Entrevista a Marc Fitoussi, director de la película “Las cícladas. Escapada de amigas”, en el marco del BCN Film Festival, en la terraza del Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 27 de abril de 2023
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Fitoussi, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Violeta Cussac de MadAvenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.
Cuenta la no vida de Blandine, una mujer de cuarenta y tantos, como cantaba Sabina, a la que su marido dejó hace dos años por una mujer tan joven como su hijo de 20 años. Blandine va del trabajo a su vida rutinaria y aburrida hogareña, tan cuadrado como previsible, sin más qué hacer y sometida a su pena y compasión, apática y triste. Su hijo, preocupado por su madre, provoca una cita con Magalie, una amiga íntima del instituto treinta años atrás. Magalie es el otro lado del espejo de Blandine, es ruidosa, vive al día, de aquí para allá, libre en el amor y despreocupada en todo. La cita no acaba de funcionar, una está en la vida y disfrutar, y la otra, está en sufrir y encerrarse. Pero la cosa no va acabar ahí, porque el hijo, otra vez, empecinado en la felicidad de su madre, provocará otro encuentro, empujando a compartir viaje a Grecia y visitar la famosa isla Amorgos, donde se rodó su película favorita de entonces, Le Grand Bleu (1988), de Luc Besson.
Como es de esperar, el viaje estará plagado de imprevistos, desencuentros y mucho más. Si echamos un vistazo a la filmografía de Marc Fitoussi (Francia, 1976), a los ocho títulos que la componen, está repleta de heroínas femeninas, o mejor dicho, de antiheroínas femeninas, de todas las edades y condiciones sociales. Mujeres envueltas en encrucijadas emocionales que deben lidiar con problemas de todo tipo, pero sobre todo, con ellas mismas. En Las cícladas. Escapadas con amigas, (que hace referencia al archipiélago griego donde se desarrolla la película), no iba a ser menos, pero esta vez, reúne a dos mujeres en las antípodas, tan diferentes como extrañas que, en su día, fueron íntimas pero ahora son dos desconocidas. Como ocurre en sus anteriores trabajos, mezcla con sutileza y acierto, el drama íntimo y personal con la comedia más loca y desprejuiciada, en las dos figuras protagonistas. Una, Blandine, es alta y delgada, una especie de patito feo que ni se quiere ni lo intenta, y enfadada con el mundo, pero más con ella misma, una especie de día nublado en bucle. Frente a ella, Magalie, que está en el otro extremo, totalmente despreocupada en todos los sentidos, fascinada por la dance music, liberada en el sexo y en las relaciones, y sobre todo, una mujer que vive la vida sin pensar en el mañana.
El director francés estructura su película a través de una road movie al uso, visitando las diferentes islas, es decir, Santorini, la primera escala, luego Kerinos, donde conocen surfistas y cabras, y esperan, Miconos, donde pasan una gran noche con bijou y Dimitris, una pareja excéntrica, y finalmente Amorgos, el destino final o no. Unas islas que las circunstancias van llevando a las protagonistas, donde cada isla-visita se convierte en los diferentes estados de ánimo por los que van pasando las actrices principales y en sus (des) encuentros, que tienen muchos momentos agridulces y altibajos. Con una cuidada y detallada luz mediterránea que combina sus claroscuros propios de la historia que nos cuenta, que firma Antoine Roch, en su segunda película con Fitoussi después de Las apariencias, hace tres años, en una interesante incursión en el thriller psicológico. el exquisito y agitado montaje de Catherine Schwartz, que ya trabajó con Fitoussi en la serie Call My Agent (2015), entre otras, en una película con muchas experiencias y situaciones que se va a los 110 minutos de metraje.
Aunque la verdadera fortaleza de la película reside sin dudarlo en su grandísimo reparto con una desatada y exuberante y genial Lauren Calamy como Magalie, en su segundo trabajo con el director después de la citada Call My Agent, y que hemos visto mucho últimamente en títulos tan diferentes como el drama íntimo y social A tiempo completo, y el thriller rural Sólo las bestias. Junto a ella, y en ocasiones, algo más alejada, jejejeje, un impresionante y Señorita Rottenmeier triste y rígida como Olivia Cóte, que nos encantó como la secretaria de Catherine Frot en Entre rosas, en su primera vez con Fitoussi, dos actrices que ya coincidieron en la comedia alocada y divertidísima Vacaciones contigo… y tu mujer(2020), de Caroline Vignal, y para rizar el rizo, a esta pareja cómica y tan diferente, se les une una estupenda Kristin Scott Thomas, que le da ese toque desatado que va mucho con el personaje de Magalie, las dos tan locas y divertidas. Una actriz a la que nos hemos acostumbrado demasiado a verla en roles dramáticos cuando es una gran comedianta como demuestra con su Bijou y la relación libre que tiene con su griego, o sea, con Dimitri, el pintor rico que no entiende ni papa de francés.
Fitoussi nos regala y nunca mejor dicho, una comedia para divertirse y pasar el rato, pero con algo más, como suele pasar en la cinematografía francesa, tan cuidadosos con ese cine comercial con algo más, porque Las cícladas. Escapada con amigas, no sólo nos hace pasar un buen rato riéndonos con las ocurrencias de Magalie y las reacciones de Blandine, sino que también explora temas tan universales y humanistas como la amistad, la bondad, la fraternidad, la empatía, el amor y la reconciliación y cómo lidiar con las personas que queremos y son tan diferentes a nosotros, y sobre todo, es también un relato que nos habla a susurros y a gritos de cómo aceptar la derrota, el abandono y encontrar las herramientas para seguir, para conocernos y conocer a los otros, a que la tristeza puede ser un gran vehículo para dejar y dejarnos de leches y descubrir y descubrirnos porque el mundo está ahí fuera y nunca espera a nadie, sigue girando con más o menos personas, es así, y Blandine lo debe de aceptar y mirarlo de frente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
En un instante de la película, uno de los personajes April, quizás el más irónico y cínico con su miseria y frustración, le suelta a Janet (amiga de toda la vida y recién nombrada ministra de sanidad) la siguiente advertencia: Yo no creo en la democracia, creo en ti. Toda una declaración de principios, y también, podríamos añadir que es donde descansa el verdadero propósito de la película, que no es otro que ese estado de ánimo, si todavía queda alguno, de los personajes que se encontrarán en el hogar de Janet y Bill para celebrar el nombramiento. Sally Potter (Londres, 1949) cineasta inquisitiva y crítica con los problemas personales y sociales, como ya demostró en películas memorables como Orlando (1992) o Ginger & Rosa (2012), plantea una película de gran pureza y naturalismo, en la que se despoja de todo artífico cinematográfico para sumergirse en la esencia de sus personajes y sus peculiaridades, desde su acción, que sigue el orden cronológico de los hechos, en un tiempo real, en esos intensísimos y frenéticos 71 minutos de duración, donde nosotros los espectadores asistimos como uno más, viviendo en directo lo que les va sucediendo a los personajes, a todo aquello que se va cociendo in situ. Otra de sus características es su color, o su falta de él, el blanco y negro naturalista y extremadamente sobrio, obra de Alexey Rodionov (íntimo colaborador de la directora).
La cinta nos sitúa en un solo espacio, el hogar ya citado, y su salón, donde se conocerán las mayores revelaciones, y también, la cocina, el baño y la terraza, ese espacio doméstico donde se hablará, discutirá y debatirá sobre todo, y digo todo, porque Potter atiza a todo, desde el romanticismo de los ideales, de la diferencia entre las ideas y los actos, de las verdades, aquellas reales y las inventadas, de la juventud, del tiempo, de la medicina de siempre y la natural, de la izquierda, del ultra capitalismo, del feminismo, la maternidad, la amistad, el amor, el agotamiento de la vida en pareja, de nuestros sentimientos, o lo que interpretamos que son, y la coherencia entre la vida profesional y la personal, y sobre todo, de todo aquello que deseábamos para nuestra vida y en algún momento, no sabemos cuándo, se quedó en alguna parte o lo dejamos por el camino, que para el caso es igual. Potter no deja títere con cabeza, y lo hace desde la comedia negra, muy negra, desde la fábula moral, aderezada con las canciones que suenan en ese viejo tocadiscos, que van describiendo el interior de cada uno de los personajes, que lo que empieza en una celebración, poco a poco se irá tornado de un tono más oscuro, más terrorífico, y derivará en el drama personal e íntimo, sin dejar nunca de lado esa mala uva tan característica del humor inglés.
Potter no mira a sus personajes con odio y recelo, sino todo el contrario, los mira y filma desde todos los puntos de vista, sin juzgarles ni admirarlos, en su sencillez humana, en sus contradicciones, en su insignificancia y miserias ocultas, sus miedos y sus mentiras, en una película que el punto de vista irá cambiando de mano, y cuando la película se detiene en uno, los demás acuden como espectadores insólitos para escuchar, oír y callar, solo algunos, porque otros sí que querrán decir la suya. Una velada con amigos, o con amigos que se mienten, o mejor dicho, que saben ser diplomáticos y sinceros cuando se les pide, y saben guardar las formas si la ocasión lo requiere, amigos al fin y al cabo. La cineasta británica va cociendo a fuego lento su (des) encuentro, moviéndose entre las figuras humanas, unas más reconocibles que otras, unas más sinceras que otras, llevando su drama hasta esa catarsis general en el que todo explotará, todo se destapará, y en el que todos, y cada uno de ellos, explicará su verdad, eso que tanto tiempo ha guardado, su vida, sus sentimientos, y todas las frustraciones que la política, la sociedad, la cultura y la maldita economía le han producido en su existencia.
Potter enmarca su película en lo que podríamos añadir como un género en sí mismo, con el aroma de cintas como El discreto encanto de la burguesía, Reencuentro o Los amigos de Peter, por citar algunas, nos referimos a esas reuniones de amigos, esos reencuentros o no, a esas veladas que empiezan con risas, palabras amables y formas elegantes, y los recuerdos del ayer, los perdidos, los encontrados o los inventados, que según avanza la reunión cordial y amigable, y sin saber cómo, o quizás sí, en algún momento, nadie sabe en qué momento, todo cambiará, las cosas cambiarán de rumbo, se tornarán diferentes, como si alguien las hubiera cambiado del revés, en una especie de hoguera de las vanidades doméstica, donde aparecerá todo, donde la mentira no aguantará más desplantes y vergüenzas, y la verdad se impondrá como un martillo ejecutor que golpeará a todos, sí a todos, sin olvidarse de ninguno, con la misma fuerza como si lo hiciera por última vez, porque después de esa noche ya nada volverá a ser igual, o quizás sí, pero con muchos matices, y todos deberán convivir sabiendo la verdad, y conociendo a lo que se atienen con sus conflictos interiores y sus relaciones con los otros.
Y como suele ocurrir en estas piezas de cámara humanas y sin trampa ni cartón, los personajes complejos, tan humanos y débiles, en el fondo, como somos todos, están interpretados por un reparto coral que raya a una grandísima altura, dotando a sus personajes de carne y hueso, entes de verdad, cuando esta hace acto de presencia, desde la anfitriona, Kristin Scott Thomas (esa ministra nombrada que tiene un incendio en su casa y además, tantas cosas que ocultar) su marido Timothy Spall (casi en el otro barrio, ausente, que más parece un fantasma, y aún guarda un as que le hará incendiar el cotarro) Patricia Clarkson (esa amiga devota del alma, pero que conoce sus fragilidades y frustraciones) y su marido, Bruno Ganz (mitad curandero, gurú y adicto a la autoayuda) Cherry Jones (la lesbiana madura que ha vivido contra todos para ser ella misma) su pareja y madre de sus trillizos Emily Mortimer (la gay que ataca a todo y todos, sin importarle los matices) y finalmente, Cillian Murphy (ese triunfador del capitalismo, adicto a la coca que se siente un perdedor y no sabe como retener a su esposa). Seres perdidos, seres idealistas, algunos, y otros, frustrados, o las dos cosas a la vez, pero que en el fondo, intentan sobrevivir a pesar de toda la falsedad política, la de los suyos, a los que creyeron en el cambio y que las cosas podían cambiar, aunque finalmente, no fue así, pero al menos soñaron con eso, o con algo parecido.