Entrevista a León Siminiani

Entrevista a León Siminiani, director de la película «Apuntes para una película de atracos», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el sábado 8 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a León Siminiani, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Paula Álvarez de Avalon, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Ana y el apocalipsis, de John McPhail

CANTAR AL FIN DEL MUNDO.

Lo primero que llama la atención de Ana y el apocalipsis, es su propuesta, por su desvergüenza y disparate, en apariencia, porque si nos lanzamos a la aventura de descubrirla, nos encontramos con una película realmente interesante y muy divertida, en la que mezclan diversos géneros, peor lo hacen dándoles la vuelta, y sobre todo, atizándolos con fuerza, destrozando tantas costuras se encuentran por el camino, y desempolvando esos estilos cinematográficos que algunos siguen anquilosados en propuestas de antaño, como si el público fuese el mismo que hace medio siglo. La película nace de Zombie Musical, un corto muy galardonado dirigido por Ryan McHenry, que hace labores de guionista junto a Alan McDonald, en un film dirigido por John McPhail, que aquí realiza su segundo largo después de Where do we go from here? (2015) una comedia romántica producida entre amigos y muy pocos medios. El director natural de Glasgow (Escocia) se lanza a una película que en su primera mitad nos sumerge en una comedia adolescente de instituto, donde nos presentan los diversos conflictos de Ana, una chica que sueña con escapar de su “Little Haven” de siempre y explorar nuevos mundos, razones que no contempla un padre demasiado protector, y su entorno, John, su mejor amigo y secretamente enamorado de ella, Steph, que se siente un patito feo, por su forma y pensamiento, Nick, el ex de Ana, que no tiene nada claros sus sentimientos, y finalmente, el Sr. Savage, el ogro de turno y próximo director del instituto.

Mientras nos van contando los pormenores de unos y otros, nos van amenizando con canciones y bailes, en los que sacuden con fuerza a la Navidad, como comedero propicio para vender solidaridad a fuerza de tarjeta de crédito, a las comedias “teenagers”, made in EE.UU., a artistillas de pacotilla envueltos en el aura del merchandising feroz y capitalista, que nos venden hasta en la sopa, y a esos musicales tan “Disneys”, donde todo gira en torno a un romanticismo de pacotilla y descaradamente simplista y bobo, y a tantos estereotipos e ínfulas de ese cine Hollywoodiense que tristemente invade el mundo y produce tantos millones y admiradores por doquier. Nada y nadie se libra de la crítica y la sacudida a base canciones y bailes que se mofan e imitan ciertos géneros de baile de estas películas. McPhail se ríe de todo ello y de tantas películas absurdas y superficiales, dejando claro que sus canciones y números musicales nos informarán sobre sus personajes, su entorno, sus relaciones, y todavía tendrán tiempo para disparar a todo quisqui, y sobre todo, al cine Hollywood.

En la segunda mitad, el director escocés nos mete en faena, los zombies empiezan a aparecer, y la película se convierte en una de terror serie z, completamente desatado y delirante, donde hay tiempo para el drama, la comedia, y el musical, en el que en todo momento se genera ese ambiente festivo y disparatado, como la secuencia que abre este segundo segmento, cuando Ana y John bailan y cantan totalmente despreocupados, cuando a su alrededor se ha desatado el caos y el fin del mundo, con zombies asesinando y alimentándose de sus víctimas. El conflicto es sencillo y nada engorroso, unos personajes han quedado aislados unos de otros, y la película consiste en el ansiado encuentro, ya que unos se encuentran encerrados por miedo y castigo del Sr. Savage sin poder salir a la calle. La cinta se mueve en esos parámetros, llevándonos en volandas por distintas situaciones, con ese sentido cómico y crítico, porque como es sabido, las buenas películas de zombies, esconden una dura reflexión sobre la condición humana y sus hábitos en la sociedad.

En esta, el apocalipsis despierta la parte oscura de algunos de los habitantes de la pequeña localidad, como el Sr. Savage, miserable profesor que trata a sus alumnos como enemigos e inferiores, y otros alumnos que menos precian el peligro real que les acecha, y así, algunos otros, superar miedos o aceptar sus sentimientos,  donde tendrán que aceptar al otro, el compañerismo y la cooperación para salir con vida de semejante entuerto. Un reparto ajustado y sobrio, lleno de brío y fuerza, encabezados por Ella Hunt dando vida a la anti heroína Ana, bien acompañada por Mlacolm Cumming, Sarah Swire y Ben Wiggins, sin olvidar al pérfido Sr. Savage o al padre de Ana, entre otros, para dar vida a este grupo heterogéneo de habitantes que se verán enfrentados entre sí, en algunas ocasiones, y en otras, a ellos mismos, o a especímenes inesperados o esperados, en este enjambre donde la blanca y pura Navidad se ha convertido en zona de zombies, de muertos vivientes, de papa Noel sangrientos y asesinos, donde las luces y el colorido típico de la fiesta, se torna oscuro, demente y sangriento, quizás su verdadero rostro, ese que las grandes compañías utilizan para generar compras y compras porque todo vale para ser mejor persona, y si gastas, aún más.

Entrevista a Icíar Bollaín

Entrevista a Icíar Bollaín, directora de la película «Yuli», en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el martes 4 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Icíar Bollaín, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Emilia Esteban de Olaizola Comunica, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Yuli, de Icíar Bollaín

EL NIÑO QUE NO QUERÍA BAILAR.

“La soledad no te abandona nunca”.

Existen muchas maneras de abordar el género biográfico en el cine, aunque las más habituales suelen ser aquellas películas en las que se sigue de forma lineal y convencional la vida en cuestión de los retratados. En la mayoría de los casos resultan cintas meramente ilustrativas de las partes más exitosas y amables de las vidas de las personas en cuestión, y en muchos casos, se obvian de manera intencionada las partes más oscuras y complejas, creando una imagen totalmente falseada y poco creíble de sus existencias. En otros casos, en los menos, las biografías van mucho más allá, en las que el material biográfico adquiere una dimensión distinta, tanto en su forma como en su fondo, experimentando y resolviendo con holgura aquellas partes menos complacientes, aquellas que, en muchos casos, nos dan una visión más certera y sincera del personaje que tenemos delante, dotándolo de una veracidad y naturalidad que se convierte en otro aliciente muy interesante de la película, marcando esa fuerza y magnetismo que caracteriza al baile de Carlos Acosta y su magia a la hora de bailar y transmitir ese magma de sensaciones y sentimientos.

Aunque el cine de Icíar Bollaín (Madrid, 1967) siempre ha sido sensible a los problemas de índole personal y social, nunca antes había abordado la biografía de alguien real, sin embargo, su película nos sumerge en otro estado, mezclando con acierto y sabiduría la ficción y el documental, en la que el propio retratado, Carlos Acosta (La Habana, Cuba, 1973) se interpreta a sí mismo, y reinterpreta en forma de danza encima de un escenario las partes de su vida, con la ayuda de su compañía de ballet, y por otro lado, se acude a la ficción para relatar su vida desde que era un niño y se negaba a bailar, y también, en la juventud, cuando se convertirá en la primera figura del «The Royal Ballet» en la Opera House de Londres. Bollaín vuelve a contar con la figura del guionista Paul Laverty (Calcuta, India, 1957) como lo hiciese en También la lluvia (2010) y en El olivo (2016) y apoyándose en No Way Home, la autobiografía escrita por el propio Carlos Acosta, para contarnos con suma delicadeza y honestidad la historia de Carlos, apodado “Yuli” por su padre que le obliga a bailar, a comienzos de los 80, en un barrio humilde de La Habana, cuando la isla gozaba del apoyo soviético y las cosas funcionaban de otra manera.

Bollaín nos acerca a la realidad cubana desde el observador que explica cada relación humana y detalle, sin caer en el sentimentalismo o la condescendencia, midiendo con sumo cuidado la distancia elegida y la complejidad del relato que tiene entre manos, narrando con pulso firme y reposo una historia durante casi 40 años, donde la realidad cubana pasa por muchas situaciones: la ruptura familiar de la madre de Carlos, a finales de los 80, las necesidades sociales y económicas de los habitantes de Cuba, y el éxodo migratorio de los 90 cuando el amparo soviético terminó, todo ligado de manera sencilla y natural con la vida de éxito de Carlos, sus hazañas encima del escenario, su vida fría y solitaria den Londres, entregado en cuerpo y alma a su arte, y la difícil distancia con su familia a la que ve poco, y no menos durísima relación con un padre demasiado autoritario y encerrado en sí mismo. La película goza de una luz brillante y oscura de Álex Catalán, que ya había estado en También la lluvia (otra producción rodada en territorios americanos) y el certero y sensible montaje de Nacho Ruiz Capillas (habitual de Bollaín) y qué decir de la agradable y sensual música del gran Alberto Iglesias (que repite con asiduidad con la directora) y las brillantes coreografías de Maria Rovira, filmadas con elegancia y pasión, que nos envuelven en ese aroma del tiempo y la memoria que recoge la película, reinterpretando la historia y aquello que tiene que ver con lo más personal e íntimo.

Un reparto poderoso y cercano hacen el resto, arrancando con la estupenda interpretación del niño Edilson Manuel Olbera, dando vida a Carlos de niño, un niño atrapado en el baile y en la maraña dictatorial de una padre severo, y Kevin Martínez, bailarín profesional que hace de Carlos de joven, y no menos, la presencia de Santiago Alfonso como padre, una figura esencial en el ballet cubano, y el propio Carlos Acosta, con su figura imponente y elasticidad, que consigue sumergirnos en su vida a través del ballet, de esos cuerpos en movimiento y volando, logrando entender y hacernos comprender que todo lo vivido, tanto bueno como malo, tiene momentos brillantes y también, oscuros, incluso muy oscuros, porque la película nos habla de las relaciones humanas, de la familia, del abandono, de la ausencia, de la distancia, de todo un país, y sobre todo, nos habla de nuestras raíces, de nosotros mismos y de todos aquellos que nos rodean y en definitiva, de quiénes somos y hacia adónde vamos, que caminos tomamos y aquellos que dejamos de tomar o nunca tomaremos.

https://youtu.be/HJfaU75cka0

Presentación libro «El sol tiene una cita con la luna», de Myriam Mézières

Presentación del libro «El sol tiene una cita con la luna», de Myriam Mèzieres, con la presencia de la autora, del ilustrador Ignasi Blanch, el escritor Àngel Burgas y Octavi Martí, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el martes 27 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Myriam Mézières, Ignasi Blanch, Àngel Burgas, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Pilar Caballero de Prensa, y a Jordi Martínez de Comunicación de Filmoteca, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

 

Entrevista a Ramsés Gallego «El Coleta»

Entrevista a Ramsés Gallego «El Coleta», actor en la película «Quinqui Stars», de Juan Vicente Córdoba, en la oficina de Madavenue en Barcelona, el martes 27 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ramsés Gallego «El Coleta», por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Acuarela, de Silvio Soldini

ADAPTARSE AL OTRO.

“Nosotros, aunque quisiéramos no podemos quedarnos en la apariencia. Tenemos que ir más allá”

La primera secuencia de la película nos sitúa en una pantalla totalmente negra, no vemos absolutamente nada, solo escuchamos voces, voces de una serie de personas que lentamente nos irán descubriendo que están asistiendo, junto a una monitora, a un ejercicio en el que deben transitar e interactuar por un espacio completamente en negro, a oscuras, en el que tendrán que dejarse llevar por sus otros sentidos, experimentando las situaciones cotidianas que deben vivir las personas invidentes en su devenir diario. El nuevo trabajo de Silvio Soldini (Milano, Italia, 1958) se mueve entre estos parámetros, en los que sus personajes deberán adaptarse al otro, a una situación completamente ajena a ellos, a un nuevo conflicto que deberán lidiar. El cineasta italiano, con una trayectoria de más de tres décadas dirigiendo películas, nos sumerge en una comedia ligera con algo más, me explico, tenemos por un lado a Teo, un cuarentón de buen ver, que se dedica a la publicidad, ese mundo que vende apariencias, y tiene una vida sentimental desordenada y extremadamente superficial, yendo de flor en flor, y lanzando embustes a diestro y siniestro, y además, tiene una relación nula con su madre y los hijos de esta. Pero, un día conoce a Emma, que reconocerá como la monitora del ejercicio que abre la película, aunque ella es osteópata y además, ciega.

Lo que empieza como una sucesión de citas sin más, se irá convirtiendo en algo más, en algo que los va atrapando desde la intimidad y lo más sencillo, donde Teo, el hombre de su tiempo, de vida y polvos frenéticos, que todo lo hace deprisa y al día, descubrirá otro mundo de la mano de Emma, un mundo diferente, un universo lleno de colores, texturas y aromas, un mundo desconocido para él, que requiere reposo y lentitud, saboreando cada instante, cada momento, observando las cosas imposibles a la vista, utilizando de forma directa e intensa todos los demás sentidos, dejándose llevar por un mundo invisible, asombroso y solamente al alcance de aquellos que quieran explorarlo y sobre todo, explorarse. La película con un desarrollo desigual y a veces, demasiado reiterativo, funciona como una deliciosa y tierna comedia romántica, que critica con vehemencia el ritmo y la velocidad de la actualidad, con tiempos impuestos por esa carrera competitiva a ver quién vende más y trabaja más para vender más.

Otro de los puntos fuertes de la película es su visión sobre el mundo actual de los invidentes, pero no lo hace desde la compasión o el dramatismo, sino desde todo lo contrario, abriéndonos todos los ángulos posibles, sumergiéndonos en la vida de Emma, una ciega completamente independiente, que vive su profesión y su cotidianidad de manera natural, con los conflictos propios de alguien de su edad, que también da clases de francés a una adolescente que acaba de perder la vista, e incluso, juega al beisbol y siente que su vida cada día es una gran aventura. En cambio, Teo es un tipo con la quinta marcha todo el día, que nunca ha querido a nadie, y se debate entre un trabajo que le fascina, y esas amantes que le llenan ese vacío del que no sabe ni intenta querer a los demás, empatizar y sobre todo, mirar al otro, con sus defectos y virtudes, adaptándose al otro, sintiendo que una relación se construye a través del otro, caminando juntos y yendo desde el mismo lugar y compartiendo la alegría y la tristeza.

Una pareja protagonista sólida y cercana consigue convencernos e introducirnos en la trama de manera tranquila y sin demasiadas estridencias. Por un lado, tenemos la experiencia de una actriz sólida y convincente como Valeria Golino, que resuelve con acierto y sobriedad su ceguera y sus ritmos emocionales y demás, creando un personaje sincero y honesto que funciona como contrapunto perfecto al personaje de Teo, interpretado con solvencia y sinceridad por Adriano Giannini, un actor que tiene en su currículo a gente como Olmi, Tornatore o Minghella. Soldini construye una película ligera, pero con contenido emocional, que se ve con interés y emoción, aunque esa visión del hombre moderno en momentos resulta algo estereotipada, sin embargo, los mejores momentos de la película son los encuentros de Emma y Teo cuando se encuentran solos y van descubriéndose el uno al otro, abriendo su interior y disfrutando de aquello que son, con sus diferencias, peculiaridades y demás emociones. Quizás, la parte final de la película, cuando el personaje de Teo se enfrentará a sus propios espejos emocionales y tomará un rumbo que no esperaba, el conflicto adquiere su forma más atrevida y sincera, explorando aquellos lugares oscuros del alma humana, aquellos que nunca queremos visitar, aquellos a los que no somos capaces de enfrentarnos, lugares en los que anida lo mejor de nosotros aunque tengamos que sufrir para sacarlo a la superficie.

Trote, de Xacio Baño

ENTRE LA RAZÓN Y EL INSTINTO.

“El ser humano, tanto como el alimento y el sueño profundo, necesita escapar”.

W.H. Auden

La película se abre de forma aséptica y lúgubre, dejando clara su posicionamiento en su manera de abordar este relato familiar lleno de aristas, de silencios, y gestos a medio hacer o simplemente pensados, y no materializados, apoyados en las miradas y detalles de unos personajes callados, en que el silencio deviene una confrontación con los demás, con aquellos que se convierten en sus espejos fronterizos, como una forma de huida interior, de no enfrentarse a los demás, y sobre todo, a sí mismos, porque hay cosas que ya duelen sólo de pensarlas, por eso es mejor callárselas, no decirlas, guardarlas en ese interior que pelea incansablemente contra nosotros, contra nuestras ideas y decisiones, un interior que es salvaje y libre, todo lo contrario que ese mundo exterior, en el que todo y todos deben caminar por el sendero trazado, señalizado y normalizado. Xacio Baño (Xove, Lugo, 1983) ya había dado muestras de su talento como realizador desde el 2011 en los que viene construyendo una mirada muy personal y formalista, a través de cortometrajes aplaudidos a nivel internacional en lugares tan prestigiosos como Locarno, Bafici, Clermont Ferrand o Mar del Plata.

En su primer largometraje, el cineasta galego ha querido ir más allá, y salir de su caparazón narrativo, y aventurarse al exterior, observando el espacio interior, que ya había explorado en sus anterior trabajos, en contraposición contra el exterior, o lo que es lo mismo, la lucha interna del ser humano entre la razón y el instinto, entre el animal salvaje que anida en nuestra alma en constante y eterna lucha contra nuestra razón, con aquello que se espera de nosotros, con aquella que debemos hacer aunque no creamos ni sintamos, con ser uno más del rebaño y seguir las tradiciones o las imposiciones sociales, atados de por vida, a nuestra vida que no queremos, a esa casa rodeada de los nuestros, y a ese trabajo que se ha vuelto mecánica y aburrido. Baño y su coguionista Diego Ameixeiras (coautor entre otras de las interesantes La mujer del eternauta o María (y los demás)) enmarcan la película en esos 83 minutos tremendos y directos, enfrascados en un par de días, un fin de semana donde se celebra la “Rapa das Bestas”, una de tantas que se celebran a lo largo de Galicia, donde caballos salvajes se enfrentan en una dura batalla contra los hombres, para medir sus fuerzas, sus instintos y su pureza.

El lugar elegido es un pueblo del interior rodeado de montañas, donde estos personajes se mueven casi por inercia, guiados por sus razones, enfrascados en sus tareas cotidianas, imbuidos en sus caracteres, y en sus mentes, afinados en esas fronteras emocionales que han creado a su alrededor, infranqueables para el resto. Una forma dura, áspera y fría, completamente encima de los personajes, obra de Lucía C. Pan (que ya la conocíamos de su gran trabajo en Dhogs) en la que los encuadres radiografían desde lo más íntimo y personal a los personajes, capturando al detalle todas esas miradas y silencios que se van entretejiendo entre ellos, donde cada plano duele y nos somete a esa prisión interior que sus “incapacidades emocionales”, aquellas de las hablaba Bergman en su cine, han ido generando a lo largo de los años. Una familia en duelo, ya que la madre acaba de fallecer, una familia rota y aislada, en la que el tiempo y al distancia ha hecho mella en sus frágiles relaciones ya deterioradas desde mucho antes, con ese montaje de Álvaro Gago (colaborador de Marcos M. Merino, y director del celebrado cortometraje Matria) que ahonda en esa película troceada, no lineal, que profundiza aún más si cabe la distancia y falta de cariño y empatía que hay entre los componentes familiares.

Un reparto de pocos personajes y muy medido, que desprenden verdad por los cuatro costados, desde Carme, hilo conductor en la que se asienta todo el conflicto (estupenda la composición de María Vázquez, actriz menuda y dotada de una gran mirada que ensombrece a cualquiera) la hija que siempre ha estado a la sombra de todos, encerrada en ese espacio y herida en todos los sentidos, con unas ganas tremendas de huir, de escapar, de ser ella misma por una vez, a su lado, Ramón (el siempre conciso y sobrio Celso Bugallo) su padre, el hombre de la tierra, de los caballos, de tradiciones ancestrales y callado, con la visita de Luís (interpretado por Diego Anido que sabe sacar partido a alguien complejo y antipático) el hermano mayor que viene acompañado de María, su pareja (Tamara Canosa construye una mujer en medio de todo que intenta reconducir las no relaciones de ese entorno en el que ha caído sin quererlo. Un tipo igual de callado, ausente, que hace años dejó el pueblo y se ha mantenido en la distancia, dejándose llevar por su vida y aislado de su familia y el pueblo. Y por último, Fran, el panadero y jefe de Carme (Federico Pérez hace de ese hombre rudo, de pocas palabras y algo animal) que mantiene una relación de idas y venidas con la citada, en la que las emociones se amasan y se cuecen de manera mecánica. Y Marta, amiga de Carme (que interpreta Melania Cruz, una presencia sensible, veraz y amable que ya nos deslumbró en Dhogs) que se muestra cariñosa y cercana con esta mujer libre pero atada.

Baño nos sumerge en ese ambiente opresivo y opresor, en esos espacios construidos desde lo más cercano, desde la tierra y esa naturaleza indómita y salvaje que anida en esos ambientes, creando una atmósfera impenetrable emocionalmente hablando, donde todo se racionaliza, y se entiende, donde las cosas ya tienen su curso desde tiempos inmemoriales, en el que no se escucha el cuerpo y la carne, donde las relaciones son secas, abruptas, y brutales, totalmente faltas de empatía con el otro, convertido en un saco oscuro de carne y hueso donde golpear y castigar todo lo que se pueda, donde las heridas emocionales nunca se ven, pero son tan visibles para cualquier mirada que quiera detenerse y mirar a los ojos del otro, y de paso, a los suyos también, porque siempre hay tiempo de rectificar, de mirar hacia atrás, de mirarse en el interior y dar media vuelta, pararse y empezar de nuevo en otro lugar, con otra manera de mirar, y sobre todo, de relacionarse con los demás.


<p><a href=»https://vimeo.com/304335947″>Trailer TROTE</a> from <a href=»https://vimeo.com/aterafilms»>ATERA FILMS</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Entrevista a Alberto San Juan

Entrevista a Alberto San Juan, actor y codirector de la película «El Rey», en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alberto San Juan, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Apuntes para una película de atracos, de Léon Siminiani

EL CINEASTA Y EL ATRACADOR.

No se puede concebir ver y oír la realidad en su transcurrir más que desde un solo ángulo visual: y este ángulo visual siempre es el de un sujeto que ve y oye. Este sujeto es un sujeto de carne y hueso. Porque si nosotros en un film de acción también elegimos un punto de vista ideal y, por lo tanto, en cierto modo abstracto y no naturalista, desde el momento en que colocamos en ese punto de vista una cámara y un magnetófono, siempre resultará algo visto y oído por un sujeto de carne y hueso (es decir, con ojos y oídos).”

Pier Paolo Pasolini

La película nos da la bienvenida con la voz del propio autor explicándonos que siempre ha querido hacer una película de atracos, mientras vemos algunos de esos títulos clásicos que han creado su memoria cinematografía, como Rififí, de Jules Dassin, el clásico por excelencia del método del butrón (en el cual los atracadores utilizan el alcantarillado público para perpetrar sus delitos) también veremos secuencias de atracos de películas españolas como Apartados de correos 1001, de Julio Salvador, El ojo de cristal, de A. Santillán, Los atracadores, de Rovira Beleta o A tiro limpio, de Pérez-Dolz, entre otras, películas referentes para el autor que además, le sirven para introducirnos en su elemento esencial, el cine como reflejo de una sociedad y de su tiempo.

El autor es Léon Siminiani (Santander, 1971) que lleva dos décadas construyendo relatos de ficción, y también, de auto-ficción, enmarcados en el ensayo, en una simbiosis perfecta entre realidad y ficción, en la que nos introduce en su universo cinematográfico donde hay cabida para todo, para la ficción convencional, la autoreferencia, la vida propia, y sus acompañantes que van construyendo su propia realidad ficcionada a medida que avanza el metraje, en el que se interpretan a sí mismos y a otros, en un maravilloso y fascinante juego de espejos donde todo se cruza, y se retroalimenta, en que vida y cine acaban siendo uno sólo, y los dos elementos o medios se lanzan de la mano en pos de la historia que contar. Su serie de Conceptos clave de la vida moderna, con su grupo de cortometraje, evidenciaba esa forma tan natural y personal de abordar temas candentes de los tiempos de ahora, o en su trabajo en Límites 1ª Persona, en el que documentaba la última imagen del ser amado, en su cierre de aventuras junto, un viaje por el desierto. Todas estas reflexiones y pensamientos que ya anidaban en su cine, desembocaron en su primer largo, Mapa (2012) en el cual capturaba el final de una relación sentimental y el posterior desamor del protagonista, interpretado por sí mismo, que vivía su duelo a través de un viaje por la India.

Ahora, para su segundo largo, vuelve a transitar por sus lugares conocidos y nos sumerge en la historia de una amistad, entre el propio director y Flako, un atracador de bancos por el método del butrón, desde sus inicios, cuando supo de su existencia a través de los medios por su detención en el verano del 2013, pasando por sus correspondencias en forma de carta y visitas a la cárcel, hasta sus encuentros face to face cuando Flako empezó a disponer de permisos. Mediante un tono documental, entre la vida y el cine, Siminiani construye una película sobre la representación cinematográfica, cuando las imágenes ideadas no son posibles de materializarlas por no disponer de uno de los personajes en cuestión, también, sobre los límites del propio elemento cinematográfico, en que la visibilidad de ese mismo protagonista podría atentar contra sí mismo, en que la película a modo de diario-ensayo, como ya existe en buena parte del cine de Siminiani, va recogiendo todos los avances, obstáculos y pormenores de estos apuntes, que hace referencia a aquellas películas sesenteras de Pasolini amén de Localizaciones en Palestina para el evangelio según San Mateo (1965) donde recogía el viaje a Tierra Santa y las huellas de Cristo, en Apuntes para una película en la India (1968) viajaba hasta el país asiático para capturar su idiosincrasia, y finalmente, en Apuntes para una Orestíada africana (1970) explicaba los trabajos de preparación para la película frustrada que finalmente no pudo hacer.

Para Siminiani, el ensayo-prueba de la posible película se convierte en la película, donde convergen todo aquello que quería hacer, una película con atracos pasados, y atracadores presentes, y su modus operandi, tanto del atracador como del cineasta, donde la reconstrucción y reelaboración de la pre-película adquiere la dimensión de la película en sí misma, donde la reconstrucción de la biografía de Flako desde su infancia en Vallecas, la compleja relación con sus padres, y más con su progenitor, donde la figura paterna se erige como elemento distorsionador en la vida de Flako y su entorno, y su propio mito, acentúan más si cabe todo el entramado de Siminiani, en que director y personaje se acaban fusionando en uno mismo, en que se reflexiona sobre la paternidad y el legado a los hijos desde todos los ángulos posibles, de los padres ausentes, y los que vendrán, ya que Flako es padre y Siminiani lo va a ser.

Una película sencilla y personal, íntima y transparente, que registra el pre-encuentro y luego, la amistad construida, en el que hay fascinación y rechazo sobre alguien que atraca bancos con violencia y determinación, pero también, es un padre de familia y un esposo enamorado, y quiere llevar otra vida. La cinta rezuma verdad y ficción por los cuatro costados, en que también hay comedia y reflexión, tanto de los límites cinematográficos como de su representación, su reconstrucción y la propia ficción dentro del documento, donde todo se utiliza al servicio de la historia, en una película inquieta, llena de energía y magnética, en el que se narra el encuentro emocionante del cineasta que quiere contar su historia, la del otro y la suya propia, y la del otro, el atracador condenado que (que con esa máscara que utiliza para ocultar su identidad, aún los encuentros adquieres dimensiones más cinematográficas e íntimas) debe confiar y lanzarse al vacío para rememorar y reconstruir sus hazañas delictivas y reflexionar sobre sí mismo, y sobre su futuro.