Voces, de Ángel Gómez Hernández

EL MAL QUE NOS ACECHA.

“El mayor número de los males que sufre el hombre proviene del hombre mismo”

Plinio el joven

Desde el primer instante de Voces, la opera prima de Ángel Gómez Hernández (Algeciras, 1988), con ese niño extraño, pavoroso y anulado, hablando con la psicóloga, en esa habitación con los plásticos traslúcidos, los dibujos que se convertirán en esenciales para el relato, y ese aire mortecino que contamina todo el espacio, ya intuimos que el mal que acecha a esa casa y a ese niño, nada tiene que ver con las conclusiones que extrae la psicóloga cuando habla con los padres minutos después. Todo se desenvuelve con ese aire malsano, gris, con ese arranque desde el cielo, con la cámara descendiendo hasta esa piscina llena de hojas y troncos, donde hay una pelota roja flotando que el padre recupera. Un único espacio, apenas cinco personajes, y una casa, pocos elementos, y bien colocados, con una casa que entraña un misterio, un pasado que se irá desvelando, produciendo una serie de situaciones que desnudará emocionalmente a los personajes.

El director algecireño consiguió un enorme éxito con el cortometraje Behind (2016), quince minutos de auténtico pavor en el que, una madre obsesionada con su ex marido, protegerá a su hijo hasta las últimas consecuencias. A partir de un guión escrito por Santiago Díaz (que debuta en el cine después de haberse fogueado en series televisivas), Gómez Hernández construye un clásico cuento de terror, bien urdido y planteado, apoyándose en una premisa sencilla, una casa aislada con pasado oscuro, una joven familia que se dedica a reformar casas y luego venderlas, un niño aterrado porque unas voces misteriosas le impiden el sueño. El primer tercio, la película se apoya en los detalles, esa rendija por la que salen molestas moscas que no paran de zumbar, los sonidos extraños de los Walkie Talkie, la puerta de la piscina, y los testimonios del niño. En el segundo tercio del relato, aparecen Germán, experto en psicofonías (sonidos del más allá), y su hija, Ruth, que ayudarán a Daniel, el padre, a desentrañar que se oculta en el alma de esa casa que está provocando esos sucesos terribles. En el último tramo, descubrirán el mal que se oculta y lucharán contra él.

El inmenso trabajo de luz obra de Pablo Rosso (responsable de la exitosa saga Rec, y las siguientes películas de Balagueró y Plaza), que ya estaba en Behind, con esa luz densa, tenue y oscura, que irá transformándose a medida que avancen los descubrimientos de los protagonistas, o el exquisito trabajo de montaje de Victoria Lammers, esencial en este tipo de películas, donde sugerir es más importante que mostrar. Gómez Hernández no oculta sus “padres cinematográficos”, como la pareja que pierde a sus hijos de Amenaza en la sombra, la casa encantada de Al final de la escalera, los fenómenos extraños de Poltergeist, y esa deuda con el cine de terror patrio, con La residencia, de Chicho Ibáñez Serrador, auténtico alma mater para muchos cineastas españoles, con las ya comentadas Rec, Los sin nombre, de Balagueró, donde ya encontrábamos una madre que perdía a su hija, Los otros, de Amenábar, y las recientes Verónica, de Paco Plaza y Malasaña, 32, de Albert Pintó, tres cuentos de terror donde se jugaban mucho con las casas encantadas, todos esos elementos y huellas aparecen en la película.

Voces no oculta sus referencias, sino todo lo contrario, las muestra sin pudor,  y consigue lo más difícil, las sabe hacer suyas y dotarlas de un aire diferente y muy personal, creando esa atmósfera de terror puro, jugando con aquello que escuchamos y no vemos, adentrándonos en ese mundo oculto que hay detrás de todo lo que aparentamos ver, a través de la cotidianidad de una búsqueda en los infiernos que se encuentran en nuestro interior, lanzándose a esos abismos que también somos nosotros. Un buen reparto, que da esa naturalidad y aplomo que tanto demanda la película, con Rodolfo Sancho, convertido en un actor de raza, que sabe sacar un gran provecho de su mirada y su voz, bien acompañado por Belén Fabra, afianzada por esa mirada penetrante, son el matrimonio y los padres de Lucas, interpretado por el niño Lucas Blás, que a pesar de las dificultades de su personaje, lo saca con inteligencia y altura, y los dos forasteros que ayudarán a la familia, Germán, que interpreta un siempre convincente y maravilloso Ramón Barea (con ese pasado turbio que ayuda aún más si cabe a la oscuridad del relato, y su hija, Ruth, que hace con convicción Ana Fernández, y una breve aparición de Javier Botet, que ya estaba en Behind, convertido en un intérprete fetiche para muchos de los recién llegados al terror y fantástico español.

En el apartado de debes de la película, podríamos añadir un uso excesivo del volumen de sonido, heredado de algunas producciones estadounidenses, que buscan el susto del espectador a través del excesivo sonido, aunque esa parte no empaña el resultado global de la película, que siendo la primera incursión en el largometraje de Gómez Hernández, sabe contagiarnos de ese espíritu oscuro y malsano que atraviesa toda la película, sumergiéndonos en las profundidades del más allá, a partir de la serenidad y la paciencia, que tanto se agradecen en este tipo de películas, una calma necesaria para ir descubriendo todo aquello que se oculta, todo aquello que provoca los males del exterior, deteniéndose en las pistas y detalles que pululan por la casa y envuelven a los personajes, creando una buen cuento de terror, saldándose como un relato de de terror bien contado, que ni engaña ni resulta tramposo, muy entretenido y con carácter, augurando, quizás, el nacimiento de un nuevo director español interesado por el terror y el fantástico, que es capaz, con poco, llegar a lugares muy interesantes y oscuros para el género. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

1917, de Sam Mendes

UN PASEO POR EL INFIERNO.

“Descubrir un sistema para evitar la guerra es una necesidad vital para nuestra civilización; pero ningún sistema tiene posibilidades de funcionar mientras los hombres sean tan desdichados que el exterminio mutuo les parezca menos terrible que afrontar continuamente la luz del día”

Bertrand Russell

El interior de la guerra ya había sido tratado por Sam Mendes (Reading, Berkshire, Inglaterra, 1 de agosto de 1965) en Jarhead (2005) en la que ponía el foco en un grupo de soldados estadounidenses destinados en la guerra del golfo que, mientras esperan entrar en combate, mataban el tiempo jugando, confraternizando y esperando. Después de dos películas dedicadas a James Bond, como fueron Skyfall (2012) y Spectre (2015) elogiadas por la crítica, el director británico vuelve a posar su mirada en la guerra, yéndose esta vez a la “Gran Guerra”, la primera Guerra Mundial, donde nuevamente apenas si vemos al enemigo, pero al contrario que en su anterior incursión en el bélico, esta vez sus soldados si entran en el interior de la guerra, en su parte más cruda y desgarradora.

La película arranca un día de la primavera de 1917, cuando dos jóvenes soldados británicos, Schofield y Blake, reciben una misión completamente suicida, a contrarreloj, en que el tiempo es otro enemigo, en la que deberán adentrarse en territorio enemigo para entregar un mensaje crucial para salvar la vida de cientos de soldados, entre los que se encuentran el hermano mayor de Blake. Si bien, el conflicto que plantea la película se convierte en una mera excusa con el que nos adentraremos a través de estos dos soldados en el horror y la miseria de la guerra. Mendes construye una película de acción pura y dura, donde los soldados, en su largo caminar, recorren unos cuántos kilómetros, en los que atravesaremos larguísimas trincheras que parecen no tener fin, pueblos en ruinas y la sensación de que en cualquier momento algo terrible va a suceder, lugares en que el director británico adapta ese movimiento a un plano secuencia que sigue impertérrito a sus personajes, vayan donde vayan y crucen por donde crucen, en un magnífico trabajo técnico que sigue sin descanso lo que va sucediendo, en ese largo día donde se acota la película, donde seguiremos sin respiro las caminatas y desencuentros de los dos soldados protagonistas.

La película nos muestra lo colectivo y lo íntimo de la guerra, todo aquello que quedará reflejado en los libros de historia, cuando se reconquistó aquel lugar o aquel otro, pero también se detiene en la intimidad de los personajes, en todo aquello que son, de dónde vienen, que familias o amigos dejaron en sus hogares, y que ilusiones o sueños albergan cuando todo ese infierno finalice. La cinta combina con audacia y detalle los momentos bélicos, desgarradores y siniestros, con esa humanidad que va escapándose como la amistad y la fraternidad entre los soldados, la esperanza que saca fuerzas donde ya no las hay, algún leve resquicio de amor, alguna canción escuchada en hermandad o la vida que nace entre tanta oscuridad. Mendes escribe un guión junto a Kristy Wilson-Caims (que conocemos por la serie Penny Deadful) que recuerda a aquella misión donde el Capitán Willard tenía que cruzar campo enemigo en la guerra del Vietnam para dar con el Coronel Kurtz en la inmensa Apocalypse Now, de Coppola, estructura parecida a 1917, que nos habla de rostros y cuerpos, y sobre todo, nos hace una descripción detallada de la supervivencia en la guerra, de todo aquello que hacen estos soldados para seguir con vida y cumplir la misión que se les ha encomendado, en este viaje por el infierno, donde sabemos cuando comienza pero no como acaba.

Los 119 minutos del metraje pasan a un ritmo trepidante, en su tensión y atmósfera recuerda sobremanera a Dunkerke, la película de Nolan, ambientada en la famosa batalla de la Segunda Guerra Mundial, donde nos desplazábamos por ese universo del horror donde en cualquier instante podríamos perder la vida, donde cada segundo contaba, en el que la vida y la muerte parecían la misma cosa, en la que también se fusionaba a la perfección lo colectivo con lo individual. Mendes se reúne con algunos de sus colaboradores más estrechos en su carrera como Roger Deakins en la cinematografía (habitual de los Coen o Villeneuve) haciendo alarde de su grandísima maestría a la hora de elaborar una película desde ese brutal plano secuencia que no solo resulta el elemento indispensable para contar este relato de movimiento y paisaje, sino su capacidad para ir generando la tensión y el horror que la historia reclama. En el montaje, también fundamental, encontramos a Lee Smith, uno de los grandes en la materia y habitual de Mendes, así como de Nolan o Weir, y la brillantez de la música de Thomas Newman, con más de 100 títulos a sus espaldas, llenando esa pantalla desde lo grandioso a lo íntimo.

Mendes convoca a dos rostros jóvenes para el dúo protagonista como George Mackay que interpreta al Cabo Schofield (visto en películas como Captain Fantastic o El secreto de Marrowbone, entre otras) y Dean-Charles Chapman como el Cabo Blake (uno de los intérpretes de la exitosa serie Juego de Tronos) y actores más experimentados en roles más breves pero intensos como el actor irlandés Andrew Scott que ya estuvo con Mendes en Spectre, Benedict Cumberbatch y Colin Firth. 1917 devuelve al gran cine a Sam Mendes, aquel que nos deleitó con títulos como American Beauty, con la que debutó, Camino a la perdición o Revolutionary Road, un hombre que compagina con acierto una carrera de cine, teatro y televisión, convirtiendo el octavo trabajo de su cinematografía en uno de los grandes títulos bélicos de la historia y sobre todo, los dedicados a la Primera Guerra Mundial como El gran desfile, Sin novedad en el frente, Adiós a las armas, Las cruces de madera, Senderos de gloria, Gallipoli o Capitán Conan, por citar algunas, todas ellas grandes películas que explican la crudeza y el horror de la guerra, lugar donde no hay ni épica ni ningún tipo de glorificación ni nada por el estilo, solo una realidad atroz y sangrienta que siega la vida de tantos jóvenes, jóvenes que encuentran hambre, suciedad, fatiga, barro, miedo, dolor, tristeza y muerte. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El silencio del pantano, de Marc Vigil

LAS MISERIAS DEL PODER.

“Valencia nunca ha sido una ciudad marítima. Es una urbe fluvial construida sobre un descomunal pantano. Y que el pantano ya no se vea no quiere decir que haya desaparecido. La única diferencia es que está más abajo. Sigue dando su fango para hacer ladrillos con los que construir edificios junto al mar, parques temáticos, complejos culturales y, al final, la ruina y el sonrojo. Es un cenagal que abona la codicia, el orgullo o el odio, para que florezcan la envidia, el rencor, la violencia y la muerte”.

La serie Crematorio (2011) de los hermanos Jorge y Alberto Sánchez-Cabezudo, partía de la novela homónima de Rafael Chirbes, para trazar un relato intenso y magnífico sobre las oscuras relaciones entre la política y la corrupción en un lugar ficticio de la Comunidad Valenciana, en el que quedaba demsotraba que el thriller era el mejor vehículo para desarrollar tramas sobre tantas miserias y violencias, erigiéndose en la primera obra de ficción en fijar su mirada en ese lugar endémico de corrupción. Unos años atrás, Enrique Urbizu con La caja 507, ya se había centrado en las relaciones fangosas entre política, terrenos y corrupción.

En el 2018, curiosamente se estrenaron dos cintas que abarcaban de manera directa y extraordinaria las conexiones entre política y corrupción en tierras valencianas a través de El desentierro, de Nacho Ruipérez y El reino, de Rodrigo Sorogoyen, dos muestras muy interesantes de la amalgama de poder, mentiras y corrupción de cierto partido político, de sobra conocido por todos,  en la zona valenciana. Partiendo de estas premisas, y basándose en la novela homónima de Juanjo Braulio, y un guión escrito por Carlos de Pando y Sara Antuña (ambos con amplia trayectoria en series) convertidos  en los elementos que se hace servir para su puesta de largo Marc Vigil (Avilés, 1975) creador consumado que lleva 15 años dirigiendo series como Siete vidas, Aída, Águila Roja o El ministerio del tiempo, entre otras. El director asturiano nos presenta a Q, un escritor de éxito que está enfrascado en la escritura de su tercera novela de crímenes y las conexiones que se irán produciendo con la trama corrupta.

El guión plantea que la trama ficticia de la novela se confunda y mezcle con la real, en la que el personaje de la novela secuestra a un político, ahora convertido en respetado profesor pero con pasado turbio de consejero de la Generalitat en el que, entre otras cosas, lavaba dinero negro venido del narcotráfico. Secuestro inesperado que alterará a todos los personajes en cuestión, una circunstancia que hace saltar las alarmas al gobierno de ahora, compañeros de partido que necesitan que todo ese pasado oscuro siga enterrado para que no los incrimine, pero para salvaguardarse las espaldas, moverán a La Puri, una gitana jefa del clan de la droga a través de un bar del Cabanyal, y está, a su vez, pondrá en acción a Falconetti (nombre que muchos recordarán como el siniestro villano de la mítica serie Hombre rico, hombre pobre) un gitano duro y violento que no se anda con hostias.

Vigil maneja muy bien un guión lleno de secretos, grandes giros de guión y una trama interesante, que va creciendo con sigilo y laberíntica, con esos personajes de toda índole que, a todos les une esa desmesurada ambición que los llevará a cometer los actos más viles y canallas. Por un lado, gentes con traje que dirigen el poder, empresarios y políticos, y por el otro, gentuza de la peor calaña que maneja los hilos de la droga en los barrios más deprimidos. Frente a ellos Q, ese enigmático escritor que parece llevar muy lejos su oficio e involucrarse demasiado en sus tramas. Quizás es esa parte la menos atractiva de la película, la trama del escritor, que sin ella, la película funcionará igual de bien, bien apoyada en la búsqueda incesante y maligna del tal Falconetti por dar con el empresario desaparecido, que no tiene fin, que cada vez va a más, sin camino de retorno, utilizando esa violencia seca, durísima y brutal para conseguir sus objetivos siniestros. Vigil comparte este viaje de su primer largometraje con algunos de sus colaboradores más fieles en el medio televisivo, desde los guionistas, hasta la luz de Isaac Vila, la edición de Josu Martínez, el sonido de Sergio Bürmann, y la incorporación a este equipo de la música de Zeltia Montes, que después de su grandioso trabajo en Adiós, de Paco Cabezas, sigue en el thriller asfixiante, muy negro y humano.

El silencio del pantano es un intenso y trágico descenso a los infiernos, jugando muy bien sus bazas, no da más de lo que pretende, y se centra en contarnos un relato lleno de poderes, miserias y terror en que la corrupción se ha convertido desgraciadamente en el mal endémico con el que se identifica el país. La película consigue una atmósfera y una ambientación digna de los grandes títulos del género como aquellos que se produjeron en EE.UU. durante la gloriosa década de los setenta, donde se daba buena cuenta de la sociedad y la política a través de los putrefactos tejemanejes del poder. La película de Vigil entra de lleno en los grandes títulos del cine español de los últimos años en el terreno noir, por su trama y aliento, bruto y violento, agrupando un excelente reparto encabezado por un digno Pedro Alonso como el escritor oscuro, el convincente José Ángel Egido como político corrupto, la inmensa Carmina Barrios como La Puri, los jóvenes Zaida Romero (vista en Carmen y Lola) y Àlex Monner, como patas de la gitana matriarca, y por último, un  extraordinario Nacho Fresneda dando vida a ese Falconetti, con esa cicatriz que el cruza la cara que ya lo define como lo que es, alguien violento y sin escrúpulos, brazo ejecutor de esta maraña de poderes en la sombra, siendo el gran acierto del reparto, un actor de raza y sangre capaz de hacerse con cualquier personaje. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La trinchera infinita, de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga

30 AÑOS DE OSCURIDAD.

A finales de los sesenta, con la ley franquista que amnistiaba todos los delitos cometidos durante la guerra, empezaron a aparecer casos de hombres ocultos en falsas paredes en sus propias casas escondiéndose para no ser represaliados por el franquismo. Los topos, ensayo periodístico obra de Jesús Torbado y Manuel Leguineche daba buena cuenta de todas aquellas personas vinculadas con la República que se ocultaron en sus casas. Un libro que daba buena cuenta del miedo y la realidad de las dos Españas durante la dictadura de Franco. Una de las películas que daba buena cuenta de estos hechos fue Mambrú se fue a la guerra (1986) de Fernando Fernán Gómez, donde se explicaban los sucesos de Emiliano, oculto en su casa, después vino Los girasoles ciegos (2008) basada en la novela de Alberto Méndez, en que José Luis Cuerda, en la que un hombre también se escondía en su casa, y finalmente, 30 años de oscuridad (2011) de Manuel H. Martín, que a través de la animación, y con la voz de Juan Diego, nos contaban el caso real de Manuel Cortés, antiguo alcalde de la localidad malagueña de Mijas, que al acabar la guerra civil, estuvo oculto en su casa. Misma experiencia real ha servido de guía para los directores Jon Garaño (Donosti, 1974) Aitor Arregi (Oñati, 1977) José Mari Goenaga (Villafranca de Ordicia, 1976) para desarrollar su cuarto largometraje de ficción, La trinchera infinita, con un gruión que firman Luiso Berdejo, especialista en el cine de terror, y Goenaga, donde colocan el foco en la vida de Higinio Blanco, un republicano que se esconde en su casa con la ayuda de su mujer Rosa y permanece en ese agujero-zulo durante treinta años.

Los tres directores guipuzcoanos llevan desde el 2007 en la que alumbraron el documental Lucio, una trayectoria muy ascendente convirtiéndose en tres miradas muy interesantes y reflexivas de la cinematografía actual. A Lucio, retrato sobre la vida de un anarquista, le siguieron 80 egunean (2010) retrato de la amistad y el amor de dos septuagenarias, con Loreak (2014) rompieron la baraja con una historia sencilla y profunda sobre la relación de tres mujeres solitarias y las flores, la buena estrella les acompañó con Handia (2017) donde rescataban la vida de “El gigante de Altzo”, un hombre que alcanzó la estatura de 230 cm, que le valió salir de su aldea en compañía de su hermano y recorrer mundo a finales del XIX. Obras rodadas en euskera, de gran belleza visual y técnica, intérpretes vascos poco conocidos, y relatos de fuerte carga emocional sobre la condición humana. Ese gran camino lo continúan con La trinchera infinita, rodada en andaluz, y ambientada en aquella Andalucía de 1936, un polvorín en toda regla, donde la República agonizaba y los nuevos “jefes” aterrorizaban la zona, cazando “rojos” e implantando un régimen de terror, vengativo y asesino.

Higinio se esconde en su casa, en un agujero-zulo donde escapar de las garras franquistas. Los tres realizadores vascos plantean una película muy profunda e intensa bajo la mirada del propio Higinio, a través de los agujeros estratégicos por los cuales mira esa vida que se está perdiendo, la que no vive, la que no está, como le reprochará su mujer Rosa en algún momento. Seguimos la cotidianidad de un hombre encerrado en un cubículo, con poca luz, en el que la indefensión a ser descubierto, como ese miserable vecino, uno más del nuevo régimen autoritario, clama venganza y no cejará en su empeña de verlo muerto. Las dos vidas que separan a este matrimonio, esas dos realidades que viven, convirtiendo el exterior en un espacio siniestro, de sombras y sobre todo, de miedo, ese miedo que puede colarse en cualquier instante en sus vidas, en el interior de su casa. Una película de susurros, de vidas agitadas, en constante tensión, llenas de horror y miedo, cargadas de una esperanza que con el paso de los años, y disipándose esa ayuda internacional tan ansiada, se irá recomponiendo en una realidad miserable, donde las relaciones harán mella en el matrimonio, y los conflictos, a más con la llegada del hijo, se envolverán en un aura de amargura y soledad.

Con esa luz velada y sombría obra de Javier Agirre, cómplice en la obra de los directores, una luz que recorre los diferentes espacios de esa casa, donde la poca luz del agujero, o la escasa vela de las noches, se convierten en la única esperanza, eso sí, muy leve y casi imperceptible, en la única compañía de estos vencidos casi derrotados, a los que el paso del tiempo obligará a mantenerse en pie con extremas dificultades. El minucioso montaje de otros colaboradores del equipo como Raúl López y Laurent Dufreche mantienen el ritmo cansino y terrible que constantemente azota las pobres vidas de Higinio y Rosa, marcando con elegancia y agilidad los diferentes tiempos en los que se va desarrollando la película, con ese sonido obra de Alazne Ameztoy e Iñaki Díez, otro cómplice, en un minucioso trabajo en que el sonido se va maleando según conveniencia de forma sensitiva y elegante, en que la música delicada y suave de Pascal Gaigne, uno más de este excelso equipo, en la que los éxitos de música pop como Campanera, de Ana María o La vida sigue igual, de Julio Iglesias, entre otros, nos van abriendo las diferentes épocas a lo largo de las tres décadas que abarca la narración fílmica, con esas definiciones acertadas de varios términos, que actúan a modo de capítulos, que cobran importancia en el relato como oculto, desenterrar, etc…

Una película de estas características basada en el relato y en los personajes debía de tener una ambientación exquisita como la que atesora, unos secundarios de órdago como los que aparecen y una pareja protagonista como Antonio de la Torre, demostrando una vez su extensa versatilidad y su talento para descubrirnos el alma de un Higinio que va minándose con el tiempo, alguien que se va agujereando la vida y convirtiendo su cotidianidad en un pozo muy oscuro. A su lado Belén Cuesta, habituado a los roles cómicos, aquí rompe todas las reglas y alza a Rosa a los altares de la interpretación abriéndonos a una mujer sencilla, costurera, con una bondad a prueba de bombas, que deberá sortear las habladurías del pueblo, lidiar con los miserables franquistas en forma de chivatos o guardia civiles que quieren atentar contra su condición de mujer sola, y sobre todo, relacionarse con un hombre que no está, oculto en las sombras y llevar hacia adelante un hijo que a su debido tiempo hará preguntas demasiado incómodas que la llevarán a respuestas muy dolorosas.

Una película magnífica y compleja, llena de alma y miserias, indagando en las emociones de ese matrimonio que capea como pueden tantos sinsabores y soledades, unas épocas mejor que otros, viendo como sus vidas se han detenido y continúan casi por inercia, llevada por un imponente ritmo sus 147 minutos de metraje, con momentos tristes, alegres, oscuros o muy oscuros, que nos habla con sensibilidad y conmueve con este retrato sobre todo lo que se perdió, sobre aquellos que tanto perdieron y cómo afectó a sus vidas o a sus existencias, y lo hacen a tumba abierta deteniéndose en tantas barbaridades cometidas por el franquismo, a través de los vencidos de la guerra, de tantos derrotados que desaparecieron para continuar viviendo, aunque tuvieron que pagar un altísimo precio como simplemente respirar y no estar, alejados de sus familias aunque las tuvieran al otro lado de la pared, vidas tristes, oscuras, con ese miedo que se pega a las entrañas y no te deja viví, ni respirá ni ná de ná. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ana Fernández

Entrevista a Ana Fernández, actriz en la película “Abuelos”, de Santiago Requejo. El encuentro tuvo lugar el jueves 3 de octubre de 2019 en los Jardines del Palau Robert en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ana Fernández, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Entrevista a Santiago Requejo

Entrevista a Santiago Requejo, drector de la película “Abuelos”. El encuentro tuvo lugar el jueves 3 de octubre de 2019 en los Jardines del Palau Robert en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Santiago Requejo, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Entrevista a Carlos Iglesias

Entrevista a Carlos Iglesias, actor en la película “Abuelos”, de Santiago Requejo. El encuentro tuvo lugar el jueves 3 de octubre de 2019 en los Jardines del Palau Robert en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carlos Iglesias, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Abuelos, de Santiago Requejo

TRES HOMBRES Y UN DESTINO.

‘‘Cuando la experiencia ya no cuenta, emprender es el camino”.

Isidro tiene 59 años y lleva dos años intentando trabajar pero no hay manera, la edad es un problema ya que las empresas quieren gente joven, como ejemplifica el arranque de la película con esa secuencia humillante en el que Isidro se enfrenta a las nuevas formas y tácticas laborales para captar empleados. Arturo es un maduro escritor de novelas románticas que vive plácidamente en su reclusión de soltero empedernido, cuando un día se presentan en su casa una hija y su nieta de las que desconocía su existencia. Desiderio es un jubilado apañado que desea fervientemente ser abuelo. Los tres son amigos de hace muchos años. Los tres unirán sus fuerzas para montar su propio negocio, no será nada fácil, pero con ilusión, fuerza y muchísimas ganas harán lo impensable para abrir su guardería. La puesta de largo de Santiago Requejo (Plasencia, 1985) mira a las personas mayores, a las personas en ese intervalo de vida en el que todavía no son tan mayores como para no trabajar, pero tampoco tienen esa edad que encaje en un mercado laboral exigente, cambiante y sobre todo, joven. Requejo se detiene en ese grupo de personas que los hijos utilizan para cuidar de sus hijos o pedir ayuda cuando la necesitan, personas para echar una mano, y nada más.

La película se mueve en ese tono ligero y amable, eso sí, no se trata de una comedia sin más, si no en algo más, en algo más profundo, en un relato que ahonda en la tragedia que sufren tantas personas mayores cuando son literalmente desplazadas del trabajo, y por lo tanto de la vida, todo ese grupo de personas que con la crisis se vieron forzadas al desempleo y convertirse en meras comparsas de sus familias y sobre todo, de sus vidas. El director placentino mira con sinceridad y honestidad a sus personajes, sumergiéndonos en su oscura cotidianidad, una realidad triste y solitaria para muchos de su edad, pero no lo hace de manera condescendiente, sino todo lo contrario, haciendo de su difícil empresa contra viento y marea su razón de ser, de volver a sentirse útil, de volver a vivir. Seguiremos con atención su pericia en el mundo de los emprendedores, desde que tienen la idea, la respuesta de sus allegados, el conocimiento del universo “coworking” o las ideas de negocio y la puesta en marcha de su empresa que necesitan de la mano de Bruno, uno de los ases de la expendeduría.

Requejo construye un relato humanista e íntimo en el que mezcla con acierto y sabiduría a estos tres amigos con los avatares de su posible negocio con su intimidad en el hogar, en la que Isidro tendrá tensiones de pareja con su mujer Amalia en la forma de encarar la idea del negocio y cómo afecta a su matrimonio. Arturo más de lo mismo con su nueva función de padre y abuelo y las difíciles relaciones con su hija Violeta y el cargo de su nieta. Desiderio en su afán de ser abuelo deberá dar cobijo a su hijo y nuera ya que la situación económica de ambos es nefasta, y mientras, sin comerlo ni beberlo, conocerá a Teresa, una mujer que le despertará sentimientos que creía olvidados desde que quedó viudo. Es de agradecer que un director debutante vire su película a la gente mayor, a ese grupo de personas que todavía tienen muchas cosas que decir y que hacer, mirándolas de frente y con veracidad, en una cinta que profundiza con talento y humildad, sin caer en sentimentalismos baratos de otras producciones, en los problemas de aquí y ahora que viven en su cotidianidad, la falta de empleo, el cuidado de los nietos, las distensiones de pareja, la soledad, el mirarse al espejo y no sentirse inútiles, y las ganas de empezar de nuevo, de encarar la vida, de plasmar las ideas por muy descabelladas que en un principio parezcan. La película se centra en ellos, les da ese protagonismo necesario, y los convierte en el centro de la acción, emergiéndolos a una posición en primera línea que en muchas otras películas les relegan a una terna secundaria o de simple acompañamiento.

Un reparto bien ajustado y sobrio que interpretan con dignidad y aplomo Carlos Iglesias dando vida a Isidro, el timón de todo este tinglado, Roberto Álvarez como Arturo, ese maduro seductor que se envuelto en el berenjenal de ser padre y abuelo de un día para otros, y Desiderio, ese jubilado que quiere ser abuelo y tendrá que ser primero padre y luego novio. Bien acompañados por Ana Fernández como Amalia, Mercedes Sampietro como Teresa, Clara Alonso como Violeta y Eva Santolaria como nuera de Desiderio, que lo entiende mucho más que su propio hijo, y finalmente, un simpático Raúl Fernández de Pablo como ese emprendedor que se come el mundo pero en el amor no da una. Requejo ha compuesto con humanidad y sensibilidad una historia real y de ahora, con esos toques de comedia necesarios y valientes, que ayudan a mirar mejor la película, con esa mirada tragicómica que tiene la existencia humana, y sobre todo, la empresa que tienen entre manos estos tres amigos maduros, que no es nada fácil, pero tampoco es tan tarde para emprenderla ni mucho menos tan difícil. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El blues de Beale Street, de Barry Jenkins

CONFÍA EN EL AMOR.

“No puede cambiarse todo aquello a lo que te enfrentas, pero nada puede ser cambiado hasta que te enfrentas a ello”

James Baldwin

“Beale Street” es una calle de Memphis (Tennessee) cuna de la música negra, aunque James Baldwin (1924-1987) la localiza en su novela If Beale Street could talk, en una calle del Harlem de los años setenta, un espacio que podría ser cualquier calle del país, una calle donde viven afroamericanos, una calle donde la vida se evapora a cada segundo, donde las oportunidades de prosperar son demasiado ínfimas. Baldwin fue un reputado escritor, su novela inacabada Remember This House, fue llevada al cine por Raoul Peck en el 2016, en el documental I Am Not Your Negro, donde también se hablaba de la vida intensa en los 60 como activista de los derechos civiles de Baldwin. Barry Jenkins (Miami, EE.UU., 1979) que consiguió un gran éxito de crítica y público con su segundo trabajo Moonlight (2016) en la que recogía partes de su vida para retratar tres instantes en la existencia de un joven de Miami. Su tono intimista y humanista, acompañado de unas interpretaciones muy sobrias, le convirtieron en uno de los cineastas más prometedores del actual panorama estadounidense, que validó su primer trabajo Medicine for Melancholy (2008) una película romántica sobre dos jóvenes enamorados en Los Ángeles, filmada con escaso presupuesto.

Ahora, Jenkins se enfrenta al texto de Baldwin, un libro escrito en 1974 en el retiro francés del escritor afroamericano, construyendo una historia que continua su tono conciso e intimista, centrándose en una joven pareja enamorada del Harlem de los 70, Tish, ella de 19 años, y Fonny, el de 22, una historia de amor de verdad, apasionada, delicada y llena de dulzura, como demuestra el excelente arranque de la película, cuando vemos a la joven pareja adentrándose en un parque y bajando sus escaleras, mientras comparten esas miradas cómplices y tiernas, tan propias de la primera vez, de ese primer amor puro, natural y libre. Todo parece estar bien, a pesar de ser tan jóvenes, su amor los hace mejores, más libres y más seguros de sus vidas, a pesar de las dificultades. Aunque, todo se tuerce, todo cambia, y para mal, cuando una joven portorriqueña acusa de violación a Fonny y es encarcelado a la espera de juicio. Tish con la ayuda de su familia, removerá cielo y tierra para probar la inocencia de su amor.

Jenkins da la palabra y el relato a Tish, ya que a partir de su voz en off y sus pesquisas iremos descubriendo el relato, con continuos flashbacks, idas y venidas que nos irán llevando por sus primeros instantes de amor, su primera relación sexual, el embarazo de Tish cuando Fonny ya está en la cárcel, la relación con su familia y el encuentro de las dos familias, el reencuentro con el viejo amigo que acaba de salir de la cárcel, la imposible búsqueda de un apartamento en Green Village, y sobre todo, los prejuicios raciales, la falta de oportunidades vitales y laborales, y el estigma y el rechazo de los blancos hacia los afroamericanos. Pero todo se hace evidente sin serlo, mostrando la injustica sin caer en el panfleto, sino a través de estas dos vidas intimas y las de sus familias, reconstruyendo esa atmósfera de manera sutil, mostrando sin mostrar, dejando que los las circunstancias personales y sus deseos y (des) ilusiones nos lleven de la mano, agarrándonos fuerte o casi dejándonos ir, según el instante, ya que Jenkins nos lleva por ese Harlem pobre, vacío, dejado y triste, con las excelentes fotografías de DeCarava, que también retrató esa sensación de prisión en tu propio país, con la continua amenaza y falta de libertades, como algunas de las maravillosas melodías que escuchamos durante el metraje.

La excelente e intensa banda sonora de Nicolas Britell (que ya había trabajado con Jenkins en sus dos primeras películas) contribuye a crear esa atmósfera sucia, agobiante y romántica que tiene la película, que en algunos pasajes recuerda a la melancolía y potencia que tenía la compuesta por Bernard Herrmann para Taxi Driver, donde también mostraba la tristeza y la miseria del New York setentero. Y qué decir de la asombrosa y asfixiante luz de ese Harlem agridulce que nos muestra el camarógrafo James Laxton, como el preciso y calculado montaje obra del tándem Joi McMillon y Nat Sanders, todos ellos repitiendo en el universo de Jenkins. Un maravilloso reparto encabezado por la debutante Kiki Lane dando vida a esta heroína urbana y sencilla que es Tish, bien acompañada por Stephan James como Fonny, la elegancia y esas miradas de Regina King como la madre de Tish, con ese momentazo que tiene en Puerto Rico, y el resto del elenco, que interpretan con naturalidad y sentimentos sus diferentes roles, creando esas familias rotas pero resistentes frente a las adversidades injustas de una sociedad enferma y brutal contra aquellos que son diferentes.

El cineasta afroamericano ha tejido con paciencia y sensibilidad una cinta hermosísima en sus detalles y magnífica en su contenido, que nos invita a un viaje a nuestros sentidos, a través del amor de Tish y Fonny, a ese amor que alguna vez hemos vivido y nunca conseguiremos olvidar, pero también, a esa parte más dolorosa de la vida, cuando las cosas se tuercen, cuando la oscuridad y el mal se empeñan en hacernos las cosas más difíciles, en que la película se adentra en el cine negro o incluso de investigación, a contra reloj, ya que la vida de Fonny anda en el alambre, donde se nos habla de un mundo, que desgraciadamente continúa vigente en la actualidad, como desgraciadamente intuía Baldwin, donde los derechos de los más desfavorecidos siguen siendo pisoteados y anulados en el país que aire la bandera de la democracia y la libertad. Jenkins habla de la vida, del amor, de resistir frente a todos y todo, confiando en el amor, en nuestros sentimientos, y en apoyarse sin condición en aquellos que nos dan la vida, que nos sacuden el corazón y nos levantan el alma, porque un personaje como Tish que a sus 19 años, embarazada y sin su amor, se enfrenta a sí misma, a los prejuicios sociales, siempre con esa sonrisa que llena la pantalla y todo lo demás.

 

Tiempo después, de José Luis Cuerda

EL MUNDO, MIL AÑOS ARRIBA, MIL AÑOS ABAJO.

Aunque José Luis Cuerda (Albacete, 1947) haya tocado muchos palos en su filmografía que se remonta allá por el año 1982, adaptando a autores de la talla de Manuel Rivas, Alberto Méndez o Wenceslao Fernández Flórez, en películas con bastante éxito de crítica y público, su peculiar humor y sarcasmo han creado de él un cineasta de culto en esas comedias irreverentes y surrealistas, donde da rienda suelta a su forma muy personal de mirar las vicisitudes del hombre y la mujer moderna, enfrascado en aventuras apocalípticas o no, en un entorno a cada cual más disparatado y absurdo, eso sí, muy crítico con la sociedad actual, esa con la que nos cruzamos a diario. Quizás para hablar de Tiempo después, es de recibo remontarse a sus primeros síntomas, a sus orígenes, a la película Total, realizada para televisión en 1983, donde el año en cuestión era el 2598, año más o año menos, donde en un pueblo muy castellano y cerraíco, un pastor nos explicaba los sucesos extraños que se habían dado antes que acabara el mundo hace tres días y en Londres. En 1989, se estrenaba Amanece, que no es poco, siguiendo ese tejido de sátira, de absurdo y surrealismo, muy de Baroja y Valle-Inclán, nos volvía a sumergirnos en un pueblo muy castellano, donde llegaban dos seres en motocarro, padre e hijo, y se encontraban con un entorno excesivamente raro, como hombres que nacen de la tierra, elecciones para alcalde, cura, guardia civil, maestro o puta, estudiantes americanos de intercambio, o seres que pululan más o menos entre la extrañez y la risa. Película convertida en pieza de culto, adorada por muchos, en la que existe una ruta turística y todo, todo muy cervantino, y también, muy castizo, y esperpéntico.

La tercera en discordia, después del sonoro éxito de esta última, fue Así en el cielo como en la tierra (1995) en la que la imaginación de Cuerda, nos situaba en el cielo, eso sí con pinta de pueblo manchego, donde un Jesucristo apático y temeroso de su destino, se negaba a seguir las órdenes de su padre, o sea Dios, y no veas el pitote que se liaba, ahí es poco. Después de su última película como director, Todo es silencio (2012) un triángulo amoroso envenenado en el tiempo, que se alejaba de su entorno y mirada, un tiempo dedicado a levantar proyectos que no pudieron ver la luz, y la publicación de algún que otro libro, uno titulado Tiempo después, en 2015, germen de la película que tratamos en este texto. A saber, Cuerda, recogiendo el espíritu de esas películas mordaces, disparatadas, surrealistas y estupendas, nos embarca en el año 9177, ahí es nada, creando un mundo retorcido es poco, donde solo existen dos formas de vida, o al menos eso parece, en una, los bien situados, habitan en un edificio en mitad del desierto (muy parecido a las torres blancas de Madrid) donde hay un rey bubón con acento americano (interpretado por Gabino Diego) un alcalde medio lelo que quiere quedar bien, dentro de la ley, con tó Dios (que hace un estupendo Manolo Solo) una pareja de civiles que deambulan por los diferentes pasillos del inmenso edificio, dividido por puertas, donde cohabitan negocios, tres de cada uno, aunque a veces ese reparto sea completamente inútil.

Bueno, seguimos con los civiles, uno general y muy recto con las normas y la tranquilidad (Miguel Rellán, un habitual de Cuerda) acompañada por otro más joven, con falda escocesa y acento inglés (Daniel Pérez Prada) también hay dos municipales (Joaquín Reyes y Raúl Cimas) que más parecen dos deportistas pijos y tontitos que dos representantes de la ley, un cura violento y tirano (Antonio de la Torre) la Méndez (Blanca Suárez) una subalterna muy atractiva mano derecha del alcalde que se ha convertido en el objeto de deseo del rey, dos barberos en litigio, uno (Arturo Valls) que no tiene clientes y hace y deshace lo que puede para competir con el otro (Berto Romero) que está desbordado de clientes, mientras recita poesía o canta zarzuela. Y, aún hay más, como un pastor que sube a su rebaño a la azotea por ascensor, unos chavales que citan a Hegel y Ortega y reflexionan, pero no mueven un músculo cuando hay que hacerlo, y finalmente, el recepcionista (Carlos Areces genial) legal e impertinente, que se cree algo por su puesto, un cenutrio de primer orden, curas revolucionarios, monjas salidas, y alguno que otro fantasma aburrido, muy del universo de Cuerda, sudamericanos que vuelan y eso, y demás cosas graciosas y alocadas, pero siempre con ese transfondo triste, crítico y duro con eso que llamamos humanidad.

Y luego, el exterior, en el que sólo hay un puñado de parados y hambrientos que viven en chabolas cochambrosas, que hablan de filosofía, historia y tienen ideas políticas muy profundas sobre sus derechos, obligaciones y lucha, que sufren la matraca vociferante de una especio de infiltrado de los del edificio, un speaker de nombre imposible a saber,  Zumalacárregui, con cara de Andreu Buenafuente, que desde su chiringuito particular arenga a los más desfavorecidos para aplacar su sed de libertad y justicia. Con sus dos líderes, Galbarriato (César Sarachu) y José María (Roberto Álamo) que con este último arrancará el conflicto que enfrentará a esos dos mundos antagónicos y tan alejados, o no tanto, cuando el susodicho se presenta en la entrada del edificio con la firme idea de vender su riquísima limonada, más que nada para salir de su miserable situación. El cisma que creará será de órdago, donde el primer mundo y único, se verá amenazado y seriamente tambaleado en su orden social o lo que sea, a más, uno de los barberos asesinará al otro, al de la competencia, para haber si sale de su situación tan mala.

Entre tanto maneje, en un sitio y otro, los dos grupos se lanzarán a la guerra, una guerra a lo Cuerda, que parece más una salida campestre cutre, donde hay más griterío que acción. Cuerda ha hecho una película muy política sin las hechuras habituales de este tipo de cine, con ese disparate e irreverencia tan habitual en su cine, donde todo vale y nada parece tener sentido, y lo tiene y mucho, donde se atiza a todo bicho viviente, a los de arriba, a los de abajo, a los buenos bienintencionados, y a los malvados, a esta sociedad injusta e insolidaria, al capitalismo salvaje, o a ese mercado libre, que de libre tiene más bien poco (como demostrará la resolución del conflicto, a males mayores, soluciones peores) en el que la sátira se convierte en el mejor antídoto a un mundo y unas gentes, que hagan lo que hagan, siempre andarán a la gresca, a la tristeza, y sobre todo, en un planeta imposible para vivir y ser un poco más feliz, aunque la mirada desesperanzada, amarga y vacía que lanza Cuerda sobre la humanidad es clara y concisa, a lo Chaplin, Wilder y demás, que si bien nos reímos y hay mucho humor, es de naturaleza cínico, irónico y vapuleante, porque por muchas vueltas que les demos, en este mundo o en otro, y su realidad más cercana y personal,  ya sea de aquí mil años o más, los problemas seguirán, con otros nombre y otras gilipolleces, pero seguirán.