanto niños como adultos, hacen y deshacen a través del miedo, generando mentiras e imponiendo una posición que se equivoca y provoca más miedo, y todo con el aroma de aquella maravilla que es ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), de Abbas Kiarostami, donde había crítica social, fraternidad y trama detectivesca. Una delicia que es todo un espejo para Mi mejor amigo. Un cine humanista, cercano y sobre todo, un cine que profundiza en los temas tan importantes como la educación, la organización de la sociedad y las relaciones humanas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Ghosts, de Azra Deniz Okyay

JUVENTUD EN LA OSCURIDAD.

“La juventud no es una época de la vida, es un estado mental”

Samuel Ullman

Durante el siglo XXI, ha sido más o menos habitual, que nuestras carteleras albergarán cada cierto tiempo alguna película turca, los Ferzan Özpetek, Nuri Bilge Ceylan o Fatih Akin, se convertían en nombres reconocibles para el público más interesado en el cine reflexivo y humanista. Lo que ya llama muchísimo más la atención, es que aparezca una película turca dirigida por una mujer, que fue el caso de la extraordinaria Mustang (2015) de Deniz Gamze Ergüven, que retrata la sinrazón religiosa que sufría un grupo de hermanas. Ahora, nos llega otra película Ghosts (“Hayaletler”, en el original), dirigida por otra mujer, Azra Deniz Okyay (Estambuel, turquía, 1983), que debuta con una relato acotado en una sola jornada, la del lunes 26 de marzo de 2020, en la que nos sitúan en uno de esos barrios periféricos de Estambul, a punto de desaparecer, acosado por la gentrificación, ya que las autoridades están desalojando a los vecinos para construir la “Nueva Turquía”, como constantemente se anuncia en la radio. Ese día, en el que transcurre la película, la ciudad turca está sufriendo cortes de luces que sume a la ciudad en un tremendo apagón, dejándola completamente a oscuras, sutil y excelente metáfora del futuro que le espera a esa juventud que retrata la película.

La directora turca nos conduce a través de la vida de tres mujeres y un hombre, tenemos a Dilem (interpretada de forma natural y formidable por la debutante bailarina Dilayda Günes), una dancer que se gana la vida como puede y afronta una infidelidad de su novio, a Ela (que hace de forma concisa Beril Kayar), una activista apasionada por los derechos de la mujer y la comunidad gay, también están, Iffet (que compone con sinceridad Nalan Kuruçim),  limpiadora municipal, que está desesperada, ya que su hijo que cumple condena de prisión injusta, está siendo acosado en la cárcel y necesita dinero, un dinero que no tiene su madre y hará lo imposible para conseguirlo, cruzando al otro lado. Y finalmente, Rasit (que hace con contundencia Emrah Ozdemir), el típico crápula del lugar, que además de cobrarles fortunas a los refugiados sirios por alojarlos en pisos patera, está compinchado con otro para derribar edificios en el que viven personas sin hogar. La cámara febril y nerviosa de la película, con planos muy cercanos, convertida en una segunda piel de los personajes, con abundantes planos secuencia, en un gran trabajo del cinematógrafo Baris Özbiçer, ayuda a retratar ese microcosmos muy alejada de la estampa turista de la metrópolis de Estambul, o el cortante y enérgico montaje que firma Ayris Alptekin, que va de un personaje a otro, sin descanso, moviéndose en esa fina línea donde al caer la noche, todo parece que va a explotar de un momento a otro, con los innumerables saqueos que se producen aprovechando las tinieblas que oscurecen la ciudad, y más concretamente el suburbio en ruinas que acoge la película.

El elemento de la música de Ekin Fil, que rasga con transparencia todos los movimientos desesperados de los protagonistas por no ser engullidos por una realidad que los aplasta y ahoga, con esa policía perseguidora y la religión como guardiana de esa moral tradicional que acosa a las mujeres. La primera película de ficción de la productora Heimatlos Films, fundada en el 2017, que cuenta con cortometrajes de ficción y documental, así como el documental Mimaroglu: The robinson of Manhattan Island, que se vio en el prestigioso festival de Visions du Reel, debutan en la ficción con un relato que juega con la fusión del dispositivo documental y ficción para no solo retratar la Turquía invisible que no llena las noticias de los grandes medios, sino aquella otra, que se oscurece, que se ensombrece, esa llena de fantasmas, de espectros sin vida, o con una vida precaria, que se mueven en el alambre de la huida constante, con trabajos legales que no les da para vivir dignamente, y deben recurrir a la ilegalidad como hacer de “mula”, como hacía Clint Eastwood en su última película, para salir adelante o conseguir aquello que legalmente no pueden conseguir, como queda demostrado en la situación que vive Iffet.

Azra Deniz Okyay se desata como una creadora sumamente observadora de todas las realidades consumidas en ese otro Estambul, aquel Estambul más real, más auténtico, muy alejado del estereotipo que nos suelen vender de Turquía. En Ghosts hay autenticidad en todos los aspectos, tanto en lo que se retrata y en la forma que se retrata, convirtiendo la mirada crítica y humanista de la directora turca en una mirada a tener muy en cuenta, y a seguirle la pista porque volveremos a toparnos con su intenso, magnífico y poderoso cine, porque la película no solo nos habla de esa otra Turquía, y los ciudadanos que siguen resistiendo a pesar del acoso constante de las autoridades, sino que también, es un grandísimo reflejo de una juventud enjaulada, moderna que tropieza con esa tradición religiosa tan sumamente anclada en el pasado, y también, es un retrato formidable sobre la mujer turca, esa que ya no lleva velo islámico, la que no solo es moderna, sino que hace lo posible para ser ella misma y sin ataduras de ningún tipo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un cuento de tres hermanas, de Emin Alper

EN UNA REMOTA ALDEA DE LAS MONTAÑAS…

“La felicidad no existe. Lo único que existe es el deseo de ser feliz”

Antón Chéjov

El plano subjetivo de un automóvil circulando por una empinada carretera, que lleva a una pequeña aldea encerrada entre montañas en la Anatolia Central, en los años ochenta, se convierte en la secuencia que abre la tercera película de Emin Alper (Ermenek, Karaman, Turquía, 1974), del que conocíamos Beyond the Hill (2012), también ambientada en la zona rural, en la que un granjero y su familia se ven amenazados por la llegada de unos nómadas, en Frenzy (2015), el thriller social era el foco de atención en un apocalíptico Estambul. En Un cuento de tres hermanas, se centra en el fenómeno del “Besleme”, una práctica muy usada entre las gentes necesitadas y señores, consistente en que los hijos son “adoptados”, dejando el pueblo y hacerse un provenir en las ciudades con familias acomodadas, a modo de trabajar a su servicio en el hogar y la familia. El cineasta turco nos habla de tres hermanas que por diferentes circunstancias han sido expulsadas de la ciudad, o sea del “paraíso”, y han vuelto al pueblo junto a su padre, ya que madre falleció. Reyhan, la mayor volvió embarazada, y el padre para remendar el honor, la casa con Veysel, un pobre diablo pastor con deseos de abandonar esa mísera existencia. Havva, la pequeña, vuelve en el coche del principio, ya que ha muerto su “madre” adoptiva, y más tarde, volverá Nurhan, la mediana, ya que el Sr. Necati ya no la quiere.

El relato se mueve entre el cuento de hadas y el realismo social, aunque también hay tiempo, poco, en que las tres hermanas comparten esos sueños de dejar la aldea y labrarse una vida digna en la ciudad, entre las tres jóvenes existe una rivalidad durísima para conseguir ser las elegidas en detrimento de las otras. Alper no ahonda en la terrible miseria en la viven estas gentes, y en concreto, la familia, sino que a través de sus relaciones personales y la frustración que hay en cada uno de sus actos, damos buena cuenta en la opresión y aislamiento, tanto físico como emocional, en el que existen. Y no menos, indicar el aberrante patriarcado que existe en el lugar, donde las cuestiones las deciden los hombres, y las mujeres están para servir, obedecer y callar. Con la llegada del Sr. Necati, que trae de vuelta a Nurhan, la película se desata narrativamente, en la que se destaparán muchas verdades que arrecian en las circunstancias que han obligado a expulsar a las hermanas, dejando clara la tremenda servidumbre de estas personas ante Necati, esa especie de amo y señor de sus vidas.

El director turco se aleja del manido recurso de buenos y malos, en su película no hay nada de eso, solo personas que muestran varios rostros, que se benefician o aceptan una posición que les perjudica o les favorece, según la situación, unos seres humanos y complejos que muestran sensibilidad y vulnerabilidad, solamente seres humanos que viven bajo unas condiciones difíciles y que intentan lo imposible para salir de ella, aunque sea implorar al señor que les pude sacar de esa miseria moral y física. Las relaciones personales de la película son durísimas y ásperas, hay poco aliento para la esperanza o la compasión, si bien vemos alguna, pero la tónica general es la dureza y las miradas rotas y que atacan. La película también funciona como reflejo realista y fiel de unas condiciones de vida rurales llenas de dificultades, ya no solo atmosféricas, como los días helados, o esa incesante nieve que los aísla en invierno, sino las sociales, con las pocas posibilidades de trabajo, o pastoreo o sacar algo de la mina derrumbada, vislumbran un provenir muy oscuro y triste para los habitantes del lugar, como en el revelador instante, cuando Nurhan se detiene en mitad de la noche, y pasan frente a ella, por el camino, unos que vienen apesadumbrados por no sacar nada de la mina.

Alper ha construido una película a fuego lento, ejecutado a través de las miradas, los gestos y los cuerpos de sus tres protagonistas, auténticas almas de esta película sencilla y honesta, pero muy gran en su aparato emocional, tres mujeres a las que dan vida tres actrices dotadas para la interpretación, como son Cemre Ebüzziya como Reyhan, Ece Yüksel como Nurhan y finalmente, Helín Kandemir como Havva, tres seres que evidencian toda el marco opresivo y complejo en el que viven. Un retrato honesto y sensible, con esa carga humanista de los Rossellini o Kiarostami, con un entorno que moldea el carácter interno de sus habitantes, que va del documento social, casi etnográfico, como los que planteaba Rouch, o el universo del Delibes de “Los santos inocentes”, algo del realismo poético, con esos sueños que muestran una vida interior rica que manejan las tres hermanas, y el drama familiar, con ecos del drama de Chéjov, con esas tres hermanas, que después de muchos años sin contacto, se conocerán y entenderán muchas cosas que las separan y sobre todo, las que las unen, víctimas de su condición femenina, por un lado, en un mundo que dirigen los hombres, y sobre todo, de la miseria en la que viven. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ayla, la hija de la guerra, de Can Ulkay

LA NIÑA Y EL SOLDADO.

En los contextos de las guerras, suelen sucederse relatos extremos, que no se acoplan a ninguna idea previamente reflexionado, y mucho menos a algo lógico, sino que obedece a las propias circunstancias del conflicto bélico, donde todo es posible, donde las situaciones adquieren otro sentido, o no tienen ningún sentido, y las cosas más horribles se suceden una tras otra, sin embargo, a veces, en raras ocasiones, surge la humanidad, surge la bondad y valores que creíamos imposibles en un contexto tan brutal como una guerra. Ayla, la hija de la guerra nos habla de una de esas situaciones, un suceso que se escapa de cualquier raciocinio, un suceso que nos devuelve la fe en la humanidad. A saber, en mitad de la guerra de Corea, aquella que dirimió a la del Norte con la del Sur, a principios de los cincuenta, otros países apoyaron a una u otra, convirtiendo la guerra en una más de la Guerra fría que dirimían las grandes potencias de la URSS y EE.UU.. Uno de esos países, Turquía, se puso del lado de los estadounidenses y envió tropas para luchar contra los del Norte, a los que apoyaban países como China. La película se centra en Süleyman, un joven sargento turco y prometido que vive en Alejandreta, vemos su cotidianidad con sus compañeros militares y su amor, en una bellísima secuencia romántica que recuerda a las triquiñuelas sentimentales que inventaba el protagonista de La vida es bella.

Un día, Süleyman, junto a sus compañeros, es evacuado al frente de Corea, lo que parece una guerra finiquitada, les llevará una estancia de un año en los que le pasará de todo, tanto malo como la pérdida de compañeros y angustiosas refriegas con el enemigo, aunque también les sucederán cosas más amables, como encontrar a una niña de cuatro años sola en mitad de una montaña de cadáveres. Aludiendo a la luna llena de la noche, el sargento la bautiza como Ayla, convirtiéndose en ese instante en su “hija adoptiva”. Los días pasan y al guerra continúa, mientras Ayla es una más, confraternizando con los demás soldados, siendo un habitante más de los campamentos y sintiéndose querida por Süleyman, al que llama cariñosamente “papá”. La segunda película de Can Ulkay (Estambul, Turquía, 1964) cineasta experimentado en el cine publicitario, es un drama romántico de tomo y lomo, con ese aroma que tienen las películas situadas en la Segunda Guerra Mundial, donde encontramos una historia de amor con la lejanía de por medio, el compañerismo propio de la guerra, la fraternidad entre las personas, el contexto bélico, y en este caso, un relato sincero y honesto sobre la relación profunda e íntima entre un soldado turco y una niña huérfana.

Si bien la película podría caer en el sentimentalismo y la condescendencia por el tema que trata, el relato intenta huir de todo eso y lo resuelve bastante bien en esos terrenos tan pantanosos que otras producciones del estilo suelen caer. Ulkay, rodeado de un equipo de producción y diseño enorme, donde el ambiente de la guerra está continuamente presente y las batallas rezuman verdad y terror, nos habla desde la cercanía, con la distancia prudente, de la relación de estas dos almas que se encuentran y se relacionan, una niña que lo ha perdido todo en la guerra y un soldado que ha dejado su vida atrás para entregarla a otros que la necesitan. Dos personas antagónicas en un primer vistazo, que con el paso del tiempo, nos conmoverán y nos harán disfrutar de bellos momentos con respeto y audacia, en una relación casi sin palabras, ya que la niña no habla, donde se irá creando un círculo de amor y humanismo, como aquella de aquel soldado estadounidense y aquel niño desamparado en las ruinas de Roma en Paisà, de Rossellini, donde ya no había divisiones ni deshumanización, sino seres desvalidos que necesitan un poco de cariño.

El relato se enmarca dentro de un clasicismo que sigue los mismos personajes y paisajes de aquellas películas bélicas con drama romántico que tanto abundaban en la segunda mitad del siglo pasado en un intento de encontrar la humanidad después de una guerra tan cruenta, destructiva y tan llena de cadáveres, quizás el excesivo metraje de más de dos horas no juega a su favor, sobre todo en el último tercio, donde la película se sitúa en nuestros días, cuando Süleyman junto a los suyos hace lo imposible pro reunirse junto a su niña Ayla que tuvo que dejar cuando volvió de la guerra. El buen trabajo de Isamil Hacioglu que da vida al sargento Süleyman, y Kim Seol que hace lo propio con la pequeña Ayla, consiguen conmovernos y hacernos partícipes de este relato que nos habla en clave de cercanía y pequeños detalles de que en las guerras a pesar de tanta crueldad y muerte, de vez en cuando, quizás demasiados pocos, podemos tropezarnos con humanidad, esa belleza y sensibilidad que nos hace humanos, nos hace más bellos, más personas, y sobre todo, nos hace menos solos porque miramos al otro, lo comprendemos, sabemos de su tristeza y el horror que ha visto, y ahí, en ese instante, todos somos iguales, somos uno, y nos cuidamos y respetamos los unos a los otros, sin distinción de ninguna bandera, frontera o país por el que luchar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Winter sleep, de Nuri Bilge Ceylan

winter_sleep_sueno_de_invierno-cartel-5752El paisaje interior

El cine del turco Nuri Bilge Ceylan se apoya en elementos que son constantes en su cinematografía: un laborioso trabajo visual de la imagen, el espacio, sobre todo rural, como reflejo físico donde se manifiesta el interior de los personajes, el enfrentamiento que se produce entre el hombre urbano y el rural, un tiempo casi real, donde dilata las secuencias produciendo situaciones realmente muy incómodas, y sobre todo, largas conversaciones entre los personajes, que  se desarrollan en interiores, y ayudan a entender la difícil situación emocional en la que éstos están inmersos. En el séptimo título de su carrera, el cineasta nacido en Estambul, toma como base argumental varios cuentos de Chejov, y los ambienta en la Capadocia, una región histórica que abarca cinco ciudades en Anatolia Central, allí, en ese lugar de exquisita belleza plástica, la película se detiene en la figura de Aydin, cincuentón y actor de teatro retirado, que regenta un modesto hotel, edificado en la piedra, de nombre Othello, en medio del valle de Avanos, con la compañía de su joven esposa, Nihal, y de su hermana recién divorciada, Necla. Entre las ganancias del hotel, y las casas arrendadas, los tres viven holgadamente en la cima del valle. Pero el refugio aparentemente idílico donde Aydin, este urbanita-intelectual busca su paz, se vuelve contra él y su entorno. Película dividida en dos partes, en la primera, además de deleitamos con las inmensas panorámicas de la zona, nos presentan a los protagonistas y el pequeño conflicto que finalmente hará estallar en una catarsis emocional a los personajes. Un niño lanza una piedra contra el automóvil de Aydin y su criado –situación similar a la planteada por Dostoyevski en su novela de Los hermanos Karamazov­-, a raíz de ese incidente, Aydin entra en contacto con una familia pobre de la zona, que no pueden a hacer frente al alquiler, pero Aydin los ignora y desprecia. En la segunda mitad del metraje, cuando la estación invernal se instala en la estepa, los interiores toman el protagonismo, y los personajes se recogen en sí mismos, y los diálogos entran en acción, a través de las largas conversaciones entre Aydin, con su esposa y hermana, donde sacan a relucir el distanciamiento, las diferencias, y los puntos de vista tan diferentes que tienen entre ellos. El cinismo y la moralidad superficial de que hace ostentación Aydin choca frontalmente con las dos mujeres, que le reprochan su falta de sensibilidad y su propio aislamiento. Un poderoso e intenso drama que mira hacía la juventud perdida, la desilusión, la culpabilidad y las propias debilidades, y complejidades de unos personajes a la deriva que no encuentran consuelo y no se enfrentan a sus propios miedos, contradicciones y falsa solidaridad, con la compañía de la sonata en A major D959 segundo movimiento de Franz Schubert, que actúa como poderoso leit motiv. Nuri Bilge Ceylan, en una profunda exploración de sí mismo, como uno de los representantes de esa élite intelectual burguesa de Turquía -Gobierno incluido-, compone un retrato despiadado y cruel de esos personajes e instituciones que miran hacia otro lado frente a las injusticias sociales y la falta de oportunidad de las clases más desfavorecidas. El mismo día del estreno de la película en el Festival de Cannes –en la que se alzó con la Palma de Oro- coincidió con la tragedia minera en una población turca donde perecieron 300 obreros, debidos principalmente a la falta de recursos del gobierno en la zona. Nuri Bilge Ceylan ha hecho una obra mayor, un inmenso homenaje al cine, sus implacables y maravillosos 196 minutos son un alarde de cinematografía parido desde las entrañas y el corazón. Un poema visual de extraordinaria belleza, pero también doloroso y cruel.