10 años y divorciada, de Khadija Al Salami

10-anos-y-divorciadaMUÑECAS ROTAS.

Una niña de 10 años escapa de su marido y entra en una sala de justica, angustiada y temerosa, le comunica al juez que quiere divorciarse. A partir de este arranque impactante que no deja lugar a ningún tipo de dudas de las intencias de la película, la cineasta Khadija Al Salami (1966, Saná, Yemen) con una interesante trayectoria como novelista, en la que ha destacado en denunciar los abusos contra las mujeres de su país, se inicia en el mundo del cine, con un largometraje de denuncia, una obra que nos muestra la terrible odisea de una niña, Nojoom (estrellas, en lengua yemení) que es obligada por su padre a casarse con un hombre de 30 años a cambio de una renta pequeña. A través de flashbacks, con idas y venidas, vamos conociendo los orígenes de la familia de Nojoom, que viven del café en una zona rural, y todas las situaciones adversas que se originaran para que finalmente tengan que emigrar a la ciudad y comenzar una nueva vida.

Nojoom

Al Salami realiza una obra sin concesiones, directa y contundente, no se anda con rodeos innecesarios, muestra unos hechos terribles y dolorosos sin caer en el sentimentalismo y la condescendencia con su personaje, huye de adornos innecesarios y argumentaciones recurrentes, envuelve su obra a través de la mirada de su desdichada criatura, un gesto brutal que se arrastra en silencio, Nojoom se siente atrapada, presa de un destino oscuro, casada con un hombre que abusa sexualmente de ella, y la maltrata física y emocionalmente si ella no lo obedece. Una vida de mujer cuando sólo es una niña, infancia robada y vilipendiada, una vida que no es la suya, un tormento continuo, un infierno vital en el que se encuentran cientos de miles de niñas en todo el mundo, como explica la abogada durante el juicio. La película yemení, una cinematografía totalmente alejada e inexistente en nuestros cines, también puede verse como un estudio antropológico serio y realista de las condiciones durísimas de vida en las zonas rurales, y las ancestrales tradiciones patriarcales de sometimiento a las mujeres por parte de la voluntad y el deseo de los hombres, como la barbaridad de casar a la mujer ultrajada por su violador, o permitir que los hombres puedan casarse tantas veces quieran y cohabitar con todas sus mujeres, leyes de hombres contra la libertad y la dignidad de las mujeres.

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La cineasta yemení, afincada en París, sigue a su joven heroína en esta terrorífica situación a la que es expuesta, una niña que le roban su vida, una niña que sólo puede imaginar casas señoriales dibujándolas con tiza en el suelo, que vende su anillo de boda para comprarse una muñeca, que le encanta jugar y reírse con su hermano, pero que no le dejan ser quién es, y es obligada a ser quién todavía no es. Una película construida desde la mirada de una niña de 10 años, desde la mirada de alguien preso en su vida, la cámara captura todos esos momentos de forma honesta, tomando la distancia prudencial, contando sin entorpecer la mirada del espectador, estando ahí, siguiendo lo que ocurre, pero sin plantear ningún discurso moralizador. Una película humanista que, saca del olvido a muchas de estas niñas, dotándolas de una visibilidad que los medios no les ofrecen. La película denuncia, como el motivador y esclarecedor discurso del juez durante el juicio, “…recogiendo las miserias de una población ignorante y tremendamente analfabeta, apelando a la conciencia humana para considerar ciertos valores que controlan las vidas, de deshacerse de la ignorancia que ciega a los culpables, que inconscientemente delinquen en nombre de las tradiciones. Y también de la religión…” , discurso que recuerda a otro, sublime y brutal, el formulado por Charles Laughton en Esta tierra es mía, de Renoir, en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, en la que el maestro cobarde, se dirigía a los presentes enarbolando la bandera de la libertad hablando sobre el valor y la dignidad humanas frente a la barbarie. Khadija Al Salami nos ofrece una película durísima, pero que no le falta poesía, a través de detalles ínfimos y muy cotidianos, pero llenos de esperanza a unas niñas que mientras tengan ganas de jugar nadie les podrá arrebatar sus vidas.

La Casa de la Morera, de Sara Ishaq

aaff_OCTUBRE_2015_castVOLVER A LAS RAÍCES

La cineasta Sara Ishaq, nacida en 1984 en el seno de una familia acomodada del Yemen, que a los 17 años, asfixiada e impregnada por las restricciones de su padre, decide irse a Edimburgo a vivir junto a su madre escocesa. En febrero del 2011 volvió al país donde creció para visitar a su familia yemenita, en la ciudad de Saná. Su intención era filmar aquel encuentro y las relaciones íntimas y personales que se establecían con sus familiares. El recuerdo que había dejado y cómo ahora se encontraba con una realidad totalmente distinta, su primo Waleed encarcelado por traición, y un pueblo levantado y resistente que pide a gritos, a través de multitudinarias manifestaciones, el fin del poder tirano del presidente Alí Abdullah Saeh que lleva 33 años en el poder imponiendo un régimen dictatorial y autárquico que ha arruinado a la mayoría de la población.

Ishaq se ve envuelta en las primaveras árabes, y documenta todo lo que sucede, no sólo en la calle, filmando clandestinamente, sino también como toda la situación de inestabilidad política afecta e influye a cada uno de los componentes de su familia. Su objetivo traspasa la intimidad familiar para acercarnos a cada persona, a cada ser, nos hablan de sus sentimientos, anhelos e ilusiones, debaten y discuten entre ellos ante el desolador panorama que está viviendo su país. Ishaq filma la cotidianidad envuelta y golpeada por las terribles noticias de tragedias que escupen los informativos de televisión. También, hay espacio para el diálogo donde cada uno expone sus argumentos, reflexiones y posiciones, analizando los movimientos democráticos de lucha y resistencia que han explotado y sobre todo, el futuro de todo eso, cómo se desarrollaran los acontecimientos, piden y rezan a Dios que los ayude en derrocar al dictador y comenzar otra vida. Ishaq huyó de un país patriarcal y restrictivo, que imponía a las mujeres su forma de ser y pensar, y ahora vuelve al mismo país, que continúa con el patriarcado, pero que el poder político ha arrasado entre las esperanzas y futuro de los más jóvenes.

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La mirada honesta y sincera de la directora yemení-escocesa no juzga, registra con pasión y subjetividad los acontecimientos que van aconteciendo, toma y documenta el pulso de la intimidad del hogar, con especial acercamiento a su padre, que se encuentra entre un pasado de creencias firmes y rectas, y ahora, viviendo un presente, con sus hijas que reclaman otro tipo de vidas, más libres y personales, al igual que demanda ese país que protesta y lucha en la calle con el peligro de ser detenido y encarcelado, o asesinado. Ishaq también tiene espacio para filmar a su abuelo, que representa ese pasado, donde los padres dirigían la vida de sus hijos, también a sus hermanos, que alguno de ellos, los más mayores, sueñan con un país diferente donde se viva y decida en libertad. Y también hay lugar para las mujeres, seres que viven una vida en la sombra, de obediencia y respeto al hombre. La joven directora pertenece a esa mujer árabe que ha sido educada en una cultura occidental, y centra su trabajo en hablar de las injusticias, ya sean en el interior del hogar o el exterior de las calles, se traten de lo personal o lo colectivo.