Nuevo orden, de Michel Franco

LIBERTAD O MUERTE.

“La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho”.

Honoré de Balzac

La película se abre con la imagen del mural “Sólo los muertos han visto el final de la guerra”, de Omar Rodríguez-Graham, una pintura collage llena de vistosos colores, que refleja una sociedad muy injusta, en el que conviven, pero sin tocarse, los enriquecidos y explotadores, y los otros, los invisibles, los que sufren esa desigualdad tan profunda y arraigada. Otras imágenes, casi como destellos, impactantes, desgarradoras y violentas, nos van alumbrando a lo que vendrá después. Vida y muerte, violencia verbal y física, desigualdad institucionalizada, un mundo arrogante, vacío y completamente deshumanizado es en el que vivimos diariamente, con tanta distancia y falta de empatía entre los cuatro que tienen y el resto, la mayoría, que lo sufre, son los elementos que arman la sexta película de Michel Franco (México, DF, 1979), que forma parte de esa generación de cineastas mexicanos que indagan en esa sociedad enferma e injusta con nombres como los de Lila Avilés, Amat Escalante, Carlos Reygadas, Gabriel Ripstein y Diego Quemada-Diez, entre otros.

El cine de Franco nos habla directamente y de frente de los problemas acuciantes de la sociedad mexicana totalmente extrapolables al resto del mundo occidental. La violencia y su uso como elemento de poder y sometimiento ya eran temas que encontramos en el cine de Franco, una filmografía plagada de relatos anclados en el ámbito familiar, de pocos personajes, donde un conflicto genera un caldo de cultivo para una violencia dura y seca, ejercida bajo el amparo de unos individuos sin escrúpulos que optan por una actitud deleznable. El director mexicano muestra comportamientos horribles, pero no convierte esa violencia en espectáculo sin más, profundiza en ella, y la muestra sin alardes de ningún tipo, solo la presenta para provocar las consecuencias de esas actitudes, de mostrar a ese animal salvaje que todos llevamos en nuestro interior. Con Nuevo orden, el cine de Franco da un salto hacia delante en todos los sentidos, construyendo una película más grande, tanto en medios como en reflexiones, nos volvemos a topar con la familia como eje estructural de su trama, pero incluyendo más personajes y más tramas.

El argumento es simple y muy directo, arranca con la celebración de una boda en una de esas casas lujosas de un barrio lujoso, todo un síntoma de desprecio y frivolidad ante lo que ha estallado en la calle con un grandísimo levantamiento popular donde la pintura verde se torna el elemento castigador, como irá apareciendo en la ropa de algunos invitados retrasados por el alud de protestas, como esa impresionante momento cuando la dueña de la casa abre el grifo y sale agua verde, síntoma y mal augurio de lo que está a punto de explotar en sus narices. De repente, en mitad de la fiesta aparecen unos asaltantes y reducen a los invitados a tiro limpio, desatándose una violencia cruel y desorbitada, donde el caos de fuera se apodera de la casa. Mientras, Marian, la futura esposa (excelente la interpretación de Naian González Norvind, su deshumanización contada al detalle), se ha ido a la calle a ayudar a una antigua empleada que necesita dinero para curarse, casi una aventura suicida, dado el peligro de las calles.

Franco no se anda por las ramas, resuelve su historia mostrando la violencia y el caos de las calles, con situaciones muy detallistas donde vemos robos, asaltos, disparos, etc… A la mañana siguiente del estadillo popular, el ejército se hace cargo de la situación y controla las calles llenas de los restos de la tumultuosa protesta, pero Marian ha sido secuestrada por el ejército. Los 88 minutos de esta parábola política y social se mueve con una primera parte a ritmo vertiginoso con planos cortos y muy breves, para luego, pasar a planos más largos y generales, exceptuando los del cautiverio de la protagonista, llenos de oscuros y muy cercanos, con un gran trabajo de Yves Cape, el cinematógrafo francés que vuelve a trabajar con Franco después de Chronic y Las hijas de Abril, uno de los grandes que ha trabajado con gente como Claire Denis y Leos Carax. El exquisito y bruto montaje de Gabriel Figueroa Jara, que vuelve a trabajar con el director después de Daniel & Ana (2009), debut de Franco, que firma con el propio Franco, también ayuda a mostrar ese “Nuevo orden”, título totalmente irónico que juega a aquella frase de Tancredi, “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, el personaje aristócrata de El gatopardo, la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Una nueva estructura estatal que se levanta después del otro, que no es otra cosa que el “Viejo orden” de siempre, con los militares en el poder y ocultando sus miserias. Con esa orden que la violencia con más violencia se corta, dejando así las injusticias más acuciadas y profundas. Franco muestra de manera valiente y sincera la actitud de sus personajes, entre esa clase dominante blanca que somete a los desfavorecidos que son indígenas, menos a Marta (magnífica Mónica del Carmen que vuelve a aparecer en el cine de Franco después de la inolvidable A los ojos), y su hijo, que se encuentran en una especie de limbo, apartados por los suyos, y acogidos, en cierta manera por los de arriba. Una película directa y febril, muy visceral, pero que recoge un análisis certero y demoniaco en su planteamiento moral, y propone una serie de preguntas y quizás, alguna que otra advertencia, aunque la conclusión sigue siendo la misma, el cine como arte debe plantear cuestiones que nos hagan reflexionar sobre la sociedad que construimos cada día, quizás las posibles respuestas no parecen tan sencillas, y la injusticia y desigualdad reinantes en el mundo, acabaran explosionando, las consecuencias quizás no sean muy diferentes a las que plantea la película de Franco, o tal vez, esas consecuencias nos devuelven más terror o no, en cualquier caso, los explotadores encontrarán la forma de seguir explotando, eso seguro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

El oficial y el espía, de Roman Polanski

LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD.

“Ahora, el antisemitismo. Él es el culpable. Ya dije de qué modo esa terrible campaña, que nos hace retroceder miles de años, indigna mis ansias de fraternidad, mi afán de tolerancia y de emancipación humana”

Émile Zola

El arranque de la película resulta contundente y demoledor, convirtiéndose en un claro ejemplo de apertura en el cine de los últimos años. La cámara recoge en una mañana gélida y gris del 5 de enero de 1895 a una legión de soldados perfectamente uniformados y en formación, el silencio es sepulcral. De repente, la cámara se detiene en el capitán Alfred Dreyfus, cariacontecido y compungido, acusado de traición es degradado y humillado en público. A lo lejos, agolpados en las vallas, una muchedumbre increpa y abuchea a Dreyfus sin ningún escrúpulo, avasallándolo con improperios e insultos. Nadie hace nada, todos los allí congregados asisten en silencio, atónitos al lamentable espectáculo. Nadie alza la voz frente al condenado, vejado, humillado y ridiculizado. Dreyfus era judío y se enfrentó a acusaciones falsas por su origen en una época en que el antisemitismo era el pan de cada día, a los que se les acusaba de falta de patriotismo frente a sus intereses personales, actitud que años después desencadenó en la Alemania nazi.

El mayor escándalo judicial de Francia había tenido anteriormente largometrajes en inglés, pero nunca en francés como ahora, dirigido por Roman Polanski (París, Francia, 1933) que desde que debutase en el cine en 1962 con El cuchillo en el agua en su Polonia natal, ha construido una filmografía alimentada por dramas personales e históricos, comedias que rompían moldes establecidos, o thrillers angustiosos, apasionantes y muy oscuros, como el que ahora nos ocupa El oficial y el espía (con su rompedor y brutal título original de J’accuse) acuñado por el escritor Émile Zola en su famosa carta dirigida al Presidente de la República publicada en el diario L’Aurore en 1897. Polanski acude a la novela “D:”, de Robert Harris, y junto a él, como ya sucedió con la película El escritor (2010) también firmada por Harris, escriben un guión en el que dejan de lado la figura de Dreyfus, que fue destinado a reclusión a la Isla del Diablo en plena Guayana francesa, para centrarse en el coronel Georges Picquart, el nuevo oficial al cargo de la unidad militar de contra-inteligencia que investiga los casos de espionaje del ejército.

Nos encontramos a finales del siglo XIX, época de grandes avances sociales, económicos y culturales con la aparición de nuevas tecnologías como el automóvil, el teléfono o las cámaras Kodak, y los movimientos liberales, aunque había cosas inamovibles como el ejército que gozaba de un poder ilimitado, un poder por encima de la verdad y la justicia. En ese contexto se desarrolla la investigación de Picquart, que descubre las pruebas falsas que incriminaron a Dreyfus y pondrá sus pesquisas en conocimiento de su superior el Comandante Henry, que le insta a olvidarse del tema y a no mancillar el honor del ejército con el error de haber condenado a un inocente. Pero Picquart, como suelen tener los personajes obstinados y libres de Polanski, seguirá empecinado en que se haga justicia y el caso vea la luz, y consigue llevar a juicio otra vez el caso. Con la ayuda del citado Zola que publicará la famosa carta en el diario, por la cual será fuertemente sancionado.

El director polaco construye un emocionante e intenso thriller histórico de grandes vuelos y un guión espléndido, lleno de momentos extraordinarios, como la conversación de Picquart y su superior Henry, donde queda claro que el ejército está por encima de todo y todos, aunque haya condenado a un inocente, porque el ejército no comete errores. Semejante actitud de ese poder sobrehumano, en el caso del ejército de entonces, que podría extrapolarse al poder de ahora, capaz de mentir y crear pruebas falsas para encerrar a inocentes o a aquellos que les molestan por su condición o actitud. Polanski plantea un relato subjetivo, a través de la mirada del omnipresente Picqart, alguien capaz de enfrentarse al poder porque todavía lucha por un ejército limpio y transparente, quizás su idealismo pueda sorprendernos, pero personas como estas hacen del mundo un lugar un poco más habitable para todos, porque creen en el ser humano por encima de unas instituciones corruptas y llenas de polvo y suciedad, donde no se investiga para esclarecer los hechos y conseguir la verdad, si no para buscar culpables que molesten, como queda patente en las oficinas de contra-inteligencia el primer día de Picquart, más parecido a un antro de perdición que a un espacio del estado, donde los informadores juegan a las cartas y el portero es un pobre diablo que está durmiendo siempre.

La estupenda e íntima luz de Pawel Edelman, con Polanski desde El pianista (2002) consigue atraparnos en esa atmósfera enrarecida donde le espionaje estaba a la orden del día, y la excelente partitura de Alexandre Desplat, capturando el romanticismo y la negrura tan propia de la época como de la trama. La película recorre un gran montaje obra de Hervé de Luze, con Polanski desde Piratas (1986), con un ritmo endiablado y enérgico sus 132 minutos de puro y brutal thriller al mejor estilo de Hitchcock y sus falsos culpables que tanto le interesaban plasmar en sus universos de poder, mentiras y demás. La maravillosa y contenida interpretación de Jean Dujardin dando vida al perspicaz y paciente Picquart, al mejor estilo de un Sherlock Holmes del ejército, consigue atraparnos con sus sutilezas, gestos y miradas, bien acompañado por Emmanuelle Seigner como su amante, a su vez esposa de un político poderoso, con Louis Garrel como el denostado capitán Afred Dreyfus, calvo y envejecido, con esa magnífica secuencia donde se ven los dos hombres en hermandad sin conocerse, donde se miran y entienden la naturaleza oscura y corrupta del ejército al cual pertenecen. Y las agradables presencias de un intérprete Polanski como Mathieu Amalric o Vincent Pérez, dos caras diferentes de la moneda en litigio.

El cineasta polaco traduce con habilidad y sentido un guión extraordinario, dando con la nota perfecta para conducirnos por un relato de misterio, de verdad y justicia, donde sus personajes son firmes y humanos, contradictorios y llenos de errores, unos los llevan con honor y otros con humanidad. El relato está lleno de sombras y personajes tortuosos y enigmáticos, como la atmosfera por donde se mueve la película, consiguiendo una grandísima ambientación llena de detalles, creando esa red de miedo, incluso paranoia con toda la investigación, a la que le pondrán un millón de obstáculos para no permitir la verdad, y sobre todo, no mancillar el honor del ejército por el error consumado. El relato nos habla del poder, y sobre todo, de sus mecanismos, ya sean del siglo XIX o de ahora mismo, donde la verdad y la justicia no son los elementos principales, sino palabras que pertenecen a la teoría, a lo establecido, a los discursos de los grandes acontecimientos, pero en la práctica, esa verdad siempre resulta incómoda, ajena al orden interno del ejército y un enemigo al que hay que expulsar y enterrar, por eso Picquart se convierte en un enemigo, en alguien que se desterrará, alguien que se querrá quitar de en medio, pero en este caso, quizás la verdad acabará resultando un enemigo imposible de batir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Foxtrot, de Samuel Maoz

LOS PASOS DEL DESTINO.

“La coincidencia es la manera que tiene Dios de permanecer anónimo”

Albert Einstein

Una mañana, como otra cualquiera, en cualquier vivienda de Israel, un trío de soldados comunica a unos padres el fallecimiento de su hijo durante su servicio militar. La madre, Dafna, cae rendida después de haber sido fuertemente sedada. El padre, Michael, por el contrario, expresa su ira contra todos y todo, intentando explicarse lo ocurrido. El segundo trabajo de Samuel Maoz (Tel Aviv, Israel, 1962) se enmarca en las consecuencias de la guerra y en los mecanismos del dolor ante la pérdida de un ser querido. Su primer filme Lebanon (2009) que se alzó con el máximo galardón en el Festival de Venecia, nos sumía también en la guerra, desde el punto de vista de los soldados, introduciéndonos en el interior de un carro de combate siguiendo las peripecias bélicas de un grupo de soldados durante la guerra del Líbano de 1982. Maoz vuelve a un ambiente cerrado y claustrofóbico, pero ahora es un hogar que aparentemente parecía reinar la concordia, para construirnos una película sobre las relaciones personales entre un padre, y su esposa,  pero sobre todo las relaciones del padre con su hijo, personas que nunca veremos juntos en el mismo lugar, aunque siempre estarán conectados emocionalmente.

El cineasta israelí edifica una trama en tres actos, como si asistiéramos a una tragedia griega, en el que en el primero, cuando el padre recibe la fatal noticia de la muerte de su hijo, arrancan unas horas donde el amor y la culpa se mezclan de manera dolorosa, y en que el padre debe afrontar su propio dolor y comunicárselo a los más allegados, en el segundo segmento, Maoz nos sitúa en la cotidianidad del hijo fallecido, durante su servicio militar, y es cuando el director arremete con dureza y sin miramientos hacia inutilidad de la guerra, en la que unos jóvenes soldados que viven casi hacinados en un barracón que se cae a trozos, deben custodiar una especie de paso fronterizo pro el que apenas pasan vehículos. Aquí pasamos del drama familiar y personal del primer acto, para adentrarnos en la comedia surrealista y absurda, donde los soldados pasan las horas muertas como pueden, realizando estúpidos cálculos o bailando foxtrot (brutal metáfora que estructura la cinta en la que por mucho que nos movamos y hagamos, no podremos condicionar el destino que nos espera, como el baile que finaliza en la misma posición que empieza) y para finalizar, el tercer acto, nos lleva de nuevo a la vivienda de Michael y Dafna, y su hija, en que la situación propuesta inicialmente ha cambiado, y Maoz, muy acertadamente, nos vuelve a cambiar el rumbo, y nos sumerge en un nuevo conflicto, donde los personajes se encuentran ausentes  y la paz y tranquilidad del hogar se ha vuelto del revés, debido a los dolorosos imprevistos a los que han tenido que enfrentarse.

Maoz cimenta una interesante reflexión y análisis sobre un país, Israel, rasgado y condicionado por las innumerables guerras que ha vivido, vive y desgraciadamente, seguirá viviendo, y las consecuencias que conlleva tanto conflicto bélico y tanta muerte inútil, y como esos fallecimientos de jóvenes acaban mutilando una sociedad  que parece abocada a la contienda bélica sin fin, como en una especie de bucle del que no hay escapatoria, un círculo vicioso que muchos no recuerdan como empezó, y otros, no saben vivir de otra manera, ya que no han conocido nunca el país en paz, siempre en guerra. El trío interpretativo de la película destila convicción y emoción a partes iguales, cada uno con su drama personal, y arrastrando su culpa, en el que ayuda y convence de manera natural y realista en sus composiciones y diferentes estados de ánimo, unas emociones que viajan como en una montaña de rusa, para construir esta fábula moral, que continuamente nos interpela a los espectadores, sumergiéndonos en continuas batallas sobre la guerra, sus consecuencias, la familia y las relaciones personales.

Una película que nos habla de varios conflictos, el de una nación, el de una familia, el de un padre y su hijo, y sobre todo, el del ánimo de una sociedad que jamás ha vivido en paz, y donde la cuestión bélica ha estructurado las existencias de toda su población, unas gentes que han tenido que acostumbrarse a la guerra fratricida, porque no han conocido otra forma de vida, y a los muertos enterrados que acarrea tanto bombazo, con buen acierto Maoz nos explica la intimidad de esta familia y los diferentes puntos de vista de cada uno de ellos, a la hora de enfrentarse al dolor y la culpa, quizás el conflicto conmueve pero sin arrebatarnos el alma, aunque el propósito es en conjunto audaz y brillante, con esa frialdad propia de la burocracia representada en el estamento militar, y de algunos personajes, como el de la madre, aunque Maoz, con mucha habilidad y acierto, nos centra su historia en  la destrucción de cómo ese hogar familiar construido con amor, se viene abajo en un abrir y cerrar de ojos, porque como nos viene a decir la película, estamos completamente condicionados a la fatalidad del destino, porque nunca sabremos lo que nos espera, y hagamos una cosa u otra, el porvenir está escrito, y el destino nos espera pacientemente para cobrarse su deuda.