Entrevista al cineasta Franco Piavoli, con motivo de la retrospectiva en el marco de la Mostra de Cinema Espiritual en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el miércoles 16 de noviembre de 2022
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Franco Piavoli, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Lucas por su gran trabajo como intérprete, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Jordi Martínez de comunicación de la Filmoteca, por por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Alicia Cano Menoni, directora de la película “Bosco”, en la sede de la Casa Amèrica Catalunya en Barcelona, el miércoles 16 de noviembre de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alicia Cano Menoni, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Violeta Medina de Comunicación, por por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Historia es, desde luego exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió”
Enrique Jardiel Poncela
Para hablar de la primera película de ficción de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis, italoamericanos nacidos en 1986, nos tenemos que remontar hasta Vejano, un pueblo de la Toscana italiana, y detenernos en la figura de Ercolino, un hombre que dejó Roma para instalarse en el pueblo. En su casa de campo se reúne con cazadores de la región para comer, beber y contar historias de la zona. De esos encuentros y tertulias nacieron Belvanera (2013), un cortometraje que los dos directores codirigieron juntos, y Il solengo (2015), en que el tándem se detenía en la historia de Mario de Marcella, un ermitaño que vivía en el bosque cerca de Roma. Ahora, nos llega La leyenda del Rey Cangrejo, también surgida de los encuentros de Escolino, en la que la pareja de directores nos llevan a finales del XIX y principios del XX, para hablarnos de Luciano, un tipo perdido, alcohólico e inadaptado, que no encaja en una sociedad de gentes de la tierra sometidos a la voluntad del príncipe de turno. Los días pasan y Luciano se pierde en deambulaciones, borracheras y demás. Solo el amor que tiene en Emma, una bella y sencilla mujer del pueblo, a la que también pretende el dueño y señor.
A través de una historia que nace de Tommaso Bertani, uno de los productores, Carlo Lavagna y los propios directores, componen un relato nacido de la tradición oral y las leyendas y mitos de los pueblos, donde predomina un paisaje frondoso que rodea a los personajes, entre esa naturaleza bella y salvaje que entronca con esas rígidas normas sociales impuestas por el príncipe y las durísimas vidas de las gentes de la tierra. Aunque, la película se centra en la vida y desgracia de Luciano, todo se mueve por Emma, la autentica heroína del relato, la esperanza y la vida del propio protagonista, en una película estructurada a través de dos capítulos. En el primero, estamos en Vejano, el pueblo italiano alrededor de la fecha citada anteriormente, en el que se desarrolla el amor de Luciano y Emma, y los conflictos con el príncipe por la oposición del propio protagonista, en un marco de drama rural convincente donde se evoca lo etnográfico y lo antropológico, y una mirada crítica y testimonial de los acontecimientos que suceden.
En la segunda mitad, nos trasladamos hasta el fin del mundo, y más concretamente a Tierra del Fuego, en Argentina, donde seguimos a Luciano, ahora convertido en buscador de oro en una tierra donde el entorno es duro, rocoso, gélido y lleno de peligros y codicia y egoísmo. A través de una marcada atmósfera de western, pero en sus diferentes variantes, porque en la primera parte, estaríamos en el western clásico, donde el héroe debe enfrentarse al cacique de turno, con el amor de por medio, y también, las injusticias contra los más débiles. En la segunda, el western sería más crepuscular, más de viaje, de itinerario, donde siguiendo el mismo ritmo pausado y emocional, vamos con una letanía acompañando a un grupo de hombres que siguen un tesoro escondido, a través de un cangrejo, que funciona como símbolo mágico y extraño porque los guía hasta el codiciado premio. Otro animal en el cine de Rigo de Righi y Zoppis, como la pantera de Belvanera, y el jabalí de Il solengo, que funcionan como bestias de otro mundo que sirven de guía a los humanos.
Un equipo formado por técnicos cómplices que han participado en todos los trabajos del tándem de directores, como el músico Vittorio Giampetro, ayudando a crear ese mundo físico y espiritual por el que se mueve el relato, y el cinematógrafo Simone D’Arcangelo, que ha estado en los equipos de cámara en películas de Carlos Saura y Woody Allen, entre otros, consigue esas maravillosas luces cálidas que contraponen la miseria moral de las leyes impuestas en el pueblo italiano, y esa otra luz mortecina y dura de Tierra del Fuego. Con la entrada de dos aportaciones de la coproducción argentina con nombres tan ilustres como los del editor Andrés Pepe Estrada, que ha estado en películas de Trapero, Mitre y Schnitman, entre otros, dando forma a una película de varias formas, texturas y registros y condensando un ritmo pausado y lento en sus ciento seis minutos, y el increíble sonido de Catriel Vildosola, que tiene en su haber directores de la talla del mencionado Trapero, Lisandro Alonso, Amat Escalante y Anahí Berneri, entre otros.
