LOS JÓVENES ENAMORADOS.
“Haría cualquier cosa por recuperar la juventud… excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad”.
Oscar Wilde
Sam y Suzy eran los adolescentes fugados de la inolvidable Moonrise Kingdom (2012), de Wes Anderson. Charlie era el estudiante que se sentía diferente en el instituto en Las ventajas de ser un marginado (2012), de Stephen Chbosky, y finalmente, Christine era la joven que se veía como un bicho raro en su Sacramento natal en la estupenda Lady Bird (2017), de Greta Gerwig. Unos adolescentes que no encajan, que sienten y se comportan de manera extraña al resto, pero que en el fondo, al igual que los demás, quieren ser ellos mismos, aunque a veces ser uno mismo conlleva problemas internos y externos. Del director irlandés David Freyne habíamos visto la excelente The Cured (2017), protagonizada por Ellen Page, una película plena de actualidad, ya que nos hablaba de un virus que contagia a la población y los convierte en zombies, pero lo hacía desde un prisma muy alejado al cine de terror, arrancando con los contagiados ya curados, que se reinsertan a la vida normal, cosechando buenos números y crítica.
Tres años más tarde de aquella, nos llega Dating Amber, y nos sitúa en un pueblo de la Irlanda de mediados de los noventa, donde conoceremos a Eddie, que maravillosa la secuencia que lo presenta, cuando va en bicicleta escuchando el “Mile End”, de los Pulp, y sin escuchar las advertencias de unos militares en maniobras, se cuela en la línea de tiro, un arranque que define a un personaje que está, pero no, que hace acto de presencia, pero una parte, la más importante, la que lo define, permanece oculta. Y también, a la compañera más rarita de Eddie, la citada Amber, que como el joven protagonista, comparten las burlas y las bromas de sus compañeros de instituto ya que los ven como muy diferentes a ellos. Todo arranca cuando la clase duda de la heterosexualidad de Eddie, y también, la de Amber. Los jóvenes no ven otra salida que hacerse pasar por novios y así acallar al resto. En esa “supuesta” relación conoceremos con profundidad y paciencia los deseos, las inquietudes y los miedos de Eddie y Amber, como sus condiciones homosexuales, que ocultan con recelo e inseguridad, y el sueño de abandonar el pueblo y vivir en el barrio más liberal de la vecina y capitalina Dublín.
El conflicto se embrolla aún más con el conflicto de los padres de Eddie, con un padre militar, Eddie está obligado a seguir su ejemplo y asiste al campamento para hacerse militar. Por su parte, Amber, con una madre amargada por su viudez, la situación es igual de dura. Freyne consigue con naturalidad y cercanía, hacernos un retrato muy interesante y profundo del hecho de ser adolescente y sus dificultades en un pueblo irlandés conservador y triste, peor lo hace magistralmente, combinando la comedia con el drama, con la astucia y la perspicacia de saber cuando la risa contagiosa o el humor negro son los que deben imponerse, y en otro, cuando el drama debe hacerse notar, conmoviéndonos con sutileza y sensibilidad, colocándonos en esa tesitura de mirar sin juzgar o mirar comprendiendo a los protagonistas y sus acciones, sus mentiras y su alegría de vivir y ser lo que son. La banda sonora de la película se convierte en un elemento indispensable para contar las vicisitudes y “montañas rusas” emocionales de los jóvenes en cuestión, con temas de Aslan, El Diablo, Girlpool, Le Galaxie, etc…, que recorren de manera brillante la escena britpop, y siguen con sabiduría y encaje las historias de esa peculiar y secreta pareja de adolescentes.
El buen hacer del reparto encabezado por los fantásticos protagonistas con Fionn O’Shea como el reservado Eddie, y Lola Pettigrew como la decidida Amber, bien acompañados por Sharon Morgan y Barry Ward como padres de Eddie, y Simone Kirby como la triste madre de Amber. David Freyne no solo ha hecho una película sobre la adolescencia, con sus alegrías y tristezas de una etapa difícil y a la vez, vertiginosa, convirtiéndose en una cult movie al instante, con su tiempo, sus cielos plomizos, ese humor irreverente y esa crudeza tan intrínseca de los lugares pequeños y tradicionales, sino que además la película es un canto a la diferencia, al hecho de ser uno mismo, de luchar por ser quiénes queremos ser, sin miedos ni inseguridades, y sobre todo, es un maravilloso y lucidez retrato sobre aquellos años noventa, con aquella música tan rompedora que explicaba tan bien los males de los jóvenes y no tan jóvenes, de todos los que se sentían muy perdidos y sin tiempo ni lugar en una sociedad demasiado moderna que sigue arrastrando los mismos males, demasiada moderna para la tecnología y tan conservadora para todo aquello que tiene que ver con la libertad individual y la condición sexual diferente a la mayoría, una pena, aunque por mucho que les pese a los de siempre, seguirán habiendo películas como esta que volverán a retratar la adolescencia, sus males y bienes, y sobre todo, a aquellos adolescentes que sienten y se enamoran de formas diferentes, sí, pero igual de humanas como la que más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA