Balearic, de Ion de Sosa

LAS CASAS CON PISCINA. 

“Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuando todos se sientan y comentan: Anoche bebí demasiado”. 

De la novela “El nadador”, de John Cheever

Hace más de una década que el gran observador que es Carlos Losilla escribió el artículo “Un impulso colectivo” en el que exponía las razones y emociones de ese otro Cine Español, el que se producía con pocos recursos, alejado de modas, tendencias y demás etiquetas, tan propio como personal, muy variado en temas, formas y texturas que a pesar de su invisibilidad empezaba a abrirse camino sobre todo en festivales internacionales. Ahora no voy a nombrarlos a todos/as, pero si que voy a centrarme en un grupo muy heterodoxo que surgió principalmente en la ECAM, con nombres como el Colectivo Los Hijos (Javier Fernández, Luis López Carrasco y Natalia Marín), Miguel Llansó, Velasco Broca, Chema García Ibarra e Ion de Sosa que se ayudaron y fueron cómplices para levantar sus respectivas películas, tan diferentes entre sí, y llenas de entusiasmo, proponiendo un cine del extrarradio, un cine que investigue su propia narrativa y forma, y que plantee múltiples realidades muy apegado a los tiempos actuales. 

Con Balearic, el cineasta Ion de Sosa (San Sebastián, 1981), en su quinto trabajo como director, sigue manteniendo esa línea de exploración que le ha llevado a un cine que bebe del género fantástico para generar su propio universo en el que atiza con crítica y sin miramientos las grietas de una sociedad ensimismada, estúpida y extasiada que huye de cualquier atisbo de reflexión y conocimiento interior. Ya lo hizo en sus deslumbrantes Sueñan los androides (2014), filmada en Benidorm, quizás la ciudad por excelencia de lo masivo y lo superficial, siguió con Leyenda dorada (2019), alrededor de una piscina como objeto de lo pretencioso y lo ahogado, y Mamántula (2023), un psychokiller tan abrupto como fascinante. En Balearic, coescrita por Juan González (una de las mitades de los Burnin Percebes), Chema García Ibarra, codirector de Leyenda dorada, Lorena Iglesias y Julián Génisson, que ya estuvieron en la citada Mamántula, y el propio director, nos convocan a dos películas o una dividida en dos, con un primer tercio en el que unos adolescentes se cuelan en una casa vacía con piscina y disfrutan de un baño en el primer día del verano. De repente, unos perros atacan a una de ellas y el resto se refugia en el centro de la piscina mientras grita de horror. Unos gritos que nos llevan a una de las casas cercanas donde unos pijos o lo que pretenden ser se divierten que, por supuesto, no escuchan esos gritos de auxilio. 

El cineasta donostiarra plantea una trama de espejos y reflejos de una sociedad carente de empatía, ahogándose en sus propias miserias y codicia malsana, donde todo vale. La cinematografía de Cris Neira, que ha estado en los equipos de cámara de Mamántula y Sobre todo de noche, entre otras, debuta en una película rodada en 16mm, marca de la casa, con ese grano y textura que remarca la luz mediterránea y esa rugosidad de las diferentes situaciones que nos retrotrae al cine español de la transición, y la serie fotográfica «La playa (1972-1980), de Carlos Pérez Siquier, del que la película bebe como las atmósferas turbias de Carlos Saura y de Eloy de la Iglesia,  la irreverente Caniche (1979), de Bigas Luna, con la que tiene muchas semejanzas. La música de Xenia Rubio actúa como acicate en esta fiesta de unos alucinados tan alejados de la realidad como de sus propias existencias que, al contrario de los adolescentes tan despreocupados, no pueden disfrutar de la piscina que observan como si un monstruo la habitara, como si estuvieran poseídos como los burgueses de El ángel exterminador (1962), de Buñuel que, al igual que aquellos siguen de fiesta, a pesar de los gritos que no oyen, del fuego que deja caer una ceniza que lo inunda todo, y demás irrealidades que los van asaltando, donde lo cotidiano se mezcla con los inexplicable y viceversa, en ese juego de idas y venidas, de realidad, sueño y fantástico como evidencia el gran trabajo de montaje de Sergio Jiménez, otro de la factory, con esos breves 74 minutos de metraje, lleno de  encuadres y planos de cercanía y lejanía que entronca con los universos de Lynch y Haneke donde lo que vemos resulta tan oscuro como asfixiante. 

El reparto de la película es otro elemento esencial en el cine de Ion de Sosa, con esa mezcla de intérpretes de su universo, y otros naturales que fusionan muy bien esa idea de cine donde la realidad, documento y ficción se confunden. Tenemos a los cuatro adolescentes casi debutantes: Lara Gallo, Elías Hwidar, Ada Tormo y Paula Gala, y los otros: la artista Maria Llopis, la cantante-actriz Christina Rosenvinge, el croata Luka Peros, que hemos visto en Mientras dure la guerra y series como Matadero, Moises Richart, que era el prota de Mamántula y también estaba en Sueñan los androides, Sofia Asencio, Manolo Marín, y los Mamántula Lorena Iglesias, Julián Génisson y Marta Bassols, y la presencia del único rico Zorion Eguileor, un estupendo actor que hemos visto en El hoyo, y más recientemente en Maspalomas, y muchas más. Un grupo y heterogéneo cast que compone un variopinto grupo humano en una película que profundiza en el clasismo imperante en la sociedad, el hedonismo como única vía de escape de tanta estupidez y la falta de empatía como arma contra la deshumanización donde el yo ha triunfado y el nosotros es solamente una excusa para no matarse, pero sin vínculos ni intimidad. 

Ese otro Cine Español del que habla Losilla, un Cine Español que mira de verdad a la realidad que experimentamos, tan cercana como lejana, que se pregunta por sus narrativas, formas y texturas, en un cine que reivindica la cinematografía auténtica que pasa de modas y demás objetos de consumo en forma de películas y series. Un cine que recupera el Cine Español que se investigó y se esforzó por hablar de lo que ocurría, pero sin ser tan evidente, sino buscando y buscándose, a pesar de los pesares, porque el cine de De Sosa y los demás citados, y los que no hemos citado, es un cine que no es invisible, aunque algunos lo quieras así, desconocido, y mi labor como observador del cine que se hace en el país en el que vivo, por pequeña que sea, es mirarlo, estudiarlo y criticarlo y hablar bien si me gusta, que es el caso. Así que, gracias por llegar hasta aquí, y no dejemos que ese otro Cine Español que tan sólido, diferente y brillante sea Cine Español como el resto, y no sufra distinciones de condescendencia por parte de aquellos que se abanderan como lo único, porque hay muchas formas de ser en el Cine Español como reivindica Balearic, de Ion de Sosa y todas las demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Deep Sea. Viaje a las profundidades, de Tian Xiaopeng

SHENXIU EN EL PAÍS BAJO EL MAR. 

“De modo que ella, sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas, aunque sabía que sólo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad”

Del libro Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll

Cuando se habla de cine de animación es inevitable hablar de una de las parejas más grandes Hayao Miyazaki e Isao Takahata que, a través de su Studio Ghibli, se han encargado de construir un imaginario propio, cercano y fantástico, en el que se adentran en las emociones de las niñas que pueblan su ríquisimo imaginario. Shenxiu, la protagonista de Deep Sea, no estaría muy lejos de aquellas de Satsuki y Mei de Mi vecino Totoro (1988), o de Chihiro en El viaje de Chihiro (2001), sólo por citar un par de ejemplos. Niñas enfrentadas al dolor, la tristeza y la ausencia que, con su inmensa imaginación, el mejor refugio contra los males, recrean un espíritu del bosque o de una tierra imaginaria donde nada es lo que parece. En el caso de Shenxiu, su dolor se centra en la ausencia de una madre que la abandonó, una pérdida que la sumido en una fuerte soledad y aislamiento, a pesar que, su padre ha creado una nueva familia, de la que ella no se siente parte de ella. 

La película Deep Sea. Viaje a las profundidades (Shen Hai, del original, que vendría a traducirse como “Dios” o “Ser divino”, y “Dos”), supone el segundo trabajo de Tian Xiaopeng (Pekín, China, 1975), después de su debut en el largometraje con Monkey King: Hero is Back (2015), una historia que mezclaba fantástico, aventuras, monstruos, mitología y Wuxia (el subgénero de fantasía que mezcla artes marciales con tintes de melodrama), en un memorable trabajo técnico en 3D. Con Deep Sea, vuelve a apabullar con la exquisita y detallada de la animación en 3D, en el que fusiona el maltrecho estado de ánimo de la joven protagonista con un viaje a las profundidades del mar, a un mundo de fantasía a bordo de un submarino enorme convertido en un restaurante que se llama “Deep Sea”, que capitanea un atribulado, torpe y mago Nan He, y su especial tripulación formada por morsas que cocinan y tejones como camareros, en un universo que parece no tener fin, en el que una enigmática sopa hace las delicias de unos clientes que son peces de diferente tamaño y forma, en el que no faltan las dificultades y peligros como el del fantasma rojo, una extraña criatura en forma de sombra gaseosa que navega por las profundidades. 

La película es un derroche de fantasía, aventuras y de imaginación desbordante, en el que cada detalle cuenta y se muestra su increíble importancia. Todos los aspectos técnicos brillan en la película, desde la parte visual de la que hemos dado buena cuenta, su rítmico, intenso y enérgico montaje en una película que se casa a las dos horas de metraje, y su excelente banda sonora que firma Dou Peng, que no se limita a acompañar sus imágenes espectaculares, sino que va muchísimo más allá, creando todo el entramado emocional de la protagonista, y generando todo ese mundo tanto el físico como el espiritual, y el onírico, donde la fábula y el relato se usan para construir y deconstruir la historia, lo que vemos y lo que no, en una aventura en la que la no cesan de ocurrir cosas, pero que, además, nunca se desvía del asunto central: la historia de una niña solitaria que no ha pasado página y sigue anclada en un pasado donde su madre la quería, y este viaje por el mar, o por las profundidades del mar, a bordo de este peculiar y fantástico vehículo y formando parte de su extraña y mágica tripulación, aprenderá a ser ella misma, a aceptar la ausencia y sobre todo, a imaginar y comenzar a vivir un mundo en que su madre ya no está. 

La aventura íntima de Shenxiu tiene un referente claro: el de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Una historia donde la supuesta realidad, o esa parte que produce dolor y tristeza, se convierte en un mundo lleno de fantasía donde los animales se humanizan, donde las cosas adquieren otro significado y sobre todo, otro valor, más íntimo, más profundo y más de verdad, como ocurrían en las fábulas clásicas, en las que los animales adquirían emociones y valores humanos, pero no aquellos interesados y volubles, sino otros que no dañan y si lo hacen se afanaban en hablarlo y perdonar, en relacionarse de manera sencilla y humilde, y no en rivalizar ni competir, sino en compartir de forma equitativa y humana, y sobre todo, en restar importancia en tantos prejuicios y miedos impuestos por la locura consumista y clasista de una sociedad que no construye personas sino adictos a lo material y al derroche. La película Deep Sea ha significado un gran descubrimiento para el que suscribe, por su apabullante técnica visual y sonora, y también, por su forma de fusionar la tristeza y el dolor de una niña frente a un universo fantástico y real a la vez, donde ese mundo invisible y subterráneo no es más que infinitos reflejos de su propia realidad, de esa realidad vacía y oscura de la que quiere escapar, pero no para de encontrarse, porque así son las situaciones, cuando queremos dejar atrás algo que no deseamos, la vida y las circunstancias se empeñan en enfrentarnos a ellas, ya se de otras formas, colores, y demás aspectos, que nosotros creamos muy diferentes de lo que huimos, pero nada que ver, siempre estaremos delante de aquello que nos duele, y es así, porque huimos e intentamos alejarnos por miedo, pero volverá y nos seguirá allá donde vayamos, y eso será así hasta que lo enfrentamos y vivamos con ello, aceptando su naturaleza y lo que nos duele y de esa forma podremos vivir sin miedo y dolor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Rocío Mesa

Entrevista a Rocío Mesa, directora de la película «Secaderos», en los Cinemes Girona en Barcelona, el martes 30 de mayo de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rocío Mesa, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Carnota de Begin Again Films, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

El agua, de Elena López Riera

DE TODOS LOS FANTASMAS QUE SURCAN ESTA TIERRA.

“El mito sólo es reflejo de una realidad”

“Los pasos perdidos” (1953), Alejo Carpentier

Es una verdadera lástima que los cortometrajes se destinen, principalmente, al circuito de festivales, amén de algunas plataformas, porque tener la posibilidad de poder verlos allana el camino en el momento de poder analizarlos y sobre todo, reflexionar en relación a sus posteriores trabajaos. Por eso resulta realmente revelador  haber visto todos los trabajos de una cineasta como Elena López Riera (Orihuela, Alicante, 1982), desde que tuvo el privilegio de ver Pas à Genève (2014), en el D’A Film Festival en Barcelona, largometraje codirigido por el colectivo lacasinegra, formado por la propia Elena, junto a Gabriel Azorín, Carlos Pardo y María Antón Cabot. Ya en solitario, una especie de trilogía no declarada sobre su pueblo y los mitos y tradiciones que allí perduran, como Pueblo (2014), Las vísceras (2016), y Los que desean (2018), tres trabajos donde encontramos los gérmenes de El agua, su debut en solitario en el largometraje.

