Entrevista a Xesc Cabot y Pep Garrido

Entrevista a Xesc Cabot y Pep Garrido, directores de la película “Sense sostre”, en Alhena Production en Barcelona, el viernes 20 de diciembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xesc Cabot y Pep Garrido, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Pere Vall de Comunicación de la película, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Sense sostre, de Xesc Cabot y Pep Garrido

JOAN VIVE EN LA CALLE.

“La calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan”

(Fragmento de Niebla, de Miguel de Unamuno)

La película se abre con un cuadro completamente negro. Un sonido afilado, de lija, industrial, difícil de reconocer, se va apoderando del plano. Lentamente, comenzamos a ver la silueta de un rostro humano, entre sombras y con algún resquicio de luz, alguien se mueve, su respiración es profunda y gutural. Reconocemos a un hombre de mediana edad, resguardándose del frío e intentando pasar la noche al raso. Luego, lo conoceremos un poco más, se llama Joan, vive en la calle, empuja un carrito lleno de trastos y le sigue fielmente su perro negro Tuc. Xesc Cabot (Vilassar de Mar, 1979) y Pep Garrido (Barcelona, 1979) llevan haciendo cine desde que se conocieron cuando estudiaban en la universidad. En el 2013 debutaron en el documental con Bustamante Perkins, en el que retrataban a Julio Bustamante, un músico outsider ajeno a modas, corrientes y demás.

Ahora, vuelven a ponerse tras la cámara para construir otro retrato, esta vez en el terreno de la ficción, aunque muy anclada en el campo del documento, ya que la película se basa en muchas historias de personas que han vivido en la calle. La cinta sigue a Joan, uno de tantos que vive en la calle, alguien que desconocemos su pasado y las circunstancias que le han llevado a esa situación, quizás en eso la película destaca entre otras sobre el mismo tema, en situarnos en el rostro y la mirada d Joan, alejándose de las consecuencias y centrándose en la cotidianidad de alguien que busca comida, algún lugar donde dormir, unas cuantos euros para comprar vino, y sobrevivir a pesar de la calle. Veremos su devenir diario sin más, sin respuestas, solo con hechos, como hacían los neorrealistas, explicando una realidad, visibilizando unas vidas ocultas, invisibles, ajenas a la sociedad, pero que están ahí, esas que nos cruzamos diariamente, convertidas en meras sombras por la indiferencia del resto.

Sense sostre pone cara y cuerpo a estas personas, las convierte en el centro de la acción, y en ningún caso, las convierte en víctimas, ni en sentimentalismos, ni nada que se tercie de ese estilo, sino que las mira, las retrata y las sigue, explicándonos sus existencias, su intimidad, sus momentos con ellos mismos y con los demás, todo aquello que viven en la calle, sin mirar al pasado, ni al futuro, solo con ese presente continuo que no tiene ni tiempo ni espacio, solo sus movimientos y su quehacer diario o nocturno, eso sí, iremos descubriendo, muy sutilmente, ese pasado a través de ese encuentro frío y distante, como dos desconocidos, entre Joan y su padre, casi dos meras figuras fantasmales que fueron algo o tuvieron algo, y ahora, simplemente, comparten un café, un cigarro y apenas se miran. La película tiene dos partes diferenciadas, en la primera, Joan se mueve por la ciudad, con su perro Tuc, una guía y una razón para continuar, una parte donde la película sigue más los postulados neorrealistas, donde la ciudad se convierte en el espacio de Joan, la maldita calle, los albergues, el compadreo con otros habitantes de la calle, y demás penurias en ese espacio donde eres vulnerable, te angustia la soledad, y lo peor de todo, casi nunca nadie te ve, y cuando te ven, te ignoran.

En la segunda mitad, Joan abandona la ciudad y emprende un viaje, en que la película se convierte en una road movie, situándose en el western, como aquellos vaqueros errantes volviendo a un lugar del que pertenecieron, como una forma de volver a las raíces, que en el caso de Joan iremos descubriendo de qué se trata. Cabot y Garrido enmarcan su relato en una forma apenas perceptible donde abundan los planos muy cercanos continuos, con cortes bruscos, con esa luz sombría y entre tinieblas, obra de Aitor Echevarría, autor de María (y los demás), entre otras, que en muchos momentos parece una película de terror puro, cotidiano, del que da más miedo y pavor, o el montaje preciso y seco de Meritxell Colell (directora de la interesante Con el viento) y esa música que rasga y duele, obra de Lucrecia Dalt y Adrián de Alfonso, que envuelve la película en esa existencia que siempre pende de un hilo, donde Joan arrastra su pasado, su alcoholismo, sus frustraciones, desilusiones y demás.

Enric Molina, que vivió 8 años en la calle, protagoniza la película, dotante de humanismo y presencia a un hombre roto, que apenas habla, un espectro que se mueve por inercia, alguien que iremos descubriendo quién es a medida que avanza el metraje, alguien igual que nosotros, alguien que quizás todavía está a tiempo. A su lado, en breves pero intensos roles nos encontramos con José María Blanco, actor habitual de José María Nunes, haciendo el personaje de padre, Laia Manzanares, una de las actrices jóvenes más extraordinarias del momento, con ese rostro brutal y esa mirada que traspasa, y Teresa Vallicrosa, evidenciando todas esas vidas difíciles y duras que viven algunos. Cabot y Garrido han hecho una película intensa y magnífica, que duele y hace daño por la realidad miserable que cuenta, e interpela directamente a los espectadores, sumergiéndolos en unas vidas con las que se cruzan a diario y giramos la mirada, mostrando indiferencia a unas personas que podríamos ser nosotros. Sense sostre es una película valiente, necesaria y magnífica, evidenciando la célebre frase de Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en éste”, esos mundos que la película muestra con toda su crudeza, intimidad y humanismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Itziar Castro

Entrevista a Itziar Castro, actriz de la película “Matar a Dios”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 19 de septiembre de 2018 en el hall de los Cinemes Girona en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Itziar Castro, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Toni Espinosa de los Cinemes Girona, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad y paciencia.

Entrevista a Caye Casas y Albert Pintó

Entrevista a Caye Casas y Albert Pintó, directores de la película “Matar a Dios”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 19 de septiembre de 2018 en el hall de los Cinemes Girona en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Caye Casas y Albert Pintó, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Toni Espinosa de los Cinemes Girona, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad y paciencia.

Matar a Dios, de Caye Casas y Albert Pintó

SÓLO PUEDEN QUEDAR DOS.

Se imaginan ustedes que se reúnen con su familia, eso sí, una familia harto peculiar, para celebrar la Nochevieja en una casa aislada en mitad del campo, y de repente, sin comerlo ni beberlo, sale del baño un tipo enano y mugriento con pinta de vagabundo, que dice ser Dios, y esa noche, deben elegir dos personas que se convertirán en los únicos seres que se salvarán de la humanidad, porque el resto morirá. Este es el arranque de la opera prima de Caye Casas (Terrassa, 1976) y Albert Pintó (Terrassa, 1985) que sigue la estela de sus anteriores trabajos, Nada S.A. y RIP, un par de cortometrajes con más de un centenar de premios. En su debut en el largometraje, convocan a una curiosa familia que según se mire está bien avenida o nada, un grupo familiar compuesto por Carlos, un tipo típico español, machista, cenutrio, con bigotito, pero de buen corazón (con el aroma de los personajes mendrugos que hacía López Vázquez en las españoladas) le sigue su esposa Ana, todo corazón, que arrastra un matrimonio de muchos años, que aunque le reporta pocas alegrías, sigue sin más, como si no tuviera fuerzas para empezar de nuevo, Santi, el hermano de Carlos, atraviesa un período depresivo, con tintes suicidas, ya que es incapaz de olvidar a su ex que se ha liado con un argentino y negro, y finalmente, el patriarca del clan, un setentón a vueltas de todo que disfruta de la vida fumando y bebiendo como un cosaco y gastándose la paga en putas, a pesar de sus problemas de corazón (un personaje que nos recuerda a los abuelos que pululan por las novelas y películas de David Trueba).

Aunque podrían parecer un grupo muy heterogéneo que se prepara para dar el golpe de su vida, el golpe se lo dan a ellos, con la llegada de Dios (un tipo cabroncete, malhablado y bebedor) y semejante dilema. Casas y Pintó han construido una comedia negra, negrísima, que bebe de innumerables fuentes, arrancando con el mundo de Azcona y Berlanga, donde seres cotidianos y mundanos desean cambiar de existencia y todo lo que idean les lleva a un túnel aún más oscuro, con esa peculiaridad de retratar el sentir cañí, donde el surrealismo, el esperpento de Valle-Inclán, o la miseria moral de Pérez Galdós, se daban la mano creando universos peculiares, extraños y tragicómicos, donde hablaban certeramente de la sociedad cutre y miserable que reinaba en la España franquista de celibato, tradicionalista y pobre. También, encontramos la mala uva de las películas de los estudios Ealing (en la que El quinteto de la muerte, de Mackendrick sería la más abanderada) el universo de los hermanos Coen, con esas almas en pena que creen haber encontrado su gran fortuna y desconocen que eso les llevará al peor de los abismos, o la atmósfera de títulos tan emblemáticos como Delicatessen, de Jeunet y Caro, donde payasos depresivos sueñan con enamorar a la hija miope de bestias inmundas, o los personajes grotescos del cine de Alex de la Iglesia, con esa amalgama de seres tupidos y descerebrados que pretenden convertirse en uno más.

Los directores terrasenses convierten su relato negro y enfermizo en una parábola sobre la sociedad y la incapacidad de relacionarnos que tenemos, en los que nos cuesta hablar de lo que sentimos y lo mal que tratamos a aquel que tenemos más cerca, evidencia que queda reflejada en la conversación que tienen los dos hermanos, donde se sinceran profundamente, y en la otra charla, entre suegro y nuera, donde hablan abiertamente de los problemas y las situaciones emocionales. La película se acota a esa noche, esa larga noche donde todo cambiará o no, y todo será diferente o no, ese dilema que los cuatro personajes deberán dilucidar arropados por la oscuridad de la noche, y rodeados de los extraños objetos de una casa llena de animales disecados (con claras referencias al terror clásico y al universo Carroll).

El quinteto protagonista luce con energía y soltura, dotando tanto al relato como a los personajes, la hondura y la comicidad necesaria, donde cuatro seres con sus problemas a las espaldas, deberán decidir el destino de la humanidad, con un fantástico Eduardo Antuña, con esa empanada mental y ese carácter que lo aparta de todos, a pesar de su buen corazón, bien acompañado por Itziar Castro (que ya había protagonizado RIP) que después de años como actriz de reparto en películas de género, se consagra como una actriz de fuerza y enigmática, David Pareja convierte a su Santi en el ser más sincero y  racional de todo el grupo, que quiere lo mejor para los demás aunque sea él el perjudicado, el aplomo y la amargura que destila Boris Ruiz planteando un personaje de final del camino que quiere pasárselo en grande aunque le perjudique.

Y finalmente, el quinto pasajero, Dios que en este caso, actúa como el maligno, porque va a destruir a todo el mundo, sin ton ni son, sin saber porque, interpretado por Emilio Gavira (que protagonizó el primer corto de los directores) un ser siniestro, muy oscuro y comilón y bebedor, que rompe con esa solemnidad que nos tienen acostumbrados cuando presentan a altísimo, aquí, se rompe con todo eso, y se busca otra comicidad más mundana y cercana. Los 93 minutos de esta fábula negra y moral que nos construyen Casas y Pintó tiene fuerza, risas y nos hace pensar, donde el ritmo no decae, y donde sus personajes, entre disputas y miedos, logran inmiscuirnos en sus reflexiones e ideas para dar con sus elegidos, enmarañándonos en tamaña elección, con sus cuitas y mentiras, con sus inseguridades y testimonios, en un relato que gustará a los amantes del género y a todo aquel que quiera reflexionar sobre las cuestiones trascendentales de la vida, pero con humor y cercanía, eso sí.