Entrevista a Víctor Matellano, director de la película “Mi adorado Monster”, en El Setenta-Nou – Tu tienda de cine en BCN, el jueves 17 de febrero de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Matellano, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Carmen Jiménez de Comunicación de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Demostrar que se puede ser a la vez un icono cultural de primer orden y el apóstol del trash”
(En referencia al cineasta John Waters)
Cine comercial, cine popular, cine industrial, cine de serie B español, cine de barrio, cine taquillero, cine de género o cine de explotación, solo son algunos de los calificativos que los expertos y aficionados han utilizado para denominar a un cine español que nació en los 60 y llegó hasta los 80. Un cine en el que cabía de todo: desde spaguettis western, las denominadas películas de acción donde había films de guerra, de aventuras y cosas por el estilo, cine de terror. Después, con la muerte del dictador, apareció el cine del destape, comedias donde las señoritas aparecían ligeras de ropa, y cine quinqui, donde se hablaba sin tapujos de sexo y drogas. Películas que gustaban al público, convirtiéndose algunas en fenómenos sociales del momento, con vocacion internacional e intérpretes foráneos de renombre mediante las famosas coproducciones que, además de sortear a la temible censura, exportaban el cine fuera de nuestras fronteras. Un cine que ayudó y de qué manera al despertar social, sexual y moderno de muchísimos espectadores, después del oscuro pozo de la dictadura, y que visto desde la distancia se ha convertido en una crónica social y cultural de aquella España franquista, por un lado, y por otro, en aquella otra España que empezaba a caminar en la reciente democracia.
Los directores españoles Paco Limón, que algunos recordarán por dirigir una cinta de terror Doctor Infierno (2007) y guionista de cómics, y Julio César Sánchez, periodista, realizador de televisión y productor asociado, juntan fuerzas para dirigir una película que no es solo un documento donde se hace una crónica sobre los hechos, las películas y las personas, sino que también, es una interesante reflexión de aquellas circunstancias desde la actualidad, con la ayuda de intérpretes y cineastas de antes y ahora, que no solo reivindican aquel cine con el que crecieron, sino que reivindican su autoría y su relevancia en la educación cinematográfica del público español. En la película escucharemos testimonios de gentes como Alex de la Iglesia, Nacho Vigalondo, los recientemente desparecidos Javier Aguirre, Álavaro de Luna y Jorge Grau, Eugenio Martín, Simón Andreu, Fernando Esteso, Lone Fleming, Emilio Linder, Enrique López Lavigne (uno de los productores del documental) Antonio Mayans , Esperanza Roy, Loreta Tovar, José Lifante, Fernando Guillén Cuervo o Mariano Ozores, entre muchos otros. Testigos de un tiempo donde el cine más popular gozaba de la atención del público, en el que algunos explicarán aquellas ilusiones de chaval disfrutando con estas películas, y los profesionales que las hicieron, los que están y los que no.
La película a pesar de la cantidad de testimonios e imágenes no resulta en absoluto extenuante, sino todo lo contrario, emociona, es vibrante, y reflexiona sobre aquel cine de género y el que se hace hoy en día, haciendo un recorrido, deteniéndose en todos y todo, a veces cronológico y otros no, donde se repasan entre muchos otros títulos inolvidables como Condenados a vivir, de Romero Marchent, El bueno, el feo y el malo, de Leone, El diputado, de Eloy de la Iglesia, No profanar el sueño de los muertos, de Jorge Grau, La noche del terror ciego, de Armando de Ossorio, Pánico en el Transiberiano, de Eugenio Martín, las películas de Chico Ibáñez Serrador, de Juan Piquer Simón, Carne apaleada, de Javier Aguirre, el cine de Paul Naschy, el de Jess Franco, el de Mariano Ozores, el de José A. de la Loma, o aquellas películas del destape con títulos imposibles donde prevalecía el humor del distribuidor. En la película también se hace mención del Videoclub, aquel lugar de barrio donde rebuscabas, recuperabas o descubrías películas que se acumulaban en aquellas estanterías, o preguntabas incesantemente por aquel título que ardías en deseo de ver.
Limón y Sánchez han construido una película con un grandísimo ritmo y energía, que combina a la perfección los testimonios, con cineastas actuales con aquellos profesionales que hicieron las películas, amén de los fragmentos de las películas de las que se hablaba, y ciertos aspectos de la historia del país muy significativos como los terribles problemas con la censura, donde el cine de terror gozaba de cierta libertad, siendo uno de los primeros en mostrar desnudos y demás, o el cine quinqui que mostró drogas, sexo o violencia, o indagó en temas de actualidad invisibles hasta entonces, y las relaciones con los intérpretes y profesionales extranjeros, y un sinfín de anécdotas que hacen de Sesión salvaje, uno de los grandes documentos no solo del cine más popular o comercial, sino una oda extraordinaria al cine en general, un grandioso a todos aquellos profesionales que hicieron este cine, y sobre todo, y esto es lo que eleva la película y su contenido, es la reivindicación sincera y veraz de muchos títulos denostados por muchos profesionales en su tiempo por el simple hecho de convertirse en taquilleros, o recibir durísimas críticas por desplazarse del cine de autor, muy duro con el franquismo, y de encaminarse por un cine de desahogo que a la postre muchas películas realizan una crítica igual o más que muchas películas, del franquismo y el sentir de los españoles de entonces. Limón y Sánchez consiguen hacer disfrutar al respetable con la película, en este viaje en el tiempo que evoca aquel cine y aquel tiempo, sino que lo recoloca en la actualidad, su legado en muchos profesionales de ahora, y sobre todo, en todas las virtudes, carencias y formas en las que se hizo y queda. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Teresa Font, montadora de Terry Gilliam, Pedro Almodóvar, Vicente Aranda, entre otros, con motivo del ciclo dedicado a Terry Gilliam “Un visionari quixotesc”, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el martes 12 de marzo de 2019.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Teresa Font, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de Comunicación Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
Erase una vez, en los alrededores de la primera guerra Carlista, allá por el año de 1841 de nuestro señor, en una aldea en el corazón de tierras vascas, oscuras y recónditas, que vivía Patxi, un herrero solitario, agazapado en una casa convertida en fortaleza, donde según cuentan los aldeanos, el tipo en cuestión perpetraba tratos con el maligno y se encontraba consumido por una extraña leyenda negra que se cernía sobre aquel lugar apartado de todos en mitad del bosque. Pero, un día, una niña llamada Usue, de condición huérfana, llegó hasta el lugar y conoció al oscuro herrero, y sus malignas actividades. La puesta de largo de Paul Urkijo Alijo (Vitoria-Gasteiz, 1984) se enmarca en el género fantástico y terror con dosis de humor negro, como venía haciendo hasta ahora en sus prolíficos y galardonados cortometrajes. Para su debut, Urkijo Alijo se inspira en un antiguo cuento infantil Patxi Errementari, en el que se cuenta los problemas de algunos demonios en capturar almas humanas, en un guión por el mismo director y la colaboración de Asier Guerricaechevarría. Su película, apoyada en una excelente fotografía de Gorka Gómez Andreu (habitual en sus cortos) que recoge esa atmósfera turbia y siniestra que se palpaba pro aquellos tiempos de guerras entre la razón y la tradición, y el cuidadísimo y brutal trabajo artístico obra de Izaskun Urkijo, en el que el contraste del pueblo, casi minimalista, choca con la casa del herrero (que parece sacada directamente de La matanza de Texas) llena de objetos, cachivaches y enseres de todo tipo, que se asemeja al mismísimo infierno o algo parecido.
El cineasta vasco nos conduce por una fábula en el que nos presenta un pueblo sumido en la tradición y el oscurantismo, donde cualquier vecino extraño ya era devoto del diablo, en el que conoceremos a una niña desamparada, que rechaza a su madre adoptiva y encuentra calor en el herrero, ese ser solitario y rasgado por un pasado horrible, que lidia con un demonio estúpido que es incapaz de hacer su trabajo de recoger almas desdichadas. Urkijo Alijo bebe de innumerables fuentes que van desde la literatura romántica y gótica de Poe o Lovecraft, la tradición oral vasca con sus mitos y leyendas, el cine fantástico de serie B con sus monstruos y bestias, las películas de la Hammer, y el cine dorado de la Universal en los años 30, muchas inspiraciones para crear una película que rezuma valentía y audacia, donde seguimos una trama interesante de investigación criminal con el personaje del comisario Alfredo (excelente la composición de Ramón Aguirre, que recuerda al desaparecido Álex Angulo) el contexto social y represor con la religión como pastor del rebaño, la consumación como ciertas leyendas alimentadas por los habitantes del pueblo, y la parte del herrero, que aunque no sean ciertas todas las habladurías que se dicen de él, algo hay, y la película lo irá descubriendo con el personaje de la niña.
La trama avanza con determinación e intriga, creando esa atmósfera siniestra y maléfica que rodea toda la existencia del herrero maldito, y consigue crearnos ese profundo halo misterioso y fantástico del relato, y se mueve con cierta brillantez pasando del género fantástico al humor negro y absurdo con la aparición del demonio enjaulado. Una cinta con un grandísimo esfuerzo de producción y de diseño, en el que las piezas van encajando con soltura y fuerza, en que la estupenda elección de utilizar el idioma euskera antiguo hablado en Álava, como se hacía en los tiempos donde está situada la trama, le da un empaque fabuloso, en la que sus personajes con esa rudeza propia de esas latitudes dota al relato de sinceridad, sumergiéndonos a aquel tiempo de manera brillante y misteriosa. Un buen plantel de intérpretes capitaneados por el siempre perfecto Kandido Uranga como el solitario herrero, con la maravillosa composición de Uma Bracaglia dando vida a la desamparada Usue, Eneko Sagardoy (enfundándose en la piel del demonio bobo) y el ramillete de secundarios como Josean Bengoetxea, José Ramón Argoitia o Itiziar Ituño, entre otros, consiguen con autenticidad llevarnos a ese tiempo, con sus cuentos oscuros y terroríficos.
La desmesura formal y de contenido de la representación del infierno en su tramo final, quizás se aparten de la contención y sobriedad que emana casi toda la película (recordándonos a la parte final de Las brujas de Zugarramurdi, de Alex de la Iglesia, padrino de Urkijo, con él que trabajó en la serie Plutón BRB Nero), pero no desmerece en absoluto el resto de la película. Sin olvidarnos de la cálida y brillante banda sonora de Pascal Gaigne, un habitual en el útlimo cine venidod e tierras vascas. La buenísima salud del cine vasco hablado en euskera con títulos como Loreak, Handia o Amama, vuelve a maravillarnos con la película de Urkijo Alijo, que ha construido una película valiente, honesta y llena de tramas y vericuetos que van despedazando este cuento en el que nada es lo que parece, en la que los demonios malignos tienen su kriptonita particular y se puede vencerlos o al menos amilanarlos, en una trama de seres solitarios que no encajan con ese mundo de rezos y miseria moral, que se encontrarán y harán lo posible para vencer ese entorno oscuro y maligno que se cierne sobre ellos.
La ciencia explica que la “Luna roja” o “Luna de sangre” solo se pude ver cuando se produce un eclipse lunar. Un extraordinario fenómeno donde la Luna se coloca justo detrás de la Tierra, quedando oculta del sol. Entonces, la luz solar se proyecta sobre la Tierra, que dispersa la luz azul y verde pero deja pasar la roja por la atmósfera, llegando hasta la Luna, que refleja esa tonalidad. En esa noche, no una cualquiera, en una muy especial, con esa luna omnipresente que dicen que afecta las personas, se van a desencadenar los hechos que nos cuenta la película número 14 de la filmografía de Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) en la que adapta, con su habitual guionista Jorge Guerricaechevarría, como hiciera en 1997 con Perdita Durango y en el 2008 con Los crímenes de Oxford, pero en este caso no se trata de una novela, sino de una película, Perfetti soconosciutti (2016, Paolo Genovese) exitosa cinta italiana que nos habla de siete amigos que se reúnen una noche para cenar y juegan a un inocente y perverso juego que traerá consecuencias imprevisibles y dramáticas. Se trata de que todos coloquen sus móviles en media de la mesa y cada vez que reciban una llamada o mensaje, todos lo tienen que leer en voz alta.
Bajo este decorado, De la Iglesia encierra a sus comensales, amigos todos ellos, en una de esos pisos con conserje, de diseño y alto standing, con una amplia terraza que ofrece unas vistas magníficas de la ciudad. El cineasta vasco le interesa escoger a sus personajes e introducirles en un espacio acotado en el que todos ellos deberán relacionarse, no siempre de la manera más humana, y en muchas ocasiones, generando conflictos terribles que los llevan a utilizar la violencia para conseguir sus fines, que no suelen ser poca cosa. Estamos ante una comedia negra, que como suele ocurrir en las de calidad, aparentemente todos son felices y dichosos, pero solo en apariencia, como demostrará la película a medida que avanza. Nos presenta a unos personajes, tres parejas para ser más exactos, los hay que rivalizan entre ellos y se esconden ciertos conflictos, los otros disputan porque la suegra vive con ellos y se ha creado un cisma doméstico, y los últimos, un añito de casados y deseos de ser padres, lo hacen a todas horas y parecen “mega” enamorados. Y por último, el séptimo pasajero, el amigo que presentará a su nueva pareja, y que no tiene trabajo.
Siete almas que dialogan y comen distendidamente hasta que arranca el juego y reciben el primer mensaje, que claro está, no deja contentos a los implicados. La velada transcurre de sobresalto en sobresalto y cada vez las informaciones que van leyendo son más sucias y terribles, desencadenado los conflictos entre las parejas, donde se destapan demasiados secretos. De la Iglesia conduce con maestría la dosis de comedia ligera que va transformándose en comedia negra no, negrísima, en el que las miradas indiscretas y de enfado pasan a la violencia verbal, luego a algunos golpes de frustración, cuchillos clavados en la mesa con rabia, gritos de reproche e inocencia, correrías entre unos y otros, y desesperación, y sobre todo, las consecuencias terribles de destapar la verdad, cuando el castillo de naipes, impoluto y amable, construido en sus vidas matrimoniales se ve bruscamente caído, porque solo estaba sujeto a los hilos de la comodidad y la rutina. Un buen plantel de intérpretes que se mueve con soltura y gracia en ese macabro juego de identidades, deseos ocultos y frustraciones enquistadas, donde todos desean algo que deben de ocultar por miedo a perder aquello que no les hace sentir bien.
La película provoca la risa, mucha risa, y las situaciones comprometidas, con una trama que busca y consigue esa complicidad con los espectadores cuando conocemos algo que algunos personajes desconocen, y eso nos genera la tensión habitual en estos casos. El realizador vasco ha construido una película para descojonarse de unos pobres diablos que podríamos ser nosotros, cada uno de nosotros, con nuestros móviles donde no sólo nos sirve para comunicarnos, sino para guardar nuestros secretos, y también, nuestras vergüenzas o aquello que no queremos que los demás, ni incluso esa persona que convive con nosotros, sepa de nuestra vida, una vida o miles que se oculta en el móvil, el aparatito de nuestro tiempo, en nuestro baúl de los secretos, de mentiras, y de muchísima más, de algo que se convertido en nuestro fiel aliado, aunque ya sabemos que puede ocurrir si cae en manos ajenas y equivocadas, como nos retrata la película en estos amigos de toda la vida, que acaban convirtiéndose o fingían no darse cuenta, que cada uno de ellos, no solamente interpreta un papel para los demás, sino que, en el fondo, le cuesta saber quién es realmente, sólo el móvil y lo que esconde en él, pude descifrar su vida y todo lo que es, su vida, qué hace, a quién ve.
Una mañana cualquiera en un bar céntrico de un barrio cualquiera. La parroquia que transita el lugar es muy variopinta: Amparo, la dueña, sesentona, lenguaraz y de mucho carácter, Satur, el segundo de abordo, obediente y callado, un ex policía desconfiado y en estado de alerta, un tipo extraño con pinta de ejecutivo que agarra su maletín como si fuera su única posesión, un hipster eganchao a internet y encerrado en su mundo, El “Israel”, un vagabundo alcohólico que grita proclamas de la biblia y nunca paga en el bar, La Trini, una alcohólica enganchá a la tragaperras, sola y amargada, y finalmente, la última clienta que irrumpe en el bar, Elena, una pija que tiene una cita y se ha quedado sin batería. Todo transcurre como cada mañana a esa misma hora, con alguna mirada, reproche o gesto de más o de menos, según se mire. De repente, uno de los clientes que sale del bar, es alcanzado por un disparo que lo deja seco, el barrendero que sale auxiliarlo, encuentra el mismo destino.
La película número 13 de Alex de la Iglesia (Bilbao, 1965) arranca de manera brutal y acojonante, mostrándonos una serie de personajes que nada tienen que ver entre sí, y acaban todos encerrados, sin poder salir, de un bar grasiento con olor a rancio. El director vasco hace un recorrido por cada uno de ellos, sacando a relucir todas sus miserias y exponiéndolas ante los demás, sacando el jugo a cada uno de ellos, moviendo a todos ellos de forma ejemplar por un único decorado, en una ágil y enérgica puesta en escena que nos mantiene atentos a la pantalla, consiguiendo que recordemos al mejor Berlanga, en sus magistrales secuencias llenas de gente a las que les pasaba de todo. Después de este arranque más propio de una película de suspense, al mejor estilo de The Twilight zone, con ese aroma de todos son culpables del mejor Hitchcock, la película se adentra en terreno pantanoso, donde cada uno de los personajes desconfía del otro, y más cuando, a fuera, la policía retira los cadáveres y la plaza ha quedado completamente desierta. Todo el ambiente se vuelve cargado, irrespirable, tenso e irrespirable, De la Iglesia combina la comedia negra con el mejor terror, manteniendo un ritmo imparable, que se irá agudizando a medida que vayan pasando las horas y siga creciendo la tensión entre los distintos parroquianos, todo hace dudar y desconfiar, un objeto, una bolsa, todo.
De la Iglesia es un cineasta de mundos absurdos, hostiles y decadentes, sus personajes se mueven por la codicia y la avaricia, mienten y matan, llegados el caso, con el propósito de conseguir sus objetivos, que suelen ser económicos, y en otros casos, son motivados por el ascenso social, unos seres pobres de espíritu, y otros, pobres diablos, que pretenden conseguir aquello que se les niega o simplemente, se les arrebata injustamente, aunque montaran la de Dios, cueste lo que cueste, y se lleven por delante a quién sea, por llegar a sus objetivos, algunos justos, otros miserables, nada más que eso. Esta es una película coral, como lo eran La comunidad (aquellos vecinos que andaban como locos por atrapar el dinero del muerto que casualmente había cogido una que pasaba por allí), 800 balas (un viejo actor de los westerns fingiendo ser lo que no es y huyendo de un pasado familiar tortuoso) Las brujas de Zugarramurdi (donde dos quinquis llegaban al pueblo de las brujas y se metían en la boca del lobo) o Mi gran noche (en el que una eterna fiesta de fin de año acababa en un cruce de mentiras, venganza y algo de amor), y también como ocurre en los títulos de terror claustrofóbico habrán sorpresas inesperadas, y sus inquilinos se irán reduciendo notablemente, debido a las envidias, la tensión y sobre todo, el miedo, esa cosa amarga y poderosa que sale a relucir de forma devastadora en los momentos de crisis.
A medida que avanza la trama, el interés va sufriendo algún altibajo, y más, cuando se nos descubre el pastel, que les ha ocurrido a los que mataron, sobre todo, por algo que también se encuentra en otras películas del director, la acumulación de golpes de efecto en el último tercio que deslucen el ritmo endiablado impuesto), tiene algunos momentos memorable, cuando la película se mueve por ese mundo oscuro, siniestro y demoledor que tanto le gusta a De la Iglesia, como sucedía en sus mejores títulos como El día de la bestia (un cura algo pirado, un excéntrico presentador de televisión y un heavy tirao luchaban ferozmente contra el anticristo) Muertos de risa (dos humoristas que se odian a muerte desde la España franquista de los 70 hasta finales de los 90 con todo ese país en ebullición aparentemente) Crimen ferpecto (un enterao y don juan arribista que encuentra la horma de su zapato) o Balada triste de trompeta (dos payasos en la década de los 70 que rivalizan encarnizadamente por la fama y por una mujer, quizás la película que mejor define el espíritu que atraviesa las películas de De la Iglesia).
El bar contiene lo mejor de su director, ambientes malsanos y deprimentes, poblado de seres miserables, que se mueven en un mundo superficial, sucio y lleno de maldades, donde todo huele a podrido, y nada ni nadie podrá tener algún tipo de esperanza, en el que la violencia acaba siendo el único camino para sobrevivir de uno mismo y de los demás, en el que el buen plantel de intérpretes entre los que destacan algunos de sus habituales, Mario Casas, Terele Pávez, Secun de la Rosa o Jaime Ordoñez, con las grandísimas aportaciones de los siempre perfectos Joaquín Climent y Carmen Machi, y la buenísima aparición de Blanca Suárez. Todos, en mayor o menor media, destacan en sus roles, unos personajes que lentamente irán descendiendo a sus infiernos personales y adentrándose en las cloacas de un mundo que se cae en pedazos en medio de una crisis (es clara la lectura política que construye el cineasta vasco) en una cinta que juega con el thriller oscuro y de pesadilla, con el aroma del mejor esperpento y comedia negra (elementos característicos que estructuran todo el cine de De la Iglesia) de esa que te hace reír, claro está, pero también daña, por lo que cuenta, y sobre todo, por cómo te lo cuentan.
El arranque de la película con la entrada de unos alumnos en una aula, en cámara lenta, con el acompañamiento musical de The Young Person’s Guide to the Orchestra, de Benjamin Britten, ya nos pone en guardia, y es todo un augurio de por donde irán los tiros. Zoe Berriatúa (Madrid, 1978), actor de dilatada carrera que arrancó en 1996 con África, del siempre interesante y audaz Alfonso Ungría, y prolífico cortometrajista en los últimos años, hace su debut con una película producida por Alex De la Iglesia, que gustó en su paso por el Festival de Málaga.
La cinta se centra en tres adolescentes que sienten como su primer día de instituto se les asigna los roles de inadaptados o raros, como ustedes gusten. A partir de ese momento, sus compañeros de clase, les dedicarán todo tipo de insultos, vejaciones y demás maltratos, y ultrajes. Pero, esos no se quedarán impávidos antes tantas humillaciones, y después de hacerse colegas, planearán su venganza. Poco a poco, se van introduciendo en una espiral que la maldad se convierte en su modus vivendi, en su forma de protesta ante ese mundo cruel que se ha declarado en guerra contra ellos. El mundo les pertenece, su guarida la encuentran en una casa abandonada rodeada de maleza, allí disfrutan y sonríen con sus botines, alcohol y drogas, y demás objetos que roban impunemente. También, allí descubren el sexo, una relación ménage à trois que ataca con más violencia a la violencia imperante en la sociedad. Pero la cosa se deteriora y donde la violencia era divertida y cojonuda, genera una violencia en su contra, el trío se resquebraja y se distancian. Berriatúa se viste de largo en una película compleja, que mira de frente a los temas que trata, de forma honesta y sincera, y escarba en esa violencia sin sentido que está tan aceptada en la sociedad, del acoso escolar de cada día, de unos adolescentes que huyen de sí mismos, de los que les hacen daño, sean padres o compañeros de clase, de seres que no saben ni pueden encontrar el lugar que le corresponde.
Una cinta que maneja temas especialmente delicados, que los trata de frente, sin quitarles la cara, que combina, de forma interesante, el drama íntimo con el degradado entorno social de muchos institutos y barrios. Una obra que en ocasiones raya a gran altura, dejándose de complejos y pequeñeces. Aunque su segundo tramo, cuando el mal y la perversión se instala en este grupo, es cuando la película alcanza su mayor dulzura, porque los tres protagonistas ya no saben quién es quién y más aún, no saben quiénes son ellos mismos, y dudan de los otros y les tienen miedo. Una de sus grandes bazas es el trío de jóvenes actores que dan vida a estas almas que se enfrentan a todos y a ellos mismos, Jorge Clemente, nos brinda con el personaje más terrible y sumamente complicado, perdido y amenazado en conflicto perpetúo contra la sociedad de la que se siente atacado, Emilio Palacios, el amigo que comprende e intenta salvar a su desgraciado amigo, y por último, Beatriz Medina, la chica con pintas de macho, que equilibra esta balanza diseñada para hacer daño, y hacerse daño.