Rabiye Kurnaz contra George W. Bush, de Andreas Dresen

LA MADRE CORAJE. 

“La libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor; debe ser exigida por el que está siendo oprimido”

Martin Luther King

En el universo cinematográfico de Andreas Dresen (Gera, Alemania del Este, 1963), hay dos temas constantes en una filmografía que abarca casi tres décadas, y son, por un lado, el choque entre los nacidos en la RDA y la reunificación del país a finales de los ochenta, y su mirada a la gentes corriente y los desheredados de la sociedad. Películas como Stilles Land (1992), Encuentros nocturnos (1999), Verano en Berlín (2005), En el séptimo cielo (2008), Mientras soñábamos (2015), entre otras, inciden en esos temas y espacios, colocando a Dresen en un gran cronista y observador del final de la Alemania del Este y sus conflictos en el nuevo país unificado desde la mirada de las personas de a pie. Con Rabiye Kurnaz contra George W. Bush se centra en la historia real de la madre de Bremen de origen turco que se enfrentó a los Estados Unidos porque detuvieron y encerraron en Guantánamo a su hijo Murat de 19 años en diciembre de 2001, acusado de talibán después del atentado de las torres gemelas en septiembre del mismo año.

La película es una crónica del seguimiento del caso a partir del trabajo de Bernhard Docke, abogado de derechos humanos, que ayudó a Rabiye a liberar a su hijo. El conflicto parte de un excelente guion de Lila Stieler, que ha trabajado con nombres ilustres como el de la cineasta Doris Dörrie, en su séptimo trabajo junto al director Andreas Dresen, centrándose en varios aspectos, el humano que protagonizan la madre del detenido y el abogado que la ayuda, el político con esas conversaciones entre el fiscal del estado y el propio abogado, y el social con la repercusión mundial del caso de los detenidos sin juicio y asesoramiento legal por parte del gobierno estadounidense. Todos estos elementos se mezclan con sabiduría y fuerza, llevándonos por una historia que abarca varios años en la vida de Rabiye y Bernhard, donde hay de todo, alegrías, altibajos, tristezas, esperanza y fe en un mundo que cada vez se golpea en el pecho de su justicia y democracia pero que, en el fondo, todo se reduce a quién tiene la fuerza y la administra a su antojo. Rabiye no se detendrá ante nada ni nadie, nos recuerda a la Mildred Hayes, la madre que interpretaba Frances McDormand en la magnífica Tres anuncios en las afueras (2017), de Martin McDonagh, que buscaba justicia por el asesinato de su hija ante la ley local de su pueblo, ambas son mujeres y madres que no cesarán en su empeño con astucia y paciencia. 

Una película que nos lleva entre idas y venidas de Alemania y EE.UU., desde la casa adosada y la cotidianidad de Rabiye y su familia a los despachos y salas del Tribunal Supremo de Justicia de los Estados Unidos, contrastes que la película muestra con todo detalle y eficacia, en la que sobresalen los estupendos trabajos de cinematografía de Andreas Höfer, que a parte de trabajar con Schlöndorff, es un habitual en la carrera de Dresen, en un trabajo de intimidad y de luz natural que contribuye a ser uno más de esta historia construida desde el alma de sus desdichados protagonistas enfrentados al país más poderoso del planeta. El estupendo montaje de Jörg Hauschild, del que hemos visto su impecable trabajo en Faust (2011), de Aleksandr Sokurov, es otro habitual del cineasta alemán, en una edición que tiene sus momentos de reposo con otros más movidos, en un metraje largo que se va casi a las dos horas. La magnífica pareja protagonista contribuyen a crear ese espacio tan personal y profundo que radia la película, porque tenemos a Alexander Scheer, un actor que vuelve a trabajar con Dresen después de la experiencia de Gundermann (2018), que se metió en la piel de un escritor, cantante de rock y minero y sus relaciones con la Stasi, ahora es el abogado Bernhard Docke, un hombre íntegro que ayuda a Rabiye en todo su cansado y asfixiante periplo por liberar a su hijo. Junto a él, encontramos a Meltem Kaptan, que debuta en el cine alemán, después de trabajar en la cinematografía turca, en la piel de Rabiye Kurnaz, una madre coraje que tiene una fuerza, una valentía y una arrolladora personalidad y un peculiar sentido del humor. 

Dresen tenía una historia “bigger than life”, de las que te encogen el alma, de personas como nosotros que les ocurren cosas que nos podrían ocurrir, y por eso mira a sus criaturas y sus problemas desde la verdad y el alma, sin caer en el sentimentalismo ni nada que se le parezca, cociendo a fuego lento una historia que nos hablan de la vida y las emociones, que nos habla de justicia, la poca que hay, y también del costo de pedir y reclamar justicia, de todos los problemas que te pueden ocasionar los estados llamados libres y democráticos, pero totalitarios en el momento de imponer sus deseos y necesidades políticas internacionales, como el miserable papel del gobierno de Estados Unidos y su violencia estatal implantada por Bush, con el beneplácito del gobierno alemán, también muy implicado en el caso de Murat Kurnaz, en otro caso más de corrupción política y violencia estructural por el bien de no se sabe qué interés. La película huye del panfleto o el discurso positivista de buenos y malos, porque las cosas se muestran de otra forma, con humanidad y sencillez, recuperando esa voluntad del cine de hablar de las injusticias del estado contra los más vulnerables. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Richard Jewell, de Clint Eastwood

HÉROES Y VILLANOS.

“Las mentiras se construyen, las verdades se descubren”

Jorge Wagensberg

Muchos de los personajes que pueblan el universo de Clint Eastwood (San Francisco, EE.UU., 1930) la mayoría interpretados por él mismo, son tipos que anteponen las vidas humanas a cualquier interés económico, tipos idealistas, gentes que creen en la verdad y la justicia, y no dudan en enfrentarse a todos aquellos que la utilizan a su conveniencia, ayudando a los desfavorecidos y oprimidos. Nos vienen a la memoria a aquellos vaqueros que pululaban por su cine en los setenta y principios de los ochenta, que se jugaban la vida en pos de un mundo mejor, o aquellos desheredados, de vidas poco recomendables, pero que se alzaban contra la mentira y la manipulación de los poderes económicos. En su trabajo número 38 como director, Eastwood encuentra en un suceso real, a través del artículo American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell de Marie Brenner, publicado en 1997, en un guión escrito por Billy Ray (autor entre otras de La sombra del poder o Capitán Phillips) para hablarnos de cómo se utiliza la verdad y la justicia y se manipula a la opinión pública, rescatando el caso de Richard Jewell, un desconocido guardia de seguridad estadounidense que vio como una noche cualquiera, más concretamente la del 27 de julio de 1996, en su lugar de trabajo, el Centennial Olimpic Park en Atlanta durante la celebración de las Olimpiadas, su vida dio un giro inesperado, porque alertó de una mochila sospechosa que contenía una bomba y explotó ocasionando 2 muertos y un centenar de heridos.

Jewell se convirtió primero en héroe y después, en villano investigado por el FBI como principal responsable del atentado. El veterano cineasta arranca su película hablándonos del celo que tiene el tal Jewell en su trabajo como guardia de seguridad, el eterno aspirante a policía federal, se muestra obsesionado con su trabajo y ese ímpetu en su forma de realizarlo le provoca recelos de sus superiores y despidos. Pero, en seguida nos sitúa en un par de noches, en la primera nos va presentando a los personajes implicados en el suceso que será en un par de noches más, colocándonos en esa noche y como se van sucediendo los hechos, dejando claro la profesionalidad de Richard Ewell en todo momento, y sobre todo, dejando clara su inocencia en los hechos. También, asistiremos a la encumbramiento por parte de la prensa sensacionalista del propio Jewell, presentado como un héroe, ese tipo de personas que tanto gustan a la sociedad estadounidense, y después de ese empujón a la cima, y como ocurriese en el mito de Sísifo, la caída a los infiernos, investigado por terrorista, de héroe a villano en cuestión e 72 horas.

Eastwood nos convoca a la crónica de los hechos de los casi tres meses que duró la pesadilla de Jewell y su madre Bobi, donde como suele ser habitual la prensa carroñera empezó a sacar los trapos sucios de su pasado, inventándose muchísimos y ofreciendo una veracidad falsa de la personalidad de Jewell, que tuvo la ayuda del abogado Watson Bryant. La película atiza con vehemencia a esa prensa sensacionalista que hace lo imposible para vender diarios y dejar huella en un periodismo chabacano y deleznable, donde la actualidad se convierte en la premisa y sobre todo, en buscar héroes y villanos a cada paso, bien representado por Kathy Scruggs, una periodista miserable que recuerda en métodos al otro aquel que interpretaba Kirk Douglas en El gran carnaval, de Billy Wilder, gentuza sin escrúpulos que solo atienden a la exclusiva sin importarles la veracidad de la información. Y como no, también hay durísimas críticas al FBI y su miserable investigación, o lo que es lo mismo, al gobierno de EE.UU., más preocupado en encontrar un cabeza de turco que en encontrar la verdad y a los culpables, bien representados por esos dos agentes ineptos e inútiles que reciben los nombres de Tom Shaw y Dan Bennet.

Como es habitual en el cine del californiano la estupenda fotografía, alimentando con esos planos llenos de vida que traspasan a los personajes, obra de Yves Bélanger, que ya estuvo en Mula. Y qué decir del montaje de Joel Cox, con Eastwood desde mediados de los setenta, preciso y sobrio, llevándonos desde la intimidad del hogar de los Jewell acosado por todos, a toda esa calle convertida en opinión pública manipulada a los antojos del poder. Y el estupendo y conjuntando reparto, otra de las marcas de la casa del cine de Eastwood, encabezado por el desdichado Ewell, bien interpretado por Paul Walter Hauser (que habíamos visto en Yo, Tonya) bien secundado por Sam Rockwell, como el abogado defensor deJeEwell, que sabrá conducirlo ante la maraña de sanguijuelas que tiene en frente, Kathy Bates como la madre de Jewell, una mujer fuerte que verá como el sueño se convierte en una pesadilla dolorosa y brutal.

Y al otro lado del espejo nos encontramos con los otros, los personajes ávidos de sangre, como la periodista que hace Olivia Wilde, convertida en una especia de bruja malvada que está dispuesta a todo para conseguir esa exclusiva que le haga ganar el pulitzer, y la pareja de agentes federales, en la piel de Jon Hamm e Ian Gómez, dos tipos sin escrúpulos más interesados en cazar a alguien que en investigar la verdad y hacer justicia. Eastwood vuelve a construir una película magnífica, llena de tensión y amargura, condensando los 131 minutos de metraje a un ritmo apacible y lineal los hechos,  sin sobresaltos, contando de manera clara y sencilla la realidad desde puntos de vista diferentes, entrando en la cotidianidad de un pobre diablo que sin quererlo se topó de bruces con una realidad siniestra y terrorífica, despertando de golpe de ese sueño americano que se había construido durante toda su vida., y conociendo de primera mano los deplorables métodos de su gobierno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Donbass, de Sergei Loznitsa

EL INFIERNO ERA ESTO.

“El arte y la educación son los únicos bastiones de resistencia que permanecen. Si queremos preservar nuestra civilización, si queremos preservar la civilización europea, debemos preservar el arte, promover el arte, estudiar arte y hacer arte. No solo cine, arte en general. El arte es lo único que tenemos para sobrevivir en estos tiempos convulsos”.

Sergei Loznitsa

Buena parte de la carrera cinematográfica de Sergei Loznitsa (Brest, Bielorrusia, 1964) está dedicada al documental, unos trabajos de corte poético en los que rastreaba el mundo rural contemporáneo e histórico, durante el período de la Segunda Guerra mundial, a través de sus gentes, cotidianidades y formas de vida y trabajo, desde su primer trabajo en La vida, el otoño (1998) hasta Bloqueo (2006). En los últimos años, ha compaginado el documento con grandes obras sobre la Segunda Guerra mundial y el holocausto en trabajos como Austerlitz (2016) o Victory Day (2018), y en su particular visión sobre la Ucrania actual y su modus operandi, en títulos como en el documental Maidan (2014) sobre los disturbios acaecidos en el país durante el 2013 y 2014, o en Sobytie (2015) sobre el frustrado intento de golpe de estado en la URSS de Gorbachov, y en obras de ficción como My Joy (2010) donde volvía a ofrecer una visión incisiva sobre el mundo rural,  En la niebla (2012) en la que se trasladaba a la lucha contra el nazismo de unos partisanos bielorrusos o en Krotkaya (2017) donde a través del relato de una mujer buscando a su marido destapa una sociedad corrupta y a la deriva.

En Donbass sigue hablándonos de ese estado en descomposición, podrido y corrupto, situándonos en la guerra de 2014 y 2015 entre el gobierno de Ucrania y los separatistas prorrusos, en el territorio del este del país, a través de 12 episodios, donde con herramientas del documental, nos sumerge en una visión triste y demoledora de la situación de la Ucrania actual. Loznitsa recorre ese universo desde la mirada del cineasta observador, componiendo un caótico calidoscopio de las miserias humanas, en el que observamos con detalle todo esa mugre y terror que se respira en un ambiente opresivo, desordenado y bélico, porque aunque vemos pocos enfrentamientos, los que vemos son terribles, donde nos ofrecen una visión de una guerra sin fin, una guerra que nunca acabará, que invadirá el interior de los personajes, formando de su cotidianidad más tangible.

El cineasta bielorruso se mueve a través de diferentes espacios, desde esos soldados que se retratan orgullosos encima de un carro de combate a esos refugiados que se ocultan en una agujero negro lleno de miseria y podredumbre, o esos otros que caminan entre barro, sangre y nieve sin rumbo ni destino, o esos pasajeros que son humillados y vilipendiados por unos soldados cansados y hambrientos, o los demás allá que insultan y golpean a un soldado ucraniano, ese que le roban el vehículo en pos de las necesidades del estado, aquellos que celebran una boda al más puro estilo esperpéntico y hortera. Un mundo de contrastes, de realidades extrañas y grotescas, de una atmósfera rodeada de corrupción, impunidad y falsedad, donde se cuentan verdades que en realidad son falsas, y al realidad se oculta, se esconde y se manipula, en que la población intenta o se mueve por esa realidad entre un laberinto de desorden y problemas donde todo se antoja vacío e inútil.

Loznitsa imprime una atmósfera de realismo y naturalidad que duele, con una violencia brutal y sádica cotidiana, construyendo un infierno cotidiano en lo más íntimo y cercano, en una poderosa y contundente tragicomedia donde cada cosa que vemos y sucede parece fantasmagórica, como si esos habitantes que van de un lado a otro fueran zombies sin vida ni nada, en una realidad o no crudísima, infernal y malévola, donde el gobierno y los soldados campan a sus anchas y saquean todo aquello en pos de la nación y la libertad. La película observa una realidad, doce realidades fragmentadas, pequeñas historias del sentir de la población ucraniana, en que todo parece a punto de estallar, donde estar a salvo parece un milagro, donde todo puede pasar en cualquier momento, con ese aroma tan característico que rodeaba películas como La escopeta nacional o La vaquilla, de Berlanga, donde el ambiente bélico estallaba en cualquier rincón por pequeño que fuese, entre lo esperpéntico y lo cruel, o la caída de un régimen daba pie a otro con otras caras y nombres, pero a la postre igual de corrupto y miserable. Loznitsa ha construido un fresco actual de la Ucrania de posguerra, un país roto, enfrentado y fatalista, donde nada ni nadie está a salvo, donde unos y otros, aprovechan las circunstancias para saquear al prójimo o simplemente humillarlo en pos de ese país que se construye en el aire a cada instante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Caso Murer, el carnicero de Vilnius, de Christian Frosch

VÍCTIMAS Y CULPABLES.

“Pero tal vez el aspecto más llamativo y aterrador es el vicio de tratar los hechos como si fuesen meras opiniones. Por ejemplo, a la pregunta de quien empezó la última guerra (sin que sea un asunto de debate) es contestada con una variedad de sorprendentes opiniones.”

Hannah Arendt

No deja lugar a dudas, que cuando nos hablan de juicios contra los nazis, a todos nos viene a la memoria el celebrado en Núremberg entre noviembre de 1945 a octubre de 1946, proceso que se realizó contra la plana mayor de la jerarquía nazi, nombres como los de Göring, Hess, Ribbentrop, Keitel, Dönitz, Raeder, Schirach y Sauckel fueron llevados delante de un juez internacional para responder por sus crímenes contra la humanidad. Hubieron muchos más, a lo largo y ancho del mundo, donde los nazis, algunos camuflados entre la sociedad, eran descubiertos y puestos a disposición judicial. Aunque, quizás uno de los casos más flagrantes fue el protagonizado por Franz Murer, uno de los oficiales de las SS, jefe del gueto de Vilnius, en Lituania, por entonces, convertido en el centro espiritual de la cultura judía en la Europa del Este, lugar que se caracterizó por su extrema crueldad, ya que de las 80000 personas que vivían en el, solo sobrevivieron unas 600. Murer cumplió condena en la Unión Soviética, aunque muchos años menos de los que fue condenado. A su vuelta a su Austria natal en 1955, se refugió en un pueblo como uno más, como si nada hubiera pasado, aunque Simon Wiesenthal, el afamado cazador de nazis, lo descubrió por casualidad, y debido a la presión internacional, por fin pudo ser llevado a juicio en 1963, en la ciudad austriaca de Graz.

El director Christian Frosch (Waidhofen an der Thaya, Estado de Baja Austria, 1966) construye una ficción con apariencia de documento, en el que retrata no sólo aquel juicio contra Murer, que duró 10 días, sino todo aquello que lo envolvió, en un fascinante thriller político, donde no deja títere con cabeza, y reflexiona sobre la necesidad de verdad y justicia enfrentada a los intereses politizados de los gobiernos de turno, en que la actitud roñosa e injusta del gobierno austriaco, más preocupado de la imagen contraria del juicio y de pasar página a la que quizás ha sido la parte más negra de su historia, olvida a las víctimas, y no solo eso, sino que las desaprueba, y las deja desamparadas, convirtiendo el proceso judicial en una farsa, una pantomima donde el aparato estatal funciona para limpiar su imagen histórica catastrófica en pos a los nazis, y dejarlos sin el debido castigo por tantos horrores cometidos. Frosch emplaza su larga película, 137 minutos, a la sala de juicio, donde somos testigos de todo lo que allí sucede, pero no se queda ahí, también, coge su cámara para filmar las triquiñuelas e intereses del poder para desviar la atención del proceso y evidenciar la idea de romper con el pasado, haciendo injusticia y falsedad.

Aunque la película va más allá, dejándonos conocer la estrategia judía, donde Wiesenthal contacta con dos periodistas judíos que seguirán de cerca todo el juicio. También, veremos la intimidad de Murer, con su abogado y su mujer y familia, y las diferentes estrategias que siguen para salir indemnes del proceso, así como los trabajos del abogado defensor, y el fiscal y la relación con su mujer, y los diferentes puntos de vista de todos los personajes, que alimentan la complejidad y el contexto histórico de la película, convirtiéndola no sólo en un documento histórico sobre el caso más injusto de la historia de Austria, sino que también, nos habla de nuestro presente, donde las abominaciones cometidas por los nazis se cuestionan y se faltan a la verdad, intentando reescribir los hechos históricos, y alimentando a la opinión pública sobre la culpabilidad colectiva de los crímenes nazis, queriendo disipar a sus culpables, no individualizando sus casos, poniéndoles nombres y apellidos.

Frosch se ha acompañado de un reparto magnífico, donde destacan las miradas, la sinceridad y naturalidad con la que expresan los diálgos y se mueven en la sala judicial y los demás espacios de la cinta. Destacando la estupenda forma elegida, en la que filma el juicio desde la cercanía, sin tomar partido, sino que los diferentes testigos, y las reacciones del resto, hablen por sí solas, haciendo que los espectadores tomemos partido por lo que estamos escuchando, tomando la distancia justa de los acontecimientos sin dejarse llevar por demasiado emocionalidad, planteando una forma caracterizada por los largos planos secuencias, algunos de 40 minutos, y los cambios constantes de perspectiva, creando una imagen que recuerda a los documentales sobre juicios que tantas veces hemos visto, huyendo eso sí, del efectismo habitual de las producciones de Hollywood, aquí todo se cuenta con extrema frialdad, donde los testigos cuentan las barbaridades cometidas por Murer y los suyos, desgarrándose y reviviendo todo aquel horror que padecieron, hechos que el jerarca nazi se muestra impasible, reaccionando con extrema frialdad a todos esos testimonios, y sobre todo, negándolo todo. A pesar de las evidencias, el gobierno austriaco no permitió que Murer fuese condenado y volvió a su apacible vida en Austria como un granjero más. Aunque la historia, sí que lo condenó, hecho que para las víctimas, las verdaderas, es nulo consuelo.

Entrevista a Alberto San Juan

Entrevista a Alberto San Juan, actor y codirector de la película “El Rey”, en el Hotel Expo en Barcelona, el miércoles 5 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alberto San Juan, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja e Irene Ballesteros de Prismaideas, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Loving Pablo, de Fernando León de Aranoa

EL HOMBRE AL QUE AMÉ.

La enorme proliferación en los últimos tiempos de novelas, películas y series de toda índole, tanto de ficción como documental, sobre la figura de Pablo Escobar Gaviria, el narcotráfico más famoso del siglo XX, no ayuda en absoluto a acercarse a un nuevo trabajo que vuelve a hablarnos de Pablo Escobar, aunque en este caso, lo haga desde la figura de Virgina Vallejo, famosa periodista colombiana, mediante la adaptación de su novela Amando a Pablo, Odiando a Escobar, donde relata la década que va desde 1981 cuando conoció a Escobar hasta 1993 cuando lo vendió a la DEA (Departamento de Justicia de los EE.UU.). La empresa no resulta nada sencilla, ya que los espectadores tienen una acumulación de información endiablada, aunque sea como ocurre en muchos casos, una información muy diferente a la realidad. Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) es el encargado en llevar a la gran pantalla la novela de Vallejo, y lo hace desde el acercamiento de alguien que se relacionaba con las altas esferas colombianas entre platós de televisión, papel couché, y demás lugares de la élite del país, en un viaje intenso y malvado que la llevará hasta la jungla, a la hacienda de Escobar, los basureros de Medellín, y las partes más oscuras y terroríficas del universo del narcotráfico.

El cineasta madrileño construye sus filmes a través de un conflicto generalmente sencillo y directo, su interés siempre radica en sus personajes, en describirlos desde todos los puntos de vista posibles, desde su complejidad y sin juzgarlos, desde el señor que alquilaba a unos para que hicieran de su familia, o aquellos chavales que se aburrían en verano por no tener un chavo, o los parados que pasaban los días sin anda que hacer, o las prostitutas que deambulan de un lugar a otro sobrellevando los días, o aquella inmigrante que mentía para seguir sobreviviendo, o los cooperantes que andaban de aquí para allá intentando ayudar o lamiéndose sus heridas, todos ellos personajes que iremos descubriendo relacionados con el entrono físico y moral que les ha tocado vivir en suerte, seres que no avanzan en sus existencias, que parecen que continuamente están dando vueltas en círculo, en unas historias que los llevan a conflictos que una vez resueltos los dejará peos parados. Después de A Perfect Day (2015) que se basaba en la novela Dejarse llover, de Paula Farias, León de Aranoa vuelve a inspirarse en otro libro para diseñar su nuevo trabajo, en una película con vocación internacional, filmada en muchos de las localizaciones reales donde transcurrió la acción que se representa, que nos lleva por una década siniestra y brutal donde vemos a un Escobar convertido en un narco a gran escala, que llevaba aviones cargados de heroína y los hacía aterrizar en autopistas de Miami, pero también, siendo elegido congresista, y sus reuniones con el estado colombiano que lo llevaron a declararle la guerra que se llevó por delante a miles de personas.

Vemos a un Escobar desde el prisma de Virginia, su amorosa y terrible love story, la misma que nos va contando en off la historia, acercándonos a una figura controvertida y extremadamente compleja, que era todo un padrazo y esposo, construía casas para los más necesitados, pero por el contrario, era un ser despiadado, rodeado de furcias, que nunca le temblaba el pulso en el momento de asesinar a alguien, y de implantar un infierno de terror en Colombia, y en todo aquel que le osaba ponerse en su contra. León de Aranoa filma con energía y brillantez todos los acontecimientos de la película, que no son pocos, y logra construir un thriller vibrante e intenso, donde no hay respiro, y las balas vuelan sin control, esperando tropezar con alguien que Escobar había decidido que se la merecía, en una cinta con ese aroma desgarrado y cruel del cine de los setenta, donde los miserables iban de un lado a otro, en el que delincuentes, políticos, asesinos, y gentuza de toda estofa se acaban relacionando en un universo sucio y sangriento. Un gran equipo técnico de reconocido prestigio capitaneados por Alex Catalán en la fotografía, Nacho Ruiz Capillas en el montaje y Alain Bainée en el arte, logran construir una película que nos a aquellos tiempos de alegrías y tristezas, de besos y hostias, de risas y llantos, y sobre todo, de un mundo de luces y sombras que la cámara de León de Aranoa filma con brío, dano mucha caña a sus 125 minutos de metraje, describiéndonos con sumo detalle esa atmósfera pegajosa y decadente de las zonas rurales donde entrenaban los chavales que hacían de sicarios para Escobar y los lugares por donde se movía Escobar, como esa estupenda secuencia en mitad de la jungla con el ataque de helicópteros, o aquella en que Virgina Vallejo está cambiando oro, o esos ambientes sofisticados de restaurantes, parlamento y demás, los ambientes se mezclan con naturalidad, pasando de una suciedad a otra, de un ambiente a otro, donde Escobar y su ambiente se relacionaban y mezclaban con execrable cotidianidad.

Un buen reparto donde deberíamos abrir un apartado especial para la increíble transformación, no sólo física de Javier Bardem, que da miedo en su caracterización, sino también en lo emocional, con sus gestos y miradas, y ese acento spanglish, que dotan de una de las mejores composiciones del legendario narcotráfico, sino la mejor, un Bardem que juega en otra liga, que es capaz de enfundarse en cualquier character, con una elegancia y valentía que está al alcance de muy pocos, como lo hiciese en la primera colaboración con León de Aranoa, aquel Santa de Los lunes al sol, o el Ramón de Mar Adentro, personajes que llevan a Bardem a adquirir la verdadera personalidad del personaje en cuestión, convirtiéndolo en otra cosa, dotándolo de todos los matices y detalles que lo convierten en interpretaciones sublimes y profundas. Le acompaña con serenidad y aplomo Penélope Cruz (que no es nada fácil dar la réplica a Bardem) dando vida a Virgina Vallejo, la mujer que amó a la bestia, y también, lo odio, porque nunca a medias tintas, y más con personajes como Escobar.

El tercero en discordia, el agente de la DEA, Sam Shepard al que da vida Peter Sarsgaard en un trabajo serio y eficiente, sin olvidarnos de toda la retahíla de secundarios, entre los que destaca Óscar Jaenada como uno de los narcos de Medellín que trabajo codo con codo con Escobar, y un gran grupo de interpretes colombianos que dan vida a su grupo y demás personajes que intervinieron de manera directa o indirecta en la vida del narco. León de Aranoa ha construido un thriller con estupenda realización, aplomo y fuerza, que nos lleva por aquellos ochenta convulsos, terroríficos y miserables de la Colombia de Escobar, una película que se desmarca de tantas series y películas norteamericanas que también han abordado la figura del narcotráfico más célebre de la historia, pero no desde el prisma espectacular y tópico, centrándose en los acontecimientos más públicos y tremendistas, sino dándole la vuelta a todo eso, desde otra mirada, la más intimista, cercana y humana, desde la mirada de una mujer que lo amó y también, lo odio, y en cierta manera, nunca pudo olvidar.

B, de David Ilundain

poster-b-barcenas-peliculaDESTAPANDO EL PASTEL

Primero fue una obra de teatro que se llamó Ruz-Bárcenas, escrita por Jordi Casanovas y dirigida por Alberto San Juan, estrenada en mayo del 2014 en la pequeña sala del Teatro del Barrio de Lavapiés. A una de aquellas funciones, asistió David Ilundain (Pamplona-Iruña, 1975), reconocido cortometrajista y con amplia experiencia como ayudante de dirección y script. Desde que presenció la obra, se puso manos a la obra para llevarla al cine con los mismos actores, en lo que es opera prima. Su empresa no ha resultado fácil ni mucho menos, después de llamar infructuosamente a algunas productoras para financiar el proyecto, tuvo que recurrir al micromecenazgo para reunir los 55.955 euros gracias a la colaboración de unos 600 mecenas. La película se centra en la declaración de Luís Bárcenas, ex-tesorero del Partido Popular, ante el Juez Ruz, el 15 de julio de 2013, en la Audiencia Nacional. Hasta ese día, Bárcenas había negado toda relación con la contabilidad B del partido, pero 18 días después, que pasó en prisión, cambia su testimonio y explica con todo lujo de detalles los sobres en negro que se repartían entre los miembros del partido, y las operaciones encubiertas dentro del organismo que estaban a la orden del día.

Ilundain instala su película en un espacio diminuto, en una sala pequeña donde habitan las 20 personas que se dieron cita a aquel día, utiliza una misè en scène realista, dura y agobiante, lo más cercana a la realidad, muy próxima al tono de documento que requiere una obra de estas características. El calor sofocante, los comentarios entre los presentes, las interrupciones y la respiración ahogada y el sudor nervioso laten con fuerza durante los 78 minutos de duración, un tiempo breve y conciso donde se condensan las 4 horas que duró la declaración real. Escuchamos fragmentos de la declaración que se escuchó aquel día transcritas de los documentos oficiales. Una película realizada con urgencia, la realidad no dejaba espacio para la espera, o se hacía o se perdía el instante de la noticia, el momento caliente de lo que estaba ocurriendo, los anglosajones lo llaman con el término instant movie, recogiendo de esta manera el espíritu que recorría la obra de teatro. La película rodada de manera directa, enérgica y vomitada como si se tratase de un combate de boxeo en toda regla, a las preguntas del Juez, Bárcenas contesta de manera contundente, sin pelos en la lengua, y sin miramientos, parece que no quiere dejarse nada por decir. Toda una declaración al abismo que destapaba y dejaba al descubierto las artimañas y todo tipo de ilegalidades que se cometían en el seno del partido que dirigía el país. La elección de repetir con los mismos intérpretes que ya habían hecho la obra, añade un plus fascinante a todo lo que se está contando, a los pocos minutos de empezar la película, nos olvidamos por completo del espacio cinematográfico, y de unos actores interpretando, y nos dejamos llevar de manera brutal por las personas que allí se concentran, e imaginamos y somos testigos de todo lo que allí se vivió aquel día de verano asfixiante.

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Pedro Casablanc se transmuta en Bárcenas, creando una caracterización y unos gestos especialmente verosímiles, apoyado en un tono de voz de grandísima altura, una interpretación descomunal, convirtiéndose en una fascinante composición que recuerda al mismo proceso de Helen Hunt en The queen, interpretando a la reina Isabel II, por citar a una reciente. No sabes en qué punto acaba el actor y empieza el personaje. Misma transmutación que realiza Manolo Solo que interpreta al Juez Ruz, que actúa como un contrincante de mucho peso. Igual que ocurría con la obra teatral, la sombra de Frost-Nixon, el texto teatral de Peter Morgan, (adaptado al cine por el director Ron Howard), que escribió basándose en las entrevistas que el periodista Frost hizo a Nixon, el ex-presidente de los EE.UU. en 1977, donde el que fuera mandatario se despachaba a gusto de su implicación en el caso Watergate, que le costó su dimisión. B, (el título que hace alusión a esa caja donde se guardaba el dinero no declarado), es un poderoso thriller político, sobre la corrupción desalmada de muchos gobernantes del país, la podredumbre de un poder obsoleto y fascistoide que actúa por encima de la ley. Una cinta que se destapa como un tour de forcé magnífico, memorable, de excelente pulso y nervio cinematográfico, en su aparente sencillez y austeridad, reside una honestidad y transparencias dignas de elogiar. Se citan muchos nombres, datos, cifras, y demás relaciones numéricas… Pero todo se hace de manera minuciosa, clara y directa, no se deja nada fuera, se explica lo que allí aconteció, tampoco hay directrices ni una postura moral de los responsables de la película, la historia se explica cómo sucedió, o al menos como casi sucedió, porque a fin de cuentas, nunca sabremos si la declaración de Bárcenas es real o falsa, o si actúa en nombre propio u oculta a alguien o terceras personas, verdades o mentiras que seguirán sin esclarecerse, al menos por ahora.