Una película que apela en todo momento a la tradición oral, a las ancestrales historias y relatos que no están escritos y forman parte de las leyendas, mitos y cuentos de los pueblos y sus habitantes, tiene en su elenco buena parte de esos lugareños del pueblo de Vejano, que dan vida a sus antepasados y aquellas gentes que vivieron antes, en una idea de cine de los lugares, contando con la participación de los habitantes como actores no profesionales, que retrotrae al imaginario de Renoir, Rossellini y Kiarostami, donde la vida y el cine se fusionan de forma maravillosa. Para la pareja protagonista se cuenta con Maria Alexandra Lungo que da vida a Emma, que recordamos como la protagonista de la película El país de las maravillas (2014), de Alice Rohrwacher. Emma es una mujer encerrada en esa sociedad patriarcal, solo se siente libre junto a Luciano, aunque la cosa será dificultosa. Frente a ella, Luciano al que da vida Gabrielle Silli, un artista plástico y performativo que vive en Roma, que compone un magistral y furioso tipo que está en un lugar al que no pertenece. Dos interpretaciones naturales y cercanísimas que se funden con la naturaleza en contrapunto con la sociedad inmoral e injusta. Celebramos con energía que la distribuidora Vitrine Filmes se aventure a traernos películas de esta naturaleza, porque tienen cine, vida y sobre todo, humanismo, esa parte tan importante que la sociedad y sobre todo, el cine olvida demasiado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“En enero de 2007, el alcalde del pueblo calabrés donde estaba rodando Le Quattro volte, me llevó a dar una vuelta por el Pollino. “¡Tienes que ver las maravillas de estas montañas!”, me dijo. Me llevó a un sumidero en el que se veía un escaso corte en el suelo. Me quedé perplejo, decepcionado. El alcalde, en cambio, entusiasmado y orgulloso, lanzó una gran piedra a ese vacío. Se la tragó la oscuridad. El fondo era tan profundo que no se podía ver ni oír nada. Esa desaparición, esa falta de respuesta, me produjo una emoción muy fuerte. Ese extraño lugar se me quedó grabado, llamándome a volver a él años después, para cuestionarlo y crear un proyecto dentro de la silenciosa negrura del Abismo de Bifurto”.
Michelangelo Frammartino
Muchos de los que nos consideramos amantes del cine nos quedamos gratamente sorprendidos con la aparición de una película como Le Quattro volte (2203), del director Michelangelo Frammartino (Milán, Italia, 1968). Una bellísima película ambientada en el sur de Italia, en la región de Calabria, en los pequeños pueblos de Alessandria del Carretto, Caulonia y Serra San Bruno, sobre los ciclos naturales de la vida y la naturaleza, donde se hacia una profunda exploración y reflexión sobre los oficios y las vidas rurales que se perdían y la película dejaba huella de toda esa lenta e irreparable desaparición.
Siete años antes, el cineasta milanés ya había debutado con Il Dono, donde desde el mencionado Caulonia, ya advertía de la terrible despoblación. Con Alberi (2013), rodada en Armanto, también de la región calabresa, una película de veintiocho minutos que formaba parte de una instalación que pasó por el MoMA y el Pompidou, en la que recuperaba la antigua tradición de los Romiti, los hombres que se cubrían con hiedra, los hombres-árbol que pedían limosna y custodiaban los secretos del bosque. Un cine sobre el tiempo, las huellas del pasado, la naturaleza y la vida rural, campesina y pastoril, unas vidas que el tiempo va borrando, y el cine de Frammartino, con su peculiar estilo de fusión de ficción y documento, recupera esas vidas, esos lugares, esas actividades, y sobre todo, unas gentes y la memoria del territorio de Calabria. Sus estudios de arquitectura en que el espacio físico se convierte en terreno de estudio junto a las imágenes de cine y video, se han convertido en tema esencial de sus películas.
En Il Buco, en un guion de Giovanna Giuliani y el propio director, nos traslada a la Italia del milagro económico de los sesenta, más concretamente a 1961, en un contexto en que se había inaugurado el edifico Pirelli, entonces, el rascacielos más alto de Europa en 1958, en la ciudad de Milán, al norte del país. En el otro lado, en el sur, unos jóvenes se fueron, no a surcar los cielos, sino a sumergirse bajo tierra, en un agujero abierto en mitad de la meseta del Pollino, capitaneados por Giulio Gècchele y su joven grupo espeleológico de Piamonte. Los expedicionarios se adentraron en la grieta y descubrieron una cueva a 700 metros bajo tierra, la segunda cueva más grande de la Tierra en aquel momento. Frammartino recoge aquella historia real de la aventura espeleológica y filma con su peculiar fusión de realidad e imaginación, en el que no solo se sigue a la expedición bajo tierra, con las herramientas de entonces, donde cada metro se explora y se va descubriendo, en la más inmensa oscuridad, en un camino que es totalmente incierto lo que va a ocurrir y con lo que se van a encontrar. También, nos habla de la superficie y se centra en un anciano pastor que ha enfermado.
La película tiene el característico aroma del mejor Herzog, en sus aventuras-películas, en que lo imprevisto de la naturaleza y la vida salvaje se recoge con naturalidad y dejando constancia de la belleza y lo terrible de lo natural. También, encontramos ecos de la experiencia extrasensorial e inmersión absoluta que ya estaba en La ciudad oculta (2018), de Víctor Moreno, en la que se adentraba bajo la tierra de la urbe de Madrid, acompañando a los trabajadores del suelo. La oscuridad y el leve sonido de los espeleólogos se apodera de la pantalla, donde nos perdemos en el abismo profundo de la cueva, un universo por descubrir, un universo desconocido, y sobre todo, un mundo incierto, donde todo está por conocer y descubrir, en el que la imagen se construye a oscuras, en el que destaca con intensidad el grandísimo trabajo de cinematografía del legendario Renato Berta, toda una institución del cine europeo, ya que lleva trabajando hace más de medio siglo y con nombres tan ilustres como los de Godard, Gitaï, Resnais, entre otros. El ejemplar montaje de Bennie Atria, el maravilloso sonido de Simone Paolo Olivero, ambos en el equipo de Le Quattro Volte. La película usa pocos diálogos, deja todo al sonido natural del interior de la cueva, y algún leve diálogo entre los conquistadores de aquello que no vemos, entre estas personas que se lanzan hacia abajo a explorar ese submundo. Esa otra tierra, ese otro sonido y esa otra cosa, como una especie de monstruo que solo muestra la entrada y nunca la salida, la salida está ahí, pero no se sabe a qué profundidad.
Con Il Buco, el director italiano elabora un ejercicio no solo de memoria, sino de humanismo y de experimentación que el cine prodiga poco, porque la experiencia cinematográfica de ver una película de Frammartino es muy especial, y nos deja una huella donde hay tiempo para sombrarse, descubrir y sumergirse en el interior de la tierra y en el interior de uno mismo. Una experiencia que devuelve al cine la capacidad de asombro y magnificencia que tenía en sus orígenes, cuando todo estaba por hacer, y cuando todo lo que aparecía en la pantalla era una novedad, porque la experiencia filmada de Frammartino va más allá de su forma de reivindicación el trabajo de estos espeleólogos que, en su día pasó totalmente desapercibido por los medios y demás, sino que vuelve a detenerse y a mirar la región de Calabria, tanto en su superficie como en su interior, filmando cada detalle, cada mirada, cada suspiro, cada gesto, cada animal, con momentos mágicos y hermosísimos como ese de los recién llegados pasando de noche por una plaza donde unos lugareños miran la televisión atentamente, o ese otro de la cotidianidad de los propios espeleólogos y la rutina de los pastores y las gentes con sus trabajos y sus intimidades
Una forma de filmar y acercarse a lo rural y sobre todo, a sus gentes que, remite completamente a los trabajos en el campo documental de Vittorio de Seta entre 1955 y 1959, que pudieron verse el pasado febrero en la imperdible Filmoteca de Cataluña, o los más recientes de Raymond Depardon, donde lo rural, ese mundo atávico y extraño, adquiere su dimensión de cercanía, de belleza y de universo imborrable en la memoria de tantos, aunque la modernidad y los cambios constantes de la vida y de la mano del progreso se lleven por delante una forma de vida ancestral que andaba de la mano de la naturaleza, observándola y trabajándola, como una comunión perfecta entre humano y naturaleza. Nos alegramos enormemente que una distribuidora como La Aventura apueste por el cine de Frammartino y estrene una película de estas características, porque no solo engrandece la idea de hacer cine, sino que consigue llevarnos a otros mundos, a otros universos y lo más curioso de todo, es que se encuentran en este, bajo tierra, como aquel viaje que nos proponía Verne, un viaje que en ciertos momentos parece espacial, por toda esa oscuridad y ese silencio, y no es otro mundo que el que se encuentra bajo nuestros pies, en el interior de la tierra. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Leonardo Di Costanzo, director de la película “Ariaferma”, en el marco de la Mostra de Cinema Italià de Barcelona, en el Hotel Condes en Barcelona, el viernes 10 de diciembre de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Leonardo Di Costanzo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Alba Laguna y Eva Herrero de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Todos somos reclusos de alguna prisión, pero algunos estamos en celdas con ventanas, y otros no”.
“Arena y espuma” (1926), de Gibran Jalil Gibran.
Nos encontramos en algún indeterminado de Italia, que nunca será desvelado, en el interior de una cárcel del XIX, una prisión que se cierra y todo ha sido trasladado. Los problemas burocráticos impiden su cierre total, y tienen que custodiar doce presos a la espera de su traslado definitivo. Tanto guardias como reclusos deberán compartir las cuatro paredes de un espacio, un lugar en el que nadie quiere estar, y donde la convivencia no será nada fácil, en un extraordinario guion que firman Bruno Oliviero (que ya estuvo en L’intrusa), Valeria Santella, que ha trabajado con Moretti y Bellocchio), y el propio director. Tercer trabajo en la ficción del reputado director Leonardo Di Costanzo (Ischia, Napoli, Italia, 1958), reputado en el campo documental con títulos como A scuola (2000), un forma de trabajo, desde la realidad y para la realidad, porque en sus ficciones están llenas de elementos propios de ese campo, porque la verosimilitud del espacio, al que le da mucha importancia, porque no está construido, sino que son reales las localizaciones, les da un aspecto de realismo cinematográfico donde la realidad se mezcla de forma inteligente con la ficción.
El director italiano vuelve a un espacio aislado y cerrado en el que vuelve a profundizar en los roles de prisionero y carcelero, a partir de personas de diferentes índole deben compartir, y sigue indagando en las relaciones complejas de esa situación incómoda y difícil, como ya hizo en L’intervallo (2012), en la que dos niñas comparten une edificio abandonado de la periferia, y en L’intrusa (2017), donde una maestra de una escuela para niños desfavorecidos, debe ayudar a una mujer de un mafioso y sus dos hijos en plena huida. En Ariaferma, construye su relato a partir de dos hombres, dos personalidades aparentemente opuestas que tienen más en común de los que se imaginan. Por un lado, tenemos a Gaetano Gargiolo, el guardia y jefe de la prisión, y por el otro, nos topamos con Carmine Lagiola, un famoso preso, que podemos imaginar que se trata de la camorra italiana. Entre los dos, sin quererlo y sin buscarlo, se irá creando una relación más íntima y humana en el que sus roles iniciales irán dejando paso a otros más cercanos y profundos, como la puesta en escena con esos barrotes que encuadran a unos como otros, y ese patio central donde se difuminan guardias y reclusos.
Exceptuando un breve prólogo de los guardias en el exterior y alrededor de un fuego, una especie de celebración de despedida de la cárcel, siempre estaremos en el interior de las cuatro paredes de la prisión, donde escucharemos de forma realista y detallada todos los sonidos de puertas que se abren y cierran, en un grandioso trabajo de Xavier Lavorel, un habitual del cine de Alice Rohrwacher, un sonido que recuerda a las películas de Bresson y más concretamente a Un condenado a muerte se ha escapado (1956), de la que Ariaferma bebe mucho. Una cinematografía que nos envuelve en los claroscuros de un espacio que a veces está ensombrecido y velado, en un preciosista trabajo de Luca Bigazzi, uno de los grandes nombres de la cinematografía italiana con películas de Gianni Amelio y Paolo Sorrentino en su haber. El soberbio trabajo de montaje de Carlotta Cristiani, una cómplice habitual de la filmografía de Di Costanzo, que consigue con lo mínimo lo máximo, encerrándonos en esa prisión para todos, y condensando con inteligencia una película que se va casi a las dos horas de metraje, y todo se desenvuelve con agilidad y ritmo.
