Entrevista a Laura García Pérez

Entrevista a Laura García Pérez, directora de la película «Sóc filla de ma mare», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del CCCB en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura García Pérez, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y al equipo de comunicación del festival, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las jaurías, de Kamal Lazraq

NOCHE DE PERROS. 

“El cine en el que creo obliga al espectador a enfrentarse a su propia conciencia, estimulando su inteligencia”. 

Sydney Lumet

A la productora Zabriskie Films la conocíamos por producir películas de cine negro, donde primaba lo social y la verdad, consiguiendo grandes títulos como Open 24h (2011), Callback (2016) y El practicante (2020), todas dirigidas por Carles Torras, y Upon Entry (2022), de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez. Así que para su primera distribución no resulta nada extraño que la elegida haya sido una película como Las Jaurías (Les meutes, en el original), de Kamal Lazraq (Casablanca, Marruecos, 1984), que por su tono y atmósfera podría haber sido una producción muy Zabriskie, ya que comparten muchos elementos desde el cine clásico negro estadounidense, muy revestido del cine setentero a lo Lumet, aquel que usa el género de los bajos fondos para explorar con minuciosidad el modus vivendi de un país y sobre todo, de las personas que lo componen, sus actividades, fechorías y demás razones o no, además resulta toda una revelación para nosotros de una cinematografía como la marroquí tan ausente de nuestras carteleras, salvo honrosas excepciones como el cine de Nabil Ayouch que, curiosamente, también a ambientado algunas de sus películas en la Casablanca de la cinta. 

De Lazraq conocemos que se formó en la prestigiosa escuela de cine pública La Fémis de París y se graduó con Drari (2011), un cortometraje con actores no profesionales que narra la relación de dos jóvenes de ámbitos sociales antagonistas, le siguió Moul Lkelb/L’homme au chien (2014), una película de 30 minutos, también con actores naturales, ambientado en la noche y en las peleas de perros, como ocurre en Las jaurías, su primer largometraje, con el que mantiene la noche como espacio en el que todo se propicia por una pelea de perros, donde el jefe del clan, que ha perdido a su mejor perro, encarga a Hassan, uno de esos esbirros que secuestre a uno de los responsables. La cosa no sale como esperaban y las circunstancias llevan a cambiar de planes a Hassan que tiene la ayuda de su hijo Issam. El director marroquí construye una trama bien sencilla, huyendo de las piruetas argumentales y sorpresas convencionales, para centrarse en un mosaico de personajes, y sobre todo, la relación entre padre e hijo que no sólo describe muchos de los bajos fondos actuales de una ciudad como Casablanca, sino que añade la religión y lo emocional para unos personajes que se sirven de lo ilegal para sacar la cabeza a flote en un país de escasísimas oportunidades. 

Un atmósfera intensa, llena de sombras y repleta de espacios urbanos y rurales, aislados, ocultos y muy oscuros, en un gran trabajo de cinematografía de Amine Berrada, que tiene en su haber trabajos con Jean-Gabriel Périot como la formidable Nuestras derrotas (2019), donde priman los rostros y esos cuerpos espectrales de los personajes en una noche que se va tornando cada vez más difícil y terrorífica. La excelente música de P. R2B llena cada encuadre en una cinta llena de tensión donde estas dos almas se convierten en una presa fácil siempre en constante huida. El gran trabajo de sonido formado por un gran equipo encabezado por el experimentado Thomas Van Pottelberge, Thibaud Rie, Hugo Fernández y Philippe Charbonnel, en el que consiguen un estupendo trabajo crucial para contar una historia de estas características. El montaje de Héloisse Pelloquet, del que hemos visto ¡Al abordaje!, de Guillaume Brac, y la reciente Animalia, de Sofia Alaoui, otra gran muestra de cine de género proveniente de Marruecos, juega mucho al fuera de campo ya que se sitúa en la mirada de los dos protagonistas principales, donde es sumamente importante todo lo que no vemos pero está ahí, observando y condenando, al acecho constante. 

Como ya hizo en sus cortometrajes, Lazraq se acompaña en su ópera prima de un reparto de actores no profesionales en la mejor tradición del cine neorrealista italiano del que se declara deudor, así como el cine de Ken Loach y el mencionado cine estadounidense de los setenta, al que podríamos añadir el cine quinqui de aquí con películas como Deprisa, deprisa (1980), de Saura, donde a parte de la historia, tan sencilla como eficiente, comparte con Las jaurías se la participación de unos intérpretes, muchos de ellos delincuentes reales o gente de la calle que sobrevive como puede en situaciones muy hostiles. Tenemos la pareja padre e hijo que forman Abdellatif Masstouri como Hassan y Ayoub Elaid como Issam el vástago, y los otros Mohamed Hmimsa en Mohamed, Abdellah Lebkiri es Dib y Lahcen Zaimouzen como Jellouta, entre otros. Un reparto masculino que aporta verdad, esa cualidad tan exenta de mucho del cine que se produce en la actualidad, donde se nota tanto la impostación, aquí no hay nada de eso, porque en muchos momentos parece que estamos en un documento sobre los bajos fondos de Casablanca y por ende, de cualquier ciudad de este planeta, si exceptuamos los elementos de tradiciones y religiones. 

Por favor, no se pierdan una película como Las jaurías, de Kamal Lazraq, aparte de su gran premio del jurado en el prestigioso Festival de Cannes, en la sección Un Certain Regard,  porque les va a zambullirse sin remedio ni escapatoria por su noche larguísima, por lugares donde el alma ni se atreve a entrar ni siquiera respirar, por sus zonas donde los gánsteres locales hacen y deshacen sus negocios y trapicheos diarios y nocturnos. Tiene esa atmósfera que pululaba por ese ese otro gran acontecimiento cinematográfico que fue Amores perros (2000), de Alejandro González Iñárritu, donde también había peleas de perros clandestinas, gentuza de mal vivir y peor muerte, donde a través del género negro se hacía una quirúrgica exploración y retrato profundo sobre esos bajos fondos o lo que es lo mismo, tipos y lugares sin alma, donde la vida vale una mierda, o vale lo que puedas aguantar tanta basura y tanta peligro, porque, cuando dejes de servir serás el próximo en caer, en desaparecer. Deseamos que la filmografía de Kamal Lazraq siga su curso, su suerte y sus buenas historias y volvamos a ver otra de sus películas, tan interesantes y de verdad como esta. Por último, agradecemos a Zabriskie Films por apostar por historias como esta y de esa forma conocer la capacidad de cinematografías tan cercanas como la de Marruecos y a la vez, tan desconocida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

https://youtu.be/97k4tGasEiQ?si=SdWjlHJwWaxJK2wR

Entrevista a Víctor Gaviria

Entrevista a Víctor Gaviria, director de la película «La vendedora de rosas», entre otras, en el marco de la Mostra de Cinema Colombià de Barcelona, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el martes 12 de diciembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Gaviria, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Tariq Porter de comunicación del festival, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un paseo por el Borne, de Nick Igea

EL CINE COMO REFUGIO DE LA VIDA.    

“Siempre he preferido el reflejo de la vida a la vida misma. Si he elegido los libros y el cine a la edad de once o doce años, está claro que es porque prefiero ver la vida a través de los libros y del cine”.

François Truffaut 

Cuenta la historia la existencia de Martín que dejó su Palma natal para ser director de cine en Madrid. Después de trabajos como ayudante de dirección, algún que otro cortometraje premiado y un largo que nunca llegó a materializarse, volvió a Palma y se refugió en su autocompasión, en su derrota y nada más. Quisó el destino que el cine volviese a su vida mediante unas clases para jóvenes. De forma apática Martín volvió al cine o a una manera de volver a su sueño, eso sí, de otra manera, y desde otro ámbito. Un paseo por el borne, la ópera prima de Nick Igea (Palma de Mallorca, 1974), después de cuatro cortos, nace a partir de un guion coescrito por Zebina Guerra (coguionista junto a la directora Marta Días de Lope Díaz de sus dos largos, y cocreadora de la serie L’última nit del karaoke), Elio Quiroga, director de la cult movie Fotos, La hora fría y La estrategia del pequinés, entre otras, y del propio director, nos cuenta la existencia de muchos directores frustrados acompañados de muchos sueños olvidados, y sobre todo, de fantasmas que deambulan sin más, que están y no están como le ocurre a Martín, alguien que soñó con hacer cine y ahora, ya no tiene sueños y mucho menos, ilusión por la vida.

La película toca de pleno el cine, en todo lo bueno que tiene y también, lo malo, en todo aquello que nos hace soñar y actúa como refugio para muchos espectadores que encuentran en el cine una forma de escape y sobre todo, de vivir. También tiene el lado oscuro, el de una industria muy elitista y mercantilizada, como la sociedad misma, en la que hacer cine se convierte en una quimera y en una resistencia y muy precaria. La cinta de Igea no esconde su modestia y hace de ella su principal virtud, porque cuenta un relato sencillo, sin estridencias ni artificios, lo más transparente y claro posible, a partir de un tipo como Martín, alguien retirado del cine, alguien que tiró la toalla hace años. Y no construye su pericia desde la falsedad y el consabido positivismo de pandereta, la película rezuma verdad, situándose en lo íntimo y profundo, sin edulcoramientos, sin pretensiones, y mostrando una realidad del cine, hay muchas más, pero el director ha elegido esta y dentro de sus torpezas propias de la primera vez, el conjunto tiene sensibilidad, se esfuerza en contarnos una historia cercana, y además, dice muchas de las verdades elitistas de mucho cine de nuestro país, que parece ensimismarse en una burbuja que nada tiene que ver con la realidad social, económica y cultural del país.

Una cinematografía natural e íntima que firma Adolfo Morales “Fofi”, que ha trabajado en los equipos de cámara con Vicente Aranda y Agustín Díaz Yanes, nos acerca una localización como Palma, mostrando una realidad social alejadísima del turisteo estúpido que invade la isla, donde hay mujeres de la limpieza de hoteles, mozos de equipaje, vendedores de hamburguesas y una muestra de los habitantes de la ciudad. El pausado y nada artificioso montaje de Azucena Baños, que ha trabajado en series como El barco, Vis a vis y Estoy vivo, entre muchas otras, y en films como Alimañas, ayuda a contar sin prisas y tranquilidad una historia sobre el encuentro entre alguien que no quiere oír hablar de hacer cine frente a unos jóvenes que su sueño es hacer cine, como sea y dónde sea. La música intimista y tranquila de Miguel Ángel Aguilló, que estuvo en el premiado cortometraje Woody & Woody, y en documentales como Milicianas y Vivir sin país: El exilio rohingya, actúa como acicate para un personaje principal solitario y hundido en sus recuerdos y su tristeza, un tipo que volvió al hogar o lo que queda de él, como aquellos vaqueros cansados de todo y todos. 

Un estupendo reparto encabezado por un gran Rodolfo Sancho como Martín, muy alejado de sus últimos roles, metiéndose en la piel de un tipo sin vida, un especie de zombie sin ilusión ni nada, que las clases de cine significarán su último tren, o por lo menos, una oportunidad de volver al cine después de tantos años. Le acompañan la juventud de Tábata Cerezo que hace de una entusiasta de la fotografía y fan de las frases célebres, Roque Ruíz es el joven que sueña con ser director de cine, Lluís Oliver es el escritor a pesar de la imposición paterna de convertirse en abogado, y las más veteranas como Ruth Gabriel, ejerciendo de alma mater de los jóvenes ante una oportunidad de oro en su vida, y la presencia de la siempre interesante Natalia Verbeke haciendo de sí misma. Un reparto bien escogido y mejor llevado, un guion que se mueve dentro de lugares y atmósferas y tonos que se conocen al dedillo, y unas pequeñas historias que se encargan de enfadarnos, emocionarnos y sobre todo, de reflexionar sobre el hecho de vivir, del cine como reflejo de la vida, el cine como refugio para vivir y sobre todo, el cine y la vida como unidos ante los conflictos emocionales que nos acechan constantemente. Con todo lo mencionado, la película Un paseo por el Borne, que hace referencia a un pequeño paseo que ayuda al protagonista a aclarar sus dudas, no debería pasar desapercibida porque lo único que pretende, si es que pretende alguna cosa, sólo sea esa, la de mirar la vida y el cine, y viceversa, y reflexionar un poco, ya sea de paso. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Pau Calpe

Entrevista a Pau Calpe, director de la película «Llobàs», en el parc Monterols en Barcelona, el viernes 19 de julio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pau Calpe, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Nuestro momento perfecto, de Aylin Tezel

LOS ESPEJOS A LOS QUE NO NOS MIRAMOS.   

“Cómo te amas a ti mismo es cómo les enseñas a los demás a amarte”.

Rupi Kaur

Érase una vez… en la isla escocesa de Skye, durante un fin de semana, allí se juntaron dos desconocidos. Por un lado, tenemos a Kira, una mujer en los cuarenta, que ha vuelto a revivir un viaje al lugar cuando estaba con su ex. Por el otro, tenemos a Ian, también en los cuarenta, que visita a sus padres, en plena huida constante de sus conflictos llevando una vida al día. Los dos, sin pretenderlo, pasarán 24 horas juntos, donde corren, saltan, bailan y ríen, y se olvidarán de sí mismos, y sobre todo, vivirán experiencias diferentes y fuertes. Todo quedará ahí, en Skye, porque volverán a London, a sus vidas, a sus huidas, y a sus problemas de los que siguen huyendo. La primera película como directora de la actriz Aylin Tezel (Bünde, Alemania, 1983), retrata las relaciones de hoy en día y las huidas de unos cuarentones que les cuesta lidiar con el conflicto, y viven con un miedo constante para ser ellos mismos y trabajar en sus sueños en una sociedad tan vacía y mercantilista, y tan líquida como mencionaba Bauman.

 Tezel demuestra una gran observación en tejer con paciencia y detalle las dos vidas de los respectivos protagonistas, en la que nosotros los espectadores somos testigos de sus trabajos, sus sentimientos y sus devaneos en general, en un relato escrito por la propia directora en el que nunca se juzga nada ni a nadie, sino que se muestran unos hechos y unas circunstancias y se deja espacio para que el público los juzga como buenamente pueda. No estamos ante una película que pretenda sacar conclusiones de cómo vivir y relacionarse, eso sí, nos habla de dos personajes que están en constante huida, con el daño que eso produce en ellos, contándonos sus respectivos conflictos personales, unos problemas que los arrinconan de los demás, y les llevan a tener relaciones superficiales y nada complacientes. Son dos personajes complejos, como somos todos, pero están en ese momento de limbo, de no saber qué hacer con sus respectivos problemas, como dos islas a la deriva que chocan y de qué manera, aunque la vida con sus caprichos y meteduras de pata los aleja porque todavía no están preparados, ya que siguen en su lucha, aprendiendo a amarse, una cosa tan vital y tan difícil.

La excelente cinematografía que firma el alemán Julian Krubasik, con experiencia en el cine de su país en películas tan importantes como We Are Nest of Kin (2022), de Hans-Christian Schmid, donde priman los planos y encuadres muy cercanos para construir la profunda intimidad en la que está instalada la historia que nos cuentan, donde la cámara se mueve al son de sus dos personajes, sin incomodarlos ni nada que se le parezca, dejando ese especia esencial para ver y no juzgar. El montaje de David J. Achilles es dinámico, lleno de ritmo mezclando con inteligencia esos momentos de pausa donde los protagonistas hablan de ellos, que van in crescendo, dentro de sus torpezas, inseguridades y miedos, donde no existe un ápice de falta de ritmo ni de pausas innecesarias, en una película que se va a casi las dos horas de metraje, de continuas idas y venidas, de amor y desamor dentro de ellos. La música, esencial en la trama, él toca el piano y desea convertirse en músico, entre otras cosas, está compuesta por el músico electrónico Jon Hopkins y el berlinés Ben Lukas Boysen, con experiencias en cine, que dotan a la historia de esos subidones y reposos que viven los dos personajes.

Uno de los aspectos que destacan más de Nuestro momento perfecto (“Falling into Place”, en el original), es su fantástica pareja protagonista, o podríamos decir, su anti pareja, jajaja. La propia directora Aylin Tezel se reserva el personaje de Kira, una alemana en London, siendo la eterna aspirante en todo: al amor, en plena crisis de ruptura, en el trabajo, no acaba de ser la escenógrafa principal en el teatro, siempre la ayudante, y muchas cosas más. Ella no vive, ella está y finge vivir, como les ocurre a muchos. Frente a ella, o mejor dicho, en el mismo estado emocional de huida y pérdida, nos encontramos a Chris Fulton como Ian, que hemos visto en series como Bridgerton, The Witcher y Outlander, se convierte en el partenaire perfecto para Kira, porque los dos están ahí, esperando a romper el cascarón, a enfrentarse al espejo, a ser las personas que no se atreven o no pueden ser por ahora. El resto del reparto, tan cercano y transparente, marca de la película, así como los paisajes tanto rurales como urbanos, componen un equipo artístico de gran nivel con los Rory Fleck-Byrne, Alexandra Dowling, Olwen Fouere, Samuel Anderson, Anna-Russell Martin, entre otros, tan bien en sus composiciones dándole a la película esa amplitud y naturalidad tan necesaria.    

Una película que tiene de título Nuestro momento perfecto, tan ideal para lo que cuenta, está llena de reflejos en la sociedad actual, en nuestra forma de amarnos o no, y de amar o no a los demás, de quiénes somos, de nuestros sueños, miedos e inseguridades y de estos tiempos en qué todo va tan rápido y hemos olvidado lo esencial de nuestras vidas, nuestros verdaderos propósitos y al fin al cabo, para qué estamos aquí, y para que nos levantamos cada día, fingiendo nuestra vida y haciendo como si no fuera con nosotros. La película no olvida su cine deudor, es decir, la comedia romántica clásica, tan divertida, tan personal y profunda que habla de amor, sí, pero desde prismas diferentes, donde no se limita al éxito o fracaso impuestos por los estereotipos mercantilistas, sino desde la convicción personal de no tener miedo de ser lo que queremos ser y sobre todo, luchar por ello, y sobre todo, no huir de nosotros y encerrarnos ante lo que somos y ante los demás, siempre mirándonos a esos espejos que cuesta tanto mirarse, aunque si logramos mirarnos todo va a cambiar, todo va a verse con otra mirada, y todo aquello que creíamos a pies juntillas va a desaparecer y en ese instante, podremos mirarnos y descubrirnos sin miedo, sin trampas y sobre todo, amándonos para amar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Wang Chao

Entrevista al cineasta Wang Chao, con motivo de la retrospectiva, en el marco del Asian Film Festival Barcelona, en Casa Asia en Barcelona, el martes 31 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Wang Chao, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Josep Casaus de comunicación del festival, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Llobàs, de Pau Calpe

EL ESTIGMA DE SER DIFERENTE. 

“La humanidad se mide en la forma en que tratamos a los demás”.

De la novela “Frankenstein”, de Mary Shelley

En El bosque del lobo (1970), de Pedro Olea, se mezclaba con sabiduría el género de terror y fantástico, despojándose de convencionalismos, con lo social, adentrándose en un espacio más íntimo y profundo, donde el género era un mera excusa para realizar un exhaustiva crítica con dureza de una sociedad clasista, tradicionalista y llena de prejuicios que persigue al diferente. Algo así sucede en Llobàs, segundo largo de Pau Calpe, después de la interesante Tros (2021). En su nuevo trabajo se mantienen algunas de las características en las que se sostenía su predecesor como la adaptación de una novela, en este caso el autor escogido es Ginés Sánchez, autor de la novela «Lobisón», también habla de relaciones paternofiliales, aunque aquí sea de hermano mayor a pequeño, y la atmósfera vuelve a ser el universo rural, con esos toques de western en que la huida imposible se convierte en el modus vivendi de unos personajes itinerantes y sin hogar, ante una sociedad que persigue lo diferente, que no quiere entender y se muestra despiadada con el “raro”. 

Calpe vuelve a coproducir, dirigir y coescribir, en esta película con Nati Escobar Gutiérrez, en la que se construye una relato pausado, alejado de la estridencia y de las piruetas argumentales, para describir con minuciosidad de cirujano la historia, o podríamos decir la maldición que sufre Adrià, el séptimo hijo que hereda la naturaleza de hombre-lobo, en una película de corte lineal con algunos saltos a partir de flashbacks, en las que se describe la relación con su padre. Seguimos a esta terna que forman el citado Adrià, su hermano mayor Ramón, y su novia Tona, que viven a bordo de una furgoneta y van acampando en los diferentes pueblos de lo que se llama la España vaciada, siempre de paso hasta que Adrià comete alguno de sus fechorías sangrientas en las noches de luna de llena. Una vida errante que se sustenta en el día a día, sin más futuro que el hoy, en la que este trío peculiar sobrevive con pequeños hurtos, caza furtiva y algunos golpes más serios. Calpe describe desde el alma, a partir de la complejidad de las relaciones de estos nómadas de aquí y ahora, situando su cámara desde el observador que mira y no juzga, porque se adentra con detalle en las diferentes personalidades y todo lo que hay en cada uno de ellos. 

Una cinematografía que firma Víctor Entrecanales, del que hemos visto en series como La Vall y Parot, documentales como Mujeres sin censura, y ficciones como La banda, donde se consigue un gran detallismo tanto en el cuadro como en la luz, en una película que no va de fx, sino desde otro lugar, donde los diferentes colores rojos nocturnos ayudan a la transformación en lobo de Adrià, tan sutil como magnífica, porque aquí lo importante es contar la soledad de alguien estigmatizado por ser como es en una sociedad demasiado superficial y juzgante que no admite lo diferente. El estupendo montaje de Ares Botanch, que ha trabajado con Elisa Miller y en series como El candidato, en la prima la minuciosidad y el reposo para contar las diferentes emociones de los personajes y los paisajes que transitan, tan aislados y desolados, donde la naturaleza resulta esencial en una historia de despojados y huidos, en una película donde el ritmo coge una gran importancia ya que la historia se va a 103 minutos de metraje. La excelente música de Tarquim, que trabajó en La mort de Guillem (2020), de Carlos Marqués-Marcet, donde se trabaja el concepto de fábula con estos toques de leyenda y mito y también de cotidianidad que nos va envolviendo con gran suavidad. 

Como sucedió en Tros con la terna de Pep Cruz, Roger Casamajor y Anna Torguet, en Llobàs tenemos otro gran trío de intérpretes empezando con León Martínez, que había estado en la formidable serie Merlí, debuta con excelencia en el cine con un personaje tremendamente dificultoso con el añadido del silencio porque es mudo, en la piel de un individuo que se comunica a través de la mirada y el gesto con su hermano mayor. Un personaje que no está muy lejos de Víctor el niño de El pequeño salvaje (1970), de Truffaut, y la niña que hacía Kiti Mánver en Habla, mudita (1973), de Gutiérrez Aragón, en esa dualidad de niño/a con dificultades de comunicación y el salvajismo que le rodea, no natural sino social, destino de la burla y la violencia del resto. Le acompañan Pol López como Ramón, el hermano mayor/padre de Adrià, su protector y el único que entiende la naturaleza salvaje y violenta de su hermano, siempre tan convincente y natural. A su lado, Tona, su chica que hace María Rodríguez Soto, que coincide en las pantallas con Casa en flames, aquí en un rol que sería la antítesis de la citada, ya que es una mujer enamorada y atrapada en una no vida pero feliz a su manera. Destacar la presencia de la solvencia de un actor como Carles Sanjaime como uno de los colegas de Ramón. 

En una producción de cine que se debate entre esas producciones comerciales destinadas a un público joven que desea disfrutar del cine sin más, muy alejado de la pausa y la reflexión que merece un cine como Llobàs, que se aleja del género manido de efectos y efectismos para crear una obra muy singular, diferente y muy incómoda, que consigue trazar un interesante pensamiento sobre nuestra identidad, de la forma que encajamos o no en la sociedad imperante que nos desvía de nuestros sueños e ilusiones y nos somete a las directrices mercantilistas, y lo que hace con todas aquellos que son y actúan diferentes, las estigmatización que sufren en forma de violencia y cómo estos, como sucedía en el caso del mencionado Frankenstein, se defienden con más violencia, sin pensar en todo lo que ocurre en el interior de estos individuos que son atacados por el mero hecho de ser diferentes o no encajar en las normas conservadores de una sociedad traumatizada y enferma que persigue todo aquel que quiere ser cómo es. Llobàs es de esas películas a contracorriente e inteligentes que no debería pasar inadvertida, porque tiene mucho empaque de crítica social y sobre todo, en la forma que hacemos y nos relacionamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Luciana Grasso

Entrevista a Luciana Grasso, actriz de la película «Vera y el placer de los otros», de Federico Actis y Romina Tamburello, y de la obra de teatro «Como si pasara un tren», de Lorena Romanín, en la Sala Versus Glòries en Barcelona, el jueves 23 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luciana Grasso, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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Simple como Sylvain, de Monia Chokri

SOPHIA Y ESO QUE LLAMAMOS AMOR.  

“El amor vive más de lo que da que de lo que recibe”. 

Concepción Arenal

La historia de Sophia y Xavier es la historia de muchas parejas. Una historia cómoda, tranquila, sin apenas sobresaltos, de comidas familiares, algo de sexo de tanto en tanto y una existencia aburguesada, de viajes y casas en el campo, y poco más. A su modo se quieren o creen que sí, porque con el tiempo se han convertido en dos personas que comparten muchas cosas pero no lo esencial, es decir, el amor que alguna vez puede que sintieran. Las circunstancias, por mucho que nos empeñemos en hacernos infelices, siempre hacen lo imposible para conducirnos, o al menos, pegarnos una torta para que despertemos y cambiemos nuestra rutina aburrida. En el caso de Sophia es Sylvain, un tipo que hará la reforma de su casa rural, alguien muy alejado de ella, básico y elemental, pero irresistible para alguien como ella, en una vida en suspenso, esperando su puesto de profesora de filosofía que no llega y un novio que ya no le pone nada. Sylvain es la antítesis de Xavier, una bomba sexual, un tipo normal pero alguien para sentirse deseada como hace tiempo no sentía. 

A Monia Chokri (Quebec, Canadá, 1982), la conocíamos por su exitosa carrera como actriz que le ha llevado a trabajar con lo más top de la cinematografía canadiense como Denys Arcand, Xavier Dolan y en películas como Falcon Lake (2022), de Charlotte Le Bon, entre otras, que compagina con sus trabajos como directora en La femme de mon frère (2019), Babysitter (2022), sendas comedias donde aborda la familia y sus peculiares circunstancias. En su tercer trabajo Simple como Sylvain aborda el amor, o quizás, podríamos decir el deseo y la pasión desbordada a través de la mencionada Sophia, una mujer que encuentra en Sylvain la historia sexual que tanto necesita. El tono sigue en la comedia, con algunos toques dramáticos, y nuevamente, la familia de unos y otros y los de más allá, como reflejo distorsionado de nuestros orígenes, de quiénes somos y porqué actuamos como lo hacemos. También se reflexiona sobre la condena de la convivencia y la cotidianidad como enemiga del amor, de la pasión, el sexo y todo lo demás. Una idea sobre los tiempos actuales, donde prima el éxito individual en lo profesional en contra de lo personal y el otro. La película habla de temas que nos tocan mucho, pero de forma ligera y sin dramatizar, aunque hay momentos muy complejos. 

Un relato contado con un ritmo acorde con la pasión sexual que vive la protagonista, a partir de una cinematografía precisa y transparente de André Turpin, que aparte de director ha trabajado en más de la treintena de títulos con nombres tan importantes como Denis Villeneuve, Louise Archambault y Xavier Dolan. Un gran montaje en una película nada fácil que se va a casi las dos horas de metraje, en la que sigue el amor frenético de Sophia, que firma la francesa Pauline Gaillard, que tiene una filmografía con grandes como Raymond Depardon, Valérie Donzelli y Audrey Diwan. Sin olvidar la música de Emile Sornin, que ya trabajó con Chokri en Babysitter, compone una música que contribuye a la maraña de experiencias y sentimientos que vive Sophia, una mujer que quiere dejarse llevar por la vida y lo que siente, y dejar tanta vida insulsa y ya. La actriz Magalie Lépine-Blondeau, que ya estuvo en la citada La mare de mon frère, también con una destacada carrera al lado de los grandes del cine canadiense anteriormente mencionados, es el alma matter de la película, componiendo de forma ejemplar las alegrías y tristezas de una mujer que ha dejado su “zona” para experimentar. Su Sophie es adorable, inquieta, que se lanza al abismo para disfrutar del amor pero sobre todo, del sexo, de lo que siente sin importar que pasará y venciendo sus prejuicios de apariencias y demás. 

Un buen plantel de intérpretes acompañan a la actriz como Pierre Yves-Cardinal, un actor que a los Villeneuve y Dolan, añade Philippe Lioret, entre otros, es el Sylvain del título, el hombre sexo que satisface a Sophia, y vive con ella una historia de amor en libertad, de pura pasión y deseo, entre ella y el hombre simple. Francis-William Rhéaume es Xavier, el novio perfecto, quizás demasiado, con poca pasión y demás. La propia directora se reserva el rol de Françoise, una amiga agotada de su marido e hijos. Un marido que hace Steve Laplante, que ya aparecía en la citada Babysitter, entre otros. Simple como Sylvain se sitúa en el ambiente de las películas de John Cassavetes y Woody Allen, donde somos testigos de diferentes parejas y formas de amar, no entenderse e interpretar el amor y sus cosas, entre las que destacan nuestra manera de mentir y de mentirnos, y sobre todo, de equivocarnos constantemente, pero si por el camino somos algo felices ya estará bien, porque llevarlo todo a la razón será un error, o quizás no, no lo sé, nunca lo sabremos, pero una cosa sabe Sophia que si te apetece romper con todo y lanzarte al amor, o quizás, al sexo, debes hacerlo aunque sepas o no que te estás metiendo en la boca del lobo. El amor es un lío porque convergen demasiados aspectos y elementos, perdón, eso que llamamos amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA