Entrevista a Benito Zambrano

Entrevista a Benito Zambrano, director de la película “Pan de limón con semillas de amapola”, en el Hotel Catalonia Gran Via en Barcelona, el miércoles 10 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Benito Zambrano, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Filmax, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Mariona Pagès

Entrevista a Mariona Pagès, actriz de la película “Pan de limón con semillas de amapola”, de Benito Zambrano, en el Hotel Catalonia Gran Via en Barcelona, el miércoles 10 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mariona Pagès, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Katia Casariego de Filmax, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Pan de limón con semillas de amapola, de Benito Zambrano

EL AMOR A LOS DEMÁS.

“Tienes que aprender a ser tú misma. A tomar tus propias decisiones. A no tener miedo al qué dirán. A que te importe una mierda lo que dicen tus amigas.”

Cristina Campos, Pan de limón con semillas de amapola.

De las cinco películas que he hemos visto de Benito Zambrano (Lebrija, Sevilla, 1965), las tres últimas están basadas en novelas. Tanto su anterior trabajo, Intemperie (2018), que partía de la novela homónima de Jesús Carrasco, como en La voz dormida (2011), de un libro de la desaparecida Dulce Chacón. Ahora, nos llega Pan de limón con semillas de amapola, escrita por Cristina Campos, que ha coescrito el guión con Zambrano, que tiene mucho que ver con La voz dormida, porque aquí también hay dos hermanas y muy diferentes entre sí, y que están obligadas a convivir y mirarse. La película cuenta un relato femenino, íntimo y lleno de amor, donde dos hermanas, Marina y Anna, muy diferentes entre sí, la primera, doctora cooperante que viaja por el mundo ayudando a los demás, y la otra, una infelizmente casada y con una adolescente rebelde Anita como hija. Sus vidas, separadas en la adolescencia, se reencuentran en Valldemossa, un pequeño pueblo del interior de Mallorca, porque una mujer, que desconocen por completo, y acaba de morir, les ha donado su panadería.

Una película que habla de todo aquello que se cuece en nuestros interiores, todo aquello que ocultamos a los demás, todos nuestros anhelos, ilusiones, tristezas, desamores, momentos únicos, o esa felicidad que a veces nos empeñamos en sacarla de nuestras vidas, ya sea por miedo, desilusión o simplemente, por torpeza. Zambrano ha construido un sencillo y brillante cuento, una de esas fábulas contemporáneas que nos remiten a las historias universales, porque la película se centra en este especial y peculiar reencuentro de las dos hermanas, en todo aquello que fueron y ahora son, en todo aquello que las aleja y sobre todo, en todo aquello que las acerca, en su relación, en su memoria, y también, en el amor que se tienen por muy diferentes que son. Y las coge en un momento de sus vidas crucial, porque una quiere adoptar a una bebé africana que le ha caído del cielo, y la otra, pierde todo su patrimonio y se separa del marido, además, le detectan un cáncer. La vida y sus oportunidades, es otro tema de los que se detiene la película, peor lo hace desde la sensibilidad y la naturalidad, sin caer en ningún dramatismo ni nada que se le parezca.

La película tiene el aroma y el encantamiento que tenía Como agua para chocolate (1992), de Alfonso Arau, también basada en una novela de Laura Esquivel, en la que el amor y la comida eran piezas fundamentales de la trama. En Pan de limón con semillas de amapola, el relato gira en torno a un secreto, el de ese ingrediente especial que nadie sabe del famoso pan dulce, y la memoria del pueblo y sobre todo, de la panadería y la tal Lola, la mujer que ha dejado el establecimiento como herencia a Marina. La delicada y luz mediterránea de Marc Gómez del Moral (que ha trabajado en trabajos de nombres tan importantes como Isaki Lacuesta, Leticia Dolera y Mariano Barroso, entre otros), el ágil y fabuloso trabajo de montaje de la gran Teresa Font, sobran las palabras para una gran montadora que ha dejado su sello en más de 90 títulos. El extraordinario trabajo de interpretación encabezado por actrices poco conocidas para el gran público, ayuda a la credibilidad y espontaneidad que hay en todo el dibujo, con una grandísima Elia Galera como Marina, esa doctora que ayuda a los demás, y deberá ayudarse a sí misma y sobre todo, a los suyos, con los que acaba de reconciliarse, además, deberá reencontrarse en el pueblo donde creció y remover su pasado y sus orígenes.

Frente a un personaje de movimiento y viajero, nos encontramos a otro totalmente contrario, como el de Eva Martín, que hace de Anna, la antítesis de Marina, el otro lado del espejo, esa mujer que ha perdido su estatus económico y debe reconstruirse y afrontar el mayor reto de su vida, la enfermedad que tiene encima. Y luego está el reparto, igual de importante, en su calidez y coralidad, con Mariona Pagès es Anita, que tendrá un espejo donde mirarse en su tía, y se verá trastocada por el problema de su madre y la nueva vida que está al caer. Y mención especial a Pere Arquillué, siempre solvente, en un papel muy antipático, el marido de Anna, el que lo pierde todo por sus malas artes y su vida disoluta, y las dos grandes maravillas que son Marilú Marini, la veterana actriz argentina, toda una institución en el teatro francés, que regenta el hotel donde se hospeda Marina, y que tendrá una gran relación con las hermanas y esta nueva familia, y Claudia Faci, una brillantísima bailarina y coreógrafa de danza, en el papel de la difícil y muy suya Catalina, la empleada de la panadería y amiga de Lola, una llave para abrir el pasado aunque cuesta la vida entera.

El director sevillano, con su buen hacer y su dominio de la narrativa, y ese don de hacer muy suyas historias ajenas, donde sus personajes siempre se enfrentan entre sí, y a un problema muchísimo mayor para ellos, pero como pueden y mucho esfuerzo y sacrificio, logran sacar adelante, aunque siempre pierden cosas, porque los relatos de Zambrano están pegados a la tierra y a sus cosas. El lebrijano ha construido a fuego lento y con aroma de primavera, con sus nubarrones naturales, una gran historia de amor y amistad de dos hermanas, sobre ayudar a los demás, ayudarse a uno mismo, y sobre quiénes somos y de dónde venimos, y de cómo afrontar los problemas y conflictos que se presentan en la vida, saber encararlos y no tener miedo, o solo lo justo, pero un miedo que no nos acobarde, sino todo lo contrario, que nos haga más fuertes, más decididos y más nosotros, sin dejar nunca de lado a todos aquellos y aquellas que queremos, porque la vida se va, y podemos dejar a las buenas personas demasiado alejadas de nuestras vidas, y son importantísimas para tenerlas cerca y compartir la vida y todos sus momentos, con sus agridulces, con sus aromas y sus sabores, aunque de tanto sean tan amargos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Damas de hierro, de Pamela Tola

NUNCA ES TARDE PARA VIVIR.

 “La vejez no es una enfermedad: es fortaleza y supervivencia, triunfo sobre todo tipo de vicisitudes y desilusiones, pruebas y enfermedades”.

Maggie Kuhn

La vejez ha sido tratada en el cine de forma tímida y sin profundizar. Son contadas las películas en las que el protagonista sea una persona anciana. Algunas son excelentes como Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu, Umberto D., de Vittorio de Sica, Saraband, de Ingmar Bergman, y la reciente Nebraska, de Alexander Payne, entre otras. Así que, resulta francamente extraordinario toparse con una película como Damas de hierro, el segundo trabajo como directora de la actriz Pamela Tola (Ruotsinpyhtäa, Finlandia, 1981), después de Swingers (2018), una comedia donde nos hablaba sobre cuatro parejas enfrentadas a sus miedos en un distinto fin de semana. Ahora, nos llega otra comedia, una historia protagonizada por Inkeri, una mujer de 75 años que mata a su marido de un sartenazo. Abrumada por el hecho, pide ayuda a sus dos hermanas octogenarias, Sylvi, despistada y olvidadiza, y a Raili, abogada retirada, fría, racional y sexual. Las tres hermanas cogerán carretera y manta y se lanzarán a una aventura en la que habrá de todo para todas.

Inkeri volverá, en cierta medida, a reencontrarse con su pasado, con la mujer que fue, y con aquellas decisiones que la llevaron hasta el momento actual. Visitará su antigua universidad, y se topara con aquella feminista que quería ser escritora, también irá a la iglesia donde se casó, y sobre todo, volverá habitar y transitar por el hogar de su infancia, se perderá con su primer amor, y verá su vida desde otra perspectiva, más serena, más sincera, y más de verdad, encontrándose a sí misma y sabiendo el rumbo que debe arrancar en su vida. Entre medias habrá tiempo para compartir con sus hermanas tan diferentes, de bailar, de beber, de desinhibirse, de vivir aunque sea después de muchos años o tal vez, vivir por primera vez. Tola coescribe un guión con Aleksi Vardy, donde imprime el carácter de road movie, una película de carretera muy alejada de las convencionales, aquí no hay que llegar algún lugar, ni conseguir un propósito ya sea físico u emocional, porque el viaje que emprenden las tres hermanas tiene más que ver con esa búsqueda interior, con ese propósito de vivir, de sentir, de ser ellas mismas aunque sea por un rato.

La directora finesa tiene espacio para romper barreras, convencionalismos y prejuicios sobre la vejez, las mujeres, el feminismo, y demás temas actuales edificados bajo el amparo de lo convencional, y no de lo humano, porque las tres mujeres mayores que retrata la película son demasiado diferentes entre ellas, tanto a nivel de carácter como todo lo demás, las tres funcionan de formas muy distintas a pesar de ser de la misma sangre, porque la película huye de ese estereotipo que parece haberse impuesto en muchas películas donde la vez se retrata desde la enfermedad, o a través de los hijos o los nietos, dejando en segundo término los verdaderos conflictos de los mayores, que albergan una diversidad enorme como demuestran películas como esta. La sutil e inteligente mezcla de drama con la comedia más negra ayuda a encarar todos los problemas que van apareciendo a medida que empezamos a viajar. Nunca es una carcajada usando algunas secuencias divertidas, sino que la risa siempre sale de forma suave, porque Tola quiere y busca la reflexión en cada uno de sus planos y encuadres, acercando al espectador a las vidas, deseos, ilusiones y esperanzas de tres mujeres que, siendo ancianas, tienen muchas ganas de seguir no solo existiendo, sino de vivir de verdad, quizás como jamás lo habían sentido.

Posiblemente, una película de estas características nos ería lo que es sin el magnífico y magnetizador reparto encabezado por las tres ancianas. Tenemos a Leena Uotila que da vida a Inkeri, que a partir de un hecho trágico empezará a olvidarse del exterior  a bucear en su alma, para volver a reencontrarse con ella misma, y tropezarse con lo que fue y quiere ser. A su lado, Saara Pakkasvirta como Sylvi, con su alocamiento, su poca memoria, y sobre todo, su ímpetu a la hora de lanzarse a la piscina, olvidándose un poco de lo que ha sido, y sintiéndose como nunca. Y finalmente, Seela Sella como Raili, la racional, vivida e inteligente del grupo, la mujer que siempre se ha lanzado y experimentado con muchos hombres, matrimonios y aventuras por doquier, pero quizás le faltaba una de verdad junto a sus hermanas para reflejarse en ellas y ver que lo que sienten las una y las otras no es tan diferente como pensaban. Damas de hierro es una película sencilla, directa e íntima, que sin meterse en furibundos demasiado complejos e intelectuales, tiene la capacidad para hablar de la vejez, de mujeres, de vida, de sentimientos y de personas sin edad de forma tragicómica, honesta y de verdad, esa cualidad que parece tan sencilla de hacer pero en la práctica resulta muy difícil de plantear y transmitir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un cuento de tres hermanas, de Emin Alper

EN UNA REMOTA ALDEA DE LAS MONTAÑAS…

“La felicidad no existe. Lo único que existe es el deseo de ser feliz”

Antón Chéjov

El plano subjetivo de un automóvil circulando por una empinada carretera, que lleva a una pequeña aldea encerrada entre montañas en la Anatolia Central, en los años ochenta, se convierte en la secuencia que abre la tercera película de Emin Alper (Ermenek, Karaman, Turquía, 1974), del que conocíamos Beyond the Hill (2012), también ambientada en la zona rural, en la que un granjero y su familia se ven amenazados por la llegada de unos nómadas, en Frenzy (2015), el thriller social era el foco de atención en un apocalíptico Estambul. En Un cuento de tres hermanas, se centra en el fenómeno del “Besleme”, una práctica muy usada entre las gentes necesitadas y señores, consistente en que los hijos son “adoptados”, dejando el pueblo y hacerse un provenir en las ciudades con familias acomodadas, a modo de trabajar a su servicio en el hogar y la familia. El cineasta turco nos habla de tres hermanas que por diferentes circunstancias han sido expulsadas de la ciudad, o sea del “paraíso”, y han vuelto al pueblo junto a su padre, ya que madre falleció. Reyhan, la mayor volvió embarazada, y el padre para remendar el honor, la casa con Veysel, un pobre diablo pastor con deseos de abandonar esa mísera existencia. Havva, la pequeña, vuelve en el coche del principio, ya que ha muerto su “madre” adoptiva, y más tarde, volverá Nurhan, la mediana, ya que el Sr. Necati ya no la quiere.

El relato se mueve entre el cuento de hadas y el realismo social, aunque también hay tiempo, poco, en que las tres hermanas comparten esos sueños de dejar la aldea y labrarse una vida digna en la ciudad, entre las tres jóvenes existe una rivalidad durísima para conseguir ser las elegidas en detrimento de las otras. Alper no ahonda en la terrible miseria en la viven estas gentes, y en concreto, la familia, sino que a través de sus relaciones personales y la frustración que hay en cada uno de sus actos, damos buena cuenta en la opresión y aislamiento, tanto físico como emocional, en el que existen. Y no menos, indicar el aberrante patriarcado que existe en el lugar, donde las cuestiones las deciden los hombres, y las mujeres están para servir, obedecer y callar. Con la llegada del Sr. Necati, que trae de vuelta a Nurhan, la película se desata narrativamente, en la que se destaparán muchas verdades que arrecian en las circunstancias que han obligado a expulsar a las hermanas, dejando clara la tremenda servidumbre de estas personas ante Necati, esa especie de amo y señor de sus vidas.

El director turco se aleja del manido recurso de buenos y malos, en su película no hay nada de eso, solo personas que muestran varios rostros, que se benefician o aceptan una posición que les perjudica o les favorece, según la situación, unos seres humanos y complejos que muestran sensibilidad y vulnerabilidad, solamente seres humanos que viven bajo unas condiciones difíciles y que intentan lo imposible para salir de ella, aunque sea implorar al señor que les pude sacar de esa miseria moral y física. Las relaciones personales de la película son durísimas y ásperas, hay poco aliento para la esperanza o la compasión, si bien vemos alguna, pero la tónica general es la dureza y las miradas rotas y que atacan. La película también funciona como reflejo realista y fiel de unas condiciones de vida rurales llenas de dificultades, ya no solo atmosféricas, como los días helados, o esa incesante nieve que los aísla en invierno, sino las sociales, con las pocas posibilidades de trabajo, o pastoreo o sacar algo de la mina derrumbada, vislumbran un provenir muy oscuro y triste para los habitantes del lugar, como en el revelador instante, cuando Nurhan se detiene en mitad de la noche, y pasan frente a ella, por el camino, unos que vienen apesadumbrados por no sacar nada de la mina.

Alper ha construido una película a fuego lento, ejecutado a través de las miradas, los gestos y los cuerpos de sus tres protagonistas, auténticas almas de esta película sencilla y honesta, pero muy gran en su aparato emocional, tres mujeres a las que dan vida tres actrices dotadas para la interpretación, como son Cemre Ebüzziya como Reyhan, Ece Yüksel como Nurhan y finalmente, Helín Kandemir como Havva, tres seres que evidencian toda el marco opresivo y complejo en el que viven. Un retrato honesto y sensible, con esa carga humanista de los Rossellini o Kiarostami, con un entorno que moldea el carácter interno de sus habitantes, que va del documento social, casi etnográfico, como los que planteaba Rouch, o el universo del Delibes de “Los santos inocentes”, algo del realismo poético, con esos sueños que muestran una vida interior rica que manejan las tres hermanas, y el drama familiar, con ecos del drama de Chéjov, con esas tres hermanas, que después de muchos años sin contacto, se conocerán y entenderán muchas cosas que las separan y sobre todo, las que las unen, víctimas de su condición femenina, por un lado, en un mundo que dirigen los hombres, y sobre todo, de la miseria en la que viven. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ghostland, de Pascal Laugier

HORROR EN LA CASA DE MUÑECAS.

Erase una vez una madre Coleen que junto a sus dos hijas adolescentes, Beth, introvertida e incipiente escritora de terror amante de la literatura de Lovecraft, y Vera, extrovertida y enganchada a las nuevas tecnologías. Las tres llegan a un pequeño pueblo donde les espera una nueva vida en la vieja granja de una tía lejana que coleccionaba muñecas de aspecto diabólico. La primera noche se ven asaltadas por dos psicópatas que las someten a una espiral de horror y violencia. La premisa inicial de Ghostland no parece nada del otro jueves, siendo casi un calco de tantas películas donde inocentes jóvenes son asaltadas por asesinos despiadados. Pascal Laugier, auténtico especialista en el género con títulos tan recordados como El internado (2004) o Matyrs (2008) ambas rodadas en su Francia natal antes de su salto a EE.UU. con El hombre de las sombras (2012), va algo más allá en su propuesta, porque sin pretender originalidad en un género muy machacado, si que abre nuevas ventanas para reformular este tipo de historias. Los relatos de Laugier tienen mucho que ver con los espacios cerrados o alejados del mundanal ruido, sitios oscuros, siniestros y llenos de maledicencia, donde jovencitas se ven inmersas en universos terroríficos en los que deberán sobrevivir cueste lo que cueste.

El director francés nos sitúa en un cuento de nuestro tiempo, donde lo novedoso de la propuesta será el juego con el subjetivismo del personaje principal de Beth, esa niña inquieta y observadora que sueña con escribir historias de terror, introduciéndonos en varias formas de ver y sentir la historia, llevándonos por este laberinto narrativo en el que lo real y lo onírico se dan la mano sin conocer a ciencia cierta en que universo nos encontramos. Laugier nos lelva por dos caminos, cuando Beth es adolescente y sufren el terrible ataque y luego, 16 años después, cuando Beth, convertido en exitosa escritora de novelas de terror, vuelve a su casa, donde su madre sobrevive atendiendo a Vera, la hermana pequeña que vive perturbada y anclada en aquella noche fatídica.

Cinco personajes en el interior de una casa que cruje por todos los lados, que desprende un olor entre rancio y a ambientador añejo, con una decoración de poco gusto, envejecida y carcomida, y llena de muñecas de todos los materiales posibles, abundando las de porcelana y las de aspectos siniestros y diabólicos, muñecas que parecen cobrar vida o simplemente creemos que cobran vida. Quizás para muchos espectadores el juego narrativo que propone la película les resulte ya muy visto, pero Laugier no pretende levantar de la butaca, sino todo lo contrario, cogiendo vías y propuestas ya trilladas para abrir un resquicio de luz, en este caso de oscuridad, para mantener al espectador sometido y anclado a su butaca, inquieto y revolcado entre tanta maldad, siendo testigos del horror más puro encarnado en esos dos tipejos que se enfundan en un ogro, una mala bestia enorme con una fuerza descomunal y feísimo, una especie de jorobado de Notre Dame de la maldad, a su lado, una bruja travestida que se dedica a jugar con muñecas humanas, disfrazando a las dos hermanas y convirtiéndolas en dos marionetas a la merced de ese ogro asesino.

Laugier pone sobre la mesa el secuestro, los abusos pedófilos, la depresión, la locura, los traumas psicológicos difíciles de resolver, o el pasado horrible del que tanto cuesta escapar, y todo contado entre una realidad espeluznante, esa de casos de asesinato y violaciones que podemos escuchar diariamente en los informativos mezclada con ese cuento macabro y espeluznante que traspasa lo grotesco y lo horrible, entre la realidad y el sueño, entre lo que vemos o lo que imaginamos, entre lo que está pasando y lo que nos gustaría que hubiera pasado, entre presente y pasado, con ese aroma de los buenos títulos de terror puro como La noche de los muertos vivientes,  La matanza de Texas, Viernes 13 o Posesión infernal, entre muchos otros, con el impecable reparto de la función, tanto en su adolescencia como la etapa adulta, que saben componer unos personajes reales y muy cercanos, naturales, dentro de esa casa convertida en el infierno donde ninguna muñeca está a salvo, sea real o no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cuatro manos, de Oliver Kienle

MI HERMANA Y YO.

En Hermanas (1973) una cult movie de Brian de Palma, asistíamos a la enfermiza relación de dos hermanas que siamesas de nacimiento eran separadas y se convertían en el yin en el yang. Una, era dulce y amable, mientras la otra, era cruel y asesina. Algo parecido les ocurre a Sophie y Jessica, dos hermanas que presencian el asesinato de sus padres cuando son niñas, y veinte años después, con la excarcelación de la pareja implicada, vuelven los fantasmas y mientras Sophie, olvida el macabro suceso centrándose en su carrera como pianista y en el amor. Jessica, en cambio, opta por el camino contrario, vengándose de los asesinos y una vida oscura y muy violenta. El director Oliver Kienle ( Dettelbach, Alemania, 1982) que debutó en el 2010 con Bis aufs Blut – Brüder auf Bewährung, un thriller angustiante donde retrataba la sordidez de un joven ex convicto en el brutal mundo de las drogas, con la serie Bad Banks, del que firma como creador, realizada inmediatamente después de Cuatro manos, se introducía en el cruel mundo de las finanzas.

En Cuatro manos vuelve a adentrarse en el thriller psicológico para contarnos un relato entre lo lucido y lo enfermizo, entre dos formas de gestionar lo emocional, a través de dos hermanas, dos caras completamente diferentes, dos caminos que luchan entre sí para calmar tantos conflictos y miedos internos. Kienle opta por un atmósfera inquietante y muy sombría, donde la cinematografía de Yoshi Heimmath, ayuda a conseguirla con múltiples detalles, tanto de la luz que entra en esa casa como en el exterior, con esa casa en medio de dos mundos, el de la zona residencial y el complejo industrial dividido por ese río de aspecto amenazante, y esos espacios que describen con naturalidad y detalle los dos mundos antagónicos por los que se mueven las dos hermanas. Como la precisa y envolvente música de Heiko Maile, elemento crucial en películas de este tipo, donde van sumergiéndonos en la psique de cada uno de los personajes, en esta batalla entre el olvido y la sangre que mantienen las dos mentes de las hermanas, en continua lucha y poseídas por un conflicto eterno.

Para enmarañar aún más si cabe la madeja argumental, el relato introduce un tercer elemento en discordia, el del doctor con el que Sophie sale, que se convertirá en el testimonio ideal que asiste a esa dualidad simbiótica que sufren las dos hermanas, en las que a veces, no sabrá a qué atenerse con tantas idas y venidas emocionales entre las hermanas. Uno de los aciertos de la película es su honestidad y libertad a la hora de enfrentarse a un relato de tales características, porque aunque en ciertos momentos la historia nos suena, la película huye de los tópicos del género y consigue con pocos elementos y personajes adentrarnos en esa espiral salvaje y malévola que enfrentan a las hermanas, y lo hace desde la sencillez y la pulcritud tanto a nivel formal como argumental, con esos planos cercanos, inquietantes y enfermizos que nos provocan esa tensión constante y esa idea de violencia a punto de estallar, donde el relato no para en ningún instante, llevándonos por continuos contrastes, entre las salas de música o los momentos románticos, con otros más oscuros como las zonas industriales abandonadas, los locales nocturnos llenos de sombras y gente de mal vivir, o zonas aisladas donde se ocultan esos espectros que tanto rondan a una de las hermanas.

Kienle construye un relato psicológico que nada tiene que envidiar a las cult movie del género más recordadas, como por ejemplo Inseparables, de Cronenberg, por citar una de las más redondas e inquietantes,  creando esa atmósfera inteligente y llena de aristas, donde nada es lo que parece, en la que tensa las emociones de los espectadores conduciéndolos por un laberinto infinito y psicológico de difícil resolución, con un estupendo y brillante trío protagonista fundamental en este tipo de películas, encabezados por Frida-Lovisa Hamman como Sophie, la dulce y sensible hermana pequeña que quiere ir hacia adelante e intenta construirse su vida a través del arte y el amor. A su lado, Friederike Becht da vida a Jessica, esa alma negra y hundida que fue testigo del macabro asesinato de sus padres y su vida se ha convertido en una huida hacia el abismo constante en el que busca venganza sea como sea, una vida oscura y violenta que no cesará hasta que consiga su cruel objetivo, y finalmente, Christopher Letkowski que interpreta al doctor, que dará luz y convertirá la vida de Sophie en algo amable y sensible, dando un resquicio de luz ante tanta oscuridad, y se verá envuelto en la batalla sin cuartel que mantienen las dos hermanas para detener tanta maldad y tantos fantasmas del pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Nuestra hermana pequeña, de Hirokazu Koreeda

nuestra-hermana-pequeña-poster-peliculaLAS CUATRO ESTACIONES DE LAS HERMANAS KODA.

“Todo lo que vive requiere esfuerzo”

La cinematografía de Hirokazu Koreeda (1962, Tokio, Japón) se ha caracterizado por profundizar temas como la memoria, la muerte o la aceptación de la pérdida. Sus películas están protagonizadas por personas sumergidas en un proceso de tránsito, un conflicto que les llevará a enfrentarse a las heridas del pasado que todavía arrastran, y se mantienen ocultas, y la llegada de algún elemento externo, ya sea persona o objeto, les llevará a reabrirlas, volver a experimentar ese dolor, y enfrentarse a ellos mismos. Koreeda se ha convertido en uno de los cronistas de las últimas décadas de la vida japonesa, a través de las relaciones de padres e hijos, como lo fue su adorado y querido maestro Yasujiro Ozu del Japón de antes y después de la segunda guerra mundial. Cine poético y liberador, pero también cine social y profundamente inquieto, cine fabricado con extrema delicadeza y belleza, cine del tiempo y de las relaciones humanas, cine sobre el espacio y el paisaje que se mueven unos personajes agarrotados por el pasado y que viven con incertidumbre el futuro.

Koreeda, en su décimo trabajo para el cine, ha recurrido a Umimachi Diary, de Akimi Yoshida, una de las novelas gráficas más exitosas de los últimos tiempos, para hablarnos de tres hermanas, muy diferentes entre ellas. Sachi (que nos recuerda a la Noriko de las películas de Ozu), la mayor, doctora de profesión, ha optado por el rol de la madre que nunca tuvieron, la segunda, Yoshino, empleada en un banco, romántica y alocada en busca de su príncipe azul, y la menor, Chika, que trabaja en una tienda de deportes, inocente y aniñada, pero de corazón puro. Tres hermanas que tras la muerte del padre, que huyó en el pasado con otra mujer, descubren que tienen una hermana pequeña, Suku, de 15 años, una espabilada e inteligente niña algo tímida y muy madura. Sachi decide que vivirá con ellas en Kamamura. El cineasta japonés nos introduce en la cotidianidad de las cuatro hermanas, la casa familiar en la que viven, sus respectivos trabajos, los amores inconclusos que no acaban de fructificar, el restaurante favorito donde comen caballa frita, y sobre todo, en el inexorable paso del tiempo, manejado con perfecta armonía a través de los acontecimientos que se van produciendo: la bravura del océano en verano, cuando arranca la película, el follaje otoñal que inunda cada plano, la exuberante floración de los cerezos, el estallido de las flores en primavera, para volver al verano con los fuegos artificiales que iluminan las noches cálidas.

1505224-de722aa6781a68f1

La cámara de Koreeda es observadora y paciente, describe el paso de las estaciones y los accidentes ambientales que se originan, introduciendo a sus personajes y sus derivas emocionales en el centro del cuadro, no están filmados en tono documental, sino como seres completamente integrados en un paisaje bello y triste de Kamamura que actúa como el reflejo de lo que sucede en sus interiores. Koreeda cuenta su drama intimista a través de los ojos de Suku, que llega del campo cargada con secretos familiares a la espalda, que lentamente irán conociéndose, y también, a través de la mirada de Sachi, que con la ayuda de su conflicto interior que se desata con el problema con su novio, descubriremos el origen de su compleja relación con su madre. Una película sobre la memoria, sobre la herencia de los que ya no están, el legado que nos dejan, como ese árbol de ciruelas que ya nos es tan productivo como antaño o el maravilloso licor que emana y es producido con cariño y guardado como si de un tesoro se tratase.

2332016_Nuestra%20hermana5

Como suele ocurrir en las películas asiáticas, encontramos muchas secuencias construidas a través de la comida, tanto en su elaboración como en los momentos que se reúnen para ingerirla. Koreeda aprovecha las situaciones que se originan para adentrarse en los conflictos interiores que todavía arden, a través de los objetos, la comida y las miradas. Todo está contado con suma delicadeza y belleza, la poesía inunda de forma cadente, nada sucede forma apresurada, todo se cuece a fuego lento, avivando la llama como un leve susurro, tejiendo como se hacía antaño, hilvanando la historia como lo hacía Ozu (como hiciese Koreeda profundamente en Still walking, que se erigía como una mirada contemporánea del clásico Cuentos de Tokio) mirando a sus personajes desde lo más profundo del corazón, conmoviendo desde el alma, y dejándose llevar por el tiempo que todo lo consume y renueva, como los viajes en tren, el humo de las chimeneas, los paseos en bicicleta, compartir una comida entre miradas y confidencias, presenciar la ciudad desde lo alto de la montaña o un paseo observando como la primavera ha llegado…

El mundo abandonado, de Margarethe von Trotta

552728DESCUBRIR LOS ORÍGENES

La cineasta alemana Margarethe von Trotta (1942, Berlín) lleva más de medio siglo dedicada al cine, primero como actriz, en obras del director de corte vanguardista Herbert Achternbusch y Rainer Werner Fassbinder, y luego, como directora, desde que debutase, junto a su marido de entonces, el cineasta Volker Schlöndorff, en aquella maravilla de El honor perdido de Katharina Blum (1975). Su cine se edifica a través de la mirada hacía el retrato femenino, como las históricas (Rosa Luxemburgo, en 1986, Visión. La historia de Hildegard Von Bingen, del 2009 y Hannah Arendt, del 2012, todas protagonizadas por una de sus actrices fetiche, Barbara Sukowa), o aquellas películas protagonizadas por hermanas, Las hermanas alemanas (1981), siempre desde un punto de vista crítico y humano, en el que dibuja un retrato de la mujer en Alemania y cómo se ha visto señalada a través del devenir histórico de la Alemania del siglo XX.

Ahora, vuelve a una historia de hermanas, y a una mirada personal, ya que la propia directora vivió un caso parecido con su hermana. Nos presenta a Sophie, una atractiva cantante de blues y jazz, que es informada por su padre, que ha visto el asombroso parecido entre su madre (recientemente fallecida) y una cantante de ópera que vive en Nueva York. Sophie viaje a la ciudad de los rascacielos y conoce a Caterina, que primero se muestra reacia ante la posibilidad que sean hermanas, y más tarde, irá abriéndose y conociendo su pasado, a través de su madre, que padece demencia senil y las averiguaciones de Sophie. Von Trotta realiza una película sencilla y honesta, donde la trama se va abriendo paso a paso a medida que las dos mujeres van descubriendo su pasado, y sabiendo quiénes son en realidad, y la relación que lentamente va naciendo entre ellas. Una composición y puesta en escena firme y eficaz, y el inmenso trabajo interpretativo de la pareja de actrices, Katja Riemann y Barbara Sukowa, colaboradores de la directora en anteriores trabajos, y la aportación de los demás intérpretes componen una película sobre la familia, las dificultades del pasado, el odio y rivalidad entre hermanos, y la necesidad de conocer de dónde venimos y sobre todo, de saber quiénes somos.

097289

Una película que rezuma ese aroma de drama familiar encerrado en cuatro paredes, construido a través de leves detalles y miradas, que se sigue tranquilo, y que la directora, sortea con gran admiración los momentos de revelaciones familiares, (como ocurría en Todo sobre mi madre, de Almodóvar), que en otra película, podrían convertirse en auténtico folletín desmesurado y plañidero, aquí no, todo se va envolviendo en pocos personajes y la investigación que se desarrolla entre dos países, Alemania y EE.UU., tendrá su epicentro en la amistad entre dos amigas y también, entre el enfrentamiento de dos hermanos. Una historia familiar y doméstica, donde von Trotta vuelve a demostrar su buen hacer en las tramas sencillas sobre mujeres de carne y hueso, filmadas de forma humana y realista, los problemas y preocupaciones de estas mujeres y la lucha constante que tienen que emprender para poder seguir siendo ellas mismas. Una mirada noble y contundente sobre las mujeres, y sobre todo, un retrato sobre sus emociones.