Entrevista a Hernán Jabes y Adrian Geyer, director y productor de la película “Jezabel”, de Hernán Jabes, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster, el jueves 28 de abril de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Hernán Jabes y Adrian Geyer, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación del festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Erich Wildpret y Johanna Juliethe, intérpretes de la película “Jezabel”, de Hernán Jabes, en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster, el jueves 28 de abril de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Erich Wildpret y Johanna Juliethe, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación del festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Sergio Ramírez, director de la película “1991”, en el marco del LATCinema Fest en el Hotel Catalonia Diagonal Centro en Barcelona, el lunes 4 de abril de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergio Ramírez, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Anna Vázquez de Gestión Cultural de Casa Amèrica Catalunya, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Inés Toharia Terán, directora de la película “Film, the Living Record of our Memory”, con motivo de la celebración de “10 anys al Raval”, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el martes 22 de febrero de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Inés Toharia Terán, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación de la Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla”.
George Santayana
María tiene cincuenta y cinco años, trabaja de funcionaria en Bilbao, donde vive, se pasa los días ausente y ensimismada en todo aquello que podría haber sido y nunca será. Sus fieles amigas, su hijo y sus nietos pequeños llenan algo de ese vacío que siente. Toda su vida se pone patas arriba, cuando le diagnostican cáncer, hecho que no le impide viajar a Grecia con sus amigas. Bajo esa premisa sencilla, la película sigue el recorrido emocional de una persona que, la vida, como tantos otros, ha pasado por encima, como si no fuera con ellos, incapaces de sentirla en toda su plenitud, de seguir peleándola, de no darse por vencido. El director Miguel Ángel Jiménez (Madrid, 1979), que habíamos conocido con Ori (2009), y Chaika (2012), dos cintas filmadas en antiguas repúblicas soviéticas, relatos duros y complejos, donde habitaban personajes con fuertes heridas emocionales, le siguió The Night Watchman. La mina (2016), rodada en EE.UU., bajo el atuendo de film independiente y de thriller psicológico.
Ahora, con Una ventana al mar, Jiménez realiza su película más personal e íntima, que nace de una experiencia real, y vuelve a contar con parte de su equipo técnico colaborador como Luis Moya, que escribe el guión, junto a Luis Gamboa y él mismo, la cinematografía de Gorka Gómez Andreu, la música de un grande como Pascal Gaigne, y el montaje de otro grande como el recientemente desaparecido Iván Aledo. Un equipo de primera división para contarnos la vida de María, que en su peor momento vital, decide soltar amarras y lanzarse al mar, pero dejando el oscuro y frío mar Cantábrico, y descubrir el luminoso y cálido mar Mediterráneo, cambiando el lluvioso Bilbao por la soleada isla de Nysiros, en Grecia, un lugar que emana paz, tranquilidad y descanso, y lo hará junto a Stefanos, un maduro marinero, de aspecto rudo, y de corazón enorme, que arrastra cicatrices, y pasa sus días pescando a bordo de su barco. El relato viaja tranquilo, se olvida de sobresaltos y argucias argumentales, para dejarnos tiempo para mirar, para sentir la isla griega, para seguir los pasos, cada vez más lentos, de María, alguien que ha decidido vivir, haciendo caso omiso a las advertencias de Imanol, ese hijo obstinado con la cura de su madre, alguien que no acepta, que se obceca en una pared sin puerta.
María ha tomado una decisión, el tiempo que le quede, quiere vivir, disfrutar la vida, sentirse bien y hacer lo posible para conseguirlo, dejándose llevar por el viento mediterráneo, por la vida apacible y serena que tiene Nysiros. La cinta de Jiménez habla sobre la vida, de su condición efímera, de disfrutar del aquí y el ahora, de aceptar la muerte, de no luchar cuando ya es inútil, de dejarse llevar por el viento y la luz, de bañarse en el mar desnuda, de sentir que no hay un mañana, de tomarse la enfermedad con dignidad y tranquilidad, de luchar por vivir, por sentir la vida en toda su plenitud, escuchando agradables canciones griegas que hablan del alma, de quiénes somos, olvidarse del tiempo, caminar por el pueblo, recorriéndolo y recorriéndonos a nosotros mismos, descubriéndonos a cada instante, a cada detalle, sabiendo que toda nuestra existencia puede concentrarse en un instante, y ese instante pasará, y quedaremos nosotros, o aquello que fuimos cuando ya no estemos.
Una película que habla sobre la muerte, peor a través de la vida, de la sensación única e incomparable de vivir, de sentir, de emocionarnos, de amar y ser amados, de comprender, y que nos comprendan, de hacer con nosotros mismos, todas aquellas cosas que nunca nos atrevimos, a veces por miedo, por falta de tiempo, o llevados por nuestro entorno y al vida que nos habíamos construido, que a la postre, no era nunca aquella con la que soñamos cuando éramos más jóvenes. La presencia de una grandísima Emma Suárez, dando vida a María, una actriz especialmente dotada por una magnética e hipnotizante mirada, que no le hace falta pronunciar una sola palabra, para transmitir todas las emociones que está sintiendo su personaje, como camina bajo la luna, y como se baña desnuda en el mar, o esos instantes donde se habla con su hijo, o esos otros, donde Stefanos y ella, sienten que la vida les ha brindado una oportunidad de estar bien, de disfrutar de la compañía y de sentir un amor puro, sereno y especial.
Akilar Karazisis da vida a Stefanos (actor que ha trabajado con cineastas tan importantes como Yorgos Lanthimos, entre otros), un intérprete que también mira con aplomo y sobriedad, ese compañero de viaje para María, la persona que aparecerá para conducirla por esa isla fascinante, no por su belleza, otras lo son más, sino por todos los sentimientos que une siente cuando la mira y al disfruta, y finalmente, Gaizka Ugarte es Imanol, el hijo de María, que también, necesitará su viaje personal para comprender la actitud de su madre y dejarla vivir. Miguel Ángel Jiménez ha construido una película brillante y llena de paz, como es la isla de Nysiros, como es la actitud de María, la compañía de Stefanos, como son las canciones de Mikel Balboa, un relato de llenos de silencios, de miradas, de gestos que se cogen al vuelo, de mirar al mar, de sentirlo, de dejarse llevar por su belleza, por su azul, por su sonido, descubriendo todos los tesoros que oculta y que tanto tiempo hemos esperado, sin saberlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a David Ilundain, director de la película “Uno para todos”, en un banco de Diagonal en Barcelona, el jueves 17 de septiembre de 2020.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Ilundain, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
“Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”
María Montessori
El director David Ilundain (Pamplona, 1975), ya había demostrado sus excelentes dotes como cineasta en B (2015), esa “B”, que hacía ilusión a Bárcenas, el ex tesorero del PP. Basada en la obra teatral homónima de Jordi Casanovas, era una película austera y sencilla, que nos encerraba en una sala de juzgados, donde a modo de interrogatorio el citado Bárcenas respondía al juez Ruz, en un grandísimo thriller político que destapa las desvergüenzas y miserias del PP. Cinco años más tarde, se estrena Uno para todos, su segundo trabajo tras las cámaras. Una película que sigue la senda de la austeridad y sencillez, la sala de juzgados deja paso a otro recinto cerrado, el aula de un instituto en uno de esos pueblos de la llamada España vaciada. A ese lugar, llega Aleix, un profesor interino, en mitad de la noche, como uno de esos vaqueros que llegaban a pueblos aparentemente vacíos y sin nada que temer. A la mañana siguiente, empieza con su clase, un grupo de 18 chavales entre 11 y 12 años, y se topará con el primer conflicto, uno de ellos, se encuentra enfermo de cáncer, al que visitará con frecuencia.
Basado en un hecho real que originó la película, que se construyó con un guión sobrio y cercano que firman Coral Cruz (que la conocemos por ser la guionista de Villaronga o Fernando Franco, entre otros), y Valentina Viso (que está detrás de las historias de Mar Coll, Elena Trapé o Nely Reguera), que nos cuenta un curso escolar, y no solo se centra en la educación y sus métodos, sino que nos habla de otros temas que también se dan en la educación, como el acoso entre compañeros, la gestión de conflictos humanos, la implicación personal más allá de las aulas, la convivencia entre unos y otros, la integración de los que más lo necesitan, encontrar el equilibrio entre educar y ayudar a niños con dificultades, conflictos con los que se encontraba Daniel Lefebvre, el director de la escuela de la maravillosa Hoy empieza todo (1999), de Bertrand Tavernier. Ilundain crea ese ambiente escolar a partir de pocos elementos, pero muy reconocidos, filmando en un instituto real, con esa cámara cercan y movible, que sabe captar la pulsión emocional que se vive en el interior de la aula, con esa luz naturalista e íntima creada por Bet Rourich (responsable de Jean-François y el sentido de la vida o Los chicos del puerto).
El ágil y estupendo montaje, que firman Elena Ruiz (que podemos encontrar nombres como los de Medem, Mar Coll, coixet o Bayona, en su filmografía), y Ana Charte (en films de género como Vulcania y El año de la plaga) que nos conduce con decisión por el interior del instituto, dosificando bien la información y tratando los conflictos con tacto, y la sutileza y sensibilidad música de Zeltia Montes (que la hemos podido escuchar en las recientes Adiós y El silencio del pantano). Ilundain vuelve a sumergirnos en un tour de force, protagonizado por el profe y sus alumnos, magnífico y lleno de situaciones fuertes y llenas de tensión, donde tanto uno como ellos, deberán dialogar, enfrentarse y llegar a acuerdos, a través del respeto, la cooperación y sobre todo, el apoyo mutuo y al fraternidad. Estamos frente a personajes de carne y hueso, muy cercanos, personas como nosotros, con sus miedos e inseguridades, con esas zonas oscuras a las que todavía no se han enfrentado, encauzando con criterio e inteligencia la dicotomía que sufre Aleix, el profe que debe lidiar con las emociones y conflictos pre adolescentes de la clase, con todo aquello que ocultan, con las suyas propias, las heridas emocionales que sufre con su pasado, la interinidad de su trabajo, de aquí para ella, una especie de náufrago, que va y viene, con sus dificultades para adaptarse al mundo rural, a hacer amigos, a tener un lugar donde quedarse.
La capacidad y el buen hacer de un actor como David Verdaguer, en la piel del profe Aleix, una especie de Shane (1953), de George Stevens, el tipo desconocido que llega al pueblo y percibe todo el aliento de mentiras y problemas que existen. Verdaguer consigue crear esa atmósfera de tú a tú con sus alumnos, tratándolos como personas y escuchando todo aquello que se cuece en esa clase, que nos es moco de pavo, gestionando todos esos conflictos emocionales que existen, e intentando construir personas y construirse a él mismo, como reza la frase que acompaña al cartel de la película: “Un profesor te puede cambiar la vida. Un alumno, también”. Bien acompañado por sus alumnos, todos ellos debutantes, que interpretan con naturalidad y cercanía, creando ese viaje íntimo y personal que se crea entre profe y alumnos en este curso escolar, que no solo aprenderán conocimientos, sino que crecerán como personas mirando de frente a los problemas sociales y personales que existen en la clase.
Bien acompañado por una Ana Labordeta como directora del instituto, Calara Segura como la madre del alumno enfermo, y la aparición de Miguel ángel Tirado (el popular “Marianico el corto”), en un personaje con entrañas, y Patricia López Arnaiz, la profe de refuerzo que visita al alumno enfermo de cáncer, con la que tratará y se genera una amistad cercana, con sus más y sus menos, claro está, en las que se confrontarán como un espejo deformador donde veremos la realidad que también oculta Aleix, que debe lidiar con conflictos a los que no está preparado, y que van más allá de impartir sus clases. Tiene la película de Ilundain ese aroma que tenía Veinticuatro ojos (1954), de Keisuke Kinoshita, en la que también, una maestra de la ciudad, llegaba a una escuela rural y su modernidad en sus métodos de enseñanza, la llevaban a entrar en conflicto con la comunidad rural. El director navarro ha creado una película pedagógica en todos los sentidos, una hermosísima lección de humanismo, donde tanto profes como alumnos, no solo pasarán un curso que no olvidarán, sino que saldrán transformados, y esa es la función más humanista que la enseñanza puede hacer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Estamos en el Brasil de 2027, un país profundamente conservador y ultra católico, en el que el amor se ha convertido en la fe a Dios y a sus credos. Un país donde conoceremos a Joana, una funcionaria del registro civil que hace lo imposible para no romper los matrimonios cuando se sientan frente a ella para divorciarse. Mientras tanto, en su hogar, Danilo, su pareja dedicado al negocio de las flores, parece reinar una aparente tranquilidad, ya que el matrimonio ansía tener descendencia pero no lo consigue. A su vez, Joana y Danilo forman parte de “Divino amor”, una especie de secta religiosa solo para matrimonios donde consuman su fe a Dios, reanudan los votos del matrimonio y ayudan a las parejas en crisis para encontrar su fe en Dios y seguir amándose con técnicas amatorias como el intercambio de parejas y los ritos religiosos del bien común.
Después de un tiempo abonado al documental, Gabriel Mascaro (Recibe, Pernambuco, Brasil, 1983) debutó con Vientos de agosto (2014) en la que nos hablaba de un relato sobre el Brasil rural a través de una pareja de amantes en un conjunto de sonidos, colores y olores bien filmado, le siguió Boi neon (2015) en la que seguía a un peculiar trío formado por un vaquero, una bailarina exótica y la hija de ésta, en una road movie sobre los cambios políticos, sociales y culturas que estaban transformando Brasil. En su tercer trabajo, Mascaro nos sitúa en una distopía más cercana al presente de Brasil de lo que cabría imaginar, en un relato que piensa el presente a través de un futuro demasiado cercano, en el que nos sumerge en las transformaciones que ha sufrido Brasil en los últimos años, con el auge del conservadurismo del país, donde han emergido el evangelismo, y la ultra derecha, llevando hace apenas un año a Bolsonaro al poder de la nación. El director brasileño analiza todos estos cambios de su país, no desde la parte liberal que lucha contra ese poder fascista, sino todo lo contrario, desde dentro, desde un personaje como Joana que escenifica todos esos valores conservadores, una mujer que ha elevado su fe y ama a Dios por encima de todas las cosas, llevando toda su vida, tanto a nivel profesional como personal, a un amor incondicional a su fe y a Dios.
La película se enmarca en una estética kitsch, sobre todo, en el local de “Divino amor”, con fuerte presencia de colores rosas y azulados neón, como ese maravilloso auto confesionario donde Joana es una asidua total o ese registro civil, que tiene el aroma kafkiano de los edificios excesivamente correctos y pulcros, sin dejar ver las miserias de lo que allí se cuece. Estamos ante una película directa y sin atajos superfluos o tirabuzones en su trama, todo se cuenta a través del personaje de Joana de forma clara y transparente, en el que veremos el trayecto vital y emocional de una mujer que sufrirá en sus carnes una crisis de fe monumental, por un suceso inesperado, algo que ha entrado en la vida de su matrimonio poniéndolo todo patas arriba. Seguiremos las dudas y el derrumbamiento de su vida instalada en su fe y en Dios, enfrentándola a sus propias creencias y a todo ese valor aparente que tanto valoraba en su existencia.
El cineasta brasileño indaga en las circunstancias vitales inesperadas y libres enfrentadas a las creencias más absolutistas de uno mismo, y como todo ese universo creado en el que parece que nada puede ocurrir y Dios siempre velará por nosotros y nos protegerá, se viene abajo irremediablemente, y entonces, se apoderan de nosotros los miedos, las dudas y entramos en un lugar oscuro, sin referentes y sentimos que todo nuestro mundo, trabajado diariamente, deja de tener sentido y todo a nuestro alrededor es una farsa y una mentira despiadada. La película está bien armada argumentalmente, no deja nada al azar. Cuenta su relato íntimo y casi doméstico, de forma precisa y honesta, explorando con sabiduría y paciencia, todos los factores emocionales que sufre la protagonista y su marido, con una Dira Paes, dando vida a la desdichada Joana, en estado de gracia, interpretando con todo lujo de detalles y miradas una mujer sumergida en la fe que tendrá que rearmarse para seguir creyendo aunque Dios la haya abandonado.
Mascaro construye con paciencia y sensibilidad una historia sobre la condición humana, sobre sus creencias, en este caso religiosas, y sobre sus miedos y actitudes frente al conflicto, conduciéndonos por una interesante muestra sobre el Brasil conservador y ultra católico, que evidencia el catastrófico auge del fascismo más rancio de los últimos tiempos, apoderándose del poder y estableciendo unas reglas de siglos pasados que recuerdan lo más miserable y terrorífico. Un Brasil no muy alejado del país en el que vivimos. El realizador brasileño vuelve a cuestionarnos con su mirada crítica y honesta sobre las transformaciones sociales, políticas y culturales de su Brasil, hincando el diente en la deriva ultra nacionalista de una gran parte de la población, y sobre todo, en la utilización mercantil y social de la fe en Dios para abanderar todos esos cambios que están llevando a Brasil a una deriva fascista, egoísta y clasista, rememorando los terroríficos años de dictadura que sufrió el país durante dos décadas. Una fábula futurista, pero muy reflejada en la realidad actual del país, pero en un tono cercano y sincero, sumergiéndonos en la fe, su carencia y las reacciones de esa parte de la sociedad que cree más en Dios y en sus privilegios ancestrales que en invertir en sanidad, educación, derechos, en definitiva, en justicia social. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Gracia, aún no lo sabes, pero llega un día en que te vuelves invisible para los hombres”
(Mercedes Sampietro a Gracia Querejeta durante el rodaje de Cuando vuelvas a mi lado)
Tres amigas quedan todos los jueves para pasear en un parque céntrico de la ciudad donde residen. Un paseo para estirar las piernas, contarse las semanas, y hablar del tiempo, o quizás, para contarse algo más personal y profundo, para hablar de frente, de sus cosas, de sus miedos, de sus problemas, de aquello que ocultan, lo que se guardan para ellas. El noveno trabajo tras la cámara de Gracia Querejeta (Madrid, 1962) se desmarca en cierta manera de sus trabajos anteriores, no en el sentido de relatos íntimos y agrupados en entornos familiares, porque en Invisibles, sigue habiendo cercanía e intimidades, sino en el despojo de contar sus reflexiones a través de otros.
En su nueva película, la directora madrileña nos habla de sí misma, sin intermediarios, de manera clara y transparente, de todas esas cosas que le rondan el alma, a través de tres mujeres que bordean o traspasan la cincuentena, tres mujeres de su misma edad y tres mujeres con sus mismas inquietudes, miedos y problemas. Julia es una profesora de mates, que anda metida en un matrimonio largo que ya no le entusiasma, como tampoco su trabajo, además, el acoso a una alumna introvertida le inquietará y la convertirá en más esquiva de lo que es. Elsa es una ejecutiva de armas tomar, atraída por su jefe lanza el cebo para llevárselo a la cama, es de esas mujeres que todavía se siente atractiva y deseada por los hombres, aunque quizás, ya no tanto, cosa que tampoco quiere admitir. Y por último, Amelia, metida en una relación en la que tiene que lidiar con la borde de la hija de su pareja, que le hace la vida imposible y le pone mil trabas para que se acabe la relación.
En esos jueves que Querejeta acota su película, y más concretamente, en las primeras horas de los jueves, en esos par de meses, arrancando el jueves 7 de marzo, caminaremos con estas tres mujeres, conoceremos sus vidas personales e intransferibles, y paso a paso, iremos escuchándolas y descubriendo aquello que ocultan en su interior, sus días, sus problemas, sus miedos sobre el peso de la edad, a la “invisibilidad” a la que se refiere el título, los problemas laborales, los de pareja, los cambios físicos, el amor, la soledad, el sexo, o la amistad, y demás cuestiones que la película aborda desde su maravillosa transparencia, apoyado en un inmenso y sencillo guión firmado por Antonio Mercero (habitual colaborador de Querejeta) y la propia directora, con una luz natural y penetrante que realiza Juan Carlos Gómez, otro cómplice habitual de Querejeta, y el montaje armónico y suave que firma Leyre Alonso, otro nombre de la factory Querejeta.
En ese caminar de los jueves por ese parque tranquilo y alejado de todos y todo, incluso de sus propias experiencias personales, se va convirtiendo en un espejo en el que reflejar todas las miserias y preocupaciones de sus vidas con las amigas confidentes, las que siempre te escucharán y estarán, o al menos por ahora, porque también aparecerá Mara, la amiga deprimida que cambia radical de vida y también, de “amigas”. Querejeta ha construido su película más sencilla y reposada a nivel formal, peor la más ambiciosa y compleja a nivel argumental, en el que el relato empieza suave y acabe encontrando su verdadero espíritu en la palabra, convertida aquí en la pieza fundamental de la película, una palabra vehicular en la que las amigas se irán descubriendo, abriéndose y contando y contándose todo aquello que anida en lo más profundo de sus almas, con ese aroma cercano de las películas de Bergman, Altman o Woody Allen, donde a través de la palabra y el (des) encuentro vamos conociendo lo que se cuece en el espíritu de unas almas solitarias, desesperanzadas y medio alegres o medio tristes, quizás como todos a esas edades.
Y si el magnífico e intenso guión es una pieza capital en el relato, las maravillosas interpretaciones de las tres actrices es la otra mitad de este estupendo y sensible juego de espejos, confidencias e intimidades, un reparto compuesto por Adriana Ozores, Emma Suárez y Nathalie Poza, tres almas y cuerpos en estado de gracia, que brillan con luz propia en cada instante de la película, en este laberinto de emociones que conforma una película valiente, necesaria y profunda, en la que Querejeta no solo habla de sí misma, sino de todas esas mujeres invisibilizadas por una sociedad sometida y narcotizada por lo joven, lo convencional y lo lineal, dejando fuera de ese orden social neoliberal a todas aquellas personas, en este caso, mujeres que ya no reúnen los cánones establecidos, olvidándose de otros y vitales valores humanos como la experiencia, la serenidad y la capacidad de mirar la vida, sin estar atadas por el éxito materialista o la belleza física que dicta la sociedad materialista, solo caminando con las amigas, acompañadas y relacionándose con la vida con paciencia y equilibrio, caminando paso a paso. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”.
Fernando Pessoa
Entre los años 1974 y 1976 Wim Wenders hizo tres películas sobre viajes. En Alicia en las ciudades, un periodista alemán tiene que hacerse cargo de una niña con la que viajará de Alemania del Oeste hasta Amsterdam. En Falso movimiento, un escritor con dificultades para desarrollar su talento comparte viaje en tren con variopintos personales. Y por último, En el curso del tiempo, dos hombres viajan por la frontera que separa las dos Alemanias visitando pueblos desolados. Tres viajes, tres formas de reconstruirse después de dejarlo o perderlo todo, tres miradas de un mismo tema, con el viaje como forma de conocimiento, descubrimiento personal y huida imposible hacia no se sabe dónde. El quinto trabajo de Hans Weingartner (Feldkirch/Vorarlberg, Austria, 1977) recoge el testigo de Wenders y construye su propio viaje interior, elementos que se añaden a los más personales que ya andaban en sus anteriores trabajos, como aquel memorable Los edukadores (2004) en torno a la lucha por la libertad de unos jóvenes en una sociedad opresiva, a través de la vida de Jule, que acaba de suspender un examen de biología y al descubrir su embarazo decide coger la vieja auto caravana 303 Hymer RV que compartía junto a su hermano fallecido, e irse desde Berlín al sur de Portugal, donde reside su novio becado allí.
Todo cambiará cuando al inicio del viaje se encuentra a Jan, un joven alemán que viaja de mochilero al norte de España para conocer a su padre. Los dos viajeros accidentales compartirán volante y vehículo, con sus (des) encuentros inevitables de dos personas con distintos puntos de vista sobre los temas que tocan como los conflictos socio políticos, las dificultades vitales y emocionales, y las diferentes miradas acerca de las relaciones personales y sobre todo, en el amor, donde cada uno cuenta su experiencia y su forma de encararlo que difieren del otro. El cineasta austríaco enmarca su relato en una road movie con momentos emotivos, otros muy cómicos y sobre todo, mucha reflexión sobre la vida, los pensamientos y el estado de las cosas, dentro de una ligereza y suavidad que podría dar a lugar a una película de otro tipo, más sentimentalista y convencional, peor la película huye de todos esos momentos.
Wengartner nos plantea una variante diferente de chico-conoce-chica sacando todo lo humano de una fábula de nuestro tiempo, intimista y natural, sobre la pérdida de futuro en muchos jóvenes de ahora, donde se describe con audacia y tesón todas esas sensaciones de vacío, de caminar a la deriva, de una pérdida absoluta de referentes, de identidades, de verdades, de sentimientos complejos, contradictorios, de sentirse náufragos a cada paso que dan, de esa eterna búsqueda sin solución, de esa sensación de asfixia, de ahogo, de nada. Los más de 6000 km de viaje harán que estos dos jóvenes se conozcan más profundamente, se miren más y sientan que tienen más en común de lo que imaginaban en un principio, a través de esas largas carreteras de Alemania, Francia, España y Portugal, visitando edificios y monumentos históricos, pernoctando en campings familiares y tranquilos, improvisando un picnic junto al lago donde se acaban de bañar, o surfeando en las agitadas aguas del norte, o simplemente compartiendo una siesta o un atardecer, conviviendo en esa auto caravana, testigo de su encuentro, desencuentro o reencuentro, viviendo y viajando y llenándose de toda esa experiencia de ver lugares por primera vez y compartir también por primera vez con esa desconocido-a que acaban de conocer, donde la aventura entra y sale a cada momento en la película.
El buen hacer de la pareja protagonista donde Mala Emde como Jule, esa chica imaginativa, vivaz, inquieta y con vida incierta, se convierte en esa aliada perfecta para Jan que interpreta Anton Spieker, de vida en todos los sentidos muy desordenada, pero cariñoso, de carácter y cercano. Dos almas en el tiempo, dos jóvenes de aquí o allí, tan perdidos como todos, sin nada claro ni nada seguro, contradiciéndose constantemente, vulnerables a la fugacidad del tiempo y de sus propios sentimientos, seres ahogados de un mundo cada vez más febril, superficial, vacío y lleno de conflictos, aunque quizás un viaje como excusa para enfrentarnos a aquellos que se supone que queremos sea una mera excusa para huir de tanto agobio, de empezar de nuevo, de sentirse diferente, aunque solo sean unos días, unos pocos días mirando otro mundo, otras vidas y viéndose de forma diferente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA