Queso de cabra y té con sal, de Byambasuren Davaa

ESTA TIERRA ES MÍA. 

“Mucho tiempo atrás. Sin avaricia que marcará el compás. En una época muy lejana. Cosieron nuestro planeta con seda dorada. (Bis) Por eso lo llamamos “tierra de oro”. Para que esta canción no caiga en el abandono. Cuando el último hilo quede al descubierto. Los demonios volverán al acecho. La vida solo será un mero recuerdo. Y la tierra se convertirá en polvo. (Bis). Sufrimiento eterno es el oro. Felicidad inalcanzable es el oro. La verdad traspasa generaciones sin reposo. Abuelos, padres, y ahora nosotros. (Bis)”.

“Veins of Gold”, de Lkhaguasuren

Primero fue La historia del camello que llora (2003), donde conocimos a la familia Ikhbayar Amgaabazar, en mitad de la estepa mongola, y más concretamente, en el desierto de Gobi. Dos años después vimos El perro mongol, con la familia Batchuluun. En 2009 Los dos caballos de Genghis Khan, con la cantante Urna. Todas ellas dirigidas por Byambasuren Davaa (Ulán Bator, Mongolia, 1971), con estudios en la prestigiosa Escuela de Cine de Múnich, en las que a medio camino entre el documento y la ficción, consigue unas extraordinarias películas donde aúna lo tradicional de los nómadas mongoles a través de sus ritos, creencias y formas de vida y pastoreo, con un progreso devastador que poco entiende de la naturaleza, los animales y la relación de ser humano con el medio que habita.

La directora mongola ha dedicado tiempo a sus dos hijos y a realizar una gira con su espectáculo multivisión sobre su país con gran éxito por Alemania. Una espera que ha valido la pena, porque ahora podemos ver su última película, Queso de cabra y té con sal, coescrita junto a Jiska Rickels, donde nuevamente vuelve a construir su relato a través de una familia nómada, interpretada por actores con poca experiencia, en un gran trabajo hibrido entre documento y ficción, donde hay tiempo para ver las tradiciones y ritos de esta familia y su entorno, añadiendo las dificultades añadidas de ese progreso que comentábamos, ahora personificado en la avaricia y codicia de empresas mineras que buscan oro, generando infinidad de residuos contaminantes y el destrozo generalizado del entorno, que conlleva un cambio radical en el mantenimiento de la forma de vida tradicional para los nómadas mongoles. Si recuerdan la maravillosa película Un lugar en el mundo (1992), de Adolfo Aristaraín, sus personajes se enfrentan a un conflicto de las mismas características: la empresa internacional de turno que quiere explotar unas tierras y de paso, destrozar el modo de vida campesino.

Byambasuren Davaa edifica todo su conflicto de forma admirable y llena de sensibilidad, con ese matrimonio también enfrentado. Mientras Zaya, la madre, opta por abandonar y marcharse con lo poco que les de la compañía y empezar de nuevo, en cambio, Erdene, el padre, se opone a dejar su tierra y su vida, e intenta resistir en la lucha por defender su forma de vida, trabajando para convencer a los otros nómadas. Como ocurría en las anteriores películas mencionadas, la cineasta mongola no crea un relato sentimentaloide ni nada que se le parezca, sino construido con una sutileza y una belleza que encoge el alma, por la belleza de la estepa y la miseria moral de algunas empresas que ansían dinero en forma de oro. Un impresionante trabajo de luz del libanes Talal Khoury, donde cada encuadre esta detallado con mimo y poesía, como el exquisito trabajo de montaje que firma Anne Jünemann, de la que habíamos visto Guerra de mentiras, de Johannes Naber, en el que teje un excelente ritmo pausado y acogedor para llevarnos de la mano por los noventa y seis minutos de su metraje.

Un magnífico trabajo de sonido de Sebastian Tesch, que ha trabajado en los equipos de películas de Maren Ade y Michelangelo Frammartino, entre otros, Paul Oberle y Florian Beck, con amplia experiencia en documental y series de televisión, donde podemos escucharlo todo y de forma absorbente y reposada, y la estupenda banda sonora que crean el tándem John Gürtler y Jan Miserre, amén de la preciosa canción creada para la película. Nos queda mencionar el extraordinario reparto de la película, con rostros de intérpretes desconocidos, excelentemente bien dirigidos por el magnífico trabajo de la directora, que ya había demostrado su grandes dotes para captar la intimidad y la cercanía de sus actores naturales, en otros grandes trabajos de composición, porque no solo transmiten una naturalidad desbordante, sino que cada gesto y cada mirada está llena de todo lo que están viviendo y sufriendo, en un marco bello y doloroso a la vez, donde su forma de vida está siendo amenazada diariamente. Citamos a Amra, el niño que tomará las riendas de la resistencia a pesar de su corta edad, que interpreta Bat-Ireedui Batmunkhw, Zaya es A Enerel Tumen, Erdene lo hace Yalalt Namsrai, la pequeña Altaa es Algitchamin Baatarsuren, y finalmente, Huyagaa es Ariunbyamba Sukhee.

Queso de cabra y té con sal tiene uno de esos títulos sencillos, cotidianos y poéticos, que recuerdan al cine de Ozu, como El sabor del té verde con arroz y El sabor del sake, o aquel otro cine que había en El olor de la papaya verde, de Tran Anh Hung, y La gente del arrozal, de Rithy Panh, todas ellas asiáticas, donde el alimento es un estado de ánimo, una forma de espíritu, y sobre todo, de enfrentar y gestionar los difíciles envites de la existencia. Solo nos queda agradecer a la distribuidora Surtsey Films por distribuir películas de estas características, conociendo el tremendo esfuerzo que lleva tal empresa, porque la película de Byambasuren Davaa nos hace vibrar con su belleza profunda y crepuscular, con cada plano, cada encuadre y cada mirada de sus personajes, sino que también, es cine muy grande, porque no solo recoge una forma de vivir, una forma de hacer y sentir, sino que es una película de su tiempo, totalmente anclada a los conflictos económicos de un país como Mongolia, que no están tan lejanos como imaginamos, porque Alcarràs, de Carla Simón, que explica conflictos muy cercanos en la geografía, está muy emparentada en relato y conflicto con la película de Byambasuren Davaa, que deseamos que siga poniéndose detrás de las cámaras y nos siga deleitando y narrando con su enorme sensibilidad, belleza y minuciosidad su país, sus nómadas y todo su entorno, que esperemos siga en pie por mucho tiempo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El huevo del dinosaurio, de Quan’an Wang

UNA GRAN MUJER.

“Con el neorrealismo nos “vimos” desde fuera, de modo despejado, casi con descuido, castigando con ese descuido todas nuestras ambiciones creativas. Así le fue devuelta su autenticidad a las cosas, llegando a una función del cine que ya no era personal, egoísta, sino social”

Roberto Rossellini

Una mañana aparece el cadáver de una mujer en mitad de la estepa de Mongolia. La policía ordena a un joven agente custodiar el cuerpo durante la noche, una joven pastora de la zona le ayudará a pasar en compañía las horas nocturnas, para protegerle de los lobos. Una noche donde intimarán, abrazando sus cuerpos y dejándose llevar. A la mañana siguiente, sus caminos se separarán. El séptimo trabajo de Quan’an Wang (Yan’an, China, 1965) vuelve a las áridas y desiertas tierras gélidas de la estepa de Mongolia, como lo hiciera anteriormente con su recordada película La boda de Tuya (2006) para volverse a centrar en una mujer, como acostumbra en su cinematografía, llena de personajes femeninos de carácter y solitarios, de condición humilde y sencilla, que deben enfrentarse a las vicisitudes de la vida, las injusticias y desigualdades de una China cada vez más polarizada e individualista.

El cineasta chino, al igual que sus coetáneos como Wang Xiaoshuai o Jia Zhangke, exploran con actitud crítica, profundidad y belleza formal los grandes cambios sociales y económicos de su país, deteniéndose en las clases más vulnerables y condicionadas por ese crecimiento desaforado. Quan’an arranca su película a modo de thriller rural, mostrándonos un cadáver, un caso de asesinato según los indicios de la policía, peor pronto descubriremos que las intenciones del relato se encamina por otros derroteros, más condicionados por la vida y todas sus consecuencias y conflictos. El huevo del dinosaurio también funciona como ejercicio de etnografía, mostrándonos la cotidianidad del pastoreo de corderos a lomos de un camello, actividad en vías de extinción por sus dificultades y restricciones legales, así como la matanza del cordero, y la monotonía de una vida solitaria de pastorear entre la largas caminatas por la estepa soportando las bajas temperaturas y la soledad imperante.

Pero, la película de Quan’an va mucho más allá, el thriller rural del inicio deja paso a un relato profundo y sincero sobre la vida, el amor y la muerte, un western minimalista en la que vuelve a incidir en la dificultad de la mujer de vivir sin un hombre en tierras tan inhóspitas como ocurría en La boda de Tuya, en la búsqueda del amor, y sobre todo, en la necesidad de compartir como forma necesaria de vivir y enfrentarse a los embates de la existencia. El director chino vuelve a hacer gala de un preciosismo formal deslumbrante, en un trabajo exquisito y detallista en que el paisaje de la estepa se convierte en un personaje más con sus extensas llanuras, su aire gélido, sus amaneceres y atardeceres de inusitada belleza, el viento arreciante, y el incesante caminar de los corderos y del camello, con la mirada avizora de la pastora. El relato imprime ese tempo cinematográfico lento y pausado, acompañándonos en la monotonía de los quehaceres diarios de la pastora, sus encuentros furtivos sexuales con su pastor amado, en una relación difícil que arrastra un hecho traumático del pasado, en esas idas y venidas donde el amor y al vida, y las circunstancias particulares se mezclan, siguiendo también la experiencia del joven policía que, después de su encuentro con la pastora, se ve envuelto en otro affaire con una compañera.

Quan’an se toma su tiempo para constarnos su relato, obedeciendo al tiempo de la estepa, donde el día es trabajo y caminatas, y las noches, junto al fuego, se enmarcan en otro tiempo, más recóndito y de piel y cuerpos entrelazándose. Con especial cuidado con el sonido del relato, dejando el ambiental como forma única, real y cotidiana de aquello que va sucediendo, arrastrando al espectador a ese vaivén de luces y sonidos que alimentan cada instante de la película, haciéndola única, necesaria, sencilla y apabullante. Como viene siendo habitual en su cine, Quan’an vuelve a contar con intérpretes profesionales mezclados con personas de la zona que interpretan roles, creando ese vínculo esencial y vital para la construcción del relato, donde emerge la composición fascinante y conmovedora de Dulamjav Enkhtaivan como esa pastora valiente, generosa y trabajadora, que se enfrenta a todas las circunstancias con una entereza elogiable, capaz de todo y con todos, Gangtemuer Arild como ese Jefe de Policía en las puertas del retiro, con su forma particular de trabajar y hablar, Norovsambuu como el policía joven, conociendo el amor, el sexo, la pérdida y la vida en toda su plenitud y oscuridad, y finalmente, Aorigeletu el pastor amante de la pastora, un tipo que cabalga con su moto por la estepa, solitario y sencillo.

El director chino ha construido un relato humanista, sobre la Mongolia rural y actual, sobre los deseos y las ilusiones de tantos que batallan en paisajes tan agrestes y difíciles, donde lo humano y lo salvaje se mezclan y funden. Un relato que  nos lleva de la mano acariciándonos nuestros sentidos y nuestra forma de observar la estepa y sus moradores, en este impresionante retrato sobre los ciclos de la vida, situándonos en el centro de la acción, siendo espectadores privilegiados en los que asistimos a la vida, al amor y la muerte, donde el proceso nunca termina, donde todo se mezcla, se funde con el paisaje, y todo parece obedecer unas leyes naturales donde vida y muerte es uno solo, haciendo gala de un sentido del humor crítico y cínico, donde cada personaje, según sus vivencias toma un partido u otro. La pastora a la que llaman “Dinosaurio”, y ese huevo que hace referencia al título, nos muestra que a veces la vida nos condiciona y nos va llevando al lugar que debemos estar, en un acto de generosidad y valentía, en el que nosotros debemos dejarnos llevar y no resistirnos a lo que sentimos y sobre todo, no sentir miedo por lo que vendrá, porque seguro que cuando sea no será ni mucho menos como lo habíamos imaginado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El gran día, de Pascal Plisson

elgrandiaCREER EN UNO MISMO.

En Camino a la escuela (2013), el director francés Pascal Plisson (1959, París) filmó la peripecia diaria de ir al colegio, llena de peligros y dificultades, que emprendían cuatro niños de condición rural y pobre, de diferentes lugares del mundo. Partiendo de aquella base, y de parecida estructura y forma, Plisson vuelve a sumergirnos en cuatro historias de niños-adolescentes también de orígenes humildes. La mirada del cineasta galo se centra en Albert, un chaval de 11 años, que vive en La Habana (Cuba), su sueño es ser boxeador y para eso trabaja incansablemente en el gimnasio. Su meta es ganar el combate para acceder a la academia del deporte. Seguimos con Deegii, una niña de 11 años que vive en las afueras de Ulan-Bator (Mongolia), que se esfuerza duramente para convertirse en contorsionista profesional trabajando en un circo. De ahí, nos trasladamos a Benares, la capital de Bihar, un estado pobre del noroeste de la India, donde conoceremos a Nidhi, de 15 años, que estudia matemáticas y trabaja ferozmente para aprobar el examen de acceso al Instituto Politécnico para conseguir un buen empleo que ayuda a su familia. Y finalmente, viajamos hasta Uganda, al Parque Nacional Queen Elizabeth, donde nos toparemos con Tom, de 19 años, que estudia para superar el examen y ser uno de los guardas forestales.

Cuatro caminos, cuatro destinos, cuatro formas de trabajar pero el mismo objetivo, un trabajo que les ayude a ellos a crecer como personas, y también, ayude a sus familias a escapar de las situaciones de pobreza que viven, y de esta manera, aprovechar las oportunidades que sus padres no tuvieron. Plisson fragmente las cuatro historias, y crea una sueva mezcla, a modo de rompecabezas, en el que seguimos las cuatro historias de manera tranquila y pausada. Nos adentramos en las actividades y la preparación que llevan a cabo estos niños y jóvenes. El apoyo familiar, esencial para ellos. Y también, relación que mantienen con sus preparadores.

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Plisson nos cuenta este viaje de manera honesta y sencilla, quizás le sobra algún que otro sentimentalismo y subrayado musical, pero no deslucen su emocionante mensaje, el de unos niños trabajadores y luchadores que quieren con su sueño huir de la miseria y ayudar a los suyos. El relato se propone remover conciencias, y ofrecer algo de luz a las injusticias y desigualdades tremendas que diariamente invaden este mundo. Una fábula que rescata esa humanidad que parece haber perdido buena parte del planeta, más interesada en el éxito y prestigio personal. Plisson aporta su granito de arena en dar visibilidad a niños que trabajan y luchan por conseguir su sueño, su objetivo es modesto, pero inmenso para ellos, quieren ser elegidos para seguir estudiando y preparándose en lugares donde aparentemente entran otros niños y jóvenes de otra índole social, pero ellos, a base de trabajo y constancia, que podríamos añadir que son las armas de los pobres, reivindican su lugar y su espacio. También, la película muestra, a través de las historias de los niños, otra cara completamente diferente a la que nos suelen bombardean los medios de comunicación sobre sus países, la película aporta otra mirada, una forma diferente de acercarse a la realidad de esos países, azotados por la pobreza injusta de países que los someten y dominan, una mirada positiva, donde existen personas que abren caminos y esperanzas para tener otro tipo de vida y seguir creciendo como personas en otros ambientes y lugares, muy diferentes a los que su condición social les había condenado.