LIBROS Y LIBREROS DE TODA LA VIDA.
“De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”
Jorge Luis Borges
En la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, de Jean-Jacques Annaud, basada en la novela anónima de Umberto Eco, Fray Guillermo de Baskerville, el sabio y maduro franciscano, se apresuraba a salvar cuántos libros pudiese bajo las llamas que devoraban la laberíntica biblioteca. Muchas de las personas que aparecen en la película Libreros de Nueva York, del director estadounidense D. W. Young, harían lo mismo si hubieran estado en la situación del clérigo, porque The Booksellers, en su título original, nos hace un grandioso y exhaustivo recorrido por el apasionante mundo de los libros impresos y las personas que los aman, y lo hace de una forma directa, pulcra y elegante, paseándose por un sinfín de librerías, algunas a través del archivo fotográfico, ya que dejaron de existir, y otras, las pocas supervivientes, que todavía levantan su persiana para mostrar su amor por los libros y esperando clientes deseoso de adquirir alguna primera edición de su autor favorito.
El relato también se detiene para escuchar testimonios de la mano de la escritora Fran Lebowitz, y un buen nutrido grupo de libreros entre los que destacan Susan Orlean, Kevin Young and Gay Talese, entre otros, en los que cada uno nos enseña orgulloso las características de su trabajo, con esas ferias del libro de la ciudad en el corazón de Manhattan, donde se reúnen antiguos y nuevos conocidos amantes de los libros, o sus extensas colecciones de libros, las circunstancias que rodearon la adquisición de este o aquel ejemplar, nos enseñan esos lugares atestados de estanterías donde se almacenan los libros, convertidos en tesoros, esperando comprador o simplemente, ocupando un espacio en el corazón de sus orgullosos propietarios. La película también nos muestra el libro convertido en un mero negocio, en un producto de mercado, no a la altura de las obras de arte como la pintura, pero si como objeto que algunos coleccionistas llegan a pagar sumas desorbitadas por adquirir ese ejemplar que consideran único, si exceptuamos el “Códice Leicester”, de Da Vinci, 32 diarios que datan de más de 500 años de antigüedad, por los que Bill Gates pagó una suma cercana a los 50 millones de dólares.
Young construye un documento al uso, de narrativa convencional y siguiendo un orden más o menos cronológico, eso sí, permitiéndose algunos saltos temporales, debidos principalmente a la idiosincrasia de este mundo de los libreros y sus libros, poniendo cara y ojos a todos los responsables que siguen al pie del cañón en este mundo, el de los libros de segunda mano, que tanto ha cambiado a lo largo de los años, debido a internet y a los hábitos poco lectores de los ciudadanos. Pero, aunque la película habla de una durísima y triste realidad, en ningún caso, se regodea de los nuevos y difíciles tiempos, los expone con claridad y transparencia, pero se centra en los que quedan, ese puñado de náufragos que sigue quedando a lo largo y ancho de la ciudad de los rascacielos, que explican sus interesantes trayectorias, sus tesoros más preciados, esos libros únicos para ellos, recuerdan a aquellos libreros apasionados que ya no están, pero sí que dejaron un legado y una memoria irrepetible, que han ayudado que otros entusiastas y buscadores de libros sigan creyendo en un negocio que va mucho más allá de una forma de ganarse la vida, sino que se manifiesta como una forma de vida espiritual y muy personal y profunda de la manera de entender un oficio de amar y compartir su amor por los libros con sus colegas y clientes.
Libreros de Nueva York tiene algunos momentos magníficos, como los de ese librero que busca incansablemente libros en las casas de los que ya no están, un instante que recuerda a ciertos momentos de Mercados de futuros, de Mercedes Álvarez, cuando todo ese material iba a parar a mercados de segunda mano, y ese alguien no quería desprenderse de ellos. La cinta se sigue con entusiasmo, pasión y mucho interés, porque acerca a todos esos libreros que siguen creyendo en los libros impresos, en el material convertido en objeto de coleccionismo, de compartir y amar esas piezas, algunas convertidas en piezas muy valiosas, no solo materialmente, sino emocionalmente, que han vencido el tiempo y siguen entre nosotros. Una historia para ver y sobre todo, escuchar, porque la película no es solo una película sobre libros y libreros, sino que es también, una película sobre los sueños y el trabajo de hacerlos realidad, motor indispensable para dar un sentido de verdad a la vida, materializar unas ideas, convertidas en realidades que continúen el amor por los libros, valorando su tiempo y la memoria que almacenan, siguiendo los pasos de tantos que un día creyeron que la única forma de entender el presente es mirando y preservando el pasado, esos lugares lejanos de dónde venimos, que en el fondo nos definen como seres humanos, y sobre todo, nos guían para seguir haciendo nuestro camino, y dejando nuestra huella a aquellos otros que vendrán a sustituirnos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA