Una noche sin luna, de Juan Diego Botto/Sergio Peris-Mencheta. TNC

¡VIVA LORCA! ¡VIVA EL TEATRO! ¡VIVA BOTTO!.

“Somos porque otros nos recuerdan”.

La primera vez que tuve un encuentro personal y profundo con la figura del poeta Federico García Lorca (1898-1936), fue allá por 1998 en el Teatre Lliure en Barcelona, con la obra Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre, con Juan Echanove sobre el escenario, interpretando al excelente poeta al piano rememorando unos recitales que hizo en New York. La experiencia fue magnífica. La magia del teatro revivía no solo a Lorca, sino que lo acercaba al presente, a mí que, desde entonces, lo leo y lo descubro a cada lectura, y me descubro a mí mismo, porque la mejor manera de recordar a alguien que escribía es leyéndolo y descubriéndolo con cada lectura. Otra vez en un teatro y con Lorca, he vuelto a recordar aquella experiencia con Echanove de la mano de Juan Diego Botto, en su espectáculo Una noche sin luna, escrito por él, a partir de textos de Lorca, y dirigido por Segio Peris-Mencheta, en el Teatre Nacional de Catalunya, el viernes pasado 9 de diciembre a las 19h de la tarde. No un día cualquiera. Día de estreno. Entre el público muchas de las gentes del teatro de Barcelona.

 

El montaje lleva dos años de enorme éxito por todos los teatros del país, agotando entradas allá por dónde va, con Premio Nacional de Teatro para Juan Diego Botto y otros tantos reconocimientos. En sus primeros minutos, Botto y Lorca, tanto monta, monta tanto, ya nos seduce con cercanía, tanto en el escenario como por el patio de butacas. La inteligencia de un actor de pasar de la ficción a la realidad, o podríamos decir, a la realidad del teatro, en que va dejando claro la intimidad y la naturalidad de la obra, porque Botto, solo ante el peligro, sin más compañía que el público expectante que abarrotaba la inmensa sala grande del TNC. La obra hace un recorrido por la vida de Lorca, pero no centrándose en sus grandes momentos, sino en aquellos más sencillos y cotidianos, como una de sus primeros funciones con marionetas y su altercado con la ley que le cerró el pequeño teatro donde actuaba, o aquel otro con su compañía La Barraca, que acercaba el teatro a las gentes más humildes, y su altercado con los aldeanos a pleno sol, y ese amanecer, ¡Qué amanecer!, y hasta aquí puedo leer, y muchas más. Botto hace un recorrido muy íntimo, honesto, del alma, desordenado y sencillo, donde escuchamos algunos discursos hacía la muchedumbre, y muchas otras situaciones.

 

Quedamos maravillados del espectacular espacio escénico por el que se mueve Botto, diseñado por Curt Allen Wilmer con EstudiodeDos, en el que nos vemos por encima de tablas de madera que van abriendo puertas, secretos y confesiones del pasado del poeta, que encierran en su interior objetos, pasajes, y demás memoria del artista, y también, tierra, mucha tierra, aquella que lo sigue ocultando en algún lugar de Granada hace ya más de ochenta años. La maravillosa luz de Valentín Álvarez, que ha trabajado en teatro y cine, con nombres tan ilustres como Víctor Erice, Alberto San Juan y el propio Peris-Mencheta, y al música de Alejandro Pelayo, la otra mitad de Marlango, creando esos espacios donde nos transportamos a la memoria del poeta y su legado, sobre todo, su legado, como ese especial momento en que Botto toca en un piano imaginario y escuchamos su sonido. La magia y la fantasía, en definitiva, el mundo de los sueños y los fantasmas, están muy presentes en todo el espectáculo, porque Botto es un auténtico animal escénico, una alma entregada a la memoria del poeta, trayendo todo su arte, su lucha y su política hasta hoy relacionándolos con la actualidad.

 

Botto no pretende ser Lorca, sería un mascarón, ni revivir al poeta, sino a mirarlo, a situarse frente a frente, a acompañarlo, a sentirlo, a disfrutarlo, y eso, tan bello y tan mágico que consigue con una inmensa naturalidad de transmitirlo a todos los espectadores, que nos quedamos hipnotizados por todo lo que nos cuentan sobre Lorca vía Botto, y en su continuo diálogo con el público, al que hace partícipe constantemente, en que escenario y patio de butacas acaba formando un solo núcleo, heterogéneo y lleno de vida e ilusión, reflejando esa idea de Lorca, acercar el teatro a todos y hacerlo de forma sencilla y honesta, para que todos reflexionemos y hagamos ese acto tan sencillo y revolucionario en los tiempos que corren como es pensar, porque Una noche sin luna, nos emociona pero también, nos hace pensar. El montaje crea con maestría ese espacio único y maravilloso en que descubrimos aspectos ocultos de Lorca, en un tono divertido, porque humor hay mucho, pero también, tristeza y acongojo, transitando por los diferentes estados y fusionándolos, donde vida, teatro y memoria se funden, generando todo un gazpacho inmenso de palabras que resuenan, sonidos que nos capturan y nos envuelven, y esa canción de Rozalén que habla de tanto y de nosotros.

 

La dirección de Peris-Mencheta es sublime, certera y llena de sabiduría, que con Botto hacen un tándem maravilloso, donde los dos actores, director y actor y viceversa, en una relación donde la magia vuela ante nosotros, que repiten después del éxito de Un trozo invisible de este mundo. Lo que pasó la otra tarde en el Teatre Nacional de Catalunya fue enorme, de esos días que me reconcilian con la vida, porque el otro día, el viernes 9 de diciembre de 2022, en la ciudad de Barcelona, Federico García Lorca volvió a la vida en la piel, el rostro y la voz (qué locución, que tempo y qué ritmo tiene su voz), de Juan Diego Botto, que hablaron por él, invocándolo y devolviéndonos todo su amor por la vida, por la poesía, por el teatro y por todo, porque Una noche sin luna va mucho más allá de un espectáculo sobre Lorca o sobre su memoria, sino que es una mirada profunda y muy personal de Botto sobre Lorca, sobre todo lo que queda en nuestros días sobre uno de los poetas más extraordinarios de la historia, transmitiendo su legado, y humanizándolo, mirándolo a los ojos, reflejándose en él, y sobre todo, acompañándolo y sintiéndolo, se puede pedir más, sí, pero no mejor. ¡LARGA VIDA A LORCA, AL TEATRO Y A BOTTO!. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Guillermo Toledo

Entrevista a Guillermo Toledo, actor de la película “El Rey”, de Alberto San Juan y Valentín Álvarez, en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Guillermo Toledo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Alberto San Juan

Entrevista a Alberto San Juan, actor y codirector de la película “El Rey”, en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alberto San Juan, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

El Rey, de Alberto San Juan y Valentín Alvárez

LOS FANTASMAS DE LA CONCIENCIA.

(…) Trataba de mostrarse ingenioso para distraer su propia atención y mitigar el terror que sentía, porque la voz del espectro revolvía hasta la médula de los huesos.

Frase de “Cuento de Navidad”, Charles Dickens

Estamos en junio del 2014. El rey abdica y acto seguido, su hijo, con el nombre de Felipe VI, será proclamado Rey. Juan Carlos I, Rey de todos los españoles durante los últimos 40 años, heredero del franquismo que lo nombró sucesor, se convierte en rey emérito, un hombre destronado del paraíso, un hombre sin más, un hombre encerrado en un sótano oscuro, ilimitado y onírico, donde todos sus fantasmas del pasado volverán a sacudirle su conciencia, a juzgar la historia de su vida, a sacudirle la conciencia, en una noche de junio del 2014, cuando la historia aclama a otro rey, cuando la historia le pasa factura en una noche de insomnio, en una noche de fantasmas, en una noche de monstruos que vuelven a rendirle cuentas sobre su tiempo y su cargo.

El Rey, escrita y dirigida por Alberto San Juan, producida por el Teatro del Barrio, con ese espíritu crítico y combativo como señas de identidad, se ha representado durante dos años por teatros de todo el país, una obra de carácter minimalista y comprometido, que retrata la figura del rey desde la crítica a su reinado, a través de un examen de conciencia personal durante una noche donde se le presentan fantasmas de su pasado, desde Franco, su padre, Adolfo Suárez, Felipe González, Kissinger, periodistas y demás personajes que de una forma u otra estuvieron presentes durante su reinado de cuatro lustros. Ahora, nos llega la película, dirigida por el propio San Juan y Valentín Álvarez (toda la vida vinculado al teatro como iluminador, y cinematógrafo de cineastas tan importantes como Víctor Erice) que debutan como directores de largometraje, en una película que se define como “una definición basada en personas y hechos reales”, enmarcada en ese espíritu crítico de compromiso político con el tiempo y la historia reciente del país, sin perder su herencia teatral, que ya marcaba el tono austero y onírico que recorre toda la película.

Con sólo 83 minutos de metraje, y a través de tres personajes, el Rey, interpretado magistralmente por un actor de fuerza y energía como Luis Bermejo, que hereda su papel del teatro, y luego dos actores de raza y carácter como Alberto San Juan y Guillermo Toledo (con esa identidad de compromiso político y social que ya mantuvieron en los años de Animalario) que componen el resto de personajes, que van desde Franco (inconmensurable la recreación de San Juan, desde esas gafas oscuras, su pose de militar católico orgulloso y esa vocecilla de flauta que tanto caracterizaba al dictador, que recuerda a aquella interpretación de Juan Echanove en Madregilda) Henry Kissinger, Alfonso de Borbón, Adoldo Suárez, Don Juan de Borbón, Puig Antich, Juan Luis Cebrián, Chicho Sánchez Ferlosio y Felipe González, entre otros. Los espectros que visitan y recuerdan de manera amarga y crítica la trayectoria como Rey de Juan Carlos I, haciendo especial hincapié en su relación oscura con su familia, a la que traicionó, con Franco, que se convirtió en su padre político y principal valedor para su sucesión, las partes tenebrosas y comprometidas durante la transición, removiendo y vapuleando su papel durante la intentona de golpe de estado en febrero de 1981, sus relaciones oscuras con el petróleo saudí y sus cuentas, las tensiones con los presidentes Suárez y González (como ese mágico momento en el que compiten a modo de concurso televisivo a ver quién es más culpable de los males del país, que recuerda a aquel de El gran dictador, protagonizado por Hinkel y Napaloni).

San Juan y Álvarez componen una magnífica fábula política, transgresora y brutal sobre la figura del Rey, en una terrible pesadilla, donde se fundirán realidad, sueño e imaginación, en la que se propagaran infinidad de monstruos que le acecharán, convirtiéndolo en un hombre que aprovechó su tiempo y su lugar para erigirse en jefe del estado, con sus claros, y sombras, más sombras eso sí, en este examen de conciencia ficcionado, que revela sus tormentos y monstruos internos que no le dejan en paz, haciendo recuento de sus actos, decisiones y demás situaciones (a modo de Ebenezer Scrooge en Cuento de Navidad, de Dickens, o como le ocurría a Claudio, el Rey de Dinamarca, en Hamlet, de Shakespeare, que había asesinado a su hermano y recibía la visita de su fantasma para rendirle cuentas).La magnífica y fascinante luz oscura y onírica que baña toda la película, que capta todo el espacio escénico de manera sencilla y abrumadora, adoptándola para la narración cinematográfica, en un maravilloso juego de sombras y sueños, en un marco expresionista (en el que hay alguno que otro homenaje al Nosferatu, de Murnau, y a El gabinete del Doctor Caligari, de Wiene).

En un juego de espejos deformantes que le interpelan directamente en los que el Rey y sus fantasmas se funden, se mezclan y se fusionan, creando un juego siniestro de máscaras y falsedades, en un laberinto de espacios dentro de la historia, en el que la quietud de las situaciones aún magnifica esas dosis de tenebrismo y terror inquietante que transita por toda la película, con esos rostros y gestos, encogidos y aterrados, de un monarca desterrado a las fauces del sótano, ante el peso de su historia y sus decisiones, donde le espera pacientemente el monstruo de su conciencia en forma de almas errantes que vienen a ponerle en su sitio, a derribar su mito, su leyenda, a transformarlo con un aspecto siniestro y bufón, a convertirlo en un hombre de carne y hueso más, sin más aura que su alma empequeñecida y triste ante su historia, ante esos setenta años de España que repasa la película, desde el 48 hasta esa noche del 2014, exponiendo los hechos, los personajes implicados y dejando que el respetable público extraiga sus propias conclusiones, porque el espíritu combativo y político de la película no dirige a sus espectadores, deja que ellos tomen sus reflexiones, ideas y pensamientos, exponiendo su visión sobre los hechos históricos, cediendo el mando al espectador, convertido aquí en alguien que observa, piensa y decide.