Aftersun, de Charlotte Wells

AQUELLAS VACACIONES CON MI PADRE…

“Ella escribió, que la memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa, que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro, pero puede ser también que todo ocurre simultáneamente.”

Isabel Allende

Unas torpes y domésticas imágenes grabadas en MiniDv nos dan la bienvenida a Aftersun, la opera prima de Charlotte Wells (Edimburgo, Escocia, 1987). Las imágenes que vemos las de Calum, un padre joven que está siendo inmortalizado por Sophie, su hija de 11 años, en algún hotel de segunda de alguna ciudad costera de Turquía a finales de los noventa. No vemos bien a Calum, nunca de frente, casi siempre de espaldas o de lado y a contraluz, reflejando esa idea de la memoria difusa y compleja, una idea en la que profundiza e investiga la película.

Después de tres películas cortas, Wells construye una película a través de la memoria, o quizás podríamos decir, de la dificultad de recordar, de esa materia tan densa y a veces, tan ligera como la memoria, en esa lucha constante entre lo que recordamos y lo que realmente ocurrió, esa madeja infinita de situaciones, objetos, miradas, sonidos y sensaciones que forman nuestra memoria y sobre todo, como la recordamos en el presente, y como nos adentramos en ella, y miramos y sentimos a aquellas personas que estaban con nosotros, que nos ha quedado de ellas, y nuestro análisis de lo que vivimos con ellas, y que nos queda ahora. La cineasta escocesa construye su trama de forma tremendamente sutil y conmovedora, huyendo de estridencias sentimentales y piruetas narrativas, nos encontramos siempre en un estado de ligereza y apariencia cotidiana mezclado con un estado de lirismo y abstracción, en que esa realidad inmediata y aparentemente cercana y muy personal entre padre e hija, en realidad, encierra muchos aspectos oscuros, incluso inquietantes, que encierran una relación confusa y muy alejada entre lo que siente el adulto y cómo lo ve la niña.

El misterio de la película reside en los dos absolutos protagonistas, en todo lo que experimentan, tanto sus momentos más íntimos, donde parece que son uno, y en los otros, más incómodos, en los que el adulto huye de sí mismo y se aísla, y la niña que todavía no comprende, intenta encontrar su espacio en los otros. Por un lado, tenemos a Calum, un padre demasiado joven para tanta responsabilidad, que da mucho cariño a su hija de 11 años, pero que a la vez oculta muchas heridas, que lo alejan de la realidad y lo sumen en una soledad asfixiante y destructiva. Por el otro, encontramos a Sophie, una preadolescente que está en proceso de cambio, de empezar a dejar esa infancia y enfrentarse a la adolescencia, a ese espacio de descubrimiento de su entorno y de sí misma, del amor, del sexo, y de tantas cosas que empezaran a bullirle en su interior, y además, tiene a su padre que la quiere, con el que se lleva bien, a pesar de toda esa distancia entre ellos, entre una niña que todavía es demasiado pequeña para entender ciertas actitudes y sentimientos contrariados del padre.

Wells ha contado con dos compañeros de facultad de la Universidad de Cine de New York como Gregory Oke en la cinematografía, optando por el 35mm para crear esa luz con color saturado y muy contrastada, que nos lleva a aquella época de finales de los noventa, sin caer en la excesiva melancolía y embellecimiento, sino manteniendo la idea que estructura de la película, donde la realidad se fusiona con lo abstracto, el lirismo y la inmediata realidad, como describen muy bien esas fotografías polaroid y esos extraños momentos que jalonan la película como las fotografías bajo el agua, como si el tiempo se detuviese, y la idea agridulce que se cuela durante todo el metraje, y Blair McClendon en el montaje, un magnífico trabajo que condensa con esa mezcla de orden/desorden programado para detallar con sencillez la relación íntima/distante entre padre e hijo, en unos sorprendentes y mágicos noventa y seis minutos de metraje.Otro elemento sumamente importante en la película de Wells es la excelente música de Oliver Coates ayuda a describir con sutileza y detalle, amén de los temas del momento que describen con acierto e inteligencia el estado emocional de los personajes como la versión de la “Macarena”, de Los del Río, y otros temas de Aqua, Steps y Blur, y esos dos momentazos a ritmo del “Under Pressure”, de Queen y Bowie, y ese otro instante del karaoke con el “Losing My Religion”, de los R.E.M. En la producción tenemos a Adele Romanski y el director Barry Jenkins, que recordaréis por El blues de Beale Street, que también han producido películas tan interesantes como Lo que esconde Silver Lake y la serie The Girlfriend Experience, entre otras.

La pareja protagonista brilla de forma extraordinaria, creando esas personalidades cercanas y alejadas, en que Paul Pescal es Calum, al que habíamos visto en La hija oscura y la miniserie Normal People, y la jovencísima debutante Frankie Corio que hace de Sophie, una niña que todavía no es lo suficientemente mayor para conocer en profundidad las heridas que arrastra su padre y si que ya es lo suficientemente mayor para descubrir esas cosas latentes que empiezan a despertarse en su cuerpo y su pensamiento. Y Celia Rowlson-Hall es Sophie adulta, bailarina y coreógrafa para artistas como Alicia Keys y Coldplay, y en cine ha trabajado con Gaspar Noé y Lena Dunham, tiene el rol de esos instantes de pura abstracción y sobrecogedores en los que baila y expresa toda ese torbellino de imágenes, sonidos y estados emocionales de su memoria y lo que recuerda y como lo recuerda que nunca es nítido y todo empieza a alejarse y difuminarse en aquel tiempo. Déjense llevar por Aftersun, de Charlotte Wells, que les recordará a aquel aroma que desprendían Alicia en las ciudades (1974), de Wim Wenders y Somewhere (2010), de Sofia Coppola, padres junto a hijas pequeñas, durante las vacaciones o al menos durante el descanso estival, que nunca es sinónimo de aventura y placer, porque no se cuenta todo lo que se cuece en nuestro interior que, a veces, es muy oscuro e inquietante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sundown, de Michel Franco

EN LA CIUDAD QUEMADA.

“Estoy cansada de tratar de llenar mis espacios vacíos con cosas que no necesito y personas que no me gustan”

Virginia Woolf

Las familias desordenadas y la violencia que azota la sociedad mexicana son dos de los elementos imprescindibles en el cine de Michel Franco (Ciudad de México, 1979). El director mexicano ha abordado los conflictos personales y familiares en sus siete largometrajes hasta la fecha. A partir de relatos íntimos y sencillos, los problemas se desatan en una inexistente unidad familiar, siempre enturbiada por la falta de comunicación, viéndose inmersa en la mentira, la distancia y la violencia. Después de Nuevo orden (2020), una película que abordaba la lucha de clases, otro elemento indispensable en su filmografía, y profundizaba en la violencia como una enfermedad difícil de erradicar en México. Con Sundown, vuelve al cine intimista y de pocos personajes, profundizando en la desunión familiar que tanto le interesa al director mexicano, a través de la figura de Neil, un tipo ambiguo del que poco sabemos de su vida, solo que finge el olvido del pasaporte para no volver a Inglaterra con su hermana y los hijos de esta, cuando la madre muere súbitamente. En cambio, deja el hotel lujoso en Acapulco, en la costa sur del país, y se va a un hotel de medio pelo en un barrio popular junto al mar, en un gesto premonitorio en su particular descenso a los infiernos.

La historia sigue a Neil Bennett, del que iremos descubriendo muy poco a poco lo que hace y lo que va sintiendo, aunque siempre de forma sutil, como es habitual en Franco, porque todo se va ennegreciendo dentro de una cotidianidad que hace daño de lo cercanísima que resulta. Neil conoce a Berenice, no es causal el nombre, una mujer que trabaja vendiendo souvenirs, con la que entabla una relación sentimental y sexual. La nueva vida de Neil y su estado emocional, recuerda mucho a Paul, el personaje que interpretaba Bruno Ganz en la maravillosa En la ciudad blanca (1983), de Alain Tanner, un marino que sin nada que hacer, deambulaba por el Lisboa del 82 y conoce a Rosa, una mujer con la que pasará el tiempo. Tanto Franco como Tanner se alejan del relato al uso, adentrándose en el estado emocional del individuo que retratan, en una idea de letargo o ensoñación que experimentan ambos personajes. Son hombres que parece que fueron, porque ahora mismo no son, se dejan llevar por la ciudad, por el sol, por la mujer que conocen, en una experiencia de olvidarse de todo, de todos, y sobre todo, de ellos mismos.

