Paula, de Florencia Wehbe

LA NIÑA QUE NO SE QUERÍA. 

“La adolescencia es cuando las niñas experimentan la presión social para dejar de lado su yo auténtico, y mostrar solo una pequeña porción de sus dones”.

Mary Pipher

La película se abre con una secuencia-prólogo muy reveladora, en la que asistimos a la conversación de las cinco compañeras de clase que, después del verano, están en su primer día de colegio. Las notamos tristes, fuman, e intercambian ideas y sobre todo, desilusiones y tristezas de una existencia que pasa demasiado rápido y no hay tiempo para asimilarlo todo, donde la rutina las aplasta, y el ocio es siempre un leve instante de tiempo, como un sueño. Corte a unos imaginativos, coloridos y sorprendentes títulos iniciales con animaciones, que manifiestan esa adolescencia de cambios y problemas. Después, la película se asienta en la existencia de una de las cinco amigas, Paula, un adolescente de 14 años, con unos kilos de más, que debe soportar a una hermana mayor delgada, una madre que le insta a llevar una ropa que no le viene, un padre ausente, y sobre todo, la presión social de adelgazar para tener un cuerpo normativo y gustar a Facu, el chico que le gusta. Paula decide conectarse a una de esas webs con las que adelgazar milagrosamente a base de no comer y adentrarse en la anorexia. 

Segundo largometraje de la directora Florencia Wehbe (Río Cuarto, Córdoba, Argentina), después de Mañana tal vez (2020), en la que también hablaba de la adolescencia a través de Elena, aspirante a compositora, y el encuentro con su abuelo, un compositor jubilado que sentía el menosprecio de su edad. La aceptación de uno mismo en pos a la presión social en la que vive, vuelve a ser el motor de la trama, en la que la joven Paula se siente atrapada en esos kilos de más que no la dejan ser la persona que quiere ser, para así gustar a los demás, y ponerse la ropa de su hermana, gustar al chico y sobre todo, sentirse más bella y atractiva. con un espléndido y acertadísimo guion de Daniela de Francisco y la propia directora, la historia podría haberse metido en el duro drama de esta adolescente, pero en cambio, aunque hay dureza, la trama se va por otros derroteros, sumergiéndonos en esa existencia donde la cámara se va filtrando por las aristas emocionales, retratando su tristeza, su realidad durísima, y sus dolorosos métodos para adelgazar en tiempo récord. 

Estamos ante una especie de diario personal y muy íntimo de la vida de Paula, “Pauli” para las amigas, en un relato asentado en una naturalidad muy transparente y cercanísima, filmada con detalle y precisión quirúrgica, en un portentoso trabajo de la cinematógrafa Nadir Medina, que la hemos visto en películas con Darío Mascambroni, y en Bandido, de Luciano Juncos, y en la citada ópera prima de Wehbe, en un ejercicio donde prima el retrato de Paula frente a ella misma y frente al resto, donde nunca se juzga y sobre todo, se sigue sin subrayar nada, acompañando a la protagonista en el colegio, en su casa y con sus amigas, son maravillosos esos momentos entre las cinco amigas, mientras se preparan para salir y su complicidad en la discoteca y demás lugares que transitan. La directora no sólo ha vuelto a contar con Medina, sino también encontramos a Fernanda Rocca, la productora y Julia Pesce en arte, que repiten en esta segunda película, y la incorporación de Damián Telelbaum, en el montaje, al que hemos visto tanto en ficción como no ficción, bajo las órdenes de cineastas como Anna Paula Hönig, Alejandra Marino, Lorena Muñoz, Silvina Schnicer y Ulises Porra, en un estupendo trabajo de precisión y contención, donde en sus magníficos ochenta y nueve minutos de metraje se cuenta todo lo necesario, en los que ni falta ni sobra nada. 

Paula se adentra en el complejo y difícil territorio de la adolescencia, ese espacio a veces terrorífico, incierto, lleno de cambios, todos impredecibles, todos inquietantes, y sobre todo, un lugar del que no salimos indemnes, donde vamos haciéndonos y haciendo en relación con nosotros y con los demás. Una etapa que últimamente el cine americano ha tratado con sutileza, a partir de un acercamiento humano y complejo, y también, retratando todo su verdad y su angustia, hay tenemos casos como los de Después de Lucía (2012), de Michel Franco, Juana a los 12 (2014), de Martin Shanly, Las plantas (2015), de Roberto Doveris, Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, Tarde para morir joven (2018), de Dominga Sotomayor y Las mil y una (2020), de Clarisa Navas y Tengo sueños eléctricos (2022), de Valentina Maurel, títulos a los que hay que añadir Paula, en su incansable búsqueda de ese sentir todavía demasiado joven y expuesto a peligros inconscientes, sometidos a una sociedad demasiado superficial y competitiva que sólo quiere alcanzar ese éxito cueste lo que cueste, para ser uno más y pertenecer a las reglas artificiosas que dictan los mercados y la publicidad. Paula tendría su más fiel reflejo en la película Miriam miente (2018), de Natalia Cabral y Oriol Estrada, porque también habla de una joven de 14 años, enamorada de un chico, y al igual que la protagonista, está preparando su fiesta de los 15, y por lo visto, la presión social no entiende de territorios y demás, porque una sucede en la República Dominicana y otra en Argentina. 

Para terminar no podíamos olvidarnos de la potentísima y maravillosa interpretación de la debutante Lucía Castro en el papel de la protagonista Paula, lo bien que mira, que se mueve, y sobre todo, lo bien que habla sin abrir la boca, todo un extraordinario hallazgo que con su presencia hace que la película vuele muy alto, y consiga todo lo que se propone, su verdad y todo lo que transmite. Le acompañan su familia: María Belén Pistone, como la madre, Beto Bernuéz como Horacio, el padre, que ya estuvo en la mencionada Mañana tal vez, y Virgina Shultess como la hermana mayor, y la retahíla de amigas de Paula, tan naturales y cercanas como la protagonista, todas ellas debutantes son un gran descubrimiento. Tenemos a Tiziana Faleschini, Lara Griboff, Julieta Montes y Líz Correa. No se pierdan Paula, de Florencia Wehbe, y quédense con el nombre de esta directora riocuartense de Argentina, que de buen seguro, nos volverá a conmovernos con su contención y su maravilloso retrato sobre la adolescencia, la vida y lo que somos y lo que no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Diego Lerman

Entrevista a Diego Lerman, director de la película “El suplente”, en els Jardins Miquel Martí i Pol en Barcelona, el martes 10 de enero de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Diego Lerman, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El suplente, de Diego Lerman

EL DOCENTE HUMANISTA.

“Yo iba a enseñar y al mismo tiempo a aprender”

Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa

Tanto Bruno Cirino en Diario di un maestro (1973), de Vittorio De Seta, como Daniel Lefebvre en Hoy comienza todo (Ça commence aujourd’hui, 1999), de Bertrand Tavernier, pertenecen a esa clase particular de docentes que van más allá de lo que sucede en el interior de las aulas, porque conocen que la realidad social y económica de sus alumnos interfiere completamente en el desarrollo de sus vidas, y por ende de su educación. Son maestros dentro y fuera, ese tipo de docentes que se implica, que ayuda y sobre todo, ayuda al cambio tan necesario. Lucio, el docente del sexto largometraje de ficción de Diego Lerman (Buenos Aires, Argentina, 1976), amén de dirigir documental, producir cine y hacer teatro, es uno de esos tipos que sabe que la realidad de sus alumnos es dura y nada fácil, porque vienen de uno de esos barrios periféricos de la capital argentina, donde la realidad es triste, llena de peligros y donde campa el narco a sus anchas.

Lerman compone un drama social muy cercano y lleno de matices, sin caer en la moralina ni en el sentimentalismo, sino construyendo “una pequeña parte de la vida”, donde el hilo conductor es el mencionado Lucio, un tipo en crisis, alguien que aspiraba a más, a hacer una segunda novela que no acaba de llegar, a dar clases en una universidad prestigiosa, a ser mejor hijo, mejor ex y mejor padre, y sobre todo, a entenderse y no huir a la nada. El director bonaerense crea una trama sin estridencias y nada complaciente, que va desarrollándose sin alardes ni piruetas narrativas, centrándose en el hecho en cuestión, o mejor dicho, en varios sucesos, aunque el principal pivota en la relación entre Lucio y uno de sus alumnos, Dilan, que ha traicionado al narco del barrio y ahora su vida corre en peligro. Lerman vuelve a confiar en algunos de sus cómplices habituales como la guionista María Meiro, en muchas de sus películas, la aportación de la escritora Luciana de Mello y el propio director en la elaboración de un guion que se maneja muy bien entre la realidad social y la trama policiaca centrada en la investigación, donde Lucio, además de maestro, se convierte en una especie de detective para ayudar a su alumno.

El grandísimo trabajo del cinematógrafo Vojciech Staron con una luz tremendamente cotidiana y realista, gruesa y sucia, huyendo de la condescendencia y en el mensajito, donde destacan los elegantes movimientos de cámara, así como el entramado de espejos y reflejos que evidencian con detalle el estado de ánimo del atribulado protagonista, así como José Villalobos en la música, una composición que puntúa algunos aspectos de la primera mitad para luego escarbar más en los sentimientos de los protagonistas, pero siempre con respeto, y otro habitual como el editor Alejandro Brodersohn, que condensa con ritmo y pausa las casi dos horas de metraje. Qué decir del acertadísimo reparto de la película encabezado por un magnífico Juan Minujín, al que conocíamos por sus trabajos con Daniel Burman, Mariano Llinás y Lucrecia Martel, entre otros, metiéndose en la piel de un tipo que la vida le ha llevado a ser suplente, a enseñar literatura a unos chavales que pasan de todo, en el que deberá adaptar su clase a la realidad dura de sus alumnos, y conocer sus vidas y sus contextos, tarea que no le resultará nada fácil.

A Minujín le acompañan de forma estupenda una gran Bárbara Lennie, que ya había protagonizado la anterior película de Lerman, Una especie de familia ((2017), en el rol de la ex de Lucio, con una hija en común, que hace Renata Lerman, la hija del director, y fue premiada en el Festival de San Sebastián, y unas realidades bien distintas, porque ella ya ha pasado página y está en otros menesteres, y acepta la decisión y la rebeldía de la hija de ambos desde una perspectiva muy alejada que Lucio, que parece empecinado en seguir el camino y no plantearse ciertas contradicciones. La interesante presencia de un grande como Alfredo Castro, en el papel de padre del protagonista, al que curiosamente llaman “El chileno”, una especie de buen samaritano que trabaja en el barrio dando comidas e implicándose en las dificultades de sus habitantes, que mostrará una realidad bien diferente al protagonista. Y finalmente, Lucas Arrua haciendo de Dilan, al igual que los otros chicos, todos debutantes en el cine, generando esa solidez que requiere una película de estas características donde se fusionan los adultos profesionales con los jóvenes naturales.

El suplente es una película que nos habla de muchas cuestiones humanas, y sobre la vida, sobre aquellas cuestiones de la vida nada fáciles, que resultan incómodas, donde se abordan muchas cuestiones morales, con el mejor aroma de aquel cine policiaco de Hollywood de los treinta y cuarenta, donde los Lang, Hawks y Welman, y tantos otros, nos situaban en esas tesituras tremendamente difíciles de asumir y sobre todo, de decidir, en el que los y las protagonistas se veían inmersos en posiciones muy difíciles, en las que no sabían qué decir y mucho menos que hacer, un cine que desgraciadamente se está perdiendo, dejando paso a producciones blanditas que no molesten y tampoco sirvan para nada. La película de Lerman recupera esa complejidad, esa humanidad, con personajes de carne y hueso, con personas que les ocurren cosas como a nosotros, y sobre todo, dudan, tienen miedo y se enfrentan a los que les acojona, y a otras situaciones que ni se imaginaban, como a todos nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Sergi López

Entrevista a Sergi López, actor de la película “Pequeña flor”, de Santiago Mitre, en el Instituto Francés en Barcelona, el lunes 28 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergi López, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Fernando Lobo de Surtsey Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Matadero, de Santiago Fillol

ARGENTINA, 1974.

“La escena que se representaba en el matadero era para ser vista, no para ser representada”

Esteban Echevarría, El matadero 1830

Todo el arranque de la primera película de ficción de Santiago Fillol (Córdoba, Argentina, 1977), es de una sobriedad y concisión sobrecogedoras. Un sonido industrial y abstracto nos sitúa en el interior de un automóvil con un destino que desconocemos, en el que vemos unas manos entrelazadas del que no sabemos su identidad. El vehículo se detiene y frente a su capo, se reflejan unas personas que protestan o celebran. Inmediatamente después estamos en el interior de un cine en la actualidad, donde se proyectará la película “Matadero”, del director estadunidense Jared Reed, que comparte apellido con aquel otro John que vivió la Revolución Rusa de octubre de 1917. Nos informan que es una película maldita, que nunca se ha proyectado y además, tiene la losa de las muertes que se produjeron durante su rodaje. La película viaja hacia la Pampa Argentina de 1974, donde Reed está en pleno proceso de rodaje del cuento “El Matadero”, de Esteban Echevarría, un relato que habla de unos matarifes que degüellan a sus patronos.

A Fillol, afincado en Barcelona, lo conocíamos por su trabajo como docente, escritor sobre cine, asistente de directores como Isaki Lacuesta y Ben Rivers, guionista de Oliver Laxe, y director de dos trabajos sumamente interesantes como Ich Bin Enric Marco (2009), que codirigió junto al filósofo Lucas Vermal, en el que seguía el testimonio del mencionado, que decía ser un superviviente del nazismo, y la película corta Dormez-Vous (2010), nacida a partir de su colaboración en la película Low Life, de Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval, en la que una actriz viaja al imaginario de su personaje. Con Matadero, escrita por el poeta Edgardo Dobry, el mencionado Vermal y el propio director, vuelve a sumergirse en el imaginario cinematográfico y sus procesos creativos, pero haciéndolo desde una perspectiva inusual y muy enriquecedora, porque toca varios temas: la lucha de clases, que está presente en la novela que se está adaptando en la película ficticia que se está filmando, ante aquello que se representa y cómo se representa, el conflicto capital que se genera entre las diferentes visiones opuestas entre Reed, sus jóvenes intérpretes pertenecientes al teatro político, y los peones que son manejados al antojo del director, y después, el complejo contexto social, político y cultural de aquella Argentina de mediados de los setenta, en que el estado ya apuntaba a la dictadura que estallaría dos años después, que la emparenta con la reciente Azor, de Andreas Fontana, en muchos aspectos.

Su relato, desde el punto de vista de la joven admiradora de Reed, que lo sigue a todas partes, la entusiasta del cine que quiere ser como su admirado, un testigo de toda esta barbarie que se está cociendo, mientras unos quieren hacer cine reflexivo, radical y violento, y otros una revolución. La excelente cinematografía de un grande como Mauro Herce, con ese aspecto de 1.85:1, que ayuda a fortalecer los primeros planos en una película de interiores e intimidad, donde todo se cuece en las sombras y las habitaciones cerradas. Así como el exquisito montaje de otro grande como Cristóbal Fernández, que combina ritmo con reflexión sus ciento seis minutos de metraje, en una película que es más una balada del desencanto y la tristeza de un país que se aboca al abismo sin remedio. La potentísima música de Gerard Gil, que comparte con el mencionado Cristóbal Fernández, con esas composiciones western y afiladas que nos recuerdan a su magnífico trabajo en La próxima piel (2016), de Isa Campo y Lacuesta, el gran trabajo de sonido de Carlos García, que en su filmografía tiene títulos tan importantes como los de los colombianos Cristina Gallego y Ciro Guerra, Irene Gutiérrez y la reciente Eles transportan a morte, y el sumamente cuidadoso trabajo de arte de la argentina Ana Cambre, que también estuvo en la mencionada Azor, y la potente coproducción de El Viaje Films, que ha producido a gente tan interesante como Théo Court, Mnauel Muñoz Rivas y los citados Gutiérrez y Herce, entre otros.

Fillol compone un medido y cercano elenco capitaneado por Julio Perillán en la piel del apasionado y obsesivo Jared Reed, el cineasta difícil, en plena decadencia, con esos momentazos, entre la nostalgia y la pérdida, en los que vuelve a ver sus antiguos westerns convencionales entre sombras nocturnas, y un gran ramillete de excelentes intérpretes del país sudamericano que componen con cercanía y naturalidad unos personajes atrapados en una película y en un país enajenado y sin rumbo, como Malena Villa, la joven inocente y testigo mudo de todo lo que está ocurriendo a su alrededor, Lina Gorbaneva, compañera de Reed, una mujer que fue y yo no es, que vive anclada en una aventura que tiene mucho de despedida y poco de cine, la maravillosa presencia de la maravillosa Eva Bianco, actriz fetiche de Dantiago Loza, que recuerda a la Saturna que hizo la gran Lola Gaos en Tristana, y el grupo de teatro en el que están unos sorprendentes Ailín Salas, una mujer de fuerte carácter y la heroína de la trama de la película que se rueda, Ernestina Gatti, Rafael Federman y David Szchetman.

Celebramos la vuelta a la dirección de largometrajes de Fillol, porque no solo ha construido una película muy sólida, con múltiples capas, tanto de forma como de fondo, con unos personajes complejos y un trama que va desmadejándose sin prisas, creando esa amenaza constante en todos los sentidos, donde todo parece en un estado de violencia latente, en un tiempo transitorio, un tiempo de monstruos que diría Gramsci, con personajes de carne y hueso, sometidos a una gran tensión y una fuerte carga psicológica, que se echa de menos en el cine de hoy en día, en el que se mezclan géneros con elegancia como el western seco, crepuscular a lo Peckinpah, cine negro, con el mejor tono de títulos como Rojo (2018), de Benjamín Naishat, que comparte con Matadero el contexto histórico, sino que ha hecho muy buen cine político en tiempos donde más falta hace, con el mejor aroma de títulos como Z (1969), de Costa-Gavras, y Tiempo de revancha (1981), de Adolfo Aristarain, en que el horror y la violencia, tanto en la ficción como en la realidad se muestran fuera de campo, no las vemos pero están por todas partes, en las sombras, ocultas, acechándonos, esperando su momento, ese momento en que todo cambiará. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La leyenda del Rey Cangrejo, de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis

LA HISTORIA DE AMOR DE LUCIANO Y EMMA.

“Historia es, desde luego exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió”

Enrique Jardiel Poncela

Para hablar de la primera película de ficción de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis, italoamericanos nacidos en 1986, nos tenemos que remontar hasta Vejano, un pueblo de la Toscana italiana, y detenernos en la figura de Ercolino, un hombre que dejó Roma para instalarse en el pueblo. En su casa de campo se reúne con cazadores de la región para comer, beber y contar historias de la zona. De esos encuentros y tertulias nacieron Belvanera (2013), un cortometraje que los dos directores codirigieron juntos, y Il solengo (2015), en que el tándem se detenía en la historia de Mario de Marcella, un ermitaño que vivía en el bosque cerca de Roma. Ahora, nos llega La leyenda del Rey Cangrejo, también surgida de los encuentros de Escolino, en la que la pareja de directores nos llevan a finales del XIX y principios del XX, para hablarnos de Luciano, un tipo perdido, alcohólico e inadaptado, que no encaja en una sociedad de gentes de la tierra sometidos a la voluntad del príncipe de turno. Los días pasan y Luciano se pierde en deambulaciones, borracheras y demás. Solo el amor que tiene en Emma, una bella y sencilla mujer del pueblo, a la que también pretende el dueño y señor.

A través de una historia que nace de Tommaso Bertani, uno de los productores, Carlo Lavagna y los propios directores, componen un relato nacido de la tradición oral y las leyendas y mitos de los pueblos, donde predomina un paisaje frondoso que rodea a los personajes, entre esa naturaleza bella y salvaje que entronca con esas rígidas normas sociales impuestas por el príncipe y las durísimas vidas de las gentes de la tierra. Aunque, la película se centra en la vida y desgracia de Luciano, todo se mueve por Emma, la autentica heroína del relato, la esperanza y la vida del propio protagonista, en una película estructurada a través de dos capítulos. En el primero, estamos en Vejano, el pueblo italiano alrededor de la fecha citada anteriormente, en el que se desarrolla el amor de Luciano y Emma, y los conflictos con el príncipe por la oposición del propio protagonista, en un marco de drama rural convincente donde se evoca lo etnográfico y lo antropológico, y una mirada crítica y testimonial de los acontecimientos que suceden.

En la segunda mitad, nos trasladamos hasta el fin del mundo, y más concretamente a Tierra del Fuego, en Argentina, donde seguimos a Luciano, ahora convertido en buscador de oro en una tierra donde el entorno es duro, rocoso, gélido y lleno de peligros y codicia y egoísmo. A través de una marcada atmósfera de western, pero en sus diferentes variantes, porque en la primera parte, estaríamos en el western clásico, donde el héroe debe enfrentarse al cacique de turno, con el amor de por medio, y también, las injusticias contra los más débiles. En la segunda, el western sería más crepuscular, más de viaje, de itinerario, donde siguiendo el mismo ritmo pausado y emocional, vamos con una letanía acompañando a un grupo de hombres que siguen un tesoro escondido, a través de un cangrejo, que funciona como símbolo mágico y extraño porque los guía hasta el codiciado premio. Otro animal en el cine de Rigo de Righi y Zoppis, como la pantera de Belvanera, y el jabalí de Il solengo, que funcionan como bestias de otro mundo que sirven de guía a los humanos.

Un equipo formado por técnicos cómplices que han participado en todos los trabajos del tándem de directores, como el músico Vittorio Giampetro, ayudando a crear ese mundo físico y espiritual por el que se mueve el relato, y el cinematógrafo Simone D’Arcangelo, que ha estado en los equipos de cámara en películas de Carlos Saura y Woody Allen, entre otros, consigue esas maravillosas luces cálidas que contraponen la miseria moral de las leyes impuestas en el pueblo italiano, y esa otra luz mortecina y dura de Tierra del Fuego. Con la entrada de dos aportaciones de la coproducción argentina con nombres tan ilustres como los del editor Andrés Pepe Estrada, que ha estado en películas de Trapero, Mitre y Schnitman, entre otros, dando forma a una película de varias formas, texturas y registros y condensando un ritmo pausado y lento en sus ciento seis minutos, y el increíble sonido de Catriel Vildosola, que tiene en su haber directores de la talla del mencionado Trapero, Lisandro Alonso, Amat Escalante y Anahí Berneri, entre otros.

Una película que apela en todo momento a la tradición oral, a las ancestrales historias y relatos que no están escritos y forman parte de las leyendas, mitos y cuentos de los pueblos y sus habitantes, tiene en su elenco buena parte de esos lugareños del pueblo de Vejano, que dan vida a sus antepasados y aquellas gentes que vivieron antes, en una idea de cine de los lugares, contando con la participación de los habitantes como actores no profesionales, que retrotrae al imaginario de Renoir, Rossellini y Kiarostami, donde la vida y el cine se fusionan de forma maravillosa. Para la pareja protagonista se cuenta con Maria Alexandra Lungo que da vida a Emma, que recordamos como la protagonista de la película El país de las maravillas (2014), de Alice Rohrwacher. Emma es una mujer encerrada en esa sociedad patriarcal, solo se siente libre junto a Luciano, aunque la cosa será dificultosa. Frente a ella, Luciano al que da vida Gabrielle Silli, un artista plástico y performativo que vive en Roma, que compone un magistral y furioso tipo que está en un lugar al que no pertenece. Dos interpretaciones naturales y cercanísimas que se funden con la naturaleza en contrapunto con la sociedad inmoral e injusta. Celebramos con energía que la distribuidora Vitrine Filmes se aventure a traernos películas de esta naturaleza, porque tienen cine, vida y sobre todo, humanismo, esa parte tan importante que la sociedad y sobre todo, el cine olvida demasiado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Meritxell Colell

Entrevista a Meritxell Colell, directora de la película “Dúo”, en la Plaza de la Virreina en Barcelona, el Lunes 5 de septiembre 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Meritxell Colell, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo y excelente fotógrafo Óscar Fernández Orengo, que ha tenido la amabilidad y generosidad de retratarnos, y a Katia Casariego de Vasaver, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dúo, de Meritxell Colell

LOS ESCOMBROS DEL AMOR.

“¿Has dicho nuestro mirto, el árbol nuestro? En un idéntico bis que se desenvuelve hasta la trémula frase final, ¿Nosotros dos?”

Delirio (2004), de Laura Restrepo

El personaje de Mónica, una bailarina que volvía a construir lazos rotos con su familia y reencontrarse consigo mismo en sus raíces, que habíamos conocido en la película Con el viento (2018), ópera prima de Meritxell Colell (Barcelona, 1983), vuelve a cruzarse en nuestras vidas, ahora siguiendo el itinerario del mismo personaje en su vuelta a Argentina: Un reencuentro con ella, en otro viaje, ahora junto a Colate, su pareja artística y sentimental con el que lleva veinticinco años de relación. Como ocurría en su primera película, lo rural vuelve a ser el escenario del viaje por el norte del país, atravesando la cordillera de los Andes, mostrando su pequeño espectáculo de danza, textos y música. Su dúo se ha alejado de todos y todo, mostrando su arte a las pequeñas comunidades andinas con las que se van cruzando, desde el final del verano hasta el frío invierno. Desde la primera secuencia, íntima y reveladora, donde somos un espectador más del espectáculo itinerante de la pareja, asistimos a un amor en penuria, envuelto en lo que ya no es. Dos almas que se (des) encuentran, se tropiezan, se callan y sobre todo, se han dejado de mirar y sentir el uno con el otro.

La cámara de Sol Lopatin, magnífica cinematógrafa que ha trabajado con gente tan ilustre como Albertina Carri y Eliseo Subiela, entre otros, se convierte en una espectadora activa e invasora porque se mete entre ellos, como una piel más, pegada a ellos, una más de su entorno e interior cambiante y en silencio, con esa forma de desubicación que tenemos durante toda la película, donde todo lo que vemos se nos presenta fragmentado como una especie de puzle donde las piezas no encajan o están perdidas. El relato se desdobla constantemente, ya desde su título Dúo, como en su forma, donde la ficción y el documento se fusionan y se mezclan de forma admirable, con una naturalidad asombrosa y sin darnos cuenta, creando un espacio único en el que todo sucede de forma transparente y muy íntima. Una forma que se apoya en lo digital y el Super8mm, en el que uno sigue ese amor roto, la no historia de ellos, y su encuentro con los lugareños, y otra, el celuloide, actúa como diario intimo de Mónica, con el mismo aroma con el que se construían muchas de las piezas audiovisuales de Transoceánicas (2020), la película de misivas entre Lucia Vassallo y la propia directora. Un diario filmado por Colell junto a Julián Elizalde, cinematógrafo de Con el viento, en el que la protagonista reflexiona sobre sus orígenes, su madre, sobre su actual realidad, sobre el amor, sobre lo que queda de él, y por encima de todo, en el que hay tiempo para pensar en sus emociones, en su trabajo y en aquello que sintió y ya no.

En este sentido, el extraordinario trabajo de sonido que firma Verónica Font, que ha estado presente en todos los trabajos de la directora catalana, resulta crucial para crear esa atmósfera de diferentes sonidos, generando esa doblez que marca toda la película, de dentro a afuera y viceversa, donde todo se muestra y todo tiene su reflejo. Dúo sufrió los embates de la pandemia y dejó su rodaje a la mitad, hecho que provocó reinventar la película, por eso el preciso y brillante trabajo de montaje que firman la propia directora junto a Ana Pfaff (que poco hay que decir de una editora que ha trabajado en películas tan importantes como Alcarràs, Libertad, Espíritu sagrado, Ainhoa, yo no soy esa y Trinta Lumes, entre otras), que vuelve al cine de Colell, resulta un trabajo arduo, donde se encaja con sabiduría los ciento siete minutos que abarca la película, lleno de aciertos, detalles y compuesto por esa dualidad que atraviesa todo el relato, donde todo está envuelto en una suerte de viaje muy físico, donde sentimos y escuchamos cada piedra, cada diálogo y cada obstáculo, y muy interior, donde el silencio y el susurro se apoderan de todo, en un continuo contrapunto entre lo que se dice y lo que no, lo que se siente y no.

Dos poderosos intérpretes, dos almas a la deriva, náufragas de ese amor derrotado, de ese amor que se aleja sin remedio. Dos cuerpos que se abrazan pero ya no como antes, dos sentimientos tan cercanos como opuestos. Una Mónica García en la piel y el alma de Mónica, que después de su retiro de un año en su pueblo burgalés, vuelve, pero ya transformada y en constante cambio, caminando por esa delicada línea entre lo terrenal y lo emocional, en la incertidumbre de estar y no, con su especial intimidad con las mujeres del altiplano, donde se ve, se reconoce y se reconforta ante tanta soledad y tristeza.  Frente a ella, que no junto a ella, Colate en la piel de un inmenso Gonzalo Cunill, un actor de raza, carácter, de aspecto marcado y salvaje, una especie de Vincent Cassel, al que hemos visto en películas tan estupendas como Stella Cadente, La silla, Occidente, Arnugán, entre otras. Aquí dando vida al otro, al hombre, al que fue el guía, el compañero y todo para Mónica, ahora perdido en esa inmensidad que les separa, en ese adiós que tanto cuesta, en todas esas cosas que han vivido juntos y ya no viven, estando sin estar.

Una película que tiene el aroma de los silencios y las soledades que tanto capturaban Bresson, y Antonioni en sus almas perdidas de La aventura, El eclipse y El desierto rojo, en que el personaje de la Vitti no estaría muy lejos del de Mónica, o los solitarios y callados individuos que no formaban la pareja de Viaggio in Italia, de Rossellini, o esa no pareja, también de viaje, que se perdía por Copia certificada, de Kiarostami. No nos cansamos de sumergirnos en el cine de Meritxell Colell, al contrario, cada vez nos fascina muchísimo más, porque construye películas muy íntimas, muy cercanas, llenas de inteligencia y sobriedad, donde todo se cuenta desde el alma, desde la profundidad, sintiendo cada plano, cada encuadre, cada silencio, cada mirada, donde el viaje es visible e invisible, en el que se nos habla de memoria, de dónde venimos, hacia donde vamos, qué somos, y sobre todo, dónde estamos, que hemos dejado atrás, hacía donde nos movemos y sobre todo, que sentimos y que no. En fin, toda la incertidumbre de la vida y la existencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Camila saldrá esta noche, de Inés Barrionuevo

LA JOVEN REBELDE.

“Yo vine a este mundo para ser libre y no esclava. Vine para vivir, no para figurar como una mera existencia. Vivo para ser persona y no objeto. Con mis pies aparto toda etiqueta con la cual se pretende controlarme. Me tomo la atribución de cuestionar las verdades asumidas y de hacer profano lo que por siglos se ha tenido pro sagrado”

Alejandra Pizarnik

Las tres películas que había estrenado la cineasta Inés Barrionuevo (Córdoba, Argentina, 1980), profundizan sobre la adolescencia y el entorno familiar. Tanto en Atlántida (2014), como en Julia y el zorro (2018), un pueblo en los ochenta, y una casa aislada de la sierra, ambas situadas en la provincia de Córdoba. En Las motitos, ambientada en un barrio, al igual que Camila saldrá esta noche, en el que la adolescente-protagonista, a la separación de sus padres, se traslada a la ciudad de Buenos Aires, junto a su madre y hermana pequeña. Deja el instituto público y las luchas reivindicativas para sumergirse en un mundo completamente diferente. Vive en la casa de la abuela, que está moribunda en el hospital, y acude a un instituto religioso de uniforme, donde pronto entablará amistad con otros compañeros, y se introducirá en ese universo de pura apariencia, donde siempre hay espacio para ser libres y rebeldes.

La directora argentina coloca a su maravillosa e inolvidable protagonista en el centro de todo, porque veremos ese entorno hostil y ajeno siempre desde su mirada. Una mirada inquieta, rebelde y libre, una joven que lucha por un aborto libre y público, por su libertad sexual, contra el acoso machista y escolar, y demás, como comprobaremos a lo largo del metraje, y sobre todo, por ser libre y romper tantas ataduras que impiden ser y sentirse libre. La película coescrita por Andrés Aloi y la propia directora, es de aquí y ahora, tratando temas candentes de la actual sociedad argentina, pero no solo se queda ahí, va mucho más allá, y es donde radica toda su fuerza e inteligencia, porque también puede verse como una reflexión profunda y nada condescendiente del paso de la adolescencia a la edad adulta, situándonos en un año escolar, o casi, donde Camila y sus compañeros están cursando el último año de secundaria, en un tiempo de tránsito, de descubrimientos, de experiencias, de construir una identidad, o simplemente, descubrir y descubrirse, de forma libre y real, alejándose de tantos convencionalismo y etiquetas.

El ejemplar trabajo de cinematografía de Constanza Sandoval, construyendo una película donde hay momentos de agobio y muy asfixiante, con otros donde la joven y sus amigos salen de noche, bailan, beben y se drogan, dando rienda suelta a una libertad de la que carecen en su vida diaria, con esos planos cerrados, donde siempre vemos una parte de un todo, en el que es tan importante todo lo que vemos como lo de fuera, que nos llega en off. El magnífico montaje de Sebastián Schajer, también contribuye a esa atmosfera opresiva que se mueve entre dos mundos antagónicos, en que el exterior es ahogante y el interior es pura libertad y sobre todo, rebeldía, porque la película aboga por una rebeldía de inconformismo que mire los conflictos de frente, rompiendo muros que solo han servido para anular vidas y convertir a las personas en meros consumidores y autómatas. Camila representa todo lo contrario, una juventud que ha venido a cambiar las cosas, a vivir de forma libre y a enterrar tanta injusticia, insolidaridad e impunidad contra las mujeres libres.

Una película que sustenta mucho de su relato en la interpretación de los personajes, en todo aquello que dicen, pero también, callan, tiene un equilibrado y estupendo reparto en el que sobresale una maravillosa y sorprendente Nina Dziembrowski, en su primer papel protagonista, después de debutar con la película Emilia (2020), de César Sodero, se mete en el cuerpo y el alma de una Camila, que suavemente va introduciéndose en esa atmósfera del instituto, de primeras reacia, y luego, de forma total y experimentando con todo y todos, donde se relacionará con Pablo, homosexual y atrevido, interpretado por Federico Sack, y como no, con Clara, una maravillosa Maite Valero, siendo esa aventura, ese misterio, esa joven que esconde algo. Adriana Ferrer es una madre que le cuesta relacionarse con Camila, Carolina Rojas es la hermana pequeña que sigue los pasos firmes de Camila, y finalmente, la presencia de Guillermo Pfening, que ya estaba en Atlántida, y nos encantó en Nadie nos mira, de Julia Solomonoff.

Camila saldrá esta noche sigue el camino de situar la trama en el período complejo y confuso de la adolescencia, sobre todo, en mirar, profundizar y reflexionar sobre un tema convulso y difícil de forma magnífica y diferente a la mayoría de producciones, como han hecho otros cineastas de Argentina como Lucrecia Martel en La niña santa (2004), Lucía Puenzo en XXY (2007), Santiago Mitre, Clarisa Navas Celina murga, Milagros Mumenthaler, Martín Shanly en Juana a los 12 (2014), Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, y Mateo Bendeski en Los miembros de la familia (2019), entre otras. El significativo título de Camila saldrá esta noche también advierte el espíritu de una película que se aleja de formas y texturas cómodas, para componer un formato muy característico, que enfrenta a muchas incomodidades al espectador y lo lleva hacia otros lugares, espacios de reflexión, de mirar y comprender, o quizás, de cambiar ciertos aspectos firmes de sus ideas que, en realidad, forman parte de los múltiples miedos y  prejuicios impuestos por una sociedad que nos quiere sometidos y anulados, y no como reivindica la película, seres libres, rebeldes y valientes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Meritxell Colell

Entrevista a Meritxell Colell, codirectora de la película “Transoceánicas”, en el marco del D’A Film Festival, en La Ikastola de Gràcia en Barcelona, el miércoles 12 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Meritxell Colell, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Serrana Torres, coproductora de la película, y al equipo de comunicación del D’A Film Festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA