On eres quan hi eres?, de Jana Montllor Blanes

LA IMAGEN PERDIDA. 

“Et busco. Busco fotos de tots dos. Em bloquejo quan em fan parlar de nosaltres. Intento possar paraules del que em passa, però no las trobo. O pitjor encara, no las sé afrontar. ¿Què li ha passat a la meva memòria?. Em barallo amb les respostes. No sé si tinc pocs records perquè era una nena. O perquè vam viure poques coses junts. No sé si em veies. Tampoc sé si volies que et veies. M’encantaria poder parlar amb tu. Tinc moltes preguntes”. 

El cine puede ser muchas cosas aunque, si en algo es muy poderoso, es mirar el pasado desde el presente, o lo que es lo mismo, su invocación a los fantasmas, porque su propia materia genera la posibilidad de compartir la ausencia, eso sí, la misma materia que lo hace posible, también lo hace imposible. Quizás las películas se quedan en ese limbo entre una cosa y la otra, entre los vivos y los muertos. A los cineastas se les abre una infinidad de conflictos cuando se acercan al ausente, al que no está, y la memoria que deja, ya sea de documentos y la más íntima, la que comparte con sus allegados. Acercarse a ese espacio es, ante todo, un desafío porque debes encontrar imágenes propias para tu película donde no hay imágenes propias o simplemente no existen. 

La cineasta Jana Montllor Blanes (Barcelona, 1979), ha dirigido películas como Ciutat abandonada (2007), Aquí viu gent (2008) y Disonar (2022), amén de ser una de las socias fundadoras de La Selva. Ecosistema Creatiu donde producen cine y crean proyectos comunitarios. La directora barcelonesa, segunda hija del músico, actor y poeta Oivid Montllor (1942-1995), se acerca a la figura de su padre con On eres quan hi eres? (sobresaliente título que encierra el macguffin de la película), no desde un ámbito público, si no de la intimidad compartida, y lo hace a través de rebuscando su archivo más íntimo, a través de sus fragmentos de películas, de canciones, fotografías y documentación y demás. Toda película, y más el documental, va de una búsqueda, de un encuentro, ya sea real o inventado a través de las imágenes, de construir una narrativa donde las imágenes, sonidos y sensaciones se parezcan a esa memoria frágil, vulnerable, lejana y en muchos casos, ficcionada, porque a través de la inventiva nos acerquemos a aquello imposible que deseamos. La película es un viaje de una hija que tiene la necesidad de hablar con su padre fallecido, de sus recuerdos, de poner en cuestión su memoria confrontada con la de él, en ese espacio tan íntimo entre un padre y una hija, entre todo aquello que se aleja del foco y lo público. 

A partir de un guion coescrito por Liliana Díaz Castillo, Lucía Dapena González y la propia directora, socias de La Selva, junto a Marc Vila Bosc, tejen una asombrosa y sensible historia donde los pliegues de la memoria se escenifican a través del agua, elemento que los espectadores descubrirán su importancia, las imágenes borrosas, encuentros con los amigos más íntimos de su padre como el gran guitarrista Toti Soler y el pintor Toni Miró, así como Montse Blanes, la madre de Jana. Una cinematografía que firma Maria Grazia Goya, de la vimos recientemente El rugir de las llamas, en la que prima lo experimental y lo formal como base en la que se buscan las imágenes, los testimonios, los documentos y demás archivo, siempre desde lo íntimo y lo invisible para acercarse y capturar la imagen que revele lo que la memoria no acaba de concretar. El gran trabajo de sonido en que encontramos el conciso y magnífico trabajo de diseño sonoro por parte de la gran Eva Valiño, y mezclado por Alejandro Castillo, construyen un espacio sonoro envuelto en brumas, en una especie de laberinto en el que los sonidos nos van guiando por el mar revuelto de la memoria. El montaje de Pepa Roig Camarasa, que ha trabajado en las interesantes Un bany propi y la reciente Dios lo ve, consigue un relato lleno de interés y muy profundo donde sus 74 minutos de metraje contribuyen a esa incesante búsqueda de quizás un imposible o algo que sirva para recordar y recordarnos. 

La película On eres quan hi eres?, de Jana Montllor estaría en el mismo tono de otras excelentes películas que han abordado la memoria íntima como Stories We Tell (2012), de Sarah Polley, La metamorfosis de los pájaros (2020), de Catarina Vasconcelos, desde la ficción Aftersun (2022), de Charlotte Wells, Soc filla de ma mare (2023), de Laura García Pérez, y la actual Flores para Antonio, de Isaki Lacuesta y Elena Molina, entre muchas otras. Tres formas de acercarse a la memoria familiar, ya sea del padre o madre, donde se construye un relato que indague en el pasado más íntimo, en una materia muy profunda y sensible, en el que se acercan desde lo más honesto y transparente, en que el cine nos devuelve su trazo más fuerte y sólido, porque las imágenes resultantes edifican eso que llamamos memoria y la intimidad que se busca, en un ejercicio de catarsis personal donde lo imposible se mezcla con lo posible, generando ese limbo del que hablaba más arriba, de ese espacio donde todo es posible, donde la memoria deviene una materia orgánica a la que se puede mirar de frente, con sus contradicciones y complejidades, pero de forma sincera y nada complaciente, porque todo viaje al pasado, y por ende, a la memoria, siempre deja heridas y curas, de conocernos más y saber de dónde venimos y las cosas que vivimos y lo que recordamos en un constante viaje de idas y vueltas, de tiempos e imágenes perdidas, de vivos y muertos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Samuel Alarcón

Entrevista a Samuel Alarcón, director de la película «El género chico» y «Déjame hablar», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el sábado 16 de noviembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Samuel Alarcón, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y al equipo de L’Alternativa, por su tiempo, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Presentación Flores para Antonio

Presentación de la película «Flores para Antonio», con la presencia de su protagonista Alba Flores y los directores Elena Molina e Isaki Lacuesta, en el marco de IN-EDIT Barcelona. Festival Internacional de Cine Documental Musical, en una de las salas del Aribau Mooby Cinemas en Barcelona, el miércoles 29 de octubre de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Flores, Elena Molina e Isaki Lacuesta, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y al equipo de comunicación del festival, por su tiempo, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Flores para Antonio, de Isaki Lacuesta y Elena Molina

ALBA ENCUENTRA A SU PADRE. 

“Una espina se clavó en la cima de mi montaña y, una nube se posó sobre mi tela de araña. Sabe Dios lo que pasó y, está escrito en mis entrañas, la zarpa que desgarró mi túnica de pasión. Tú sabes cual es mi dolor, por favor dame calor”. 

“Una espina” (1994), de Antonio Flores 

Muchas obras nacen de una necesidad vital, de un deseo de encarar la mochila, el dolor, la pérdida y el vacío. El cine actúa como mediador a todos esos conflictos interiores que son invisibles, difíciles de compartir y son los que más duelen. En ese sentido, el cine documental es la travesía más idónea para adentrarse en las profundidades del alma e interrogarse, primero con uno y luego, con el entorno. La actriz Alba Flores (1986, Madrid), perdió a su padre a los 8 años. Su padre era Antonio Flores (1961-1994), un compositor y músico extraordinario que, siempre vivió a contracorriente, libre, a su manera en un mundo demasiado complejo y duro para las almas sensibles como la de él. En Flores para Antonio la citada Alba, coproductora de la cinta junto a su madre Ana Villa, emprende su propio viaje personal y profundo para encontrarse con su padre a través, y cómo reza la frase que abre la película: “Una película de conversaciones pendientes, documentos, canciones, una búsqueda y una catarsis”

