Vencer o morir, de Vincent Mottez y Paul Mignot

LA GUERRA DE LA VENDÉE.  

“Vendée es una herida convertida en gloria”.

Víctor Hugo

De la historia, hay muchas historias que no nos cuentan, ya sea por miedo, por silencio o simplemente, por hacer una revisión de la historia simplista, interesada y que desea convencer a los de ahora escatimando la verdad de ese pasado. De la Revolución Francesa nos han contado muchos sucesos e interioridades, pero como suele ocurrir, no nos han contado todos los hechos, y la llamada “Guerra de la Vendée”, ha quedado olvidada y silenciada. Una guerra civil en toda regla entre los soldados de la Nueva República surgida en 1789, que después de “El año del terror”, en 1793, donde se decapitó al Rey Luis XIV, y con todas las monarquías europeas a las puertas de la guerra, el joven gobierno decretó alistar a la fuerza al pueblo, éste se levantó en protestas y la región de La Vendée, al oeste del país, se levantó en armas liderados por François-Athanase Charette de la Contrie, retirado del ejército siendo oficial de la Marina por la indisciplina de los marinos franceses. Un hombre monárquico y religioso que se organizó en una legión de hombres: campesinos y obreros de la Francia rural que combatió contra el ejército francés republicano, los llamados “Bleus”. 

Un proyecto que nace a partir de la empresa Puy Du Fou, fundada por Philippe de Villiers en 1989, que tiene dos grandes parques temáticos históricos, uno en Francia (Les Espesses, en La Vendée, y en Toledo), y a partir del enorme éxito de su espectáculo “Le Dernier Panache”, basado en La Guerra de La Vendée, han producido la película Vencer o morir  (“Vaincre ou Mourir”, el original), a partir de un guion del novelista Vincent Mottez que codirige junto a Paul Mignot, una película que no escapa de la heróica y el entretenimiento, reflejando con inteligencia y detalle las duras condiciones a las que se enfrentaron los combatientes de Charette, que lucharon en inferioridad, tanto en armas como en todo, ante el potente y numeroso ejército francés. Una Guerra Civil que se alargó tres años, tres durísimos años donde sufrieron bajas, abandonos y demás desastres. La película tiene una gran producción, no se ha escatimado en nada, la crudeza de lo humano queda muy bien reflejado en la estudiada y magnífica cinematografía de Alexandre Jamin, donde el plano y el encuadre está encima de los personajes y los hechos, que recuerda mucho al estilo de Welles en Campanadas a medianoche (1965). 

El complejo y arduo montaje de la película que firman Tao Delport, Josselin Bellesoeur y Sam Briand, ejemplifica una trama que aborda muchos personajes y hechos durante tres largos años de guerras fratricidas, que se cuenta con la voz de Charette en sus rítmicos y apabullantes 99 minutos de metraje. Una música que ensalza la heroicidad y valentía de los personajes, que firman Nathan Stormetta, Martin Batchelar y Samuel Pegg. Un gran trabajo de detalle en arte, vestuario, caracterización y efectos, consiguen situarnos en el contexto de forma ejemplar y brillante, a lo que también ayuda el gran trabajo del equipo interpretativo empezando con Hugo Becker (al que hemos visto en películas con Whit Stillman, en la reciente Cuestión de honor, de Rachid Hami, y en muchas series de televisión), que da vida al protagonista François-Athanase Charette de La Country, cuya carisma y porte consiguen transmitirnos la furia y la valentía de un hombre que se levantó ante la injusticia del poder contra el poder, Gilles Cohen (un gran intérprete bajo la órdenes de Demy, Audiard, Chéreau y Leconte, entre muchos otros),  da vida a su lugarteniente y veterano Jean-Baptiste de Couëtus, un tipo fiel que estará codo con codo, el joven actor Rod Paradot da vida a Prudent de La Robrie, otro compañero de armas fiel y valeroso en la batalla, la actriz Dorcas Coppin es Marie-Aélaïde de La Rochefoucauld, toda una guerrera, a la que llaman “Amazona”, que luchará igual que cualquier hombre, que libra otra batalla, la del amor de Charette con Constance Gay que interpreta a Céleste Bulkeley, otra mujer apodada “la irlandesa”, también soldado como los hombres.

Tenemos a los “otros”, los del bando republicano, Grégory Fitoussi (un actor de largo recorrido con mucha carrera en televisión), que compone un gran antagonista como el oficial frances Jean-Pierre Travot, y finalmente, el gran actor Jean-Hugues Anglade (que tiene nombres tan importantes como los del citado Chéreau, Besson, los hermanos Taviani, Sautet, etc…), es el diputado Albert Ruelle, que sirve como enlace para construir la paz con Charette. Vencer o morir tiene su mejor arma, y nunca mejor dicho, en contribuir a desenterrar del olvido una parte negrísima de la Revolución Francesa y por ende, de la historia de Francia, de su especial homenaje a los más de 200000 personas que murieron en los tres años de ardua guerra civil, de los cuales el 85% eran campesinos y el resto, soldados franceses. Tiene el sello de una producción histórica francesa, con su calidad y reconstrucción. Su gran aportación ha sido volver a aquellos lugares de La Vendée, donde se ha filmado la película, respetando los lugares y hechos, aunque por contra, hemos de decir que,quizás, la historia resulta demasiado esquemática y abusa de lo heroico ante lo humano, y echamos en falta más profundidad de los personajes y sus interiores y complejidades y contradicciones, frente a tantos hechos y batallas. La película entretiene, es didáctica y sobre todo, nos ofrece una parte más de la historia, que no todo lo que ocurrió, pero sí una parte que faltaba. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Éric Besnard

Entrevista a Éric Besnard, director de la película “Delicioso”, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el martes 14 de diciembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Éric Besnard, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Joana Artigas, por su gran labora como intérprete, y a Miguel de Ribot de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Delicioso, de Éric Besnard

LA BUENA COCINA AL SERVICIO DE TODOS.

“¡Mantequilla, mantequilla! Trabajo, energía y mantequilla. Vamos, señores, sean generosos. Hielo para el pescado y fuego para la caza. ¿Cómo está esa carne? El pichón, poco hecho. La verdura crujiente y el pichón poco hecho. No basta con cocinar, hay que cocinar bien, hay que sobresalir, hay que cocinar con sabor. Hay que hacer disfrutar”.

Nos encontramos unos meses antes de la Revolución Francesa con la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789. Pero no estamos en la urbe parisina, sino alejados de ella, en la Francia rural, y siguiendo los pasos de Manceron, un cocinero al servicio del Duque de Chamfort. Aunque todo cambiará en la vida de Manceron, porque en uno de esos ágapes con los que la nobleza agasajaba a sus invitados, el cocinero introduce una idea a su menú, presentando “Delicioso”, una empanada elaborada con patata y trufa. Tanto el clero como el marqués rechazan la propuesta porque todo lo que nacía bajo tierra era innoble, y el cocinero es expulsado del paraíso. Entonces, Manceron se refugia junto a su hijo en la casa familiar y se dedica a ser granjero. La llegada de Louise, una misteriosa mujer que quiere ser aprendiza de cocinera, hará despertar en Manceron viejas ilusiones.

El séptimo trabajo de Éric Besnard (Francia, 1964), se desvía de sus anteriores películas, ya que es la primera de época, adentrándose en el Siglo de las Luces y la Revolución, pero desde la cocina, y más concretamente, desde la clase más humilde, posicionando la cocina como centro de la acción, en un momento en que solo la nobleza tenía el privilegio de la buena cocina, dejando a la pleve de los platos más corrientes y vulgares. El tono de la película juega con el momento político del momento del momento, mostrándonos todo ese universo de nobles que disfrutaban de la vida, y el resto, el pueblo, que lo servía sin rechistar. Hay costumbrismo en la película, en un espectacular trabajo de ambientación que firma Sandrine Jarron (que ha trabajado con grandes nombres como los de Polanski y Ozon), la excelente partitura musical de Christophe Julien, cinco trabajos con Besnard, el exquisito y ágil montaje de Lydia Decobert, en una película muy activa, ya que hay constantes cambios de giro, y la magnífica y cálida luz de Jean-Marie Drejou, cuatro películas con el director, que sabe acercarnos todo ese mundo de la cocina que en palabras de Manceron está compuesto por gesto, fuego, instrumento y paciencia.

El guion que firman el director y Nicolas Boukhrief (que ya colaboró con Besnard en la película 600 kilos de oro puro del año 2010), plantea una película de pocos personajes, peor muy bien definidos. Tenemos a Manceron, el cocinero que desea volver a las órdenes del Marqués, Louise, la mujer que parece una antigua cortesana que guarda un secreto, el citado Marqués, representando a esa nobleza aburrida y vacía que solo disfrutaba de sus privilegios comiendo y de fiesta, Hyacinthe, el criado del Duque, ese lacayo que cree en las clases, aunque él las sufra, Jacob, el hijo de Manceron, que lee a los filósofos de la ilustración, y está al día de los aires revolucionarios que se avecinan, y finalmente, el abuelo, cazador furtivo y borrachín, que desea que su hijo y nieto sean felices. La trama de la película se mueve entre ese tono de fábula amable, con aires románticos y sensuales, a través de la cocina y la elaboración de los platos, y la introducción del noir con el suspense de por medio, y con los movimientos revolucionarios que van llegado al lugar, en que la película maneja con soltura los diferentes marcos pasando de forma pausada de uno a otro, sin aspavientos, ni nada que se le parezca.

La idea del primer restaurante de París, con su idea, creación, funcionamiento, y sus continuos altibajos, es el centro de una historia que escenifica con exactitud todo lo que se cocía en la última década del XVIII, donde la cocina representaba todas las injusticias que anidaban en una sociedad en que la nobleza vivía y derrochaba y el pueblo se moría de hambre. Un gran reparto encabezado por un maravilloso Manceron, al que daba vida Grégory Gadebois, que habíamos visto en películas de Polanski, Ozon, Maddin, etc…, un actor grande, tanto en su físico como en su naturalidad y en sus miradas, un cruce entre el Dépardieu de los setenta y el Gabin de siempre, bien acompañado por una estupenda Isabelle Carré, la partenaire perfecta, la mujer llena de voluntad, perseverancia y belleza, que ya estuvo a las órdenes de Besnard en L’esprit de familie, igual que Guillaume de Tonquedec que hace de Hyacinthe, Benajmin Lavernhe como el Duque, un actor que era el discapacitado de Pastel de pera con lavanda, que rodó Besnard en 2015, Lorenzo Lefebvre es Jacob, el hijo revolucionario, y finalmente, Christian Bouillette, como el viejo padre de Manceron. El director francés ha construido una película tan deliciosa como la empanada que da nombre al título, recogiendo el cine francés de época a la altura de Ridicule, de Leconte, pero desde la cocina y la gente cotidiana e invisible, todos esos campesinos que protagonizaban La Marsellesa (1938), de Renoir, porque siempre han sido las personas más anónimas las que han cambiado el mundo y sobre todo, la forma de ver y hacer las cosas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA