Entrevista a Pedro Román y Mai Huyén Chi

Entrevista a Pedro Román y Mai Huyén Chi, directores de la película “La chica de Dak Lak”, en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en Barcelona, el sábado 30 de abril de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pedro Román y Mai Huyén Chi, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Haizea G. Viana y Pablo Maqueda de Comunicación de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un cielo tan turbio, de Álvaro F. Pulpeiro

LOS NO LUGARES.  

“Éste no es el Méjico real. Lo sabes. Todas las ciudades fronterizas sacan lo peor del país”.

Sed de mal, de Orson Welles

Un planeta tan injusto, desigual y funesto como este, no es de extrañar que existan las fronteras. Las fronteras como división antinatural del territorio, como separación horrible entre unos y otros, y sobre todo, como barrera para dividir el país enriquecido del empobrecido. Podríamos hacer una relación larguísima de todo ese cine llamado fronterizo, un cine que no solo se ha dedicado a hablarnos de la frontera como objeto y límite, sino de todo lo que vive o mejor dicho, sobrevive a su alrededor. Esos lugares sin tiempo, lleno de fantasmas, un caleidoscopio de seres, costumbres y formas de encontrar un sustento que llevarse al estómago. El director Álvaro F. Pulpeiro (Galicia, 1990), creció entre Canadá, Brasil y Australia, y se graduó en la prestigiosa Architectural Association School of Architecture de Londres, donde colabora con diferentes artistas, para dar el salto al cine con la películas corta, Sol MIhi Semper Lucet (2015), donde se adentraba en los campos secos y las calles vacías de algún lugar de Texas, para luego debutar en el largometraje con Nocturno: Fantasmas de mar en puerto (2015), en la que seguía la tripulación de un pesquero anclado de Montevideo a la espera de volver al mar,  y luego, volver al cortometraje con La jovencita no envejece, se descompone (2019), anclada en la península de la Guajira, entre Colombia y Venezuela, para seguir el deambular de una joven.

El profundamente personal e inabarcable universo que edifica el cineasta gallego es un lugar sin tiempo ni lugar, un espacio lleno de sombras y cuerpos de aquí para allá, espectros perdidos en un constante movimiento y deambular, expuestos a sus cotidianos destinos y un futuro incierto. Un cine donde no existen el tiempo ni los rostros, solo un vasto espacio donde todo se confunde, que nunca podemos medir ni conocer en su todo, solo una parte, y una parte mostrada de forma difusa, en la que nos perdemos como en un laberinto,  en el que nada ni nadie tiene un objetivo más allá de un presente infinito. Con Un cielo tan turbio, su segundo trabajo, Pulpeiro se adentra en Venezuela, y más concretamente, en esos no lugares que tanto le interesan, las tierras que envuelven o ensombrecen la frontera y sus alrededores, a partir de tres espacios, o no lugares, como un grupo de soldados a bordo de un barco en los mares del Caribe, los migrantes trasladándose por los puestos entre Venezuela y Brasil, y los contrabandistas adentrándose por el difícil desierto de la Guajira con los últimos barriles de petróleo rescatados del embargo.

La película compone su peculiar retrato de un país petroestado, acuciado por el embargo estadounidense, los conflictos internos entre estado y derecha y las múltiples oleadas de migrantes, y lo hace de forma muy interesante y profunda, alejándose del documento tradicional y periodístico, y formando una magnífica composición lleno de sombras y cuerpos que se mueven entre la oscuridad, bajo un cielo nublado lleno de nubes negras, solo iluminado por los neones y esas llamaradas de las refinerías (que recuerdan poderosamente a las de Blade Runner), desplazándose por lugares-limbo, mientras escuchamos la radio que va vomitando noticias entrecortadas de la situación política, social, económica y cultural de Venezuela. La magnífica pare técnica de la película, elemento de suma importancia en una película en la que apenas hay diálogos, donde el director gallego, afincado en Colombia, vuelve a colaborar con antiguos cómplices de sus anteriores trabajos como en la sombría cinematografía de Mauricio Reyes Serrano, creando ese no lugar donde todo vive y muere a la vez, un espacio lleno de vida, eso sí, una vida en tránsito constante, el gran trabajo de edición de Martín Amézaga, que condensa con maestría una película de 83 minutos, en la que sus imágenes van apoderándose de nosotros de forma sutil y pausada.

El excelente trabajo de diseño de sonido que firma Tomas Blazukas, en un arrollador retrato sensorial de Venezuela o de esos no lugares del país sudamericano, así como el formidable trabajo de música de Sergio Gutiérrez Zuluaga, completamente fusionada con la parte sonora, creando esos ruidos y composiciones muy fantasmales, más propias del cine fantástico, pero extraordinariamente fusionadas con esas realidad ficticia que filma con pulso y sabiduría el director gallego. Un cielo tan turbio no está muy lejos de algunos trabajos de Bonello como el de zombi Child (2019), donde se mezclaba con audacia el fantástico y la realidad más política del país, y sobre todo, del imaginario visual y sonoro del cine de Pedro Costa, con sus individuos-espectros que pululan en sus universos cerrados y periféricos, en la que sin discursos ni nada que se le parezca, construye todo un entamado político de la situación de sus respectivos países, a través de la más pura, cercana e intimidad de esas personas no personas como los inmigrantes, los pobres y los contrabandistas, todos los que viven en las sombras como modo de supervivencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La metamorfosis de los pájaros, de Catarina Vasconcelos

LOS FANTASMAS Y SUS RECUERDOS.

“Los muertos no saben que están muertos. La muerte es asunto de los vivos”.

Reconstruir la memoria siempre ha sido un proceso arduo y muy complejo. En ocasiones, la memoria es un ejercicio imposible lleno de oscuridades, silencios y documentación. El gran cineasta Chris Marker (1921-2012), uno de los grandes ensayistas cinematográficos que más trabajó la memoria, su construcción y el archivo, nunca trató de persuadirnos a través de la verdad, si no a través de la vida, de ese compendio de lugares, recuerdos, escritos, imágenes y sobre todo, de invención, una ficción que ayudase a recordar, a componer la memoria perdida y olvidada, a ocupar tantos espacios vacíos cuando hay tanto desierto. La memoria es el vehículo de los trabajos de Catarina Vasconcelos (Lisboa, Portugal, 1986), como dejó claro en su trabajo final de carrera. En el cortometraje Metáfora ou a Tristeza Virada de Avesso (2014), donde indagaba en el duelo por la muerte de su madre y la revolución portuguesa con imágenes en Super8.

La directora lusa en su opera prima vuelve a la memoria y a la memoria de su madre, de su abuela, y de todas las madres. Arranca con sus abuelos, Beatriz y Henrique, y sus seis hijos, entre ellos, el mayor, Jacinto, el padre de la directora. Con una mirada íntima y muy personal, Vasconcelos arma entre el ensayo, el documental, la ficción, el género fantástico, y la poesía, una fábula que no solo nos sumerge en la vida de su familia, sino en la sociedad portuguesa, con sus alegrías y tristezas. Todo rezuma verdad, una verdad extraída de la correspondencia de sus abuelos, los recuerdos de sus tíos y de su padre, y sus propios recuerdos. Un conmovedor y sensible calidoscopio de imágenes sobrecogedoras, de una belleza plástica abrumadora, ayudada por el formato cuadrado en un grandioso trabajo de cinematografía que firma Paulo Menezes, y no menos impactante resulta el minucioso y detallista trabajo de edición de Francisco Moreira, que sabe darle cadencia o ritmo a tantas imágenes, que nos van guiando por esta travesía sobre el tiempo, la memoria de los que ya no están, y todas aquellas sombras y espectros que quedan en el interior de nosotros.

La voz en off compuesta por diferentes voces que nos ayudan a explorar el pasado y el presente, a mirar y mirarnos, a esculpir en el tiempo, que mencionaba Tarkovsky, a ejercitar nuestra memoria y a perdernos y encontrarnos en ese tiempo indefinido, un tiempo que condensa muchos tiempos, muchos recuerdos, muchas imágenes, reconstruyendo una memoria, mediante herramientas de archivo, con las fotografías que nos transportan a otra época y lugar, a otra forma de mirar y sentir, con la maravillosa metáfora de Jacinto, el niño que creía ser un pájaro, que imaginaba su vuelo y andaba en las ramas. Vasconcelos tiene una asombrosa habilidad para ir de un tiempo a otro, de aglutinar el tiempo de su familia en un casa o en un bosque, un tiempo que se diluye en el presente que se filma la película, un presente de aquí y ahora que es todos los tiempos, que es todos los lugares de su familia, que son todas las madres de su familia, que son todos los que ya no están. La directora portuguesa se toma su tiempo en crear su tiempo y su memoria, en reconstruir una memoria en la que apenas tiene imágenes y archivo al que recurrir, ella ha de inventarse la realidad, lo real como ficción, una ficción que ayude a acercarnos esa realidad y la memoria de los suyos.

Un trabajo parecido al que hizo en El gran vuelo (2014), de Carolina Astudillo, en la que construía la memoria de Clara Pueyo Jurnet, dirigente comunista desparecida a principios de los cuarenta, a través de imágenes de otros, imágenes de su época que la ayudaban a reconstruir la vida de alguien en el que apenas quedaban huellas. La abuela Beatriz, “Triz” como la llama la directora, criando sola a sus seis hijos. Su marido Henrique, el marinero ausente, Jacinto, el hijo mayor, el que quería ser pájaro, padre de la directora, y la propia cineasta, recuerdan, vuelven al lugar de los hechos, y nos hablan sobre todos esos fantasmas que ya no están, todos aquellos que partieron, todos los recuerdos que les dejaron, toda la vida que vivieron, todo lo que hicieron, todo lo que fueron y lo que son para los vivos, para los que se quedan. La metamorfosis de los pájaros no es solo una película, es mucho más, porque tiene el poder de traspasar la pantalla y traspasarnos a nosotros mismos, sumergiéndonos en la memoria de una familia como cualquier otra en aquellos años en Portugal, pero tan cerca que podría ser nuestra familia, con sus secretos y sus misterios.

Un relato profundo, fascinante y extraordinario, lleno de silencios y de habitaciones secretas que está contado como un cuento, junto al fuego, en las noches donde el silencio se apodera de todo, donde todos quieren escuchar y sobre todo, quieren saber y adentrarse en el pasado y en el tiempo de los fantasmas y recuerdos familiares. Una fábula sobre la memoria, sobre como recordamos, con ese ritmo cadencioso, como si se tratase de una vela encendida mecida por el viento, con ese misterio donde los muertos cobran vida a través de los vivos, a través de sus recuerdos, de sus escasísimas huellas, y la memoria como motor esencial que nos ayuda a saber de dónde venimos, a recomponernos y sobre todo, a mirarnos a través de los otros, de los que nos precedieron, de los que nos ayudaron a estar donde estamos, a recordarlos con una mirada serena, a caminar hacia adelante sin olvidar el pasado y nuestro pasado, en este continuo pasado-presente en el que estamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Overseas, de Sung-A Yoon

LAS MUJERES QUE LIMPIAN.  

“No importa lo duro que trabajes aquí en Filipinas, nunca vas a ganar el mismo dinero que limpiando váteres en el extranjero”.

La primera imagen que vemos en una película tiene una importancia primordial en el desarrollo del relato. Una primera imagen que definirá tanto el contenido como la forma de dicha obra. La primera imagen que vemos de Overseas (que se traduciría como “de ultramar”), vemos en un plano fijo, en silencio, a una joven filipina, de rodillas, mientras limpia un váter. En cierto momento, comienza a llorar desconsoladamente, sin dejar de seguir con su tarea. Sin recurrir a ningún diálogo, la directora Sung-A Yoon (Seúl, Corea del Sur, 1977), nos explica que sienten las llamadas OFW (Overseas Filipino Workers),  mujeres filipinas que marchan al extranjero a trabajar como empleadas del hogar. La cineasta francesa, nacida en Corea, y afincada en Bruselas, debutó en el largometraje con el documental Full Of Missing Links (2012), en la que emprendía una búsqueda de su padre, ausente desde su infancia, que la llevó por muchos certámenes internacionales. Ahora, nos habla desde la intimidad y la sensibilidad, de un grupo de mujeres filipinas, mientras se preparan en un centro de formación para trabajar en el extranjero. A modo de diario, la película nos muestra varias de estas mujeres, sus actividades de formación, sus formas de comportarse a la hora de trabajar y tratar a sus futuros empleadores, asistimos a las representaciones de su futura cotidianidad, en la que hacen tanto de criadas como amas, trabajando las situaciones a las que deberán enfrentarse, como posibles abusos, maltratos y demás vejaciones.

Seguiremos la cotidianidad formativa de un grupo de mujeres a las que conoceremos y escucharemos, como hablan de la familia que dejarán por algunos años, de la falta de oportunidades en Filipinas, de los miedos e inseguridades que las acechan, de enfrentarse a una vida en el extranjero y solas, sin nadie que las ayude o las socorra, de las tremendas dificultades de las exhaustas jornadas laborales a las que serán sometidas, y a no rendirse jamás para ayudar a su familia. La directora sur coreana-francesa nos brinda la oportunidad de testimoniar estas sesiones de preparación, de conocer su interior y sus sentimientos, sus desconsolados llantos al dejar a sus familias y enfrentarse a un mundo hostil, que hablan en otro idioma, y además, el aura de servidumbre y pobreza que las persigue, empleos esclavizados en que el mundo privilegiado y dominante explota al resto del mundo, a aquellos que siglos de colonización y abusos económicos, sociales y culturales, los han abocado a una realidad de inmigración y desarraigo.

Overseas lanza una mirada crítica, durísima y de denuncia, ante la situación de vulnerabilidad y abusos que viven estas mujeres, aunque la película también muestra un lado más amable, desde el humor negro y las situaciones surrealistas que viven cuando cambian su rol y hacen de ama, y es cuando las risas y la relajación afloran en unas mujeres, que algunas ya han vivido y sufrido la experiencia de trabajo en el extranjero, y otras, se preparan para vivirlo por primera vez. En la película escuchamos los idiomas originarios de las mujeres, como el talago e ilongo, y también, el inglés, el idioma del trabajo en el extranjero, el que hablan sus “amos”, que vivirán en Corea del Sur, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, etc…, todos ellos países donde el neoliberalismo acomodado explota sin compasión a todos aquellos que llegan con la ilusión de mejorar sus vidas, algunas mujeres se encuentran jefes amables y comprensivos, pero otras, se tropiezan con seres abusadores, explotadores y malvados.

Sung-A Yoon no solo ha construido una película inteligente y conmovedora, sino también, un retrato humanista y honesto, en el que no lo visibiliza el trabajo y el sacrificio de todas estas mujeres, según cálculos oficiales, se trata de unas 10 millones de trabajadoras filipinas que cada año se van a trabajar como empleadas en el extranjero. Overseas nos muestra quienes hay detrás de estas cifras económicas, quienes son realmente, que sienten y sobre todo, sus humildes y cotidianas existencias, en una película que se desarrolla íntegramente en las cuatro paredes del centro de formación, con ese precioso epílogo que seguro emocionará a los espectadores, porque como nos viene a decir la película, en las vidas de estas mujeres hay muchas más cosas a parte del trabajo, la servidumbre y la explotación a laque son sometidas en el extranjero, también, hay vida y sentimientos, aunque estos no se vean, y haya que sumergirse para mostrarlos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA