La acusación, de Teddy Lussi-Modeste

EL PROFESOR DENUNCIADO POR ACOSO A UNA ALUMNA.  

“Mi película es un grito, y si hay un grito, es porque hay esperanza. Porque un grito está hecho para ser escuchado. La sociedad, para ser sociedad, necesita más que nunca que se lleve a cabo está transmisión entre profesores y alumnos”. 

Teddy Lussi-Modeste 

Hace algún tiempo hablando con un amigo profesor, me comentaba la dificultad de ejercer su profesión actualmente. Explicaba que, más que ejercer de docente con sus alumnos, éstos, con el beneplácito de la institución y de sus padres, iban imponiendo una forma de educación muy alejada de la labor de un profesor. La situación que plantea la película La acusación (en el original, “Pas de Vagues”, traducido como “Sin generar conflictos”), me ha refrescado las reflexiones sobre su trabajo de mi amigo profesor, ya que trata sobre una alumna que, completamente equivocada y presionada por sus compañeros, acusa de acoso a un joven e idealista profesor Julien. A partir de ese instante, la cosa se irá tornando cada vez más oscura, y el profesor se sentirá muy sólo, con un instituto sin herramientas para resolver el conflicto, y dejando al espacio, un entorno de por sí complicado al tratarse de un barrio de los suburbios, en que los alumnos irán en contra del citado docente. 

El director Teddy Lussi-Modeste (Grenoble, Francia, 1978), tiene dos películas como director: Jimmy Rivière (2011), y El precio del éxito (2017), sobre un gitano que rompe con su pasado, y un joven de barrio obrero que le llega el éxito. Amén de coescribir los guiones de Una chica fácil, de Rebecca Zlotowski y Jeanne du Barry, de Maïwenn. En su tercera película rescata un hecho real que vivió durante su etapa como profesor en un instituto de la periferia, en un guion que coescribe junto a Audrey Diwan, la excelente directora de El acontecimiento, en el que no sólo nos sitúa en el centro de la acción entre un profesor y sus alumnos, en un acercamiento muy natural y magnífico, como hacían en Entre les murs (2008), de Laurent Cantet, en el que se trata de forma contundente y nada complaciente, la respuesta de la institución ante hechos que generan un gran conflicto en el centro. La película se posa en el rostro y el gesto de Julien, el profesor implicado, pero no por eso genera una trama superficial, ni mucho menos, porque añade otras miradas que construyen una historia muy compleja sobre la fragilidad que existe en la actualidad, donde se han construido espacios esenciales de respeto y dignidad, aunque, en muchas ocasiones, se derriban estos valores y se acusa sin pruebas y muy a la ligera. La película, muy inteligentemente, cuestiona los procesos y las inexistentes herramientas que existen ante casos de esta especie.

El director se arropa de un gran equipo técnico empezando por el cinematógrafo Hichame Alaouie, que tiene en su haber grandes nombres como los de Joachim Lafosse, Nabil Ayouch y François Ozon, en un encuadre asfixiante y rompedor, donde el instituto se convierte en una jaula para Julien, con pocos exteriores, y con el 35mm para crear esa textura que evidencia la intimidad en la que se desarrolla el relato. La implacable y sutil música de Jean-Benoît Dunckel, la mitad del gran dúo “Air”, al que recordamos por sus composiciones para Maria Antonieta, de Sofia Coppola, Verano del 85, del citado Ozon, y la reciente Esperando la noche, de Céline Rouzet. Unas melodías que no limitan a acompañar la soledad en la que se mueve el protagonista, sino que va introduciendo esos momentos de auténtica tensión y terror que va creando la película. El montaje de Guerric Catala, un autor con más de 30 títulos en su filmografía, entre los que destacan los cineastas Mélanie Laurent, Marion Vernoux y Emmanuel Courcol, entre otros. Su edición acoge los intensos y agobiantes 91 minutos de metraje, en un in crescendo, donde todo se torna cada vez más oscuro y tremendo.

No resultaba tarea fácil encontrar al actor que encarnará a Julien, y el director ha encontrado a un cercano y corporal François Civil, que hace poco nos convenció siendo el mismísimo D’Artagnan, amén de películas con Cédric Klapisch. Su Julien transmite todo ese entramado emocional que está viviendo y lo hace de una forma muy visceral y sin cortapisas, muy de verdad. Mencionamos a sus “alumnos/as” como Toscane Duquesne hace de Leslie, Mallory Wanecque, Bakary Kebe, y Shaïn Boumedine en un rol importante que mejor no desvelar, y los “otros”, sus colegas que hacen lo que pueden y algunos menos que eso ante la situación que se produce. En La acusación, de Teddy Lussi-Modeste nos hablan de un caso real que podría generarse en cualquier instituto, y seguramente, sucedería más o menos lo que ocurre en la película, porque ante casos de este tipo, se genera un ambiente incierto, en que la atmósfera se vuelve del revés, y donde la duda, primero y luego, la necesidad de culpabilidad vuelve a todos muy oscuros e indefensos frente a unos hechos de esa magnitud. Recordarán películas que se mueven por los mismos parámetros como Sala de profesores, de Ilker Çatak y Amal, de Jawad Rhalib, ambas de 2023, que nos explican que puede ocurrir cuando los protocolos existentes no ayudan y lo enredan todo aún más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tu color, de Naoko Yamada

LOS COLORES DIFERENTES. 

“Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.

Existen dos elementos que estructuran el universo de Naoko Yamada (Prefectura de Kioto, Japón, 1984), que son el final de la adolescencia y las discapacidades. en su filmografía encontramos el amor adolescente de Tamako Love Story (2014), una chica que ha sufrido acoso por su sordera en la fascinante A Silent Voice (2016), la separación de dos amigas de instituto en Liz and the Blue Bird (2018), con la música como espacio de intimidad, y la serie Heike Monogatari (2021), donde encontramos a un juglar ciego. En Tu color (en el original, “Kimi no Iro”), se centra en Totsuko, una estudiante interna de un instituto religioso de Nagasaki, que tiene la capacidad de ver a los demás como colores, lo que la lleva a estar casi siempre sola y aislada. Pero, las circunstancias la llevan a conocer a Kimi, una estudiante que ahora trabaja en una librería de segunda mano después de ser expulsada del colegio, y también, a Rui, un joven tímido que se refugia con sus teclados y su “Theremin”. Tres almas que viven en soledad y tienen la música como vehículo de refugio. 

A través de un espectacular diseño de producción y un trazo sumamente elaborado en el dibujo y la animación, Yamada sigue profundizando en sus jóvenes apartados, los que sus formas de ser y entender la realidad que les rodea, les hace buscar en la música una forma de entenderse, de expresarse y sobre todo, de sentir su diferencia. Como ocurría en la citada Liz and the Blue Bird, la música vuelve a ser protagonista y el mejor espacio para conocernos, entablar vínculos y sobre todo, de expresión y comunicación, cuando las palabras se vuelven un obstáculo para personas de gran vida interior que chocan con una sociedad demasiado racional, que encajas o te aíslan, y es cero empática con las personas diferentes, con los caracteres que se mueven, piensan y sienten de manera peculiar que nada tiene que ver con la inmensa mayoría. Los tres personajes están en la travesía del paso de la adolescencia a la edad adulta, en el último año de instituto, cuando deben decidir sus estudios superiores y por ende, sus futuros, y es en ese período donde la película se instala y nos sumerge con esas tres realidades, que no juzgan y sobre todo, dejan libertad a que los deseos ocultos e invisibles salgan a la superficie y se puedan desarrollar sin prejuicios y conservadurismos. 

La película es un reunión de grandes cineastas empezando por la pareja de productores: Yoshihiro Furusawa y Genki Kawamura, artifices de la filmografía de un grande de la animación como Makoto Shinkai, autor de célebres títulos como El jardín de las palabras (2013), Your Name (2016), y El tiempo contigo (2019), entre otras. La magnífica guionista Reiko Yoshida con más del centenar de títulos en más de tres décadas de carrera, en la tercera película con Yamada, después de las mencionadas Tamako Love Story y A Silent Voice. El compositor Kensuke Ushio, con sus toques profundos y sensibles, que ya estuvo en la citada A Silent Voice. El editor Kiyoshi Hirose, con más de 70 títulos en su filmografía, especializado en thriller y ciencia ficción, del que hemos visto títulos como El amor está en el agua y Los niños del mar. Una técnica depurada y bellísima, como suelen acostumbrar los genios de la animación japonesa, en una trama sobre la diferencia, sobre los otros, en un momento capital en la existencia, cuando están buscando y buscándote, a partir de una historia muy real, con toques de drama íntimo y personal, y de cuento de principios de verano con la música como medio para expresar y expresarte y comunicarte con el resto, tarea complejísima cuando te cuesta encajar.

Una película como Tu color, gustará a todos los amantes del cine de animación japonés, y también, a todos aquellos que como yo aprecian el cine que cuenta las complejidades de la condición humana, y sobre todo, se decanta por todos aquellos “diferentes” que no son otra cosa que los que no encajan con la mayoría, por sus peculiaridades, los que se ocultan o los invisibles, los que como Totsuko tienen otra forma de mirar y relacionarse a través de los diferentes colores que ve en cada uno de nosotros, o como Kimi, que por su carácter rebelde e inconformista no acata las normas de una institución religiosa como presenta la película, y por último, Rui, que sometido a la dictadura familiar en continuar la tradición de estudiar medicina, él encuentra en el “Themerin”, fabulosa metáfora de todo los sentimientos que emana la película, una válvula de escape, y el trascendental encuentro entre los tres aislados, que la música les sirve como reencuentro y conocerse, y sobre todo, expresar todo lo que sienten a través de ella. Naoko Yamada tiene una mirada sensible y cercana para hablar de lo que somos y los/las que son diferentes porque tienen mucho que decir por ellos mismos a través de la música. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Amal, de Jawad Rhalib

SOBRE LA TOLERANCIA.  

“Leed, haceos preguntas, desarrollad vuestro pensamiento crítico, y seréis libres”. 

Si recuerdan El joven Ahmed (2019), de Jean-Pierre y Luc Dardenne, en la que un chaval de 13 años tenía el dilema entre la pureza que le ha enseñado su imán o entregarse a las pasiones de la vida. Una dicotomía parecida a la que se enfrentan los alumnos de la clase de Amal, una profesora árabe de un instituto a las afueras de Bruselas. Con un guion muy bien construido que firman el trío David Lambert, cineasta y guionista de 9 meses, de Guillaume Senez, Chloé Leonil, que tiene en su haber películas como Un amor tranquilo, de Joachim Lafosse, y el propio director Jawad Rhalib (Marruecos, 1965), en el que a modo de thriller psicológico van desgranando una realidad muy actual en muchos institutos europeos: hijos de inmigrantes que viven entre la educación libre de los países occidentales enfrentada al radicalismo de muchos que usan la religión para manipular a los jóvenes. El relato huye del maniqueísmo y va generando unos conflictos muy complejos, en que los diferentes personajes, alumnos y profesores, se enfrentan a estos como pueden, detenidos en un mar de dudas, miedos y demás.  

De los 7 títulos que ha filmado Rhalib, 5 son documentales, donde ha mirado a las realidades sociales de su país, profundizando en temas como la desolación de muchos pescadores que ven cómo las multinacionales europeas saquean su modo de vida en Los condenados del mar (2008), la desesperanza de muchos jóvenes sin futuro en El canto de las tortugas (2013), la identidad musulmana y la expresión artística en When Arabs Danced (2018), entre otros. Con Amal, su segundo largometraje de ficción, coproducido por una grande como Geneviève Lemal, (con más de 200 títulos, entre los que destacan los citados Dardenne, Costa Gavras, Terence Davies, Ozon, Carax, Bonello, etc…), donde aborda como la citada profesora se enfrenta a un dilema complicado, enseñar valores humanos, de respeto y tolerancia a sus alumnos cuando estos acosan, amenazan y golpean a una compañera de clase que se declara homosexual, influenciados por islamistas radicales camuflados como hombres integrados en la comunidad. Una película sobre el miedo, sobre nuestros límites ante la violencia de los otros, ante no callarse cuando otros imponen una forma de vivir y de pensar. La película rastrea todos esos aspectos y lo hace de forma admirable, honesta y de verdad, sin caer en condescendencias ni nada que se le parezca, extrayendo todas las emociones de sus diferentes personajes en mitad de una situación muy oscura. 

La excelente cinematografía de la debutante Lisa Willame consigue atraparnos en ese pequeño microcosmos por el que se mueve la historia: las aulas del instituto y las calles del barrio, donde se instala la desconfianza, el miedo y la violencia. A través de asfixiantes y tensos encuadres, muy cercanos a los personajes, con el mejor aroma de los mencionados Dardenne, deudores del Neorrealismo italiano, cuando la cámara era un personaje más, es decir, un observador muy atento y no juzgante de la realidad que quería atrapar, siempre de forma reposada, austera y real, que fuese el propio espectador que extrajera sus propias conclusiones, interfiriendo lo más mínimo. Estamos ante una película cortante, que no da tregua, muy emocional que no sensiblera, y muy física, donde las situaciones van en un in crescendo endemoniado, sin concesiones, hacia el abismo. el montaje de Nicolas Rumpl, que tiene en su haber películas recientes como Un pequeño mundo, El caftán azul y Nuestro último baile, entre otras, es un ejercicio magnífico de tensión y solidez que nos coge desde el primer instante y no nos suelta hasta el final, generando esa paz tensa que somete a toda la historia, en sus 111 minutos de metraje. 

Una película de estas características debía tener una actriz a la altura de un personaje como Amal, una profesora vocacional, que no se amedrenta ante nada ni nadie, firme y trabajadora ante una educación que despierte el pensamiento crítico, que construya personas conscientes y no trabajadores sumisos. Una actriz como Lubna Azabal, que es el mejor vehículo para contarnos el relato, con su humanidad enfrentada a su miedo, las imperfecciones, que son muchas, de un sistema, y de esos otros, tan amables y simpáticos, que esconden la maldad personificada. Le acompañan Fabrizio Rongione como Nabil, ese otro maestro, más dado a otro tipo de educación, que lo enfrentará a Amal, y Catherine Salée, la directora del instituto, que se ve abrumada por todos los sucesos que caen sobre el centro. Y luego, un grupo de estupendos intérpretes debutantes escogidos en un arduo casting como Kenza Benbouchta que hace de Mounia, la golpeada por Ethelle Gonzalez-Lardued que es Jalila, entre otras. Amal, de Jawad Rhalib tiene el aroma de películas como Entre les murs (2008), del recientemente desaparecido Laurent Cantet, La ola (2008), de Dennis Hansel, o la reciente Sala de profesores, de Ilker Catac, buenas muestras de la importancia de una educación en valores humanos, respeto, igualdad, equidad y tolerancia. No es una tarea nada fácil, pero no imposible. Todo un reto mayúsculo para los profesionales de la enseñanza. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Not a Pretty Picture, de Martha Coolidge

FUI VIOLADA A LOS 16 AÑOS POR UN COMPAÑERO DE CLASE.   

“Esta película está basada en incidentes de la vida de la directora. La actriz que interpreta a Martha también fue violada cuando estaba en el instituto. Se han cambiado nombres y lugares”.

El cine tiene una inmensa capacidad para inventar con el propósito de enfrentarse a las historias que quiere contar para transmitir a los futuros espectadores. Cada historia necesita su propia mirada y sobre todo, su propia forma. Dicho esto, cuando la cineasta Martha Coolidge (New Haven, Connecticut, EE.UU., 1946), contaba con tan sólo 16 años y estudiaba secundaria fue violada por un joven de 21 años. A la hora de afrontar su primera película, Coolidge tenía la necesidad de hacer una película sobre el hecho traumático que supuso la violación 12 años atrás. La directora se aleja de la ficción convencional y construye un dispositivo magnífico, que consiste en un relato que tiene secuencias ficcionadas, que ocurren en el instituto y sobre todo, en el interior de un coche, camino a la fiesta donde se producirá la mencionada violación. A estas ficciones, les acompaña unas extraordinarias secuencias documentales, situadas en un destartalado loft en New York, en las que escenifican el momento de la violación, así como indicaciones y diálogos que mantienen la propia directora con amigos alumnos de la Universidad de la citada ciudad que interpretan a los personajes. 

De Martha Coolidge conocíamos sus películas posteriores a ésta, como La chica del valle (1983), Escuela de genios (1985), El precio de la ambición (1991), Angie (1994), y series de televisión como Sexo en New York (1998), C.S.I. Las Vegas (2000), y Cult (2013), entre otras. Una extensa carrera que abarca casi medio siglo de vida y más de 40 títulos. La pregunta es: ¿Por qué no conocíamos una película como Not a Pretty Picture?. Ya conocemos la respuesta. Por eso, por lo que cuenta y cómo lo aborda. Hasta ahora, porque gracias a la iniciativa de la restauración y el acierto de Atalante Cinema de distribuirla por estos lares, podemos verla y sobre todo, reflexionar en su fondo y forma. Lo que más sorprende de una película de esta naturaleza es la valentía y la mirada de su directora, Martha Coolidge de afrontar su propio dolor y el de muchas adolescentes que también fueron víctimas de la cultura de la violación tan naturalizada en los institutos. Estamos ante una película que es muchísimas cosas: desde el documento, de rememorar unos recuerdos dolores y difíciles de expresar, desde el ensayo, donde hay espacio para dialogar sobre lo que se está filmando y la forma de hacerlo, la ficción, como vehículo para desmembrar con más profundidad la complejidad de la realidad, y los componentes que la rodean. y desde lo humano y lo político, porque es tan importante lo que se muestra y el cómo se hace, donde en ese sentido.

La película es todo un ejemplo, ya lo era en su momento, en los pases que tuvo, porque no tuvo una carrera en cines comerciales, y lo es ahora, porque el problema sigue tan vigente como lo era entonces, donde el abuso y la violación siguen tan actuales, por desgracia. Not a Pretty Picture tiene el espíritu de los cineastas independientes de New York, los que se acogen en el Anthology Film Archives, como los Jonas Mekas y Peter Kubelka, entre otros, las películas de John Cassavetes, porque con una cámara de 16mm se acercan a las realidades más inmediatas pasadas por la ficción del cine y sus elementos más naturales y transparentes. Coolidge que tenía 28 años cuando hizo Not a Pretty Picture, se desdobla en dos miradas, la de la cineasta y la persona que mira su película y vuelve a aquel día fatídico donde fue violada, haciendo y haciéndose las preguntas y entablando diálogos con sus personas/personajes, donde su protagonista Michele Manenti, que hace de ella misma, también fue violada en el instituto, y las aportaciones de Jim Carrington, que es el violador, que habla desde el personaje y de él mismo, como los demás intérpretes, y la presencia de Anne Mundstuk, que fue compañera de la directora, interpretándose a sí misma.  

Una película denuncia y política, porque no sólo se queda en los hechos sino que va más allá, interpelando a esa cultura del abuso tan arraigada en los institutos y en los adolescentes que la ven como algo normal y consentido, cuando es al contrario. Desde su aparente sencillez, el aparato cinematográfico que cimenta Coolidge es, ante todo, una película que aborda un tema durísimo, pero sin ningún atisbo de revancha ni nada que se le parezca, sino desde la profundidad y la reflexión para comprender porque el abuso y la violación están tan naturalizados por los hombres y porqué se producen con tanta impunidad, creando el espacio para la conversación y el diálogo compartiendo experiencias, pensamientos y miradas. Por favor, hagan lo imposible por ver la película Not a Pretty Picture, de Martha Coolidge porque es toda una lección magnífica de cómo abordar un tema como la violación, el abuso, la intimidación y sobre todo, el miedo que rodea a la víctima ante un hecho tan doloroso, la dificultad de compartirlo con los demás y el asqueroso sentimiento de culpa que tienen las mujeres que han pasado por un trance tan horrible como este. Estamos ante una película de obligada visión por todos y todas, con sus maravillosos 83 minutos de metraje. 

Quiero agradecer enormemente a la directora estadounidense Martha Coolidge que hiciese esta película, por su audacia, por su talento y su forma de hacerla con ese espíritu indomable de la independencia y de la amistad, de compartir con los demás su violación y su dolor, y ser tan sencilla y tan transparente en su forma de mirar y reflexionar, en una película infinita, es decir, que usa las herramientas del cine para encarar el tema, y lo hace desde la profundidad más libre, natural y transparente, sin caer en tremendismos ni posiciones de un lado u otro, sino desde lo humano, desde lo político, pero en el sentido de reflexionar sobre el problema del abuso a las mujeres desde múltiples puntos de vista para mostrarlo sin edulcorantes ni nada de esa índole, sino desde la “verdad”, desde esa verdad de mirarnos de frente, sin tapujos ni sombras, sino con toda la claridad y transparencia posibles, y la directora lo consigue, porque habla desde lo personal y lo sencillo. Una película extraordinaria, abrumadora y sorprendente por lo que cuenta y cómo lo hace, tan moderna que no tiene tiempo ni está sujeta a nada ni nadie, sino al problema que retrata. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marc Fitoussi

Entrevista a Marc Fitoussi, director de la película «Las cícladas. Escapada de amigas», en el marco del BCN Film Festival, en la terraza del Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 27 de abril de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Fitoussi, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Violeta Cussac de MadAvenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Dating Amber, de David Freyne

LOS JÓVENES ENAMORADOS.

“Haría cualquier cosa por recuperar la juventud… excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad”.

Oscar Wilde

Sam y Suzy eran los adolescentes fugados de la inolvidable Moonrise Kingdom (2012), de Wes Anderson. Charlie era el estudiante que se sentía diferente en el instituto en Las ventajas de ser un marginado (2012), de Stephen Chbosky, y finalmente, Christine era la joven que se veía como un bicho raro en su Sacramento natal en la estupenda Lady Bird (2017), de Greta Gerwig. Unos adolescentes que no encajan, que sienten y se comportan de manera extraña al resto, pero que en el fondo, al igual que los demás, quieren ser ellos mismos, aunque a veces ser uno mismo conlleva problemas internos y externos. Del director irlandés David Freyne habíamos visto la excelente The Cured (2017), protagonizada por Ellen Page, una película plena de actualidad, ya que nos hablaba de un virus que contagia a la población y los convierte en zombies, pero lo hacía desde un prisma muy alejado al cine de terror, arrancando con los contagiados ya curados, que se reinsertan a la vida normal, cosechando buenos números y crítica.

Tres años más tarde de aquella, nos llega Dating Amber, y nos sitúa en un pueblo de la Irlanda de mediados de los noventa, donde conoceremos a Eddie, que maravillosa la secuencia que lo presenta, cuando va en bicicleta escuchando el “Mile End”, de los Pulp, y sin escuchar las advertencias de unos militares en maniobras, se cuela en la línea de tiro, un arranque que define a un personaje que está, pero no, que hace acto de presencia, pero una parte, la más importante, la que lo define, permanece oculta. Y también, a la compañera más rarita de Eddie, la citada Amber, que como el joven protagonista, comparten las burlas y las bromas de sus compañeros de instituto ya que los ven como muy diferentes a ellos. Todo arranca cuando la clase duda de la heterosexualidad de Eddie, y también, la de Amber. Los jóvenes no ven otra salida que hacerse pasar por novios y así acallar al resto. En esa “supuesta” relación conoceremos con profundidad y paciencia los deseos, las inquietudes y los miedos de Eddie y Amber, como sus condiciones homosexuales, que ocultan con recelo e inseguridad, y el sueño de abandonar el pueblo y vivir en el barrio más liberal de la vecina y capitalina Dublín.

El conflicto se embrolla aún más con el conflicto de los padres de Eddie, con un padre militar, Eddie está obligado a seguir su ejemplo y asiste al campamento para hacerse militar. Por su parte, Amber, con una madre amargada por su viudez, la situación es igual de dura. Freyne consigue con naturalidad y cercanía, hacernos un retrato muy interesante y profundo del hecho de ser adolescente y sus dificultades en un pueblo irlandés conservador y triste, peor lo hace magistralmente, combinando la comedia con el drama, con la astucia y la perspicacia de saber cuando la risa contagiosa o el humor negro son los que deben imponerse, y en otro, cuando el drama debe hacerse notar, conmoviéndonos con sutileza y sensibilidad, colocándonos en esa tesitura de mirar sin juzgar o mirar comprendiendo a los protagonistas y sus acciones, sus mentiras y su alegría de vivir y ser lo que son. La banda sonora de la película se convierte en un elemento indispensable para contar las vicisitudes y “montañas rusas” emocionales de los jóvenes en cuestión, con temas de Aslan, El Diablo, Girlpool, Le Galaxie, etc…, que recorren de manera brillante la escena britpop, y siguen con sabiduría y encaje las historias de esa peculiar y secreta pareja de adolescentes.

El buen hacer del reparto encabezado por los fantásticos protagonistas con Fionn O’Shea como el reservado Eddie, y Lola Pettigrew como la decidida Amber, bien acompañados por Sharon Morgan y Barry Ward como padres de Eddie, y Simone Kirby como la triste madre de Amber. David Freyne no solo ha hecho una película sobre la adolescencia, con sus alegrías y tristezas de una etapa difícil y a la vez, vertiginosa, convirtiéndose en una cult movie al instante, con su tiempo, sus cielos plomizos, ese humor irreverente y esa crudeza tan intrínseca de los lugares pequeños y tradicionales, sino que además la película es un canto a la diferencia, al hecho de ser uno mismo, de luchar por ser quiénes queremos ser, sin miedos ni inseguridades, y sobre todo, es un maravilloso y lucidez retrato sobre aquellos años noventa, con aquella música tan rompedora que explicaba tan bien los males de los jóvenes y no tan jóvenes, de todos los que se sentían muy perdidos y sin tiempo ni lugar en una sociedad demasiado moderna que sigue arrastrando los mismos males, demasiada moderna para la tecnología y tan conservadora para todo aquello que tiene que ver con la libertad individual y la condición sexual diferente a la mayoría, una pena, aunque por mucho que les pese a los de siempre, seguirán habiendo películas como esta que volverán a retratar la adolescencia, sus males y bienes, y sobre todo, a aquellos adolescentes que sienten y se enamoran de formas diferentes, sí, pero igual de humanas como la que más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ventura Durall

Entrevista a Ventura Durall, director de la película «La nova escola», en las oficinas de Nanouk Films en Barcelona, el lunes 28 de septiembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ventura Durall, por su tiempo, generosidad y cariño.

Uno para todos, de David Ilundain

CONSTRUIR PERSONAS.

“Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”

María Montessori

El director David Ilundain (Pamplona, 1975), ya había demostrado sus excelentes dotes como cineasta en B (2015), esa “B”, que hacía ilusión a Bárcenas, el ex tesorero del PP. Basada en la obra teatral homónima de Jordi Casanovas, era una película austera y sencilla, que nos encerraba en una sala de juzgados, donde a modo de interrogatorio el citado Bárcenas respondía al juez Ruz, en un grandísimo thriller político que destapa las desvergüenzas y miserias del PP. Cinco años más tarde, se estrena Uno para todos, su segundo trabajo tras las cámaras. Una película que sigue la senda de la austeridad y sencillez, la sala de juzgados deja paso a otro recinto cerrado, el aula de un instituto en uno de esos pueblos de la llamada España vaciada. A ese lugar, llega Aleix, un profesor interino, en mitad de la noche, como uno de esos vaqueros que llegaban a pueblos aparentemente vacíos y sin nada que temer. A la mañana siguiente, empieza con su clase, un grupo de 18 chavales entre 11 y 12 años, y se topará con el primer conflicto, uno de ellos, se encuentra enfermo de cáncer, al que visitará con frecuencia.

Basado en un hecho real que originó la película, que se construyó con un guión sobrio y cercano que firman Coral Cruz (que la conocemos por ser la guionista de Villaronga o Fernando Franco, entre otros), y Valentina Viso (que está detrás de las historias de Mar Coll, Elena Trapé o Nely Reguera), que nos cuenta un curso escolar, y no solo se centra en la educación y sus métodos, sino que nos habla de otros temas que también se dan en la educación, como el acoso entre compañeros, la gestión de conflictos humanos, la implicación personal más allá de las aulas, la convivencia entre unos y otros, la integración de los que más lo necesitan, encontrar el equilibrio entre educar y ayudar a niños con dificultades, conflictos con los que se encontraba Daniel Lefebvre, el director de la escuela de la maravillosa Hoy empieza todo (1999), de Bertrand Tavernier. Ilundain crea ese ambiente escolar a partir de pocos elementos, pero muy reconocidos, filmando en un instituto real, con esa cámara cercan y movible, que sabe captar la pulsión emocional que se vive en el interior de la aula, con esa luz naturalista e íntima creada por Bet Rourich (responsable de Jean-François y el sentido de la vida o Los chicos del puerto).

El ágil y estupendo montaje, que firman Elena Ruiz (que podemos encontrar nombres como los de Medem, Mar Coll, coixet o Bayona, en su filmografía), y Ana Charte (en films de género como Vulcania y El año de la plaga) que nos conduce con decisión por el interior del instituto, dosificando bien la información y tratando los conflictos con tacto, y la sutileza y sensibilidad música de Zeltia Montes (que la hemos podido escuchar en las recientes Adiós y El silencio del pantano). Ilundain vuelve a sumergirnos en un tour de force, protagonizado por el profe y sus alumnos, magnífico y lleno de situaciones fuertes y llenas de tensión, donde tanto uno como ellos, deberán dialogar, enfrentarse y llegar a acuerdos, a través del respeto, la cooperación y sobre todo, el apoyo mutuo y al fraternidad. Estamos frente a personajes de carne y hueso, muy cercanos, personas como nosotros, con sus miedos e inseguridades, con esas zonas oscuras a las que todavía no se han enfrentado, encauzando con criterio e inteligencia la dicotomía que sufre Aleix, el profe que debe lidiar con las emociones y conflictos pre adolescentes de la clase, con todo aquello que ocultan, con las suyas propias, las heridas emocionales que sufre con su pasado, la interinidad de su trabajo, de aquí para ella, una especie de náufrago, que va y viene, con sus dificultades para adaptarse al mundo rural, a hacer amigos, a tener un lugar donde quedarse.

La capacidad y el buen hacer de un actor como David Verdaguer, en la piel del profe Aleix, una especie de Shane (1953), de George Stevens, el tipo desconocido que llega al pueblo y percibe todo el aliento de mentiras y problemas que existen. Verdaguer consigue crear esa atmósfera de tú a tú con sus alumnos, tratándolos como personas y escuchando todo aquello que se cuece en esa clase, que nos es moco de pavo, gestionando todos esos conflictos emocionales que existen, e intentando construir personas y construirse a él mismo, como reza la frase que acompaña al cartel de la película: “Un profesor te puede cambiar la vida. Un alumno, también”. Bien acompañado por sus alumnos, todos ellos debutantes, que interpretan con naturalidad y cercanía, creando ese viaje íntimo y personal que se crea entre profe y alumnos en este curso escolar, que no solo aprenderán conocimientos, sino que crecerán como personas mirando de frente a los problemas sociales y personales que existen en la clase.

Bien acompañado por una Ana Labordeta como directora del instituto, Calara Segura como la madre del alumno enfermo, y la aparición de Miguel ángel Tirado (el popular “Marianico el corto”), en un personaje con entrañas, y Patricia López Arnaiz, la profe de refuerzo que visita al alumno enfermo de cáncer, con la que tratará y se genera una amistad cercana, con sus más y sus menos, claro está, en las que se confrontarán como un espejo deformador donde veremos la realidad que también oculta Aleix, que debe lidiar con conflictos a los que no está preparado, y que van más allá de impartir sus clases. Tiene la película de Ilundain ese aroma que tenía Veinticuatro ojos (1954), de Keisuke Kinoshita, en la que también, una maestra de la ciudad, llegaba a una escuela rural y su modernidad en sus métodos de enseñanza, la llevaban a entrar en conflicto con la comunidad rural. El director navarro ha creado una película pedagógica en todos los sentidos, una hermosísima lección de humanismo, donde tanto profes como alumnos, no solo pasarán un curso que no olvidarán, sino que saldrán transformados, y esa es la función más humanista que la enseñanza puede hacer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Way Back, de Gavin O’Connor

SEGUIR EN PIE.

“El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo. Pero uno sólo se convierte en un hombre cuando supera estos combates”

André Malraux

Si hay una película-monumento para el mundo del baloncesto, esa no es otra que Hoosiers (1986), de David Anspaugh. Un film que rescata todos los valores humanistas sobre el deporte, situada en Indiana, la cuna del baloncesto estadounidense, de la que surgieron gente como Bobby Knight (que entrenó tres décadas), en el equipo de un instituto pequeño, que nunca ha conseguido nada relevante, con un pueblo en contra, y un buen manojo de perdedores como protagonistas, con un Gene Hackman maravilloso como el coach Norman Dale, obstinado, inquebrantable y tenaz, bien acompañado por una Barbara Hershey magnífica, y un Dennis Hooper, Shooter en la película, padre de uno de los jugadores, antiguo jugador, ahora entrenador asistente e intentando salir del alcoholismo. Shooter vendría a ser un equivalente de Jack Cunningham, el personaje que borda con honestidad y sobriedad un excelente Ben Affleck.

Affleck parece trasladar sus problemas con el alcohol de su vida real a la ficción, quizás a modo de terapia personal, detalle en que encontramos el primer elemento de admirar de la película, el segundo lo encontramos en su director, Gavin O’Connor (New York, EE.UU., 1963), guionista y director de cintas como Pride and Glory (2008), con Edward Norton y Colin Farrell, durísimo thriller sobre relaciones de policías y amigos, o Warrior (2011), donde a través del deporte, en este caso las artes marciales mixtas, encontrábamos a un joven intentando salir de su adicción al alcohol, o El contable (2016), donde actor-director se reunieron por primera vez, en una cinta donde confluían un padre protector, Ben Affleck, un niño con asperger, erudito en las matemáticas, y la mafia. El tercer detalle, quizás el más importante de la película, es su tono, y sobre todo, su cuerpo, su narrativa, que huye de las películas-típicas americanas de superación donde el personaje logra salir de su agujero particular, aquí no hay nada de eso, porque tanto O’Connor como Affleck (en su mejor interpretación desde Hollywoodland, donde daba vida al malogrado actor George Reeves, famoso por su rol de Superman en televisión), logran encauzar el drama íntimo de un hombro roto y herido por la tragedia de perder a su hijo de cáncer con 7 años, separarse de su esposa, Angela (una estupenda Janina Gavankar, que logra estar a la altura de la interpretación de Affleck), y sobrevivir después de todo.

La película se sitúa en una de esas pequeñas localidades de California, donde apenas ocurren grandes acontecimientos, donde la vida fluye y a veces, duele y de qué manera. Jack Cunnigham fue una estrella del baloncesto colegial, llegando a los playoffs por primera vez en su historia, pero ahora ya no queda nada de aquello, ni siquiera una mera sombra, apenas unos cuadros que recuerdan la hazaña,  se arrastra en un trabajo en la construcción y sus noches alcohólicas en el bar de siempre, donde cada día sale acompañado. La oferta de entrenador en su antiguo instituto, los Bishop, un centro católico, le viene en el peor momento de su vida, pero Jack se lanza, ya ha perdido demasiado, y ahora mismo, le arrebata la idea de darle un sentido más humano y real a su vida entrenando a un equipo que lleva meses sin ganar un partido. Jack parece florecer, y el equipo empieza a ganar, quizás, son los instantes que más deuda contrae con Hoosiers, siguiendo un patrón parecido, y también, iremos conociendo la raíz de su tragedia, con esos (des) encuentros con su ex mujer, que estructuran este drama íntimo y diferente.

La película se adentra en un terreno complejo como las emociones y las tragedias vividas y cómo lidiar con ellas, pero lo hace con solvencia y sinceridad,  huyendo de momentos plañideros y sin hondar en la tragedia de forma gratuita, sino conjugando todos sus elementos de forma serena y concisa toda la tragedia que encierra la vida de estas personas, sobre todo, de ese matrimonio, o lo que queda de él, moribundo y lleno de asperezas, con un pasado conjunto demasiado terrorífico, en el que Jack se escondió en su madriguera de compasión a través de la bebida. Los 108 minutos de la película pasan de forma suave y tranquila, incorporando esos puñetazos al alma que la trama nos va dando, sin aspavientos ni sentimentalismos, sino con la fortaleza que caracteriza la interpretación de sus personajes, y mezclándolo sabiamente con la trayectoria del equipo, que empieza a ganar partidos, y sobre todo, a creer en sus posibilidades, bajo el mando de un Jack humano, que como todos, se equivoca y acierta, que se cae y vuelve a levantarse, con ayuda, eso sí, pero con ganas de seguir en pie, de mejorar, de salir del pozo en el que está. The Way Back, algo así como el camino de vuelta, es un sólido y fascinante drama, que logra contarnos un relato honesto e intenso, lleno de derrotas, de heridas profundas, y sobre todo, de personas que luchan cada día por curarse, aunque a veces, utilicen caminos demasiado empedrados y difíciles para salir de ellos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Primeras soledades, de Claire Simon

LOS ADOLESCENTES TIENEN LA PALABRA.

“No llores, hombre… ¿Hablas con él? ¿Habláis? ¿Sabes? Creo que… eres un tío que sufre y que se lo guarda todo. Te contienes muchísimo hasta que explotas. Tendrías que hablarlo. Mi madre está presente. Yo lo hablo con ella, quizás no de la mejor manera. Pero tienes que hablar con alguien. Yo voy al psicólogo. Si te lo guardas todo dentro, no crecerás jamás, ¿sabes?”

La palabra. El diálogo. Compartir aquello que guardamos, aquello que ocultamos a los demás, aquello que nos duele y nos mata. La cámara está ahí, frente a nosotros, actuando como testigo omnipresente, en la cual desvelaremos aquello que no contamos, contaremos nuestra verdad. La decimosexta película de Claire Simon (Londres, Reino Unido, 1955) es un documento excepcional y bellísimo sobre la palabra, sobre unos cuántos diálogos entre adolescentes alumnos de un instituto ubicado en los suburbios parisinos. Un retrato de aquí y ahora, en el que los chavales dialogaran entre ellos sobre sus sueños, deseos, dolores o miedos, en su intimidad, frente a otro igual como ellos, alguien que ha vivido situaciones anómalas en su entorno familiar, que mantiene relaciones ásperas y duras con sus progenitores, que conoce la soledad, el sentirse abatido y solo en su propia casa, seres con familias desestructuradas, que desean paz y tranquilidad, aunque sea un instante, en unas vidas azotadas por el miedo, la incomprensión y la soledad.

Simon ya se había sumergido en los centros de enseñanza con anterioridad, muchos recordarán su sensible y poderosa Récréations (1998) en la que exploraba con extrema delicadeza y armonía las desventuras de un buen puñado de párvulos en su momento de recreo. O la más reciente Le concours (2016) en el que seguía con esa mirada inquieta y curiosa que la caracteriza, a un grupo de jóvenes aspirantes a la Escuela de Cine de París. La película resultante viene de un proceso creativo que arrancó cuando Simon, invitada por una amiga, accedió a dar un curso sobre cine en una asignatura optativa en la que se inscribieron 10 alumnos, que animados por la directora, les contaron sus experiencias vitales para incluirlas en un futuro corto de ficción sobre sus vidas. El contenido de sus experiencias, así como la sinceridad que mostraron en las entrevistas y la naturalidad, animó a la directora francesa a arrancar un película sobre sus vidas a través de diálogos entre ellos (un dispositivo parecido al de Rithy Pahn en El papel no puede envolver la brasa, en la que un grupo de jóvenes prostitutas de Camboya dialogaban entre ellas explicándose sus realidades y miserias) en el que se contarían sus vidas y sus miedos, esas primeras soledades a las que alude su ejemplar título.

La directora francesa sitúa frente a su mirada y su cámara a los diez adolescentes participantes en su curso, acogiéndolos con sinceridad y honestidad, ofreciendo el cine como arma terapéutica para encarar los problemas y filmarlos mientras los encaran a través de la palabra. Simon no deja fuera a ninguno de ellos, una decena de almas entre chicos y chicas, de diferentes culturas y formas de pensar y vivir, de padres inmigrantes, en la mayoría de casos, que muestran una transparencia admirable y conmovedora para abordar esos temas dolorosos que han vivido o viven en sus hogares, o podríamos decir lo que queda de ellos, con padres divorciados, con apenas relación con ellos, o con padres desconocidos, situaciones violentas, o simplemente, desamparo en muchos de sus casos, miran con dolor y tristeza esos pasados o presentes, y se animan con relativo miedo vislumbrando un futuro que miran con algo de optimismo y con actitud valiente de encararlo con energía y fortaleza, esperando que resulte muy diferente al experimentado por ellos.

Simon los filma en las clases durante y después de ellas, en los bancos del patio, mientras viajan en autobús o realizan compras, en una primera mitad en la que el invierno invade todo el recinto académico, en que todas las conversaciones son interiores, y luego, con la llegada de la primavera, la cámara abandona las cuatro paredes para mostrar el patio, la ciudad, y la calle, donde nos hablarán de esos pasados, en algunos casos, felices, en otros no, pero si desde sus miradas de adolescentes, con la suficiente edad y tiempo necesarios para comenzar a hablar de sus vidas, sus relaciones familiares y mirar su futuro. Una tarea y forma con la que podría emparentarse Primeras soledades con el proyecto de Quién lo impide, de Jonás Trueba, donde a partir de encuentros con adolescentes nacen una serie de películas-trabajo para hablar de sus vidas, de sus identidades y sus deseos y soledades, películas a las que también podríamos añadir < 3, de María Antón Cabot, en la que se también se aproximaba al mundo de los adolescentes a través de ellos cediéndoles la palabra para que pudieran expresarse con total libertad y naturalidad.

Simon ha construido no solamente una película extraordinaria sobre la adolescencia, muy alejada de esa idea maniquea que ofrecen los medios de comunicación generalistas constantemente, sino que también Primeras soledades se alza como un excepcional, desgarrador y contundente documento sobre esa adolescencia quebrada que sigue resistiendo en silencio los males de los adultos, aunque eso sí, siguen manteniéndose firmes en su decisión de seguir hacia adelante con la palabra como mejor arma, hablando y escuchando a aquellos, que al igual que ellos, han vivido o viven situaciones difíciles y complejas en sus hogares, en que la película de Simon ofrece un puerta abierta para mirarlos con detenimiento, acercarse a sus intimidades, en el que se abran y dialogan de todo lo que callan y ocultan para construir un lazo de amor y comprensión para mirar ese futuro que les espera con la mejor de las actitudes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=»https://vimeo.com/334379711″>Trailer Primeras soledades | Pack M&agrave;gic Forum</a> from <a href=»https://vimeo.com/user34637086″>Pack M&agrave;gic</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>