Franco nos sitúa en la ciudad costera de Acapulco, una ciudad que, al igual que el personaje, también fue antaño una ciudad diferente. Ahora, una urbe de vacaciones en el que todo parece enturbiado, porque en cualquier momento puede estallar una violencia soterrada que contamina la ciudad y el país. Una tranquilidad extraña y muy tensa como suele ocurrir en la filmografía del director mexicano, donde la violencia siempre irrumpe de forma salvaje y sin concisiones, una violencia que descoloca a los personajes y los lleva a la oscuridad más brutal, una violencia que se torna cotidiana, demasiado cotidiana. La cinematografía de Yves Cape, todo un referente en el cine más vanguardista francés con nombres tan ilustres como los de Bruno Dumont, Claire Denis, Leos Carax y Bertrand Bonello, entre otros, que ha trabajado en las cuatro últimas películas del cineasta mexicano, otorga esa luz donde el sol abrasador es parte intrínseca de todo lo que está sucediendo al personaje principal, donde lo cotidiano se apodera del relato, una intimidad que está filmada como si un documental fuese, en que la inquietud está presente en cada encuadre de la película.

El estupendo trabajo de montaje que firman el propio director junto a Óscar Figueroa, otro de los nombres imprescindibles del cine mexicano con más de medio centenar de películas en su haber, condensando una trama que abarca los ochenta y tres minutos de metraje, en el que se cuenta todo lo imprescindible, y sobre todo,  con un buen ritmo y agilidad, sin caer en lo superfluo y mucho menos en lo evidente, siempre de forma sutil, profundizando en la existencia de Neil, que no estaría muy lejos de aquellos pistoleros cansados y envejecidos que solo buscan un poco de paz, algo de sol, un trago y quizás, algo de compañía. La maravillosa presencia de Tim Roth, que repite con Franco después de la interesante Chronic (2015), amén de coproducir la película, en otro personaje silencioso y solitario, del que poco sabemos. Un personaje hermético y espectral, que parece que la vida ya no le dice nada o tal vez, él ya se ha cansado de su familia enriquecida con el negocio de la carne, y de esa forma de vivir lujosa y vacía. Le acompañan una fantástica Charlotte Gainsbourg, hermana del protagonista, en las antípodas del personaje de Roth. Iazua Larios como la Berenice que se cruza con Neil, y Henry Goodman como Richard, el amigo y abogado de los millonarios Bennett. Franco nos invita a tomar el sol en Acapulco, a pasear y contemplar la vida con Neil, o con lo que queda de él, porque todos somos un poco como el protagonista, en un momento de nuestras existencias, solo querremos tomar el sol, olvidarnos de nosotros y vagar sin rumbo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mar, de Dominga Sotomayor

Mar PósterEL ENTORNO DETENIDO

La directora Dominga Sotomayor (Santiago de Chile, 1985), dejó un buen sabor de boca en su opera prima De jueves a domingo (2012), una interesante y reflexiva aproximación del desmoronamiento de una pareja y la relación con sus hijos. Una road movie donde una pareja en la treintena viajaba con la compañía de sus dos hijos al norte del país. Sotomayor elegía el punto de vista infantil, un espacio de diversión, juegos y sueños, que contrastaba con el mundo de los padres, triste, perdido y sin ilusiones, formado por una pareja que ha decidido separarse. En su segunda película Mar, Sotomayor se enfunda el traje de observadora, ahora el punto de vista no está centrado en nadie, sólo quiere que seamos testigos de lo que vemos y saquemos nosotros, los espectadores, nuestras propias conclusiones. Su relato se centra en Martín, un joven de 33 años que se ha escapado junto a su novia unos días a disfrutar del sol, la piscina, y el buen tiempo de Villa Gesell, en Argentina.

La joven pareja se muestra distante, el amor, si alguna vez lo hubo, se está descomponiendo, ya no se muestran cariñosos, y cada vez se sienten más alejados el uno del otro. En la segunda mitad de la película, con la llegada de la madre de Martín, aún se agravará más la situación de calma latente que respira la pareja. Sotomayor fabrica su cine a través de gestos y detalles, su cine se muestra sutil, hay que buscar concienzudamente entre sus aristas y pliegues para ir descubriendo lentamente la multitud de capas que encierran tanto sus historias como los personajes que las habitan. La cotidianidad de los días de vacaciones son utilizados por la realizadora chilena para tejer entre la pareja y el paisaje que los rodea, una tela de araña malsana, en la que todo pasa, pero nada se muestra. Si hay alguna evidencia en la película no se muestra en una primera capa, hay que rascar fuertemente para que pudiéramos encontrarnos con ella.

La cámara de Sotomayor se muestra observadora, tomando la distancia prudente, en el que las cosas suceden, sin intervenir de manera moral, una cámara que sólo se mueve en un par de ocasiones, donde la directora hace evidente ese movimiento, ese cambio que se está produciendo en Martín. Una película breve, apenas 60 minutos, e intensa, que no deja nada al azar, con una forma muy definida, y un argumento lleno de espacios oscuros y sin fondo. Una obra que certifica los buenos augurios que nos dejó el primer trabajo de Dominga Sotomayor, que desde ahora y en adelante, seguiremos sus pasos con ojo avizor, en la diversidad y riqueza de sus trabajos, ya sean en la dirección, guión o producción, a través de CINESTACIóN, la cooperativa cinematográfica donde con un puñado de jóvenes cineastas talentosos se han agrupado para seguir en el camino produciendo un cine interesante, reflexivo y emocionante.

 

Paris, je t’aime – 14e arrondissement, de Alexander Payne

Paris-je-t-aime

Los viajes emocionales

“Viajar es más que ver lo que hay para ver; es iniciar un cambio en nuestras ideas sobre lo que es vivir que continúa en nosotros de manera profunda y permanente”.

Miriam Beard

El cine de Alexander Payne está vertebrado a través de un viaje. En algún momento, durante la travesía, sus personajes se sienten embargados por una mezcla de alegría y tristeza que no saben describir, pero que nos revela muchas cosas íntimas de ellos. Y sobretodo, de nosotros mismos. 14e arrondissement, forma parte de la película colectiva Paris, je t’aime (2006), 18 piezas cortas ambientadas en los distritos de la ciudad de París y dirigidas por directores de diversa procedencia y estilo, entre los que podemos encontrar a los hermanos Coen, Gus Van Sant, Oliver Assayas entre otros. El segmento de Payne cuenta la experiencia de Carol, una cartera de Denver (Colorado, EE.UU.) que relata en primera persona y en un francés con marcado acento anglosajón, y en off, las experiencias que ha vivido en su primer viaje a la ciudad de la luz. La propuesta del realizador norteamericano nos sumerge en la visión cotidiana de alguien anónimo que desmonta todos los prejuicios e ideas preconcebidas de la ciudad. Y nos aproxima hacía la persona, que bajo un análisis irónico de las situaciones que va viviendo, nos va sumergiendo en su realidad, provocándonos una sensación agridulce. Las criaturas de Payne son habitantes de la América profunda, seres que se mueven en profesiones y actividades corrientes, que no anhelan otras cosas, porque en su mayoría, no saben si les harían más felices. Personajes de vidas sencillas que moran en lugares en los que no pasa gran cosa, pero buscan sentirse mejor consigo mismos: Quizás es lo único que les sacará de su rutina diaria y mejorará su estado de ánimo. Seis películas han bastado a Alexander Payne para demostrar su talento cinematográfico y convertirse en una de las voces más interesantes del actual panorama americano. Junto a otros realizadores, Paul Thomas Anderson,  Richard Linklater, David Fincher, Wes Anderson, James Gray… han aportado nuevas miradas en contraposición a la industria de Hollywood que se mira demasiado a sí misma.