Fallen Leaves, de Aki Kaurismäki

LA MUJER QUE ME ENSEÑÓ EL AMOR. 

“Todo lo que sabemos del amor es que el amor es todo lo que hay”.

Emily Dickinson

La primera vez que vi una película de Aki Kaurismäki (Orimattila, Finlandia, 1957), fue Nubes pasajeras (1996). Sus dos protagonistas Ilona y Lauri perdían sus trabajos y se sumían en una triste y solitaria existencia donde los problemas económicos eran su pan diario. Aunque no tenían nada si les quedaba lo más importante: el amor que se tenían, que pese a quién pesará, seguía firme en su interior. A día de hoy, sigo recordando como me conmovió lo que sentían el uno por el otro a pesar de las tremendas dificultades. Al acabar la película, pensé si alguna vez sentiría un amor parecido como el que se tenían Ilona y Lauri. He visto casi todas las películas del cineasta finés, y todas, absolutamente todas, se instalan a partir de dos pilares fundamentales: el trabajo y el amor, o dicho de otra manera, el trabajo como espacio de miseria, explotación y tristeza, y el amor como el otro lado del espejo, o quizás, el espacio donde encontrarnos a nosotros mismos ante tanta desgracia laboral, y sobre todo, encontrar a esa persona donde compartir nuestra soledad, nuestras emociones y sobre todo, sentir que el mundo en el que vivimos tiene ilusión y esperanza, en cierta medida, un poco más humano. 

En la película número 17 de Kaurismäki, nos encontramos a Ansa y Holappa, dos personas invisibles de cualquier ciudad del mundo occidental, que tienen sus empleos insatisfechos, vidas tranquilas, quizás demasiado, y poco más. Una noche, la noche del viernes hay karaoke en uno de esos bares tan característicos en la filmografía del finlandés, se miran y se atraen, pero como ocurre en la vida y en las películas del director finlandés, las circunstancias van impidiendo que esa atracción se materialice y la “posible” pareja no se encuentra. Tanto la forma como en el fondo, la película no camufla sus inspiraciones, todo lo contrario, las hace muy evidentes, desde Tiempos modernos, de Chaplin, donde se evidencia esa deshumanización del trabajo y las condiciones miserables que padecen los trabajadores. El humanismo y la intimidad de Cuentos de Tokio, de Ozu, y la austeridad y el minimalismo de Bresson, a los que habría que añadir el Made in Kaurismäki: las actuaciones musicales que usa como leit motiv de lo que está contando, y la falta de empatía y el no sentimentalismo de la actuación de sus personajes, amén de unos diálogos nada empáticos y cortos, en los que profundiza el carácter nórdico, donde es mejor mantenerse en silencio que hablar demasiado. 

Un cine apoyado en todo aquello que no se ve como el silencio, que remite al cine mudo, como ya hizo Kaurismäki con Juha, que no necesita alardes ni subrayados, sino una mirada y un gesto, más que en la palabra, lleno de personajes solitarios, de vidas anodinas, y caracteres reservados, que acostumbran a vivir con poco y junto a ellos mismos, que como todos, desean encontrar a alguien, pero a alguien de verdad, a alguien con quién mirarse, compartir soledades y caminar en silencio en la misma dirección. Una cinematografía basada en los claroscuros, que acompañan leves luces de neón, muy del estilo de Ozu, en que el rostro de los protagonistas es el centro de la acción, más por lo que no dicen, con esos maravilloso momentos donde los vemos viajar en tren y tranvías, con esa atmósfera atemporal que tiene el cine del finlandés, que firma Timo Salminen, que ha no iluminado toda la filmografía de Kaurismäki, erigiéndose no solo en su más fiel colaborador, sino en una persona indispensable para emocionarnos con el cine del finlandés. El montaje que vuelve a firmar Samuel Keikkilä, como ya hiciese con la anterior, El otro lado de la esperanza, vuelve a ser todo un alarde de condensación y ritmo, con su corta historia, apenas alcanza los 81 minutos de metraje, donde está todo lo que se tiene que decir y de la forma que se tiene que decir. Todo una lección sin pretenderlo. 

Solo podemos rendirnos a las interpretaciones de su pareja protagonista, porque es maravilloso cómo componen sus personajes, desde lo que no se dice, desde la mirada profunda, contenida y sostenida, aquella que lo dice todo. Una pareja que amamos al instante, por sus silencios y su sencillez. Tenemos a  Alma Pöysti es Ansa, que debuta en el universo Kaurismäki, componiendo una mujer sencilla y muy solitaria, con todos esos trabajos cada vez más duros y más sucios, pero con una entereza brutal, una guía para todos porque su fuerza inquebrantable es admirable, que tiene muy claro que no quiere un alcohólico en su vida como le espeta a Holappa, que interpreta Jussi Vatanen, que también debuta junto al realizador finés, que arrastra su alcoholismo y le lleva a ser rechazado. Junto a ellos, intérpretes que repiten con Kaurismäki como Janne Hyytiäinen que hace de amigo con problemas sentimentales y aficionado al karaoke, que fue Kostinen, el atribulado guardia de seguridad de Luces al atardecer, también está Nuppu Koivu como amiga de Ansa, con los mismos conflictos que el anterior, pero sin ser muy del karaoke, y Sherwan Haji, que era el refugiado sirio de El otro lado de la esperanza, aquí como breve compañero laboral del protagonista. 

La última película de Kaurismäki recibe el nombre de Fallen Leaves, esas “Hojas caídas” que nos describen el otoño, esa estación intermedio, y hace alusión al poema y a la canción que escuchamos, no es una historia de amor, es una historia sobre el amor, sobre ir al cine y mirar a la persona que tenemos al lado, que precisamente van a ver Los muertos no mueren, de Jarmusch, con esos carteles del vestíbulo en los que podemos ver los de Breve encuentro, de Lean, clara referencia a la película, porque Kaurismäki habla sobre cine en cada una de sus películas, y no lo hace desde la referencia, sino desde el amor, del que siempre ha reivindicado en un mundo cada vez más lleno de guerras (como evidencia la constante información de la invasión de Rusia a Ucrania), un amor a las cosas de nos hacen humanos: la fraternidad, el compañerismo, la mirada al otro, la empatía, la compasión, el humanismo, que tanto ha explicado en sus películas, donde el amor se ha visto en sus múltiples formas, texturas y conceptos como sucedía en Sombras en el paraíso, Contraté a un asesino a sueldo, La vida de bohemia, la mencionada Nubes pasajeras, Un hombre sin pasado, y la citada Luces al atardecer. Amores tranquilos, amores cotidianos, amores sencillos en un mundo precario y periférico, amores como el que tienen Ansa a Holappa, que le pide lo que le pide para estar con ella, como ese instante donde ella junto a la perra abandonada… y hasta aquí puedo leer. Una mujer que enseña a amar a Holappa, a amar de verdad, a ser mejor persona, a descubrirse a sí mismo, a dejar todo lo que le hace mal, y sobre todo, a compartir la soledad, una mirada, una película en un cine, una cena con una flor en medio, a compartir un silencio en mitad de la noche, y a ser mejores personas a pesar de este mundo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Maija Isola. Ella, el color y la forma, de Leena Kilpeläinen

LA MUJER Y LA ARTISTA.   

“El diseño industrial necesita las bellas artes detrás para estar vivo”

Maija Isola

Muchos desconocíamos la figura de Maija Isola (Rrihimäki, Finlandia, 1927 – 2001), posiblemente la diseñadora y pintora textil más importante de la segunda década del siglo XX y más allá. La artista hizo más de 500 dibujos y diseños para objetos del hogar como manteles, delantales, cuadros, ropa de vestir y para aerolíneas, y mucho más. Un trabajo que la convirtió en la artista más icónica de todos los tiempos en la marca Marimekko, a la que le dedicó treinta y seis años de trabajo desde la década de los cincuenta hasta finales de los ochenta. La directora finesa Leena Kilpeläienn, con formación en Moscú, cinematógrafa y directora del documental The Voice of Sokurov (2013), que dedicó a la figura del genial cineasta ruso, vuelve con otro retrato, un retrato sobre la figura de Maija Sola, construyendo un recorrido muy exhaustivo y profundo desde su nacimiento hasta sus últimos días, pero aunque opte por una estructura lineal, la película no es nada convencional, adecuándose al arte de la Maija Isola.

A saber, la vida de la artista es contada por la propia artista, a través de sus documentos, reflexiones y demás, también participan su hija y nieta, que han seguido sus pasos en el universo textil. Además, la película se nutre de importantísimas imágenes de archivo, tanto personales como externas, tanto actuales como del pasado, donde nos contextualizan la época y los diferentes lugares por los que pasó la insigne artista. También se recurre a la animación para dar vida a los innumerables diseños y dibujos de Isola. Todo este puzle de textos, voces, imágenes se desarrolla a través de los tres pilares del trabajo de la artista: la luz, el color y la forma, que se nutrían de la naturaleza, el folk y los incontables viajes que realizó Maija Sola. La película es mucho más que un retrato de una artista, porque ante todo está la mujer, una mujer que rompió esquemas y todos los moldes posibles de la sociedad conservadora de mitad del siglo XX, porque siempre quiso ser ella, completamente independiente, amó con pasión y sin cortapisas tanto su trabajo como los hombres con los que estuvo. Una mujer que no es solo un referente para el diseño industrial, sino también por su forma de vivir y estar en el mundo y en la sociedad, porque fue una incansable amante de la vida, de los lugares y de las personas.

La cinta huye de cualquier atisbo de condescendencia y sentimentalismo, y no solo hace un retrato profundo y personal de Maija Isola, sino que nos sumerge en el significado de su trabajo, en el arte en sí mismo, en su actitud frente a sus diseños y sobre todo, en la parte humanista que encierra toda una forma de búsqueda, experimentación y de movimiento, donde la luz resulta fundamental, los llamativos y fusión de colores vivos, intensos y llenos de vida, sin olvidar las diferentes formas, texturas y mezclas que proponía la artista, y la alejaron del conservadurismo de la época y rompió definitivamente con los estampados y las formas clásicas, dotando al mundo del diseño textil de nuevos caminos y rutas por las que transitar, totalmente inciertas, llenas de aventuras y sobre todo, llenas de pasión y vida infinitas. Porque aparte de la artista, la película nos muestra esa otra parte interior, donde encontramos una mujer modernísima, a contracorriente de todo, con un mundo espiritual absorbente y lleno de luz y color, conociendo sus diferentes parejas, recorriendo sus diferentes travesías por lugares como su Finlandia natal, donde huía de las pequeñas urbes conservadoras y vacías, adentrándose en la naturaleza como refugio para experimentar y sentirse viva, ese París tan lleno de vida y formas que experimentar, la España del sur y la colonial, donde perderse por la cultura árabe y sus diferentes formas de vestir y vivir, ese Estados Unidos donde ver, conocer y sentir, y muchísimos más, donde Maija vivía, buscaba y encontraba formas y caminos que conocer y atrapar.

Nos alegramos que existan trabajos como Maija Isola. Ella, el color y la forma, con un subtítulo muy revelador de la figura que nos vamos a encontrar en este camino por su vida, sus pensamientos, sus hijas, sus viajes, sus amores, sus experiencias, y sobre todo, sus diseños que siguen maravillando a todos y todas las personas que los descubren por primera vez, como le ha ocurrido al que escribe todo esto, porque con el trabajo de Isola ocurre que ya lo habíamos visto, pero no sabíamos que eran de ella, por eso esta película es tan importante, porque tiene ese espacio didáctico, que el arte siempre ha de tener, descubrirnos y mostrar a personas que no deberían tener esa invisibilidad, porque Maija Isola, no solo es una gran artista, sino que fue una mujer que abrió muchas puertas, ventanas y mundos a todas las otras artistas que le sucedieron, y eso es muy grande, y no todas las personas dejan un legado tan impresionante tanto a nivel artístico como humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Karaoke Paradise, de Einari Paakkanen

EL KARAOKE COMO TERAPIA.

“(…) In my life there’s been heartache and pain. I don’t know If I can face it again. Can`t stop now I’ve travelled so far. To change this lonely life. I wanna know what love is. I want you to show me. I wanna feel what love is. I know you can show me…”

I Want To Know What Love is” by Foreigner

Los amantes del cine de Aki Kaurismäki ya sabíamos del carácter reservado y frío de los finlandeses, de sus vidas solitarias y cotidianas, y sobre todo, de su recelo a mostrar sus emociones a los demás, y esa peculiar forma de hablar tan cortante y directa. Aunque, también sabíamos de su sentido del humor, tan diferente al nuestro, y su forma de enfrentar a los pesares de la vida, con entereza y aplomo. Mucho de esa forma de ser la volvemos a ver en la curiosa, divertida, sensible y profunda película Karaoke Paradise, del director finés Einari Paakkanen, que tiene formación en Ciencias Aplicadas y en dirección de Documentales en Barcelona, amén de un par de películas donde la realidad es su campo de investigación y exploración.

 

Vamos a conocer a una serie de personajes, entre los que destacan una señora presentadora de karaokes que hace muchos kilómetros para llevar canciones a todos aquellos que las necesitan, ya sean en bares, residencias o cualquier otro tipo de evento, un joven tímido que quiere cantar en karaokes para salir de su mundo y crecer como persona, un matrimonio que perdió a su bebé y afronta la pérdida cantando y liberando dolor, un señor, padre de una hija adolescente, que canta en su taller mecánico, pero desea encontrar un amor, y finalmente, una mujer aquejada de párkinson que canta para aliviar su enfermedad. La película desde una distancia prudente y observadora, se va sumergiendo en sus cotidianidades y mediante sus voces en off y la relación con su entorno y los demás, vamos descubriendo sus vidas, sus miedos, sus alegrías, sus inseguridades, y los diferentes procesos emocionales en los que están inmersos. Paakkanen mira a sus personas-personajes desde la complejidad de sus existencias, sin hacer nunca ningún juicio de valor, sino optando por la alegría y la tristeza según se expresen en los momentos por los que pasan durante la historia que nos cuentan.

En Karaoke Paradise se huye de lo evidente para explorar terrenos incómodos y difíciles, en el que no hay ni un atisbo de sentimentalismo ni nada que se le parezca, todo lo que vemos tiene un aroma de cercanía, de respeto, y sobre todo, de humanidad, en la que vemos todo lo que somos los seres humanos, en esas montañas rusas emocionales, donde el karaoke y las canciones, sean cuales sean, porque como dice la señora que los presenta, a veces, necesitamos llorar y otras, reír, y otras, no sabemos lo que necesitamos, y por eso también cantamos para compartir, para que nos escuchen, para aligerar equipaje, y para también, expresar lo que sentimos a través de las canciones. En un país como Finlandia, con tan pocas horas de sol, mucha oscuridad, y donde la mayoría de la población vive en soledad, los karaokes son más que una terapia, funcionan como espacios de sociedad donde se comparte, se habla y se juntan los aficionados a cantar, o aquellos que no han cantado nunca y se atreven a hacerlo, y aún más, cantan para estar mejor consigo mismos, sin ningún ánimo de cantar bien, solo por el hecho de cantar como se sienten y compartir con los otros, con las demás personas que también existen y nos escuchan a partir de las canciones, como una hermandad del afecto y lo emocional, muy alejado a esa idea que tenía del universo del karaoke por aquí, donde la gente se reúne para reír y pasarlo bien, no para también hacer frente a los miedos e inseguridades, y sobre todo, como terapia para fortalecerse y seguir abriendo días y experiencias después de las tragedias personales que han vivido o qué viven.

El cineasta Einari Paakkanen nos abre las vidas de este grupo de personas, y de muchas más que frecuentan los karaokes, y lo hace desde el respeto y la sencillez, y no solo mostrando un rostro muy diferente de los habitantes de Finlandia, muy alejado de los estereotipos, sino que ha hecho una película muy didáctica, tremendamente social, porque muestra unas formas de vida y unos maravillosos procesos efectivos para vencer traumas, y humanista, que tampoco se ve en mucho cine que se estrena cada semana en nuestras carteleras, con personajes de carne y hueso, de diferentes edades y extractos sociales, que comparten una misma afición o idea de vida, cantar canciones y salir de esos espacios oscuros en los que viven o están, y compartir sus canciones y sus interpretaciones, para ellos y para los demás, sin vergüenza y sin ningún tipo de pudor, porque en el Karaoke Paradise todas las voces tienen cabida y no se discrimina a nadie, al contrario, se acepta a toda persona, sea como sea, y venga de donde venga, eso sí, tiene que estar dispuesta a cantar canciones. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Horacio Alcalá

Entrevista a Horacio Alcalá, director de la película «Finlandia», en el Hotel Balmes en Barcelona, el viernes 10 de junio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Horacio Alcalá, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja de Prismaideas, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Compartimento nº 6, de Juho Kuosmanen

LOS VIAJES EN TREN…

“Voyage, voyage” / plus loin que nuit et le jour / (voyage, voyage) / dans l’espace inouï de l’amour / Voyage, voyage / sur l’eau sacrée d’un fleuve indien / (voyage, voyage) / et jamais me reviens”

Letra de la canción  “Voyage, voyage”, de Desireless

Los que viajamos en tren, ya sea en cercanías o larga distancia, podríamos contar las mil y una que nos han pasado en esos viajes. Viajes con un destino fijado, viajes con billete de ida y vuelta, viajes donde muchas veces era más intenso el propio viaje que el destino final. Recuerdo especialmente uno de ellos, uno que sin saberlo entonces, iba a cambiarme la vida en todos los sentidos. Un viaje en cercanías, un viaje en el que conocí a alguien, a alguien muy diferente a mí, a alguien que formaría un tiempo parte de mi vida. Un tiempo que me iba a cambiar para siempre, y todo empezó en un viaje en tren. Una experiencia similar es la que les ocurre a Laura y Ljoha, los dos protagonistas de Compartimento nº 6, la segunda película de Juho Kuosmanen (Kokkola, Finlandia, 1979), después de la interesantísima El día más feliz en la vida de Olli Mäki (2016), donde retrataba el año 1962 en un melancólico blanco y negro, la vida de un boxeador vulnerable, atrapado a sus circunstancias y muy enamorado.

El director finés ha escrito un guion junto a Livia Ulman y Andris Feldmans, basado en la novela homónima de Rosa Liksom, en el que vuelve a los ambientes cotidianos que poblaban su primer trabajo, a esos personajes perdidos, atrapados en su existencias anodinas, en una especie de huida no se sabe dónde, metidos o encerrados en un minúsculo compartimento que deberán compartir dos personajes opuestos, o quizás no lo son tanto, porque, entre otras cosas, ambos viajan desde Moscú en el transiberiano con destino al puerto ártico de Murmansk en la Siberia. Ella, finlandesa, huye de una relación insatisfecha, y desea ver unos petroglifos, unas pinturas rupestres. Él, ruso, viaja para trabajar en la mina. La película nos abre una ventana para conocer a estos dos individuos, en una relación distante y llena de altibajos, porque deben compartir cuando no quieren, pero a medida que avance el viaje los iremos conociendo más profundamente, les iremos viendo sus virtudes y defectos, sus inquietudes, sus ilusiones, y demás oscuridades y alegrías.

La trama se sitúa en un tiempo indeterminado de los años noventa, cuando todavía las nuevas tecnologías no habían convertido la sociedad en un mero espejo artificial donde la individualidad prima sobre el otro, y la película aboga por eso mismo. Por mirar al otro, aceptarlo por muy diferente que aparentemente sea de nosotros, por ofrecerlos la oportunidad y la experiencia de entablar un diálogo, y quizás una conexión, nunca se sabe, y la empatía, ese valor tan desuso en los tiempos de ahora, donde cada uno se obceca en ser él, sin importarle el resto, y sobre todo, lo que sienten los demás. Estamos hablando de un viaje de más de 1900 kilómetros, de sur a norte, que recorre toda la parte oeste de Rusia, que en los años noventa aúna duraba mucho más que ahora, con sus días y noches, sus paradas nocturnas, el vagón comedor, y los parones para echar un cigarro o estirar las piernas. Unos viajes que se convertían en una auténtica odisea. Un viaje que requería mucho tiempo para llevarlos a cabo. El tiempo, sumamente importante en la película, porque nos obliga a mirar a los personajes, a estar con ellos y a compartir. Todo lo contrario que en la actualidad, donde el tiempo se ha convertido en un enemigo implacable, un elemento que hemos perdido en la actualidad, donde todo se hace con prisas y no hay tiempo para nada.

La excelente cinematografía, naturalista e íntima, donde sentimos el frío y la cercanía de los personas, los objetos y sus sonidos, que firma J-P Passi, como lo hizo en la primera película de Kuosmanen, y el inmenso trabajo de montaje de Jussi Rautamieni, que también estuvo en la opera prima del director finés, que encaja con oficio e inteligencia los ciento siete minutos de la película, dotándola de ritmo y tensión, en apenas un par de espacios reducidos del tren. La maravillosa pareja protagonista de la película, tan ajenos y tan cercanos, que son el alma mater de una historia en la que buena parte de su metraje ocurre en un compartimento muy estrecho, donde se respira casi al unísono, y todo está demasiado cerca. Seidi Haarla, muy popular en Finlandia, por trabajos en la televisión en series como Force of Habit, da vida a Laura, la aspirante arqueóloga, que todavía no sabe que hará después de los petroglifos, porque quiere alargarlo todo lo posible por miedo a no saber dónde ir después. Una mujer que se encuentra de viaje, porque detenerse es reflexionar y mirarse hacia dentro y descubrir que las cosas no andan bien y hay que cambiarlas, y ese miedo todavía no tiene fuerzas para afrontarlo. Frente a ella, el actor ruso Yuriy Borisov, que hemos visto en Elena (2011), de Andrey Zvyagintsev, entre otras muchas películas rusas, interpreta al arrogante y vulgar Ljoha, un tipo que viaja para incorporarse a la industria minera, alguien que oculta muchas buenas cosas en su interior, pero va de duro y distante con Laura, pero entre los dos, y los kilómetros de viaje y tren, todo irá cambiando.

Kuosmanen ha construido una película que habla de muchas cosas, de la vida, de quiénes somos y cómo vemos a los demás, de amor o no, que tiene a la canción “Voyage, Voyage”, de Desireless, que pegó muchísimo en toda Europa a finales de los ochenta y principios de la nueva década, que actúa como leti motiv de la película, donde miramos la vida pasar, desde la ventanilla del compartimento nº 6 de un tren que nos lleva a Murmansk, a ese espacio del ártico, donde hace un frío que pela en pleno invierno, donde Laura y Ljoha van a parar. Y recuerden, siempre es un buen momento hacer un viaje en tren. Así que, estacionen su vehículo, compren un billete, da igual el destino, y déjense llevar por el viaje, sin expectativas, disfrutando de cada instante, tanto de ustedes como de los otros, alrededor de desconocidos que quizás se conviertan en muy cercanos, eso sí, apaguen el móvil, como antes, cuando el dichoso aparatito no existía y dejaba libertad para mirar nuestro entorno, para mirarnos a los ojos, para hablar con el otro, porque nunca un viaje en tren los dejará indiferentes, y quizás, ese viaje les cambie la vida, igual que me ocurrió a mí… JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Damas de hierro, de Pamela Tola

NUNCA ES TARDE PARA VIVIR.

 “La vejez no es una enfermedad: es fortaleza y supervivencia, triunfo sobre todo tipo de vicisitudes y desilusiones, pruebas y enfermedades”.

Maggie Kuhn

La vejez ha sido tratada en el cine de forma tímida y sin profundizar. Son contadas las películas en las que el protagonista sea una persona anciana. Algunas son excelentes como Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu, Umberto D., de Vittorio de Sica, Saraband, de Ingmar Bergman, y la reciente Nebraska, de Alexander Payne, entre otras. Así que, resulta francamente extraordinario toparse con una película como Damas de hierro, el segundo trabajo como directora de la actriz Pamela Tola (Ruotsinpyhtäa, Finlandia, 1981), después de Swingers (2018), una comedia donde nos hablaba sobre cuatro parejas enfrentadas a sus miedos en un distinto fin de semana. Ahora, nos llega otra comedia, una historia protagonizada por Inkeri, una mujer de 75 años que mata a su marido de un sartenazo. Abrumada por el hecho, pide ayuda a sus dos hermanas octogenarias, Sylvi, despistada y olvidadiza, y a Raili, abogada retirada, fría, racional y sexual. Las tres hermanas cogerán carretera y manta y se lanzarán a una aventura en la que habrá de todo para todas.

Inkeri volverá, en cierta medida, a reencontrarse con su pasado, con la mujer que fue, y con aquellas decisiones que la llevaron hasta el momento actual. Visitará su antigua universidad, y se topara con aquella feminista que quería ser escritora, también irá a la iglesia donde se casó, y sobre todo, volverá habitar y transitar por el hogar de su infancia, se perderá con su primer amor, y verá su vida desde otra perspectiva, más serena, más sincera, y más de verdad, encontrándose a sí misma y sabiendo el rumbo que debe arrancar en su vida. Entre medias habrá tiempo para compartir con sus hermanas tan diferentes, de bailar, de beber, de desinhibirse, de vivir aunque sea después de muchos años o tal vez, vivir por primera vez. Tola coescribe un guión con Aleksi Vardy, donde imprime el carácter de road movie, una película de carretera muy alejada de las convencionales, aquí no hay que llegar algún lugar, ni conseguir un propósito ya sea físico u emocional, porque el viaje que emprenden las tres hermanas tiene más que ver con esa búsqueda interior, con ese propósito de vivir, de sentir, de ser ellas mismas aunque sea por un rato.

La directora finesa tiene espacio para romper barreras, convencionalismos y prejuicios sobre la vejez, las mujeres, el feminismo, y demás temas actuales edificados bajo el amparo de lo convencional, y no de lo humano, porque las tres mujeres mayores que retrata la película son demasiado diferentes entre ellas, tanto a nivel de carácter como todo lo demás, las tres funcionan de formas muy distintas a pesar de ser de la misma sangre, porque la película huye de ese estereotipo que parece haberse impuesto en muchas películas donde la vez se retrata desde la enfermedad, o a través de los hijos o los nietos, dejando en segundo término los verdaderos conflictos de los mayores, que albergan una diversidad enorme como demuestran películas como esta. La sutil e inteligente mezcla de drama con la comedia más negra ayuda a encarar todos los problemas que van apareciendo a medida que empezamos a viajar. Nunca es una carcajada usando algunas secuencias divertidas, sino que la risa siempre sale de forma suave, porque Tola quiere y busca la reflexión en cada uno de sus planos y encuadres, acercando al espectador a las vidas, deseos, ilusiones y esperanzas de tres mujeres que, siendo ancianas, tienen muchas ganas de seguir no solo existiendo, sino de vivir de verdad, quizás como jamás lo habían sentido.

Posiblemente, una película de estas características nos ería lo que es sin el magnífico y magnetizador reparto encabezado por las tres ancianas. Tenemos a Leena Uotila que da vida a Inkeri, que a partir de un hecho trágico empezará a olvidarse del exterior  a bucear en su alma, para volver a reencontrarse con ella misma, y tropezarse con lo que fue y quiere ser. A su lado, Saara Pakkasvirta como Sylvi, con su alocamiento, su poca memoria, y sobre todo, su ímpetu a la hora de lanzarse a la piscina, olvidándose un poco de lo que ha sido, y sintiéndose como nunca. Y finalmente, Seela Sella como Raili, la racional, vivida e inteligente del grupo, la mujer que siempre se ha lanzado y experimentado con muchos hombres, matrimonios y aventuras por doquier, pero quizás le faltaba una de verdad junto a sus hermanas para reflejarse en ellas y ver que lo que sienten las una y las otras no es tan diferente como pensaban. Damas de hierro es una película sencilla, directa e íntima, que sin meterse en furibundos demasiado complejos e intelectuales, tiene la capacidad para hablar de la vejez, de mujeres, de vida, de sentimientos y de personas sin edad de forma tragicómica, honesta y de verdad, esa cualidad que parece tan sencilla de hacer pero en la práctica resulta muy difícil de plantear y transmitir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La violinista, de Paavo Westerberg

LA MAESTRA Y EL ALUMNO.

“La ambición no hermana bien con la bondad, sino con el orgullo, la astucia y la crueldad”

Leon Tolstoi

Si nos preguntasen nombres de directores finlandeses actuales nos vendría el primero y más importante de todos, el de Aki Kaurismäki, si nos estrujáramos más la cabeza aparecerían los de Mika, hermano del mencionado, y también, Klaus Härö, que ha estrenado sus últimas películas por aquí. A partir de ahí, tendríamos serias dificultades para nombrar alguno más. Por este motivo, el cine producido en Finlandia, exceptuando los citados, es una gran y triste anomalía por estos lares. Por eso cuando se estrena una película del mencionado país, solo podemos dedicarle nuestra mirada y disfrutar de esa anomalía. En este caso, la película en cuestión es La violinista, de Paavo Westerberg (Helsinki, Finlandia, 1973), dedicado a la interpretación, y a los guiones como los de Frozen Land y Frozen City, por los que fue galardonado, se ha embarcado en la dirección con la serie Jälkilämpö (2010), y ahora, repite con un relato intimista, complejo y oscuro sobre la ambición y sus consecuencias.

La historia arranca con Karin Nordström, una auténtica virtuosa y reconocida violinista que, después de la última actuación de su gira, tiene un desafortunado accidente que le hace perder sensibilidad en algunos dedos y le imposibilita seguir tocando. Después de un tiempo intentando aceptar su vida y sobre todo, su cambio de profesión, no tiene otro remedio que dedicarse a la enseñanza. Conocerá a Antti, uno de sus alumnos de violín más ambiciosos, y empezarán una relación íntima y muy secreta, ya que tanto Karin como Antii, tiene parejas, la del joven, Sofía, también alumna de Karin. Todo cambiará cuando Björn Darren, famoso director busca violín solista para su nuevo espectáculo. Westerberg confía su película en la actuación de sus intérpretes y en los cálidos y oscuros interiores donde se desarrollan las diferentes acciones del metraje. El rostro y las miradas se convierten en el centro de todo, bien acompañados por las excelentes piezas clásicas que escuchamos a lo largo del relato.

La película nos habla de música, y las diferentes formas de acercarse e interpretarla, donde los personajes de Karin y Antii tiene una forma directa, individualista y demasiado ambiciosa, donde la música se convierte en una lucha constante contra sí mismos, y contra los otros, donde nada ni nadie tiene cabida. En cambio, el personaje de Sofía entiende la música desde el amor y la colaboración, donde todo es nosotros. El personaje de Björn Darren confía en su querida Karin, aunque se muestra receloso con Antii, ya que le parece que  es demasiado impetuoso y no sabrá estar a la altura de la música y la responsabilidad que conlleva ser solista en una orquesta. A pesar de sus dos horas, la película se ve con gusto, sus composiciones son de gran altura y bien construidas, donde la luz mortecina que sacude toda la película, le va como anillo al dedo a un relato sobre la música, y sus intérpretes, que siempre les pierde su pasión, una excesiva pasión que juega contra ellos. Una trama bien mezclada con lo personal, donde el amor arrebatado se acaba imponiendo en las vidas convencionales de los personajes, acciones que los llevarán a consecuencias con las deberán lidiar.

Matleena Kuusniemi interpreta a Karin, una mujer de carácter, muy ambiciosa, que  después de su fatal accidente, deberá recomponerse y amar la música desde otra posición, pero sin dejar ella misma, y sobre todo, sin dejar que nadie sea más que ella. A su lado, Olavi Uusivirta como Antii, ese alumno que le puede ser el mejor, muy perfeccionista y altivo, con un carácter que jugará en su contra. Kim Bodnia es Björn Darren, el experimentado hombre de música, pero una fiera con la música, que tendrá sus conflictos con las decisiones y métodos de Karin. Misa Lommi es Sofía, la antítesis de Antii, otra forma muy diferente de acercarse a la música, valorando todo su potencial desde el lado más romántico y humano, y finalmente, Samuli Edelmann como Jaako, el marido de Karin, comprensivo y compañero, pero que se sentirá desplazado por la pasión desmedida de una mujer que antepone su vida y todo a la música. El director finlandés ha construido una película bella y sensible, pero también, muy oscura y llena de tinieblas, y reveladora sobre las desmesuras que lleva una pasión demasiado alejada de todo y todos, y las consecuencias en los demás, y lo hace desde la sutileza y la sobriedad, sin sobresaltos ni argucias argumentales, y mucho menos narrativas, solo con un grupo de intérpretes en estado de gracia, que cuentan mucho más desde el silencio y la potencia de sus miradas, y contando una historia que indaga en la emocionalidad de sus personajes, aquello que se oculta, pero que va desvelándose a medida que las diferentes y ambiguas decisiones van en aumento sin remedio. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El artista anónimo, de Klaus Härö

EL RETRATO DESCONOCIDO.  

“Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes”

Jorge Luis Borges

De una cinematografía como la finesa, estamos acostumbrados a recibir las películas del gran Aki Kaurismäki, rara vez podemos ver otras película de cineastas más desconocidos por estos lares. El director finlandés Klaus Härö (Porvoo, Finlandia, 1971), vuelve a aparecer por nuestras pantallas después de La clase de esgrima (2015), con un relato que se detiene en la Finlandia actual, donde conocemos a Olavi, un veterano comerciante de arte, que quiere dejar el oficio con su último gran negocio, como indica el título original de la película, ese cuadro que su venta le dejará un hermoso retiro. Rebuscando, casi sin pretenderlo, o sí, descubre, en la casa de subastas, a pocos metros de su tienda, un retrato que llama su atención. A partir de ese instante, su vida se centrará en encontrar la autoría del enigmático retrato, ya que aparece como desconocido. Contará con la inestimable ayuda de su nieto, Otto, un chaval de quince años, al que apenas conoce, ya que el viejo Olavi y su única hija, Lea, han tenido una relación muy distante desde que falleció la esposa y madre, respectivamente.

Härö, como hizo con su anterior película, vuelve a dirigir un guión escrito por Anna Heinämaa, edificando una película que habla desde la sencillez de la cotidianidad y lo humano, en una película que se centra en el valor del arte y las dificultades de las relaciones humanas, como queda patente en la magnífica secuencia donde abuelo y nieto se conocen, cuando Olavi le muestra la pintura “Payaso” de Unto Koistinen, a la que el adolescente exclama con desdén, que se parece a la mascota Ronald McDonald. Dos formas de acercarse al arte, a la vida, dos generaciones en polos opuestos, que la búsqueda del autor del famoso retrato, los igualará y sorprendentemente, formarán un equipo bien avenido. El cineasta finés plantea una película directa y transparente, de pocos personajes y aún menos espacios, sobre la cotidianidad de alguien egoísta y maniático, que ha olvidado a su hija y nieto, y se ha encerrado en su trabajo, de alguien que deberá aprender a confiar en los demás, y sobre todo, a pedir perdón.

Toda esa realidad del anciano, se verá trastocada con la aparición del retrato misterioso, entonces, la narración virará hacia el thriller de investigación, con esos claroscuros de la biblioteca y las inquietantes pesquisas que siguen tanto el abuelo como el nieto, para descubrir la autoría de la pintura, la del “Cristo Negro”, de Ilya Repin, que tiene un gran valor económico. Härö construye películas sobre las dificultades de muchos niños y niñas empezando nuevas existencias en lugares ajenos y hostiles, como hizo en Elina (2002) o Adiós, mamá (2005), o personas de pasados oscuros que llegan a nuevos lugares en los que deben aprender a vivir como ocurría en Cartas al padre Jacob (2009), o la citadaLa clase de esgrima (2015), en las que las relaciones humanas son el centro de la acción, como también, ocurre en El artista anónimo, donde se habla mucho de arte, valorando a esos artistas anónimos, y sus trabajos que tienen su lugar en la historia, pero sobre todo, la película habla de segundas oportunidades, a través de relaciones familiares rotas, aquellas que hay que reconstruir, que volver a rehacer, ya que el tiempo, los conflictos y demás, dejaron olvidadas y oxidadas, como la nula relación de Olavi y su hija, Lea, en la que Otto, el nieto, sin proponérselo, hará de puente entre ambos.

No estamos ante una película condescendiente, ni mucho menos, sino que bucea con honestidad y aplomo en las dificultades de esas relaciones inexistentes, conjugando con acierto y verosimilitud, los puntos de vista diferentes entre unos y otros, y acercándose con sobriedad a las torpezas y reproches de los personajes, mostrando la verdad que hay entre todos, y componiendo secuencias de gran mérito y empaque dramático, huyendo del sentimentalismo y sobre todo, exponiendo todos los sentimientos agridulces que sienten. Una película sencilla, sensible e interesante, con un trío protagonista maravilloso y conmovedor, con Heikki Nousiainen como Olavi, Pirjo Lonka como Lea, y finalmente, Amos Brotherus como Otto, que cuenta con un grandísimo trabajo de luz, obra del cinematógrafo Tuomo Hutri, colaborador habitual de Härö, que sabe componer todos los claroscuros físicos, misteriosos y emocionales que encierran las obras de arte que vemos, y las relaciones humanas entre sus personajes, elemento que hace que la película sea visualmente muy conmovedora, sino también, emocionalmente, logrando cuadrar las dos claves esenciales de cualquier relato que contar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

 

El otro lado de la esperanza, de Aki Kaurismäki

LA DIGNIDAD DE LOS INVISIBLES.

Desde que irrumpiera en el panorama cinematográfico a principios de los ochenta, Aki Kaurismäki (Orimattila, Finlandia, 1957) ha construido una de las filmografías más estimulantes, interesantes y humanistas (que sobrepasa la veintena de títulos entre largos de ficción y documentales) un universo que no sólo nos remiten al estado actual de las cosas, sino que nos recuerda a grandes cineastas humanistas que han hecho del cine una herramienta crítica, válida para la reflexión y sobre todo, un vehículo capaz de remover conciencias, y dar voz, y por lo tanto visibilidad, a todos aquellos que el sistema les niega su lugar en el mundo. Su cine se centra en individuos solitarios, aislados, los invisibles del sistema, almas en pena, que viven con muy poco o casi nada, que se mueven por barrios obreros y viven en pisos fríos y vacíos, o visitan bares apartados, donde se bebe mucha cerveza y se fuma mucho, se ganan la vida con trabajos precarios, que bordean o entran de lleno en la esclavitud, en los que aflora el individualismo y la servidumbre. Relatos sobre perdedores, a los que se les engaña, algunos acaban maltrechos o con sus huesos tras los fríos barrotes de una cárcel. Tipos parcos en palabras, más bien de mirar o hacer, aunque, el cineasta finés siempre encuentra un resquicio de luz, algún espacio, por pequeño que parezca, para ofrecer algo de calor a sus personajes en el gélido Helsinki, una ilusión, si, aunque frágil a la que agarrarse, como ocurría en las películas sobre Charlot.

Un cine en el que la música, casi siempre de rock y en vivo, se erige como un elemento primordial en su narrativa, actuando como eje vertebrador de lo que se cuenta, explicando más allá de lo que callan y sienten sus personajes. Otra característica esencial en su cinematografía son sus cómplices en los viajes, desde Timo Salminen, su cameraman desde los inicios, y sus intérpretes, los Kati Outinen, Sakari Kuosmanen, Matti Pellonpää, André Wilms, entre otros, actores y actrices que dan vida a esos errantes de vida negra que luchan para encontrar ese espacio que el estado les niega y acaba expulsando del «aparente» paraíso. Y finalmente, el humor que estructura todas sus películas, un sentido del humor nórdico, inteligente, y muy negro, transgresor e hirreverente, en algunas ocasiones, que compone una sinfonía pícara y de mala uva a todo lo que va ocurriendo, dejando una risa a medio hacer que a veces da calor, y otras, congela. En El otro lado de la esperanza, continúa una especie de trilogía (ya había perpetrado otra, sobre «lo proletario»,  compuesta por Sombras en el paraíso, del 86, siguió, dos años después, con Ariel, y finalizó con La chica de la fábrica de cerillas, en el 90) que Kaurismäki ha llamado “portuaria”, iniciada en el 2011 con Le Havre, en la que recuperaba al personaje de La vida de bohemia (1992), el idealista Marcel Marx, para conducirnos por una historia sobre un niño africano, que llega como polizón y necesita refugio,  era acogido por el protagonista, un viejo limpiabotas, hecho que le hacía enfrentarse ante la ley (siempre injusta y desigual con las clases más desfavorecidas).

Ahora, la terna es diferente, el sujeto en cuestión, o digamos, el iniciador del relato es Wikström, un vendedor de mediana edad de trajes y corbatas que, cansado y desilusionado por su vida, decide dejar a su mujer (magnífica, la secuencia que abre la película, por su sobriedad y concisa) y cambiar de trabajo, comprando un restaurante “La jarra dorada”, en el que parece que no frecuenta mucho personal. Paralelamente, Kaurismäki nos cuenta la llegada a Helsinki de Khaled, un inmigrante sirio, que después de perder a toda su familia, ha vagado por toda Europa con el objetivo de encontrar a su hermana. Pide asilo político, y todo su proceso burocrático que lo condena primero a un centro y luego a una espera, para dilucidar si es aprobada su petición. Un día, o mejor dicho, una noche oscura, Wikström descubre a Khaled, que ha tenido que fugarse, porque lo quieren deportar a Alepo, porque según las autoridades no entraña peligro, cuando está siendo devastada, junto a su basurero y le da trabajo. Kaurismäki, quizás, ha hecho la película más cercana a la actualidad que nos asalta diariamente, aunque el genio finlandés no nos habla del drama de los refugiados como los medios lo hacen cada día, no, la película huye completamente de la visión partidista y superficial, y se aleja de los discursos moralizantes de las élites y la mayoría de los medios imperantes, aquí no hay nada de eso.

Kaurismäki construye una película humanista, extremadamente sencilla, y muy honesta, podríamos decir que incluso inocente, pero no en la expresión de escurrir el bulto, sino todo lo contrario, en el que se aboga por una solución al problema de un modo humanista, mirando a todos aquellos que vienen y escuchando sus problemas, no haciendo oídos sordos al conflicto. La película cimenta en la humanidad y la fraternidad las armas contra el problema de los refugiados, sacando a relucir esos valores humanos que parece que la sociedad capitalista, individualizada y de consumo, nos ha arrebatado, o nosotros hemos olvidado. Soluciones sencillas contra males complejos, quizás algunos les parecerá naif, pero no hay nada de eso, el cine de Kaurismäki es profundo, enorme, y mira a la realidad desde el alma, exponiendo todas las posiciones, retratando a los que ayudan a Khaled, como los que no, explicándonos todo lo que le va ocurriendo al refugiado, que se mueve entre sombras y dolor, en esta odisea en la Europa actual, un continente que sólo sabe mirarse a su ombligo y esconder sus miserias, que las hay y muchas, bajo la alfombra sucia y podrida. Kaurismäki vuelve a mostrarnos una mise en scene minimalista (marca de la casa) fundamentadas en tomas largas, en las que apenas hay movimientos de cámara, y vuelve a adentrarnos en sus memorables espacios (desnudos, en las que apenas se observan muebles u otros objetos, en los que conviven anacronismos con la mayor naturalidad, en el que descubrimos sofisticados aparatos que registran huellas dactilares que conviven con máquinas de escribir, lugares en los que sobresalen los colores fuertes, como verdes o rojos, herencia del maestro Ozu).

Kaurismäki vuelve a emocionarnos y a concienciarnos con su cine, creando un hermoso canto a la vida, al humanismo y fraternidad de cada uno de nosotos, anteponiendo lo humano y los valores ante la barbarie deshumanizada que se ha convertido Europa, en la que sus líderes se empeñan en hablar de pueblos y hermandad, pero que la realidad es otra, donde se niega asilo y se expulsa a aquellos que sufren guerras y hambre provocadas por el imperialismo occidental. El cineasta finlandés recoge el testigo de los Chaplin, Renoir, Rossellini, Kiarostami o Jarmusch, entre otros, para contarnos una fábula de nuestro tiempo, en la que aboga por los valores humanistas frente al dolor o el sufrimiento del otro, extraer lo bueno de cada uno para ayudar a quién lo necesita, y sobre todo, una fraternidad valiente y amiga, en la que los más desfavorecidos se ayudan entre sí, a pesar de las dificultades que atraviesen, porque, como explica la película, es lo único que tenemos, porque el poder hace tiempo que ha dejado de interesarse por los que ya no existen, por todos los invisibles, todos los que se levantan cada día para trabajar por cuatro perras mal dadas y existir en una sociedad cada vez más hipócrita, desigual e injusta, por todos aquellos que Kaurismäki ha convertido en los protagonistas de su cine, en la que el genio finés les da voz, palabra, rock and roll y algo de aliento.

El día más feliz en la vida de Olli Mäki, de Juho Kuosmanen

cartel_olli_maki_70x100_bnEL BOXEADOR ENAMORADO.

“El boxeo es una celebración de la religión perdida de la masculinidad, tanto más contundente por estar perdida”

Yoyce Carol Oates

Nos encontramos en el verano de 1962, cuando un joven boxeador Olli Mäki, apodado “El panadero de Kokkola”, con experiencia en peleas amateur y algunas de profesional, tiene ante sí el reto de su carrera como púgil, el 17 de agosto peleará con el estadounidense Davey Moore, campeón del mundo del peso pluma. Con la compañía de su novia Raija abandona su pueblo natal situado en la campiña finlandesa para trasladarse al bullicio de la capital Helsinki donde se preparará bajo la supervisión de Elis Ask, antiguo boxeador. La puesta de largo de Juho Kuosmanen (Kokkola, Finlandia, 1979) rescata la historia real de uno de sus más ilustres vecinos, Olli Mäki, un boxeador que en aquel verano del 62 tuvo la oportunidad de convertirse en un héroe nacional, en el emblema del deporte de un país necesitado de mitos. La cinta nació a través de una experiencia personal del propio director, en las dudas y la incapacidad por materializar las expectativas creadas hacia su persona después de ganar un premio en Cannes que le invitaba a presentar su primer largo en el prestigioso certamen.

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Kuosmanen ambienta su cinta en el mundo del boxeo, pero no en la parte mediática, en la que la prensa y el público ponen el foco de atención, sino en la parte humana del boxeador, en los conflictos internos de un hombre que sólo quiere estar sólo, y no pertenecer a ese mundo de luces de neón, de entrevistas, de filmaciones, publicidad y de continuo escaparate, convirtiéndose en un producto del espectáculo de masas. Olli Mäki es un tipo corriente, sencillo que, quiere boxear por el título, claro está, pero también quiere estar con Raija, la mujer de la que se ha enamorado, convirtiendo la película en una emocionante y maravillosa historia de amor entre dos jóvenes que ansían ser felices y envecejer juntos. El director finlandés ha optado por un formato clásico, ha recurrido al 16mm y el blanco y negro, un color que nos traslada a la época de los 60 y 70 y los noticiarios, en las que construye unas tomas en las que prevalece sobre todo, el rostro y los cuerpos de sus personajes, penetrando en su intimidad y cotidianidad, de un modo realista, casi documental en muchas secuencias, capturando el sentir humano que recorre las inquietudes del boxeador.

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La película viaja por medio de los contrastes, del mundo rural de Kokkola, en la que la gente vive en compañía y disfrutando del entorno, como ir en bicicleta por los caminos embarrados o lanzar piedras en ondas en los lagos y reírse sin más, o volver caminando contemplando el atardecer de otro día que se va, todas esas vivencias contrastan con escaparte que bulle en la nerviosa Helsinki, donde allí, el boxeador es el centro de todas las miradas, su vida se ha convertido en un ir y venir de gentes que lo saludan, le preguntan y lo observan a cada momento, la tranquilidad, la paz y la armonía campestre han desaparecido para dejar paso a la locura de la capital, un mundo que le molesta, que le resulta ajeno, del que quiere escapar, en el que su amada se convierte en el centro de su vida, solo eso, compartir momentos con quien quiere pasar el resto de su vida, sin más éxito que la complicidad y la mirada compartida. Kuosmanen no está muy alejado de los personajes sencillos y rutinarios de Kaurismaki, con sus dudas, inquietudes y demás conflictos cotidianos, y recupera el aroma del gran cine europeo de los sesenta y setenta que hablaba de gente sencilla en lugares corrientes, y también, las sombras que estructuraban las películas de boxeo norteamericanas como Cuerpo y alma, Nadie puede vencerme, Marcado por el odio o Toro salvaje, entre muchas otras, en las que se exploran más las sombras de los púgiles, más los callejones oscuros del alma, y más las emociones del alma humana cuando todos se van y se apagan las luces.