La opera prima de López Riera se sitúa en su espacio, Orihuela, al sur de Alicante, fronterizo con Murcia, en la comarca de la Vega Baja del Segura, en uno de los pasos del río Segura, fuente esencial para su agricultura, y también, fuente que, en ocasiones, ha arrasado inundando la zona. La película construye ese lugar límbico, entre dos mundos, entre dos lugares, entre el no lugar, con elementos que ya estaban en sus cortometrajes. El fuerte arraigo de mitos y leyendas que se va heredando a través de la tradición oral de las mujeres, que ya estaba en Las vísceras, las relaciones materno-paterno-filiales y así como la tradición del palomo deportivo tan arraigado de Los que desean, la vuelta a los orígenes en una especie de empezar de nuevo, la noche como aliada para la extrañeza y la soledad, y la fuerte tradición católica que vimos en Pueblo, y esa constante de la falta de oportunidades laborales que obliga a los más jóvenes en huir de su lugar, y ese continuo deambular de la juventud de no saber qué hacer ni adonde ir, tan presente en sus trabajos.

Todos esos elementos están presentes en El agua, y siguen siendo motivo de exploración y reflexión por parte de la oriolana, desde la fábula cotidiana que se mimetiza con el paisaje, a través de la fisicidad de la tierra con esa otra parte más espiritual, donde el más allá forma parte de la vida diaria de sus habitantes, son dos componentes vitales en la película, donde conocemos a Ana, un hilo conductor que nos va mostrando esa realidad-irrealidad tan mezclada y confusa por donde se mueve y se alimenta la película. Una adolescente que, como muchas antiheroínas, ha entrado en esa etapa de transición de la adolescencia, donde va a descubrir el primer amor, un amor que la hace vibrar y también, le da miedo, por ese continuo vaivén por el que transita la trama, entre lo terrenal y lo emocional, entre la realidad y la fantasía, entre la infancia y la edad adulta, entre continuar en el pueblo y huir lejos, entre lo que uno siente y lo que no es empujado a hacer, entre las madres y padres y los amigos de siempre, entre la tierra y el río, entre esa inmovilidad en continuo movimiento, pero sin rumbo ni ilusión, entre la alegría y el miedo, entre la dura realidad del día y la familia, y la compañía de la noche, símbolo de amistad y libertad.

López Riera se acompaña para la aventura de su primer largometraje en solitario, de muchos de sus cómplices de viaje en los cortometrajes, como Milagros Mumenthaler y David Epiney en la producción, que ya estaban en Los que desean, y tienen en su haber autores tan importantes como Milagros Mumenthaler, Jean-Gabriel Péirot, Lluís Galter, Luis López Carrasco, ahí es nada. Philippe Azoury, en el guión, que ya fue cámara en Las vísceras, Giuseppe Truppi en la cinematografía y Raphaël Lefèvre en el montaje, que ya estuvieron tanto en Pueblo como en Los que desean, Mathieu Farnarier en sonido que trabajó en Los que desean, y los nuevos compañeros de itinerario como en sonido con Carlos Ibáñez y Denis Séchaud, que han trabajado con nombres tan ilustres como los de Miguel Gomes e Isaki Lacuesta, entre otros, la música de Nadine Knoepfel, que afianza esos dos universos y estados de ánimo tan fusionados de la historia, el arte de un grande como Miguel Ángel Rebollo, con una filmografía excelente junto a Javier Rebollo, Jonás Trueba y Rodrigo Sorogoyen, entre otros, y finalmente, la asistencia en dirección de Adrián Orr, uno de los cineastas más interesantes del actual panorama.

Como no podía ser de otra manera, la directora alicantina vuelve a contar con actores no profesionales para su película, un elemento capital en todos sus cortometrajes, donde se consigue esa idea de verdad, naturalidad e intimidad, como las amigas adolescentes de la protagonista como Irene Pellicer, Nayara García, Lidia Mária Canóvas, y Pascual Valero, y la fabulosa pareja protagonista, tan del lugar y tan de cualquier lugar, formada por los debutantes Alberto Olmo como José, el chico que ha vuelto o quizás, no se ha ido, o simplemente se ha ocultado de todos y todo, que se debate entre seguir con la tierra y no saber qué hacer, que se enamora de Ana, a la que da vida la impresionante Luna Pamies, con esa mezcla de inocencia, fragilidad y fuerza, que se debate entre su triste realidad, siendo la tercera de su familia, donde tanto su abuela como su madre alimentan esa leyenda de las mujeres y el río, junto a unas sólidas y cercanísimas Nieve de Medina como la abuela, medio bruja, llena de sabiduría y humana, y una Bárbara Lennie, despojada de todo armazón, siendo una madre liberal, juvenil y demasiado independiente.

El agua es una película muy atávica y muy actual, porque nos habla de pasado y presente, de lo que fuimos y todos lo que arrastramos, de vidas en suspenso, y mujeres perdidas y valientes. Tiene ese aroma de cuento que nos contaban nuestras abuelas y madres mientras se hacía la comida, en la que consigue una fusión perfecta entre el documento, con esas voces orales de las mujeres de la región explicando sus relaciones con las leyendas y mitos que rodean el lugar, y esa crónica de una juventud encarcelada, desesperada y sometida a la falta de todo, donde lo rural trasciende y se vuelve otra cosa, mucho más universal y penetrante, donde nos sumergimos en otro lugar, otro estado de ánimo, y la ficción, donde entra la fantasía y el terror, vivos y muertos, presentes y ausentes, habitantes y fantasmas, en un cuento sobre mujeres que sueñan, que alimentan el mito y la leyenda sobre el río que se desborda y destruye todos sus sueños e ilusiones, sobre tradiciones que viven y perviven entre las mujeres y se pasan entre generaciones, para que cuando el río se quiera llevar a alguna de ellas, estén alerta, y hagan lo imposible para que el río no se desborde y el agua inunde a todas y se les meta dentro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Aitor Merino

Entrevista a Aitor Merino, director de la película «Fantasía», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el Teatre CCCB en Barcelona, el martes 16 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Aitor Merino, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fantasía, de Aitor Merino

RESCATARNOS DEL OLVIDO.

“Todo lo que somos lo debemos a otros”

Antonio Muñoz Molina en su libro “Volver a dónde”

De Aitor Merino (San Sebastián, 1972), conocíamos su carrera como actor, trabajando a las órdenes de grandes nombres de nuestro cine como Montxo Armendaríz, Vicente Aranda, Pilar Miró, Icíar Bollaín, Chus Gutiérrez y Manolo Matji, entre otros. En el 2007 debuta en la dirección con El pan nuestro, una película de 19 minutos sobre el drama de la inmigración. Seis años más tarde, volvía a ponerse tras las cámaras con Asier y yo (Asier eta biok), codigirgida junto a su hermana Amaia, un largometraje que indagaba en la relación del propio Aitor con su amigo del alma, Asier, que ingresó en Eta en el 2002. Una película compleja, brillante e íntima, que nos maravilló por su enrome sensibilidad y naturalidad para retratar un conflicto muy difícil. Ocho años más tarde, Aitor Merino vuelve a dirigir, ahora en solitario, una película muy íntima y cercanísima, en la que profundiza en la memoria familiar, a través de todos los que ya no están y los presentes, sus padres, Iñaki y Kontxi, un par de jubilados de Iruñea.

Todo arranca en el 2015 con la excusa de un viaje en crucero, que se llama Fantasía, en el que los cuatro miembros de la familia, padres y los dos hijos, se reúnen para celebrar las bodas de oro de los progenitores. Una parte que Merino filma como si se tratase de un vídeo doméstico, atropellado y naturalista, según van sucediendo las situaciones, abriéndonos a un universo donde la intimidad aflora a cada encuadre, donde las acciones muy divertidas en general, y alguna más seria, donde se habla del aquí y el futuro, donde los padres ya no estarán. La tremenda agitación y corredizas del viaje nos conduce por una película ágil, divertidísima y llena de vida. Esas imágenes del crucero se cruzan con otros más reposadas, las de las navidades del mismo año, donde Amaia, que vive en Ecuador no puede viajar a pasar las fechas tan señaladas, y Aitor filma a sus padres, los filma en armonía, cada uno a sus cosas, también, enfadados, que no se dirigen la palabra, y Aitor actúa como mediador del conflicto, componiendo ese maravilloso plano en el que sus propios dedos juntan a sus padres, separados por escasos metros. También, habrá otras imágenes, en la que los cuatro conviven en la casa familiar, entre bromas, diálogos, discusiones, y reflexiones.

Merino no solo habla del presente, sino también del pasado, acordándose de aquel familiar del siglo XVIII, tan lejano como presente como todos los ausentes, aquellos miembros familiares que se fueron, y que pueblan nuestros recuerdos, y físicamente están presentes en forma de fotografías, cuadros y en charlas y recuerdos, donde la memoria se vuelve omnipresente y totalmente necesaria para recordarlos y sobre todo, recordarnos a nosotros de dónde venimos y quiénes somos. Fantasía tiene ese aroma que desprendían películas como Stories We Tell (2012), de Sarah Polley, y Muchos hijos, un mono y un castillo (2017), de Gustavo Salmerón, donde se habla de pasado desde el presente, se habla de familia, de ausencias, y sobre todo, se habla en un tono de investigación y divertido. Merino hace un retrato sobre la memoria, o quizás, podríamos decir que la película es un retrato contra el olvido, porque su razón de ser es recordar a los ausentes, pero también, filmar a los presentes, a los padres, a Iñaki y Kontxi, que nos devuelven al presente a todos los que no están, y lo hace desde la sencillez, la intimidad, la honestidad, y la brillantez, sin ser condescendiente ni juzgante, solo filmar la vida, la cotidianidad, lo doméstico, desde la sinceridad y desde lo humano, con sus deseos, ilusiones, tristezas y amarguras de la existencia.

Una película hecha en familia, la real y la profesional, porque el guion lo firman Ainhoa Andraka, que también se encarga del montaje y de la producción, junto a Zuri Goikoetxea y Cristina Hergueta (los mismos productores de Asier y yo), y los dos hermanos Amaia, y Aitor, que firma la cinematografía y el sonido directo. Los cien minutos de la película pasan volando, porque hay tiempo para todo, para viajar en el “Fantasía”, echar unas risas, recordar a los otros, unos ratos de tristeza, otros, de hospital por la dolencia respiratoria del padre, otros, para echarse de menos cuando Amaia está fuera, las visitas a la abuela, y otros, para recordar y hablar de los no presentes, y todos esos espacios donde va pasando la vida, va pasando el tiempo, y los padres en sus cosas y Aitor con su cámara capturándolos para la posteridad, generando esas imágenes que tendrán un grandísimo valor cuando los filmados no estén. Fantasía no es solo un retrato sobre una familia y sus dos hijos mayores, sino que es además un profundo, sensible y magnífico documento sobre la memoria y sobre contra el olvido, porque mientras alguien nos siga recordando, los que ya no están, seguirán vivos en nuestra memoria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Wonderland, de Keiichi Hara

NEKANE EN EL PAÍS DEL AGUA Y EL COLOR.

Nekane finge estar enferma porque no le apetece ir al instituto. Se ha levantado con un día espléndido, pero ella se siente triste y no sabe porqué. La idea de vaguear por casa se trunca cuando su madre le envía a recoger un encargo a la tienda de todo de su tía Chii, una mujer demasiado absorbente para la timidez y apatía de Nekane. Una vez allí, por casualidad, Nekane abre una compuerta secreta del que aparece el alquimista Hipócrates, un ser de otro mundo que le explica a Nekane que ella es la salvadora para el problema terrible que acecha su mundo, un mundo donde el agua está en peligro y eso provoca que el color desaparezca. El entusiasmo de la tía arrastra a Nekane a semejante aventura. El nuevo largometraje de Keiichi Hara (Tatebayashi, Japón, 1959) nos invita a sumergirnos en un viaje fantástico, basado en el libro Chikashitsu Kara no Fushigina Tabi, de Sachiko Kashiwaba, un viaje de consecuencias imprevisibles, un viaje que Nekane y su tía Chii harán junto a Hipócrates y su fiel Pipo, una especie de duende mágico fiel escudero del inventor.

Hara creador de Shin Chan, al que le ha dedicado serie y varias películas, ha saltado a la fama como obras como El verano de Coo (2007) en la que nos hablaba de la amistad sincera entre un ser de la mitología japonesa y un chaval en el Japón actual, en Colorful (2010) indagaba en un tema de gran impacto social como el suicido en su país, a través de la reencarnación y la búsqueda del motivo de alguien que termino con su vida. En Miss Hokusai (2015) rescataba la vida olvidada de una pintora del feudal japonés ensombrecida por su padre. En The Wonderland, vuelve a contar con Miho Maruo, su guionista habitual, para contarnos una película que no estaría muy lejos de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, en la cual una jovencita se interna por azar, en un mundo diferente al suyo, en un universo donde habitan arañas que controlan el espacio-tiempo, pájaros y peces gigantes, ovejas enormes que forman esferas perfectas, y personas como ella que viven aterrorizadas porque la falta de agua está convirtiendo su mundo en un espacio sin colores, en que la vida va desapareciendo y todos los seres se ven avocados al desastre total. Nekane es su salvación, alguien de otro lugar, alguien destinada a encontrar el antídoto contra aquellos que intentan atentar contra el agua como el oscuro Xan Gu y su fiel Doropo.

El cineasta nipón ha contado esta vez con el ilustrador visual ruso Ilya Kuvshinov, para imprimir un estilo visual magnífico e impactante, donde el color brilla en todo su esplendor, donde los personajes, perfectamente ilustrados y encantadores, nos seducen desde el primer instante, dejándonos llevar por esa magia fantástica que tienen las películas de animación japonesas, que tocan con maestría e intimidad cualquier conflicto, por muy arriesgado que parezca a simple vista, para hablarnos de enfermedades, suicido, depresión, aislamiento, miedo, etc… desde lo más profundo y sincero, sin caer en el sentimentalismo o las fórmulas mágicas, sino sumergiéndonos en el problema de una forma veraz y honesta. En The Wonderland, el conflicto radica en el agua, en su falta y sobre todo, en su mala gestión, en la que unos la quieren para sí, y de esa manera arrasar con todo este mundo, relacionando el agua como bien humano, y el color como la consecuencia de ese mundo que sin el preciado tesoro del agua desaparecería irremediablemente.

Como no podría ser de otra manera, entre los personajes impera el conflicto del pasado, de aquello que fueron de todo lo roto entre ellos, donde el presente y el conflicto del agua deberá resolver también muchos conflictos pasados que siguen abriendo las heridas sin cicatrizar. La inagotable imaginación del relato que nos cuentan, así como la gran variedad de espacios, a cada cual más increíble y fantástico, y la oscura relación entre algunos de los personajes, hacen de la película un gran puzle de variedad narrativa y formal, que no solo apabulla sino que también nos convierte en un personaje más de ese universo peculiar, lleno de fantasía, pero también de terror. Nekane al igual que Alicia pasa del estupor y el miedo del principio de su aventura a la decisión y la brillantez a medida que avanza la historia, convirtiéndose en un podríamos decir leitmotiv de mucha de la animación japonesa, donde el/la protagonista no solo se ve envuelta en una aventura de dimensiones grandes sino que también le sirve para crecer como persona, madurar y enfrentarse a los problemas de la vida adulta, envuelta en ese tiempo de tránsito donde deja de ser una niña para emprender la adultez, aunque sea a marchas forzadas.

Hara ha construido una conmovedora e intensa fábula ecologista, llena de humanismo, fraternidad, amor, aventura, color, negrura, drama, amistades de toda índole, que sitúa al agua como centro de la acción, convertida en el tesoro más preciado de la vida, en un elemento indispensable para vivir y sobre todo, en la fuente que da color, luz y alma a los habitantes del mundo. Quizás algunos echarán en falta algo de empaque emocional en el relato, pero no le resta ni un ápice de verosimilitud y tensión dramática, en la que nos seduce con esa sensible mezcla entre realidad y fantasía, entre aquello que nos creemos que somos y lo que en realidad somos, en una aventura a lo desconocido, a convertirse en protagonista, a sentir el miedo, la verdad y la difícil tesitura de tomar decisiones que nos obligan a dejar unas cosas y decidir otras, al fin y al cabo a ser responsables de nosotros mismos y acarrear las consecuencias de las decisiones que tomemos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Lara Vilanova

Entrevista a Lara Vilanova, camarógrafa de la película «Trinta Lumes», de Diana Toucedo, en el Ateneu Barcelonès en Barcelona, el viernes 28 de diciembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lara Vilanova, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Diana Toucedo, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a John McPhail

Entrevista a John McPhail, director de la película «Ana y el apocalipsis», en el Soho House en Barcelona, el lunes 10 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a John McPhail, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Xènia Puiggrós de Segarra Films, por su inestimable labor como traductora, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Ana y el apocalipsis, de John McPhail

CANTAR AL FIN DEL MUNDO.

Lo primero que llama la atención de Ana y el apocalipsis, es su propuesta, por su desvergüenza y disparate, en apariencia, porque si nos lanzamos a la aventura de descubrirla, nos encontramos con una película realmente interesante y muy divertida, en la que mezclan diversos géneros, peor lo hacen dándoles la vuelta, y sobre todo, atizándolos con fuerza, destrozando tantas costuras se encuentran por el camino, y desempolvando esos estilos cinematográficos que algunos siguen anquilosados en propuestas de antaño, como si el público fuese el mismo que hace medio siglo. La película nace de Zombie Musical, un corto muy galardonado dirigido por Ryan McHenry, que hace labores de guionista junto a Alan McDonald, en un film dirigido por John McPhail, que aquí realiza su segundo largo después de Where do we go from here? (2015) una comedia romántica producida entre amigos y muy pocos medios. El director natural de Glasgow (Escocia) se lanza a una película que en su primera mitad nos sumerge en una comedia adolescente de instituto, donde nos presentan los diversos conflictos de Ana, una chica que sueña con escapar de su “Little Haven” de siempre y explorar nuevos mundos, razones que no contempla un padre demasiado protector, y su entorno, John, su mejor amigo y secretamente enamorado de ella, Steph, que se siente un patito feo, por su forma y pensamiento, Nick, el ex de Ana, que no tiene nada claros sus sentimientos, y finalmente, el Sr. Savage, el ogro de turno y próximo director del instituto.

Mientras nos van contando los pormenores de unos y otros, nos van amenizando con canciones y bailes, en los que sacuden con fuerza a la Navidad, como comedero propicio para vender solidaridad a fuerza de tarjeta de crédito, a las comedias “teenagers”, made in EE.UU., a artistillas de pacotilla envueltos en el aura del merchandising feroz y capitalista, que nos venden hasta en la sopa, y a esos musicales tan “Disneys”, donde todo gira en torno a un romanticismo de pacotilla y descaradamente simplista y bobo, y a tantos estereotipos e ínfulas de ese cine Hollywoodiense que tristemente invade el mundo y produce tantos millones y admiradores por doquier. Nada y nadie se libra de la crítica y la sacudida a base canciones y bailes que se mofan e imitan ciertos géneros de baile de estas películas. McPhail se ríe de todo ello y de tantas películas absurdas y superficiales, dejando claro que sus canciones y números musicales nos informarán sobre sus personajes, su entorno, sus relaciones, y todavía tendrán tiempo para disparar a todo quisqui, y sobre todo, al cine Hollywood.

En la segunda mitad, el director escocés nos mete en faena, los zombies empiezan a aparecer, y la película se convierte en una de terror serie z, completamente desatado y delirante, donde hay tiempo para el drama, la comedia, y el musical, en el que en todo momento se genera ese ambiente festivo y disparatado, como la secuencia que abre este segundo segmento, cuando Ana y John bailan y cantan totalmente despreocupados, cuando a su alrededor se ha desatado el caos y el fin del mundo, con zombies asesinando y alimentándose de sus víctimas. El conflicto es sencillo y nada engorroso, unos personajes han quedado aislados unos de otros, y la película consiste en el ansiado encuentro, ya que unos se encuentran encerrados por miedo y castigo del Sr. Savage sin poder salir a la calle. La cinta se mueve en esos parámetros, llevándonos en volandas por distintas situaciones, con ese sentido cómico y crítico, porque como es sabido, las buenas películas de zombies, esconden una dura reflexión sobre la condición humana y sus hábitos en la sociedad.

En esta, el apocalipsis despierta la parte oscura de algunos de los habitantes de la pequeña localidad, como el Sr. Savage, miserable profesor que trata a sus alumnos como enemigos e inferiores, y otros alumnos que menos precian el peligro real que les acecha, y así, algunos otros, superar miedos o aceptar sus sentimientos,  donde tendrán que aceptar al otro, el compañerismo y la cooperación para salir con vida de semejante entuerto. Un reparto ajustado y sobrio, lleno de brío y fuerza, encabezados por Ella Hunt dando vida a la anti heroína Ana, bien acompañada por Mlacolm Cumming, Sarah Swire y Ben Wiggins, sin olvidar al pérfido Sr. Savage o al padre de Ana, entre otros, para dar vida a este grupo heterogéneo de habitantes que se verán enfrentados entre sí, en algunas ocasiones, y en otras, a ellos mismos, o a especímenes inesperados o esperados, en este enjambre donde la blanca y pura Navidad se ha convertido en zona de zombies, de muertos vivientes, de papa Noel sangrientos y asesinos, donde las luces y el colorido típico de la fiesta, se torna oscuro, demente y sangriento, quizás su verdadero rostro, ese que las grandes compañías utilizan para generar compras y compras porque todo vale para ser mejor persona, y si gastas, aún más.