Entrevista a Raquel Marques

Entrevista a Raquel Marques, directora de la película “Tiempos de deseo”, en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones, en las oficinas de Drac Màgic en Barcelona, el lunes 7 de junio de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Raquel Marques, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación de la Mostra, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

El acontecimiento, de Audrey Diwan

ANNE SE HA QUEDADO EMBARAZADA. 

“El tiempo ya no era una serie de días que llenar con clases y papeles, se había convertido en una cosa informe que iba creciendo dentro de mí”.

“El acontecimiento”, de Annie Ernaux

En la magnífica e inolvidable 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007), de Cristian Mungiu, nos mostraban de manera realista las penurias y la represión por las que tenían que pasar las estudiantes embarazadas en la Rumania de 1987. El acontecimiento transita por los mismos lares, esta vez trasladándose a la puritana Francia de 1963. Nos encontramos con otra estudiante universitaria, Anne, de 20 años, perteneciente a la clase obrera, que descubre que está embarazada y encontrándose con la terrible tesitura de no tenerlo en un país que castiga con cárcel la interrupción voluntaria del embarazo. Segundo trabajo de la directora Audrey Diwan, después de su opera prima Mais vous étes fous (2019), en la que relataba la adicción de un padre en el seno de una familia bien avenida. En su segunda película, adapta la novela homónima y autobiográfica de Annie Ernaux, en un guion en el que vuelve a coescribir junto a Marcia Romano (una guionista que ha trabajado con cineastas tan importantes como Ozon, Emmanuel Bourdieu y Rebecca Zlotowksi, entre otros), y la colaboración de Anne Berest, que tiene en su filmografía a la directora Valérie Donzelli.

Desde sus primeras imágenes, con el aspecto de 1:37, ese formato cuadrado y asfixiante, en el que no solo encaja al personaje en su interior, sino que asistiremos a su peculiar vía crucis siempre desde su mirada, su cuerpo, y su alma, siguiéndola a todas partes, sufriendo y maldiciendo con ella, en una carrera contrarreloj, como nos irá marcando, a modo de diario, las semanas de embarazo que van cayendo como una losa en los tres meses en los que encajona la película. Aunque la atmósfera de la historia nos remite a aquellos años sesenta en Francia, la película huye de la recreación histórica al uso, porque lo que pretende y consigue es hacer un retrato de todas las mujeres que, en algún momento de sus existencias, han querido abortar y las leyes no se le permitían. La cinematografía de Laurent Tangy construye un relato angustiante y lleno de terror, en un marco de thriller psicológico, donde la tensión y el dolor van en un impresionante in crescendo, con esa cámara que sigue, amordaza y escruta a la protagonista, generando ese miedo ante el abismo que persigue continuamente a Anne.

El magnífico montaje de Géraldine Mangenet (de la que hemos visto las interesantes Porto, de Gabe Klinger, y Mi hija, mi hermana, de Thomas Bidegain), actúa como un ejercicio cortante, abrupto y frío, recurriendo a unos impresionantes planos secuencia para mostrar con toda su crudeza todos los momentos hardcore de la película. El grandísimo trabajo con la música, que firman los talentosos hermanos Evgeni y Sacha Galperine (que tienen en su trayectoria a nombres ilustres como Farhadi, Ozon, Zvyagintsev y Jan Komasa, entre otros), consiguen una banda sonora diferente, que actúa como la respiración del personaje, situándonos en un mosaico de sonidos  y silencios, que duelen y rasgan la existencia de la joven Anne, con los que sentimos con el personaje todo lo que le ocurre, porque los espectadores somos los únicos que conocemos todo el drama que vive, o mejor dicho, que sufre. El acontecimiento huye de la típica película de denuncia, no en el sentido literal de la palabra, sino que nos pone en el interior de una mujer que ve su vida acabada con un embarazo que no desea, que le rompe la vida y sobre todo, el futuro.

Anne es una mujer que hará lo imposible, poniendo su vida en serio peligro, intentando por todos los medios a su alcance de parar el embarazo. La luz de la película se irá ensombreciendo a medida que avance en su particular descenso a los infiernos, rodeado de esa mentalidad conservadora de entonces, con esos médicos que se niegan a ayudarla, esos hombres amigos que o se desentienden del problema o quieren aprovecharse de él, y esas amigas más pendientes de perder la virginidad que otra cosa, que hablan de todas sus cosas, pero obvian las más importantes, o los padres de Anne, orgullosos de su hija y ella, muerta de miedo, sin saber qué hacer, guarda silencio, por toda la vergüenza, el miedo y la falta de información. Un plantel artístico maravilloso arrancando por los intérpretes más experimentados como la inolvidable Sandrine Bonnaire (que nunca la olvidaremos por sus trabajos con Pialat y Varda), como la madre de la protagonista, tan provinciana ella, y Anne Mouglais, la femme fatale de Romanzo criminale, entre otras, en un personaje importante en la trama que mejor no desvelar.

Los protagonistas jóvenes, todos estudiantes, tan felices ellos y ellas, con ganas de bailar rock y beber coca-colas, y deseosos de echar unos cuantos polvos con el chico o la chica más guapos o guapas de la pista, alejados del drama de Anne y alejados de todos los dramas en los que pueden verse inmersos. Tenemos a Kacey Mottet Klein como Jean, un amigo fiel, pero también, con esa mentalidad tan machista y sus dos amigas del alma, como Louise Orry-Diquéro en Brigitte, la rubia que lo sabe todo del sexo y todavía no lo ha hecho, o eso dice ella, al igual que la callada Luàna Bajrami que hace de Hélène. Para el personaje protagonista, nos encontramos con la grandísima presencia y composición de Anamaria Vartolomei, que muchos recordamos por ser una de las jóvenes alumnas de Manual de la buena esposa, y en Cambio de reinas. Su Anne es un persona complejo, una joven que lleva la terrible desgracia de su embarazo en silencio, en su camino tortuoso enfrentándose a una realidad dramática para ella, donde todo se pone en su contra, donde todo se vuelve una quimera, pero demostrando su resistencia, su coraje y su valor.

El acontecimiento es una película apabullante y brutal, donde brilla su implacable honestidad, su transparencia. No quiere ser una película de buenos y malos, sino retratar un período de aquella Francia que se enorgullecía de libertad y otras cosas, pero que en realidad nada de eso se materializaba, y las jóvenes con deseos de experimentar, porque la película habla de la confrontación entre el deseo y la realidad, entre descubrir el sexo y luego, enfrentarse a un embarazo no deseado y las barreras habidas y por haber que significaba abortar y enfrentarse a la cárcel, un sin sentido y una liberación, esta vez sí, para todas las mujeres que llegó en 1975, con la ley “Loi Veil”, que despenalizaba el aborto en Francia, así que hasta entonces cuantas Anne se vieron sometidas a semejante drama en sus vidas, y cuántas se ven en la misma tesitura en tantos países que todavía son perseguidas. Cuanto camino queda por recorrer y sobre todo, cuanto camino queda para que seamos humanos de verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El huevo del dinosaurio, de Quan’an Wang

UNA GRAN MUJER.

“Con el neorrealismo nos “vimos” desde fuera, de modo despejado, casi con descuido, castigando con ese descuido todas nuestras ambiciones creativas. Así le fue devuelta su autenticidad a las cosas, llegando a una función del cine que ya no era personal, egoísta, sino social”

Roberto Rossellini

Una mañana aparece el cadáver de una mujer en mitad de la estepa de Mongolia. La policía ordena a un joven agente custodiar el cuerpo durante la noche, una joven pastora de la zona le ayudará a pasar en compañía las horas nocturnas, para protegerle de los lobos. Una noche donde intimarán, abrazando sus cuerpos y dejándose llevar. A la mañana siguiente, sus caminos se separarán. El séptimo trabajo de Quan’an Wang (Yan’an, China, 1965) vuelve a las áridas y desiertas tierras gélidas de la estepa de Mongolia, como lo hiciera anteriormente con su recordada película La boda de Tuya (2006) para volverse a centrar en una mujer, como acostumbra en su cinematografía, llena de personajes femeninos de carácter y solitarios, de condición humilde y sencilla, que deben enfrentarse a las vicisitudes de la vida, las injusticias y desigualdades de una China cada vez más polarizada e individualista.

El cineasta chino, al igual que sus coetáneos como Wang Xiaoshuai o Jia Zhangke, exploran con actitud crítica, profundidad y belleza formal los grandes cambios sociales y económicos de su país, deteniéndose en las clases más vulnerables y condicionadas por ese crecimiento desaforado. Quan’an arranca su película a modo de thriller rural, mostrándonos un cadáver, un caso de asesinato según los indicios de la policía, peor pronto descubriremos que las intenciones del relato se encamina por otros derroteros, más condicionados por la vida y todas sus consecuencias y conflictos. El huevo del dinosaurio también funciona como ejercicio de etnografía, mostrándonos la cotidianidad del pastoreo de corderos a lomos de un camello, actividad en vías de extinción por sus dificultades y restricciones legales, así como la matanza del cordero, y la monotonía de una vida solitaria de pastorear entre la largas caminatas por la estepa soportando las bajas temperaturas y la soledad imperante.

Pero, la película de Quan’an va mucho más allá, el thriller rural del inicio deja paso a un relato profundo y sincero sobre la vida, el amor y la muerte, un western minimalista en la que vuelve a incidir en la dificultad de la mujer de vivir sin un hombre en tierras tan inhóspitas como ocurría en La boda de Tuya, en la búsqueda del amor, y sobre todo, en la necesidad de compartir como forma necesaria de vivir y enfrentarse a los embates de la existencia. El director chino vuelve a hacer gala de un preciosismo formal deslumbrante, en un trabajo exquisito y detallista en que el paisaje de la estepa se convierte en un personaje más con sus extensas llanuras, su aire gélido, sus amaneceres y atardeceres de inusitada belleza, el viento arreciante, y el incesante caminar de los corderos y del camello, con la mirada avizora de la pastora. El relato imprime ese tempo cinematográfico lento y pausado, acompañándonos en la monotonía de los quehaceres diarios de la pastora, sus encuentros furtivos sexuales con su pastor amado, en una relación difícil que arrastra un hecho traumático del pasado, en esas idas y venidas donde el amor y al vida, y las circunstancias particulares se mezclan, siguiendo también la experiencia del joven policía que, después de su encuentro con la pastora, se ve envuelto en otro affaire con una compañera.

Quan’an se toma su tiempo para constarnos su relato, obedeciendo al tiempo de la estepa, donde el día es trabajo y caminatas, y las noches, junto al fuego, se enmarcan en otro tiempo, más recóndito y de piel y cuerpos entrelazándose. Con especial cuidado con el sonido del relato, dejando el ambiental como forma única, real y cotidiana de aquello que va sucediendo, arrastrando al espectador a ese vaivén de luces y sonidos que alimentan cada instante de la película, haciéndola única, necesaria, sencilla y apabullante. Como viene siendo habitual en su cine, Quan’an vuelve a contar con intérpretes profesionales mezclados con personas de la zona que interpretan roles, creando ese vínculo esencial y vital para la construcción del relato, donde emerge la composición fascinante y conmovedora de Dulamjav Enkhtaivan como esa pastora valiente, generosa y trabajadora, que se enfrenta a todas las circunstancias con una entereza elogiable, capaz de todo y con todos, Gangtemuer Arild como ese Jefe de Policía en las puertas del retiro, con su forma particular de trabajar y hablar, Norovsambuu como el policía joven, conociendo el amor, el sexo, la pérdida y la vida en toda su plenitud y oscuridad, y finalmente, Aorigeletu el pastor amante de la pastora, un tipo que cabalga con su moto por la estepa, solitario y sencillo.

El director chino ha construido un relato humanista, sobre la Mongolia rural y actual, sobre los deseos y las ilusiones de tantos que batallan en paisajes tan agrestes y difíciles, donde lo humano y lo salvaje se mezclan y funden. Un relato que  nos lleva de la mano acariciándonos nuestros sentidos y nuestra forma de observar la estepa y sus moradores, en este impresionante retrato sobre los ciclos de la vida, situándonos en el centro de la acción, siendo espectadores privilegiados en los que asistimos a la vida, al amor y la muerte, donde el proceso nunca termina, donde todo se mezcla, se funde con el paisaje, y todo parece obedecer unas leyes naturales donde vida y muerte es uno solo, haciendo gala de un sentido del humor crítico y cínico, donde cada personaje, según sus vivencias toma un partido u otro. La pastora a la que llaman “Dinosaurio”, y ese huevo que hace referencia al título, nos muestra que a veces la vida nos condiciona y nos va llevando al lugar que debemos estar, en un acto de generosidad y valentía, en el que nosotros debemos dejarnos llevar y no resistirnos a lo que sentimos y sobre todo, no sentir miedo por lo que vendrá, porque seguro que cuando sea no será ni mucho menos como lo habíamos imaginado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La inocencia, de Lucía Alemany

EL ÚLTIMO VERANO DE LIS.

“No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo”

Mario Benedetti

La inagotable cantera cinematográfica de la escuela de cine Escac sigue dando sus inmejorables frutos y alumbra una nueva mirada que se llama Lucía Alemany (Traiguera, Castellón, 1985) que ya habíamos conocido hace cuatro años cuando presentó su cortometraje 14 años y un día, en el que plasmaba las disputas de Arantxa, una niña de 14 años que se enfrentaba a la tiranía paterna, íntegramente filmado en su pueblo natal. Para su puesta de largo ha vuelto a su pueblo para filmar a otra niña, en este caso Lis, quinceañera, en mitad de otra tesitura emocional que también la llevará a enfrentarse a sus padres, por su deseo de ser artista de circo, a su pueblo y su particular pelea por su vida. Alemany escribe junto a Laia Soler Aragonès, compañera de la Escac, un guión que arranca con el final de las fiestas patronales del pueblo, con las verbenas de pasodobles, “bous al carrer”, procesiones y los fuegos artificiales como fin de fiesta, o lo que es lo mismo, el final del verano, el final de ese espacio y estado emocional de despreocupación, libertad, amigas y fiesta.

Empieza el otoño y también, las clases y las obligaciones, pero Lis, que encuentra en Néstor, un novio de verano, una forma de huida ante la opresión del ambiente de pueblo cerrado y crítico con cualquier actitud diferente, pero lo que parece una tabla de salvación derivará a un embarazo no deseado, y unas responsabilidades que suponen una hecatombe en la vida de Lis, que perdida y temerosa por la respuesta paterna, encontrará refugio en la complicidad de su inseparable amiga Sara, y la madre de esta, Remedios, dedicada a la sanación emocional y espiritual, que la escucharán y sobre todo, le ofrecerán una mirada amiga y protectora. Alemany coloca su cámara a la altura de la mirada de su protagonista, con la que a través de ella, nos mostrará ese pueblo anclado en lo arcaico y la tradición, un lugar poco tolerante con las ideas diferentes, encerrado en sí mismo y sus quehaceres cotidianos, como veremos con la actitud paterna, la de sus amigos o vecinas del lugar, más interesadas en las vidas ajenas que en las propias.

Lis es alguien ajeno a la dinámica del pueblo, metida en su mundo, muy suya,  alejada de las actitudes de sus amistades y crítica con lo que se cuece ahí. Un espíritu libre y valiente, alguien que ya en el arranque de la película deja clara quién es y a qué se enfrenta, cuando se lanza a la piscina y mientras va buceando, tiene que ir sorteando a otras personas y obstáculos para seguir avanzando, la secuencia que mejor define el espíritu que recorre la propuesta de Alemany, la de esa inocencia interrumpida de golpe,  de volverse mayor de un día para otro, de ese verano que ya no volverá, que será el último de muchos, del final de la infancia y el comienzo de algo que empieza a vislumbrar sus garras, ese mundo de los adultos donde los actos y actitudes devienen responsabilidades que hay que enfrentar y asumir como propias. La directora castellonense construye una película ligera e íntima, colocando a Lis en el centro del conflicto dramático del relato, convirtiéndose en el origen y final de todo lo que sucede en la película, ese cambio de niña a mujer, o lo que es lo mismo, ese tránsito en empezar a ser quién quiere ser y pelear con todas sus fuerzas para conseguir la mujer con la que sueña, acarreando los conflictos que se vayan presentando.

Alemany reúne en este viaje a compañeros de escuela como la citada Soler Aragonès y Joan Bordera en la cinematografía, con esa luz mediterránea y cálida para atraparnos con sutileza en el cisma emocional que sufre Lis, y al preciso y sobrio montaje de Juliana Montañés, fraguada en la Ecam, editora de Carlos Marques-Marcet, consiguen una forma brillante y luminosa donde el pueblo de Traiguera se convierte en un personaje más, por su atmósfera abierta y cercana y a la vez, cerrada y maldiciente. La magnífica terna de intérpretes experimentados como Laia Marull, haciendo de esa madre protectora, pero también, sumisa con la autoridad paterna, Sergi López, como padre trabajador y señor de la casa, mostrándose muy intolerante con su hija a la que todavía trata como una niña desamparada, y Sonia Almarcha, la madre de Sara, la mejor amiga de Lis, interpreta a esa mujer diferente, el contrapunto de la actitud de los padres de Lis, la “bruja” según los habitantes del pueblo, alguien especial y con ideas muy abiertas sobre el amor, el sexo y la vida.

Y los intérpretes jóvenes, debutantes muchos de ellos, casan a la perfección junto a los adultos, con una magnífica y apabullante Carmen Arrufat que da vida a Lis, una niña-adolescente rebelde, libre y con deseos de volar y salir del pueblo para enfrentarse a su vida y a su sueño, con Joel Bosqued como Néstor, el típico chulito de pueblo, que pasa droga y se siente el rey del mambo, dando réplica a Lis, que empieza siendo la válvula de escape que necesita la chica para luego ser un problema en su vida, con Estelle Orient, que ya estuvo en 14 años y un día, interpretando a Sara, la íntima amiga de Lis, algo así como un espejo en el que se refleja Lis, un apoyo incondicional por su rareza y su falta de encaje en el sentir del pueblo, y las otras amigas, Laura Fernández y Rocío Moreno, que son Rocío y la Patri, con las que tropiezan las anteriores por sus diferencias de actitud y deseos. Alemany ha creado una película muy cercana y libre, sin ataduras, en la que basándose en experiencias reales sitúa a una niña que se enfrenta al final del verano más difícil de su corta existencia, en el que deberá enfrentarse a todo aquello que quiere ser, tanto por ese embarazo inesperado, a sus sentimientos, a su vida y a su sueño, pase lo que pase, y peleando por todo aquello que siente y quiere. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fortuna, de Germinal Roaux

LAS RAZONES DEL CORAZÓN.

“El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, mas no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu”

Evangelio de Juan, 3:8.

La joven Marie y el burro Baltasar están sometidos al maltrato y la violencia de sus dueños. Solo en la intimidad de su fiel amistad encontrarán el consuelo y el amor que se les niega como nos explicaba Bresson en su magnífica Al azar de Baltasar. Algo parecido le ocurre a Fortuna, una niña etíope de 14 años, sola y reservada, que vive refugiada en un monasterio y sin más cariño que la de su fiel burra Campanita. El segundo trabajo de Germinal Roaux (Laussane, Suiza, 1975) sigue la línea del encuentro con lo real que expone en su filmografía, abordando temas sociales como la discapacidad intelectual, las jóvenes que ejercen la prostitución para comprarse una vida lujosa, o la inmigración como en el caso de Fortuna. El relato nos sitúa en un lugar aislado rodeado de montañas, durante un gélido invierno en el que la nieve lo cubre todo. Un espacio peculiar, el de un monasterio que debido al desbordamiento de inmigrantes, sirve como refugio para muchos de ellos, donde asistiremos a la difícil convivencia entre una comunidad eclesiástica católica, dedicada al recogimiento espiritual y al silencio, frente a su labor cristiana de dar cobijo al necesitado.

En mitad de todo ello, la película se centra en la mirada y el gesto de Fortuna, una niña inmigrante que está sola y sin más futuro que su cotidianidad, que encuentra amor en los animales que cuida diariamente. Aunque toda esa aparente existencia cambiará cuando la niña descubre su embarazo y se lo comunica al padre, Kabir, un joven mucho mayor que ella, refugiado como ella, que le insta a abortar. La circunstancia aún la dejará más sola y abandonada, y entregada a un futuro mucho más incierto, debido a su estado y las presiones de la burocracia por deshacerse de la criatura que espera. Roaux compone una intimista y sensible fábula, extraordinariamente filmada con ese cuadro de 4:3 y la excelsa imagen con el preciosismo del blanco y negro, obra del cinematógrafo Colin Lévèque. Una obra muy cercana, de piel, casi sin diálogos, apostando fuertemente por las miradas y los gestos de sus personajes, para hablarnos de la tragedia de la inmigración, en su conjunto y en la intimidad de los menores no acompañados, de la dificultad por parte del estado de gestionar conflictos de gran calado humano.

El tema candente que plantea la película es la complejidad que existe entre los diferentes puntos de vista de los monjes que, si bien desean ayudar a los inmigrantes, por otro lado, ven alterados su fe y descanso debido a esas circunstancias, una situación que nos recuerda a la vivida por aquellos monjes de De dioses y hombres, de Xavier Beauvois, que se veían envueltos en una guerra y la indecisión de abandonar su monasterio, su intervención o continuar con su fe. El conflicto entre la fe espiritual y el deber como cristiano que sufren los monjes tiene su zenit en la maravillosa y reflexiva conversación del padre prior, protagonizado por un sobrio Bruno Ganz (en su último personaje para el cine antes de su fallecimiento) con el responsable social de ofrecer una salida a los inmigrantes, donde se habla profundamente sobre el deber de un verdadero cristiano y sobre la dificultad de hacer el bien, considerando que ese “bien” no siempre es lo mejor para las personas implicadas, como ya planteaba Buñuel en su extraordinaria Nazarín, donde un cura humilde recorría México ofreciendo ayuda y haciendo el “bien”, actitud que le generaba multitud de conflictos.

El cineasta suizo nos habla desde lo más profundo del alma de sus criaturas, llenas de conflictos internos, crisis de fe e identidad, y abrumados por todo esa humanidad de inmigrantes con ilusiones, deseos y frustraciones. La película trata todos estos elementos con honestidad y transparencia, mirando la inmigración con toda su complejidad desde el drama personal, la soledad de los más vulnerables y las situaciones de abandono que muchos reciben, y también, hace hincapié en la inoperante burocracia que mide todos los casos de igual manera, sin detenerse en las necesidades reales de cada caso. Fortuna es un relato de pocos personajes y pocos diálogos, que constantemente interpela a los espectadores, sumergiéndolos en una historia sencilla en apariencia y compleja en su contenido, en la que el centro de todo recae en la dificultad y necesidad de una niña que se siente atrapada, sola y desamparada en un mundo de adultos demasiado enquistado en sus leyes y estructuras, que frecuentemente olvidan el lado humano de las personas que tienen delante.

Roaux cuenta con un reparto que resulta muy natural y convincente, empezando por la niña Kioist Siyum Beza que interpreta a Fortuna, expresándolo todo con ese rostro, todavía de niña pero con signos de juventud prematura, de una niña que tendrá que crecer de golpe por todo lo que se le viene encima, con esa inocencia quebrada y mutilada. Frente a ella, Kabir, al  que da vida Assefa Zerihun Gudeta, un tipo vivo y egoísta que se aprovecha de quién sea para sobrevivir en un espacio donde la policía puede presentarse en cualquier momento. Con las estupendas presencias del citado Bruno Ganz, y Patrick D’Assumçao, siempre perfectos en sus roles, como ya demostró en El desconocido del lago o La muerte de Luis XIV. El director suizo cuenta su relato desde la mirada de Fortuna, de esa niña que se desenvuelve en ese espacio como si no le perteneciese, en el que se siente rechazada,  en constante huida, buscando su lugar en el mundo, ese lugar apacible y acogedor donde recoger miradas de cariño y ternura, como las que tiene con su inseparable Campanita, como les ocurría a Marie y Baltasar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carlos Marques-Marcet

Entrevista a Carlos Marques-Marcet, director de la película “Los días que vendrán”, en el Soho House en Barcelona, el martes 25 de junio de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carlos Marques-Marcet, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Paula Álvarez de Avalon, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Entrevista a David Verdaguer y María Rodríguez Soto

Entrevista a David Verdaguer y María Rodríguez Soto, intérpretes de la película “Los días que vendrán”, de Carlos Marques-Marcet, en el Soho House en Barcelona, el martes 25 de junio de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Verdaguer y María Rodríguez Soto, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Paula Álvarez de Avalon, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

El blues de Beale Street, de Barry Jenkins

CONFÍA EN EL AMOR.

“No puede cambiarse todo aquello a lo que te enfrentas, pero nada puede ser cambiado hasta que te enfrentas a ello”

James Baldwin

“Beale Street” es una calle de Memphis (Tennessee) cuna de la música negra, aunque James Baldwin (1924-1987) la localiza en su novela If Beale Street could talk, en una calle del Harlem de los años setenta, un espacio que podría ser cualquier calle del país, una calle donde viven afroamericanos, una calle donde la vida se evapora a cada segundo, donde las oportunidades de prosperar son demasiado ínfimas. Baldwin fue un reputado escritor, su novela inacabada Remember This House, fue llevada al cine por Raoul Peck en el 2016, en el documental I Am Not Your Negro, donde también se hablaba de la vida intensa en los 60 como activista de los derechos civiles de Baldwin. Barry Jenkins (Miami, EE.UU., 1979) que consiguió un gran éxito de crítica y público con su segundo trabajo Moonlight (2016) en la que recogía partes de su vida para retratar tres instantes en la existencia de un joven de Miami. Su tono intimista y humanista, acompañado de unas interpretaciones muy sobrias, le convirtieron en uno de los cineastas más prometedores del actual panorama estadounidense, que validó su primer trabajo Medicine for Melancholy (2008) una película romántica sobre dos jóvenes enamorados en Los Ángeles, filmada con escaso presupuesto.

Ahora, Jenkins se enfrenta al texto de Baldwin, un libro escrito en 1974 en el retiro francés del escritor afroamericano, construyendo una historia que continua su tono conciso e intimista, centrándose en una joven pareja enamorada del Harlem de los 70, Tish, ella de 19 años, y Fonny, el de 22, una historia de amor de verdad, apasionada, delicada y llena de dulzura, como demuestra el excelente arranque de la película, cuando vemos a la joven pareja adentrándose en un parque y bajando sus escaleras, mientras comparten esas miradas cómplices y tiernas, tan propias de la primera vez, de ese primer amor puro, natural y libre. Todo parece estar bien, a pesar de ser tan jóvenes, su amor los hace mejores, más libres y más seguros de sus vidas, a pesar de las dificultades. Aunque, todo se tuerce, todo cambia, y para mal, cuando una joven portorriqueña acusa de violación a Fonny y es encarcelado a la espera de juicio. Tish con la ayuda de su familia, removerá cielo y tierra para probar la inocencia de su amor.

Jenkins da la palabra y el relato a Tish, ya que a partir de su voz en off y sus pesquisas iremos descubriendo el relato, con continuos flashbacks, idas y venidas que nos irán llevando por sus primeros instantes de amor, su primera relación sexual, el embarazo de Tish cuando Fonny ya está en la cárcel, la relación con su familia y el encuentro de las dos familias, el reencuentro con el viejo amigo que acaba de salir de la cárcel, la imposible búsqueda de un apartamento en Green Village, y sobre todo, los prejuicios raciales, la falta de oportunidades vitales y laborales, y el estigma y el rechazo de los blancos hacia los afroamericanos. Pero todo se hace evidente sin serlo, mostrando la injustica sin caer en el panfleto, sino a través de estas dos vidas intimas y las de sus familias, reconstruyendo esa atmósfera de manera sutil, mostrando sin mostrar, dejando que los las circunstancias personales y sus deseos y (des) ilusiones nos lleven de la mano, agarrándonos fuerte o casi dejándonos ir, según el instante, ya que Jenkins nos lleva por ese Harlem pobre, vacío, dejado y triste, con las excelentes fotografías de DeCarava, que también retrató esa sensación de prisión en tu propio país, con la continua amenaza y falta de libertades, como algunas de las maravillosas melodías que escuchamos durante el metraje.

La excelente e intensa banda sonora de Nicolas Britell (que ya había trabajado con Jenkins en sus dos primeras películas) contribuye a crear esa atmósfera sucia, agobiante y romántica que tiene la película, que en algunos pasajes recuerda a la melancolía y potencia que tenía la compuesta por Bernard Herrmann para Taxi Driver, donde también mostraba la tristeza y la miseria del New York setentero. Y qué decir de la asombrosa y asfixiante luz de ese Harlem agridulce que nos muestra el camarógrafo James Laxton, como el preciso y calculado montaje obra del tándem Joi McMillon y Nat Sanders, todos ellos repitiendo en el universo de Jenkins. Un maravilloso reparto encabezado por la debutante Kiki Lane dando vida a esta heroína urbana y sencilla que es Tish, bien acompañada por Stephan James como Fonny, la elegancia y esas miradas de Regina King como la madre de Tish, con ese momentazo que tiene en Puerto Rico, y el resto del elenco, que interpretan con naturalidad y sentimentos sus diferentes roles, creando esas familias rotas pero resistentes frente a las adversidades injustas de una sociedad enferma y brutal contra aquellos que son diferentes.

El cineasta afroamericano ha tejido con paciencia y sensibilidad una cinta hermosísima en sus detalles y magnífica en su contenido, que nos invita a un viaje a nuestros sentidos, a través del amor de Tish y Fonny, a ese amor que alguna vez hemos vivido y nunca conseguiremos olvidar, pero también, a esa parte más dolorosa de la vida, cuando las cosas se tuercen, cuando la oscuridad y el mal se empeñan en hacernos las cosas más difíciles, en que la película se adentra en el cine negro o incluso de investigación, a contra reloj, ya que la vida de Fonny anda en el alambre, donde se nos habla de un mundo, que desgraciadamente continúa vigente en la actualidad, como desgraciadamente intuía Baldwin, donde los derechos de los más desfavorecidos siguen siendo pisoteados y anulados en el país que aire la bandera de la democracia y la libertad. Jenkins habla de la vida, del amor, de resistir frente a todos y todo, confiando en el amor, en nuestros sentimientos, y en apoyarse sin condición en aquellos que nos dan la vida, que nos sacuden el corazón y nos levantan el alma, porque un personaje como Tish que a sus 19 años, embarazada y sin su amor, se enfrenta a sí misma, a los prejuicios sociales, siempre con esa sonrisa que llena la pantalla y todo lo demás.

 

Entrevista a Juan Barrero

Entrevista a Juan Barrero, director de “La jungla interior”. El encuentro tuvo lugar el Miércoles 15 de octubre en Barcelona, en el vestíbulo del Cine Zumzeig.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Juan Barrero, por su tiempo y sabiduría, a Eva Herrero de MadAvenue,  por su generosidad y paciencia, y a Daniel Arrébola de apetececine.wordpress.com, que hizo de cámara, por su generosidad y complicidad.

 

La jungla interior, de Juan Barrero

La-jungla-interiorFilmar el otro

En El aficionado (1979), de Krzysztof Kieslowski, un empleado de fábrica adquiere una cámara de Super 8 con la intención de filmar a su mujer y a su hija recién nacida. Con el tiempo, graba todo lo que ocurre a su alrededor, aislándose de manera que sólo se relaciona con la realidad a través de su objetivo fílmico. Algo parecido le ocurre a Juan, el objeto-personaje del realizador Juan Barrero, salmantino de nacimiento, pero sevillano de adopción, que en su primer trabajo en el largometraje, se ha sumergido en su propia vida para contarnos un relato que evoca fantasmas, deseos, frustraciones e inquietudes personales. Un ejercicio inclasificable que a partir del documento real se adentra en su propio universo psicólogico y sus anhelos más profundos. Un viaje personal que se desarrolla en varios lugares sin seguir una estructura lineal, arranca en la casa familiar de Béjar -Salamanca-, donde Gala –personaje de Gala Pérez Iñesta, compañera del realizador-, se interesa por la vida de Enriqueta, una tía de Juan, que tuvo una relación homosexual clandestina. El realizador se adentra en lugares cerrados llenos de tiempo y polvo, fotografías en b/n, secretos perdidos y recuerdos sin memoria. Luego, se traslada a la jungla salvaje de Costa Rica, -imágenes que parecen extraídas de algún documental de Herzog-, donde Juan realiza una expedición científica, para continuar en Sevilla, donde tiene lugar el peso de la acción. El cine, y la cámara que lo registra, como objeto de pensamiento, un medio para enfrentarse a una realidad ajena, que lo ha aislado, lo ha convertido en otro, y utiliza el medio expresivo de la imagen para reflexionar sobre ella e intentar entenderla. Una película híbrido, entre el documento que nace y respira vida, y una ficción como vehículo para contarnos este maravilloso, fascinante y cruel juego de espejos, que se instala en la intimidad, que filma y acaricia el cuerpo de Gala, recorriendo cada parte de forma impulsiva y cercana, explorando cada pliegue de su piel, descifrándose como objeto de deseo y rechazo.  El objetivo captura un organismo con total impunidad, que va transformándose de tamaño y forma, sometido a los efectos del embarazo de la joven. Juan, a través de su cámara, filma los cambios profundos que se van desarrollando en ese cuerpo, que cambia y muta hacía otro. Dos personajes, el masculino que intenta comprender y aceptar su paternidad, que no quiere, y el femenino, que además de encontrar su propio refugio en la música, con su violín, vive su embarazo con la ilusión e incomodidades habituales, pero con el sueño de la maternidad. Dos cuerpos en tránsito que no acaban de encontrarse, ni encontrar su lugar. Diario filmado que nos habla de la vida capturada,  como los trabajos de Johan van der Keuken en Las vacaciones del cineasta  (1974), o las experiencias de Jonas Mekas, Naomi Kawase y Chantal Akerman, o el trabajo de Elías León Siminiani en Mapa (2012), entre muchas otras. Una película libre, cercana, sensorial, que juega a filmarse y a filmar el otro, que brilla en su tratamiento del sonido y la música (Bach, Mahler, Part…) un salto al vacío en toda regla, que invita al espectador a acercarse a este exorcismo intenso y profundo, que a través de su dispositivo doméstico sencillo y honesto, nos revela un cineasta con una mirada propia y brillante.