Finalmente, nos encontramos con la magnífica e intensa música de Pasquale Scialo, debutante en la ficción después de un recorrido por el documental y las series televisivas, otro elemento que destaca sobremanera, con esos estupendos ritmos de fusión con percusión que usa para crear esa atmósfera inquietante que preside la película y su suavización. Mención aparte tiene el ajustadísimo y magnífico reparto de la película con un grupo de experimentados intérpretes italianos que dan vida a los guardianes y reclusos como los Fabrizio Ferracane, Salvatore Striano, Roberto De Francesco y Pietro Giuliano, entre otros, que atravesados por la contención y aplomo que respira toda la película, componen unos individuos que dan esa verosimilitud tan necesaria en una película de estas características, donde la mayor parte de la trama se apoya en la composición de los personajes y sus relaciones. Después tenemos a dos tótems de la actuación italiana como son Toni Servillo en el rol de guardián, un actor con todas sus letras que nos ha dejado excelentes e inolvidables tipos siempre de la mano de Sorrentino como el apesadumbrado y silencioso Titta di Girolamo en Las consecuencias del amor, el siniestro e inquietante Giulio Andreotti en Il divo, y el caradura y decadente Jep Gambardella en Le Grande Bellezza.
Frente a Servillo, más conocido por estos lares, tenemos a otro titán como Silvio Orlando que, es como el otro lado del espejo de Servillo, con el que tiene muchas diferencias y muchas más similitudes, un actor de clase, elegancia y temple como su oponente, al que hemos visto brillar en películas de Daniele Luchetti y Nanni Moretti, y con Sorrentino también, en la serie The Young Pope y su segunda temporada. Resulta curioso que tanto el director como Servillo y Orlando, comparten Napoli como la región de nacimiento, y sus años que van de 1957, 58 y 59, respectivamente, en su primer trabajo juntos. Di Costanzo ha construido una película soberbia y detallista, concisa y profundamente humana, que indaga con sabiduría y aplomo las ambiguas relaciones que se van produciendo entre guardias y reclusos cuando las estrictas y escrupulosas normas carcelarias van dejando paso a los diferentes caracteres y a ir más allá, dándose la oportunidad de conocer al otro, independientemente de las razones que lo han llevado a esa situación, porque en la mayoría de los casos, siempre conocemos su apariencia a través de prejuicios adquiridos y no nos atrevemos a quitarnos las máscaras y tantas leyes y normas que nos sitúan en roles que nada tienen que ver con lo humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El riesgo es que los guitarristas, por su papel habitual dentro del típico grupo de rock, actúen como unas divas. De todas formas, creo que hemos conseguido enviar un mensaje subliminal: “Hay mil músicos tocando. No hay espacio para el virtuosismo ni para las masturbaciones musicales con el instrumento”. Me interesa Rockin’1000 como experimento “sociomusical”, porque se trata de anular el ego. Es algo muy zen. Yo creo que va a ser muy bueno para los músicos”.
Erase una vez en la localidad de Cesena, al norte de Italia, que un tipo llamado Fabio, biólogo de profesión y rockero de pasión, tenía un sueño. Su sueño era que la banda de rock estadounidense “Foo Fighters” tocará en su ciudad. Y para ello, con la amistad y el trabajo de varios colegas del rock, idearon una aventura de nombre Rockin’1000. La aventura era convocar a mil músicos entre bateristas, guitarristas, bajistas y cantantes para que tocasen el tema del grupo “Learn to Fly” y filmar toda esa experiencia única e irrepetible. Hubo una campaña de crowfunding de donde salieron los gastos presupuestados en más de 40000 euros, un casting vía internet, y llegó el gran día, donde todo fue rodado. Grabaron un video que subieron a youtube que en pocos días alcanzó más de veinte millones de visualizaciones y Dave Grohl, líder de la banda, conoció a Fabio y el grupo y prometieron tocar en Cesena.
La cineasta Anita Rivaroli, natural de Cesena, y graduada en el prestigioso Centro Sperimentale di Cinematografia, con experiencia en cortos y videoclips, amén de autora del videoclip de Roking’1000, es la autora de esta película que documenta no solo la aventura de un grupo de rockeros del norte de Italia, sino el trabajo en equipo, de hacer posibles lo imposibles, y sobre todo, a pesar de la individualidad y superficialidades imperantes de esta sociedad consumida por lo material y la impostura, de tanto en tanto, un montón de gente deciden aparcar sus vidas y sus historias y ponerse al servicio común, a la maravillosa idea cooperativista de todos a una, de trabajar e invertir su tiempo para otros, o mejor dicho, para una causa que les va reportar un bienestar emocional, todo un milagro en los tiempos que corren. Rivaroli crea un documento al uso, con sus respetivos testimonios de todos los instigadores del proyecto, tanto creadores como músicos, y de los otros, todos esos músicos anónimos que arribaron a Cesena con la ilusión y las ganas de ser parte de una iniciativa loquísima y llena de amor y alegría.
Las imágenes nos hablan del inicio del proyecto, sus adversidades, sus continuos problemas económicos y de logística, y de su periplo, su enorme éxito, en que el video resultante se convirtió en un fenómeno mundial, el concierto de Cesena y la larga vida de la experiencia Rockin’1000 ya convertida en una banda de rock que llena estadios de todo el mundo. La película no solo nos habla de la pasión de cada uno, sino de los infinitos caminos de la música, con sus múltiples formas, texturas y variantes de entenderla, experimentarla y de vivirla. Un grupo de mil músicos que no entienden la vida sino es tocando sus instrumentos y hacer mucho ruido, tocar los temas de sus grupos de referencia, y porque no, un día, en la medida de sus posibilidades, pertenecer a esos músicos de rock que tocan en estadios llenos y hacen vibrar a una masa entregada y vital. Rock por mil también nos habla de los sueños, de los sueños de cada uno, de todas esas ideas, ilusiones y demás que nos rondan la cabeza.
La película se centra en todo el trabajo que hay detrás de cada sueño y cada aventura, de todos y todas que los hacen realidad, de todas las posibilidades que nos ofrece trabajar en grupo y crear una comunidad, de esa magnífica idea de creer en algo y llevarlo a cabo con la ayuda de tantos entusiastas como tú, porque en un sistema que continuamente aboga por el yo, es una forma de resistencia crear un nosotros, donde no hay nombres, ni egos ni nada que se le parezca, solo un grupo de mil personas que suman talentos para crear algo bueno, bonito y lleno de esperanza, en una especie de rito sagrado, una mirada espiritual, donde el único fin es pasárselo bien y sobre todo, crear en comunidad, todos y todas a una por y para el rock, porque aunque el mundo siga a lo suyo, o sea, a su inevitable autodestrucción con sus ansias de crecer y crecer y explotarlo a todo y todos, en Cesena, una pequeña localidad del norte de Italia, se lanzaron a una aventura que parecía imposible, un sueño que no solo se hizo realidad, sino que construyó mil realidades y mil formas de hacer música y disfrutar de la vida desde otro ángulo imposible y posible. Ya solo nos queda decir: ¡LARGA VIDA A LOS SUEÑOS IMPOSIBLES Y A LAS PERSONAS QUE LOS SUEÑAN!. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Liliana Torres, directora de la película “¿Qué hicimos mal?”, en una cafetería de Gràcia en Barcelona, el lunes 13 de diciembre de 2021.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Liliana Torres, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Paula Álvarez de Avalon, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Ninguna culpa se olvida mientras la conciencia lo recuerde”.
Stefan Zweig
Después de leer la noticia del hecho real que ocurrió en 2010 en la ciudad de Paderborn, Alemania, en la que un cirujano de origen judío se negó a operar a un hombre que tenía un tatuaje nazi. El director italiano Mauro Mancini y su coguionista Davide Lisino, encontraron la materia prima para elaborar el guion de No odiarás, una cinta que pone en cuestión las enormes dificultades de alguien que debe gestionar su dolor y sobre todo, su culpa. La premisa es sencilla y muy directa. Una película que nos relata la cotidianidad de Simone Segre, un reconocido cirujano de la ciudad de Trieste, al noroeste de Italia. Un día, mientras realiza sus entrenamientos en piragua, presencia un accidente de tráfico. Cuando mientras socorre a uno de los heridos, descubre una esvástica nazi que lo paraliza por completo y decide pedir ayuda. Pero la cosa no acaba ahí, reconcomido por la culpa, contacta con la hija del fallecido, la joven veinteañera Marica Minervini y la contrata como asistenta. Aunque, la cosa se complicará muchísimo, cuando Luka, el otro hijo del fallecido, un joven nazi fanático, se opondrá con fuerza cuando sabe que el cirujano es hebreo.
El director italiano sitúa su película en una ciudad como Trieste, donde ha aumentado la inmigración, y no solo nos habla de una historia muy actual, sino que remite constantemente al pasado de la Segunda Guerra Mundial, en un ir y venir que deberá procesar el protagonista, ya que su padre, recientemente fallecido, fue deportado como judío y convertido en dentista en los campos de exterminio nazis. No odiarás está construida a través de estos tres personajes, individuos que el destino ha querido mezclarlos, donde deben lidiar con la herencia paterna y gestionar como pueden emociones tan complejas como la culpa, que les hace meterse en berenjenales de difícil solución. La sutileza y la neblina de esa luz que inunda toda la película, que firma el cinematógrafo Mike Stern Sterzynski, consigue dotar a la composición de esa oscuridad que tanto emanan sus protagonistas, con un montaje medido y ajustado de Paola Freddi (a la que conocemos por su labor en Hannah, de Andrea Pallaoro, durísimo drama de una mujer madura que se queda sola después que su marido sea encarcelado, protagonizada por la grandísima Charlotte Rampling).
Mancini, con experiencia en cortometrajes y televisión, elabora con paciencia y reposo un drama íntimo, una cinta sobre el odio al otro, sobre comprender y mirar de frente al diferente, a aprender a convivir con el otro, a lidiar con la oscura herencia familiar, a liberarnos de la culpa para seguir avanzando y entender a los otros, y sobre todo, a nosotros mismos, y todo contado desde la sutileza, desde los impactantes silencios, y desde las emociones de unos personajes atrapados por su pasado que gestionan un presente muy herido, como la relación que tiene el protagonista con el perro de su padre y la evolución que tienen. Un actor con la presencia y el aplomo de Alessandro Gasmann, hijo del carismático intérprete italiano Vittorio Gasmann, con el que debutó en el cine siendo una adolescente (al que hemos visto en películas tan interesantes dirigidas por nombres de renombre como Franco Rossi, Bigas Luna, John Irvin y Ferzan Ozpetek, entre otros), que compone un hombre aparentemente tranquilo, pero que arrastra demasiado dolor, y una carga muy pesada con un padre de difícil carácter, encuentra en los hijos del nazi fallecido, una forma de redención y de liberarse de tanta culpa que lo atormenta. Excelentemente bien acompañado por los jóvenes Sara Serraiocco y Luka Zunic, interpretando a Marica y Marcello Minervini, respectivamente, escenificando las dos formas de gestionar la muerte y el dolor, con ella, volviendo de una vida dura y haciéndose de sus dos hermanos menores, y él, usando el rencor y la violencia para ahuyentar tantas heridas sin cicatrizar.
El director transalpino observa a sus individuos sin entrar en juicios ni nada que se le parezca, huyendo completamente del manierismo de muchas producciones que abordan temas de la misma índole, esa función, si es que resulta adecuada, la deja al espectador. La película está tejida con detalle, sobriedad y tensión en sus estupendos 95 minutos. Un retrato que podría desarrollarse en cualquier ciudad europea donde se generan conflictos de odio que desatan en violencia, ahondando el antisemitismo imperante en muchos países, que devuelven a la actualidad las tragedias del pasado, unas tragedias que solo pueden curarse con educación, comprensión y tomando medidas para que esas exaltaciones de violencia no se produzcan contra nada ni nadie. No odiarás escarba de forma intensa y profunda en la condición humana, todo aquello que nos hace diferentes e iguales a los demás, todo aquello que debemos curar y debemos hacerlo de frente, sin atajos ni buscando culpables, sino siendo sinceros con uno mismo, y sobre todo, mirar sin rencor el pasado, ni a nuestros padres, perdonando y perdonándonos, mirando con amor a las personas que le debemos la vida, para bien o para mal. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“El fascismo es la antítesis de la fe política, porque oprime a todos aquellos que piensan de forma diversa”
Sandro Pertini
En El conformista (1970), de Bertolucci, se profundizaba de manera directa y transparente la complejidad de los ideales enfrentados a lo personal en la oscura y terrorífica Italia de los treinta bajo el yugo fascista de Mussolini. Aquella Italia de camisas negras, de fascismo desbocado y en puertas de la guerra, ha sido y será la parte más convulsa del país transalpino, y como no ha podido ser de otra manera, el cine lo ha mirado desde distintos puntos de vista. En Vincere (2009), la maestría de Marco Bellocchio, relataba con mano firme el ascenso del joven Mussolini hasta llegar al poder y sus amores con Ida Dalser. En El poeta y el espía, el director Gianluca Jodice (Nápoles, Italia, 1973), hace lo propio, pero no mira directamente al dictador italiano, sino a su contrario, el poeta y militar Gabriele D’Annunzio (1863-1938), héroe de la Gran Guerra y recluido en un palacete. En la primavera de 1936, cuando arranca la película, nos encontramos a un D’Annunzio de 74 años, pero muy envejecido, aquejado de grandes problemas de salud, intranquilo y olvidado por todo y todos, solo acompañado por unos pocos familiares y ayudantes.
Conocemos al poeta a través de Giovanni Comini, un joven idealista fascista que acaba de ser nombrado federal, al que le encargan la difícil misión de espiar al poeta, ya que advierte del peligro de Mussolini y su inminente alianza con Hitler. El joven Comini mantiene una relación con Lina, una joven enamorada y solitaria que también mantiene sus dudas respecto a la función de Giovanni. Jodice debuta en el largometraje de ficción, después de sendos documentales, uno dedicado a su ciudad Nápoles, y otro, sobre La gran belleza, de Sorrentino. La película se sustenta en dos grandes nombres en la parte técnica, Daniele Ciprì en la cinematografía, con varias películas con el citado Bellocchio, y la edición corre a cargo de Simona Paggi, con trabajos con Gianni Amelio y La vida es bella, de Benigni. Una parte ejemplar en su forma de contar el relato, así como su ambientación y oscuridad en la que se había instalado un país donde el fascismo que viene a cambiar y modernizar el país, acaba volviendo a la violencia para eliminar a sus críticos. Comini es una de esas personas manejables que la dictadura acoge en su seno y lo maneja a su antojo, alguien que al relacionarse con D’Annunzio verá la realidad en la que se está metiendo, y sobre todo, cuando le afecta a nivel personal.
La película se basa en los encuentros y conversaciones del joven fascista y el veterano poeta, de vueltas de todo, vencido por todos, que sabe perfectamente que sus días están contados, y hace lo imposible para parar la locura de Mussolini. El poeta y el espía es una película de corte clásico, muy estática, la acción se manifiesta a través de sus diálogos, llamadas de aquí a Roma y viceversa, y mucho despacho de las altas esferas fascistas, en un relato in crescendo, donde la mirada del joven Comini se convierte en nuestra mirada, todo lo conoceremos a través de él, de su cambio como joven fascista a enfrentarse a la cruda realidad del fascismo y su violencia para mantener el poder y llevar a cabo sus siniestros planes. Un reparto bien escogido que interpreta con seguridad personajes complejos, humanos y muy cercanos, entre los que destaca Francesco Patanè como Giovanni Comini, el joven que despertará y verá la realidad que se negaba a creer, Lidiya Liberman como Lina, la joven superviviente que manifiesta sus dudas al trabajo de su enamorado Comini.
Mención aparte tiene el grandísimo trabajo interpretativo de un extraordinario Sergio Castellitto, actor de gran talla que ha trabajado con nombres tan ilustres como los de Rosi, Ferreri, Scola, Monicelli, Rivette, entre otros, amén de dirigir varias películas, realiza una composición maravillosa de D’Annunzio, con sus taras y virtudes, un tipo consumido por la historia, su personalidad, por la cocaína que llenaba sus agujeros imposibles, ese caminar aturdido y lento, esa mirada lejana y ausente, todos sus movimientos pausados y sin rumbo, encerrado en un palacete, mitad ruinas y mitad en continua construcción, cautivo en una vida que ya no le pertenece, en un mundo que ha pasado de largo, e incapaz de llegar a todos esos italianos ensimismados en un Mussolini que él sabe muy bien que los llevará al abismo y a la miseria más absoluta, un tiempo que se va y sobre todo, un tiempo que se llenará de terror, y él viejo poeta y enfermo ha quedado ya demasiado olvidado. El poeta y el espía gustará a todos aquellos que no conozcan esta parte de la Italia fascista, conociendo a todos esos personajes que vieron como sus ideales eran arrastrados a la muerte, y otros, como el poeta, donde su razón y su poesía eran reducidas al olvido, convertido en un pobre títere de sí mismo y su pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA