The Beast, de Lee Jeong-ho

UN ASESINO ANDA SUELTO.

“Tu enemigo, el demonio, está al acecho cual león feroz”

El mismo año, el año 2003, dos películas surcoreanas, Memories of murder, de Bong Joon-Jo y Old Boy, de Park Chan-wook, encumbraron de manera extraordinaria el cine surcoreano, y sobre todo, el thriller, en su vertiente más oscura, tenebrosa y ejemplar. Se trata de dos cintas situadas en los bajos fondos, en las caras más amargas y duras de la ciudad, de acción y tensión trepidantes y adrenalínicas, nunca hay tregua, las situaciones suceden de forma vertiginosa y en paralelo, en las que convergen varias tramas a modo de rompecabezas profundos difíciles de resolver, con esa atmósfera de película de terror, de personajes ambiguos, rotos y perdidos, dentro de una nebulosa fatalista, como en las películas de Fritz Lang, tipos de orden que las circunstancias los han llevado a cruzar sus propios límites y arrojarse sin remedio a un abismo sin retorno. El cineasta Lee Jeong-ho (Corea del Sur, 1975) debuta en el largometraje guiándose por los grandes del género, aportando una visión personal y segura de aquello que está haciendo, firme en su planteamiento, sin dejar que nada se interponga en su propósito de llevar a buen puerto una trama compleja y llena de personajes ocultos y oscuros.

En The Beast, inspirada libremente en la película francesa Asuntos pendientes (2003), de Olivier Marchal, enfrenta a dos policías Han-Su y Min-Tae, que postulan para el puesto de jefe, dos mentes en disputa, dos enemigos declarados, dos almas que nada tienen que ver, dos formas muy diferentes de afrontar los homicidios que se cometen en la urbe, se verán inmersos en una durísima batalla cuando tienen que capturar al asesino despiadado de una chica encontrada desmembrada. El cineasta surcoreano se centra en la mirada de Han-Su, un policía expeditivo, de fuerte carácter, y que no se detendrá ante nada, que tiene estrechas relaciones con sus confidentes, situación que le pondrá en una difícil tesitura moral respecto a su trabajo como policía. En cambio, en el otro lado de la balanza, encontramos a Min-Tae, la otra cara de la moneda, más pausado y tranquilo, con otras formas de investigar y sobre todo, sabiendo donde está su posición, mucho más clara que la de su colega.

El relato está lleno de detalles y matices, que nos van mostrando pequeños resquicios de luz entre tanta oscuridad, sombras y ambigüedad, con personajes que se mueven por intereses personales, deseos interiores y objetivos variables, donde nada ni nadie parece dirigirse a un solo fin, sino que por el camino, tortuoso y lleno de peligros, nos tropezaremos con distintas sendas y deseos, personajes ocultos, que guardan celosamente demasiadas cosas, que solo muestran lo que les conviene y son muy precavidos ante quién se exponen y porque lo hacen. The Beast tiene ese aroma de las películas clásicas de Hollywood, donde los personajes, incluso los más nobles, guardaban ambigüedades en su interior, y en ocasiones, protagonizaban acciones que cruzan esas líneas de la moralidad, respeto y honestidad, personajes humanos, personajes sinceros, aunque también personajes que se equivocaban y exponían a los que más querían, una idea de personaje profundo y lleno de tristezas y soledades, un tipo de rol que el cine más comercial ha perdido en la actualidad, basándose en personajes de una sola pieza y carentes de interés al espectador menos complaciente.

La película de Lee Jeong-ho tiene esa fortaleza para sumergirnos en un magnífico descenso a los infiernos, donde la película irá adentrándose en lugares más siniestros y violentos, llevados de una intensidad asfixiante y brutal, como si de una película de terror se tratase, en una especie de duelo nocturno, muy propio del western mítico de los Vidor, Hawks, Peckinpah o Sturges. Esos duelos entre dos formas de ser, de moverse y sobre todo, de disparar, de litigar quién era el más rápido o el menos honesto. Los 130 minutos de la película pasan volando, sujetos a una velocidad de vértigo, donde los personajes no cesan de moverse de un lugar a otro, donde las acciones se van sucediendo de forma nerviosa y angustiante, convirtiendo el relato en una espiral de mentiras, traiciones, violencia y asesinatos. Una cinta apoyada en una extraordinaria e inquietante atmósfera, donde nos movemos por espacios lúgubres, tristes y desoladores, entre habitaciones y apartamentos laberínticos y llenos de basura, tanto física como moral, espacios que se convierten en otros personajes, que explican lo mismo o más que los diálogos, unos diálogos llenos de desesperanza, lucha interna, donde sale a borbotones esa oscuridad del alma que arrastran los diferentes personajes, sobre todo, el personaje de Han, el alma mater de la historia, un ser movido por la negritud de un camino que hace tiempo dejó de ser correcto, y ahora, quiere enmendarlo como sea, aunque quizás ya sea demasiado tarde, y solo pueda dilatar un destino que lleva mucho tiempo ya escrito, y las tablas de salvación se quemaron sin que él se percatase de lo que ocurría, enfrascado en sus disputas internas y exteriores. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Regreso a Montauk, de Volker Schlöndorff

EL TIEMPO QUE NOS AMAMOS.

“Siempre hay un amor en la vida que nunca se olvida”

Max, un maduro escritor, llega a Nueva York para promocionar su último libro, en el que cuenta de manera autobiográfica, una historia de amor que vivió en la ciudad 17 años atrás, con una bella mujer llamada Rebecca. De casualidad, se encuentra a Walter, un viejo amigo anticuario, que le informa sobre la situación de Rebecca. En ese instante, Max, que se reencontrará con su joven esposa Clara, que vive en la ciudad, se embarca en una aventura para reencontrarse con Rebecca. Este es el arranque de la nueva película de Volker Schlöndorff (Wiesbaden, Hessen, Alemania, 1939) que vuelve casi dos décadas después, a las historias contemporáneas, después de dedicar buena parte de su filmografía a los temas candentes de su país, como la memoria del pasado, como la segunda guerra mundial, la Alemania post nazi, siempre marcado desde un prisma histórico y político, y basándose en grandes novelas de autores tan prestigiosos como Böll, Yourcenar, Grass, Proust, Miller o Atwood, entre otros, en películas que algunas de ellas han pasado a la historia: El joven Törless, El tambor de hojalata, Un amor de Swann o El honor perdido de Katharina Blum, entre muchas otras.

Aunque la historia transcurre en la actualidad, se basa en una novela autobiográfica del escritor Max Frisch (1911 – 1991) con el que Schlöndorff firmó la adaptación de la novela del propio autor Homo Faber, que dio lugar a la película El viajero, de 1991 protagonizada por Sam Shepard. En esta ocasión, las labores de adaptación las ha compartido con otro escritor, el irlandés Colm Toíbín, en la que han prescindido de la estructura ensayística que presidía la obra de Frisch para centrase en las acciones. Schlöndorff cimenta el relato desde el punto de vista del escritor, un hombre que ha dirigido su vida en función de las mujeres con las que ha estado, la mayoría, por no decir todas, han significado poco o nada para él, solo una, Rebecca, la joven que amó 17 años antes, y a la que tiene idealizada, en una love story soñada y que desea volver a vivir, en una idea de no perder aquel amor que todavía le persigue. Su lugar soñado, o el que recuerda, aquel espacio que compartieron se encuentra a dos horas de Nueva York, situado al final de Long Island, en Montauk, un lugar solitario y alejado del mundanal ruido, donde se localiza un faro antiguo, el cielo infinito y unas playas gigantescas e interminables. Pero los años han pasado, y Rebecca ya no es aquella mujer joven que quería comerse el mundo en la abogacía después de huir de la RDA. Ahora es una mujer segura de sí misma, triunfadora en su carrera, y aparentemente ordenada, y de carácter y fuerte.

El realizador alemán cuece una película honesta y sincera, en la que apenas ocurre nada: presentaciones y lecturas del libro, cenas sin sentido, copas en tugurios de diseño medio ocultos, edificios demasiado sofisticados, por un Nueva York diferente, alejado de la imagen turística, y también hay tiempo, para escuchar alguna crítica sobre la idiosincrasia yanqui triunfadora y superficial. Un relato reposado sobre el amor y nuestros sentimientos, en este río sin fin de emociones que desembocará en un par de días en la añorada Montauk, pero las cosas han cambiado, o mejor dicho, ellos han cambiado, el lugar es el mismo, pero las circunstancias, no. Rebecca y Marx volverán a reencontrar aquel amor que tuvieron, se dejaran llevar por el rumor de las olas en invierno, por ese paraje bucólico que atrapa hasta las entrañas, por escuchar “I want you”, de Dylan, o compartir una cena en un bar de carretera mientras escuchan canciones de cuando se amaron, y por supuesto, compartir una cama para sentirse que vuelven a ser jóvenes y tienen el mundo por delante. Pero Max no está sólo, mantiene una relación con Clara, muchos más joven que él, pero que no parece sentirse enamorado, y también, está algo del pasado de Rebecca, algo que la atormenta y sobre todo, algo que la ha cambiado, la ha convertido en esa mujer frágil que no quiere mostrar a los demás, y menos a Max. Schlondörff ha construido una película de pocos personajes, centrados en una pareja casi fantasmal, en un lugar apartado, que también podría pertenecer a esas sombras del pasado que nos engañan y nos hacen creer aquello que nos empeñamos en ver, sin medir las consecuencias emocionales de nuestros actos.

Una película que nos habla de las emociones profundas de unos personajes que no parecen nada satisfechos con sus vidas, aunque aparentemente demuestren lo contrario, donde sus intérpretes brillan a gran altura con Stellan Skarsgard (habitual de Lars Von Trier) sobrio y elegante,  dando vida al escritor, Nina Hoss (actriz fetiche de Christian Petzold) es Rebecca, con esa mirada fascinante y de belleza cautivadora, la mujer soñada que acaba deviniendo en un fantasma triste consumido por el dolor, la efectiva Susanne Wolff es Clara, la enamorada esposa que no acaba de entender las huidas del escurridizo Max, la naturalidad de Isi Laborde-Edozien que da vida a Lindsey, la chica de prensa convertida en faro y confidente de la actitud inmadura de Max, y finalmente, Walter encarnado por el siempre elegante Niels Arestrup (muy solicitado por Audiard, Tavernier o Ferreri, e intérprete para Schlöndorff en su Diplomacia, su penúltimo trabajo) dando vida al enigmático bon vivant y guía de ese pasado turbio, complejo y a la vez soñado, que quiere recuperar Max, aunque hay veces que es mejor revivir en nuestros recuerdos aquellos años y lugares en los que fuimos felices, porque la realidad y la verdad que esta esconde, puede albergar situaciones que no queramos vivir porque nos pueden llevar a lugares contrarios en los que queríamos estar.