La pareja de directores son Isaki Lacuesta (Girona, 1975) y Elena Molina (Madrid, 1986), que se convierten en los demiurgos de la propia Alba, en una historia en la que su protagonista se abre y se atreve a todo aquello que necesitaba hacer y nunca había hecho hasta ahora. A hacer las preguntas sobre su padre. Y lo hace acompañada de su familia: su madre, sus tías Lolita y Rosario, su prima Elena y demás, y los innumerables archivos familiares en formato de vídeo doméstico en los que aparecen los presentes, y ausentes como sus abuelos Lola Flores y Antonio Gonzalez “El Pescaílla”, y su propio padre. Y muchos más como amigos de la vida y el rock como Ariel Roth, Sabina, Juan El Golosina, Antonio Carmona y demás testigos y compadres de la existencia de Antonio. La cosa se amplía y de qué manera, con una gran cantidad de material de archivo: documentación, fragmentos de programas de televisión, letras de canciones, dibujos y demás objetos de un artista muy activo que no cesaba quieto en ningún instante. Un viaje hacia nuestros fantasmas, al legado de los que ya no están, al cine como línea que une esta vida con la otra, mediante sus huellas, su memoria y sobre todo, el recuerdo que dejan en los vivos. Una película-viaje que ayuda a sanar, a comprender y a hablar, que tan necesario es. 

Una película con gran contenido emocional y, también, con un gran equipo técnico que ha manejado con gran cuidado todo el material sensible que manejaba. Tenemos a Juana Jiménez en la cinematografía, que conocemos por sus trabajos en el campo documental en cintas como Las paredes hablan, de Carlos Saura, y Marisol, llamadme Pepa, entre otras, en una cinta-collage que se ve muy bien e invita a la reflexión y a bucear nuestro interior. El diseño sonoro lo firma un grande como Alejandro Castillo que, no tenía tarea sencilla con tanto ambiente sonoro de diferentes procedencias y la infinidad de canciones que escuchamos del artista. La música la firma la propia Alba y Sílvia Pérez Cruz.  El montaje que firman el dúo Mamen Díaz, de la que hemos visto las interesantes Violeta no coge el ascensor, Alumbramiento, la serie La mano en el fuego, que dirigió la citada Elena Molina, y Alicia González Sahagún, con mucha experiencia en el terreno de series como El incidente y Cien años de soledad, entre otras. Un gran trabajo de concisión y detalle para poder retratar a un artista muy inquieto, que navegó por todos los lados: los de la vida, los de las drogas, los de la pasión, el amor y todo aquello que no se ve, y los encuentros con él que experimenta su hija, en sus emocionantes 98 minutos de metraje. 

Una película como Flores para Antonio tiene la gran capacidad de hacer un recorrido muy personal y profundo de una hija a través del legado y los que conocieron a su padre, y lo hace con toda la alegría y tristeza, con la melancolía de aquella que le hubiera gustado haber estado más con su padre, y lo hace desnudándose en todos los sentidos, mostrando sus duras internas con todos y todo, sobre todo, con él mismo, sus felicidades y tristezas, sus ganas de vivir y de hacer música, su música, sus partes más oscuras de rebeldía, de revolucionario a su manera, de sus adicciones, y de todo su esplendor y oscuridad. En ese sentido, la película es honesta y muy íntima, coge de la mano al espectador, acompañando al viaje de Alba, y nos lleva por esos ochenta llenos de vida y muerte, de risas y penas, del despertar a una nueva vida después de 40 años de terror y oscurantismo. Isaki y Elena demuestran que, a partir de un material ajeno a priori, saben encauzar a sus imágenes: la música y el duelo están muy presentes en el cine del director gerundense, y en Remember my Name (2023), de Molina, se hacía eco de un grupo de jóvenes de danza que se agrupan para vencer sus difíciles vidas. La película trasciende el cine y se convierte en una catarsis, como se anuncia al inicio, y para los espectadores un viaje muy emocionante que abre todo eso que está ahí esperando a ser escuchado y en el que se recupera la memoria de un músico excepcional como Antonio Flores y todo lo que significó y significa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Anna Alarcón, Ventura Durall y Mathurin Malby

Entrevista a Anna Alarcón, Ventura Durall y Mathurin Malby, intérpretes y director de la película «Supernatural», en una de las salas de los Aribau Cinemes en Barcelona, el martes 2 de diciembre de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Anna Alarcón, Ventura Durall y Mathurin Malby, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y a Eva Herrero de Madavenue, por su tiempo, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Supernatural, de Ventura Durall

ENFRENTAR LAS HERIDAS. 

“La única asignatura que tenemos que pasar todos es la de la vida. Qué nos importa que nos describan lo que vivimos con términos sabios, si en realidad se vive sin palabras. Y en realidad, cuando se habla de curanderismo, de salud, de enfermedad, del bienestar, del malestar, de ser fiel a sí mismo, de la traición, lo que estamos haciendo es únicamente vivir. ¿Por qué no decir las cosas llanas? ¿Por qué disfrazar con palabras sabias lo que es inmediato y entero? (…) Ejercita los sentidos, callar, olvidar, ser el que ve y no el que dice, porque el que dice muere con el diccionario”. 

André Malby 

El cineasta Ventura Durall (Barcelona, 1974), ya había tocado algunos temas de Supernatural, como los referentes a las diferencias entre ciencia y magia en Bugarach (2014), codirigida junto a Salvador Sunyer y Sergi Cameron, en la que unos individuos se refugian en un pequeño pueblo del Sur de Francia ante la inminencia del fin del mundo, y las difíciles relaciones con el pasado y la figura paterna en el díptico ficción-documental Las 2 vidas de Andrés Rabadán (2008) y El perdón (2009). 

En Supernatural, el relato se desdobla en la experiencia real de la actriz Anna Alarcón, que protagonizó L’ ofrena (2020), de Durall que, siendo niña fue salvada de una durísima anorexia gracias a la ayuda de André Malby (1943-2008), una sanador, chamán, filósofo, investigador y herbolario, entre otras muchas más cosas. Y por otro lado, tenemos a Mathurin Malby, hijo del citado André, doctor de profesión y muy contrario a la sabiduría de su progenitor, con el que mantuvo una difícil relación. A partir de estas dos experiencias, la película los junta y viven una serie de actividades, como la que sucede en las cuevas de la luz, última residencia de André, en la que se reúnen antiguos colaboradores y curados del chamán. El cineasta barcelonés impone una mirada de observación, de honestidad y nada pretenciosa. La película no juzga, escucha las diferentes posiciones y sobre todo, indaga en los pasados de sus dos personajes, a través de un rico material de archivo: fotografías, relatos, diarios y archivo televisivo, donde Malby padre intervenía. Un interesante y profundo collage que ayuda a sumergirse en las elegantes, reposadas y sofisticadas imágenes que nos sitúan en la naturaleza en todo su esplendor, en los distintos viajes espirituales y demás aspectos. 

Técnicamente la película es asombrosa y con un acabado extraordinario con una cinematografía que firman el dúo Núria Gascón, que ha hecho cortometrajes de Irene Moray y Alba Cros, e Iván Castiñeiras, que ya estuvo en la citada Bugarach, y en trabajos de Sergi Cameron e Ángel Santos, componen una sinfonía de grandes encuadres que nos introducen de forma majestuosa y bellísima a cada espacio de la película que nos lleva por varios lugares, por España y Estados Unidos. La música de Justine Bourgeus, que eleva cada plano y cada instante de la historia que se cuenta, potenciando la trama psicológica que ayuda a que los perspectivos viajes muy personales y profundos de los protagonistas se convierta en una maravillosa y enriquecedora experiencia. Otra pareja es la que firma el montaje como son Nikan Salari y Maria Castan, habitual del cine de Jaume Claret Muxart que acaba de estrenar Extrany riu, y del director Xavi Puebla, entre otros. Una edición llena de matices, que bucea de forma tranquila y pausada en cada mirada y gesto, en sus 84 minutos de metraje, en la que hay innumerables altibajos en este viaje tanto físico como exterior, donde escuchamos muchos puntos de vista diferentes e interesantes.

Podríamos ver Supernatural como un western clásico y nada complaciente, que va sobre dos ideas contrapuestas, la eterna lucha entre lo que yo creo y lo que cree el otro, pero, a parte del argumento, la cosa va por otros lares, porque la película huye de la lucha entre razones y sentimientos, y explora las experiencias personales de cada uno, a través de su memoria, sus complejidades y las situaciones vividas y las que creen haber vivido. Si hay algún espectador que vaya al cine buscando respuestas inmediatas no las va a encontrar, porque la película escucha y sitúa su objetivo en todas las miradas y perspectivas para que cada espectador saque sus propias conclusiones, o quizás no. En la cinta de Ventura Durall se citan dos propuestas antagónicas como la ciencia y la magia o lo invisible, aquello que no entendemos, y no luchan entre ellas, si no que coexisten unas y otras, según la circunstancia, y según los diversos testimonios que aparecen en la historia. Las dificultades y oscuridades de las relaciones paterno-filiales también son un tema recurrente en la cinta, y es ahí donde la película vuela y nos hace un nudo en la garganta, porque lo muestra de forma directa y dura. Vean Supernatural porque además de hacerles reflexionar y mucho sobre lo que somos y todo lo que ignoramos, que es mucho. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Samu Fuentes

Entrevista a Samu Fuentes, director de la película «Los últimos pastores» en el hall del Pol & Grace Hotel en Barcelona, el sábado 2 de noviembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Samu Fuentes, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos con tanto talento. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Claudio Zulian

Entrevista a Claudio Zulian, director de la película «Constelación Portabella», en el hall de los Cinemes Girona en Barcelona, el miércoles 29 de octubre de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Claudio Zulian, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

San Simón, de Miguel Ángel Delgado

LA MEMORIA SILENCIADA. 

“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”.

José Saramago 

Resulta muy paradójico la ausencia en el cine de ficción de nuestro país películas que hayan interesado en plasmar la vida cotidiana de alguno de los más de 300 campos de concentración franquistas que se dedicaron a encerrar, someter y asesinar a los vencidos. Por otro lado, hay una gran cantidad de documentación en forma de libros y cómo no, películas de no ficción como por ejemplo, Aillados (2001), de Antonio Caeiro, que recordaba la colonia penitenciaria de la isla de San Simón, un centro de detención y represión que funcionó durante 7 años desde julio de 1936 hasta el año 1943 por donde pasaron 6000 personas. La primera obra de ficción con tono documental del artista visual y cineasta Miguel Ángel Delgado bajo el título San Simón, recoge la cotidianidad del citado lugar, uno de los islotes de la ría de Vigo, en las Rías Baixas, un lugar de una sobrecogedora belleza que tristemente, albergó la impunidad, la venganza y el terror hacía aquellos republicanos que defendieron la libertad, la democracia y el futuro de una diferente forma de vivir, sentir y pensar. 

El cineasta manchego afincado en Galicia, autor, entre otras, de Alberto García-Alix. La línea de sombra (2017), trabajó durante cuatro años recopilando información sobre el siniestro lugar, y ha levantado una película que huye de lo convencional y lo estridente para construir un relato muy austero, sobrio y conciso que a través de uno de los presos, el que nos va introduciendo con su voz en off en los diferentes instantes en los que vemos el horror de la cotidianidad, esos momentos donde forman cabizbajos en silencio, van apuntando los nombres de los recién llegados, y se van mirando fijamente los dos hombres encargados a tal desagradable asunto, u otros del hacinamiento de sus habitaciones, y los diferentes quehaceres como descargar comida desde los muelles y las tareas duras de trabajo físico. Todo se cuenta desde el que observa en silencio, el que mira sin intervenir, retratando un espacio, una mirada y sobre todo, un estado de ánimo en el que prima la derrota, la resistencia pasiva y un presente continuo donde nada parece tener sentido, en que el tiempo se ha detenido, no avanza ni hacia ningún lugar, porque se ha parado como una metáfora de la derrota, de la violencia y de la muerte. Un horror que existe pero que no vemos, porque la película quiere centrarse en los rostros de aquellos que sufrieron prisión, miedo, dolor y muerte y la ausencia de los que ya no están. 

Una película que ha contado con un gran equipo de técnicos como Andrea Vázquez, coproductora de O que arde y Sica, que contiene una cinematografía de primer nivel con ese primoroso y crudo blanco y negro que traspasa la mirada y se te mete dentro como un peso que se arrastra que firma Lucía C. Pan, que conocemos por sus trabajos con Xacio Baño, Álvaro Gago, Andrés Goteira, Liliana Torres y Andrea Méndez, por citar algunos de sus reconocidos trabajos. La música de Fernando Buide ayuda a reflejar toda esa tensión constante y doméstica que condensa una atmósfera triste, irreal y dolorosa. El brillante montaje de Marcos Flórez que, en sus 108 minutos de metraje, construye un tiempo reposado en el que cada mirada, gesto y detalle tiene presencia, carácter y adquiere una importancia capital. El gran trabajo de sonido, donde cada paso y movimiento resuena en nuestro interior obra del dúo portugués Elsa Ferreira y Pedro Góis, dos brillantes técnicos con más de veinticinco años de carrera en las que han participado en más de 100 títulos. Y otros excelentes técnicos como Aleix Castellón y Analía G. Alonso como directores de producción, Inés Rodríguez en dirección de arte y Uxia Vaello como diseñadora de vestuario, entre otros. 

Un magnífico reparto que, al igual que el equipo técnico tiene descendientes de algunos de los presos de San Simón, encabezado por un impresionante Flako Estévez, al que hemos visto en películas tan importantes como Eles transportan a morte, Matria y O corno, entre muchas otras, es el guía, la voz y la desesperanza del relato. Un actor de pocas palabras que lo dice y siente todo. Le acompañan Javier Varela y Tatán con experiencia profesional, y otros como Alexandro Bouzó, Guillermo Queiro, Ana Fontenia, Mª del Carmen Jorge, Manuel F. Landeiro, y muchos más que conforman un álbum de la derrota, la desilusión y el no futuro. No dejen de ver una película como San Simón, de Miguel Ángel Delgado, por su mirada, audacia, inteligencia y por rescatar la memoria silenciada de tantos y tantas que sufrieron el terror del franquismo. Además, lo hace con la conciencia política, la concisión y la sobriedad de grandes obras como La pasajera (1963), de Munk, quizás la ficción que mejor ha retrato la realidad de un campo de exterminio, y otras como Un condenado a muerte se ha escapado (1956), de Bresson, Le Trou (1960), de Becker, y Fuga de Alcatraz (1979), de Siegel, entre otras, donde la vida penitenciaria se crea a través de una terrible cotidianidad, en que las miradas se fijan en la memoria, y donde cada detalle y movimiento reflexionan en silencio en el que prima la violencia y un horror en off pero que inunda todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez

CARMEN HA DECIDIDO MORIR. 

“Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”. 

Mario Benedetti 

Hemos visto muchas películas sobre el significado de morir desde infinidad de puntos de pista, en las que asistimos a interesantes reflexiones sobre el hecho de dejar la vida, de enfrentarse a la muerte y todas las circunstancias que derivan a este suceso tan natural y a la vez, tan enigmático, oscuro y misteriosos. Seguramente nos quedan muchas películas más sobre este hecho, tan trascendental en nuestras existencias. En Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez (Madrid, 1983), nos situamos en la vida de Carmen, una mujer de 86 años que ha decidido morir. Cosa que hace en plenitud de facultades mentales y sin coacciones, simplemente como decisión de no querer seguir viviendo y suicidarse voluntariamente. Podríamos pensar que una película centrada en un personaje así, sería un relato triste porque habla del hecho de morir, pero aunque no lo parezca, es una comedia sobre la vida y la muerte, cómo no, sin resentimientos, sin luchas y sobre todo, sin rencor.  

El cineasta madrileño que lleva casi dos décadas dedicado al documental, con películas como Zindabad! (2010), rodada en la India, se encontró con Carmen cuando buscaba una película que hablase sobre a morir dignamente, y no sitúa en los últimos meses de Carmen, filmando una home movie donde la mujer de carácter, rebelde y simpática hace un repaso a su vida. Una vida donde ha pasado de todo: monja de clausura, boda, divorcio, amantes, hijo adoptivo y ex nuera y nieta, todo ello bajo una dictadura represora y una democracia que fue mucho menos de lo esperado. La película adopta el carácter y la vitalidad de Carmen y la retrata en el interior de su piso principalmente, mientras la mujer habla sin parar, dirigiendo y haciendo callar, mientras nos habla de su infancia, juventud y adultez de forma desordenada, yendo de aquí para allá y aún más allá, mientras manosea fotos antiguas e infinidad de objetos en un piso que está vaciando. Carmen es la película. Carmen es alguien que se despide de su vida y de los suyos, firme en su decisión y aceptando una vejez dura con problemas en las piernas, y explicando una vida de forma honesta, cómica y llena de ternura y negrura, en el mismo tono y atmósfera del universo Azcona-Berlanga, en que Carmen podría ser un cruce de alguno de sus personajes como el quijotesco de Bienvenido, Mister. Marshall, el marqués de La escopeta nacional y la Mary Santpere de Patrimonio Nacional

El director madrileño, coproductor de Operación globus (2019), de Ariadna Seuba, adopta por un estilo de cine directo, muy en la mirada y detalle de Moi, un noir (1958), de Jean Rouch, Titicut Follies (1967), de Frederick Weisman y Grey Gardens (1975), de Albert y David Maysles, las películas domésticas de Chantal Akerman todo un género en sí mismas y Agnès Varda con su inolvidable Los espigadores y la espigadora (2000), y los más cercanos Iván Z (2004), de Andrés Duque y La visita y un secreto (2022), de Irene M. Borrego, entre otros. Un cine que capta el encuentro entre cineasta y persona-personaje, de forma espontánea, sin un trazado hablado de antemano, en que el cine queda relegado a la vida y filma lo que se está produciendo, la verdad y la honestidad surgen de unos personajes más grandes que la vida, invisibles y directos que el cine desentierra del olvido y los hace protagonistas, dentro de su sencillez, humildad y humanidad. Un cine que no busca nada en concreto, sino filmar lo que tiene enfrente, y sobre todo, hacerlo desde la coherencia, la fuerza y lo natural, sumergiéndose en los pliegues de la vida y la muerte, en todas esas cosas que quedan ocultas y surgen con tiempo, paciencia y mirar detenidamente.  

Una película como Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez, nace del espíritu del cine como el mejor vehículo para acercarse a lo desconocido, y sacando provecho de su fantasmagoría para ver más allá de lo visible, y adaptándose a un personaje como Carmen, con una vida vivida a lo grande en todos los sentidos, seguida de una rebeldía innata, y un carácter que la hizo un ser diferente, contestatario y en continua transformación y una intensa búsqueda interior y exterior donde la vida hay que vivirla, disfrutarla, padecerla y echarse unas risas y unas lágrimas. La película recoge una parte del carácter arrollador y sensible de Carmen. Una parte que nos emociona y nos hace vibrar con un retrato que hace reflexionar con una mujer que ha decidido que hasta aquí hemos llegado y ahora es turno de morir. Seguramente a muchos espectadores les sorprenderá esta actitud ante la vida y la muerte, aunque a otros, en los que me incluyo, nos encantaría llegar a esos años y mirar la muerte con la conciencia, la reflexión y el pensamiento que lo hace Carmen, de frente, sin miedo y muy emocionada con el encuentro con el más allá. Quizás todos y todas deberíamos tomar la actitud de Carmen como guía, peor eso depende de cada uno, aunque, como menciona con humor la protagonista: “No debe ser tan malo porque les ha pasado a muchos antes que nosotros”. Eso mismo, vivamos intensamente, y cuando llegué “el momento”, que llegará, tengamos actitud y buen humor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA